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COMPENDIO DE LA
REBELIÓN DE LA
AMÉRICA
1
Fernando Hidalgo-Nistri
2
Compendio de la Rebelión de la América
COMPENDIO DE LA
REBELIÓN DE LA
AMÉRICA
Cartas de Pedro Pérez Muñoz
Fernando Hidalgo-Nistri
Compilador
Ediciones
Abya-Yala
1998
3
Fernando Hidalgo-Nistri
ISBN: 9978-04-385-3
Impresión: Digital DocuTech
Quito-Ecuador
1998
4
Compendio de la Rebelión de la América
CONTENIDO
Introducción ............................................................................................... 13
Vladimir Serrano Pérez
Bibliografía.................................................................................................. 38
Cartas .......................................................................................................... 41
5
Fernando Hidalgo-Nistri
6
Compendio de la Rebelión de la América
DOS PALABRAS SOBRE PÉREZ MUÑOZ
1 Todos los datos sobre la niñez y juventud de Pedro Pérez Muñoz han sido tomados
de la “Relación de los Méritos y Servicios de Don Pedro Pérez Muñoz” de 1817, que re-
posa en el Archivo General de Indias (AGI), Sección Quito, legajo 543. Vide también,
Pérez Ordóñez Diego, Genealogía de los Pérez de Quito, Quito, 1994, Publicaciones del
Centro Nacional de Investigaciones Genealógicas y Antropológicas, No. 2, pgs 183-189.
7
Diego Pérez Ordóñez
entonces, último lustro del siglo XVIII, Pérez Muñoz era Clérigo de Prima
Tonsura.2
Cuando llegó a Quito conoció a su futura esposa, María Teresa Calis-
to y Borja, quien era una de las hijas del Regidor Perpetuo de la ciudad, Pe-
dro Calisto y Muñoz y de doña Francisca de Borja y Chiriboga. El suegro
del nuevo vecino era uno de los terratenientes más poderosos de la Sierra
y probablemente el más fanático de los realistas criollos. El matrimonio
entre el andaluz y la hija del Regidor se verificó en Quito el 1 de octubre
de 1796.
De acuerdo con la escritura de recibo de dote suscrita con motivo del
matrimonio Pérez Calisto, la mujer de Pedro Pérez Muñoz llevó al matri-
monio los siguientes bienes: unas casas de altos y bajos cubiertas de teja
“las mismas que el referido su padre las hubo y compró en pública subas-
ta (…) en la cantidad de tres mil doscientos diez pesos” y que posterior-
mente fueron reconstruidas; dos esclavos llamados María Congo, de edad
de trece o catorce años, e Isidro Congo, de aproximadamente la misma
edad; la hacienda Cotacachi, comprada por Pedro Calisto y Muñoz en el
remate de Temporalidades en la cantidad de 140.000 pesos, y una gran
cantidad de alhajas, ropas, objetos de plata labrada y adornos de casa que
sería largo enumerar.3
Apenas llegado y casado, Pedro Pérez Muñoz inició su actividad po-
lítica en Quito. Recibió 14 votos y resultó electo Alcalde del Segundo Voto
el 1 de enero de 1797, y en la misma sesión se le asignó la pulpería de la
“esquina de la casa de Pedro Villamil”.4 En la sesión del 1 de enero de 1798,
cuando le tocó votar por las nuevas autoridades del Cabildo, lo hizo a favor
8
Dos palabras sobre Pérez Muñoz
de Simón Sáenz de Vergara para Alcalde del Primer Voto y por Manuel de
Larrea y Jijón (luego Marqués de San José) para Alcalde del Segundo
Voto.5
La aspiración de Pérez Muñoz siempre fue llegar a ser Alcalde del Pri-
mer Voto. Con ese objetivo en mente participó en la elección de 1804 y
perdió frente al Marqués de Solanda. Cuatro años más tarde, en 1808, re-
sultó otra vez electo Alcalde del Segundo Voto.6 Lo mismo en 1807. Sin
embargo su suegro, utilizando su calidad de Regidor Perpetuo, alegó que
Pérez Muñoz debía ser designado Alcalde de Primer Voto para que existie-
ra la necesaria alternativa entre europeos y criollos, según mandaban las
Reales Cédulas.7 Este pedido de Calisto, seguramente inspirado más en
sus convicciones realistas que en consideración para con su yerno, desató
una agria polémica dentro del Ayuntamiento quiteño. El primer día de
1807 el Cabildo le pidió a Pérez Muñoz que se posesione del cargo para el
que fue electo. El andaluz se negó y luego renunció irrevocablemente al
cargo.
El meollo de la controversia radicaba en la existencia de una Real Cé-
dula que mandaba la alternabilidad entre criollos y europeos en las elec-
ciones de Alcalde Ordinario. En una providencia, por tanto, el Presidente
de Quito ordenó al Cabildo que se invistiera a Pérez Muñoz con la Alcal-
día del Primer Voto y dice: “Se declara deberá subsistir su elección, la que
se aprueba en toda forma mediante la fiel observancia que exigen las Rea-
les Cédulas del caso; y en consecuencia procederá a dar posesión al men-
cionado don Pedro Pérez Muñoz de la primera vara.”8 El Cabildo, en su
oportunidad, se opuso a esta orden alegando que de todas maneras Pérez
Muñoz no había obtenido los votos suficientes para ostentar tal alto cargo.
La disputa se solucionó con una nueva votación en la que, como era de es-
9
Diego Pérez Ordóñez
9 AGI, Sección Quito, Legajo 543, Memorial del Pedro Pérez Muñoz, fojas 16-17.
10
Dos palabras sobre Pérez Muñoz
10 AGI, Sección Quito, Legajo 543, Memorial del Pedro Pérez Muñoz, foja 8.
11 AGI, Sección Quito, Legajo 543, Pedido de Título de Castilla, fojas 37 y ss. El pedi-
do fue reiterado por parte de Pérez Muñoz, quien contó con la firme oposición de la fa-
milia Calisto.
12 Bustamante y de la Rocha, Joaquín de, “Apuntes y Datos Para Una Genealogía”,
pág. 111. Esta edición, llevada a cabo solamente para el conocimiento de su familia, no
lleva ni fecha ni editorial. El autor murió en 1939 y no llegó a ver la obra publicada.
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INTRODUCCIÓN
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Vladimir Serrano Pérez
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Introducción
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Vladimir Serrano Pérez
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ESTUDIO INTRODUCTORIO
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Compendio de la Rebelión de la América
2 William Benett Stevenson, A Historical and Descriptive Narrative of Twenty Year’s Re-
sidence in South America, 3 Vols, London, 1829. Hay una edición moderna publicada por la
Editorial Aby-Ayala de Quito.
3 Carlos de la Torre Reyes, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, 1961.
José Gabriel Navarro, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, 1962. Manuel
María Borrero, Quito, Luz de América, Quito, 1959. Alfredo Ponce Rivadeneira, Quito, 1809-
1812, Madrid, 1960.
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4 Según se hace constar en el propio epistolario, Pedro Pérez Muñoz escribió este tra-
bajo durante el transcurso del año 1815. Con toda seguridad el manuscrito fue confeccio-
nado en la ciudad de Guayaquil en los meses previos a que tuviera lugar su embarque defi-
nitivo a España. La conclusión tiene fecha del 31 de diciembre de 1815.
5 Véase la carta Nº 15. Esta expedición se trata con toda seguridad de una fuerza que
en 1806 fue enviada por Carondelet a fin de proteger el puerto de Panamá de posibles in-
cursiones inglesas. El contingente de aproximadamente cuatrocientos soldados de infante-
ría se hallaba al mando del Capitán Salinas.
6 Véanse las cartas Nº 5, 18 y 22.
7 Véase la carta Nº 2.
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8 AGI. Santa Fé, 552. Informe sobre que se le concedan a Pedro Pérez Muñoz tierras en
Andalucía, Madrid, 4 de agosto de 1824.
9 Véase la carta Nº 26.
10 Véase la carta Nº 6.
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11 Véase la carta Nº 6.
12 Véase la carta Nº 5.
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tal como había afirmado el eminente Julio Tobar Donoso, sino algo que tu-
vo mucho más relevancia15. Si se acepta ésto, habría que convenir que la
Audiencia de Quito o, al menos una parte de ella, estuvo sufriendo una
verdadera revolución entre las décadas de 1780 y 1820 aproximadamente.
De igual manera, determinado tipo de observaciones nos conducen a
aceptar como algo más o menos generalizado el fuerte ascendiente que tu-
vieron las ideas políticas de corte “afrancesado” en la formación ideológi-
ca de la insurgencia quiteña. Sería un error pensar el renacimiento del ius-
naturalismo en términos de un retorno al pasado o de una exclusión de esa
modernidad que habían difundido los “philosophes”. Concretamente, el
renacimiento del pactismo, logró acoplarse admirablemente al espíritu in-
novador que se respiraba en América. Las enseñanzas de Grocio, Puffen-
dorf o Suárez proporcionaron muchos de los argumentos teóricos que
buscaban las élites para exigir esas libertades que no sólo les permitirían
obtener un mayor grado de autonomía sino que también podían ser utili-
zadas para justificar la revuelta contra el Príncipe injusto.
Los cambios que desde el punto de vista ideológico y mental estaba
sufriendo la sociedad quiteña de la época, empero, no nos autorizan a ha-
blar de una modernidad ampliada y perfectamente enraizada. Sería enga-
ñarnos si dijéramos que nuestro autor contempló a los pies del Pichincha
una comunidad moderna. Tanto el texto elaborado por Pérez Muñoz co-
mo otros documentos nos dejan apreciar que detrás del discurso ilustrado
yacía escondido un poderoso universo tradicional. Un repaso pormenori-
zado del funcionamiento de esta comunidad nos permitirá percibir cómo
en ésta no habían perdido vigencia una multitud de prácticas del tipo del
Antiguo Régimen16. Si tal como hemos dicho, en muchos sentidos las éli-
tes criollas locales se habían mostrado muy precoces para asimilar la no-
15 Julio Tobar Donoso, “La transformación de 1809 fue eminentemente jurídica, en:
Boletín de la Academia Nacional de Historia, Nº 95, Quito, Enero-Junio de 1960.
16 Sobre este tema véase el sugerente trabajo de M. D. Demelas e Yves Saint-Geours, Je-
rusalén y Babilonia. Religión y política en el Ecuador. 1780-1880, Quito, 1988.
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vedad, no es menos cierto que el fardo de la tradición fue una carga que
tardó mucho tiempo en ser abandonada. En aquellos años, la búsqueda del
individuo todavía tropezaba contra el muro de una sociedad estamental y
corporativa que no irá a desaparecer sino mucho tiempo después. Las re-
vueltas quiteñas que se produjeron entre 1809 y 1812 son todavía un asun-
to que se maneja dentro de ámbitos regulados por pactos de tipo familiar.
