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Pedagogía crítica

En su tipología de regímenes políticos tanto Platón como Aristóteles ubicaban a la democracia como
un tipo de gobierno erróneo y vicioso, pues establecía, análogamente hablando, una tiranía de los
impulsos y las pasiones sobre la racionalidad o, de igual manera, una tiranía de la doxa (opinión)
sobre la episteme (conocimiento). Aquél tipo de gobierno, no obstante, es por el que recordamos,
entre otras muchas más razones, a la Antigua Grecia. Pero ello no es sólo a razón de la democracia
del siglo de Oro de Pericles donde se estableció uno de los fundamentos de la misma que era la
isonomía (igualdad ante la ley), sino también porque el espíritu democrático se vio encarnado en
una de las figuras más importantes (por no decir que la más importante) de la Antigüedad: Sócrates.

La afirmación de que el espíritu de la democracia se vea encarnado en la figura socrática puede ser
polémica, pues como lo menciona su discípulo Platón en la Apología (obra tributo a Sócrates), este
fue condenado por un gobierno democrático donde todos decidieron sacrificarle por acusaciones
como ateísmo por poner en duda las justificaciones mitológicas de los hechos , y también por la
corrupción de los jóvenes al cuestionar los valores prescritos en la sociedad ateniense. En otras
palabras, Sócrates fue condenado a muerte por poner en duda un statu quo que estaba constituido
por políticos, artesanos y sofistas que determinaban el saber, las leyes, y costumbres. La cuestión
que está de fondo sobre el juicio a Sócrates es la amenaza de un pensamiento crítico para una
sociedad, así como también para aquel que haga dicho ejercicio. Sin embargo, este dicho
pensamiento, es la esencia de la democracia misma.

Benjamin Constant señaló en su discurso Libertad de los antiguos y de los modernos que la libertad
para los griegos consistía en su actuar político y no en su libertad, como hoy se piensa, en acceder
a los bienes materiales y el hedonismo del entretenimiento. Para los antiguos, el término idiotes
denotaba a la persona que rechazaba los asuntos públicos, aquel que prefería instalarse en sí mismo
renunciando a su ser social. Aquel término, que va ligado de la conocida afirmación de Aristóteles
de que el hombre es un social y que de no serlo sería un Dios o una bestia, invita, entonces, a una
participación y preocupación del individuo sobre la sociedad y sus asuntos, en otras palabras, invita
a la politización de la misma. La política en este sentido significa el participar con otros por medio
del discurso y del actuar. Así pues, politizar indica, no como se suele afirmar en nuestros días,
ideologizar a los individuos, sino, por lo contrario, promover el discurso y el actuar con los otros en
los asuntos comunes. Politizar indica, entonces, incentivar el ser político propio de los hombres y
no, por lo contrario, el proselitismo sectario. No obstante, la politización exige un análisis y una
reflexión sobre el discurso y el actuar, una reflexión sobre lo que somos como comunidad, dicho
trabajo, por lo tanto, debe ser tenido en cuenta necesariamente por la pedagogía, pues es desde
allí donde surge el ser político.

La inversión valorativa de la economía sobre la política en los últimos siglos ha hecho que se haya
gestado una despolitización del individuo generando una contradicción en la misma sociedad
democrática: por un lado se exige en diferentes entes educativos o esporádicamente en medios de
comunicación la reflexión y participación de los ciudadanos en problemas políticos, pero por otro
lado, la sociedad sufre una atomización en la que el imperativo es el consumo inconsciente y el
sectarismo de ideologías promovidas ya no por un grupo de académicos como sucedía en el siglo
pasado, sino por influencers y coaches que indican a una sociedad conectada pero desinformada
el camino a seguir de forma acrítica. Es, a partir de este problema, que la pedagogía debe repensarse
pues ella debe atender, más que a requisitos institucionales que se implantan por el establishment
global, a los problemas que demanda su época.

Si se requiere de politizar la sociedad, es decir, si se requiere hacer de los individuos agentes


participativos por medio del discurso y de su actuar, se requiere, entonces, de la formación de dichos
sujetos en su contexto, pues no es que los individuos sean discursivos y seres actuantes para luego
interactuar en la comunidad, sino que dialogar y actuar con el otro sobre asuntos en los que
convergen es ya la comunidad misma. Sócrates, que, como se señaló anteriormente, encarnaba el
espíritu crítico del ser democrático, estipulaba la dialéctica y la mayéutica como método educativo.
Dichos métodos, de forma resumida, se pueden exponer bajo el diálogo entre dos o más individuos
los cuales por medio de un constante preguntar, despierta la curiosidad sobre asuntos comunes,
para luego deconstruir lo que creían saber, y al final, dar parto a una nueva idea. En este sentido, a
diferencia de la relación sujeto-objeto, o a diferencia de la relación analógica de la educación entre
opresor (profesor) y oprimido (estudiante), el discurso establecido entre dos personas permite
develar la pluralidad de los individuos. En vez de meramente nombrarles, o instalar en ellos
conocimientos, o en el peor de los casos censurarlos, el discurso permite invocar su ser y saber, pues
el otro, como absolutamente otro, se manifiesta como lo que escapaba a mi totalidad. El otro en el
discurso es un individuo activo que, al trascender a mi perspectiva, no sólo escucha, sino que
cuestiona mi posición y por ende enseña. El discurso como pedagogía recoge, entonces, el pensar
crítico y la pluralidad de saberes; mientras dialogo con el otro, juntos ponemos en juicio nuestros
pensamientos y a la vez develamos quienes somos. Así pues, la pedagogía, al igual que la labor de
la partera, debe constituir el mismo acto del pensar críticamente, de ser, en otras palabras, de ser
un ser político. El título de este texto “pedagogía crítica” es, entonces, un pleonasmo, pues la
pedagogía es crítica o de lo contrario, no es posible.

La propuesta que se desea plantear seguida de la teoría de la ecología de los saberes de Sousa
Santos, es una en la que se reflexione en el aula de la clase de filosofía el discurso y lo que a el
compete como lo es el pensamiento crítico y la argumentación. En otras palabras, politizar el aula
de clase para pensar necesariamente las demandas de nuestra época y de las venideras. Esto exige,
por lo tanto, un trabajo de reflexión y autocrítica de parte de la labor de docente, y del quehacer
como estudiante, como tener en cuenta problemas como el desinterés por la lectura, la apatía por
los problemas sociales, y la influencia del entretenimiento y nubarrones de opiniones de los medios
de comunicación que son los que constituyen las mentes aletargadas y apolíticas. Solamente el
análisis del discurso como pedagogía hace posible una ecología de saberes, el discurso es la piedra
angular para todo proyecto posterior sea interdisciplinar, social, o de otro talante. La reflexión
filosófica sobre la pedagogía es, entonces, el cimiento para pensar el desafío de enseñar.

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