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Objetivo
El objetivo primario del presente trabajo es, mencionando las falencias procesales
actuales, establecer algunos de los principios, pautas, y cuestiones fundamentales a
considerar en un nuevo ordenamiento procesal en Argentina. Una coherencia y
comunión de principios que permitan su sistematización.
Para ello fue necesario analizar el derecho, doctrina y jurisprudencia nacional, como
también el derecho comparado. Consideramos leyes procesales civiles de otros países
que tienen una similar cultura jurídica, como puede ser la francesa, española, empero
también sistemas jurídicos rápidos e informales como lo es el norteamericano.
Los juzgados deben mayormente encontrarse situados en las ciudades donde prestan su
servicio. Ello facilita la inmediación, el reclamo ciudadano, al tiempo que aumenta el
compromiso social del magistrado y su juzgado con la comunidad por la que ejerce su
labor.
Las cortes judiciales están generando el espacio para dicha oralización mediante
acordadas y pruebas pilotos, empero es necesario una normativa que permita cumplir
con la oralización del proceso, para no generar criterios unipersonales de los
magistrados que atentan contra la homogeneidad que debe poseer el proceso a los fines
de no conculcar con la igualdad que tienen todos los ciudadanos a ser juzgados en un
mismo procedimiento.
Existe una imposibilidad práctica de trabajar el proceso mediante audiencias a los fines
de aplicar el principio de inmediación, el cual es inviable concebir en el proceso escrito.
Actualmente no es frecuente el contacto directo y la comunicación personal entre el
juez, peritos y partes, a excepción del proceso ante los jueces de familia en algunas
provincias (7).
El nuevo código a dictarse, debe sancionar con la nulidad la falta de inmediación del
juez. El artículo 137 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, Código de legislación procesal
de España (en adelante "LEC"), expresamente dispone que los jueces deben presenciar
las declaraciones de las partes y testigos, los careos, explicaciones e impugnaciones de
peritos, todo ello bajo apercibimiento de nulidad de pleno derecho del proceso (8). La
nulidad por falta de inmediación no existía en la ley anterior por lo que la LEC ha
reforzado la presencia del juez en los actos procesales mencionados. A pesar de estas
reglas, la LEC no ha llevado la inmediación hasta los extremos. Si bien es cierto que la
regla general es que el juez que debe dictar sentencia es el que ha practicado la prueba,
ello no impide que en algunas situaciones se practique la prueba por auxilio judicial, o
que cierta prueba se practique entre la audiencia previa y el juicio oral, sin que sea
necesario que la presida el mismo juez del proceso que dictará la sentencia (9).
Esta cuestión trae a colación el activismo procesal democrático, tan aclamado por parte
de la doctrina argentina. Un paso importante ha dado el Código Civil y Comercial
argentino proclamando un juez presente y dinámico en el proceso. Ello especialmente
en materia de familia donde juez debe impulsar de oficio las causas (10). Sin embargo el
impulso oficioso debiera también haberse contemplado en las demás materias, como lo
hacen los Códigos Procesales modernos, e incluso pudiendo estar a cargo dicho impulso
del secretario del juzgado, facultad más acorde a su función, autorizándolo a dictar
resoluciones al respecto (11). Debe entonces, en todas las materias, no solo en familia,
atenuarse el principio dispositivo y encontrarnos con un juzgado activo (12) y
comprometido con la búsqueda de la verdad jurídica objetiva. Nada de esto es nuevo,
seguimos siendo los "Salieri" de Morello (13).
Las medidas de mejor proveer reguladas en los Códigos a los fines de esclarecer los
hechos contradictorios y culminar el proceso ya no alcanzan al juez activo,
especialmente por sus limitaciones: tiene que versar sobre el material probatorio
producido ya que si no hay pruebas producidas por los litigantes debe aplicarse la teoría
de las cargas procesales; no pueden ir más allá de los hechos controvertidos y
conducentes, sino se viola el principio dispositivo (14). En Francia, en los procesos
voluntarios, el juez puede, de oficio, promover todas las investigaciones que considere
útiles.
Los autores del actual Código Civil y Comercial hablan de diálogo de fuentes entre la
constitución, leyes y tratados, como de la constitucionalización del derecho público y
privado. También produjeron la constitucionalización del derecho procesal establecido
en dicho Código.
El nuevo Código Procesal tiene que incorporar los modernos principios probatorios. Así
lo ha hecho el Código Civil y Comercial respecto de la carga de la prueba en materia de
familia y daños (23). Debe flexibilizarse el principio del onus probandi por el cual la
carga de la prueba se impone a la parte que afirma la existencia de un hecho
controvertido. Hablamos de institutos como las cargas dinámicas, por cuanto más allá
de que los litigantes ofrezcan las pruebas que acreditan sus dichos, la carga de probar
tales dichos debe pesar sobre la parte que cuenta con mayores elementos materiales para
hacerlo. Verbigracia, que el alimentante tenga la carga de la prueba sobre su caudal
económico.
También nos referimos a que debe incluirse el principio de colaboración, por el cual se
extraen indicios ante la omisión de una de las partes de aportar pruebas al proceso (24).
Por ello, la normativa procesal expresamente debe imponerle a las partes la obligación
de colaborar en la práctica de las pruebas del proceso, bajo apercibimiento que ante la
carencia probatoria será el magistrado quien disponga sus consecuencias procesales
(verbigracia: artículo 11 del Código Procesal Civil francés).
En Argentina existe un excesivo formalismo procesal que hace que los magistrados se
apeguen al proceso escrito sin posibilidad de flexibilizarlo en aras de concentrarlo y
finalizarlo. Al ser el procedimiento predominantemente escriturario, es rígido y esto
debe reformarse. Cada proceso es distinto y por eso no es descabellado que las partes de
común acuerdo, o el magistrado, puedan modificarlo según sus necesidades. El
magistrado o secretario tendría que tener la facultad de "preparar el juicio", previa
opinión de los letrados, y disponer los plazos del proceso en función de su naturaleza,
urgencia y complejidad.
El código procesal civil francés contiene disposiciones tendientes a evitar que los
formalismos en el procedimiento den lugar a un contencioso artificial y dilatorio, que es
dónde reside uno de nuestros problemas: la lentitud de los procesos. Es decir, ante la
mala fe y el espíritu chicaneador de las partes, que conducen a presentaciones
oportunistas de irregularidades con el objetivo de complicar y retrasar la solución del
litigio, debemos permitir la informalización del proceso que es sinónimo de
desmaterialización, lo que reenvía a la informatización de los procedimientos civiles. La
informalización promovida por Loic Cadiet está también relacionada con la resolución
amigable de los conflictos regulada formalmente, cualquiera sea la vía de esta justicia
negociada (26).
VIII. Conclusión
Las acciones colectivas o de clase carecen de una regulación normativa procesal, siendo
relevante regular el efecto expansivo de la sentencia, como también sobre sobre la
legitimación respecto de reclamos de derechos de incidencia colectiva sobre bienes
colectivos, como es el medio ambiente (34), el patrimonio cultural, y derechos sobre
bienes individuales homogéneos como lo es el derecho de consumo (35).
En España, la LEC consagró por primera vez en su ordenamiento procesal las acciones
de clase en el año 2000. Como veremos más adelante en materia de consumo, la LEC no
establece un procedimiento especial sino que dispone artículos aislados sobre distintos
temas. Las acciones de clase reguladas en la LEC pueden ejercitarse para obtener la
indemnización de todo tipo de daños y no existe un límite cuantitativo para el ejercicio
de la misma (36).
En Francia, las acciones de clase se introdujeron en el año 2014 por intermedio del
decreto 2014-1081 relativo al consumo, estableciendo así un recurso para los
consumidores. No establece un procedimiento especial para la acción de clase, y su
regulación se encuentra dispersa entre el decreto mencionado, el Código de Consumo y
complementariamente en el Código Procesal Civil. Esta acción solo puede ejercerse en
la justicia civil. Entre sus características encontramos que solo las asociaciones de
defensa del consumidor reconocidas pueden iniciarlas (es decir, no hay posibilidad de
reclamación individual si se cree que hay otros damnificados por el mismo tema) y solo
pueden tener por objeto reclamar un perjuicio material, a diferencia de España que
puede incluir los daños morales. Las acciones se rigen por las reglas establecidas en el
Código Procesal Civil para los procesos ordinarios pero en determinados casos es
posible utilizar el proceso simplificado (cuando se conocen los damnificados y sus
reclamos patrimoniales son similares). Una vez dictada sentencia, los consumidores que
no participaron en el proceso pero que se consideran también afectados tienen entre 2 y
6 meses para reclamar su indemnización (37).
También deberá legislarse respecto de la acumulación de acciones colectivas para evitar
sentencias contradictorias y dispendio jurisdiccional. Esta cuestión no puede regular el
Poder Judicial mediante resoluciones, por más que esto sea para suplir la omisión
legislativa (38). Sabemos que procesalmente estos temas son complejos, por eso hay
que legislarlos.
En Francia esta institución se encuentra regulada en los artículos 462 y 593 y ss. del
Código Procesal y se llama recurso de revisión. EL artículo 462 establece que los
errores y omisiones materiales que afectan a una sentencia, aún si esta ha obtenido el
valor de cosa juzgada, pueden siempre ser reparados por la jurisdicción que la dictó o
aquella a la que se le ha presentado. Entre las causales solo se encuentran las siguientes:
a) si luego de la sentencia se revela que la decisión fue tomada en virtud del fraude de la
persona que ha sido beneficiada; b) si luego de la sentencia se descubre la existencia de
documentación decisiva en poder de la parte; c) si la sentencia se basó en
documentación declaradas judicialmente falsas luego de la sentencia; d) si la sentencia
hubiere recaído en virtud de testimonios o juramentos judiciales declarados falsos luego
de la sentencia. En estos casos, el recurso sólo es admisible si su autor no pudo, sin
negligencia de su parte, hacer valer la causa que invoca antes de que la decisión no haya
obtenido la fuerza de cosa juzgada. El plazo para interponer este recurso es de dos
meses desde que se toma conocimiento de la razón que se invoca.
El artículo 14 de la Constitución Nacional nos habla, entre otros temas del derecho de
peticionar a las autoridades. Peticionar, implica no lisa y llanamente solicitar, sino
también tener una respuesta efectiva. El acceso al tribunal es un derecho fundamental
para el cumplimiento de todos los demás derechos y del principio procesal de la tutela
judicial continua y efectiva. Implica también, como expresáramos anteriormente, una
descentralización de la actividad judicial, posibilitando el acceso a un órgano judicial
local adecuado en todas las ciudades o partidos.
Debe existir una norma procesal, aunque sea transitoria, que nos indique su
aplicabilidad especialmente respecto de los procesos en trámite. Para ello, sin
desmerecer autores y doctrinas que no hacen al objeto de este trabajo, Aída Kemelmajer
de Carlucci expresa: "La aplicación inmediata es posible, salvo que afecte los actos
procesales cumplidos, los que quedan firmes bajo la vigencia de la ley anterior (49) ".
La aplicación inmediata del código procesal debe ser el principio general a observar,
respecto de las relaciones y situaciones jurídicas futuras, las existentes en cuanto no
estén agotadas, y las consecuencias que no hayan operado todavía. Para ser más
simples, en principio aplicaremos el proceso del nuevo código salvo resoluciones firmes
(situaciones ya agotadas). Sin embargo, este tema está regulado en las disposiciones
transitorias de la LEC y establece como principio que para aquellos procesos que se
continuaran sustanciando hasta que recaiga la sentencia será de aplicación la legislación
procesal anterior. En cuanto a la apelación, la segunda instancia, la ejecución, también
la provisional, y los recursos extraordinarios, serán aplicables las disposiciones de la
nueva ley (50).
Sin embargo, dicha figura hay que reforzarla en Argentina atento a la poca influencia
práctica general. Es un órgano muy importante que no ha podido brindar los resultados
esperados como colaborador en la construcción de la paz social, y se encuentra
actualmente como olvidado por la sociedad. Es loable considerarlo para un nuevo
Código Procesal, al menos en lo que hace a su legitimación activa. Ello podría
incorporarse en el capítulo en que se trate de la intervención de terceros en el proceso y
robustecer su presencia para cooperar en la consolidación de dicho órgano.
No vemos por qué no regular su actividad procesal en el código de forma, cuando así lo
han establecido códigos procesales como el francés y español, entre otros. De hecho, el
Código Civil y Comercial posee normas directivas sobre su actuación (54).
Los tratados de jerarquía constitucional forman parte junto con la constitución nacional
del bloque de constitucionalidad federal. Por consiguiente, no solo la constitución
debemos considerar al momento de dictar un código procesal sino también dichos
tratados los cuales lisa y llanamente debemos tomarlos como derecho interno. Así, el
juez local no solo debe realizar un control de constitucionalidad sino también de
"convencionalidad", es decir, observar si la normativa de derecho interno es compatible
a los tratados internacionales ratificados por la Argentina (55). La Corte Interamericana
de Derechos Humanos ha venido reconociendo que cuando un Estado ha ratificado un
tratado internacional, los jueces están obligados a velar para que los efectos de las
disposiciones del tratado no se vean mermados por la aplicación de leyes contrarias a su
objeto y fin; esto es lo que la Corte denomina el control de convencionalidad (56).
Dicho control, o activismo judicial al decir de Trucco (57), se ve reflejado en el artículo
1 del nuevo Código Civil y Comercial que establece que los procesos deben ser
resueltos según las leyes que resulten aplicables, conforme con la Constitución Nacional
y los tratados de derechos humanos en los que la República sea parte.
El derecho a ser oído, además de un derecho de la parte, es una facultad del juez. El
magistrado debe tener la posibilidad de oír a las partes por sí mismas, en cualquier
oportunidad procesal. Incluso en los procesos de jurisdicción voluntaria el magistrado
debe poder de oficio realizar aquellas investigaciones que crea necesarias para la causa,
como oír no solo a las partes, sino también a cualquier persona que pueda aportarle
elementos probatorios interesantes para la misma. En cambio, en los procesos
contradictorios, es prudente que el magistrado ejerza dicha facultad, previa citación a las
partes por respeto a los derechos de bilateralidad y defensa en juicio.
El artículo 8 del Código Procesal Civil francés posibilita al magistrado requerirle a las
partes que les proporcionen cuantas explicaciones de hecho estime necesarias para
resolver el litigio. El artículo 184 de dicho digesto permite al juez hacer comparecer
personalmente a las partes o a una de ellas, a los efectos de interrogarlas, en presencia
de sus abogados quienes pueden repreguntar. Puede interrogárselos en forma separada y
luego carear a las mismas entre sí o con testigos.
En materia de menores, la Convención sobre los Derechos del Niño nos impone el deber
de "generar un procedimiento" en el cual se disponga de qué forma los niños o
adolescentes pueden expresar su opinión en los procesos. Está claro que deben ser
escuchados por el juez directamente, como bien lo sugiere el Código Civil y Comercial
pero anhelamos su regulación procesal. Ello especialmente en cuestiones relevantes
como la oportunidad de ser escuchado; el resguardo o no de la opinión del menor hacia
sus padres; como incorporar su opinión al proceso; etc. (58).
Respecto de España, si bien la ley sostiene que las audiencias son públicas, autoriza
excepcionalmente celebrarla a puerta cerrada cuando los intereses de los menores
puedan vulnerarse. La resolución que se tome al respecto no admite recurso alguno,
pudiéndose plantear dicha cuestión en la oportunidad del recurso contra la sentencia
definitiva.
En el ámbito del Consejo de Europa (59) se han elaborado unas directrices que deben
guiar a los Estados cuando se trata de procesos en los que están involucrados menores.
Estas directrices se basan en cinco principios fundamentales: participación, interés
superior del niño, dignidad, protección contra la discriminación, y respeto por las reglas
del derecho. De acuerdo con estas directrices, ser oído o no, es un el derecho del niño y
no un deber; además, deben evitarse los retrasos indebidos y se debe dar una respuesta
rápida en beneficio del interés superior del niño. En la medida de lo posible, se deben
establecer cortes especializadas en materia de menores (60).
Además de la mencionada Convención sobre los Derechos del Niño, cabe mencionar las
reglas de Brasilia sobre acceso a la justicia de las personas en situación de
vulnerabilidad (61), que establecen, entre otras medidas, que se deben evitar los
formalismos innecesarios en los actos en los que participe el menor, la sala debe ser
adecuada y debe utilizarse un lenguaje sencillo.
La CADH, en su artículo 25, expresa que toda persona tiene derecho a un recurso
sencillo, rápido y efectivo, que la ampare contra actos que violen sus derechos
fundamentales. Por otra parte, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
establece que en caso de violación de los derechos o libertades reconocidos por dicho
instrumento, es necesario un recurso efectivo judicial al respecto. Estos pactos imponen
el deber de crear un proceso sencillo y por lo tanto rápido, lo cual es parte del desafío
del nuevo Código.
El alcance del deber de motivar las sentencias debe ser entendido en el sentido de no
exigir un razonamiento exhaustivo y detallado de todos los aspectos y perspectivas que
las partes podrían tener sobre la cuestión litigiosa. Debería considerarse como
suficientemente motivada una resolución fundada sobre las razones que permiten
conocer los criterios jurídicos esenciales de la decisión, es decir, su ratio decidendi.
El art. 34 inciso 3 del Código Procesal Civil y Comercial fija los plazos para el dictado
de la sentencia. Estos plazos deben abreviarse y no ser, en general, superiores a cinco
días. Los artículos 167 y 168 del citado digesto, que disponen el procedimiento y
responsabilidad del magistrado ante la desobediencia de dichos plazos no tienen
resultados efectivos. Debemos reemplazar este sistema sancionador por un
procedimiento efectivo que lleve al magistrado holgadamente por los canales procesales
apropiados.
El mencionado artículo 25 de la CADH nos habla también del acceso a la vía recursiva.
Sin embargo, debemos alentar el uso pero no el abuso del recurso. Si abusamos de este
instituto, será otra de las causas de la lentitud de los procesos. Verbigracia: tenemos una
ley 24.522 de concursos y quiebras que en su artículo 273 inciso 3, donde enumera los
principios del procedimiento, expresa que las resoluciones son en principio inapelables.
La realidad es que en la praxis ante la posible violación de garantías constitucionales,
los distintos juzgados y cámaras otorgan dicho recurso transformando el principio de
inapelabilidad en excepción. Esta ley 24.522 es un claro ejemplo de una norma que en
su espíritu proclama el ideal de un procedimiento rápido y más allá que enumera plazos
perentorios en todo su ordenamiento, los mismos no se respetan, incluso muchas veces
por imposibilidad fáctica.
Debe soslayarse, como hacen distintos Códigos modernos, las apelaciones contra
resoluciones interlocutorias anteriores al dictado de la sentencia, ya que se podrán
plantear en el momento de apelar la misma. También es loable establecer un límite
pecuniario para recurrir en procesos de menores importes, como sancionar la
interposición de recursos a todas luces improcedentes. El Código Procesal Civil francés
establece multas para el caso de la interposición de recursos dilatorios, y le otorga
ejecutoriedad a favor de la parte perjudicada. También es loable que exista la
posibilidad procesal de que las partes acuerden la irrecurribilidad en la causa, atento a
ser este un derecho disponible.
Deben cuestionarse actuales artículos del Código Procesal Civil y Comercial que en aras
a una celeridad no conseguida limitan la posibilidad del acuerdo entre partes. Un
ejemplo lo tenemos en el artículo 558 bis de dicho digesto, el cual posibilita celebrar
solo una audiencia de conciliación en los procesos ejecutivos. Las partes deben poder
conciliar, por sí mismas o a instancias del magistrado, a lo largo de todos los procesos
en que no estén en juego el orden público. Asimismo debería existir la posibilidad de
que el magistrado designe a un tercero mediador para acercar a las partes a un acuerdo
otorgando un plazo para ello en el cual suspendería el proceso. Esto implica entonces no
usar solo la mediación previo a la instancia judicial sino también durante ella. El
proceso civil inglés sanciona económicamente a las partes que no hacen suficientes
esfuerzos para resolver de forma amistosa sus conflictos, no así el derecho francés.
También estos procesos son extendidos por los litigantes, quienes con frecuencia
utilizan las normas procesales para alargar el proceso ante una sentencia que presumen
les será desfavorable, brindando el ordenamiento procesal actual remedios acordes para
tal actitud, pero no específicos ni efectivos. Instituciones como la "Flagrancia Civil"
deben regularse y que el juez como director del proceso pueda a la parte que a las claras
no posee el derecho que reclama o defiende, negarle la posibilidad de promover
incidentes y recursos (salvo de la sentencia). Así también notificar a dicha parte
automáticamente de todas las resoluciones (salvo de la sentencia), reducir el plazo
probatorio, adelantar la pretensión de la actora previa caución, etc. (65).
También hay que darle al magistrado herramientas para sancionar las maniobras
dilatorias de las partes. El artículo 32 inciso 1 del Código Procesal Civil francés
expresamente dispone la fijación de una multa (no mayor de 3.000 euros) a quien actúe
en el proceso de forma dilatoria o abusiva, más allá de los daños y perjuicios que
pudieran reclamársele.
X. Conclusión
La tarea de dictar un nuevo Código Procesal implica lisa y llanamente una nueva forma
de hacer justicia, lo que deberá manifestarse luego de la reforma procesal, en un cambio
cultural y jurisprudencial. El norte del mismo debe orientarse a su efectividad. Para ello,
y sin soslayar las garantías procesales, es primordial conseguir la celeridad en el dictado
de resoluciones mediante plazos menores a los actuales. La sobrecarga de trabajo en los
juzgados no exonera al Estado de la obligación de poner a disposición todos los medios
necesarios para una buena administración de justicia y dar una respuesta en un período
razonable de tiempo (66).
Para conseguir celeridad y economía procesal, dos principios altamente reclamados por
la sociedad, es preciso soslayar el garantismo procesal superfluo que nos lleva a la
lentitud procesal: como decía Paracelso, "todo es veneno, nada es veneno, la diferencia
es la dosis. La tecnología deberá cooperar al respecto brindando desde la informática
apoyo para la simplificación de diligencias y la agilidad de los procesos".
Debemos entonces abogar por la pronta reforma del Código Procesal Civil y Comercial,
incorporando capítulos especiales para la justicia de familia, como para la justicia de
paz letrada en las provincias. Sea cual fuere el modelo procesal a seguir, para su
efectividad, es necesario establecer formas de desjudicialización efectivas, que impidan
que nuestros juzgados colapsen por el ingreso indiscriminado de expedientes y que
hagan realmente que el poder judicial sea el último recurso. Debe entonces irse más allá
de las instancias judiciales y repensar un sistema de solución de controversias no solo
judicial sino también informal.
(1) (1) ARAZI, Roland, Hacia un nuevo Código Procesal Civil y Comercial. Buenos
Aires, Editorial La Ley, 26 de septiembre de 2016.
(2) (2) Regular acciones específicas como divorcio, filiación, responsabilidad parental,
tutela, etc., y no dejarlas libradas lisa y llanamente al Código Civil y Comercial.
(4) (4) MONTERO AROCA, Juan, La nueva ley de enjuiciamiento civil española y la
oralidad, Texto base de la conferencia pronunciada en las XVII Jornadas
Iberoamericanas de Derecho Procesal», celebradas en San José, Costa Rica, los días 18
a 20 de octubre de 2000.
(5) (5) ALCALÁ ZAMORA, Niceto, Proceso oral y abogacía, Estudios de teoría
general e historia del proceso (1945-1072), II, México, 1974.
(6) (6) HEBRAUD, Pierre, L'élément écrit et l'élément oral dans la procédure civile,
Etudes de droit contemporain, Paris, 1959, página 352.
(7) (7) Verbigracia: artículos 827 y subsiguientes del Código Procesal Civil y
Comercial de la Provincia de Buenos Aires.
(8) (8) Artículos 193 y 194 de la LEC; artículo 229 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial.