La estricta y bien delimitada taxonomía de las diferentes fisonomías racia-
les que efectúa Pérez Muñoz refleja claramente cómo el Quito de princi-
pios del siglo pasado era una sociedad compartimentada en la cual el
hombre no era pensable sino en términos de su pertenencia a un grupo
concreto. La función que cumplen los diferentes clanes y estirpes con sus
redes de parentesco y ámbitos de influencia remiten más a un sistema de
prácticas y de valores muy propios del Antiguo Régimen antes que a una
sociedad de cuño moderno. Asimismo, cuando los insurgentes quiteños
intervienen, su actuación no lo es a título individual sino que con ellos se
ponen en marcha viejos mecanismos que movilizan una constelación de
parentelas y de clientelas adscritas a clanes determinados. El caso de los
Caicedo de Cali o el de los Larrea de Quito, estirpes que son expresamen-
te mencionadas por el autor, muestran la importancia y el peso que tuvo
la institución de la familia en la revuelta insurgente17. En la visión general
que presenta el compendio aparecen manifiestas las contradicciones y am-
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… dir que deje de haber entre tantos o casi todos buenos, algunos malos. Diferentes fa-
milias y aun las más principales de Guayaquil emparentadas con otras de Quito o sus luga-
res, otra crecida porción con íntimas relaciones por sus negocios y comercios con aquellas,
un cuerpo de curas, muchos quiteños, y otros que pueden considerarse tales [...] y los re-
voltosos que como en todas partes no faltan aquí, ha ofrecido todo bastante que hacer a mi
cuidado en diferenes épocas...” AGI. Quito, 262. Juan Vasco al Secretario de Estado y Gue-
rra, Guayaquil, 6 de julio de 1814. El último, a través de la familia lojana de los Valdivieso,
hace referencia a la situación que se vivía en la ciudad de Loja hacia el año de 1813. “Todos
estos accidentes y otros difíciles de numerar y con que sólo fatigaría la atención de V.A.S
acabaron de subyugar este vecindario de manera que aunque se contasen algunos pocos
ciudadanos buenos y otros que por su condición y poca inteligencia prescindían de todo,
era imposible proceder en juicio sobre sus atentados y escandalosas producciones por ab-
soluta falta de testigos que comprueben; pues los habitantes o unidos y cómplices, o depen-
dientes en muchos ramos, hasta en el de subsistencia, tiemblan de poner contra un pudien-
te y atraerse su odio y persecución que han reconocido implacable y feraz”. AGI. Quito, 274.
“Informa Tomás Ruiz Gómez de Quevedo de lo ocurrido el día de la implantación de la
Constitución”. Quito, 1 de noviembre de 1813.
27
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dades que desarrolló ese ejército de médicos franceses que durante casi
medio siglo pululó por las poblaciones andinas no ha sido suficientemen-
te aclarado. El trabajo del colombiano Sergio Elías Ortíz, lamentablemen-
te, sólo reseña la actuación de los franceses con posterioridad al año 1812.
Las sugerentes observaciones de Pérez Muñoz resultan en este sentido de
mucha utilidad puesto que de alguna manera contribuyen a iluminar la
obscuridad existente en torno a este punto. El efecto más claro que se de-
rivó de la llegada del contingente de extranjeros fue el de contribuir a la
ruptura del severo monopolio ideológico que ejercía la Metrópoli. Un
buen indicio de ello fue el hecho de que se acusara a “individuos de nacio-
nalidad francesa” de la publicación clandestina de Los Derechos del Hom-
bre que se efectuó en Bogotá en 179418. Pérez Muñoz, por su parte, no va-
cila en sostener la existencia de un complot napoleónico cuyo fin último
debía ser la incorporación de la América hispana a la órbita de una “Mo-
narquía universal” gala19. No menos importante es la observación efectua-
da en la carta Nº 14 acerca de la filtración de ideas revolucionarias a través
de periódicos impresos en Jamaica. La inquietud que los forasteros provo-
caron llevó a que las autoridades se mantuvieran en alerta permanente.
Hacia 1790, por ejemplo, el Presidente Antonio de Mon y Velarde manifes-
taba ya su preocupación ante la posibilidad de que “algunos individuos de
la Asamblea Nacional”, establecidos en la Nueva Granada, pudieran propa-
gar “especies sediciosas”20. En otros casos, el cordón sanitario tendido por
la Corona fue vulnerado por el fuerte ascendiente que tuvieron personajes
de la talla de Humboldt. Las aseveraciones que en este sentido se hacen en
el Compendio pueden verse refrendadas, tanto por la simpatía que siempre
manifestó el sabio prusiano por la causa de la independencia como por la
gran influencia que llegó a ejercer sobre las élites criollas. El pensamiento
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del Barón, como se sabe, irá a ser uno de los grandes referentes que duran-
te mucho tiempo inspirarán la imaginación política en América.
Aun cuando con toda probabilidad nunca se llegará a determinar
con exactitud el grado de influencia que se ejerció sobre el patriciado crio-
llo, sí es evidente que de este contacto surgió una tendencia de “afrancesa-
dos”. En 1810, por ejemplo, se decía que “la familia de los Montúfar con
sus satélites” admiraban a Napoleón y que poseían un retrato suyo “en una
casa vacía de santos”21. En todo caso, la irrupción más clara de este espíri-
tu tendrá lugar en las primeras décadas del período republicano en donde
van a aparecer claras referencias a la Revolución de 178922. Ciertos intelec-
tuales de tendencia conservadora, empeñados en defender la originalidad y
la integridad católica de los próceres y del movimiento, han venido negan-
do de forma sistemática el “afrancesamiento” de éstos. Después de todo,
emparentar lo ocurrido en Quito con las impiedades de los filósofos que
habían inspirado la Revolución de 1789 ha equivalido de alguna manera a
excluir el hecho religioso de un acontecimiento que, como se sabe, ha pasa-
do a convertirse en un acto fundacional del Ecuador actual.
Por último, la importancia del contingente extrajero también se
puede ver reflejada en el influjo que ejercieron para modificar las costum-
bres y la vida cuotidiana de los criollos. El aporte de una nueva cultura po-
lítica, ciertamente, no vino en solitario. Junto a él penetraron hábitos, mo-
das y gustos que alteraron considerablemente las formas de ser y de estar
de unas élites apegadas a tradiciones de mucho arraigo y muy distantes de
los focos en donde la novedad se producía. Pérez Muñoz refleja muy bien
la situación creada por los forasteros: “Los extranjeros que han venido de
cocineros, reposteros, ayudas de cámara y otras ocupaciones semejantes [a
21 AGI, Div 1, Carta anónima dirigida al Obispo Quintián y Ponte, Quito, 6 de diciem-
bre de 1810.
22 Un estudio interesante sobre este tema puede verse en: Georges Lomnê, “La revolu-
ción francesa y lo simbólico en la liturgia política bolivariana”, en, Miscelánea histórica ecua-
toriana, Nº 2, Quito, 1990.
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23 Véase la carta Nº 7.
24 Véase por ejemplo: Gaspard Mollien, Viaje por la República de Colombia, Bogotá,
1944. Julián Mellet, Viajes por el interior de la América Meridional, (1808-1820), Santiago de
Chile, 1959. Jean Baptiste Boussingault, Memorias de Boussingault, Bogotá, 1985.
25 Véase las cartas Nº 5, 18 y 19.
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26 Para el caso peruano puede verse el clásico de Nathan Wachtel, Los vencidos. Los in-
dios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), Madrid, 1976.
27 AGI, Diversos 1, Ramo 3, Nº 238. Oficio dirigido al Obispo Andrés Quintian y Pon-
te, Quito, 6 de diciembre de 1810.
28 Véase la carta Nº 29.
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32 Sobre esta cuestión pueden encontrarse estudios más extensos en: Anthony Pagden,
Spanish Imperialism and the Politica Imagination, Yale, 1990. Georges Lomnê, “La Revolu-
ción francesa y lo simbólico en la liturgia política bolivariana”, en: Miscelanea historica ecua-
toriana, Nº 2, Quito, 1989.
33 Durante el período independentista y postindependentista, en el Ecuador se explo-
tó al máximo este tema. Las alegorías al pasado indígena no sólo fueron un producto de la
inspiración de Olmedo. Manuel López, un desconocido poeta guayaquileño, compuso un
poema en honor al supuesto señor natural llamado Guayas. Manuel López, “La sombra de
Guayas”, en: Revista del Archivo Histórico del Guayas, Nº 2, (Diciembre de 1972), Guayaquil.
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restituida. Las metáforas que en este sentido utilizó Francisco Talbot son
aleccionadoras: “Nada podía simbolizar mejor la libertad proclamada [...]
que un indio, señor primitivo de ella, de pie, alta la frente, clavando de
punta su lanza en el suelo redimido, como en señal de que la lucha por aca-
bar con la esclavitud había terminado...”34 La búsqueda de lo aborigen co-
mo elemento legitimizador de un nuevo orden también tuvo oportunidad
de plasmarse en importantes operaciones de recodificación de los lugares
de memoria. Así, por ejemplo, las nuevas monedas empezaron a circular
marcadas con las efigies de antiguos “príncipes de la gentilidad” y los vie-
jos topónimos precolombinos fueron resucitados o bien inventados. El Vi-
rreinato de Nueva Granada mudó de nombre pasando a llamarse Cundi-
namarca y, según refiere Isaac J. Barrera, uno de los nombres que se bara-
jaron para denominar a nuestro país fue el de La Atahualpina35. De for-
ma paralela a los cambios que estaba sufriendo la sociedad quiteña, se
planteó el problema de definir la “patria”. Aquí, como en otros casos, el au-
tor deja entrever claramente cómo entre el patriciado criollo “y sus satéli-
tes”, este concepto se encontraba sufriendo un importante proceso de
transformación. Dos imágenes totalmente diferentes y hasta contradicto-
rias se disputaban la primacía. Por un lado estaba la versión antigua o tra-
dicional que reducía la idea de “patria” a una expresión meramente regio-
nal y, por otro, la de El Quito, cuyo alcance pretendía coincidir con la tota-
lidad de la Audiencia y aún más. En la carta undécima se aprecian muy
bien los términos de la primera noción: “La Patria entienden precisamen-
te el suelo y el lugar donde han nacido y el que más extiende su conoci-
miento a la capital o ciudad más grande de su provincia”. Esta forma de
pensar no era ciertamente un capricho, sino más bien el reflejo de un he-
cho cuya realidad era evidente: la fuerza de lo regional. Tal como se ha en-
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36 Ives Saint-Geours, “La Sierra Centro y Norte (1830-1925)”, en: Historia y región en
el Ecuador, Quito, 1994, p. 143.
