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En el campo educativo (Bourdieu, citado por Díaz Villa, Mario, 1993) el concepto de evaluación es
muy complejo por la amplitud de significados que se imponen en la práctica, según los intereses o
necesidades de las personas o de las instituciones a las que le sirve la evaluación, en función de
las diferentes formas de concebirla; en relación con los fines que persigue la educación y que la
pedagogía reflexiona y experimenta.
1. Naturaleza de la evaluación
Atendiendo a los principios de la complejidad (Morín, 1997) podríamos decir que la evaluación
por naturaleza es subjetiva (es una apreciación del sujeto o sujetos que evalúan), ideal (atiende
a las aspiraciones máximas del sujeto o sujetos que evalúan) interpretativa (depende de la
comprensión y explicación de alguien sobre el estado en el que algo se encuentra) e
investigativa (es reflexión y experimentación de una persona sobre un objeto a ser evaluado).
De ahí los esfuerzos por hacer de ella una práctica más “participativa” (entre evaluador y
evaluados), ética (de asignación de valor de uso aceptado por una sociedad), moral (norma de
valoración y de aceptación social), equitativa (a cada objeto, persona o proceso se le valora en
particular) y de validez social (pertinente y útil para todos). Sin embargo, la evaluación depende
de lo que se entienda por cada uno de los anteriores aspectos, entre otros.
También hay que aceptar que históricamente los esfuerzos para dar cuenta de la naturaleza de la
evaluación han sido débiles o desviados hacia los objetos de estudio que se evalúan. Es común
encontrar la evaluación asociada a lo que se quiere evaluar y no a la evaluación misma como
objeto de reflexión o de experimentación. Esta dificultad se traslada luego a las características que
debe tener la evaluación, y a los criterios que se aplican a tal o cual objeto, persona o proceso a
evaluar. Criterios que en el caso de la evaluación de los estudiantes en procesos de formación
deben delimitar el nivel de logro de competencias a demostrar por cada uno de ellos.
Todos los que evalúan, seres humanos o grupos de organizaciones sociales, situados (as) en un
contexto sociocultural específico, deberían tener claridad sobre las características y los criterios
que le dan validez o no a una determinada evaluación, que no son otros que los “acuerdos
intersubjetivos” que establecen los que evalúan y los que son evaluados, en referencia con la
normatividad social o institucional, aceptada por todos, y con los fines que se persiguen con la
evaluación.
La evaluación de los “alumnos” y del PEI (Félix Bustos Cobos, 1996) ha pasado por cuatro
generaciones: Evaluación con base en pruebas psicométricas (medir con precisión las capacidades
y rendimiento académico de los estudiantes en las instituciones educativas); evaluación
acumulativa (acumular pruebas para dar resultados finales de lo propuesto en planes, programas,
proyectos, cursos); evaluación por objetivos (emitir juicios con respecto a los comportamientos de
los estudiantes, a partir de objetivos cognitivos y valorativos); y evaluación de significación social y
personal (la cual utiliza la crítica transformadora, los procesos de negociación y de consenso, las
metodologías hermenéuticas y el diálogo racional de discusión abierta).
Si se ponen las tres primeras generaciones en relación con lo que dice Gimeno Sacristán, al
retomar a Guba y Lincoln, 1981, a House, 1980, y a Scriven,1967, en el sentido de que “la
evaluación ha adoptado el sentido de ser un juicio de valor que recae sobre algo, previa
descripción de la realidad observada, resaltando la cualidad de ser, un proceso de evaluación que
considera circunstancias del objeto evaluado y criterios de valor”, podemos decir que él hace una
crítica a estas tres generaciones. También Elliott (citado por Dans, 1981) dice que: “la evaluación
consiste en un proceso de adquisición, elaboración de información y expresión de un juicio a partir
de la información recogida”. De ahí que se consolide por un largo tiempo la evaluación como juicio
de valor externo que invisibiliza el sujeto a ser evaluado.
La cuarta generación, por el contrario, visibiliza y reconoce al sujeto a ser evaluado, partiendo de
dos postulados: a) “No es posible evaluar objetivamente” (Bustamante, G y Díaz, Mario, 1996) y b)
“La ciencia hoy no está buscando verdades sino modelos teóricos viables” (Lineamientos
curriculares del área de Lengua Castellana. MEN, 1998).
En la contemporaneidad los análisis ecológicos en educación (Pérez Gómez, Angel, 1983 b) han
llevado a que la evaluación se entienda como recurso para proporcionar información sobre los
procesos, en este caso educativos, que debe ser valorada después, para ayudar en la toma de
decisiones de quienes gobiernan o intervienen en los mismos, ver aportes de Cronbach, 1963,
Stuflebeam y otros, 1971, 1987. Lo que trasladado a la evaluación de los estudiantes en la
contemporaneidad significa que evaluamos para obtener información sobre cómo transcurre el
proceso de enseñanza-aprendizaje y en qué estado o niveles de la (s) competencias (s) planteada
(s) se encuentra el estudiante. En esa medida la evaluación de aprendizajes de los estudiantes, por
parte de los docentes, busca el análisis, comprensión e interpretación de información procedente
de numerosas fuentes, representada en criterios de evaluación por niveles de competencia, y
expresada en signos numéricos o alfabéticos, que permite valorar en forma integral una persona o
alguna faceta particular de la misma.
Si desde esta amplia perspectiva creemos que evaluar sirve para tomar conciencia sobre el curso
de los procesos y resultados educativos, aprendizajes y competencias, con el objeto de valorarlos,
es evidente que habrá que tratar no sólo con problemas de índole técnica (cómo obtener la
información, con qué criterios, técnicas e instrumentos) sino también plantearnos opciones de tipo
ético (qué se debe evaluar y por qué hacerlo, qué se debe comunicar sobre evaluación de los
estudiantes a los padres de familia, a otros docentes, a la sociedad; y cómo conviene expresar los
resultados de la evaluación).
Lideres directivos con pleno dominio de la Gestión Educativa (áreas, procesos y componentes)
de manera integral y sistémica.
Concebir la evaluación como proceso de valoración integral del ser humano con propósitos
formativos.
Buscar la mejora del proceso de aprendizaje in situ, antes que éste termine y que los
resultados sean entregados en forma definitiva. Evaluación que detecte dificultades y
carencias que hay en el propio proceso y que pueden ser corregidas a tiempo.
Bibliografía
Bustos Cobos, Félix (1.997). Mutaciones en Evaluación. Serie Construye tu PEI. Bogotá: Diseño
Gráfico. p.104.
Díaz Villa, Mario (1.993). El campo intelectual de la educación en Colombia. Cali: Universidad del
Valle. P.263
Morín, Edgar (1997). Introducción al pensamiento Complejo. España: Universidad Valladolid. P. 240
Sacristán, José Gimeno y A.I. Pérez Gómez (1.996). Comprender y transformar la enseñanza.
Madrid: Morata. P.447