(9) (9) MONTERO AROCA, Juan, La nueva ley de enjuiciamiento civil española y la
oralidad, Texto base de la conferencia pronunciada en las XVII Jornadas
Iberoamericanas de Derecho Procesal, celebradas en San José, Costa Rica, los días 18 a
20 de octubre de 2000, p. 623.
(10) (10) Artículo 709 del Código Civil y Comercial: "Principio de oficiosidad. En los
procesos de familia el impulso procesal está a cargo del juez, quien puede ordenar
pruebas oficiosamente. El impulso oficioso no procede en los asuntos de naturaleza
exclusivamente económica en los que las partes sean personas capaces".
(11) (11) Así lo dispone la Ley de Enjuiciamiento Civil, Código de legislación procesal
de España.
(12) (12) PATSOURIS Efthymios, Les pouvoirs d'office du juge dans la procédure
civile française et dans la procédure civile grecque, Revue internationale de droit
comparé, Année 1987, Volume 39, Numéro 3 pp. 705-720.
(13) (13) Ver MORELLO, Augusto, Un nuevo modelo de justicia, LA LEY, 1986,
donde el mencionado autor ya en aquella época nos hablaba al respecto.
(14) (14) PEYRANO, Jorge W., Medida para mejor proveer. Buenos Aires, editorial La
Ley, 30 de septiembre de 2015.
(17) (17) El informe del Ministerio de Justicia de España puede encontrarse aquí:
http://www.mjusticia.gob.es/cs/Satellite/Portal/1292427802404?blobheader=appli.
(18) (18) Además de la sección en que se explaya sobre las disposiciones procesales
relativas a la prescripción (artículos 2551-53).
(20) (20) Autores: Francisco Agustín Hankovits; Juan Manuel Hitters; Pablo Agustín
Grillo Ciocchini; Mariela Panigadi; Andrés Antonio Soto, entre otros.
(21) (21) Lo mismo sucede en el derecho francés. Artículos 10, 143, 148 y 149 del
Código procesal francés.
(23) (23) Artículo 710 del Código Civil y Comercial: "Principios relativos a la prueba.
Los procesos de familia se rigen por los principios de libertad, amplitud y flexibilidad
de la prueba. La carga de la prueba recae, finalmente, en quien está en mejores
condiciones de probar."Artículo 1735 del Código Civil y Comercial: "Facultades
judiciales. No obstante, el juez puede distribuir la carga de la prueba de la culpa o de
haber actuado con la diligencia debida, ponderando cuál de las partes se halla en mejor
situación para aportarla. Si el juez lo considera pertinente, durante el proceso debe
comunicar a las partes que aplicará este criterio, de modo de permitir a los litigantes
ofrecer y producir los elementos de convicción que hagan a su defensa".
(24) (24) Muchas veces es confundido este principio en su aplicación con el de las
cargas dinámicas. Puede verse al respecto: GIANNINI, Leandro J. Principio de
colaboración y "carga dinámica de la prueba" en el Código Civil y Comercial. Buenos
Aires, Editorial La Ley, 15 de noviembre de 2016.
(27) (27) CADIET, Loïc, Los acuerdos procesales en derecho francés: situación actual
de la contractualización del proceso y de la justicia en Francia, Civil Procedure Review,
v.3, n.3: 3-35, Aug. dec., 2012.
(31) (31) Profesor de la Universidad de Columbia, Nueva York, a cargo del programa
de derecho comparado y latinoamericano.
(32) (32) How to prepare for a Landlord-Tenant Trial. Writen and designed by Margaret
Cammer. Deputy Administrative Judge, New York City Civil Court.
(33) (33) Para un análisis de esta institución en los Estados Unidos véase LANNI,
Adriaan, The Future of Community Justice, Harvard Civil Rights-Civil Liberties Law
Review, Vol. 40, 2005, pags. 359-405.
(34) (34) La Ley General del Ambiente 25.675 regula distintos aspectos del daño
ambiental de incidencia colectiva. También leyes provinciales como la ley 13.928 de la
provincia de Buenos Aires regulan dentro de la acción de amparo, el amparo de
incidencia colectiva. Sin embargo creemos necesario que el proceso colectivo,
independientemente del derecho que se quiera proteger, tenga un procedimiento base en
el código procesal.
(36) (36) Marín López, Juan José, Las acciones de clase en el derecho español,
Barcelona, Julio de 2001, Revista InDret 03/2001, página 6.
(37) (37) Para más detalles véase la información preparada por el Ministerio de Justicia
francés, disponible en http://www.justice.gouv.fr/le-ministere-de-la-justice-
10017/action-de-groupe-27534.html.
(38) (38) Ver acordadas 32/2014 y 12/16 de la CSJN donde se tratan estos temas.
Sabido es que nuestro más alto tribunal, como las distintas supremas cortes provinciales
en Argentina, pueden disponer, atento a existir dicha delegación legislativa, de medidas
reglamentarias que mejoren el cumplimiento del Código Procesal Civil y Comercial.
Empero el límite se encuentra en el sistema republicano y la división de poderes. La
Corte no puede legislar ante la falta de regulación al respecto, sino en relación a una
normativa particular ya dispuesta. Distinto es el caso de la provincia de Buenos Aires
donde la ley 13.928 en su artículo 21 crea el Registro Público de Amparos de Incidencia
Colectiva y delega a la SCBA su reglamentación y organización.
(39) (39) Se trata de una lista taxativa que tiene carácter de "numerus clausus". Así lo
ha establecido el Tribunal Supremo de España en la sentencia 4015/2016 del
20/07/2016, entre otras.
(41) (41) En la Justicia de Paz de la provincia de Buenos Aires, el artículo 174 de dicha
constitución exhorta legislar para las causas de menor cuantía y vecinales, un
procedimiento predominantemente oral que garantice la inmediatez, informalidad,
celeridad, accesibilidad y economía procesal, procurando la conciliación. Sin perjuicio
que consideramos operativa dicha norma, en el sentido de que pueden ser aplicados por
los magistrados los principios establecidos en ella para modernizar el proceso, es
necesario legislar un capítulo específico sobre la Justicia de Paz Letrada en el código
procesal a crearse.
(42) (42) Mediación anexada al tribunal: un tercero neutral facilita el diálogo entre las
partes; arbitraje anexado al tribunal: un tercero neutral escucha a las partes y sus
letrados y emite un dictamen escrito no vinculante; Evaluación neutral temprana: un
tercero neutral previo escuchar a los abogados de las partes, realiza una crítica fundada
del reclamo y la defensa; juicio sumario: los abogados presentan los casos en forma
abreviada ante un jurado o un juez que emitirá un dictamen consultivo; semana de
conciliación: el juzgado suspende las audiencias y permite a las partes, durante una
semana, previo a la audiencia de juicio, que usen las salas de tribunal para conciliar con
la ayuda de mediadores; maestros especializados: los jueces pueden elegir a un abogado
experimentado, académicos, ex jueces, etc. para mediar en conflictos particulares.
(43) (43) Véase por ejemplo lo que sucede en California, en los Estados Unidos cuya
información se encuentra disponible en
http://www.sfsuperiorcourt.org/divisions/civil/dispute-resolution.
(44) (44) Las Justicias de lo cotidiano. Los modos formales e informales de regulación
de los pequeños conflictos. J.P. Bonafe Schmitt, con la colaboración de C. Gerard, D.
Picon, P. Porcher. Colección Laboratorio de Sociología Jurídica. San Cristóbal Reales
sostiene que es necesario agilizar la jurisdicción complementándola con sistemas
alternativos que absorban gran parte de la los litigios. Propone que la jurisdicción
debería quedar reducida a las controversias que no se puedan solucionar por medios
alternativos por no ser materia de libre disposición. Para más información véase Susana
San Cristóbal Reales, Sistemas alternativos de resolución de conflictos: negociación,
conciliación, mediación, arbitraje, en el ámbito civil y mercantil, Anuario Jurídico y
Económico Escurialense, XLVI (2013) 39-62.
(46) (46) Así lo dispone el artículo 1 del Código Civil y Comercial para dicho digesto.
(47) (47) Principalmente tendrá que considerarse la forma probatoria y efectos legales
de los procedimientos judiciales de una provincia para con las otras, sin perjuicio de que
tales procedimientos gozan de entera fe en las demás (artículo 7 de la Constitución
Nacional).
(49) (49) Sup. Corte de Mendoza. 24/7/96. Triguillo Luis y otros c. Lascar SA." Puede
leerse también al respecto: KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída. La aplicación del
código civil y comercial a las relaciones y situaciones jurídicas existentes. Editorial
Rubinzal Culzoni. Año 2016.
(50) (50) Disposición transitoria segunda: "(...) los procesos de declaración que se
encontraren en primera instancia al tiempo de la entrada en vigor de la presente Ley se
continuarán sustanciando, hasta que recaiga sentencia en dicha instancia, conforme a la
legislación procesal anterior. En cuanto a la apelación, la segunda instancia, la
ejecución, también la provisional, y los recursos extraordinarios, serán aplicables las
disposiciones de la presente Ley". Disposición transitoria tercera: "(...) cuando los
procesos de declaración se encontraren en segunda instancia al tiempo de la entrada en
vigor de esta Ley, se sustanciará esa instancia con arreglo a la Ley anterior y, a partir de
la sentencia, se aplicará, a todos los efectos, la presente Ley. No obstante, podrá pedirse
conforme a lo dispuesto en esta Ley la ejecución provisional de la sentencia estimatoria
apelada". Disposición transitoria cuarta: "Los asuntos pendientes de recurso de casación
al entrar en vigor la presente Ley seguirán sustanciándose y se decidirán conforme a la
anterior, pero podrá pedirse, con arreglo a esta Ley, la ejecución provisional de la
sentencia estimatoria recurrida en casación". Disposición transitoria quinta: "(...) los
juicios ejecutivos pendientes a la entrada en vigor de la presente Ley se seguirán
tramitando conforme a la anterior, pero, si las actuaciones no hubieren llegado al
procedimiento de apremio, se aplicará en su momento esta Ley en lo relativo a dicho
procedimiento". Disposición transitoria sexta: "Los procesos de ejecución ya iniciados
al entrar en vigor esta Ley se regirán por lo dispuesto en ella para las actuaciones
ejecutivas que aún puedan realizarse o modificarse hasta la completa satisfacción del
ejecutante".
Padilla, Rodrigo
Sumario: I. Responsabilidad del escribano.- II. Responsabilidad del abogado.- III. Casos
comunes de responsabilidad en los que pueden incurrir dichos profesionales del
derecho.- IV. Conclusiones.
Voces
El profesional ha de responder siempre que cause un daño a su co-contratante
(paciente, cliente, rogante, etc.), perjuicio que debe encontrarse vinculado causalmente
con su comportamiento, y se constate un defecto en la conducta obrada respecto de lo
que debería haber realizado un profesional diligente (perito) en esas mismas
circunstancias (conducta debida)
I. Responsabilidad del escribano
Para empezar con esta tarea en la cual se analizarán algunos aspectos vinculados con la
responsabilidad de los escribanos y abogados, vamos a repasar los sistemas legislativos
que existen del notariado. Siguiendo a Villalba Welsch (1) es dable clasificar a los
sistemas legislativos del notariado en tres principales grupos que a su turno admiten
sub-clasificaciones. Así:
Esta última categoría admite, a su turno, dos sub-clasificaciones. Una, la del notariado
"libre", en donde el número de plazas para ejercer la escribanía es ilimitado y el notario
no tiene demarcación geográfica para el desempeño de su función, tal como ocurre en
Uruguay. La otra subespecie, la que impera en los demás países (Francia, España, países
sudamericanos en general, etc.), es la del notariado "restringido" -sistema latino puro-,
en donde el número de Registros a designar es limitado.
Ahora bien, se puede afirmar que en nuestro país rige esta modalidad, la del notariado
profesional investido de una función pública. Siendo más específico, contamos con un
notariado restringido; es decir que impera el sistema intermedio en su modalidad de
"latino puro".
Esta misma tesis que proclama que el escribano es un profesional del derecho en
ejercicio de una función pública ha sido consagrada en numerosos congresos, jornadas,
cursos, etcétera, tanto a nivel internacional cuanto referidos al ámbito doméstico. Por
ejemplo, en el Primer Congreso Internacional del Notariado Latino del año 1948 ya se
proclamó la conclusión que el notario es un profesional del Derecho que ejerce una
función pública (4); también se arribó a semejante conclusión el IV Congreso
Internacional de Río de Janeiro, Brasil, 1956; el VI Congreso Internacional de Montreal,
Canadá, 1964; el X Congreso Internacional de Montevideo, Uruguay, 1969; los
Encuentros de Notariado Americano y Rioplatense; las distintas Jornadas Notariales
Argentinas realizadas desde 1949 en Rosario, Santa Fe. Además, la Unión Internacional
del Notariado Latino ha expuesto -en una publicación del año 2005- entre las Bases o
Principios del Sistema del Notariado Latino, título I del Notariado y la función notarial,
inciso I, que "El notario es un profesional del Derecho, titular de una función pública,
nombrado por el Estado para conferir autenticidad a los actos y negocios jurídicos
contenidos en los documentos que redacta, así como para aconsejar y asesorar a los
requirentes de sus servicios" (5).
Es decir que esta tesis intermedia cuenta con el aval de destacadísima doctrina, amén de
haber sido receptada favorablemente en numerosos encuentros científicos. Por cierto
que también la jurisprudencia la abraza. De hecho esta postura fue seguida por la Corte
Suprema Nacional en el año 1956 (6), y reiterada en 1984 (7). Además la sigue la Corte
bonaerense (8). Por cierto que es muy citado un fallo del Dr. Jorge Horacio Alterini en
el cual se sentenció que "Las réplicas al encasillamiento del escribano de registro como
funcionario público, que me parecen de fuerza innegable, no deben, sin embargo,
oscurecer la peculiar naturaleza de las funciones del notario, cuya envergadura e
importancia social no se agota con una explicación puramente profesionalista" (9). Hoy
también encontramos numerosos precedentes que comulgan con dicho parecer.
Por nuestra parte es claro que también nos enrolamos en esta solución intermedia. Ahora
bien, que se sostenga que el escribano público sea un "profesional" (que cumple una
"función pública", claro está), no quiere significar para nada que no conlleve una
importantísima misión en nuestra sociedad (10). Al contrario, solo resalta que el mismo
debe estar lo suficientemente instruido, preparado, capacitado, etc., cuestión que no
sucede con todos funcionarios públicos.
Por lo demás, quepa resaltar que esta función pública comprometida -en cuanto a la
autenticidad y conservación de los actos- "no está establecida en el solo interés de los
particulares, sino que es de carácter general en el sentido de garantizar la seriedad y
seguridad de las relaciones jurídicas y más aún, asegurar el mantenimiento y regularidad
del orden jurídico establecido en materia de derechos reales sobre inmuebles" (11).
Es decir que podemos válidamente concluir que consagrar al escribano público como un
profesional del derecho que ejerce una función pública no quiere significar restarle valor
a su importantísima labor. Dicha naturaleza jurídica "bifronte" opera, al parecer, como
duplicador de responsabilidades: por un lado, en tanto que profesional; por el otro, por
la relevante función fedataria comprometida en la mayoría de los casos (12). Amén de
ello, esta naturaleza "dualista" trae otras importantes consecuencias prácticas.
Por de pronto, es claro que al considerar al escribano como profesional del derecho,
estamos eximiendo en general al Estado por los posibles daños que puede ocasionar
dicho notario. De hecho, no existen casos en la jurisprudencia en donde se
responsabilice al Estado por hechos ilícitos de los escribanos públicos (13). Pero
además debemos detenernos en algunos asuntos que resultan de interés, tales como la
supuesta obligación de resultado comprometida en su labor para finalmente resaltar
algunos aspectos de la responsabilidad profesional a la luz de lo prescrito en el nuevo
Código Civil y Comercial.
2) Sobre el contrato que celebran los requirentes con el notario. La clasificación de las
obligaciones en de medios y resultado y su función en materia de responsabilidad del
escribano. ¿Esta distinción binaria es la rectora del onus probando y del factor
imputativo?
Vamos a indagar, someramente, sobre el contrato que celebran los clientes, rogantes, o
requirentes con el escribano. También se analizará la cuestión central de determinar si
pesa sobre el notario una obligación de medios o resultado. Incluso veremos si tiene
verdadera aplicabilidad esta doctrina binaria, más allá de su tibia recepción en el nuevo
Código unificado de Argentina. De hecho, en el próximo acápite se analizará dicho
ordenamiento jurídico para finalizar con unas breves conclusiones aplicables tanto a la
responsabilidad civil notarial, cuanto la que corresponde al abogado.
Pues bien, para gran parte de nuestra doctrina, la relación que une al escribano con sus
clientes se trata de un contrato de "locación" (14) de "obra" (15). Por cierto que no se
descarta que al margen de dicho contrato, el notario puede actuar, "de un modo
accesorio, como mandatario de algunas de las partes en tareas contingentes alejadas de
la función notarial específica" (16). También se debe reconocer que existen contados
autores que proclaman que, además del contrato de obra mentado y del mandato,
también nos podemos encontrar frente a una "locación" de "servicios" (17).
Pero, quede claro, en general se entiende que entre los requirentes y el escribano se
celebra un contrato de obra, que algunos le agregan "intelectual" (18).
Ahora bien, siendo ello así, también se sostiene en general que dicho contrato engendra
para el escribano una obligación de resultado. Aquí sí nos detendremos para analizar
esta crucial cuestión. Aunque sólo trataremos sobre el origen de la clasificación, la
definición de las obligaciones de medios y resultado y su supuesta función rectora del
onus probandi y del factor atributivo. Por supuesto que siempre tendremos presente si la
misma es o no aplicable al campo de la responsabilidad civil del notario.
Pues bien, respecto del origen de esta clasificación, hay que reconocerlo, aún no está
muy definido. En efecto, hay autores que sostienen que ya los romanos conocían tal
distingo (19). También se dijo que su génesis puede haber estado en la doctrina antigua
alemana, o en autores franceses clásicos.
Con más precisión, estudiosos en la materia han puesto de resalto que tal categorización
fue vislumbrada por Bernhöft en el año 1889 mientras comentaba el proyecto del
Código Civil alemán. Luego fue Fischer (20) quien las bautizó como obligaciones
subjetivas y objetivas. Después tal categorización es acogida por otros autores alemanes
como Bekker y Hartmann.
Todavía cuadra mencionar a los autores italianos Osti y Leone (21) como precursores de
esta doctrina, e incluso se han encontrado rastros de este distingo en las obras de Domat,
Glasson, Gabba y Planiol (22). Lo que no puede negarse, y nadie lo hizo, es que fue
René DEMOGUE (23) quien las sistematizó, haciéndolas, así, conocidas al mundo
jurídico.
Como puede apreciarse a primera vista, la diferencia de estos dos tipos de obligaciones
radicaría en que para cumplir con la obligación de medios, el deudor debe haber
realizado un comportamiento diligente o prudente, siendo que se tiene por cumplida la
misma por más que no haya conseguido el fin último esperado por el acreedor. Mientras
que en las obligaciones de resultado esta finalidad última del acreedor -o interés
definitivo, interés final, resultado propiamente dicho, o efecto- se "causaliza" formando
parte del objeto de la obligación; por consiguiente, el deudor no se exime si demuestra
un actuar diligente, pues lo que garantizó es el cumplimiento concreto de la prestación,
teniéndose a éste por responsable a no ser que demuestre una causa ajena no imputable
a él.
Así presentada, la cuestión ofrece numerosos interrogantes: ¿es qué, acaso, en las
obligaciones de resultado, no es importante la diligencia empleada por el deudor? En
cuanto a las obligaciones de medios, ¿es verdad que se desentienden completamente del
resultado?, acaso el "medio" mismo no es un resultado?
En otro aspecto, es también importante destacar que el medio mismo puede ser
enfocado como un resultado, si se quiere, anterior o base del "resultado final". Es por
ello que somos partícipes de aquella doctrina que afirma que en toda obligación hay
medios y fines. Es decir que todas llevan consigo un medio que apunta a un resultado,
siendo este resultado la prestación misma -sea un dare, un facere o un non facere-; y
resultando este medio la diligencia empleada por el deudor a tal efecto.
En tal sentido nuestro padre y maestro nos enseñó que "no existen obligaciones que no
sean a la vez de medios y de resultado. En todas, el deudor compromete diligencia, y en
todas se promete un fin mediante el racional empleo de los medios que conducen al
resultado que se busca" (27). En idéntica postura Wayar sostiene que "En aquellas
-obligaciones- que la tradición llama de medios es siempre posible hallar un resultado;
esto se comienza a comprender cuando se acepta que en toda obligación hay 'medios' y
se persigue 'resultados' " (28).
Como apreciarán la cuestión es muy compleja. Por ello, ante la diversidad que se
observaba en esta clasificación, que en su origen era binaria, Esmein en el año 1952
distinguió cuatro supuestos en materia de responsabilidad contractual: "aquellos en que
la culpa ha de ser probada; aquellos en que se presume, pero el deudor vence la
presunción con la prueba de su diligencia; aquellos otros en que dicha presunción se
vence sólo con la prueba del caso fortuito, la fuerza mayor o la causa ajena no
imputable de que habla el artículo 1147 del Código Civil, y finalmente, aquellos otros
(de garantía) en que el deudor responde incluso ante el caso fortuito" (29).
Derrida también se hizo eco de esta crítica afirmando que la distinción, aún admitida
por la jurisprudencia, "no está netamente establecida, a falta de un criterio preciso y de
soluciones suficientemente matizadas" (30). En épocas más recientes, VINEY et
JOURDAIN (31), en Francia, Serra Rodríguez, en España (32) y Alterini (33), en
Argentina, entre otros tantos, también criticaron tal distingo binario afirmando que en
realidad son muchas las situaciones posibles.
Ahora analizaremos su supuesta función rectora del onus probandi. Por supuesto que
esta categorización binaria no es meramente teórica o didáctica. Los juristas que
estudiaron el tema -que fueron muchos y de gran autoridad científica- no estaban
haciendo dogmatismo puro. La utilización de esta clasificación es sumamente práctica,
pues uno de los objetivos está apuntando al proceso mismo. En realidad el padre
adoptivo de esta clasificación, DEMOGUE, pensó esta categoría de obligaciones
operando sólo en el ámbito de la responsabilidad contractual. Decía el distinguido
jurista francés que esta dualidad podría ser justamente la "diferencia esencial" entre los
diversos regímenes responsabilizantes. Además, su finalidad práctica era evidente:
solucionaría un problema probatorio (34).
En efecto, la doctrina que acogió esta categorización estableció que a través de ella el
juez se sentiría seguro a la hora de evaluar el posible incumplimiento o mal
cumplimiento de una obligación, en cuanto a la prueba se refiere. Ya tuvimos
oportunidad de expresar que esta clasificación constituía un puerto seguro para los
jueces, quienes, además de tener servido el onus probandi, no tenían que indagar
profundamente sobre la subjetividad del sindicado como responsable (35), por lo menos
no en aquellas obligaciones calificadas como de resultado (como se pretende encasillar
al comportamiento general del notario).
Insistimos, la primera y gran utilidad que se generó a partir del mentado distingo fue la
siguiente: se decía que en la obligación de medios el deudor sólo la incumplía cuando su
conducta fuere culposa, y esta culpa debía ser probada por el acreedor (36). Mientras
que en las obligaciones de resultado, al no obtener el mismo, el deudor se hacía
inmediatamente responsable, a no ser que él pruebe alguna causa ajena que desvió la
concatenación causal responsabilizante. Cierta doctrina entendía, empero, que el deudor
se liberaba en las obligaciones de resultado con tan sólo demostrar su conducta
diligente, esto es con acreditar su "no culpa" o ausencia de culpa.