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un ejército regular o los proyectos del Conde de Aranda son un buen ejem-
plo de ello. Dentro de esta tónica, Pérez Muñoz pretenderá dar solución,
por lo menos, a dos problemas considerados cruciales. Por un lado aboga-
rá por la necesidad de terminar con las corruptelas surgidas de la convi-
vencia entre criollos y funcionarios y, por otro, destacará la urgencia de
reafirmar entre los americanos un sentimiento de pertenencia a la nación
española39. El significado de estas dos tareas son útiles para explicar las
grandes distancias que separaban a nuestro autor de los insurgentes quite-
ños. Mientras que para el primero, un cuerpo de funcionarios honrados
garantizaría la llegada de la benéfica luz del Monarca, para los criollos, sig-
nificaba la ruptura de un modus vivendi que tradicionalmente había limi-
tado el poder absoluto. Para los americanos, que duda cabe, no había me-
jor rey que un rey lejano40. Respecto de la segunda cuestión, Pérez Muñoz
también navega a contracorriente. Tal como ya hemos tenido oportunidad
de destacar, para esta época, los americanos contaban ya con una noción
nueva de patria que los identificaba más con su entorno inmediato que
con la lejana Península. La imaginaria república que deseaban había sido
dotada de una historia y de un futuro propios que, ciertamente, no ofre-
cían cabida alguna a las propuestas del Compendio. El contenido del cate-
cismo elaborado por nuestro autor no es sino un intento vano por intro-
ducir unos referentes que ya resultaban muy difíciles de aceptar.
Sevilla, septiembre de 1997
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(2v) Carta 1
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bo en el Cuzco con un indio de buena vida que después de haber sido cu-
ra llegó a entrar en el coro, de Canónigo, de (7r) aquella Catedral; estando
en la última enfermedad, después de recibir los Santos Sacramentos, hizo
llamar al Señor Obispo y le dijo estas terminantes palabras: Señor Illmo.,
en descargo de mi conciencia hago presente a S.I., que los indios somos
muy propensos a la idolatría y que yo he estado varias veces dispuesto a
idolatrar, mas Dios ha querido libertarme al fin por su misericordia.
Mueren por último sin el mayor sobresalto.
El mestizo es un hombre ni blanco ni indio que tiene de las malas
inclinaciones de uno y otro, hijo regularmente de ilícito ayuntamiento:
cuando le acomodan las circunstancias es indio y cuando no, es tan blan-
co y más caballero que el primero. No tienen educación y son más igno-
rantes que los mismos indios. Están entregados a la ociosidad y a todos los
vicios que a ella son anexos.
Los mulatos, zambos, cuarterones y demás castas conservan a pro-
porción algunas moralidades de sus padres del Africa y en la Religión Cris-
tiana han mezclado parte de aquellos fetiches que veneraban en sus tierras;
esto es, en la misma devoción que manifiestan, mezclan varias supersticio-
nes por un efecto de la poca instrucción que tienen en los principios cier-
tos de nuestra Religión Santa, como sucede a los Indios. A la gente de co-
lor son inherentes la lujuria y la embriaguez y no escasean el robo y la
mentira.
La caridad no les es desconocida y son más fieles (8v) que los indios.
La generalidad de mi aserción no es tan extensa que no se exceptúen mu-
chas gentes de color que son muy buenas y también algún otro indio.
Hablaré a U. en carta separada de los blancos y entre tanto a Dios
que guarde a U. Ms. As.
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Carta 6
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Amigo mío. Dejé para esta carta hablar (9v) de la moralidad de los
frailes y demás eclesiásticos como también de los muchos extranjeros que
se han domiciliado a pesar de las leyes y cédulas que lo prohíben, para no
mezclar muchas cosas juntas y no confundir las especies. Los frailes, tan
útiles por su instituta, no teniendo lo necesario para mantenerse en sus
conventos, les ha servido de pretexto para tratar y contratar como seglares,
vivir y beber con ellos, pasear, jugar y mezclarse en todos los asuntos tem-
porales. Suelen no usar de hábitos fuera del convento y tienen muchas ha-
ciendas donde viven con sus concubinas e hijos.
Los párrocos imitan estas costumbres y vicios, y las curanas, (así
nombradas en los pueblos) son las damas de más mérito, de más lujo y
conveniencias a costa de los feligreses.
No tendría razón Voltaire, ni algún otro impío en decir que los ecle-
siásticos eran infructuosos al estado y a la población, pues hay lugares en-
teros descendientes de clérigos y frailes.
En comprobación de esta verdad, que está demostrada por la mis-
ma publicidad, referiré a U. algunos pocos casos. En Panamá, habiendo he-
cho la visita del Obispado el Sor. Dn. Remigio de la Santa (ahora Obispo
de la Paz) se vino trayendo a un cura que encontró amancebado cuarenta
años había con una negra de la que aún le vivían siete hijos mulatos. Di-
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len mandar visitadores, que más bien dañan que no remedian los desórde-
nes.
Los Provinciales de las Religiones, van a salir de su trienio con au-
mento de su caudal. Y si vienen reformadores y misioneros, se hacen mu-
chos de ellos a las costumbres del país a los pocos años.
Los extranjeros que han venido de cocineros, reposteros, ayudas de
cámara y otras ocupaciones semejantes con los Virreyes, Presidentes, Oi-
dores y otros empleados han aumentado bastante población y también
han introducido algunas costumbres italianas y francesas y hasta opinio-
nes bien perjudiciales a la religión que profesamos. En la parte política ha-
blaré a U. más de estos extranjeros, entre tanto Dios guarde a U. muchos
años.
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cerdote y Cura, el que en otra parte no sería capaz de ser monacillo de una
parroquia. Formado el plan de enriquecer y ascender a mayores dignida-
des, van al curato, no a cumplir con sus obligaciones, sino a exigir de los
feligreses cuanto les parece, juntando muchos pesos para tener cómo gra-
tificar o comprar otro más pingue beneficio sin reparar en los medios más
(11v) despreciables y ridículos. Remiten por último a sus agentes en Ma-
drid cantidades considerables y suelen conseguir canongías y algunos
otros también Obispado, especialmente en tiempo del anterior Gobierno,
en cuyas experiencias se fundan para afirmar públicamente que sólo con
plata se consigue algun empleo, llegando a tanto el abandono sobre esto
que no se avergüenzan de decir en público, que han mandado unos ocho
mil pesos, otros seis y otros más para obispar o mitrar.
Quisiera omitir del todo casos particulares sobre la conducta y ma-
nejo de los curas, pero me parece indispensable referir a VM. algún otro
para que forme cabal concepto.
Vi en un pueblo grande del Obispado de Quito la costumbre y su-
perstición que había el día de difuntos, y lo mismo sucede en todos los
pueblos donde los curas venden la acción de responsear a los Frailes Sacer-
dotes o Legos y a los clérigos o monacillos, que por diez, doce o veinticin-
co pesos toman salvoconducto del párroco para trabajar todo el dicho día
en los términos siguientes. Se ponen un boquete o sobrepelliz, previenen
un tinajo de agua con un hisopo muy grande y comienzan a responsear en
términos que ni se sabe, ni casi se oye lo que dicen, solo si se advierte el
charco de agua que van haciendo, con la que rocían con el hisopo a lo cual
acuden los indios con las ofrendas que tienen (11r) puestas en el suelo en
el cementerio y echados ellos también sobre la tierra aplican de cuando en
cuando el oído a ella con mucho tiento y dicen que sienten al difunto que
chupa de la ofrenda. Se ríen de estos los curas y responsandores, pero los
dejan en su ignorancia porque siga el tráfico hasta la noche, siendo un con-
tinuado comprar de los indios el mismo pan, fruta, chichas, huevos, po-
llos, cuyes y otras materias de sus ofrendas, a los mismos echadores de
agua, que van reduciendo a plata toda su mercancía.
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Carta 9
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nen a menos darles sus hijas para mujeres y esposas, pero con todo los cri-
tican y los desprecian, echándoles en cara (12r) cuando se les antoja, que
fueron cocineros, etc. Ellos, comparándose con los indios, mestizos y de-
más castas, se encuentran muy superiores y a lo menos iguales a los padres
de los que murmuran y zahieren.
Lo mismo sucede con los pulperos y mercachifles que, enriquecien-
do con su industria y trabajo, les echan en cara sus principios de marine-
ro, soldado desertor, polizón, etc. resultando varias riñas, alteraciones, eti-
quetas y envidia, que transmitiéndose de unos a otros ha venido en termi-
nar en un aborrecimiento mutuo y odio mortal.
En la infausta época del gobierno anterior se han vendido Presiden-
cias, Togas, Obispados y demás empleos, lo que ha contribuido a generali-
zar los males, el desafecto a las leyes y al Gobierno y el mirar como tiranos
a los jefes que venían, no tan solamente de los hijos del País, más también
por los mismos europeos, pues todos igualmente han sido sabedores de los
excesos y participantes de los efectos de la mala administración de justicia.
Verse, amigo mío, con un Virrey, Presidente, ahijado de un Señor
Ministro que volvía o hacía volver originales las quejas que se dirigían al
Rey contra alguno de los ahijados; o algún cobachuelista remitir copia de
las representaciones. ¡Ah! es cosa bien pesada. Por esta causa y por la dis-
tancia que hay al Trono, sobre todo por (13v) evitar un golpe de arbitra-
riedad de estos jefes, los principales y más ricos de estos países rendían una
adoración tan extraña a estos falsos simulacros que, con lo espeso de los
humos de la adulación, les embotaban también todos los sentidos. Por ma-
nera que los obsequios grandes por una parte prestados con el mayor aba-
timiento y por otra admitidos por hombres de ningún mérito, engreídos
con lo mismo que ni esperaban, ni merecían, se han hecho insoportables
y han arrastrado el nombre de su odiosidad hasta el de la autoridad del
Gobierno que los había colocado. En otra carta, amigo mío, hablaré a U.
de otros motivos políticos que igualmente han concurrido. Dios guarde a
usted muchos años.
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los Reyes de España, las mandan dar graciosamente al que las denuncie,
para su cultivo y labranza, sin exceptuar indio, blanco, ni clase alguna. Con
estas disposiciones se han ido beneficiando terrenos, aumentando pobla-
ciones y extendiendo el comercio.
El indio tiene tierras propias, aún más de las que puede cultivar; hay
en todos los pueblos tierras que llaman de comunidad, donde mantienen
sus cabezas de ganado y pueden sembrar lo que les de la gana, mas como
ellos se contentan con poco, suelen no sembrar más que sus guasipungos.
Nadie les ha quitado el derecho de denunciar y cultivar cuantos terrenos
gusten, pues en ellos harían gran beneficio al Estado. Caben en las Améri-
cas más de treinta partes de habitantes de los que hay en solas las campi-
ñas, montes y selvas incultas; luego a las Américas, se seguiría el mayor be-
neficio y aumento de valor en que se beneficiasen los campos y desiertos.
