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Antecedentes de la revolución

Durante la Colonia muchos pueblos pudieron conservar algunas propiedades comunales,


llamadas de forma genérica «ejidos». La ley Lerdo de 1856 declaró baldías las propiedades
corporativas, particularmente las de la Iglesia y las comunidades indígenas. Entre 1889 y 1890
el gobierno de Díaz dispuso que las tierras comunales se hicieran parcelables. Los nuevos
propietarios, no acostumbrados a la propiedad privada, fueron estafados por particulares o
funcionarios. Como resultado mucha de la población indígena se vio sin posesión de tierras y
tuvo que emplearse en las haciendas cercanas. Otra serie de leyes de deslinde de los años 1863,
1883 y 1894, en las que una parcela sin su respectivo título podía considerarse como terreno
baldío, propició que aquellos que tuvieran los recursos necesarios se hicieran con grandes
porciones de tierra. Para 1910 menos del 1 % de las familias en México poseían o controlaban
cerca del 85 % de las tierras cultivables. Los pueblos, donde se albergaba el 51 % de la población
rural, contaban con tan solo pequeñas porciones de tierra y la mayor parte de ella dependían
de las haciendas vecinas. Además, las leyes y la situación nacional favorecía a los hacendados,
pues eran los únicos con acceso a créditos y a proyectos de irrigación por ejemplo. Por su parte,
los pequeños pueblos y agricultores independientes se veían obligados a pagar altísimos
impuestos. Esta situación afectó grandemente a la economía agrícola, pues las haciendas tenían
grandes porciones sin cultivar y eran menos productivas que las propiedades menores.

Otra de las repercusiones del deslinde de tierras y el fraccionamiento de las tierras comunales
indígenas fue que algunos de ellos se rebelaron contra el gobierno. Los conflictos, que tuvieron
lugar a finales del siglo XIX y principios del XX, fueron protagonizados por mayas, tzotziles, coras,
huicholes y rarámuris, entre otros. Los conflictos más duraderos fueron los ocurridos en Yucatán,
Quintana Roo y Sonora. Ante dichos grupos se tomó una política de deportación, Yucatán y
Quintana Roo fueron los principales destinos.[13] En el norte, el gobierno de Díaz tomó contra
los yaquis una política de violenta represión y deportación hacia el sur del país. El momento
cumbre contra este grupo tuvo lugar en 1908, momento para el cual entre un cuarto y la mitad
de su población había sido enviada a las plantaciones de henequén en Yucatán. A la postre, estos
grupos étnicos habrían de colaborar con las fuerzas revolucionarias.

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