Pero, ora se demuestre la no culpa, ora el casus, la cuestión del onus probandi estaba
resuelta. Era el acreedor, víctima del incumplimiento contractual, quien debería probar
la culpa del deudor si su obligación fuese de mera actividad, ya que en ello radicaba
justamente el "incumplimiento"; mientras que en las de resultado, o esta culpa se le
presumía, o el factor era objetivo, siendo que siempre debía demostrar el deudor que el
incumplimiento se debió a una causa ajena a éste -casus-, o que el incumplimiento o
defectuoso cumplimiento acaeció no obstante haber tomado todos los recaudos y
precauciones -diligencia exigible- que la emergencia le requería -prueba de la no culpa-.
Ahora bien, evidentemente bajo estos cánones se estimó que la prestación del
profesional de la medicina o de la abogacía constituía una típica obligación de medios (a
diferencia del notario que, como dijimos, en general se entiende que pesa sobre el
mismo una obligación de resultado). Ello sin desconocer, empero, que tales
profesionales también se podían obligar a resultados concretos, pero éstos eran
excepcionales -vg. emitir dictámenes o certificados, realizar análisis clínicos y algunas
obligaciones derivadas de la cirugía estética "embellecedora" en el campo galeno; y en
cuanto a los abogados, constituirían obligaciones de fines las de evacuar dictámenes y
consultas, cumplir ciertas cargas procesales, la redacción de un contrato, etc.-.
Pero queda claro que la obligación principal de los profesionales citados -esto es el
deber de asistencia y cuidado del enfermo en el caso del médico y la obligación
principal del abogado en sede judicial de defender a su asistido- constituía una típica
obligación de medios, según esta doctrina.
Siendo que la obligación del médico es, según se apuntó, por regla, de medios, era el
paciente demandante quien debe demostrar que el daño sufrido se debió a la culpa
galena. Tal prueba era sumamente dificultosa, cuando no de cumplimiento imposible. Es
decir que el onus probandi atentaba contra su legítimo derecho de acudir a la Justicia.
Sobre sus espaldas se cargaba con el peso de la demostración del hecho antijurídico, del
daño, el nexo causal y la culpa profesional. Con tal panorama desalentador no faltaron
voces que aclamaban que esta clasificación era injusta, pues funcionaba como un
escudo protector para los galenos, al no poder en la práctica probarse el actuar culposo
del facultativo (38).
Estas consideraciones fueron mutando con el paso de los años, principalmente por obra
pretoriana. En efecto, en los distintos países en donde la prueba de la culpa médica era
de cumplimiento quasi imposible para la víctima actora en un proceso de daños, se
forjaron teorías que tendían a equilibrar la situación probatoria, beneficiando, de esta
forma, al paciente que iniciara un juicio por mala praxis.
Entre estas teorías cabe mencionar al principio res ipsa loquitur, la prueba prima facie o
Anscheinsbeweis, la denominada faute virtuelle, y algunas presunciones. Todos estos
conceptos tienen una finalidad común: equilibrar el onus probandi en beneficio
manifiesto de las víctimas -ante todo de malas prácticas médicas- que pretenden una
indemnización pecuniaria por el daño padecido. Se puede decir que éstos derivan de la
regla madre que está imperando en la responsabilidad civil en las últimas décadas, nos
referimos al principio pro damnato.
Queda descubierto, entonces, que esta típica obligación de medios está siendo objeto de
numerosos ataques modernos que tienden a facilitar a la víctima la prueba de la culpa
galena y de la relación de causalidad entre la conducta culpable y el daño acaecido.
Incluso a veces se llega a presumir la culpa médica.
Insistiremos un poco más en este tema. Si bien son muchas las funciones de la renegada
clasificación, remarcamos que en este trabajo sólo veremos la referida a la cuestión
probatoria. Pues en cuanto a su utilidad en tanto que juez del onus probandi, ya se
comprobó que tal clasificación es muy limitada al respecto. En efecto, pusimos de
resalto que hay muchas obligaciones de medios ya no se rigen por los postulados
clásicos de la escuela que admite el distingo. Demasiadas teorías modernas relativizaban
sobremanera la distinción binaria estableciendo, ora presunciones de culpa y hasta de
causalidad, ora transformando en objetivo al factor de atribución de una obligación de
medios.
En otro orden de cosas, parece claro que la cuestión probatoria -esencial para quienes
ejercen la profesión- es un tema que será resuelto en cada ordenamiento positivo
particular. Generalmente serán los Códigos rituales los encargados de establecerla,
siempre dentro de las reglas fundamentales que muchas veces emanan de las leyes de
fondo (como lo puede ser el propio Código Civil y Comercial), cuando no de la
mismísima Constitución Nacional. No creemos que un distingo doctrinario pueda, para
nada, tener verdadera operatividad sobre una cuestión tan delicada. La realidad ha
demostrado que en la actualidad las leyes y los tribunales poco tienen en cuenta a la
hora de determinar el onus probandi si la obligación incumplida es de medios o de
fines. Como señalamos, se ha llegado al extremo de establecer factores objetivos en una
obligación de medios. Ello sólo pone de manifiesto que esta pretendida finalidad que
DEMOGUE tanto defendió, no pasa de ser, hoy, una mera utopía.
Es que si fuese cierto que en una obligación de medios la prueba recae sobre el actor
víctima, los jueces jamás hubieran podido elaborar esas teorías que trataban de
equilibrar la situación probatoria. Y esta es una tendencia observable en los principales
países de occidente. En cada uno de éstos se ha desvirtuado completamente el distingo
fantástico referenciado.
Y debido a que estamos en este punto nos parece oportuno referirnos a la doctrina de la
distribución dinámica de las pruebas (39). Por tal ha de entenderse a una excepción al
principio general que rige habitualmente el onus probandi y que se resume en adagios
como éstos: incumbit probatio ei qui dicit non qui negat; onus probandi incumbit
actore, etcétera. Tal excepción puede aplicarse cuando la cuestión probatoria se torna
altamente dificultosa para una de las partes, entonces el juez puede apartarse de estas
reglas fijas y adjudicar la carga probatoria a aquella parte que se encuentre en mejores
condiciones para aportarla. Esta mejor condición, que le compele a arrimar la pertinente
prueba al proceso, puede ser de orden fáctica, económica, jurídica, técnica o
profesional.
Hace unos años hemos tenido oportunidad de expresar que compartíamos las ideas de
Lorenzetti quien señalaba que hay que diferenciar las cargas dinámicas de la
adjudicación a quien está en mejores condiciones. Esta última es una regla externa al
proceso que ha sido desarrollada por la escuela del análisis económico del derecho y
que consiste en adjudicar la carga demostrativa a quien le resulte más barato producirla.
Mientras que la distribución dinámica es un principio interno del proceso, que se
desarrolló por oposición a las cargas "estáticas", y su interés es flexibilizar en supuestos
de excepción, aquellas reglas fijas. Entonces la distribución dinámica se opone a la
"fija", no habiendo razón para afirmar que la regla adjudicativa a quien está en mejores
condiciones probatorias no vaya a ser fija. En realidad, esta última no tiene una relación
directa con el par binario estático/dinámico (40).
Es digno de resaltar que esta teoría goza de importantes auspicios doctrinarios (41) y
está siendo aplicada por altos tribunales argentinos. Además ha sido contemplada en los
tres últimos intentos de codificación 'unificada' (42) -civil y comercial- en nuestro país
(incluido el que finalmente llegó a convertirse en ley), amén de su recibimiento
favorable en numerosos Congresos científicos (43).
En efecto, el nuevo Código Civil y Comercial argentino establece que "El juez puede
distribuir la carga de la prueba de la culpa o de haber actuado con la diligencia
debida, ponderando cuál de las partes se halla en mejor situación para aportarla. Si el
juez lo considera pertinente, durante el proceso comunicará a las partes que aplicará
este criterio, de modo de permitir a los litigantes ofrecer y producir los elementos de
convicción que hagan a su defensa" (conf. art. 1735 CCC).
Tal parecer es acertado aunque hemos de remarcar, junto a Viney, que debe tenerse
sumo cuidado con las facultades judiciales, y aquí esa prerrogativa del juez es patente,
porque la discrecionalidad "puede conducir a una fijación de indemnizaciones en
función del sentimiento personal del juez, lo que lleva inevitablemente a una formidable
desigualdad entre los justiciables" (44).
De todas formas el propio Peyrano (45) ha dicho que esta teoría es de aplicación
excepcional e incluso teme que se haya desbordado un poco su propósito inicial.
Con todo lo dicho queremos poner de resalto que hoy son otros los criterios que se
tienen en cuenta para solucionar los problemas probatorios. Queda en claro, entonces,
que no es cierto que de una clasificación de obligaciones derivarían unas reglas
concernientes al proceso, específicamente las que adjudican la carga probatoria.
Tampoco esta doctrina va a determinar a priori el factor imputativo, siendo que a una
obligación de resultado corresponde un criterio objetivo y a la de medios, uno subjetivo.
Predicar eso, como lo hace el nuevo Código Civil y Comercial en Argentina, no
soluciona nada, es una mera petición de principios, pues siempre quedará la duda de si
se prometió un resultado o no, o sobre qué versa justamente ese resultado, o si es
posible dicha promesa, etcétera.
Por otro lado, no debemos perder de vista que la doctrina en general ha entendido que
pesa sobre el escribano una típica obligación de resultado, derivada del contrato de
"locación" de obra. Así, Bustamante Alsina afirmó que "En cuanto a la naturaleza de la
obligación es, sin duda, una obligación de resultado, pues el escribano se compromete al
otorgamiento de un instrumento válido en cuanto a las formalidades legales que él debe
observar como autorizante" (46).
Otros autores repiten este parecer. Por ejemplo Trigo Represas señala que se ha
entendido en general que el escribano asume una obligación de resultado en razón de
que se compromete a otorgar un instrumento válido, en cuanto a la observancia de las
formalidades legales exigidas, como así también, en su caso, "a su inscripción en el
respectivo registro, para que el negocio de que se trate pueda adquirir oponibilidad erga
omnes" (47).
Por supuesto que debemos citar a Bueres en este grupo. Dice el jurista aludido que la
función notarial inherente al documento es unitaria y comprende las siguientes tareas: el
asesoramiento a las partes; la confección del documento; la labor fedante o
autenticadora; la conservación del protocolo y el deber de expedir copias de las
escrituras. También aclara que el escribano "debe cumplir la legislación registral,
realizando los actos previos necesarios para confeccionar un documento eficaz y un
negocio sustancialmente válido, y los actos ulteriores vinculados con la tarea
inscriptoria" (48). Pues bien, dice en forma categórica que todos esos deberes son de
fines o resultado (49). Además señala que también son de resultado estos otros deberes
fundamentales del quehacer notarial: el de dar fe de conocimiento (identificación) (50) y
el estudio de títulos (51).
Pero debe aclararse que parte de la doctrina entiende, por el contrario, que el estudio de
títulos importa una obligación de medios y no de resultado. Por ejemplo Bustamante
Alsina dijo que aunque se encomiende al notario un estudio de títulos, "esta tarea
profesional no puede comprometer sino una obligación de medios, pues el escribano no
respondería si habiendo aplicado toda su diligencia y conocimientos, existiese una
transmisión a 'non domino' resultante de un acto fraguado" (52).
Así las cosas, es evidente que el panorama no es muy claro que digamos. Se puede
concluir, siguiendo con estas corrientes, que en general se entiende que la labor notarial
está sujeta a obligaciones de fines (otorgamiento de un instrumento válido;
asesoramiento; labor fedante o autenticadora; conservación del protocolo; expedición de
copias; inscripción del instrumento en el registro pertinente; fe de identificación -o
"conocimiento" como equívocamente se le llama-; etc.), ello sin descartar un probable
daño causado a un tercero, en cuyo caso hablamos de obligación de medios, no
debiéndonos olvidar que para una autorizada doctrina el estudio de títulos importa una
obligación de medios.
Como si ese cuadro no fuere ya confuso, dentro de los que comulgan con el parecer
binario obligacional tratado, también aquí, en este campo especial de la responsabilidad
del escribano público, se repite la disputa en cuanto a que no se pusieron de acuerdo si
la obligación de resultado mentada conlleva un factor atributivo de color objetivo, o si
solo se trata de una presunción de culpa. Es claro que quienes pregonan que el escribano
está objetivamente obligado, tendrá que demostrar dicho profesional la ruptura del nexo
causal (casus) para lograr eximirse de responsabilidad (doctrina que recoge el nuevo
Código Civil y Comercial). Mientras que para los que sostienen que sobre el notario
pesa una presunción de culpa (iuris tantum), pues el notario podrá desvirtuar dicha
presunción demostrando su actuar diligente (prueba de la no culpa).
Amén de estas confusiones que naturalmente genera y siempre generó esta dupla
obligacional, es claro que no compartimos esta doctrina más allá de "cierto" aval que
recibió en el nuevo Código argentino, el cual también recepta la doctrina de las cargas
dinámicas de las pruebas, con la cual puede entrar en contradicción, quepa aclarar.
Así las cosas para nosotros lo que debe hacer el juzgador a la hora de sentenciar una
probable mala práctica notarial, será comparar la conducta del profesional obrada en la
emergencia, con la debida legal y contractualmente. Para lograr esa comparación deberá
formar un modelo profesional (el buen profesional general, el buen especialista, etc.)
que le servirá de parangón (arquetipo comparativo) de la conducta puesta en tela de
juicio. Un criterio clave es el denominado "lex artis", es decir los principios propios que
inspiran una determinada ciencia. Pues el "buen escribano" debe conducirse conforme
lo haría un buen profesional de su clase o categoría, cumpliendo con la labor
encomendada y respetando los principios propios que informan su saber singular -lex
artis- aplicados al caso concreto -lex artis ad hoc-.
Entonces queda en claro que siempre se debe recurrir al criterio comparativo del buen
profesional (en lugar de hablar de obligación de resultado o de fines) "que es el modelo
de conducta representado por las reglas o técnicas específicas de un oficio o arte
determinados. La vinculación de la pericia a la noción de artífice, experto o profesional
en un arte ('quippe ut artifex conduxit') tiene su raíz en el D. 19, II, 9,5, reproducido
parcialmente en el L. 50, XVII, 132" (54). Dejamos constancias que tanto el derecho
romano, como el antiguo Derecho francés, conocían la denominada culpa profesional
(55) . El propio DOMAT la asimilaba a la culpa ordinaria (56).
Para que se entienda lo que estamos afirmando, aclaramos que la función que cumple la
diligencia respecto del modelo padre de familia, es similar a la que corresponde a la
pericia relacionado con el modelo profesional. Es decir que "la pericia indica un modo
de conducta, un esquema de actuación que debe ser llenado por un modelo profesional...
la expresión pericia, su simple uso ya indica que el modelo de conducta al que se
reclama es un profesional. Pericia es el esquema de conducta que sólo puede ser
integrado por un modelo que presupone una determinada habilidad técnica. Es la
diligencia del experto" (57).
Este modelo del artífice implica que el profesional ha de desplegar su conducta con
ajuste a las reglas propias de su profesión. Ello pues para averiguar si le corresponde
responder civilmente se apreciará su conducta en la emergencia (conducta obrada,
teniendo presente las circunstancias concretas), la cual será comparada con el modelo de
conducta del "buen profesional" que corresponda a la clase o categoría en que quepa
encuadrar al deudor en cada caso (conducta debida). Si del cotejo realizado resulta que
el profesional no se ajustó a los cánones de comportamiento -conducta debida- que
tienen su fundamento en la lex artis, podemos hablar de culpa del profesional; la cual,
sumada a los restantes elementos atributivos de responsabilidad, hará nacer el deber de
responder en cabeza de ese deudor "calificado" por su conocimiento. (58)
Reiteraremos, una vez más, nuestra simpatía por aquella doctrina que constata la
presencia en todo tipo de obligación, de medios y fines.
El nuevo Código unificado para la Argentina consagró unas cuantas reglas que deben
ser analizadas a la luz de lo recién manifestado. En este sentido nos parece que lo más
relevante a tener en consideración en nuestro campo es el acogimiento de la teoría que
divide a las obligaciones en de medios y resultado. Además tiene relevancia la
posibilidad de aplicar la doctrina de las cargas dinámicas de las pruebas, tal como lo
resaltamos ut supra.
Esta teoría que divide a las obligaciones en medios y resultado es harto discutida incluso
en los países en los cuales tuvo su mayor desarrollo (vg. Francia, Italia y Alemania).
Ahora solo haremos mención a su recepción en el nuevo Código en diversas normas,
tales como los arts. 774, 1723 y 1768 (59).
La primera disposición hace alusión a las obligaciones de hacer, en especial cuando se
trata de la prestación de un servicio. Pues dice el mentado art. 774 que la prestación de
un servicio puede consistir en realizar cierta actividad con la diligencia apropiada,
independientemente de su éxito; o en procurar al acreedor cierto resultado concreto, con
independencia de su eficacia; o, finalmente, en procurar al acreedor el resultado eficaz
prometido (60) (siguiendo al Proyecto del año 1998, art. 726).
También esa misma norma señala que las cláusulas que comprometen los "buenos
oficios", o a aplicar los mejores esfuerzos quedan comprendidas en el inc. a
(obligaciones de medios "ordinarias"); mientras que la cláusula "llave en mano o
producto en mano", figura como ejemplo de las obligaciones del inc. c (obligaciones de
resultados "ordinarias"); No brinda ejemplos del inc. b, que pueden entenderse como
obligaciones de resultados "atenuadas" o de medios "reforzadas" -según cierta doctrina-.
Además, hay que tener en consideración que el nuevo Código establece en el art. 1723
que cuando de las circunstancias de la obligación, o de lo convenido por las partes,
surge que el deudor debe obtener un resultado determinado, "su responsabilidad es
objetiva".
Ahora bien, también es factible que el tribunal, en uso de sus facultades judiciales,
aplique la doctrina de las cargas probatorias dinámicas, según el ya transcripto art. 1735
del CCyC.
Pues bien, en materia de juicios derivados de malas prácticas profesionales (sobre todo
la galena) es muy factible que los magistrados hagan uso y "abuso" de las mentadas
facultades, generando en la práctica una suerte de inversión de la carga probatoria (ya
sea de la culpa, cuanto de la relación de causalidad -que para cierta corriente doctrinaria
también sería aplicable-), puesto que el profesional deberá acreditar haber actuado
diligentemente, o que el daño, en definitiva, es producto de una causa ajena, debiendo
acreditar la ruptura del nexo causal.
Respecto de los notarios, como se dijo, la mayoría de la doctrina proclama que están
sujetos a obligaciones de fines. Por lo tanto ni siquiera hará falta a los jueces aplicar la
doctrina de las cargas probatorias dinámicas, pues según las reglas del nuevo Código,
los escribanos estarían obligados "objetivamente".
Aunque también existen excepciones en el campo del quehacer de los escribanos, pues
si bien por regla estarían obligados a resultados (otorgamiento de un instrumento válido;
asesoramiento a las partes; labor fedante o autenticadora; expedición de copias y
conservación del protocolo; fe de conocimiento -identificación-; inscripción del
instrumento en el Registro pertinente, etc.) a veces lo están a cumplir sólo una actividad
diligente (vg. estudio de títulos). Incluso si el daño lo reclama un tercero y no sus
requirentes o rogantes, allí, se sostiene, el deber de resultado se transforma en una
obligación de medios.
Como puede observarse otra vez invade esa artificiosa clasificación en este campo
profesional. Ya dijimos varias veces que no compartimos esta postura facilista y que
nada resuelve. En puridad esa dupla obligacional es una fantasía, una falacia que
pretende resolver problemas probatorios cuando en realidad crea otros.
Va de suyo que nadie discute hoy que "la responsabilidad civil de los profesionales no
constituye más que un capítulo dentro del amplio espectro de la responsabilidad civil en
general" (62).
De hecho, la doctrina prácticamente en forma pacífica nos señala que los cuatro
elementos o requisitos "clásicos" del deber de resarcir se reproducen en la mala praxis
"forense". Así, para hacer civilmente responsable a un abogado será menester constatar:
1) un hecho que infringe un deber jurídico de conducta impuesto por el ordenamiento
jurídico -antijuridicidad o ilicitud-; 2) un perjuicio sufrido por otra persona; 3) un factor
de atribución que justifique la imputación mentada y 4) un nexo "adecuado" de
causalidad entre el hecho antijurídico y el daño causado (63).
Por nuestra parte, entendemos que la responsabilidad civil no puede ser mirada como
algo estática, donde sus elementos, componentes o requisitos luzcan claros, individuales
o autónomos; ergo sin vinculación alguna. Por tal motivo pregonamos imprescindible
para enfocar el fenómeno responsabilizante hacerlo desde un enfoque dinámico (67) .
Ahora bien, volviendo a la mala práctica de los letrados, normalmente, como se dijo, la
doctrina entiende que esos mismos requisitos son ineludibles para llegar a un
responsable, en nuestro caso el abogado imperito (68).
Este tipo especial de responsabilidad, como señala Trigo Represas, se puede gestar
cuando los practicantes de una profesión faltan "a los deberes específicos que ella les
impone; o sea que tal responsabilidad deriva de una infracción típica de ciertos deberes
propios de esa actividad, ya que es obvio que todo individuo que practique debe poseer
conocimientos teóricos y prácticos propios de la misma y obrar con la diligencia y
previsión necesarias con ajustes a las reglas y métodos que correspondan" (69); además
dichos conocimientos deben estar debida y constantemente actualizados (70). Con
respecto a la verdadera obligación de "estar al día" referidos a los profesionales objeto
de nuestro estudio, recordemos que el primer mandamiento de COUTURE (71) nos
decía que el abogado debe "estudiar" puesto que el derecho se transforma
constantemente y el abogado que no sigue sus pasos será cada día menos abogado.
En este sentido, hace un tiempo Planiol primero, y después Ripert decían, precisamente
de la responsabilidad profesional que "Todo individuo que ejerce una profesión está
obligado a poseer los conocimientos teóricos y prácticos propios de ella, debiendo poner
en su conducta la previsión y la diligencia necesarias" (72). También con esta
inteligencia se resolvió que la "irresponsabilidad profesional es aquella en la que
incurren quienes ejercen determinadas profesiones liberales al faltar a los deberes
especiales que su arte o ciencia les imponen" (73).
Claro está que la responsabilidad civil de los abogados es una de las tantas
responsabilidades profesionales cuyos principios básicos no difieren sustancialmente de
los criterios generales. Acertadamente y en forma algo elemental se señaló que "se trata
de una responsabilidad que reconoce su origen en una conducta dolosa, culpable o
negligente derivada del ejercicio de la profesión de abogado" (74).
Incluso bajo el imperio del nuevo ordenamiento argentino se ha afirmado, con acierto,
que "el nuevo Código no ha introducido variantes significativas en materia de
responsabilidad profesional, al menos en relación con los aspectos que doctrina y
jurisprudencia habían elaborado en derredor del Código anterior, de allí que, en
principio, resultan aplicables al nuevo dispositivo. De ese modo... la responsabilidad del
abogado frente al cliente... Si bien se trata de un supuesto especial de responsabilidad
(al estar incorporado en la Sección 9ª del Título V), requiere para su configuración de
los mismos elementos o presupuestos comunes a cualquier responsabilidad civil (art.
1716, CCyC)" (75).
Con lo dicho -que no admite prueba en contra- queremos desenmascarar la primera falsa
dicotomía que sobrevuela sobre estos temas, puesto que no existe una responsabilidad
civil profesional que se distancie en lo esencial de los principios rectores de la
responsabilidad civil general, ello sin desconocer, empero, que tenga matices propios
(76).
2) La culpa profesional, ¿es diversa de la culpa común? ¿Es válido hablar de una
culpa grave diferente de la leve?
Si la culpa profesional es diversa a la culpa común, parece estar casi resuelto. En efecto,
si afirmamos recién que no existe una responsabilidad profesional con criterios o
fundamentos distintos de los principios genéricos, es justamente porque no es válido
predicar que la llamada culpa profesional sea una especie particular de culpa, harto
distante de la común aplicable al "profano". Entonces: la culpa profesional no se
distancia en absoluto de la general (77) . Pero esta cuestión, así presentada, no fue
siempre tan clara, ni es doctrina unánime en todos lados.