Por tanto, está muy preocupado el ignorante que diga que a los indios les
han quitado hasta sus tierras. Ni se puede decir tampoco de los pedacitos
que ellos se contentan laborear, pues éstos los saben defender y aún intro-
ducirse en los del vecino y formar pleitos que (14r) suelen ganar aun con
la justicia obscura, porque las leyes favorecen mucho a los indios y sus
agentes y protectors abusan de la confianza que de ellos hacen las mismas
leyes.
Se extiende a mucho más la ignorancia del criollo. Dice y piensa que
la plata que va a España es robada, sea de los comerciantes, sea la pertene-
ciente al Real Erario; ni pretenden, ni quieren saber la inversión de ella, ni
lo que cuesta mantener estos dominios en paz y de las acechanzas de los
extranjeros. Otros varios errores manifestaré a U. en otra carta entre tanto
ruego a Dios guarde su vida muchos años.
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Amigo mío. La distancia del trono (17v) como en otra anterior ten-
go dicho a U. es causa de que los rayos de la Majestad lleguen con poca
fuerza, porque en el camino tocan en cuerpos opacos que absorben su luz.
La Ley justa y sabia que manda que cuando se gana o saca alguna
providencia con obrección y subrección se obedezca y no se cumpla; al pa-
so que es la mas arreglada produce muy graves inconvenientes. El Presi-
dente, Gobernador o Audiencia que quieren perder alguno, dicen que ga-
nó con obrección o subrección y representan a su R.M., si es necesario, fra-
guando alguna información a su antojo; y tiene U. que el pobre que ganó,
se queda perdido y tal vez sin esperanza de poder recuperar su opinión. En
estas y otras diligencias o le coge la muerte o se va su enemigo y él queda
arruinado. Las residencias se hacen de perspectiva, sólo que haya algún pu-
diente sentido y agraviado por el residenciado, que entonces, hasta sacan
de quicio las pruebas y diligencias y hasta calumnian al juez residenciado,
hallándose testigos siempre que el Poderoso quiere para probar cuanto se
le antoja.
La falta de correos de la Península y mala disposición en que se ha-
lla su dirección a estos países y los dependientes que suele haber de poco
mérito y ningunas circunstancias han causado y causan muy graves daños
y perjuicios. Se pasan cuatro, cinco meses y aún más, en (17r) venir una
correspondencia, que llegan aglomeradas; en estos meses maquinan los
enemigos del Estado mil noticias y patrañas que extienden con mucha fa-
cilidad en Gacetas y papeletas impresas en Jamaica, arraigando en los en-
tendimientos y corazones bien dispuestos, todas sus ideas de subversión e
independencia que no pueden desvanecerse con la llegada de un solo co-
rreo marítimo de la Península, las que pasado éste vuelven a desenvolver
los agentes de la desobediencia con otras nuevas que ya tienen preparadas.
Los dependientes de los correos, sacrifican la confianza pública y, adulan-
do a los jefes que mandan, les entregan las cartas que tratan de su conduc-
ta y las quejas que se dirigen contra ellos a la superioridad; no atreviéndo-
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se con esto mucho a dar parte, como harían en tiempo oportuno para re-
mediar los males. Aconteció la rebelión en Quito el año pasado de 809 y
habiendo dado cuenta al Virrey de Santa Fé, mediante un Propio que hice
con un pliego a la villa de Ibarra, con encargo a Dn. Antonio Melo, Admi-
nistrador de Correos, para que lo dirigiera con un expreso ganando horas
al señor Virrey tuvo por conveniente dicho Administrador abrirlo y, ente-
rándose en su contenido, lo dirigió a la Junta Revolucionaria de Quito,
quien decretó mi total exterminio. No es del intento hablar a U. de las cir-
cunstancias que esto (18v) me ha acarreado, sólo sí que habiéndose resta-
blecido la legítima autoridad lo hice presente y nada se adelantó, ni se cas-
tigó, ni menos se remedió.
Siguen en el mismo pie en Quito las correspondencias y por ellas se
está persiguiendo a los fieles y leales Realistas. Dios guarde a U. muchos
años.
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cia que tanto halaga las pasiones; y en realidad de verdad digo a U. que en
ninguna parte se vive con más desahogo que en estaa Américas Españolas,
donde ni se castiga el amancebamiento, ni el juego prohibido, ni la em-
briaguez, ni casi el robo, ni homicidio y donde ni se sabe el que cumple con
la Iglesia, pues ni se recogen cédulas. Con todo desean y ansían la novedad.
La piedad falsa ¡Oh! amigo mío, disfrazada la injusticia con el velo
de la piedad, ha ocasionado los mayores males. Acostumbrados los indios
y demás habitantes de este mundo a ver que los mayores delitos y las rebe-
liones más completas se quedan sin castigo, no recelan, ni han temido el
hacerlas cuando se les ha puesto en la imaginación. En la ciudad de Quito
solamente, se cuentan ya veinticuatro alzamientos y es axioma entre sus
moradores que habiendo plata, todo se compone; sí amigo mío, con la pla-
ta que han dado a los jefes y Tribunales, han moderado las diligencias y las
mismas sentencias se han venido a reducir siempre al destierro de algunos
Indios o mestizos; y alguna vez, uno o dos ahorcados de las mismas clases;
excusándolos con que son ignorantes, que estaban ebrios y otras cosas se-
mejantes; pero los europeos muertos, muertos se quedaron; (19v) sus bie-
nes saqueados y robados, lo mismo; y los autores de todos los males que
fueron los blancos criollos, riendo y festejando su maldad. A esta piedad
falsa, interesada e injusta se ha agregado el miedo de algunos de los que
han mandado, pues a título de seguridad pública, han ido aumentando
soldados y armas cuyo resultado ha sido darles luz y conocimiento de lo
que ignoraban y hacer como desenrollar aquella inclinación guerrera y mi-
litar que les era tan contraria. Aumentos de milicias y tropas disciplinadas,
al mismo tiempo que han llenado los bolsillos de los instituidores, han ex-
tendido el germen de la sedición y desobediencia. Concluyo esta carta con
referir a U. que en el año 93 se descubrió en Quito, se probó y justificó ple-
namente que el Marqués de Selva Alegre, con Morales, Salinas y los dos
hermanos Espejos fueron autores de los pasquines y banderillas de liber-
tad republicana que amanecieron puestas en las esquinas. El médico Espe-
jo murió durante su prisión, el clérigo salió de ella y los otros ni entraron.
Estos mismos han sido los causantes de las rebeliones de 1809 y 1810 y
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hasta ahora el Marqués de Selva Alegre Montúfar, con todos los de su fa-
milia, se están paseando. ¡Oh Piedad,! ¡Oh justicia!
Dios guarde a U. muchos años. (19r)
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Andrés Quintián y Ponte, detuvo sus soñadas ideas, al paso que la fideli-
dad y valor de los pastuxos, deshizo sus huestes desordenadas y cobardes,
dispersándolas en Guaitara y derrotando enteramente a los fanáticos qui-
teños, quienes perdieron todas las armas que llevaban, cañones y pertre-
chos con algunos hombres muertos, otros heridos y muchísimos prisione-
ros, entre estos el Comandante General Dn. Xavier Ascázubi. Desconsola-
dos con tan mal principio y con el discurso que el Regidor Dn. Pedro Ca-
lixto y Muñoz en el primer Cabildo que en Quito celebraron, hizo sobre la
novedad causada, en que después de hacerles (23v) ver su falta de política
y de conocimientos, concluyó con sacar la espada y decir que le cortaran la
cabeza con ella misma, antes que faltar él al juramento de fidelidad al Rey.
No atreviéndose a quitarle la vida por temor de sus parientes y lo
bien visto que estaba en el pueblo, resolvieron los insurgentes descartarse
de él remitiéndolo a Cuenca con título de Embajador y con la mira de ha-
cerlo asesinar en el camino. Logran la ocasión en el pueblo de Alausí, don-
de interceptaron la correspondencia que había entablado dicho Regidor
con el Obispo y Gobernador de Cuenca; dispáranle por dos veces veinti-
dos soldados guiados y mandados por dos oficiales, en cuarto angosto y
sálvalo la providencia de la muerte, saliendo herido solamente de siete gol-
pes de bayoneta y sable que los dos oficiales le dieron. Corre la noticia: en
Quito reciben enhorabuenas los insurgentes que lo dieron por muerto; pe-
ro en los pueblos inmediatos, donde a su tránsito había dejado sus parti-
dos por la justa causa, se alarmaron contra los alzados y fórmase contra-
revolución. Llega Aimerich con las tropas de Cuenca y hallándose ya en
Ambato, dispuso el Conde Ruíz de Castilla, (23r) repuesto ya en la Presi-
dencia por los mismos rebeldes, celoso de que el gobernador de Cuenca
por consejo del Regidor Calixto, iba a desposeerlo del empleo por su an-
cianidad e ineptitud, según Arrechaga procuró influir en el ánimo y juicio
del expresado Conde por lograr sus particulares ideas éste favorito.
Reciben solamente cuatrocientos hombres que remitió el Virrey de
Lima al comando de Arredondo, entran en Quito sin oposición y se en-
cuentran libres de las prisiones a los Europeos que habían podido haber a
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las manos y a los Oidores repuestos en sus empleos y al parecer queda to-
do sosegado.
Con setecientos mil pesos que hubo en efectivo en la Reales Cajas;
con el producto de todos los bienes de los europeos y el de los diezmos
eclesiásticos habían formado el cálculo de los gastos para verificar el plan
de costear las expediciones que debían ir seduciendo y conquistando toda
la América Meridional, dispuesta generalmente a recibirlos como héroes
de su libertad y felicidad.
La Señora Da. Carlota Joaquina, Regente del Portugal, había dirigi-
do un oficio desde el Brasil, circulando (24v) la noticia del cautiverio de su
augusto hermano el Sr. Dn. Fernando Séptimo, haciendo ver al mismo
tiempo que a ella correspondía la sucesión a la Corona de España en el ca-
so de fallecer sus hermanos en la prisión y que en el entretanto le corres-
pondía la Regencia del Reino. El patriarca del Portugal escribe también la
noticia de la prisión y trabajos en que se hallaba el Sumo Pontífice Pío Sép-
timo y que teniendo muchas facultades en lo espiritual debían acudir a su
eminencia, colocado por la divina Providencia en la América, no distante
Quito de su habitación por Maynas. Figúranse los alzados quiteños la me-
jor ocasión de engañar a estos personajes y tratan de ofrecerles su obedien-
cia respectiva y de pedir el único auxilio de que dejen introducir veinte mil
fusiles para armar soldados y someter con la fuerza los pueblos que se re-
sistan hacerlo con gusto a la obediencia de su Alteza.
