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EL FEMINISMO Y EL CAMBIO SOCIAL

Dos mil dieciocho años pasaron desde el nacimiento de Jesucristo. Al menos, así lo
refiere el calendario gregoriano, el canónico por imposición histórica en nuestra región
del mundo.
Sabemos que la historia de la humanidad atestiguó una infinidad de cambios en cada
una de las manifestaciones de la vida en sociedad. Cambios que hoy conocemos como
grandes hitos que afectaron a países o continentes enteros, pero también cambios que
se dieron en los ambientes más íntimos de las relaciones humanas, imperceptibles a
gran escala.
A pesar de que “el cambio” hoy en día se utilice como slogan político, refiriendo a un
pequeño sector de la sociedad que concentra un enorme poder, sector que intenta
imponer su propio modelo económico como estilo de vida –cosa que afecta no sólo a
este sector en el incremento de su poder adquisitivo, sino también a los sectores más
humildes, quienes sufren estos cambios desde el plato menos favorecido de la balanza-
, a pesar de esta utilización marketinera, el cambio social se encuentra en la base y es el
fundamento de toda la realidad.
Siguiendo a Heráclito de Éfeso, uno de los primeros filósofos metafísicos que intentó
descubrir los mecanismos de la realidad, es posible afirmar que ésta se encuentra en un
cambio constante, un devenir perpetuo. Bajo este devenir constante se encuentra la ley
universal que postula que este mundo “siempre fue, es, y será, fuego eternamente vivo,
que se enciende y se apaga según medida” (fragmento 30).
Esta introducción sobre el cambio tiene el objetivo de situarnos en un movimiento que,
gracias a la conciencia social, está en auge en nuestros días: el feminismo. No interesa
tanto aquí explorar sus características sino reflexionar sobre cómo se está dando esta
lucha y cómo está siendo recibida por la sociedad.
El movimiento feminista es tan amplio que abarca a toda persona que luche -o que
haya luchado- por los vapuleados derechos de la mujer, en mayor o en menor medida.
El feminismo se sostiene sobre una base extremadamente sólida: la descalificación
histórica del sexo femenino. Esta descalificación puede verse en todo el espectro de las
prácticas sociales: la vida doméstica, la familia, el trabajo, etc.
A raíz de la enorme cantidad de femicidios que salen a la luz, generando una
incontenible impotencia, la lucha por los derechos de la mujer ha logrado consolidarse
mundialmente, logrando una visibilidad ideal para combatir aquella descalificación y las
prácticas que atentan contra la integridad física, moral o intelectual del sexo femenino.
En relación a esto nos enfrentamos a un problema, complicado pero solucionable: la
tradición machista en la que todos fuimos criados. A quienes no vivimos en carne propia
lo que el feminismo plantea, muchas veces nos cuesta comprender con el cuerpo,
visceralmente, cómo es que debemos actuar, cómo ejercer el respeto. Esto bajo ningún
aspecto busca ser una justificación de prácticas machistas; por el contrario, es un
llamado a estar atentos a nuestro deber social para no caer en retrocesos de conciencia.
¿Cuál es nuestro deber social en relación al feminismo? Aprender a leer lo que pasa en
las calles, lo que sucede frente a nosotros. Estar abiertos a entender que es necesario
un cambio de conciencia en vistas de una mayor aceptación del otro, y para esto es
necesario pensar que: “si el otro me dice algo, quizás es porque algo no está bien”. Y,
ante esto, ¿por qué taparnos los oídos y mirar para otro lado, si esto sólo genera que se
potencie el conflicto? Es necesario escuchar, leer la sensibilidad del otro, intentar
comprender qué es lo que le pasa, para poder calmar las aguas y lograr una armonía
social. Y esto sólo va a ser posible cuando las tradiciones machistas pierdan su fuerza.
Aquí nos enfrentamos al mayor problema: desde que existe la historia, el dominio de
los hombres fue acumulando poder en detrimento del de la mujer. Y tanta dominación
no puede superarse de la noche a la mañana. El cambio será lento, generacional, y día a
día, en todos los ámbitos de la vida. Y nunca, nunca más, se debe aceptar un retroceso.

Lautaro Dapelo

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