Si hacemos una somera revista veremos que esta dicotomía descubierta ha pasado por
diversas etapas. En efecto, "La antigua doctrina francesa entendió que por la naturaleza
de los intereses en juego y la necesidad de fundamentar o estimular ciertas acciones, la
noción de culpa debía encogerse en ciertos supuestos a la noción de dolo o culpa grave,
colocándose como un caso paradigmático el de los médicos" (78).
En este sentido Planiol y Ripert señalaban que "Se ha entendido a veces, respecto a
ciertas profesiones, que la entrega de un diploma o la aprobación de los poderes
públicos, necesarios para ejercerlas, implican la presunción de capacidad, de tal suerte
que la responsabilidad es puramente moral, o, al menos, que la responsabilidad civil
solamente existe en caso de culpa grave; a lo que se ha agregado que el mismo público
tendría interés en la ausencia de una responsabilidad que puede llegar a obstaculizar las
iniciativas" (79).
Debe resaltarse que se ha tenido que "evolucionar" bastante para poder enjuiciar a los
otrora privilegiados profesionales. Pues en esta evolución un paso importante consistió
en demandar a los médicos o abogados los mismos criterios de previsión y evitación
exigibles al ciudadano común. De suma importancia resultó ser un memorable fallo de
la Casación francesa del año 1862, por medio de la Cámara de Admisión, donde se
sentó la regla que los profesionales -en puridad, los médicos- están sujetos a los
principios generales de responsabilidad (80). No obstante, hay que reconocer que
durante prácticamente un siglo más tuvieron ciertos privilegios los profesionales
liberales en general, y los médicos en especial. Pero ello cambió y a veces se pasa al
otro extremo.
Por supuesto que existen muchas causas que determinaron el nacimiento y luego la
consolidación de la responsabilidad civil de los profesionales, con particular énfasis en
el sector médico, insistimos. Desde la década de los años 70 del siglo pasado, en
adelante, este fenómeno es observable y su pronóstico es todavía un mayor incremento
de tales demandas. Entre dichas causas se mencionan, por ejemplo, el abandono de la
tesis que consagraba la irresponsabilidad del profesional fundada en la incertidumbre
existente en las ciencias blandas; además se ha modificado la óptica del abordaje del
estudio de la responsabilidad civil, pues hoy tiene el rol preponderante el daño
injustamente causado a la víctima y no tanto la conducta del victimario; ello sumado a
la revalorización del contrato de servicios profesionales, sobre todo cuando está
relacionado con derechos personalísimos; también se ha dicho que este incremento de
demandas obedece a la masificación y burocratización del servicio, en tanto ello
resiente el diálogo y la confianza que debe prevalecer en el vínculo profesional-cliente
(paciente, requirente, etc.); además, se ha jerarquizado el "deber de información", el
cual, en tanto carga secundaria de conducta, puede generar responsabilidad profesional
-ante la ausencia del consentimiento informado-, más allá de la discusión sobre el
quantum respondeatur que cabe asignarle a cada caso; todo ello sumado a la extensión
del acceso a la justicia (juicios sumarios, amparos, etc.) lo que determina, en definitiva,
un aumento constante de la litigiosidad y un considerable incremento de juicios por
malas prácticas profesionales (81).
Pero a nosotros nos interesa sobremanera la primera de las causas mencionadas, por ello
analizaremos un poco más la cuestión referida a la exigencia de culpa grave en el
letrado, o la pretendida irresponsabilidad del mismo basada en el ejercicio de una
ciencia blanda. En lo que sigue veremos de qué trata.
Esta discriminación no era, empero, del todo arbitraria, debido a que se fundamentaba
en la razón de ser -en la esencia misma- de estas profesiones. Adviértase que casi todas
estas teorías tuvieron su génesis en el ámbito galeno, es decir en la ciencia de la
medicina. Pues se sabe que ésta es una "ciencia imperfecta" o "arte blando" (86). De
hecho lo mismo cabe decir de la abogacía (87) y no faltan voces que aún hoy se
escuchan que lisa y llanamente afirman que toda cuestión jurídica es opinable y que si la
mitad de la biblioteca otorga razón a una parte, la otra mitad hace lo propio con su
contraria.
Insistimos, según este parecer, si la culpa versaba sobre una cuestión científica, la
conducta del profesional debiera ser por lo menos "grave" para poder imputársela
jurídicamente. Esta culpa grave implica un desconocimiento grosero de las reglas
elementales que hacen a su profesión. Connota un actuar contrariando lo aconsejado en
forma unánime por los científicos de su área.
Asimismo, y justificando este verdadero privilegio de los médicos, se determinó que los
jueces no tenían potestad para valorar o interpretar un dictamen pericial, "dado que
éstos no podían terciar en una porfía científico-médica cuando los profesionales del arte
del curar discutían sobre las posibilidades de seguir varios caminos" (88). En pocas
palabras, la cuestión "técnica o científica galena" era sagrada y extraña a los ojos de la
impotente Justicia.
Fundamental en la materia que tratamos consiste en admitir que existen sectores del
quehacer profesional que deben ser tenidos como "conquistados". Entonces, cuando la
prestación de servicios profesionales no es llevada a cabo acorde con las exigencias
que determina la lex artis, estaremos en presencia de una conducta culposa. Es que no
podemos afirmar que todo el "saber" es opinable científicamente o, en el ámbito
jurídico, que la decisión final depende de un tercero -el juez-, o que las leyes no son
claras, que son demasiadas y hasta contradictorias, o que el cliente faltó a la verdad,
etcétera. Evidentemente, sin negar que existen cuestiones dudosas o discutibles (92),
zonas oscuras aún no conquistadas -lagunas jurídicas- o novedosas, no hay que
desconocer que también existen consensos doctrinarios, soluciones legales impecables y
jurisprudencia firme (93). Negar esto último da tanto como pregonar una inseguridad
jurídica total, salida inadmisible en un Estado de Derecho (94).
También debe estarse al tanto, en algunos supuestos que cada día son más frecuentes
(aquellos en los que están en juego derechos y garantías fundamentales, como el
proceso justo), al "control extrafronteras", a su empalme transnacional con la Corte
Interamericana de Justicia (Pacto de San José de Costa Rica). Además, se ha señalado
que el letrado deberá estar informado de las líneas jurisprudenciales de los Tribunales
transnacionales de Estrasburgo (Francia) y Luxemburgo en asuntos de Derechos
Humanos. Es decir que el "Derecho de Gentes y aun el Derecho consuetudinario
ingresaron a la red jurídica que opera desde nuestro país" (100).
3) La responsabilidad civil del abogado frente a su ex cliente, ¿ha de juzgarse con las
reglas que gobiernan la responsabilidad contractual o extracontractual? El artículo
1728 del nuevo Código unificado argentino
Antes de tratar la temática objeto de este acápite debemos advertir que si bien es cierto
que el nuevo Código Civil y Comercial de la Argentina en principio tiende a unificar los
regímenes responsabilizantes, bregando por un sistema único de responsabilidad que
borre las diferencias entre las órbitas contractual con la extracontractual, la pregunta que
ahora nos hacemos, respecto de si se aplica uno u otro régimen a la responsabilidad del
abogado, tiene relevancia por dos motivos principales: primero porque es posible que se
aplique el Código de Vélez a tenor de lo dispuesto por el artículo 7 del nuevo
ordenamiento; y la otra razón es que aún siguen subsistiendo diferencias esenciales
entre ambos regímenes (110), más allá de dicha pretensión unificadora, tales como, por
ejemplo, la regla de la previsibilidad contractual (art. 1728 del nuevo Código). Por ello
emprenderemos su estudio teniendo en consideración al principio el Código de Vélez
para después finalizar con el nuevo Código Civil y Comercial ya vigente en Argentina,
amén de las menciones de los otros ordenamientos jurídicos.
Mantenemos tal posición "contractualista" con independencia del contrato singular que
se puede haber gestado en la relación (112), debiéndose aplicar las reglas contractuales
aún si no se hubiere concretado ningún acto jurídico bilateral patrimonial. Incluso
somos partidarios de esa idea, sea que la prestación del abogado haya sido realizada -o
incumplida o mal cumplida- en sede judicial o extrajudicial, ya en forma de patrocinio
letrado, ya revestido como apoderado -cuestión, esta última, que no depara dudas-.
También entendemos que debemos aplicar los principios contractuales así se hubiere
incumplido la obligación principal del letrado, como ante las violaciones de las
obligaciones accesorias y de los deberes complementarios de conducta (113). Incluso,
se aplicarían los principios contractuales si se violasen los llamados "deberes de
protección o seguridad", para quienes creen aplicable esta sub-categoría a la prestación
del letrado (114). Todo ello integra el "contrato de prestación de servicios profesionales"
y no tiene relevancia si se transgrede una u otra 'obligación'.
Debemos remarcar, por fin, que no estamos solos en esta tesitura. En efecto, en Italia la
prestigiosa pluma de Visintini ha escrito que "La responsabilidad del abogado defensor,
como aquella en que puede incurrir el notario, surge también habitualmente con
respecto al cliente y, por lo tanto, es de naturaleza contractual por incumplimiento de
sus deberes profesionales" (116).
En Argentina ha escrito con autoridad Bustamante Alsina que "La responsabilidad del
abogado frente a su cliente es siempre contractual, ya sea que se trate de un
asesoramiento legal, intervención directa en alguna gestión o arreglo extrajudicial o el
patrocinio letrado o defensa del mismo" (118).
También Casiello ha dicho, con razón, que "A esta altura de los 'tiempos jurídicos', ya
nadie discute que la responsabilidad de los profesionales debe encuadrarse dentro del
ámbito contractual" (120). Además señala el estimado profesor casos en los que la
doctrina "normalmente" entiende que son regulados por principios aquilianos -médico
que asiste a una persona en la vía pública, abogado nombrado como defensor de oficio
(121) de un declarado rebelde-, pero afirma que "aun en estos casos la labor del
profesional se realiza en cumplimiento de una obligación de hacer concreta y específica
que consiste en brindar al acreedor la asistencia y los servicios que la ciencia y el arte de
la respectiva profesión aconsejen, obligación que es la misma que la que hubiera
asumido el profesional para con su cliente en razón de un contrato formalmente
celebrado" (122).
En una tesitura similar -unos cuantos años atrás- Llambías afirmaba que la
responsabilidad del letrado por un daño sufrido por el cliente y como consecuencia del
mal desempeño de la función asumida es la ordinaria o contractual, "sin que varíe la
naturaleza de dicha responsabilidad por el hecho de haber asumido un abogado la
defensa de una persona por una imposición legal, es decir, sin un contrato previo con su
defendido" (123).
En España también se ha señalado que "la doctrina es unánime (aunque no en todos los
casos, dejando a salvo algunos autores situaciones extracontractuales) al considerar que,
en la relación abogado-cliente, si el primero de ellos incumple las obligaciones
contratadas, o las que son consecuencia necesaria de su actividad profesional, estamos
en presencia de una responsabilidad contractual" (124).
Por cierto que ahora la doctrina en forma ampliamente mayoritaria entiende que la
responsabilidad civil -del abogado, notario, médico, etc.- es "por lo general" de índole
contractual (127) de cara a su contratante -ex cliente, requirente o paciente-. En nuestra
tesitura, insistimos, la responsabilidad del abogado o procurador frente a su ex cliente
es siempre contractual, aún en aquellos casos de responsabilidad de abogados de
compañías de seguros, pertenecientes a los consultorios jurídicos gratuitos o
designados de oficio, ocasiones éstas que habitualmente se citan -tanto en Argentina
cuanto en España- como ejemplos de relación extracontractual. Aclaramos que respecto
del Derecho argentino, y únicamente si se aplicase el Código de Vélez, cuando del
incumplimiento -o defectuoso cumplimiento- obligacional se "degenere en delito del
derecho criminal", la situación ha de regirse al tenor de los principios aquilianos (128),
pero ello por imperio del artículo 1107 del Código Civil (129) recientemente derogado,
y no porque exista verdadera naturaleza extracontractual en la relación (130).
Respecto de los escribanos, ya dijimos en otro estudio que "la responsabilidad del
escribano frente a sus clientes o requirentes es siempre contractual, aún en aquellos
casos en que los servicios profesionales del notario hayan sido requeridos por una sola
de las partes que a posteriori devienen en clientes (requirentes), se trate de escribano de
título o de registro (y sin importar la obligación incumplida)" (131).
Claro que encasillar a la responsabilidad civil del abogado -o del escribano- frente a su
cliente en una u otra órbita tiene importantes consecuencias prácticas. De hecho Alterini
nombró una veintena de diferencias entre estos regímenes bajo el imperio del Código de
Vélez (132). Por nuestra parte, entendemos que las principales diferencias (133),
teniendo en consideración el derogado Código Civil, radicaban en cuanto a la
prescripción aplicable (134), la prueba de los "presupuestos" de responsabilidad -en
particular la culpa- (135) y a la extensión del resarcimiento debido al ex cliente (136).
También, por supuesto, en su momento confirmamos nuestros votos para que de una vez
por todas se supere este deplorable tecnicismo jurídico y se unifiquen ambos regímenes
de responsabilidad (137), -evitando, así, todas estas discusiones-, camino seguido por
los últimos Proyectos de Código Civil y Comercial, incluido el que es actualmente ley
vigente (ley 26.994) (138).
De hecho, este nuevo Código tiene un plazo "común" (139) único de prescripción para
solicitar el reclamo de la indemnización de daños derivados de la responsabilidad civil,
tal el de tres años (conf. al artículo 2561, 2do párrafo, CCyC).
Ahora bien, si se trata de un daño que deriva del incumplimiento o mal cumplimiento de
un contrato -como sucede en estos casos de responsabilidad del letrado, a no ser que el
daño lo solicite un tercero y no su ex cliente-, ya allí se aplicará la regla de la
"previsibilidad contractual" que establece el art. 1728 (con cierto parentesco con el art.
1107 del Código Civil español de 1889). Dicha norma determina que "En los contratos
se responde por las consecuencias que las partes previeron o pudieron haber previsto al
momento de su celebración. Cuando existe dolo del deudor, la responsabilidad se fija
tomando en cuenta estas consecuencias también al momento del incumplimiento".
Por otro lado, es lógico que siempre será más fácil producir las pruebas de los
presupuestos responsabilizantes cuando se cuente con la plataforma de un contrato
-incumplido o mal cumplido-.
De allí que si bien la idea del nuevo Código pase por la unificación de los regímenes
responsabilizantes (vg. el art. 1716 determina que "La violación del deber de no dañar
a otro, o el incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación del daño
causado, conforme con las disposiciones de este Código"), algunas diferencias
esenciales aún seguirán necesariamente subsistiendo (140).
III. Casos comunes de responsabilidad en los que pueden incurrir los profesionales
del derecho (abogados y escribanos)
Así, remarcaremos que el letrado, del cual proclama la doctrina mayoritaria estar
sujetos a obligaciones de medios, es normalmente demandado y condenado por algunas
de estas faltas suyas: por no presentar la demanda o hacerlo estando ya prescripta la
acción; por errar la acción impetrada debido al desconocimiento grosero de las reglas
del derecho; por negligencia probatoria -ya sea por falta de presentación de las mismas
o deficiente producción de éstas-; por la caducidad de instancia decretada en el proceso;
por no recurrir una sentencia adversa al interés de su cliente, siendo que contaba con
serias chances como para lograr cambiar el decisorio, el cual quedó firme por su
impericia; por incumplir con las cargas procesales -por supuesto, si ello generó un daño
a su ex cliente-; por asesoramiento erróneo y falta de debida información; entre otros
tantos supuestos.
IV. Conclusiones
I) Debe quedar en claro que la responsabilidad profesional tiene los mismos principios
que rigen en la responsabilidad civil en general, aunque con algunas peculiaridades
propias. Además, no es válido predicar que la llamada "culpa profesional" (o culpa del
profesional) sea una especie particular de culpa, harto distante de la común aplicable al
profano. Por lo tanto, el profesional ha de responder civilmente cuando incurra en un
defecto en el cumplimiento de la prestación exigible, teniendo siempre presente las
condiciones de las personas, el tiempo y el lugar, además de la naturaleza misma de la
obligación, claro está. Y responde por culpa leve, amén de la grave y del dolo, al igual
que cualquier indocto.
II) En razón de ello es que el profesional ha de responder siempre que cause un daño a
su co-contratante (paciente, cliente, rogante, etc.), perjuicio que debe encontrarse
vinculado causalmente con su comportamiento, y se constate un defecto en la conducta
obrada respecto de lo que debería haber realizado un profesional diligente (perito) en
esas mismas circunstancias (conducta debida). Para ello se deberá formar un modelo
profesional con la finalidad de acreditar, con su comparación, una probable mala praxis.
No contribuye a este aspecto la discutida clasificación obligacional que las divide en
medios y resultado.
III) Nada de lo recién manifestado se verá resentido habiendo entrado en vigor del
nuevo Código Civil y Comercial. Puesto que poca luz nos brinda el mismo con sólo
proclamar que la obligación de resultado es de naturaleza objetiva (conf. art. 1723); o
que los profesionales liberales están sujetos a obligaciones de hacer, siendo en principio
su responsabilidad subjetiva, salvo que se hubiese prometido un "resultado concreto" -lo
que probablemente se predicará de la actividad del notario en general- (conf. art. 1768
del mentado Código). O la propia disquisición que hace en el art. 774 referido a la
prestación de un servicio. Sinceramente nada agrega a estas discusiones que seguirán
forjándose entre las obligaciones de medios y resultado (cuáles son unas, cuáles otras) y
su recepción o rechazo.
IV) Sí ayuda el mentado nuevo Código en otros aspectos, sobre todo teniendo presente
que ahora la finalidad de la responsabilidad civil no se circunscribe sólo a reparar daños,
sino también a prevenirlos. Además, es de suma utilidad la unificación de los ámbitos de
responsabilidad contractual con el extracontractual (con algunas diferencias esenciales
que siguen subsistiendo -vg. art. 1728-) y los nuevos parámetros que deben tenerse en
consideración respecto de los requisitos responsabilizantes.
V) Reiteraremos que todas las obligaciones son de medios y resultado a la vez. Medios,
puesto que comprometen el actuar diligente del sujeto en cuestión -se trate de un deudor
profesional o de un deudor profano-; y de resultado, en tanto tienden a la consecución
de la prestación, que forma el contenido de la obligación, sea ésta de dar, sea de hacer o
no hacer. De esta forma se brinda satisfacción al interés del acreedor, que constituye el
objeto de la obligación. Lo que sucede es que existen contratos que generan distintas
obligaciones según el tipo contractual de que se trate.
VI) Además, si no se consigue dar satisfacción al interés del acreedor habrá que analizar
si lo fue por culpa del deudor, o si pesa sobre el mismo algún factor atributivo de color
objetivo. Ello según si su responsabilidad tiene 'naturaleza' subjetiva u objetiva,
sirviendo para eximir de responsabilidad al agente demostrar, en el primer caso, la
prueba de su actuar diligente (no culpa), y en los dos acreditar el casus -que rompe la
cadena causal-.
Voces
Al integrar el deber de información la lex artis , es evidente que para que la actividad
médica pueda ser calificada como diligente, debe haberse dado cumplimiento también
con dicha obligación de informar, puesto que sólo de tal modo se habrá satisfecho el
interés del paciente en cuanto a la prestación.
1. Cuestiones preliminares
Hoy en día nadie duda de que la información constituye en dicha relación un derecho
del paciente: ya no es considerada solamente como un deber ético del médico sino que
se ha constituido en una obligación eminentemente contractual (3), susceptible de
generar responsabilidad en caso de incumplimiento, enraizada en la buena fe
contractual, que halla fundamento en los arts. 10 y 729 CCyC, pero especialmente en el
art. 961 del CCyC, en cuanto dispone que los contratos deben celebrarse, interpretarse y
ejecutarse de buena fe, por lo cual "obligan no sólo a lo que está formalmente
expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en
ellos, con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante
cuidadoso y previsor" (4). Dentro de este contexto general que conforma el deber
médico de información se encuentra inmerso el consentimiento informado, cuya
omisión puede originar la responsabilidad civil del galeno cuando se materializan los
riesgos típicos sobre los cuales el paciente no ha sido informado (5).
Ha quedado atrás la histórica división que se había provocado hacia la década del 70 del
siglo pasado entre quienes negaban, por un lado, este derecho del paciente a ser
informado, legitimando, por ende, la actuación del médico de conformidad con su
arbitrio científico (paternalistas) (6) y aquellos que reconocían tal derecho del enfermo
y rechazaban que el médico pudiera hacer valer su autoridad científica para imponer un
tratamiento determinado al paciente sin su consentimiento (antipaternalistas). Sin
embargo, existen aún hoy vestigios en la doctrina de la postura paternalista, ya que en
algunos sectores se discute todavía si el paciente puede rehusar la aplicación de un
tratamiento para recuperar la salud, cuando de no hacerlo su negativa lo llevaría a la
muerte.
En síntesis, al integrar el deber de información la lex artis (7), es evidente que para que
la actividad médica pueda ser calificada como diligente, debe haberse dado
cumplimiento también con dicha obligación de informar, puesto que sólo de tal modo se
habrá satisfecho el interés del paciente en cuanto a la prestación. No debemos olvidar
que, como acertadamente se destaca en nuestra doctrina, las distancias entre el
profesional y el profano son eminentemente informativas, y es esa brecha en la
información entre uno y otro contratante la que opera como desequilibrante del igual
emplazamiento prestatorio (8): es indudable que uno conoce y el otro no, y aunque el
conocimiento sea de ambos, resulta diferente respecto de los pormenores de la
enfermedad que aqueja al paciente. Ante esta "asimetría informativa", el
incumplimiento de la obligación que impone el deber de informar se erige en una fuente
autónoma de responsabilidad (9), al punto tal que algunos tribunales italianos han
llegado a sostener que la omisión de informar por parte del médico constituye además
un agravante de su culpa (10).
Este deber general de información que pesa sobre el médico, es mucho más extenso que
el destinado únicamente a obtener el consentimiento informado del paciente para
someterse a una práctica o tratamiento médico determinado, respecto del cual nos
referiremos seguidamente. El fundamento principal de la obligación médica de informar
al paciente de todas aquellas circunstancias que involucran el estado de salud de este
último, reside, principalmente, en la desigualdad que existe entre las partes de la
relación médico-paciente que coloca al profesional en una posición de dominio respecto
del profano, y también halla fundamento jurídico en la buena fe contractual que —como
hemos mencionado anteriormente— impone el Código Civil y Comercial, y en
determinados derechos de raigambre constitucional como la protección de la salud y la
información, tutelados por el art. 42 de la Constitución Nacional.
Es indudable, y queda claro a esta altura de nuestra exposición, que existe una íntima
relación entre la información y el consentimiento, ya que la primera se erige en un
requisito esencial previo para la validez del segundo; sin embargo, existe independencia
entre ambos: ello así, puesto que la renuncia al derecho de información no provoca
también la del consentimiento, que sigue siendo necesario (12), ya que su omisión
impregnará de ilicitud la actuación del médico sobre el paciente, en virtud del derecho
inalienable que posee éste sobre su propio cuerpo y también en razón del derecho a la
autodeterminación del asistido.
Ha sido también motivo de debate cuál debe ser el momento en que el médico debe
brindar la información al paciente (sobre su estado de salud y no sólo a los fines de la
obtención del consentimiento informado), y también si debe el facultativo otorgarla
espontáneamente o sólo a requerimiento del paciente. Estimamos que la cuestión resulta
ser más sencilla de lo que aparenta en su presentación: queda claro, a nuestro entender,
que cuando un paciente acude a un médico es en razón de algún problema de salud que
presenta, por lo cual la manifestación de voluntad brindada inicialmente por las partes
está ceñida únicamente en cuanto al objeto del contrato (la prestación profesional).
Luego, una vez efectuada la revisión del paciente y después de emitido el diagnóstico, el
médico estará recién en condiciones de proponer el tratamiento que considera adecuado:
por ello, la información sobre el estado de salud del paciente será siempre
espontáneamente brindada por parte del profesional de la medicina, ya que para poder
encarar una acción terapéutica el médico debió anteriormente haber informado el
diagnóstico al paciente.