Comisionan a un sargento los rebeldes para que vaya por Maynas a
traer algunos de los veinte mil fusiles que los anglo americanos y los ingle-
ses habían de tener en el Brasil; más el dicho (24r) sargento noticioso de la
contra-revolución de Quito, no vuelve y se queda con los miles de pesos
que le habían entregado.
Restablecida la legítima autoridad en Quito, llegan tropas de Santa
Fé en número de ciento ochenta hombres a las órdenes de Duprat, otros
soldados de Popayán y Pasto, comandados por Angulo, trescientos pana-
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nas de las casas hicieron fuego y de las tiendas de las calles salían con cuchi-
llos y los destripaban los rebeldes. Si los que estaban escondidos en la mis-
ma iglesia parroquial del Sagrario por su cura Dr. Caicedo Provisor Vicario
General, sobrino del Obispo, hubieran salido, logran enteramente el golpe
de su intención de sacar los presos del cuartel y lo demás ya expresado.
Reúnese la tropa del Rey del modo posible y viendo muertos a Ga-
lup, dan muerte a los presos del cuartel que fueron diecisiete., entre ellos,
Salinas, Quiroga, Morales, Ascázubi y los demás, todos de graves causas.
Perecen en las calles ciento cuatro de los rebeldes, quienes asustados
y llenos de miedo, se huyen precipitadamente y se esconden; tuvieron la fe-
licidad de que el Presidente, Oidores y los Comandantes fueron igualmen-
te poseídos del mismo terror; y sin oír la propuesta del Regidor Calixto de
que con doscientos hombres entregaría en pocos días a todos los caudillos
y motores principales; se volvió a echar bando de indulto general y hasta
el que dió muerte a Galup, cogido aquella noche misma, fue puesto en li-
bertad.
Dios guarde a Usted muchos años.
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1 Nota del Autor: “Discurriendo cumpliría con la fidelidad que Goyeneche y demás en-
viados de la Junta de Sevilla”.
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cribió a dicho Virrey, avisándole lo que era Dn. Carlos Montufar, como
emisario de Bonaparte y también de los Jacobinos, que por el Barón Hum-
bolt fue presentado en París al Emperador cuando se coronó y le dijo:
¿Conque de Quito se puede venir a París? y que siendo Jacobino era preci-
so viniera encargado de ellos. Que así no permitiera S. Exa. de ningun mo-
do seguir viaje para Quito, pues el fuego mal apagado de la rebelión se in-
flamaría de nuevo y consumiría el Reino entero. Hágase U. cargo de este
nuevo motivo de mi observación. También tuvo cartas el Virrey Amar y
órdenes para dejar obrar al Comisionado Regio y así no quiso que Dn.
Juan Sámano Coronel del auxiliar de Santa Fé, se opusiera como quiso con
la fuerza.
Se establece en Quito (27r) seguidamente una nueva Junta Suprema
y nombran para ella aquellos mismos insurgentes acérrimos y contuma-
ces. De plataforma eligen Presidente de ella al Conde Ruiz de Castilla y em-
pieza Montúfar a disponer a su antojo. Mandan salir las tropas de Lima,
Popayán, Pasto y de Panamá, obedecen inmediatamente sus comandantes
y últimamente las pocas de Santa Fé se dejan quitar las armas al salir de la
ciudad. Con éstas y las demás que quedaron en el cuartel, arman soldados
y caminan contra las tropas del Rey que se habían quedado en Guaranda,
engañan a éstas diciendo que vienen ocho mil hombres contra ellos, que
eran ochocientos; y el comandante Arredondo, manda retirarse precipita-
damente a Guayaquil dejando a los insurgentes desvanecidos y dueños de
un punto tan interesante que prontamente reforzaron con un fuerte y ca-
ñones para estorbar la subida del camino de Guayaquil. El comandante
Arredondo es llamado a Lima y estuvo en Consejo de Guerra, del cual sa-
lió bien y premiado con el gobierno de Guarochirí que aún obtiene.
Nombra la Regencia de España Presidente de Quito a D. Joaquín de
Molina; viene éste a Guayaquil (28v) y Cuenca, empieza a tomar disposi-
ciones, recluta gente, la disciplina y trata de atacar a Quito y sus provin-
cias. Temen los alzados y recurren a la intriga y a la maldicencia; lo infa-
man atribuyéndole vicios que no tiene de corio, ladrón y otros, poniendo
papeles en las esquinas de las calles. Escriben a Mejía y Puñonrostro y és-
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berse llevado la noche antes cuanto pudieron hasta las monjas de los dos
conventos de Carmelitas y de Santa Clara huyeron persuadidas por el
Obispo y sus Capellanes de que la tropa del Rey las ajaría y quitaría su vir-
ginidad. No se fueron las de la Concepción y de Santa Catalina, porque ha-
bía monjas realistas entre ellas.
Huyen a la villa de Ibarra los rebeldes y no se les persigue pronta-
mente. Vuélvense a juntar y fortificar, y cuando el Comandante Dn. Juan
Saamano va con trescientos ochenta hombres a perseguirlos los encuentra
dispuestos a resistir. Deja en Otavalo nueve enfermos y los matan a palos
despiadadamente. Llega al pueblo de San Antonio a esperar la rendición de
las armas que ofrecen hacer los insurgentes con los juramentos más solem-
nes, pero en vez de cumplir su palabra acometen repentinamente al dicho
Saamano reforzando con ciento ochenta hombres que mandó Montes de
Quito con mil soldados de caballería bien montados y mil fusileros dies-
tros al mismo tiempo que con doce cañones, rodeándolos por los dos cos-
tados y por detrás más de seis mil entre indios y mestizos, para si alguno
escapaba darle al punto la muerte, al mismo tiempo que aturdirlos con los
desaforados gritos que les daban.
Resueltos los insurgentes (32v) a vencer o morir, hicieron sus últi-
mos esfuerzos. La ventaja que les proporcionaba el sitio, las superiores ar-
mas que tenían y los refuerzos que continuamente les llegaban de la villa
de Ibarra, distante sólo media legua los tenía en tal disposición que alegre-
mente cantaban la victoria y para celebrar este triunfo tenían destinado a
Don Pedro Pérez Muñoz, a la sazón preso en aquella villa, para cortarle la
cabeza en la plaza.
Duró casi todo el día el combate, apuradas ya las municiones a las
tropas del Rey con muchos muertos y más número de heridos, se hallaban
en el último extremo. En este estado coge un soldado limeño un cajón de
pólvora a los enemigos y con la abundancia de balas que recogieron del
suelo en la plaza del pueblo de San Antonio, donde estaba Saamano con
los suyos, sin dar muestras de cobardía, hicieron bastantes cartuchos,
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de los dos Espejos tan insurgentes, el médico que murió y el clérigo que
aún vive.
Cuarta: hallarse empleados americanos que aunque parecen bue-
nos, cuando llega a tratarse de independencia dejan de serlo. V.gr. el Obis-
po de Panamá, el de Quito y Narváez teniente general en Cartagena de In-
dias y otros varios que han llenado su antojo y sus deseos.
Con estos motivos que han acompañado a la rebelión, no extrañará
a V.M se hiciera general en poco tiempo.
No hablaré a V.M del (34r) Reino de México, tan rico y floreciente
que era, donde reducido todo al saqueo, al incendio y devastación, no se
halla más que horror y confusión. Una infinidad de cabecillas, muchos de
ellos curas de los pueblos, como Morelos, Hidalgo, etc., se han disputado
la primacía en el mando y entre ellos mismos se han destruido, siguiendo
el plan único de su ambición. Los héroes Calleja, Venegas, Cruz, y otros
muchos patriotas han cumplido su deber con los realistas que les han
acompañado y servido. Ya se han visto obligados a no dar cuartel ni per-
donar la vida a sus enemigos que, reducidos a partidas de ladrones y ban-
didos, no se contentan con robar sino matar absolutamente a todos cuan-
tos cogen, haciéndoles experimentar los más crueles y dolorosos tormen-
tos, colgados de los pies, les van arrancando a pedazos todos sus miem-
bros. A unos entregan a las llamas, a otros dejan a las aves, completando su
inaudita barbarie con dar parte al Virrey de lo que han hecho.
(35v) Puede que llegando Venegas con las tropas que se anuncian de
la Península, ponga fin a tanto escándalo de la naturaleza.
En el Perú, La Paz, la ciudad de la Paz, se adelantó a Quito ocho días,
por equivocación en la ejecución del plan de rebelión en 1809. Manda el
Virrey de Lima Abascal tropas contra ella al comando de Goyeneche, aun-
que le resisten, entra triunfante. Hace algún castigo y créese ya apaciguado
el alzamiento. Despliega las banderas rebeldes Buenos Aires y suenan los
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mas y los demás conducidos a Quito, donde los han destinado a varios pa-
rajes sin seguridad de los que se han ido y vuelto a sus tierras a renovar sus
anteriores diligencias.
Nariño permanece en Pasto y los pastusos no lo han querido entre-
gar al Presidente Montes, contestándole que lo ha de poner en libertad co-
mo ha hecho con todos los demás porque le han dado alguna plata y ha de
volver otra vez contra ellos, como la experiencia ha manifestado de los de-
más. Que han dado cuenta al Rey.
En este estado indispónese Montes con Aymerich, le manda retirar-
se a Cuenca su gobierno con orden de que no entre en Quito figurando
que habría novedad en el pueblo con su vista y por dar gusto a los alzados
hizo esto Montes y nombró en su lugar a Vidarrasaga para que vaya de go-
bernador a Popayán, solicitando este arbitrio por Mosquera Alcalde ordi-
nario de aquella ciudad, quien manifestando arrepentimiento de su insur-
gencia quiere dar prueba de fidelidad. Destierra Montes a varios rebeldes
de Quito, algún otro a Puerto Rico, a Chagre y dos a Manila; a otros más
los remite sin escolta a los pueblos contiguos al mismo Quito. No advier-
te que esto causa mayor mal, pues siendo estos mismos pueblos infestados
de los propios sentimientos de alzamientos, los han mirado en ellos como
héroes y caudillos de su libertad y son como misioneros de la rebelión e in-
surgencia. Remite a Carlos Montúfar a Guayaquil con buena recomenda-
ción y de allí es llevado a Panamá, de donde lo dejan ir y resulta nueva-
mente en el Reino de Santa Fé, haciendo gente contra Popayán y con sus
reglas de perfidia y arte seductor, mantiene los ánimos generalmente de to-
dos (39r) en el mismo modo de pensar que han manifestado y sostenido.
