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El Gran Gilgamesh
Esto recordó al dirigir a Enkidu estas palabras:
«Sólo los dioses por siempre perviven
Junto a Shamash, amigo mío; pues incluso los nuestros
más largos días numerados están. ¿Por qué inquietarse
60. por ser polvo en el viento? ¡Salta en pos
De este gran riesgo! ¡No temas! Aún si hubiera de fallar
En el combate y caer, los linajes venideros,
Todos, dirían que mía fue la proeza»
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Anu (dios supremo) y Aruru cogieron arcilla y modelaron a Endiku, un salvaje que igualaba a
Gilgamesh y que se dedicaba a proteger a las fieras de cepos y cazadores. Cuando Gilgamesh se
entera de su existencia le envía una mujer para que conozca los placeres amatorios con el fin de
atraerlo hacia Uruk. Tras seis días y siete noches, Endiku emprende el camino a dicha ciudad, y
durante el camino se va enterando de lo que piensa el pueblo acerca del soberano (explotación,
abuso de poder, derecho de pernada…). Cuando llega a la ciudad, el enfrentamiento es ya
inevitable. Tras una larga lucha el combate termina en amistad y admiración mutua.
Los nuevos amigos proyectan enfrentarse a Humbaba -gigante que vive en el bosque de los
cedros, cuyo grito es el arma de la inundación, su palabra fuego y su aliento es la muerte-, con
ayuda de una ofrenda de humo al dios Shamash y la negativa del Consejo de ancianos. Cuando
llegan al bosque aprovechan que el monstruo sólo tiene puesta una capa divina, habitualmente
llevaba siete, y se lanzan contra él, decapitándolo y sumergiendo su cabeza en el río Eufrates para
llevarlo a Nippur. Endiku es quien le asesta el golpe mortal. El bosque todavía llora la muerte de su
guardián.
Para celebrar la victoria, Gilgamesh se viste con sus mejores atavíos conquistando a la diosa Ishtar
enamorada de su belleza. Esta intenta seducirlo, ofreciéndole toda serie de parabienes pero
Gilgamesh la desdeña. Ella, abatida, monta en cólera y crea «el Toro Celeste» para que dé muerte
al héroe. Cada vez que el toro bufa se abren simas que se tragan a cientos de personas.
Nuevamente interviene Endiku, coge el toro por los cuernos, lo domina y da muerte arrancándole
las entrañas. Gilgamesh ordena fabricar vasos oferentes a Lugalbanda, su dios tutelar, con los
cuernos del toro y los dos amigos se bañan en el río Eufrates para celebrarlo.
A través de los sueños Endiku sabe que han despreciado a los poderes celestiales matando a
Humbaba, al Toro Celeste y por la ofensa a la diosa Ishtar. Esto provoca la muerte y enfermedad
de Endiku, bajando a los infiernos, morada de Irkalla, conducido por un extraño ser con garras de
águila y zarpas de león.
Cuando Gilgamesh regresa a Uruk derriba un árbol (morada de una serpiente, un águila y un buho)
para fabricar un trono y un lecho a Inanna-Ishtar. La diosa prefiere fabricar un tambor con dicha
madera y se lo regala al propio Gilgamesh. El tambor cae accidentalmente a los infiernos y
Gilgamesh implora a todos los dioses poder comunicarse con su gran amigo Enkidu. Nergal, dios
de los Infiernos, conmovido le permitió salir por un agujero abierto en la tierra para conversar con él
unos breves instantes, quien dará cuenta a Gigamesh de la triste condición de los muertos.