1. Aclaración previa
No trataremos en lo siguiente, por exceder el marco del presente trabajo, todas aquellas
cuestiones que aluden a la responsabilidad médica por no respetar la negativa de los
pacientes a recibir tratamientos específicos (p. ej., la negativa a transfusiones de sangre
por parte de los Testigos de Jehová), ni aquellas que tengan relación con las directivas
anticipadas previstas actualmente en el art. 60 CCyC y en el art. 11 de la Ley de
Derechos del Paciente (t.o según ley 26.742).
Sin embargo, luego de su sanción, el art. 5º de la citada ley 26.529 (t.o. ley 26.742),
brinda una definición clara y precisa, al disponer: "Entiéndese por consentimiento
informado la declaración de voluntad suficiente efectuada por el paciente, o por sus
representantes legales, en su caso, emitida luego de recibir, por parte del profesional
interviniente, información clara, precisa y adecuada con respecto a: a) Su estado de
salud; b) El procedimiento propuesto, con especificación de los objetivos perseguidos;
c) Los beneficios esperados del procedimiento; d) Los riesgos, molestias y efectos
adversos previsibles; e) La especificación de los procedimientos alternativos y sus
riesgos, beneficios y perjuicios en relación con el procedimiento propuesto; f) Las
consecuencias previsibles de la no realización del procedimiento propuesto o de los
alternativos especificados; g) El derecho que le asiste en caso de padecer una
enfermedad irreversible, incurable, o cuando se encuentre en estadio terminal, o haya
sufrido lesiones que lo coloquen en igual situación, en cuanto al rechazo de
procedimientos quirúrgicos, de hidratación, alimentación, de reanimación artificial o al
retiro de medidas de soporte vital, cuando sean extraordinarios o desproporcionados en
relación con las perspectivas de mejoría, o que produzcan sufrimiento desmesurado,
también del derecho de rechazar procedimientos de hidratación y alimentación cuando
los mismos produzcan como único efecto la prolongación en el tiempo de ese estadio
terminal irreversible e incurable; h) El derecho a recibir cuidados paliativos integrales
en el proceso de atención de su enfermedad o padecimiento".
Aun cuando se habla de consentimiento del paciente, tal como lo hemos expuesto
anteriormente, coincidimos con la opinión de prestigiosos autores nacionales y
extranjeros (23) en que resulta más valedero aludir a la voluntad jurídica del enfermo.
Ello así, puesto que hablar de consentimiento (cum sentire) nos brinda la idea de una
voluntad convergente entre dos partes sobre un mismo tema; sin embargo, en el llamado
"consentimiento informado", el paciente, luego de haber recibido la información de
todas las circunstancias que rondan en torno a la práctica médica que se le ha
recomendado, puede prestar o no su conformidad con ella, pero no puede pretender
modificar la propuesta del profesional respecto del tratamiento y/o intervención
quirúrgica, ya que no posee los conocimientos técnicos ni científicos para ello. En este
mismo sentido, Llamas Pombo considera que se trata de una adhesión al acto médico,
una conformidad obtenida por el médico antes de proceder, ya que si quien lo emite
carece de la información elemental —y el conocimiento, agregamos nosotros— sobre
aquello que consiente, su validez y eficacia es nula, configurándose lo que la doctrina
inglesa llama un "consentimiento aparente" (24). Otros autores, por su parte, prefieren
hablar de asentimiento (25), y claro está, es importante destacar que para que éste sea
válido debe estar exento de vicios (26).
Es evidente que toda conformidad a un acto médico comporta en parte una aceptación
de riesgos, lo cual implica que el paciente deba estar convenientemente informado sobre
aquello a que brinda su consentimiento (27). Es decir, a través de la obtención del
consentimiento informado, todos los riesgos propios del acto médico que se pretende
realizar sobre el paciente son asumidos por éste (28), por lo cual el médico no
responderá por el daño que se ocasione como consecuencia de la ejecución de dicho
acto si no se ha acreditado en su desarrollo un accionar culpable en el profesional. Esto
será así, siempre y cuando el paciente haya sido convenientemente informado de la
posibilidad y eventualidad de tal riesgo, ya que de otro modo resulta imposible que lo
hubiera podido asumir; si esto no ha ocurrido, y no se ha brindado al paciente una
información completa de los eventuales riesgos del acto médico al que iba a ser
sometido, se sostiene que éstos se transfieren al profesional (29), aunque estimamos que
para determinar la extensión del resarcimiento por los daños sufridos por el paciente se
deberá analizar la relación de causalidad, a fin de determinar de qué modo esa ausencia
de información ha influido en el daño final que presenta el enfermo.
Otra de las cuestiones debatidas en torno al tema que nos ocupa, ha sido la que pone en
debate si esta obligación de obtención del consentimiento informado debía realizarse en
todas las prácticas médicas o solamente en aquellas consideradas riesgosas, como lo
pregonaban algunos autores italianos (31). A partir de la sanción de la Ley 26.529 de
Derechos del Paciente, ya no queda duda alguna (por si la había aún) de que no resulta
una opción para el profesional de la medicina obtener o no el consentimiento informado
del paciente. Su obligatoriedad emana ahora de una directiva legal prevista en el art. 6º
de la citada norma (t.o. según ley 26.742), que dispone, en su primer párrafo: "Toda
actuación profesional en el ámbito médico-sanitario, sea público o privado, requiere,
con carácter general y dentro de los límites que se fijen por vía reglamentaria, el previo
consentimiento informado del paciente...".
3. Antecedentes
Posteriormente, en 1957, fue en California a través del caso "Salgo c. Leland Stanford,
Jr. University Board of Trustees", en donde se terminó de asentar el criterio judicial de
la responsabilidad del médico cuando se omite la información tendiente a que el
paciente pueda consentir libre e inteligentemente el tratamiento.
Por su parte, si bien en Europa se mantuvo firme durante la primera mitad del siglo XX
la postura paternalista, ella fue cediendo en importancia hasta llegarse a la convicción
de la necesidad del consentimiento informado, postura que prima en la actualidad
mayoritariamente en los principales países del Derecho continental (Francia, España e
Italia), poseyendo algunos de ellos legislaciones expresas respecto de esta cuestión (v.
gr., ley española 41/02).
En nuestro país, con anterioridad a la sanción de la ley 26.529 de Derechos del Paciente,
no existía una ley expresa y general en materia de consentimiento informado, existiendo
únicamente como principal antecedente el art. 19 de la ley 17.132, en cuanto dispone en
su primera parte que "Los profesionales que ejerzan la medicina están, sin perjuicio de
lo que establezcan las demás disposiciones legales vigentes, obligados a:... 3) Respetar
la voluntad del paciente en cuanto sea negativa a tratarse o internarse, salvo los casos de
inconsciencia, alienación mental, lesionados graves por causas de accidentes, tentativas
de suicidios o de delitos...". Como se puede apreciar, la norma exige respetar la
voluntad negativa del paciente, lo cual implica, como bien lo ha expuesto una calificada
doctrina43, la necesidad de solicitar su consentimiento antes de realizar cualquier
práctica médica sobre su cuerpo. También, cabe mencionar como antecedente
legislativo en nuestro país, al art. 13 de la ley 24.193 de Trasplantes de Órganos.
4. Presupuestos
1. Sujetos. Estimamos que para analizar quién debe consentir la actuación médica,
debemos efectuar una distinción, según se trate de personas mayores de edad, en pleno
uso de sus facultades mentales, por un lado, o si se encuentran involucradas personas
carentes de capacidad jurídica.
Compartimos el criterio que establece que el consentimiento informado reviste el
carácter jurídico de un mero acto lícito, mas no un acto jurídico o una mera
manifestación de voluntad (33), por lo cual nos deberemos conducir con los mismos
principios generales que emanan del Código Civil y Comercial para el tratamiento de
dichos actos. Cabe aclarar esto, puesto que cuando nos referimos a la incapacidad del
enfermo no estamos aludiendo a su falta de aptitud para celebrar negocios jurídicos,
sino tan sólo a su imposibilidad de recibir y analizar la información que se le brinda y
también de otorgar un consentimiento luego de ello: se trata en definitiva, de una
imposibilidad fáctica (ausencia de discernimiento) y no de una incapacidad legal.
Cuando se trata de personas adultas, ninguna duda cabe de que el paciente es el único
titular de la información y quien debe brindar el consentimiento informado, puesto que
puede ejercer por sí su derecho a la autodeterminación en cuanto puede conocer sus
necesidades y valores, efectuando una libre elección entre las posibilidades que la
ciencia médica le ofrece. Si estamos contestes en que la salud reviste el carácter de
derecho personalísimo, ninguna otra persona más allá del paciente puede decidir sobre
su cuerpo, luego de conocer los riesgos que ha de asumir y los beneficios esperados con
la práctica médica que se le recomienda; por ende, el paciente se erige en el único
legitimado para aceptar las prácticas o tratamientos recomendados por los facultativos.
Ninguna otra persona, por más cercano parentesco que con él posea (padre, hijo,
cónyuge), puede suplir la voluntad del enfermo, salvo situaciones de urgencia, como
veremos seguidamente.
A su vez, el art. 6º de la Ley 26.529 de Derechos del Paciente (t.o. según ley 26.742), en
su segundo párrafo, dispone respecto de esta cuestión: "...En el supuesto de incapacidad
del paciente, o imposibilidad de brindar el consentimiento informado a causa de su
estado físico o psíquico, el mismo podrá ser dado por las personas mencionadas en el
art. 21 de la ley 24.193, con los requisitos y con el orden de prelación allí establecido".
Dichas personas son, pues, en orden de prelación: a) El cónyuge no divorciado que
convivía con el fallecido, o la persona que sin ser su cónyuge convivía con el fallecido
en relación de tipo conyugal no menos antigua de tres años, en forma continua e
ininterrumpida; b) Cualquiera de los hijos mayores de dieciocho años; c) Cualquiera de
los padres; d) Cualquiera de los hermanos mayores de dieciocho años; e) Cualquiera de
los nietos mayores de dieciocho años; f) Cualquiera de los abuelos; g) Cualquier
pariente consanguíneo hasta el cuarto grado inclusive; h) Cualquier pariente por
afinidad hasta el segundo grado inclusive; i) El representante legal, tutor o curador".
El vínculo familiar o de hecho, respecto del paciente incapacitado, debe ser acreditado
por algún medio de prueba idóneo, aunque el decreto reglamentario 1089/2012 dispone
que, a falta de otra prueba, dicha acreditación puede llevarse a cabo mediante
declaración jurada, la que a ese único efecto constituirá prueba suficiente por el plazo de
48 horas, debiendo acompañarse la documentación acreditante.
En razón de ello, aun cuando el paciente se encuentre incapacitado —y, por ende,
impedido de manifestar su voluntad con la práctica médica recomendada— no puede
prescindirse de ella, la que será requerida, entonces, a sus representantes legales, o en su
defecto a las personas indicadas en el art. 6º de la ley 26.529, y en el orden allí
establecido.
No obstante ello, cabe destacar que existe una fuerte tendencia doctrinaria, afianzada
luego de la sanción de la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las
Niñas, Niños y Adolescentes (sancionada el 28/9/2005, promulgada de hecho el
21/10/2005 y publicada en BO del 26/10/2005), en cuanto a que el menor maduro pueda
tener poder de decisión sobre lo que constituye, en definitiva, un derecho personalísimo
dado que no puede soslayarse su opinión. Es opinión generalizada que los menores
actualmente presentan un alto grado de madurez con anterioridad a la mayoría de edad,
por lo cual en casos en los cuales se encuentra en juego su salud deben ser escuchados.
Así lo dispone también el art. 5º del decreto reglamentario 1089/2012, que dispone:
"Cuando los mismos (pacientes incapacitados legalmente o de menores de edad) puedan
comprender tales alcances, se escuchará su opinión, sin perjuicio de suministrarse la
información a las personas legalmente habilitadas, para la toma de decisión
correspondiente. Para este consentimiento deberán tenerse en cuenta las circunstancias y
necesidades a atender, a favor del paciente, respetando su dignidad personal, y
promoviendo su participación en la toma de decisiones a lo largo de ese proceso, según
su competencia y discernimiento".
Ésta también parece ser la tendencia legislativa moderna, puesto que la ley española
41/02, anteriormente citada, dispone en su art. 9.3.c) que "cuando se trate de menores no
incapaces ni incapacitados, pero emancipados o con 16 años cumplidos, no cabe prestar
el consentimiento por representación. Sin embargo, en caso de actuación de grave
riesgo, según el criterio del facultativo, los padres serán informados y su opinión será
tenida en cuenta para la toma de la decisión correspondiente".
Asimismo, la Convención de los Derechos del Niño (ratificada por ley 23.849)
determina que el niño es titular de un derecho a las prestaciones médicas (art. 24) y
obliga a los Estados parte a garantizar al niño que esté en condiciones de formarse un
juicio propio, el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que lo
afecten, teniéndose debidamente en consideración sus opiniones, en función de su edad
y madurez (art. 12) (35).
Es indudable que los menores deben ser escuchados y sus opiniones, en la medida en
que sean brindadas en una etapa de madurez, atendidas; con ello queremos decir que
ante el consentimiento informado ya no resultará tan fácil suplir la voluntad de los
menores, puesto que existen normas de carácter general que los protegen y que imponen
como deber principal que éstos sean escuchados en todas aquellas situaciones que se
deban tomar decisiones que los involucren.
No escapa a nuestro análisis, sin embargo, que pueden existir situaciones en que el
menor sea escuchado en razón de su madurez y que sus intereses colisionen con los de
sus representantes legales (v.gr., el niño decide ser transfundido para salvar su vida pero
sus padres se oponen en razón de sus creencias religiosas). Si bien no resulta ser un
problema de fácil solución y que deberá en última instancia ser resuelto por la autoridad
judicial, por nuestra parte pregonamos que la solución a adoptarse en situaciones de
intereses contrapuestos como ésta es seguir aquella opinión que esté orientada a la
preservación de la vida y de la salud del paciente.
A esta altura de nuestra exposición, ninguna duda cabe de que quien debe brindar la
información al paciente, tendiente a la obtención del consentimiento informado, es el
profesional interviniente (art. 5º, ley 26.529). No obstante, la ausencia de dudas respecto
de ello ha sido motivo de discusión si la obligación de informar al paciente sobre los
riesgos de una práctica determinada corresponde al médico que la ordena o al que
efectivamente la lleva a cabo. Consideramos que la obligación de informar debidamente
al paciente es una obligación que pesa tanto sobre el profesional que ordena la práctica
(dado que conoce los antecedentes y el estado del paciente en ese momento), así como
también sobre el facultativo que la realiza, ya que este último es el especialista y conoce
minuciosamente todos los pormenores del estudio a llevar a cabo (aspectos prácticos,
riesgos, duración, complicaciones, alternativas, síntomas que presentará el paciente
durante su desarrollo, etcétera). Por lo tanto, de igual modo que el médico que realiza la
práctica puede incurrir en mala praxis por un mal desempeño durante el transcurso de
ella —con independencia total y absoluta del profesional que la había ordenado—,
también puede incurrir en responsabilidad ante la omisión de la obtención del
consentimiento informado del paciente originado en una deficiente información de los
riesgos que acarreaba dicha práctica.
El art. 7º de la Ley 26.529 de Derechos del Paciente (t.o. según ley 26.742) ha puesto
fin a cualquier controversia respecto de ello, toda vez que dispone: "Instrumentación. El
consentimiento será verbal con las siguientes excepciones, en los que será por escrito y
debidamente suscrito: a) Internación; b) Intervención quirúrgica; c) Procedimientos
diagnósticos y terapéuticos invasivos; d) Procedimientos que implican riesgos según lo
determine la reglamentación de la presente ley; e) Revocación; f) En el supuesto
previsto en el inc. g) del art. 5º deberá dejarse constancia de la información por escrito
en un acta que deberá ser firmada por todos los intervinientes en el acto".
Estimamos, sin embargo, que la redacción resulta defectuosa, ya que establece —como
regla general— la forma verbal para el consentimiento informado, brindando luego los
casos excepcionales en los cuales deberá instrumentarse por escrito. Advertirá el lector,
que todos aquellos supuestos plasmados en la norma como excepciones a la regla
general del consentimiento verbal, no son más que la generalidad de los casos que
suelen suscitarse durante la relación entre los médicos y/o establecimientos asistenciales
por un lado, y el paciente, por el otro. Nótese que la redacción de los incs. b) y c) del
art. 7º incluye prácticamente todos los tratamientos y prácticas médicas. Por ende,
estimamos que la forma escrita debería haber sido establecida como regla general y la
verbal como excepción.
Así, por regla general, y salvo las excepciones previstas en el art. 7º de la ley 26.529, el
consentimiento informado constituye entonces un acto no formal, ya que inclusive
puede el paciente manifestar su voluntad verbalmente (de hecho ésta es también la regla
general en el derecho español —cfr. art. 8.2, ley 41/02—), aun cuando esto no resulte lo
más conveniente para la acreditación de su prueba. En tal caso, deberá admitirse la
procedencia de cualquier medio probatorio (testigos, prueba de confesión) a fin de
comprobar la debida información recibida por el paciente; pero, tal como lo
expresáramos supra, en aquellos casos en los que se impone su instrumentación por
escrito), ella deberá ser respetada y, por ende, cumplirse con tal formalidad. Sin
embargo, autores de la talla de Bueres, Highton y Wierzba (38), en nuestro país, y Galán
Cortés (39) en España, consideran que la forma escrita exigida lo es al efecto ad
probationem y no ad solemnitatem.
Se considera que revisten el carácter de signos inequívocos del paciente que reflejan su
conformidad con la práctica médica a la que se someterá, por ejemplo, si concurre a un
instituto para realizarse con la preparación adecuada (v. gr., en ayunas, o habiendo
ingerido líquido suficiente un tiempo antes de llevarse a cabo el estudio, etcétera), o,
también, si concurre con una herida a un centro asistencial, debe entenderse que está
consintiendo su curación.
Ahora bien, insistimos en que aun cuando la regla general establecida en el art. 7º de la
Ley de Derechos del Paciente es la del consentimiento informado verbal y, por ende, la
libertad de formas para su conformación e instrumentación, nos permitimos recomendar
siempre su confección por escrito, puesto que estimamos importante poner de resalto
dos cuestiones fundamentales desde el punto de vista probatorio: a través de la forma
escrita se podrá acreditar fehacientemente la totalidad de las circunstancias que le han
sido informadas al paciente respecto de la práctica médica aconsejada, evitándose de tal
modo discusiones en torno al contenido de la información brindada a fin de que aquél
exprese su voluntad afirmativa o negativa hacia la práctica aconsejada por el galeno, y
si bien existen innumerables formularios que circulan a diario en diferentes clínicas y
hospitales (los que les son extendidos para su firma a quienes han de someterse a
prácticas médicas diversas), estimamos más conveniente que el consentimiento
informado esté asentado en la historia clínica (a fin de lograr circunstanciarlo en cuanto
al día, hora y contexto de su emisión), puesto que será ésta en definitiva la que reflejará
todo lo atinente a la enfermedad del paciente (40), erigiéndose en el modo probatorio
por excelencia en todo proceso judicial sobre responsabilidad civil médica. Dichos
formularios, que son frecuentemente utilizados en los establecimientos de salud y en los
consultorios médicos, generalmente son desechados en sede judicial como prueba del
consentimiento informado, ya que no contienen los requisitos indispensables para ello y
resultan ser más una pretendida declaración de cláusulas de exclusión de
responsabilidad del profesional que llevará a cabo el acto médico que un instrumento
que refleje a ciencia cierta que el paciente ha sido debidamente informado sobre los
riesgos y beneficios esperados de éste.
En cambio, cuando éste está volcado en la historia clínica, compromete al médico, quien
debe suscribirla, lo cual —a los fines probatorios— da cuenta al menos de que el
facultativo ha intervenido en la obtención del consentimiento informado del paciente.
Uno de los grandes interrogantes en torno a este deber de informar que pesa sobre el
médico reside en determinar cuáles deben ser los límites de la información que el
profesional debe brindar al paciente. Hasta no hace mucho tiempo, ante la inexistencia
de disposición legal alguna al respecto, los recaudos mínimos que debía contener un
consentimiento informado surgían de la abundante jurisprudencia y doctrina existente
en el derecho argentino y comparado, así como de las legislaciones extranjeras que dan
tratamiento expreso a esta cuestión.
Luego del dictado de la Ley 26.529 de Derechos del Paciente (t.o. según ley 26.742), se
ha establecido en el ordenamiento jurídico argentino que el consentimiento informado
debe contener, como pautas mínimas, las siguientes:
c) Los beneficios esperados del procedimiento. Aquí se hace mención expresa a las
mejoras esperadas en la salud del paciente, ya sea en el corto o en el largo plazo, lo que
hará mermar o desaparecer el problema que motivó al paciente a acudir en busca de
asistencia médica. La doctrina sostiene que cuando el nivel de beneficio que se espera
del procedimiento está muy por debajo de la completa mejoría del paciente, el médico
debe informar de tal limitación.
A los fines de definir el contenido del consentimiento, no podemos olvidar que con la
información a brindar se persigue colocar al destinatario en condiciones de poder
decidir con pleno conocimiento si acepta o no el tratamiento o intervención propuestos
por el médico, por lo cual se debe poner al alcance del paciente aquellos datos que
tengan significación real (trascendencia o relevancia) para pesar en su voluntad. Por
ende, debe destacarse que el paciente deberá ponderar los riesgos y beneficios esperados
una vez brindada la información por el profesional, de modo tal que pueda optar
libremente por someterse a la práctica médica recomendada o no.
Sin embargo, algunos autores opinan que esta reducción del consentimiento a la
específica intervención para el que ha sido otorgado, reconoce como excepción el caso
de urgencia y de actuación inaplazable, situaciones en las cuales la actividad del médico
puede extenderse a otras actuaciones ajenas a la inicialmente autorizada (44). Ello así,
puesto que puede suceder —por ejemplo— que un cirujano haya iniciado una
intervención quirúrgica para la cual estaba autorizado y, sin que le resulte posible
requerir la voluntad jurídica del paciente (por hallarse bajo los efectos de la anestesia)
advierte hechos nuevos que requieren de una actuación suya para la cual no se le ha
brindado autorización previa (v. gr., descubre un tumor en un órgano y considera que lo
más conveniente para la salud del paciente es su ablación). Por nuestra parte,
consideramos que en estas situaciones de "hallazgo médico", si no se está frente a una
situación de urgencia y de extrema gravedad, el médico no debe extender su actuación
más allá de los límites para los cuales fue autorizado; caso contrario, será susceptible de
ser demandado —y condenado— por no haber obtenido el debido consentimiento
informado. Solamente una situación de urgencia facultaría al profesional a continuar
con la intervención sin necesidad de requerir autorización previa.
Por otra parte, y con relación al contenido del consentimiento informado, ha sido
motivo de debate en la doctrina extranjera la selección de la información referida en
cuanto a los riesgos que deben ser brindados al paciente:
2. Por otra parte, se ha ido moldeando a lo largo de los años la doctrina de los "riesgos
significativos" (material risk) que ha nacido en el derecho norteamericano a partir del
debate originado en el caso "Canterbury c. Spence" de 1972 (45) (y que es de
aceptación en Australia, Canadá y Alemania, entre otros países), por medio de la cual se
sostiene que los riesgos a brindar al paciente son aquellos que —por su trascendencia e
importancia— el paciente hubiera querido saber antes de emitir su voluntad aceptando o
rechazando alguna práctica médica. Sin embargo, se debe considerar que para evaluar la
significación de los riesgos debe estimarse la particular situación de cada uno de los
pacientes (46).
3. Los autores franceses, por su lado, sostienen que sólo deben transmitirse al paciente
los riesgos que resultan normales y previsibles, de modo tal que concluyen en que no
pesa sobre los profesionales de la medicina la obligación de informar aquellos riesgos
que puedan catalogarse como anormales o excepcionales (47). Estos últimos, también
llamados atípicos, son aquellos que no son previsibles de acuerdo con la ciencia y la
experiencia médica.