Toma el Presidente Montes el sistema de contemporizar con los rebeldes y
deja libres a los mayores delincuentes. Su temor y cobardía le hacen tratar-
los con las más grandes demostraciones de confianza y riéndose ellos de su
falsedad, sólo esperan, manifestándole la más extraña sumisión, el que se
les acerque algún socorro para degollarlo y quemarlo como a los pocos
realistas que han quedado en Quito y su provincia, bien notados por los
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El negro, enemigo del blanco, el indio del negro y del blanco y las
demás clases de mulatos, zambos, mestizos, etc. guardan regla de propor-
ción del partido que les acomoda a sus inclinaciones y a sus deseos. El
blanco criollo exterminaría de una vez a sus padres europeos, valiéndose
de las castas para esto como hemos visto. Quedando sólo el criollo, sería
exterminado por los indios y mestizos en países internos y fríos. Téngase
presente lo de Quito y el decreto de Pomacagua de quitar la vida a todo el
de cara blanca, sin distinción de clase y sexo y en los calientes y costas, por
los negros y mulatos que son los que abundan. Verificado esto los indios
consumirían a los mestizos y los negros a los zambos y mulatos como es-
tá experimentándose en la isla de Santo Domingo, pasando después estas
tierras a ser colonias extranjeras.
Paréceme muy al caso recordar a U. aquella ley de los Romanos que
mandaba a castigar al parricida, metiéndolo en una cuba, vivo con un pe-
rro, un gato, un mono, un gallo y una culebra y que arrojándola al Tiber,
fuese despedazado por aquellos tan diferentes, inmundos y contrarios ani-
males. En España, hasta en nuestros días se hace la ceremonia de echar en
una cuba al parricida después de muerto y pintando en ella los anteriores
referidos animales.
Dios guarde a Usted muchos años.
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FABULA
CRIA CUERVOS Y TE SACARAN LOS OJOS
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Carta 25
Amigo mío. Las enfermedades de todo (49v) cuerpo, unas son agu-
das y otras son crónicas, según dicen los médicos: las primeras se curan con
remedios fuertes y violentos y las segundas con otros más suaves y lentos.
Bajo este concepto voy a proponer a usted los medicamentos físicos, políti-
cos y morales respectivos a las dolencias del Estado en esta parte de la Mo-
narquía Española, para con ellos poder remediar y reparar los gravísimos
daños que se están experimentando y poder precaver el total exterminio y
la absoluta separación que le tengo anunciada del cuerpo de la Nación.
En esta carta sólo hablaré a usted de lo físico y ejecutivo dejando pa-
ra después el tratar de los demás remedios.
Primeramente es indispensable una fuerza armada muy poderosa
que sujetando imperiosamente los exaltados humores de la rebelión pue-
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Carta 28
Amigo mío. Apunté a usted en una de mis anteriores cartas una ins-
trucción política muy breve y corta que debía agregarse al catecismo de
doctrina cristiana a fin de que los habitantes de las Américas sepan algo y
formen juicio de lo que es Rey, Patria y España, cuya ignorancia ha contri-
buido en gran manera a generalizar la rebelión y los males que se han se-
guido. Voy a hacerlo con preguntas y respuestas para facilitar hasta en los
párvulos la retención en la memoria.
P. ¿Quién es el Rey? R. Rey es un hombre privilegiado por la natura-
leza y por Dios, puesto por éste para mandar y gobernar su Reino. P. ¿Qué
respeto se debe al Rey? R. El mismo y más a nuestros padres, porque es pa-
dre general (58v) de sus vasallos. P. ¿Y el que no obedece y ama al Rey qué
pecado comete? R. pecado mortal contra el cuarto mandamiento de la Ley
de Dios. P. ¿Qué tratamiento se da al Rey? R. El de Católica Real Majestad.
P. ¿Y a la Reina qué tratamiento se le da? R. El mismo que a su marido aun-
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que éste haya muerto. P. ¿Los hermanos y tíos del Rey que tratamiento tie-
nen? R. El de alteza, como también los hijos, aunque el mayor se distingue
con el título de Príncipe de Asturias, los demás son nombrados infantes de
España, como sus mismos tíos. P. ¿Qué cosa es la Patria? R. Es el Reino y
los Estados juntos que están bajo el dominio del Rey. P. ¿Y la tierra donde
uno nace se llama Patria? R. Sí, también se nombra así para denotar el lu-
gar de nuestro nacimiento. P. ¿Qué cosa es España? R. Es una porción de
tierra grande rodeada por tres partes del mar y por esto se llama Penínsu-
la. P. ¿Y nuestro Rey dónde vive? R. En la dicha península que está pobla-
da de muchas provincias, en ellas muy grandes ciudades, otras muchas
más pequeñas (58r) y una multitud e infinidad de villas y lugares peque-
ños, que juntan entre todos muchos millones de hombres valientes. P. Y
qué frutos hay en las provincias y tierras de España? R. Hay de todo cuan-
to se puede imaginar para el alimento y regalo de aquellos hombres. Hay
montes, hay ríos, maderas de todas clases y minas muy ricas de todo géne-
ro de metales, pero las de oro y de plata, no se trabajan ahora porque esto
se hace en las Américas. P. ¿Qué cosa son las Américas? R. Son una inifini-
dad de tierras unidas al gobierno del Reino de España que los Reyes Cató-
licos Dn. Fernando y Da. Isabel hicieron descubrir por medio de Cristobal
Colón y desde entonces se han poblado con Españoles que han ido vivien-
do y son descendientes de aquellos todos los de color blanco que ahora se
encuentran en estas provincias. P. ¿Antes de esto qué era lo que había en
estas tierras? R. No había más que indios gentiles que no tenían noticia de
las ciencias. P. ¿Qué utilidades se han seguido a estos (59v) infelices indios?
R. La primera y principal hacerlos cristianos convirtiéndolos a la Fé los
misioneros que los Reyes de España han mandado y el que cuida hasta
ahora de que tengan curas que los doctrinen. P. ¿Qué otras ventajas se han
seguido a los indios con haberse incorporado a la Corona de España? R.
Haberse civilizado, tener ya noticia de las ciencias e instrumentos para las
artes, aún de aquellas que ellos no ignoraban. P. ¿Qué otras utilidades se
han seguido a estas tierras y a los indios? Haberse extendido el comercio y
saber ya de agricultura, con que se ha dado un valor incalculable a estas
tierras, produciéndose ya en estos países los mismos frutos que en España
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de donde han venido las semillas de casi todo lo que ahora hay y se come
hasta de lo que se bebe de vinos y licores exquisitos, pues antes no cono-
cían los indios más que la chicha y pulque. P. ¿Qué más han logrado los in-
dios? R. Tener unas leyes sabias y piadosas que los gobiernan en lugar que
en tiempos de su gentilidad no sabían más que obedecer a sus emperado-
res, quienes a su antojo los (59r) mandaban y no les permitían propiedad
alguna de sustancia ni entidad; y ahora tienen y pueden tener cada uno
cuanto adquiriere con su industria y trabajo. P. ¿Cómo deben tratarse los
que nacen en España y en las Américas? R. Como hermanos, pues además
de la Religión Cristiana Católica que los une, son todos Vasallos del mis-
mo Rey y componen en todos una misma Sociedad que se llama patria.
Dios guarde a Usted muchos años.
Carta 29
Amigo mío. Voy a poner en lista los nombres de los empleados prin-
cipales en las distintas épocas y revoluciones de Quito para que vea usted,
segun le ofrecí, los actores más recomendables que han causado tanto es-
cándalo, tanto ruido y lo peor, tantos males casi irremediables en toda la
América. Los he conocido y tratado a todos singularmente y podía dar A.U
una noticia muy cabal de sus nacimientos, vida y costumbres, mas con-
templo (60v) que para el fin que usted quiere la noticia, no hay necesidad
de tanto, porque no pretende casar a ninguna de sus hijas con alguno de
esos hombres. Con todo es conveniente advertir a usted que hay entre ellos
muchos naturales, espúreos y sacrílegos. Casi todos son o han sido aman-
cebados públicamente. Otros casados clandestinamente, jugadores los
más, bebedores muchos de ellos, tramposos muchísimos, de poca o ningu-
na religión, maestros y traidores todos juntos al Rey y hasta con ellos mis-
mos. Se exceptúan algunos tres o cuatro, que notados de sectarios de Mi-
guel de Molinos, aparentan una virtud hipócrita.
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riano Merizalde, Fiscal del Congreso con voto. Dn. Salvador Murgueitio,
Secretario y Vocal del Congreso. Dn. Luis Quijano, Secretario y Vocal del
mismo.
Lista de los que compusieron el Consejo de Vigilancia puesto por el
Congreso Nacional.
Primeramente, D. Manuel José Caicedo Presidente Previsor. Dn.
Manuel Güisado, Canónigo. Dn. Nicolás de la Peña. Dn. Pedro Escobar.
Dn. Baltasar Pontón. José Corral. Dn. Vicente Lucio Cabal, Fiscal. Dn. Ig-
nacio Rendón, suplente. Dn. Maximiliano Coronel, Canónigo Arcediano.
Dn. Nicolás (62r) Ximénez, Secretario.
Nota. Casi todos los empleados ya mencionados en las listas ante-
riores son abogados y graduados de Doctores, licenciados o bachilleres,
pero todos se nombran de doctores, habiendo llegado el abandono en la
Universidad de Quito hasta dar grados de doctor por poderes. En Guaya-
quil aún vive el protomédico Hurtado que tomó así su grado de doctor en
medicina y salió por las calles de Guayaquil con música, adornado con su
museta amarilla, luego que recibió el título que le mandó de Quito Dn. Pe-
dro Arteta, su apoderado.
Lista de los comandantes de las tropas insurgentes de Quito en la se-
gunda rebelión del año de 1810. Primeramente Dn. Carlos Montúfar Co-
mandante General. Dn. Francisco Calderón, oficial Real de Cuenca, Co-
mandante del Ejército del Sur, que iba contra Cuenca y Lima. Dn Pedro
Montúfar, Comerciante, hermano de Selva Alegre y Comandante del Ejér-
cito del Norte contra Pasto. Dn. Joaquín Sánchez de (63v) Orellana, id. Dn.
Jacinto Sánchez, su hermano Marqués de Villa Orellana, Comandante. Dn.
José Sánchez su hijo, id. Dn. Joaquín Mancheno, id. Dn. Feliciano Checa,
id. Dn. Ramón Chiriboga, id. Dn. Vicente Lucio Cabal, Comandante de los
indios, y Dn. Manuel José Caicedo, id. Dn. Miguel Ponce, comerciante y
hacendado director de la fábrica de fundición de cañones, id. José Pérez,
cura de Chillogallo, id. Dn. Tadeo Romo, cura de Machache, id. Fr. Fran-
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cisco Hurtado, franciscano, id. Fr. Francisco Saa de la Merced, id. Dn. Pe-
dro González Verdugo, cura de Mulaló, id. Manuel Aguilar, Tnte. Capitán
de las Compañías del Rey en Quito cuando la Revolución, id. El indio za-
patero Capa-redonda, id. Dn. F. Polit, id. Dn. Francisco Bosano, de la Or-
den de Sn. Francisco. El francés panadero que era en Guayaquil y vino a
Quito, id. Fr. F. Bonilla de Sn. Francisco, id. Fr. Francisco Sáenz Viteri, de
Sn. Francisco, en la costa y en las minas con los negros, id.
