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¿Qué es mejor para el alma, sufrir insultos de fortuna, golpes, dardos o levantarse en
armas contra el océano del mal y oponerse a él y que así cesen?
Morir, dormir... Nada más; Y decir así que con un sueño damos fin a las llagas del
corazón y a todos los males, herencia de la carne, y decir: Ven, consumación, yo te
deseo.
Morir, dormir, dormir... ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño de la muerte, ¿Qué
sueños sobrevendran cuando despojados de ataduras mortales encontremos la paz?
¿Quién puede soportar tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga tan pesada?
Nadie, si no fuera por ese algo tras la muerte - ese país por descubrir, de cuyos confines
ningún viajero retorna - que confunde la voluntad haciéndonos pacientes ante el
infortunio antes que volar hacia un mal desconocido.
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La vida es Sueño
Segismundo:
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Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres..
A veces, en la noche, yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45
años que me pudro.
Y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la
luz de la luna..
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo, como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios..
Preguntándole, por que se pudre lentamente mi lama?
Por que se pudren más de un millón de cadáveres en este ciudad de Madrid?
Por que mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo?
Dime, que huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus
noches?
Pajarito Asustado Casa de muñecas de H. Ibsen
Helmer:
Sí, está bien; procura tranquilizarte y reponerte, pajarito asustado. Descansa tranquila,
yo tengo alas lo suficientemente grandes para cobijarte.
¡Oh, que hogar tan tranquilo y acogedor! Aquí estás segura; te guardaré como a una
paloma perseguida a quien hubiese arrancado sana y salva de las garras del gavilán.
Poco a poco lo conseguiré. Nora, creeme. Mañana lo verás todo de otra manera. Pronto
la vida empezará a ser como antes y no habrá necesidad de repetirte que te he
perdonado, porque, sin duda, lo advertirás por tí misma. ¿Cómo puedes pensar que me
pasara por la imaginación repudiarte ni recriminarte por nada? ¡Ah! Nora, no conoces la
bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce perdonar a su propia mujer cuando lo
hace de corazón! Es como si fuese dos veces suya, como si hubiera vuelto a traerla al
mundo, y ya no ve en ella sólo su mujer, sino también su hija. Eso es lo que vas a ser
para mí desde hoy, criatura inexperta. No tienes que temer nada, Nora. Yo supliré lo que
te falte de voluntad y de conciencia.
Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara.
DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su
coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de
amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras.
MAX: El Esperpento.
[...]
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos
han ido a pasearse en el callejón del Gato.
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico
de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi
estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
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ADELA. Sí, Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me
importa; pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana.
ADELA. No a ti, que eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la
fuerza de mi dedo meñique.
MARTIRIO. No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que
sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA. Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la
oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)
ADELA. ¡Déjame!
BERNARDA. Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía no poder tener un rayo entre los dedos!
MARTIRIO. (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA. ¡Ésa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
ADELA. (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata el bastón a su
Madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En
mí no manda nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
MAGDALENA. ¡Adela!
(Salen la Poncia y Angustias.)
ADELA. Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta
casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
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FRAGMENTO DE PI CNIC: [ E S PA RA CIN CO
A CT O RE S]
(La batalla hace furor. Se oyen tiros, bombazos, ráfagas de ametralladora. ZAPO, solo
en escena, está acurrucado entre los sacos. Tiene mucho miedo. Cesa el combate.
Silencio, ZAPO saca de una cesta de tela una madeja de lana y unas agujas. Se pone a
hacer un jersey que ya tiene bastante avanzado. Suena el timbre del teléfono de
campaña que ZAPO tiene a su lado.)
ZAPO.–Diga… Diga… A sus órdenes mi capitán… En efecto, soy el centinela
de la cota 47… Sin novedad, mi capitán… Perdone, mi capitán, ¿cuándo
empieza otra vez la batalla?… Y las bombas, ¿cuándo las tiro?… ¿Pero, por
fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante?… No se ponga usted así
conmigo. No lo digo para molestarle… Capitán, me encuentro muy solo. ¿No
podría enviarme un compañero?… Aunque sea la cabra… (El capitán le riñe.) A
sus órdenes… A sus órdenes, mi capitán. (ZAPO cuelga el teléfono. Refunfuña.)
[…]
(Continúa la música. Entra un soldado enemigo: ZEPO. Viste como ZAPO. Sólo
cambia el color del traje. ZEPO va de verde y ZAPO de gris. ZEPO, extasiado, oye la
música a espaldas de la familia TEPÁN. Termina el disco. Al ponerse de pie, ZAPO
descubre a ZEPO. Ambos ponen manos arriba llenos de terror. Los esposos TEPÁN los
contemplan extrañados.)
ZAPO.-¿Qué pasa?
(ZAPO reacciona. Duda. Por fin, muy decidido, apunta con el fusil a ZEPO.)
ZAPO.–¡Manos arriba!
(ZEPO levanta aún más las manos, todavía más amedrentado. ZAPO no sabe qué
hacer. De pronto va hacia ZEPO y le golpea suavemente en el hombro mientras le dice)
ZAPO: ¡Pan y tomate para que no te escapes
ZAPO.–¿Por qué atarle?
SRA. TEPÁN.–Pero, ¿es que aún no sabes que a los
prisioneros hay que atarles inmediatamente?
ZAPO.–¿Cómo le ato?
SRA. TEPÁN.–Sí. Eso sobre todo. Hay que atarle las manos. Siempre he visto
que se hace así.
ZAPO.–Bueno. (Al prisionero.) Haga el favor de poner las manos juntas, que le
voy a atar.
ZAPO.–No.
ZAPO.–Lo había hecho sin mala intención. (A ZEPO.) ¿Y así, le hace daño?
ZEPO.–No. Así no.
ZAPO.–Sí.
ZAPO.–(Iluminado por una idea.) Papá, hazme una foto con el prisionero en el
suelo y yo con un pie sobre su tripa. ¿Te parece?
Sr. TEPÁN.–¡Ah, sí! ¡Qué bien va a queda!
SRA. TEPÁN.–Pero total, una foto de nada no tiene importancia para usted, y
nosotros podríamos colocarla en el comedor junto al diploma de salvador de
náufragos que ganó mi marido hace trece años…
ZEPO.–Es que tengo una novia, y si luego ella ve la foto va a pensar que no sé
hacer la guerra.
ZAPO.–No. Dice usted que no es usted; que lo que hay debajo es una pantera.
(ZEPO se tiende sobre el suelo. ZAPO coloca un pie sobre su tripa y, con aire muy
fiero, agarra el fusil.)