Galán Cortés, por su parte, destaca que también debe informarse al paciente todas
aquellas circunstancias que puedan incidir razonablemente sobre su decisión, entre ellas
la posible falta de medios del centro sanitario en que se encuentra. Ejemplifica su
pensamiento con la sentencia española de la Secc. 4ª de la Sala de lo Contencioso
Administrativo de la AN, del 22/1/2003, que condenó a la administración sanitaria a
indemnizar a una paciente por la deficiente asistencia prestada en el alumbramiento de
su segundo hijo. Se trataba de un parto de alto riesgo por la existencia de parto previo
mediante cesárea, con desproporción cefalopélvica, que se volvió a repetir nuevamente
en el segundo parto. En el caso, que terminó con la pérdida del hijo, se imputó el daño a
la falta de vigilancia de la evolución clínica del parto vaginal y a que el centro sanitario
no disponía de los medios técnicos y humanos necesarios como para permitir que se
siguiera dicha evolución. La escasez de recursos fue percibida por el equipo médico,
que había remitido continuas denuncias a la dirección; el tribunal, por ende, destacó en
su decisorio que "los médicos, conscientes de dicha carencia, debían haber actuado de
forma diferente, aplicando el principio de prudencia, no permitiendo continuar el parto y
poner en situación de riesgo a la paciente" (48).
No obstante ello, si bien rige como regla general el principio de la libertad de formas
para aquellos casos en los cuales la Ley de Derechos del Paciente no impone forma
escrita, es muy importante instrumentarlo a los fines probatorios y, preferentemente, en
la historia clínica del paciente.
Ello así, puesto que en los juicios de responsabilidad profesional generalmente se coloca
sobre los médicos la carga de la prueba de la obtención del consentimiento informado.
En cuanto a los medios probatorios, se permitirá al profesional demostrar por cualquier
medio que el paciente ha expresado su voluntad aceptando la práctica médica (50). Ante
la ausencia de instrumentación del consentimiento, podrá probar ello a través de
testigos.
Debemos evidenciar que el supuesto del inc. a) debe ser declarado por la autoridad
sanitaria correspondiente. En tal sentido, dispone el decreto reglamentario 1089/2012
que ante tal situación, la negativa a un tratamiento o diagnóstico puede dar lugar a la
pérdida de beneficios o derechos o a la imposición de algunos tratamientos o
diagnósticos coactivamente, conforme a las legislaciones vigentes.
Claro está que para saber en qué casos se configura una situación de urgencia o no,
deberá estarse a cada caso en concreto, por lo cual únicamente a través de ello podrá
cuestionarse o no la conducta del profesional, aunque existen una serie de situaciones
conocidas que ingresan en esta calificación: por ejemplo, un infarto, una hemorragia
cerebral, una peritonitis, etc. Por lo tanto, compartimos la opinión de una calificada
doctrina, en cuanto a que se deja espacio para el ejercicio de la discrecionalidad judicial,
que resolverá ex post facto si se daban o no las condiciones de la excepción (54).
Estimamos, por nuestra parte, que como parámetro a considerar por los intérpretes
frente al caso en concreto, el grado de precisión con el que debe ser informado el
paciente ha de estar en relación inversa a la urgencia con la que la intervención ha sido
médicamente indicada (55).
No obstante ello, el decreto reglamentario de la Ley de Derechos del Paciente dispone
que deberá ser justificada, en la razonabilidad médica por el profesional interviniente y
refrendada por el jefe y/o subjefe del equipo médico, la situación de emergencia con
grave peligro para la salud o vida del paciente, cuando no puedan dar su consentimiento
el paciente, sus representantes legales o las personas autorizadas por la ley y esta
reglamentación. En este supuesto, ante la imposibilidad del paciente para poder otorgar
su consentimiento informado, será brindado por las mismas personas y bajo el mismo
orden y modalidades que las mencionadas en el segundo párrafo de los arts. 4º y 6º de la
ley conforme se reglamenta, en la primera oportunidad posible luego de superada la
urgencia.
Sin embargo, debemos aclarar que cuando el paciente renuncia a su derecho a ser
informado sobre su estado de salud, dicha renuncia no acarrea la del consentimiento al
tratamiento al que deba sometérselo (56), si es que no renuncia también expresamente a
ello. Caso contrario, el médico obtendría una "patente de corso" o una autorización en
blanco para llevar a cabo la práctica médica según su conveniencia, lo cual resulta
inadmisible, puesto que debe ajustar su conducta a los límites que el paciente le ha
manifestado.
Ello surge ahora expresamente de la Ley de Derechos del Paciente, que en su art. 10
(t.o. según ley 26.742) dispone: "Revocabilidad. La decisión del paciente, en cuanto a
consentir o rechazar los tratamientos indicados, puede ser revocada. El profesional
actuante debe acatar tal decisión, y dejar expresa constancia de ello en la historia
clínica, adoptando para el caso todas las formalidades que resulten menester a los fines
de acreditar fehacientemente tal manifestación de voluntad, y que la misma fue
adoptada en conocimiento de los riesgos previsibles que la decisión implica. Las
personas mencionadas en el art. 21 de la ley 24.193 podrán revocar su anterior decisión
con los requisitos y en el orden de prelación allí establecido. Sin perjuicio de la
aplicación del párrafo anterior, deberá garantizarse que el paciente, en la medida de sus
posibilidades, participe en la toma de decisiones a lo largo del proceso sanitario".
Voces
La noble intención de salvaguardar los derechos del paciente, inmerso en un estado de
dependencia circunstancial, no puede —sin embargo- conllevar a desvirtuar el sistema
de responsabilidad civil. En este sentido, resulta vital que se compruebe que la
actuación imperita o reprochable del profesional tuvo una relación de causalidad
adecuada y eficiente con el agravamiento de patologías preexistentes o con la
generación de nuevos perjuicios resarcibles.
"Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras
manos en busca de auxilio, un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a
imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra
obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza" (1)
I. Introducción
Resulta indudable que, dentro de los aspectos de la vida de un ser humano, la salud
mental representa un valor trascendental. La complejidad de las relaciones entre los
individuos, los vaivenes sociales, políticos, económicos y culturales de la sociedad
postmoderna, entre otros múltiples factores, pueden provocar en las personas
perturbaciones en su equilibrio emocional, signos de ansiedad y stress, siendo cada vez
más frecuente la consulta a psiquiatras y psicólogos, sea en forma privada, pública, a
través del sistema de obras sociales o medicinas prepagas.
La acreditación de un obrar negligente o imperito por parte del profesional actuante (en
un terreno que en principio adolece de bases científicas firmes) y de su relación de
causalidad con el menoscabo invocado resulta sumamente intrincada. Una muestra
cabal de ello son los pocos precedentes judiciales que establecen responsabilidad en esta
materia (2).
Ahora bien, la dificultad que presenta la tarea no significa que debamos abandonarla.
Por el contrario, debe generar un incentivo a los distintos operadores jurídicos a
explorar este terreno complejo (y por momentos desconocido), sentando las bases
necesarias para determinar posibles responsabilidades en estos casos y desarrollando las
herramientas mediante las cuales se puede arribar a tales objetivos. Esta es la labor que,
humildemente, poniendo sobre el tapete las barreras y escollos que se presentan en el
camino, y examinando cada presupuesto de la responsabilidad, intentaremos desplegar a
lo largo de este trabajo.
II. Los profesionales de la salud mental. La complejidad de la materia en un
contexto de diversidad de enfoques
Para comenzar, resulta necesario establecer a quiénes nos referimos cuando hablamos
de los profesionales de la salud mental. Por un lado, están quienes se dedican
estrictamente a la psiquiatría que, por haber estudiado la carrera universitaria de
medicina, deben adecuar su práctica a los principios generales que rigen la
responsabilidad médica (cuyo examen, por cierto, excede el propósito del presente
aporte). Por el otro, están quienes se desempeñan únicamente en alguna de las ramas de
la psicoterapia, para lo cual poseen un grado universitario en psicología (3).
Entre los enfoques a los que puede acudir el profesional de la salud mental, corresponde
resaltar al psicoanálisis, las terapias conductistas, de apoyo, las reichianas, rogerianas,
reflexológicas, gestálticas, transpersonales, ericksonianas, bioenergéticas, sistémicas,
entre tantas otras. Cada uno de ellos se sustenta en postulados teóricos diversos, con
múltiples variantes técnicas, que se cumplen en forma individual, en grupo, en pareja, o
en familia, en espacios diferentes y con intervenciones de disímil duración (4).
Claro está, que no puede sostenerse que alguna de las escuelas mencionadas sea mejor o
más verdadera que la otra, en tanto poseen perspectivas diferentes de los fenómenos que
buscan explicar. En todo caso, será el material clínico el pretexto ideal para reflexionar
sobre los grandes temas teóricos y técnicos, entre los que se encuentran, por ejemplo, el
encuadre, la transferencia (7), la contratransferencia, la interpretación de los sueños, las
fantasías y los conflictos inconscientes, el insight, la empatía, la alianza terapéutica, el
proceso psicoanalítico, la sexualidad infantil y los rasgos de carácter (8).
Tal como examinaremos a continuación, el contrato celebrado entre las partes presenta
características peculiares que imponen la necesidad de intensificar la tutela jurídica de
los derechos fundamentales de los pacientes.
Inicialmente, cabe señalar que la prestación a cargo del profesional de la salud mental es
calificada. Aborda numerosas problemáticas, tales como patologías mentales (trastornos
transitorios de la personalidad, neurosis, psicosis, descompensaciones) o meros
síntomas (angustia, tristeza, ansiedad). Esto es, manifestaciones indicadoras de una
enfermedad o simples señales de que existen dificultades en algunos aspectos de la vida
del paciente.
En este marco es, precisamente, que tenemos que analizar el contrato informal,
generalmente oral, bilateral, normalmente oneroso, consensual, aleatorio y de tracto
sucesivo celebrado. Mientras el profesional se obliga a prestar diligentemente sus
cuidados (obligación de asistencia), basados en la técnica de su disciplina, profesión o
especialidad, dirigidos a restablecer, mejorar o conservar la salud del paciente, éste
debería prestar su colaboración y, según el caso, abonar el tratamiento.
El profesional, como regla, formula a través del encuadre las condiciones de trabajo y
las pautas del tratamiento (con las salvedades que desarrollaremos más adelante). El
paciente, por lo general, lo acepta o no dentro de sus niveles de comprensión (un
paciente neurótico, por ejemplo, goza en principio de plena capacidad). En caso de
tratarse de una persona portadora de una patología de riesgo (como puede ser un
paciente psicótico grave), si tuviera evidentemente alterado su discernimiento, el
contrato y pertinente consentimiento será a través de sus allegados o familiares o por el
magistrado llamado a intervenir.
Ahora bien, tal como consideran algunos autores, este tipo de consentimiento resulta
inaplicable —o, al menos, dificultoso— en tratamientos psicoanalíticos, en tanto se
trabaja con dos herramientas complejas como son el inconsciente y la transferencia (12).
En este sentido, se arguye que el diagnóstico previo, con el alcance referido, no es
posible, ya que surge durante o una vez finalizado el tratamiento. Al respecto, Freud
sostenía que sólo hacia el final del tratamiento se puede abarcar el panorama de un
historial clínico congruente, comprensible y sin lagunas (13). Por lo demás, si se
pretendiera informar al paciente de las hipótesis iniciales, no sería posible trabajar desde
la transferencia.
La tarea del profesional de la salud mental, por cierto, no es para nada sencilla. Las
patologías que puede presentar el paciente tienen un marco de incertidumbre que,
teniendo en cuenta la cantidad de técnicas terapéuticas disponibles reconocidas, impiden
determinar sin previsibles controversias el modelo de conducta o curso de acción que ha
de seguirse (15).
Tal como explicaba Freud, "la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas,
la plasticidad de todos los procesos psíquicos y la riqueza de los factores que hemos de
determinar, se oponen a una mecanización de la técnica y permiten que un
procedimiento generalmente justificado no produzca en ocasiones resultado positivo
alguno, o inversamente, que un método defectuoso logre el fin deseado" (16).
Además de afrontar las vicisitudes y las dudas propias de las variables reglas de
conducta, el profesional tiene que asumir los contornos que la realidad del paciente le
impone, particularmente su contexto familiar y social, condicionantes consciente o
inconscientemente del tratamiento y de los resultados deseados o previstos.
Tal como señalaba Lacan, "el psicoanalista sin duda dirige la cura... el primer principio
de esta cura... es que no debe dirigir al paciente. La dirección de la conciencia, en el
sentido de guía moral que un fiel del catolicismo puede encontrar, queda aquí
radicalmente excluida". En esta línea de razonamiento, el referido autor destacaba que
"los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en este juego, el del muerto; y
que, si se lo reanima, el juego se prosigue sin que se sepa quién lo conduce" (20).
Ahora bien, más allá de las dificultades que plantea la tarea del profesional
especializado (que inciden a la hora de estudiar su posible responsabilidad), resulta
crucial examinar el papel que juega el paciente en este contexto de incertidumbres. Es
que éste, en el transcurso del tratamiento, confía al psicoterapeuta aspectos muy íntimos
y privados: hechos, sensaciones, pensamientos.
El vínculo de sumisión e idealización de la figura del profesional que genera este tipo de
tratamiento determina que el sujeto sea especialmente dependiente en materia
emocional (21). La llamada "transferencia analítica" es el elemento afectivo en el
contrato, respecto del cual el paciente "transfiere" (22) al terapeuta los sentimientos y
sensaciones afectivas de su entorno en la etapa infantil, que no son otros que los
paternales (23). Este marco dificulta, por supuesto, que el paciente pueda identificar y,
en su caso, cuestionar una potencial práctica deficiente del profesional.
El deber principal, claro está, es llevar adelante un tratamiento que esté dirigido al mejor
interés del paciente, que reduzca el impacto de su enfermedad, y/o mejore su calidad de
vida (25). El tratamiento incluye, en determinadas circunstancias, el derecho a una
terapia involuntaria u otros métodos compulsivos. En este sentido, el artículo 41 del
Código Civil y Comercial, en consonancia con la ley de salud mental (ley 26.657) y la
Convención de los Derechos de las personas con Discapacidad, regula la internación sin
consentimiento, que es una medida terapéutica restrictiva y que solo opera en beneficio
de la persona (26).
Por otro lado, está el deber de abstinencia (28) (requerido por la misma situación
transferencial) que comporta la necesidad de que en la relación profesional-paciente no
se configure ningún vínculo ajeno al propiamente terapéutico, como puede ser íntimo o
amoroso. Es que en el campo de la salud mental tales contactos son particularmente
críticos por la vulnerabilidad que pueden llegar a tener los pacientes en la relación
asimétrica con su terapeuta (29).
En resumidas cuentas, un análisis integral de las normas bajo estudio nos lleva a
concluir que la responsabilidad de los profesionales de la salud mental es en principio
subjetiva, regida por el análisis de la culpabilidad. Esto significa, que en tanto el
profesional se compromete a realizar una actividad con la diligencia adecuada
(obligación de medios), su responsabilidad estará asentada sobre un reproche de la
conducta (31), sea a título de culpa o dolo, cuya demostración estará a cargo del
damnificado.
IV.1. Antijuridicidad
Al respecto, la ley 17.132 que regula la actividad de los médicos es clara cuando
prohíbe a éstos "anunciar o prometer la curación" y "anunciar o prometer la
conservación de la salud" (art. 20, incisos 1° y 2°); al igual que la ley 23.277, que
establece el régimen legal del ejercicio de la psicología, veda a los psicólogos "prometer
resultados en la curación" (art. 9, inc. 3°).
A la asimetría del vínculo a la que hicimos referencia (en todos sus aspectos), la
incertidumbre que generan las patologías con la cantidad de variables que inciden en la
mejoría o en la curación y la diversidad de escuelas y posibles cursos de acción, se le
suma el ámbito de soledad y privacidad del consultorio, que afecta sustancialmente el
marco probatorio.
Sobre el punto, cabe destacar que la mayoría de los psicoterapeutas no llevan una
historia clínica convencional de sus pacientes privados, y algunos ni siquiera llevan
anotaciones. Los psiquiatras, de su lado, son igualmente vacilantes con el deber de
registrar los datos de sus pacientes. Sin embargo, resulta deseable que, aun cuando no
sea del tenor de los médicos, los profesionales cuenten con registros de los datos
esenciales que hacen al tratamiento, que contengan el discurso llevado adelante y el
trabajo interpretativo realizado (40).
En el mismo sentido, es sabido que es muy poco común y en la mayoría de los casos
muy controvertido el uso de grabadores u otros métodos de registro de las terapias por
parte de los profesionales. Ello en cuanto se trataría de una práctica que, amén de alterar
la propia búsqueda del dispositivo terapéutico, violentaría los derechos de intimidad y
manejo de datos personales de la persona sometida al tratamiento, contrariamente a los
mandatos constitucionales (41).
Los jueces, para poder acudir a ellas, deben seguir una serie de lineamientos
establecidos por el legislador. Por ejemplo, el artículo 163, inciso 5°, del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación dispone que "las presunciones no establecidas
por ley constituirán prueba cuando se funden en hechos reales y probados y cuando por
su número, precisión, gravedad y concordancia, produjeren convicción según la
naturaleza del juicio, de conformidad con las reglas de la sana crítica".
En primer lugar, entonces, se exige que los hechos conocidos o indicios que el juez
tome como punto de partida (esto es, los rastros o huellas que incluso pueden provenir
de otras fuentes de prueba (46)) sean reales y se hallen probados. O sea, que sí será tarea
del pretensor en el juicio comprobar los antecedentes que sirven de base a la presunción.
En segundo lugar, estos hechos —para producir sin esfuerzo el convencimiento— deben
ser numerosos, graves, precisos y concordantes (47). En este sentido, la gravedad apunta
a la aptitud del hecho para generar un suficiente grado de certeza y no de mera
probabilidad; la precisión implica que los indicios han de ser indubitables, inequívocos
y exactos; y la concordancia remite a la conformidad o coherencia que deben tener entre
sí y en relación a las restantes constancias de la causa (enlazados en una secuencia) (48).
En tercer lugar, debe acudirse a las reglas de la sana crítica, sustentadas en patrones
jurídicos y máximas de la experiencia. Al respecto, se ha señalado que aquellas
responden al correcto entendimiento humano, y que son contingentes y variables con
relación a la experiencia del tiempo y del lugar, pero estables y permanentes en cuanto a
los principios lógicos en que debe apoyarse la decisión (49).
Por otra parte, no puede soslayarse que en este tipo de casos el profesional actuante es
quien está en mejor posición para aportar elementos de juicio al pleito a fin de sostener
su defensa. Es decir, para comprobar que se ha desempeñado conforme la disciplina a la
que adhiere, explicando la teoría y pertinencia de las técnicas aplicadas, y que el daño
invocado tiene causa en circunstancias ajenas a su actuación (51). Una suerte de
activismo procesal en la prueba de la no culpa. Es que de nada sirve mantenernos ante
principios tradicionales inflexibles, siendo imperiosa la necesidad de cooperación, toda
vez que el proceso es un obrar compartido que debe traducir un esfuerzo común (52).
Por supuesto que no desconocemos las dificultades probatorias que también enfrenta el
psicoterapeuta para acreditar su diligencia debida en el cumplimiento de la lex artis (55)
en una práctica basada en la palabra. No obstante, el contexto aislado en que se
desarrollan los hechos y la ínfima posibilidad del damnificado de reconstruir el
tratamiento adecuadamente, exige un deber de tutela reforzado (56). Esto es, la
necesidad de superar las desigualdades generadas por el propio vínculo, equilibrando y
armonizando el onus probandi. .
El artículo 1735 del Código Civil y Comercial establece que el juez puede distribuir la
carga de la prueba de la culpa o de haber actuado con la diligencia debida, ponderando
cuál de las partes se halla en mejor situación para aportarla. En este sentido, dispone
que, si el juez lo considera pertinente, durante el proceso debe comunicar a las partes
que se aplicará este criterio, de modo de permitir a los litigantes ofrecer y producir los
elementos de convicción que hagan a su defensa (57).
En el articulado referido, más allá de las dispares interpretaciones que puedan surgir, se
intentan solucionar dos conflictos que presentaba la carga probatoria dinámica antes de
la sanción del Código Civil y Comercial. El primero, que no tenía consagración legal,
por lo que su aplicación carecía de fundamento normativo. El segundo, que el juez
usualmente echaba mano de esta teoría al momento de dictar sentencia; lo cual podía
afectar el derecho de defensa en juicio de las partes, a quienes se le anoticiaban las
reglas de juego del procedimiento una vez que ya había finalizado, impidiéndoles
modificar su estrategia.
Estamos convencidos de que esta facultad de los magistrados, dadas las particularidades
expuestas, resulta plenamente aplicable (e, incluso, imprescindible) en casos de mala
praxis de los profesionales de la salud mental.
IV.3. Daño
En lo que respecta al daño, debemos seguir los lineamientos generales establecidos por
el artículo 1737 del Código Civil y Comercial, en tanto se lesione un derecho o un
interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona o el
patrimonio.
Claro está, que no hay una lista cerrada de los tipos de daños pasibles de ser resarcidos
en estos supuestos de responsabilidad, sino que habrá que evaluar en cada caso concreto
la prueba de su existencia y que se halle en relación de causalidad adecuada con el
ilícito.
Por otra parte, el artículo 1744 establece la regla general de que quien alega un daño
debe probarlo. Es decir, que el Código establece que el damnificado que pretende una
reparación sea el encargado de acreditar la existencia de los menoscabos que invoca;
esto es, la efectiva afección de un interés merecedor de tutela jurídica.
En este sentido, reafirma los principios generales vigentes en materia de onus probandi.
Al respecto, el artículo 377 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación
(seguido en su estructura y composición por diversos Códigos provinciales) es claro al
señalar que cada una de las partes deba probar el presupuesto de hecho de la norma o
normas que invocare como fundamento de su pretensión, defensa o excepción. Esta
directiva significa que se pone en cabeza de quien alega un hecho (en este caso, el daño
padecido) la carga de su prueba (58).
Por supuesto que dentro de la prueba del daño quedan incluidos los elementos que lo
tornan resarcible. Es decir, las características indispensables que erigen al menoscabo en
indemnizable (59), como por ejemplo que se trate de un daño cierto y subsistente. En
suma, el perjuicio debe surgir de probanzas que proporcionen bases sólidas sobre las
repercusiones patrimoniales y/o extrapatrimoniales de la lesión a intereses, ya que una
sentencia no puede fundarse en posibilidades abstractas (60) o daños eventuales o
hipotéticos.
En este escenario, la imputación del profesional en algunos supuestos puede ser injusta
e infundada, ya que el límite entre el éxito y el fracaso de su labor resulta muy difuso.
La frustración de las expectativas del paciente o sus familiares (en tanto no haya mejoría
o exista un agravamiento del estado, que puede ser la natural progresión de esa
patología) no implica necesariamente el incumplimiento de obligaciones o un obrar
negligente del profesional actuante (65).
V. Conclusiones
Hemos intentado a lo largo de este trabajo exponer y explorar la particular relación que
existe entre el profesional de salud mental y su paciente. Sin lugar a dudas, las
características que presenta el contrato plantean una serie de obstáculos difíciles de
superar a la hora de pensar en una potencial responsabilidad del psicoterapeuta.
La tarea del sistema judicial, entonces, debe estar comprometida con el deber de resarcir
el daño injusto. En este camino, una de las barreras más arduas la constituye el marco
probatorio. Por lo tanto, resulta fundamental que el juez se aparte de los criterios
tradicionales inflexibles y recurra a distintas herramientas que, en aras de superar la
desigualdad generada por el vínculo, armonicen y equilibren el onus probandi. Más allá
de acudir a presunciones judiciales, es imprescindible que el magistrado comunique a
las partes, en los términos del artículo 1735 del Código Civil y Comercial, que aplicará
el criterio de la carga probatoria dinámica, poniendo en cabeza del profesional la prueba
de su diligencia debida.