Todos los dichos Comandantes, (63r) mandaban lo que se les anto-
jaba en dondequiera que estaban y principalmente en el cuartel; donde
también daba sus órdenes la Antuca Salinas, mestiza, hija de Salinas en una
india; en términos que el que más gritaba, maldecía y botaba era el obede-
cido.
Lista de los que se dedicaron más particularmente a seducir al pue-
blo.
Dn. José Correa, Cura de San Roque. El Provisor Caicedo, predica-
dor público contra el Rey y la familia Real en la Plaza de la Villa de Ibarra
muchas veces y en otras partes. Dn. Próspero Vásconez, cura de Guanujo
constructor de cañones. Fr. Mariano Murgeitio. Fr. Manuel Valencia. Fr.
José Calderón. y Fr. Mariano Alarcón de la Orden de San Francisco, con
otros muchos más. Fr. Alejandro Rodríguez de San Agustín. Dn. Mariano
Enríquez. Dn. Mariano Castillo. Dn José Bosmediano y su hermano Dn
Antonio Pineda. Dn. Juan Ante, llamado el Puca. El Pepillo. Dn. José Jeréz,
que trajo de (64v) España Montúfar. Dn. Juan Cosio. Dn. Nicolás Vélez.
Dn. Ramón Egas. Dn. Carlos Larrea. Dn. Miguel Iturralde. Dn. Manuel Be-
nítez y su hijo. José Vallejo. Dn. Mauricio Quiñones. Mancheno y su hijo
el cadete. Todos estos han sido oficiales, ayudantes, seductores y sostene-
dores de la insurgencia. Los hijos de Fabara Italiano. El sargento viejo Moi-
sén francés. Aycardo, Italiano, cocinero que fue del Barón de Carondelet,
como Fabara de otro Presidente. El Anglo Americano Mayordomo del
Hospicio. Dn. Juan Manuel Rodríguez y su hijo, del pueblo de Tabacundo
y el Cura del mismo pueblo el sordo Jijón como el Cipo Antonio Busta-
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Compendio de la Rebelión de la América
mante. Dn. Carlos Araujo y el inglés Dn. Benito Benet que trajo de criado
el Conde Ruiz de Castilla; y estos tres últimos han sido Gobernadores su-
cesivamente de la provincia de Esmeraldas, puestos por los insurgentes
con orden de sublevar las cuadrillas de negros de aquellas minas como lo
hicieron.
Lista de los Corregidores que (64r) pusieron los alzados. Primera-
mente en Guaranda ad. Vicente Aguirre. En Ambato ad. Juan de Larrea. En
Alausí a Dn. Feliciano Checa. En Ambato después de Larrea a Manuel Vás-
conez. En la Tacunga a Dn. Miguel Bello y después a Dn. José Barba. En
Ibarra a Dn. Domingo Gangotena y después a su yerno Gómez de la To-
rre. Y cuando crearon ciudad a la villa de Ibarra, pusieron como goberna-
dor a Dn. Joaquín Zaldumbide y después a Dn. Antonio Lanchazo. En
Otavalo Corregidor Dn. Manuel Zambrano y en Riobamba cuando fue
creada ciudad pusieron de gobernador a Dn. Bernardo León.
Nota. La creación de estas dos ciudades de Riobamba e Ibarra fue
con el fin de poner dos obispados y colocar en el de Riobamba al P. Fr. Al-
varo Guerrero, Provincial de la Merced, natural de aquella villa y cuñado
de Pedro Montúfar y en la de Ibarra colocar al Canónigo Dn. Calixto Mi-
randa, legislador natural de la misma y al Obispo de Quito, Cuero y Cai-
cedo, hacerlo (65v) Gran Patriarca de las Indias, y estaba ya dispuesto a
consagrarlos.
Lista de tribunos y otros alborotadores del Pueblo.
Primeramente Dn. Vicente Peñaherrera, Administrador de Correos,
que, siendo contador en tiempo del Rey, vendió la confianza pública a los
alzados. Su hijo el Dr. Abogado. sus primos Peñaherrera, cura de Cotaca-
che. Dn. Manuel. Dn. José, Cura de Píllaro. Dn. Luis, Clérigo. Los clérigos
y curas Alzamoras. Sus sobrinos y toda esta larga familia. Xavier Gutiérrez,
Relator del senado, conocido por mariquita. Dn. Juan Mena, tribuno. Li-
zardo Soasnavas, escribano de hipotecas, id. Dn. Joaquín Paredes, id. Dn.
José Correa, Cura de San Roque, id. Los padres Correa y Zeballos de San
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Fernando Hidalgo-Nistri
Francisco, id. José Pinto, id. Dn. José Larrea, teniente coronel, seductor y
toda la familia de Larreas a excepción del viejo Dn. Pedro Lucas. Nota, so-
bre esta familia recayó una Real Cédula para que ninguno de ella pudiera
obtener oficio, ni beneficio (65r), ni empleo alguno en la República y se ha
confundido quitándola de enmedio y substrayéndola. Como en Cali hubo
otra igual contra la familia de los Caicedos, que tampoco ya aparece y en
realidad de verdad que estas dos familias han sido y son las que han cau-
sado la general revolución, como antes causaron particulares alzamientos.
El Marqués de Selva Alegre, su hermano, sus hijos Larreas que están en las
listas, confirman esta verdad. Como el Obispo Cuero y Caicedo y sus so-
brinos demuestran la otra.
Antonio Ribadeneira. El Felipechín tribuno. Justo Ribadeneira, id.
José Ribadeneria, id. Nota. También esta familia de Ribadeneiras, en Qui-
to y Otavalo, han sido buenos traidores. Fr. Calvache, tribuno. El médico
Luna, seductor. Dn. José Miguel Batancur, Factor de Tabacos en la costa de
Esmeraldas, seductor y perseguidor de los Realistas. Xavier Pinto, seductor
en Otavalo. (66v) Almeida, id. Dn. Pedro Tobar, id. Cayetano Coloma en
Guaranda, id. Fr. Próspero Jurado, id. Dr. Dn. José Zambrano cura, id. Dn.
Manuel Cruz secretario de Guerra, id. Dn. José Chiriboga, id. Dn. Ignacio
Miranda, hermano del legislador, id. Juan Pablo Berrasueta, tribuno y se-
ductor. El Mercader Paredes, id. Dn. Ramón Donoso, id.
Lista de algunas mujeres tribunos y seductoras. Primeramente la
marica Larraín, pública concubina del comandante Mancheno. La Antuca
Salinas. Da. Nicolasa Guerrero, mujer del Comandante Dn. Pedro Montú-
far. La Costalona. La Terrona. La Marquesa viuda de Maenza, Da. Josefa
Herrera, quién además rezaba en público en la iglesia de monjas de Santa
Catalina casi todos los días un Padre Nuestro y Avemaría, por el alma de
Fernandito para confirmar al pueblo en que el Rey era ya difunto. La Cá-
novas, mujer de Peña, id. Da. Josefa (66r) Lozano mujer del Dr. Salazar.
Da. Rosa Montúfar, hija del Marqués de Selva Alegre y otras varias, pero
éstas son las más entusiasmadas.
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verdad, la ama tiernamente y desea abrazarsse con ella para que lo guíe al
término acertado de sus benéficas ideas, justas y equitativas para sus leales
hijos y vasallos.
El Virrey del Perú Marqués de la Concordia, Abascal y Souza. Este
héroe, criado por Dios para sostener en Lima el peso de los infortunios de
todo este hemisferio ha sabido diestramente manejar las riendas de su go-
bierno, con tal arte y modo que ha merecido con justicia el nombre de
maestro de políticos y militares. No dejará la Providencia Santa de man-
darle los socorros que espera de la Península, para acabar de [Falta un tro-
zo de texto) (68v) y Benítez de la misma Villa, id. El Médico de la tropa Ló-
pez, el panameño tribuno y seductor. Cayetano Guerra, Antonio Guerra y
Mariano Guerra, del asiento de Otavalo, seductores y tribunos. Vicente Vi-
llasís del pueblo de Cayambe, id. Dn. Ignacio Román, capitán regidor de
Quito, id. Dn. José Andrade de Cotacachi, sus hijos y toda la familia de los
Andrades y la de los Albujares, seductores. Dn. Domingo Quintana oficial
Real, id. El teniente del pueblo del Puntal, y su hijo, tribunos y seductores.
Ramón Maya, escribano de Quito y el Procurador Escudero, id. El Dr.
Abogado Dn. Ignacio Ochóa y su hermano, alborotadores de los pueblos
de la provincia de los Pastos. Dn. José Sáenz, Director de rentas en Quito,
id.
Concluyo esta numeración con el Dr. Dn. Mariano Jácome de Estra-
da y el Montanero, cura del pueblo de Saquisilí, a quien en premio de ha-
ber dado mucha plata para la guerra, exhortado y predicado a sus feligre-
ses, lo hizo el Congreso Nacional de Quito vocal nato y le regaló la Banda
tricolor que ellos usaban.
Dios guarde a Usted muchos años.
Carta 30
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que se han manifestado más. Ha otros muchos que omito por no contem-
plar más necesario para que forme U. el concepto debido sobre la materia
presente. Allí encontrará de toda clase de gentes: blancos, negros, mulatos,
mestizos, indios, pobres, ricos, mercaderes, doctores, curas, escribanos, ca-
nónigos, hacendados, pulperos, carniceros, frailes, abogados, zapateros,
sastres y de cuantos oficios y ejercicios se usan en la sociedad sin excep-
tuarse las mujeres prostitutas y escandalosas; y el ladrón, borracho y el ase-
sino.
Llaman en Quito, Juanesca a un plato que comen y les gusta mucho
en que entra el garbanzo, el frijol, la lenteja, la haba, el chogllo, o maíz tier-
no, y otros granos; y la misma Juanesca o ensalada han armado para su go-
bierno republicano; al principio Real, y últimamente imaginario.
Ya que he comunicado a UM. la (69v) noticia de los más principa-
les agentes y motores, me parece debido no omitirle la de los fieles vasallos
del Rey que más han sufrido por defender los derechos de la Majestad y el
Trono, y también por haber predicado la doctrina Evangélica que se opo-
ne a la de los novatores e impíos que en estos tiempos han agitado tanto la
navecilla de Sn. Pedro.
Primeramente el venerable Pe. Fr. Vicente Lugo, natural de Guaya-
quil, del convento de San Diego de Quito, fue desterrado por los insurgen-
tes a Pomasqui; después a Popayán, y últimamente no se sabe su paradero.