Sumario: I. Entrega de la cosa vendida con sus accesorios.- II. Categorías de cosas
inmuebles en el Código Civil de 1869.- III. Opiniones doctrinarias relacionadas con el
Código Civil de 1869.- IV. Solución del Código Civil y Comercial.- V. Conclusión.
Voces
A fin de clasificar las cosas en muebles e inmuebles, la ley no sólo toma en
consideración el criterio físico de la movilidad, sino también la importancia social de
las cosas, por lo que el lenguaje se convierte en convencional.
La entrega de la cosa debe efectuarse con sus accesorios (art. 1140 del Código
unificado, que eliminó el adjetivo "todos" contenido en el art. 1409 del Código
velezano, manteniendo no obstante el sentido de la norma), aunque hayan sido
momentáneamente separados de la cosa principal y aun cuando no hubieran sido
mencionados en el contrato como lo decía el art. 575 del Código de 1869 (3), aclaración
esta última que no es mantenida en el texto del art. 746 CCyC. Si existiera dificultad
para determinar cuáles son los accesorios comprendidos o si la separación es
momentánea o no, se ha señalado que se considerará que se trata de aquellos sin los
cuales el objeto de la obligación no puede ser llenado (4).
Rezzónico puntualizaba la dificultad de establecer a priori una regla para identificar los
accesorios y afirmaba que se trataba de una cuestión de hecho que debía resolverse
según las modalidades y circunstancias de cada contrato, en caso de que hubiera
desacuerdo entre los contratantes. No obstante, indicaba que en términos generales
podían servir como pautas las disposiciones que el Código Civil de 1869 establecía en
sus arts. 2315, 2316, 2320 a 2323 y 2328 a 2335 (5).
Spota señalaba que la previsión de los arts. 575 y 1409 del Código Civil derogado
resultaba concordante con la de su art. 1426, atinente al derecho del comprador a
rehusar el pago del precio si el vendedor pretendía entregar la cosa sin sus dependencias
o accesorios. A su vez, dicho autor distinguía las partes integrantes y las pertenencias.
Explicaba que parte integrante era una cosa accesoria que tuviera adherencia física a
una cosa principal, mueble o inmueble. En cambio, señalaba que la pertenencia no tenía
adherencia física, pero sí respondía a un destino o afectación económica y social; es lo
que en el citado Código Civil se llamó inmueble por accesión moral. Para ser tal, debía
satisfacer el requisito de haber sido afectada por quien tuviera legitimación para ello.
Ambas, partes integrantes y pertenencias, tenían como objeto-fin servir, completar y
permitir el uso de la cosa principal. Todo lo que se agregaba o fijaba a una cosa
inmueble o a una mueble, más en mira a la profesión del propietario de la cosa principal
o en forma temporaria, no era una pertenencia ni una parte integrante. En cambio,
cuando se vendía un inmueble fabril, con máquinas que se encontraban adheridas o
agregadas al suelo y nada se había dicho sobre ellas en el acto de la venta, la pregunta
relativa a si se encontraban comprendidas en la compraventa debía ser respondida según
las circunstancias del caso. Al efecto, el doctrinario daba la siguiente directiva: si el
edificio estaba adaptado a las máquinas, había una relación de principal a accesorio, aun
cuando no se encontraran adheridas a aquél, por lo que podían considerarse pertenencias
del inmueble. Por el contrario, cuando no existía esa adaptación, había una
independencia entre las máquinas y el edificio (6).
En un mismo orden de ideas, el art. 2520 del Código Civil derogado expresaba que la
propiedad de una cosa comprendía también la de los accesorios que se encontraran
natural o artificialmente unidos a aquélla, habiendo aclarado la doctrina que las cosas
inmuebles por accesión moral también quedaban comprendidas en el dominio de la cosa
principal (7).
A la luz del Código Civil y Comercial, ha sido dicho que la cosa accesoria carece de
individualidad jurídica propia, pues puede haber entre aquélla y la principal una relación
que las vincule de manera tal que no sea posible concebir la existencia de una sin la
previa existencia de la otra. El deudor debe entregar todo aquello que la buena fe y los
usos del tráfico impongan como necesario para que la cosa pueda serle útil al acreedor
de acuerdo con su uso económico. Por ello, la cosa comprende los accesorios que hacen
a aquélla conforme a la naturaleza de la obligación y el fin perseguido por las partes,
conforme a su intención implícita o expresa y al negocio jurídico que le diera origen (8).
Se ha sostenido también que la determinación de cuáles son los accesorios será una
cuestión de hecho (9), valorada a la luz de lo dispuesto al respecto en las normas
generales y examinando cuál ha sido la intención de las partes, y los usos y costumbres.
Y que, en principio, nada obstaría a que las partes modifiquen la solución del art. 746,
pues —por ejemplo— podría ocurrir que pactasen que ciertos accesorios no integren la
compraventa de una cosa, siempre que sea respetando los límites de la buena fe,
evitando incurrir en abuso del derecho y cuidando de no desnaturalizar el contrato (10).
Compagnucci de Caso ha expresado que los accesorios son los elementos unidos a lo
principal, y que poco interesa si al tiempo del nacimiento de la obligación se hallaban
anejos o separados, si se trataba de una accesión física o espiritual. Recuerda que lo
accesorio sigue siempre la suerte de lo principal, pues carece de existencia propia. Para
su interpretación aconseja seguir el principio de la buena fe y lo que las partes han
acordado (11).
Pues bien, estando vigente el Código Civil, Etchebarne Bullrich escribió un lúcido
artículo titulado "El objeto vendido en la compraventa inmobiliaria", donde puso de
relieve las previsiones sobre la materia contenidas en el Código de 1869 y las diversas
interpretaciones efectuadas por la doctrina, postulando —a su vez— la solución que
consideraba adecuada para dirimir las diferencias suscitadas entre lo normado y lo que
acontecía en la práctica (12).
El Código Civil, en su art. 2313, disponía que "Las cosas son muebles e inmuebles por
su naturaleza, o por accesión, o por su carácter representativo".
Se consideraba que eran inmuebles por naturaleza: el suelo, todo lo incorporado a éste
de una manera orgánica, y todo lo que se encontraba debajo de él sin el hecho del
hombre (art. 2314). En efecto, la norma refería a una inmovilidad natural, que no
dependía del obrar humano (13). Una vez separadas del suelo, dichas cosas pasaban a
ser considerados muebles, ya que a partir de ese momento podían ser desplazadas de un
lugar al otro (14).
Según se desprendía del art. 2314 del Código Civil, en esta categoría quedaban
comprendidos tres grupos. El primero estaba conformado por "...el suelo y todas las
partes sólidas o fluidas que forman su superficie o profundidad...", como ser las piedras
y arenas que componen las distintas capas del suelo, las aguas de su superficie o su
interior. El segundo, por "...todo lo que está incorporado al suelo de una manera
orgánica...". Es el caso de los vegetales que se encontraban incorporados al suelo de
manera estable, y árboles, plantas, pastos, etc. Asimismo, los frutos y cosechas
pendientes formaban un todo con los árboles y las plantas que los producían. El último
grupo, estaba integrado por "...todo lo que se encuentra bajo el suelo sin el hecho del
hombre", es decir que se trataba de las cosas que se encontraban allí como consecuencia
de las transformaciones y evoluciones propias del planeta (15).
Inmuebles por accesión física (art. 2315 CCiv.) eran aquellas cosas que por naturaleza
eran muebles, pero que por la acción del hombre eran adheridas al suelo a perpetuidad,
debiendo entenderse esto último en un sentido de permanencia o durabilidad, por
contraposición a lo provisional o temporario. Esta adhesión, a su vez, no debía haber
sido efectuada en razón de la profesión del propietario (16). Estas cosas eran
caracterizadas como inmuebles, pues formaban un todo inseparable con el suelo, sin el
cual no se podría concebir su existencia (17), v.gr., los edificios.
Se consideraban inmuebles por accesión moral o por destino "...las cosas muebles que
se encuentran puestas intencionalmente, como accesorias de un inmueble, por el
propietario de éste, sin estarlo físicamente", según la letra del art. 2316 del Código
Civil. Aclaraba Vélez Sarsfield en la nota al precepto que "...el principio de accesión...
existe únicamente en la voluntad de la persona que, colocando sobre el fundo objetos
muebles, los ha consagrado al uso perpetuo de ese fundo...".
La norma citada refería únicamente a los instrumentos públicos debido a que se exige la
escritura pública siempre que se persiga constituir o transmitir derechos reales sobre
inmuebles (art. 1184, inc. 1º, del mencionado cuerpo legal y art. 1017, inc. a], del
Código unificado). Debía constar en ellos la adquisición de derechos reales sobre
inmuebles, pues los instrumentos que comprobaban derechos personales eran
considerados muebles. De su lado, la exclusión de la hipoteca y la anticresis se debía a
que son accesorios de un derecho personal, al que sirven de garantía, por lo que tenían
que seguir su suerte de cosa mueble (20).
Salvat sostenía que los instrumentos o títulos, en sí mismos, son simplemente papeles,
sin valor económico alguno y que si la ley los consideraba inmuebles era en virtud de
una ficción, por lo que hubiera sido más lógico y claro aplicar la ficción a los derechos
mismos que tales papeles instrumentaban (23).
Llambías expresaba que esta categoría carecía de justificación, al tiempo que resultaba
contradictoria con los principios básicos adoptados por el codificador para diferenciar
los bienes de las cosas. Apuntaba que los instrumentos públicos en los que constaban
derechos reales eran papeles desprovistos de valor económico, por lo que no serían
cosas. A más de ello, señalaba que resultaban transportables, por lo que tampoco serían
inmuebles (24).
Por su parte, Rivera sostenía que se trataba de una categoría inútil, que carecía de
eficacia práctica, pues ciertos papeles no tienen ningún valor en sí. No obstante ello,
aclaraba que esto no significaba afirmar que ningún papel tuviera valor, pues algunos sí
lo tenían (25).
Por un lado, Borda explicaba que, conforme la letra del art. 2323 del Código Civil, eran
ejemplos de inmuebles por destino: los arados y útiles de labranza de un fundo, los
bancos de un colegio y el mobiliario de una casa —que constituía su ajuar—. Asimismo,
afirmaba que "El hecho de que la venta de una casa no comprenda sus muebles debe
atribuirse a una costumbre jurídica y a una interpretación de la voluntad tácita del
comprador y vendedor...". Criticaba la creación de esta categoría efectuada por la ley, al
sostener que con ella se producía confusión en conceptos que debían ser claros,
violentándose la naturaleza de las cosas. Sostenía, además, que ello era en vano, pues el
fin perseguido se hubiera logrado atribuyendo a los muebles el carácter de accesorios
del fundo y haciéndoles seguir la suerte de la cosa principal (26).
En una línea similar, Rivera señalaba que el criterio legal resultaba complejo y que daba
lugar a cuestiones interpretativas. En lo concerniente a las cosas que conformaban el
ajuar de la casa, consideraba innecesario intentar distinguir si constituían cosas muebles
o inmuebles, pues apuntaba que la costumbre era que los departamentos y casas se
vendieran desamoblados —salvo expreso pacto en contrario—, siendo ésta la mejor
regla para interpretar el alcance del negocio jurídico concreto. Citaba al efecto la
previsión del art. 218, inc. 6º, del Código de Comercio (27).
Asimismo, Highton y Wierzba sostenían que la norma tenía un escaso valor, pues la
clasificación habría tenido interés interpretativo de la voluntad del propietario cuando se
suscribiera un contrato u otro título respecto de la casa sin mencionar explícitamente a
los muebles; pero a lo largo del tiempo, la costumbre había contribuido "...a fin de hacer
prácticamente desaparecer lo expresado en el artículo". Asimismo, consideraban que si
nada se decía al venderse la casa, esto permitía considerar excluidos los muebles que el
propietario del fundo tenía para el ejercicio de su oficio o profesión, o por razones de
comodidad, pues estaban al servicio de las personas que la habitaban o de la actividad,
mas no del inmueble en sí (28).
Por su parte, Llambías disentía con la consideración de ciertas cosas dentro de esta
categoría, como ser las que el dueño del inmueble tenía para su comodidad o para el
ejercicio de su profesión u oficio, citando como ejemplo los bancos de un colegio, ya
que —señalaba— no estaban al servicio del inmueble sino de la actividad docente que
desarrollaba el ocupante de aquél, y los muebles de una casa, pues no se encontraban al
servicio del inmueble sino de la familia que moraba en ella. Y, por tal razón, concluía
que la venta de una casa no comprendía los muebles existentes en ella, como hubiera
sido si revistieran el carácter de inmuebles por accesión moral (29).
Por su lado, Mosset Iturraspe sostenía que las cosas inmuebles por accesión moral —a
las que refería como "pertenencias inmobiliarias"— quedaban comprendidas dentro del
objeto de los actos jurídicos relativos a la cosa principal, por lo que, ante el silencio de
las partes, los efectos jurídicos del contrato de compraventa las alcanzaban. Afirmaba
que la exclusión de éstas, en todo caso, debía provenir de un acto voluntario o de un
hecho involuntario que denominaba "desafectación", que se producía cuando se ponía
fin a la puesta a disposición de la cosa para prestar servicios al fin económico de la
principal. Ejemplos de ello podían ser la venta de la cosa a un tercero, su destrucción
por un hecho fortuito, etc. Señalaba el autor, asimismo, que en el contrato de
compraventa se podía incluir una cláusula por la cual las pertenencias no quedaran
comprendidas dentro de la cosa inmueble vendida, conforme al principio de autonomía
de la voluntad (art. 1197 CCiv.) (30).
Tiempo atrás se sostuvo que las clasificaciones de las cosas o los bienes no sólo
consideran en ellas sus elementos materiales o físicos, sino además otras
manifestaciones vinculadas directamente con las modalidades prevalecientes en el
tráfico jurídico. Este último, a su vez, contempla las circunstancias económico-sociales
imperantes al momento de establecerse las clasificaciones. Por eso, la consideración que
en una época investían ciertas categorías, no necesariamente perduran en el tiempo, e
inversamente asumen luego rango de importancia las antes consideradas como
secundarias. Frente a ello, resulta evidente que los cambios o transformaciones
significativas que acontezcan en los factores condicionantes del esquema generarán en
éste un desajuste proporcional a la naturaleza y magnitud de la alteración ocurrida. Así,
las clasificaciones resultarán total o parcialmente inadecuadas para satisfacer los fines
perseguidos al establecerlas, a menos que se vayan realizando las interpretaciones
correctoras necesarias para adaptar las normas respectivas, a fin de hacerlas eficazmente
aplicables a una realidad que se encuentra en constante evolución (32).
En un afín aunque más amplio orden de ideas, se expresó que el Código Civil de 1869
había "...regulado, dentro de los derechos reales (Libro Tercero), al patrimonio como un
atributo de la persona (nota al art. 2322 del Código Civil), siguiendo una extensa y
consolidada tradición histórica. La regla se basa en una relación directa entre el sujeto
individual y los bienes, así como una vinculación relevante entre estos últimos y su
valor económico, mientras que, excepcionalmente, se da un lugar a los bienes del
dominio público. Este esquema es insuficiente para solucionar conflictos actuales, que
tienen lugar en la jurisprudencia. La concepción patrimonialista ha ido cambiando, y
aparecieron bienes que, siendo de la persona, no tienen un valor económico, aunque sí
una utilidad, como sucede con el cuerpo humano, órganos, genes, etc. La relación
exclusiva entre los bienes y la persona también ha mudado y aparecen las comunidades,
como ocurre con los pueblos originarios. Finalmente, los conflictos ambientales se
refieren a bienes que son mencionados en el Código como del dominio público, pero la
Constitución y la ley ambiental los considera colectivos, y no solamente de propiedad
del Estado. Es necesario proveer principios en relación con estos temas que, por su
amplitud, no pueden estar metodológicamente ubicados, exclusivamente, en materia de
derechos reales. Por eso, se introduce un Capítulo del Título Preliminar que, con pocos
textos, permite disponer de unas guías generales que luego se desarrollarán en artículos
particulares, leyes especiales y jurisprudencia..."(33). Asimismo, se explicó que "El
Título de los bienes se incluye en la parte general en el que se legisla sobre los
elementos de los derechos: sujeto, objeto y causa. Se innova respecto del Código Civil
actual en el que la temática se circunscribe a las cosas, por lo cual se encuentra ubicada
en el Libro de los Derechos Reales, como elemento del derecho real y no de todo
derecho, como lo es en realidad, más aún cuando este Anteproyecto no trata sólo de las
cosas sino de los bienes, de percepción y contenido más amplio, que excede largamente
el criterio patrimonialista"(34). Y se agregó que "Las nociones jurídicas de bien, cosa y
patrimonio están sometidas a tensiones derivadas de los cambios socioeconómicos de
nuestro tiempo"(35).
Las cosas inmuebles, según el nuevo Código, son aquellas que son tales por naturaleza
(art. 225) o por accesión (art. 226).
Cossari señala que se excluye expresamente del concepto de inmueble por accesión (art.
226 del nuevo Código) aquellos que eran así considerados por el destino que les diera el
propietario para su explotación, consagrándolos al uso perpetuo del fundo (43).
Por otro lado, en comentario al art. 1945 del nuevo Código, que regula la extensión del
dominio de las cosas, Kiper sostiene que la cosa principal y sus accesorias son
consideradas para el derecho como una sola, sin importar si éstas fueron unidas en
forma natural o artificial. Mas que no están comprendidas en la propiedad de la cosa
aquellas que no estén realmente adheridas (físicamente) a la principal, con carácter de
perpetuidad. Asimismo, puntualiza que la presunción que establece el Código relativa a
que "...Todas las construcciones, siembras o plantaciones existentes en un inmueble
pertenecen a su dueño..." no admite prueba en contrario, no obstante lo cual no es
absoluta, teniendo en cuenta la regulación de los derechos de propiedad horizontal y de
superficie. Por otro lado, señala que la presunción relativa a que las obras las hizo el
dueño sí admite prueba en contrario (44).
Por su parte, Cossari agrega que el establecimiento en la nueva normativa de los dos
últimos párrafos del art. 1945 (el último, en tanto dispone que se presume que las
construcciones, siembras o plantaciones las hizo el dueño del inmueble —si no se
prueba lo contrario—), superan los inconvenientes de interpretación que provocara el
art. 2519 del Código derogado (45).
V. Conclusión
Voces
Así como existen elementos esenciales comunes a todos los contratos -consentimiento,
objeto y causa para la clasificación tripartita clásica-, hay elementos esenciales
particulares a determinados contratos, sin los cuales no pueden existir específicamente
como tales; así en el contrato de compraventa inmobiliaria, el precio en dinero y la
cosa vendida.
I. Introducción.
"Hay compraventa si una de las partes se obliga a transferir la propiedad de una cosa y
la otra a pagar un precio en dinero", define hoy el art. 1123 del Código Civil y
Comercial de la Nación, en línea similar al derogado art. 1323 del Código Civil (1).
Sin ir más lejos, una rápida incursión en el diccionario de la Real Academia Española,
nos permite afirmar que el vocablo "precio", del latín pretium, tiene cinco acepciones
distintas (1. Valor pecuniario en que se estima algo; 2. Esfuerzo, pérdida o sufrimiento
que sirve de medio para conseguir algo, o que se presta y padece con ocasión de ello; 3.
Premio o prez que se ganaba en las justas; 4. Contraprestación dineraria; y, 5.
Estimación, importancia o crédito), de las cuales corresponde aceptar como de interés a
los efectos que aquí interesan la primera y cuarta, o sea, "valor pecuniario en que se
estima algo" y "contraprestación dineraria". De ello se sigue que el precio es el valor
común de cambio de las cosas traducido al equivalente en dinero, papel moneda o
metálico (2).
Nuestro derecho, fiel en la materia a la tradición romana, dispuso que para que tales
contratos se reputen válidos, es preciso que el precio reúna los siguientes caracteres,
requisitos o condiciones: a) debe ser en dinero; b) debe ser determinado o determinable;
c) debe ser serio; y en opinión de Wayar y Mosset Iturraspe, d) debe ser justo o
equitativo (8).
Como claramente señalaba Eugenio Petit, "el equivalente que el comprador debe dar al
vendedor, a título de precio, no puede consistir en una cosa cualquiera", y citando a
Gayo agrega, "es necesario que sea una suma de dinero, pecunia numerata"(9). Quiere
decir que para que el contrato sea de compraventa y la venta sea válida, es indispensable
como primera condición del precio, que éste consista en dinero.
En rigor, si no hay precio y la causa no es onerosa, sino gratuita, puede haber donación;
si hay precio, y la causa es onerosa, pero no es en dinero, puede haber permuta; si es
parte en dinero y parte en otra cosa, es permuta si el valor de la cosa es superior, y es
compraventa si es igual o inferior; si el precio consiste en un trabajo o una obra es un
contrato atípico; y por último, si el precio consistiera en un derecho habrá quizás un
contrato de cesión (10).
En tal marco, Casiello señala que Arthur Nussbaum define el dinero como "aquellas
cosas que, en el comercio, se entregan y reciben, no como lo que físicamente
representan, sino solamente como fracción, equivalente o múltiplo de una unidad ideal";
que Von Tuhr dice de la moneda que "son aquellas cosas que el comercio utiliza como
medida de valor para toda clase de bienes, pudiendo por lo tanto emplearse como medio
general de cambio"; y que, Puig Brutau, recordando a Enneccerus y Nipperdey, lo
define como la medida y el signo del valor reconocidos en el tráfico. Bien se ve que
estas definiciones ponen el acento en la función principal del dinero, que es la de servir
como instrumento general de cambio, y medida común del valor de todas las cosas (11).
Se advierte, entonces, que el dinero es una cosa, en tanto objeto material susceptible de
valor (12), mueble fungible, divisible y consumible (13).
Mueble, porque puede desplazarse debido a una fuerza externa (conf. art. 227 del
Código Civil y Comercial de la Nación) (14); fungible, ya que puede ser subrogada,
sustituida o intercambiada por otras en vista de su semejanza e indistinguibilidad en el
tráfico (art. 232 del Código Civil y Comercial de la Nación) (15); divisible, pues
implica la posibilidad de que se divida en partes que tengan cada una de ellas un valor y
una utilidad proporcional al todo (art. 228 del Código Civil y Comercial de la Nación)
(16); y, consumible, puesto que se "gasta" (consume) con el primer uso, cumpliendo así
su destino natural (art. 231 del Código Civil y Comercial de la Nación) (17).
La definición legal contenida en el art. 1123 del Código Civil y Comercial de la Nación
dispone que el comprador debe pagar "un precio en dinero", a diferencia de lo
establecido en los derogados arts. 1323 del Código Civil y 450 del Código de Comercio,
que obligaban a pagar un precio "cierto" en dinero y "un precio convenido",
respectivamente (18).
Casi es innecesario destacar, que deuda de dinero es aquella que desde su nacimiento
tiene por objeto la entrega de una cierta cantidad de moneda o de signos monetarios,
concepto este que ha sido claramente receptado en la primera parte del art. 765 del
Código Civil y Comercial de la Nación que reza: "La obligación es de dar dinero si el
deudor debe cierta cantidad de moneda, determinada o determinable, al momento de
constitución de la obligación".
Solo para abundar, cabe destacar, que las propiedades físicas de los signos monetarios
carecen en realidad de importancia e interés, atento a que los mismos son recibidos
solamente por el "valor" o cuantía de poder adquisitivo que ellos importan o
representan; lo cual los torna aptos para múltiples usos. Siendo por ello que se ha dicho
que el objeto de la obligación de dinero consiste en realidad en la cuantía o cantidad de
valor de las especies monetarias debidas, no siendo en rigor el dinero más que el medio
de pago; tal como ya lo sostuviera Pothier, citado por Trigo Represas, cuando exponía:
"...se concluye que no son las piezas monetarias sino el valor que ellas significan, lo que
constituye la materia del préstamo y de otros contratos"(19).