El Pe. González, Comendador de la Recoleta de la Merced de Quito, natu-
ral de Guayaquil, fue desterrado a Cali. El Pe. Querejazu y otros dos o tres
frailes de San Francisco, por ser europeos, fueron también desterrados. Dl
Dr. Dn. Mariano Batallas, Racionero de la Catedral de Quito: el Sacristán
mayor Dr. Dn. Tiburcio Peñafiel. El Dr. Dr. Andrés Villamagán, Vicerrec-
tor del Colegio de San Luis de Quito. El Dr. Dn. Joaquín Araujo, Presbíte-
ro; y el Pe. Fr. José Losada, de la Recolección de la Merced, fueron (69r)
desterrados y sacados una noche a las once del cuartel donde estaban pre-
sos y con lo que tenían en su cuerpo unicamente, los montaron en unas
cabalgaduras con avíos despreciables y los condujeron hacia el desierto y
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con ella para que lo guíe al término acertado de sus benéficas ideas, justas
y equitativas para sus leales hijos y vasallos.
El Virrey del Perú Marqués de la Concordia, Abascal y Souza. Este
héroe, criado por Dios para sostener en Lima el peso de los infortunios de
todo este hemisferio, ha sabido diestramente manejar las riendas de su go-
bierno con tal arte y modo que ha merecido con justicia el nombre de
Maestro de Política y Militares. No dejará la Providencia Santa de mandar-
le los socorros que espera de la Península para acabar de (72v) tranquili-
zar todo el Perú y Tierra Firme. Si los censores severos le han criticado la
mala elección que hizo de algunos sujetos para mandar, verán con el tiem-
po los justos motivos con que lo hizo, fuera de que en unos tiempos tan
obscuros y nebulosos ha sido más que habilidad haber salvado de tantos
bajos y escollos la nave de su cargo.
Creo haber cumplido del mismo modo posible a su limitada capa-
cidad, con el encargo que Um. me tiene hecho y persuadido de una verda-
dera amistad, no dudo me ocupará en cuanto juzgue útil y provechoso a
su obsequio y servicio.
Dios Guarde a usted muchos años. Guayaquil, 26 de junio de 1815.
Carta 31
Amigo mío. Casi al punto de remitir a VM. las treinta cartas ante-
riores, ha sido indispensable agregar otras noticiándole que el General Dn.
Pablo Morillo llegó a la isla de Margarita con su hermosa expedición y ha-
biendo saltado en tierra se apoderó a discreción de los capitanes y caudi-
llos (72r) de los rebeldes perdonándoles la vida siguiendo los sentimientos
del paternal corazón de nuestro soberano. Dicha isla era el punto de apo-
yo y reunión de los insurgentes y así ya se les acabó esta guarida a los de
Tierra Firme. Siguió inmediatamente Morillo a Cartagena de Indias e in-
timó la rendición a sus habitantes ya bien consternados por el asedio del
soberbio e infame Bolívar y más particularmente porque las tropas Reales
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Amigo mío. Los delitos que el Rdo. (77r) Obispo de Quito, ha co-
metido en la época presente se reducen a que juró la independencia de Es-
paña y del Rey que fue nombrado Presidente de la Junta insurreccional de
Quito, nominado Congreso Supremo Nacional con tratamiento de Exce-
lencia que admitió el expresado Presidente, el Vice Patronato Rl., y se nom-
braba tal Vice Patrono Rl. ¡Oh, qué implicancia! Que aprobó el nuevo Có-
digo Civil que formaron el Canónigo Miranda y el Dr. Rodríguez que fir-
mó órdenes de ataque contra las provincias leales y limítrofes de Cuenca y
Pasto, que concedió indulgencias a los que pelearon y murieron en la gue-
rra contra el Rey, que excomulgó al caudillo y tropas reales, que mandó ex-
tender la bula de la cruzada a pesar del orden del comisario general que
prohibió se publicara en los países que estaban en insurrección, que puso
oficios a los curas mandándoles que (78v) predicaran e exhortaran a sus
feligreses sobre estos particulares y finalmente que estuvo dispuesto a ser
nombrado por el Congreso Nacional, Patriarca de las Indias y a consagrar
dos Obispos que iban a crearse en la villa de Riobamba y en la de Ibarra;
en esta al canónigo legislador Dn. Calixto Miranda y en aquella a Fr. Alva-
ro Guerrero, exprovincial de la Merced, que con este fin dieron el nombre
de ciudades a las dos villas referidas. Que permitió sacar cuanta plata hu-
bo en cajas reales, tanto la perteneciente a S.M cuanto a la de bienes de di-
funtos, de las Bulas, de la de los Santos Lugares de Jerusalén, de la destina-
da a los gastos de la canonización de Mariana de Jesús, la de la redención
de cautivos cristianos. Y por último no escaseando la de los diezmos y su-
ya propia para continuar la guerra con otros dichos y hechos particulares,
relativos a la consecución del sistema (78r) que abrazó.
Amigo mío, nada me asombra en unos tiempos tan noveleros y en
que las costumbres han llegado al estado más deplorable, haciendo sus ti-
ros principales los impíos a la Santa Religión, para que no haya quien pue-
da refrenar y contener sus desórdenes y atrevimientos hasta contra la mis-
ma deidad.
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be ser con noticia del Príncipe temporal. Estos son, amigo mío, los trámi-
tes que el derecho civil y el canónico prescriben.
Pero hablar más sobre la irregularidad de derecho que ya contrajo
es superfluo, por lo tanto ni puede administrar el sacramento de la confir-
mación ( como ha hecho ), ni ordenar, ni dar canónicas instituciones líci-
tamente beneficios, como ha verificado, mediante lo cual el ignorante que
ha solicitado y recibido órdenes y beneficios en esta época presente está
también irregular y debe sacar habilitación del superior a quien corres-
ponde para poder, valide et litite, ejercer y disfrutar lo que haya recibido.
Esto se entiende, si ha sido con ignorancia crasa, que no siendo así (81r),
es un simoníaco y no vale la dispensa, aunque la saque siempre que hubie-
ra admitido con esta mira e intención.
Este, amigo mío, es un parecer fundado en la doctrina ortodoxa que
seguimos y profesamos. Quisiera haber satisfecho a su curiosidad, pero si
así no ha sido, recurra a quien sepa más que yo y que tenga más tiempo de
referir cuantos cánones y doctrinas de la iglesia hay sobre el punto presen-
te, aunque quedo entendido de que en sustancia nada hay que añadir a V.,
sólo sí que cuente con el verdadero afecto de su más amante amigo segu-
ro servidor. Q.S.M.B.
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todo el campo con las banderas que los soldados de Talavera tomaron en
el fuerte que asaltaron con la mayor intrepidez, escapándose herido Ron-
dó con las reliquias de sus siete mil hombres.
En Chile se preparaba Osorio a entregar el mando y la Presidencia
al sucesor Marcó, para seguir con dos mil hombres a (92r) pasar la cordi-
llera de los Andes con el fin de apoderarse de la villa de Mendoza y llamar
con esto la atención de los porteños por aquel punto, al que librar a los ve-
cinos de la dicha villa de la opresión de los insurgentes, que ya han ostiga-
do su paciencia y credulidad.
Manda el Virrey Abascal al Gobernador de Cuenca Aymerich que
vaya a Quito con gente de su provincia y de Guayaquil para que a lo me-
nos sirva de sombra para contener los excesos de Montes, llega con muy
poca gente, pues ya repugnan el alistarse de soldados, pero el Presidente
continúa con su misma conducta, insolentando a los traidores y tratando
mal a los Realistas por que éstos se niegan a darle un informe que él mis-
mo solicitó sobre su conducta.
En Lima, el nueve del presente diciembre, (83v) falleció el Obispo
de Quito, Cuero y Caicedo, a impulso de ochenta y un años y de la melan-
colía que sin duda tendría y remordimiento de su conciencia. Al tiempo de
abrir su cuerpo para embalsamarlo, se le encontró el corazón seco, muy
pequeño y tanto que no excedía al tamaño de una avellana grande, siendo
así que su cuerpo era de talla muy alta. Dejó mandas muy considerables a
varios de sus familiares, no tanto del capital que hizo cuando entró al
Obispado, como de plata que ha tenido bien guardada en poder de unas
monjas Carmelitas de Quito.
Rinden al fin la plaza de Cartagena a los cientocuatro días de un si-
tio estrecho, huyense los cabecillas principales en cuatro goletas y el Gene-
ral Morillo los hace seguir con la mayor prontitud. (83r) Encuéntranse en
la plaza y castillos grandes repuestos de municiones y pertrechos de gue-
rra, mas tan escasos alimentos que habían sido víctimas de la cruel ham-
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Fernando Hidalgo-Nistri
bre más de dos mil personas, justo premio de su negra perfidia y con dig-
no castigo de su maliciosa ignorancia.
Tremólase de nuevo la bandera del Rey en la infiel Calamari el día
seis de diciembre y quedan libres algunos infelices prisioneros españoles
que pudieron sobrevivir a los más crueles tratamientos tomada la llave del
Reino de Tierra Firme, tiemblan los alzados y tratan de rendirse, aunque
sólo en la apariencia, pues sus ánimos traidores están muy conocidos y
siempre dispuestos a la rebelión. Los de la provincia del Socorro son los
primeros a someterse y los Cundinamarcas o Santafereños están próxima-
mente amenazados y no dudo se rendirán a discreción, como los de Antio-
quía, Neiba, Cali, Buga, Popayán y todo el valle de Cauca quedarán, no hay
duda, sometidos por la fuerza, pero maquinando siempre sobre su soñada
independencia.
Me parece indispensable que el Rey habrá tomado ya sus sabias dis-
posiciones para precaber muchos alborotos y maquinaciones de los rebel-
des y para contenerlos en los límites de sus obligaciones a estos naturales
y en la obediencia que deben a su Soberano.
La llegada de la expedición de veinte mil hombres al río de la Plata
que se anuncia con la venida del nuevo Virrey Venegas a Lima con una co-
misión militar ciertamente que sofocarán el fuego insurreccional y se lo-
grará la tranquilidad (84r) general de toda esta América Meridional. Con
todo, amigo mío, quisiera yo además otras disposiciones para evitar en
tiempo los desastres y trastornos que se han experimentado en toda la
América y estorbar la despoblación de España que necesariamente se ha de
seguir con la remisión de tantos miles de soldados anualmente para remu-
dar y completar las bajas en los regimientos, pues de éstos sólo vuelven re-
gularmente las banderas y la plana mayor.
Ya habrá pensado sin duda el superior gobierno, sobre estos incon-
venientes y meditado sus remedios. Yo tengo dicho a VM. varios que me
parecieron útiles y ahora me ocurre otro que tal vez podría adaptarse en
estas regiones a lo menos hasta cimentar la fidelidad de estos habitantes.
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Compendio de la Rebelión de la América
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