En este sentido, ha observado con razón Lorenzetti que, en lo que al dinero concierne,
"...el valor no es intrínseco, no deriva de su materialidad; es decir que,
independientemente de que se utilice papel, medios electrónicos o metales, lo que
importa es el valor representativo"(20).
Esta cuestión ya aparece tratada y resuelta en los Principios sobre los Contratos
Comerciales Internacionales elaborados por el Instituto Internacional para la
Unificación del Derecho Privado, también conocido como UNIDROIT, al cual
pertenece la República Argentina desde el 5 de abril de 1972, al tratar el cumplimiento
del contrato refiriéndose a la posibilidad de pago "...en cualquier forma utilizada en el
curso ordinario de los negocios en el lugar del pago" (art. 6.1.7, parágrafo 1°),
precisando que, no obstante ello, un acreedor que acepta un cheque o cualquier otra
orden de pago o promesa de pago, se presume que lo acepta solamente bajo la condición
de que sea cumplida (art. 6.1.7, parágrafo 2°).
Sin embargo, la última parte del art. 765 del Código Civil y Comercial de la Nación ha
reimplantado lo que disponía el primigenio art. 617 del Código Civil velezano, en el
sentido de que: "Si por el acto por el que se ha constituido la obligación, se estipuló dar
moneda que no sea de curso legal en la República, la obligación debe considerarse
como de dar cantidades de cosas"(23), agregándose, "...y el deudor podrá liberarse
dando el equivalente en moneda de curso legal". Acto seguido se contradice prima facie
con lo dispuesto por el subsiguiente art. 766 que reza: "Obligación del deudor. El
deudor debe entregar la cantidad correspondiente de la especie designada".
Con lo señalado se infiere que, de acuerdo al art. 765 del Código Civil y Comercial de
la Nación, la moneda extranjera no es dinero en nuestro país y carece, por ende, de
curso legal. Ello quiere decir que, al margen de la subsistencia de la ley 1130 y de su
unidad monetaria "Argentino oro", la única moneda con aptitud para ser impuesta como
medio de pago y, según Ossola, con poder cancelatorio, es el peso (24).
Desde otra óptica, encontramos a Leiva Fernández, quien sostiene: "Aunque en las
obligaciones dinerarias se jerarquice a las obligaciones en moneda nacional por sobre
las obligaciones en moneda extranjera, no debe olvidarse que siempre el dinero es una
cosa. Como todo dinero es cosa, en semejante línea de ideas habría que concluir que
nunca habría compraventa, pues la contraprestación de pago de dinero por el comprador
sería en definitiva la transferencia del dominio de otra cosa"(25); pero a continuación
señala "que la moneda extranjera sea dinero, aunque no tenga curso legal en el país,
explica que el precio de una compraventa pueda fijarse en dólares, dándose así
cumplimiento a la exigencia de contraprestación dineraria que impone el art.
1123..."(26).
Bajo tal entendimiento, la peculiar forma liberatoria que surge del art. 765 del Código
Civil y Comercial de la Nación no comporta una disposición de orden público, pues
puede ser renunciada por el deudor de manera expresa o implícitamente a través de un
convenio que imponga el pago en una determinada moneda sin curso legal (28).
Esta solución también la sostiene Ossola, para quien el indicado artículo 765 no resulta
una norma imperativa, y por lo tanto no habría inconvenientes en que las partes, en uso
de la autonomía de la voluntad (arts. 958 y 962), pacten —como dice el art. 766-, que el
deudor debe entregar la cantidad correspondiente de la especie designada (29).
De acuerdo con lo reseñado, el pago del precio es una de las obligaciones que surge del
contrato de compraventa inmobiliaria. De allí que, como toda obligación, debe constar
de un objeto determinado o determinable (31). En consecuencia, sin un precio "certum",
determinado o determinable, no hay compraventa válidamente celebrada.
De acuerdo con los arts. 1133 y 1143 del Código Civil y Comercial de la Nación, el
precio debe estar precisado cuantitativamente en el momento de la celebración del
contrato o puede llegar a determinarse en un momento posterior sin necesidad de nuevo
convenio. En palabras de Mosset Iturraspe, el precio será "cerrado" en la primera
hipótesis y "abierto" en la segunda (32).
Dice el art. 1133 del Código Civil y Comercial que "el precio es determinado cuando las
partes lo fijan en una suma que el comprador debe pagar, cuando se deja su indicación
al arbitrio de un tercero designado o cuando lo sea con referencia a otra cosa cierta. En
cualquier otro caso, se entiende que hay precio válido si las partes previeron el
procedimiento para determinarlo".
En síntesis, pese a que en la definición de compraventa del artículo 1123 del Código
Civil y Comercial de la Nación se suprimió el adjetivo "cierto" que calificaba al precio,
en el art. 1133 está establecido que debe ser determinado o determinable en el momento
genético. Si no se cumple con ello, la obligación carece de un elemento esencial en su
objeto y es nula. Dicho con otras palabras, cuando las partes no determinan el precio ni
tampoco fijan el procedimiento para determinarlo, se puede afirmar que el contrato así
concluido es nulo como compraventa, aunque puede ser válido como un tipo distinto
(33).
El art. 1133, CCyC, alude inicialmente a tal hipótesis, para después referir casos en los
que vendedor y comprador se apartan de la determinación directa y espontánea del
precio, para valerse de otros procedimientos aptos para fijarlo (35).
La posibilidad que las partes tienen de fijar un procedimiento para la determinación del
precio representa, en opinión de Wayar, una novedosa norma de clausura, por la cual
todo lo no prohibido está permitido, ya que los contratantes pueden crear cualquier
mecanismo de determinación de un precio válido (36). En tal línea de pensamiento ya se
expedía Alejandro Borda con referencia al Proyecto de Código Civil y Comercial de la
Nación de 2012, al sostener en sustancial síntesis que "...si las partes han previsto el
procedimiento para fijar el precio, se entiende que hay precio válido"(37).
Lo único exigible será, entonces, que ese mecanismo tenga aptitud técnica y factibilidad
para alcanzar la determinación de un precio, cabiendo concluir que si esas condiciones
fallan, o si el resultado final es insostenible, habrá de acudirse a la determinación
judicial (arg. art. 1134 in fine, CCyC).
De otro lado, cabe observar que el vigente código unificado no reprodujo lo previsto por
el art. 1355 del Código Civil en cuanto establecía que la determinación del precio no
podía quedar al arbitrio de una de las partes, ya que ello implicaba la nulidad del
contrato.
Leiva Fernández interpreta que, empero, la solución sigue siendo la misma, debiendo
entenderse que el precio es "determinado" en los términos del art. 1133, CCyC, cuando
en su fijación intervinieron las dos partes (38).
Contrariamente, afirma Wayar que la sola circunstancia de que una de las partes fije el
precio no es suficiente para que se anule el contrato, salvo que el precio sea arbitrario o
injusto, puesto que siempre tendrá la oportunidad de no aceptarlo; la desaparición del
art. 1355 del Código Civil responde a esa idea (39).
Pensamos que la fijación por una de las partes no es admitida por el código unificado.
En primer lugar, porque la letra del art. 1133 alude, en efecto, a un precio determinado
por "...las partes...", es decir, por ambas. Y, en segundo lugar, porque el pacto que
habilitase la fijación del precio exclusivamente por una de las partes, implicaría un acto
sujeto a una condición dependiente exclusivamente de la voluntad de tal parte, que es
prohibido por el art. 344, CCyC (40).
En tal hipótesis debe ser incluido el caso en que la venta se hace por el precio que otro
fijare a pedido de una de las partes. No se trata del caso en que ambas partes someten el
precio a la fijación por parte de un tercero imparcial, que se verá más adelante, sino del
supuesto en que se deja a uno de los contratantes la potestad de designar al tercero,
debiendo el otro someterse irrestrictamente a su decisión, lo cual es un procedimiento
puramente potestativo que a priori produce la nulidad del contrato (41).
La hipótesis es admitida por el art. 1133, CCyC, pero no está exenta de dificultades.
La cuestión era ya apreciada por el Derecho Romano, que rechazaba fórmulas tales
como "quanti tu cum emisti" (por cuanto tú lo compraste); "quantum pretii in arca
habro" (por el precio que tengo en caja) (42).
López de Zavalía enumera algunas de las posibilidades que se abren a partir de este
supuesto de fijación de precio con referencia a otra cosa cierta; tales son: a) venta "por
el mismo precio por el que ya se vendió otra, por un tercero"; b) venta "por tantos
dineros, cuantos el comprador tuviese en alguna arca, o saco, o maleta, u otra cosa
cualquiera"; y, c) venta "por el precio que pagó por ella el vendedor al comprarlo"(43).
Machado admitía que el precio "...también es cierto cuando compro la casa por el dinero
que tengo en la caja...", pues en tal caso "...el precio es ignorado pero cierto, con la
diferencia que no hay venta si la caja no tuviera dinero, ni valdría como venta aleatoria
aun cuando así lo establecieran..." comprador y vendedor (44).
Sin embargo, según otra opinión la Henta por cuanto hay en una caja o por lo que se
tenga depositado en el banco, no puede ser admitida pues no existe acuerdo de
voluntades sobre el monto ya que, por lo menos, una de las partes desconoce cuánto
existe en la caja, entidad bancaria, etc. (45).
Debe ser observado que mientras el tercero no fije el precio la compraventa no puede
tenerse por concluida al faltarle uno de sus elementos esenciales. Y ello, ciertamente, no
podría quedar salvado cuando actúa como comedido o sugerente sin designación por las
partes de común acuerdo, esto es, cuando una de ellas pretende valerse de la opinión de
un tercero para imponer el precio a la otra; en este caso, el contrato será nulo (46).
Nuestro Código Civil, fiel en la materia a la tradición romana, señalaba que: "el precio
será cierto... cuando se deje su designación al arbitrio de una persona determinada" (art.
1349); "cuando la persona o personas determinadas para señalar el precio, no quisieran
o no llegaren a determinarlo, la venta quedará sin efecto" (art. 1350); "la estimación que
hicieren la persona o personas designadas para señalar el precio, es irrevocable y no hay
recurso alguno para variarlo" (art. 1351); y, finalmente, "fijado el precio por la persona
que deba designarlo, los efectos del contrato se retrotraen al tiempo en que se celebró"
(art. 1352) (47).
Machado sostenía que era aceptable la solución del art. 1350 del código derogado pues
establecía una venta bajo condición suspensiva (la de ser fijado el precio por el tercero)
y que, en consecuencia, si la condición no se cumplía el contrato debía quedar sin
efecto, no pudiendo los jueces intervenir para determinar el precio pues "...tomarían
facultades no conferidas expresamente por la ley, su misión es decidir controversias, y
no se extiende a la de sustituir la voluntad de las partes..."(48).
Pero la solución legal no convencía pues era preferible, frente a la falta de fijación del
precio por el tercero, que el juez lo hiciera ya que esto "...contempla mejor la voluntad
de las partes, que en definitiva ha sido comprar y vender..."(49). Desde esta perspectiva
lo dispuesto en el derogado art. 1350 del Código Civil fue motivo de un sinfín de
críticas e incluso búsqueda de soluciones alternativas (50).
Como lo señala Leiva Fernández, resulta más segura y ajustada a derecho la solución
que aporta el vigente art. 1134, CCyC, puesto que si se dan las circunstancias señaladas,
o incluso si las partes no se ponen de acuerdo sobre la designación del tercero, el precio
lo fija el juez por el procedimiento más breve que prevea la ley local (52).
La solución, por lo demás, supera la contradicción conceptual que proponía la letra del
art. 1171 del código derogado en cuanto establecía que el juez debía sustituir al tercero
que no quisiera, no pudiera o no llegare a determinar la cantidad de la cosa objeto de un
contrato (54); respuesta esta última que es mantenida por el art. 1006 del Código Civil y
Comercial (55), consagrándose así un criterio uniforme en cuanto a los efectos de la
ausencia de intervención del tercero, al admitirse con carácter general la posibilidad de
la determinación judicial.
En síntesis: el contrato de tal modo celebrado se entiende contraído bajo una condición
suspensiva, puesto que la eficacia está sujeta a un hecho jurídico externo, futuro e
incierto (57). Entre las partes la obligación está sometida a un estado de pendencia
durante el cual pueden ejercer actos conservatorios, y si la persona designada procede a
realizar la estimación, el contrato queda perfecto y completo, el precio debe pagarse
según lo estimado y la compraventa inmobiliaria llevarse a efecto; pero si, por el
contrario, el tercero no hubiera podido o querido determinar el precio, es el juez
competente quien, sustituyendo al tercero, lo debe establecer (58).
Pasando a otra cuestión, cabe preguntar: si la determinación del precio queda a cargo de
un tercero, ¿cuándo se entiende cerrada la compraventa? ¿Desde el momento del
contrato originario o desde que el tercero se designó? Es importante establecer la fecha
de perfeccionamiento del contrato pues marcará el momento en que comienza la
vigencia del título a favor del comprador (65). Una interpretación armónica de los arts.
1133 y 1134 del Código Civil y Comercial de la Nación admite que la compraventa se
configure desde que se designa el tercero, pues con tal designación se puede decir que
está completo el procedimiento que han querido las partes para fijar el precio; antes de
ello, argumenta Wayar (66), el contrato no es de compraventa (salvo para quienes
aceptan que se trata de una venta condicional) por faltarle uno de sus requisitos
esenciales (67), sino que se trata de un preliminar bilateral que se convertirá en venta
definitiva con la incorporación del tercero. Por ello, si una de las partes se niega a
efectuar la designación, incurre en liso y llano incumplimiento y debe indemnizar los
daños que su actitud cause a la otra parte, pudiendo el perjudicado recurrir al juez para
solicitar la determinación del precio.
De ello se sigue que, habiendo optado las partes por esta vía, lo frecuente o usual es que
el tercero sea designado por las partes al momento de celebrar el contrato; sin embargo,
no existe impedimento para que:
a) La designación se haga con posterioridad (art. 1134 del Código Civil y Comercial de
la Nación), en cuyo caso, las partes asumen un deber de diligencia.
Si no hay acuerdo sobre la designación, el juez no puede suplir su ausencia, pues no hay
previsión legal en ese sentido y, en consecuencia, la parte perjudicada puede reclamar
daños por la frustración. Por cierto, las partes pueden establecer que si una de ellas se
niega habrá un procedimiento para que otro lo determine, o bien una cláusula penal
(68).
b) Las partes convengan que el precio sea fijado por un tercero designado por las
personas que en el contrato se indican; es decir, que las partes nombran cada una de
ellas una persona y autorizan a éstas a designar un tercero para decidir la cuestión en
caso de desacuerdo entre ellas (69).
c) Las partes decidan la substitución del tercero designado por otro, a menos que aquel
hubiera aceptado el encargo que se le confirió y, por ello, fijado razonablemente el
precio; de lo contrario, no habría seguridad.
d) Sean varios los terceros que fijen el precio, cuya actuación debe necesariamente
ajustarse a lo previsto en el contrato. En caso de que en el contrato no se incluyan pautas
que regulen la actuación de los terceros, ante el silencio del Código Civil y Comercial
de la Nación, es pertinente -al decir de Wayar- la doctrina sentada por los comentaristas
del Código derogado, en el sentido de que el precio debe ser aprobado por simple
mayoría, que de no obtenerse provoca la nulidad del contrato. Dicha nulidad podrá
evitarse si las partes adoptan un nuevo procedimiento para determinar el precio,
incluyendo la designación de otros terceros (70).
Conviene recordar, asimismo, que el derogado art. 1351 del Código Civil establecía que
"la estimación que hicieren la persona o personas designadas para señalar el precio, es
irrevocable, y no hay recurso alguno para variarlo". El código unificado no reprodujo
una disposición como la indicada. Ello permitiría afirmar que la determinación que
hiciera el tercero ya no es más irrevocable y que, por el contrario, puede ser impugnada
cuando fuese arbitraria. Es que el "arbitrio del tercero" al que hace referencia el art.
1133 del Código Civil y Comercial no significa su arbitrariedad (71).
En tal sentido, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dejado sin efecto sentencias
definitivas de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil que habían reajustado "de
oficio" el saldo de precio en una compraventa inmobiliaria. Dichos pronunciamientos
merecieron el reproche constitucional de nuestro más Alto Tribunal por violación del
derecho de defensa en juicio, puesto que dispusieron "inaudita parte" la revisión de un
elemento esencial y particular del contrato de compraventa, como es su precio, sin
petición de alguna de las partes en el proceso (76).
Asimismo, es la solución que se desprende del art. 960, CCyC.
Para las cosas muebles y en similares términos a los expresados en los derogados arts.
1353 y 1354 del Código Civil y art. 458 del Código de Comercio, el nuevo Código Civil
y Comercial de la Nación dispone en su art. 1143 que si hubiera silencio sobre el precio
y no se ha señalado ni estipulado el medio de determinarlo, se considera, excepto
indicación en contrario, "que las partes han hecho referencia al precio generalmente
cobrado en el momento de la celebración del contrato para tales mercaderías, vendidas
en circunstancias semejantes, en el tráfico mercantil de que se trate".
¿Y si se tratara de un bien inmueble? ¿Puede aplicarse el art. 1143, CCyC, por analogía?
Conforme a un primer criterio, si bien la norma se refiere a cosas muebles, hoy los
inmuebles tienen también un valor de mercado que puede ser fijado, sea por
inmobiliarias o corredores, sea por la comparación de precios con otros inmuebles de
características similares, lo que por ello da validez a la operación contractual (77).
Dentro de la misma línea se ha dicho que "...si los contratantes han acordado que el
precio sea el valor de la cosa en plaza, sin importar que la cosa sea mueble o inmueble,
ni que se haya entregado al comprador o no, se considerará determinado el precio"(78).
Ya señalaba Segovia, asimismo, que no se justificaba la restricción a la autonomía de la
voluntad; en efecto, sostuvo que esta restricción a la autonomía de la voluntad, al
excluirse los inmuebles, no se justifica en cuanto a los terrenos y campos —predios
rústicos- que tienen precio corriente. Argumentó que no se comprendía la razón
prohibitiva de un valor objetivo como puede ser determinar el precio en el comercio
inmobiliario, y esto aun tratándose de predios edificados, ya que hay tipos de
edificación con un valor corriente por unidad métrica de superficie "cubierta"(79).
Otra tesis afirma, en cambio, que no existe precio, tratándose de la venta de inmuebles,
si las partes se remiten al precio corriente, pues de una cosa a otra de la misma especie
existen diferencias de ubicación, pasturas, o demás accidentes que según algunos
justifican la exclusión (80).
IX. Caso que la cosa se vendiere por lo que fuese su justo precio
Vender "al justo precio" significa remitirse al valor objetivo de la cosa y, en su caso, al
precio corriente o de plaza (82).
Si bien el Código Civil y Comercial de la Nación no trae una norma como el indicado
art. 1355 del Código Civil derogado, según el cual "...si la cosa se vendiere por lo que
fuese su justo precio... el contrato será nulo", tampoco se refiere a la posibilidad de que
así sea, ya que el art. 1133 señala cuándo el precio es determinado, y no es precisamente
en el supuesto en el que se establezca "un precio justo"(83).
Se ha sostenido que una cláusula de ese tenor, que obligaría a la fijación judicial del
precio, es inconveniente —y en ello se fundaba la nulidad-, por cuanto tornaría
impreciso el derecho del vendedor y la correlativa obligación del comprador respecto al
precio (84). Señalaba López de Zavalía, que remitirse a lo que fuere el justo precio "es
dejar el precio sujeto a discusiones, y en definitiva a una indeterminación que la ley no
tolera, pues ¿quién fijará el justo precio, o por lo menos cómo se lo fijará?"; pero no ve
inconveniente, en cambio, en que las partes se remitan al justo precio si su pacto no se
reduce a eso, y dan además otras especificaciones suficientes para una determinación
(85).
Por nuestra parte interpretamos que la consigna del "justo precio" no será viable si el
acuerdo de las partes se reduce a esa sola expresión, pero tal vez podrá serlo cuando dan
suficientes especificaciones para la determinación (86). Por ese motivo, al decir de
Wayar, no es conveniente una regla que —en general- sancione estas ventas con
nulidad; de allí que el Código no reprodujo la solución del derogado art. 1355 del
Código Civil. Así, cuando las partes pactan el "justo precio", puede entenderse que
ambos contratantes cuenten con los mecanismos o informaciones suficientes para
conocer cuál es ese justo precio (87). Esta solución también fue sostenida por Guillermo
Borda (88) y por Alejandro Borda para quien "...a partir de la Reforma, si las partes
acuerdan que el precio sea el justo, el contrato es válido pues... no existen razones
realmente decisivas para fulminar de nulidad el acto"(89).
No está de más señalar que esta última es la solución que consagran los Principios de
UNIDROIT, en cuanto por su art. 5.1.7. se establece que "...1) Cuando el contrato no
fija el precio o carece de términos para determinarlo, se considera que las partes, salvo
indicación en contrario, se remitieron al precio generalmente cobrado al momento de
celebrarse el contrato en circunstancias semejantes dentro del respectivo ramo comercial
o, si no puede establecerse el precio de esta manera, se entenderá que las partes se
remitieron a un precio razonable...".
X. Precio serio
Según la enseñanza general de la doctrina, el precio debe ser serio, real, sincero y
verdadero (90) y no lo es ni el ficticio ni el irrisorio, siéndolo en cambio, el vil (91).
Para que pueda hablarse de un precio serio, además de existir, es necesario que los
contratantes tengan la intención de pagarlo y percibirlo. De ahí que no sería tal cuando
el vendedor, en el mismo contrato, renuncia a percibirlo, o bien se pueda demostrar que,
aun habiéndolo cobrado, después lo ha restituido al comprador, o que el precio tuvo
otras funciones y otros fines distintos de aquellos que le son propios (92).
Al igual que los derogados Código Civil y de Comercio, el Código Civil y Comercial de
la Nación no exige expresamente que el precio sea "serio", y a nuestro entender ha
obrado bien. Como lo expuso López de Zavalía, "...con ello no pretendemos sostener
que el precio pueda no ser "serio", sino puntualizar que en la medida en que los
principios que sobre él se desarrollan sean correctos, se aplicarán no sólo al "precio"
sino también a cualquier otra contraprestación. Presentar esto como una característica
del precio, puede involucrar un error por omisión. Repetimos: la "seriedad" no es una
característica del precio sino una nota común a toda contraprestación"(93).
Por este motivo, no se reputa precio serio el precio ficticio o simulado, lo que ocurre
cuando no hay realmente intención de pactarlo. Entrando en detalle, encontramos en la
doctrina dos versiones; unos enseñan que el precio es simulado o ficticio cuando el
vendedor no tiene realmente la intención de exigirlo, mientras que la mayoría especifica
que deben faltar, tanto la intención del vendedor de exigirlo, como la del comprador de
pagarlo (94).
(a) Tratándose del precio simulado, son las reglas y principios relativos a la simulación
los que se aplican a las distintas modalidades que puede asumir; desde el ocultamiento o
disminución de una transferencia gratuita de la propiedad de un inmueble, donación,
bajo la apariencia de una compraventa, sobre la base de la inexistencia del precio, hasta
la mención de un precio falso en su cuantía —sea por abultamiento del real, sea por
disminución del mismo-, pasando por los artilugios destinados a simular que ese precio
irreal ha sido efectivamente pagado: precio confesado, precio diferido, etc.
(b) Pasando al supuesto de precio ficticio, cabe destacar que la falta de un precio en
dinero real tiene relevancia en la naturaleza jurídica del negocio: se configura una
donación y no una compraventa. En definitiva, es un caso de simulación relativa, pues
se aparenta una compraventa y se oculta una donación; al decir de Mosset Iturraspe, si
bien el procedimiento en sí es "neutro", respecto de los requisitos de validez y eficacia
del negocio, corresponde examinar si el mismo no resulta violatorio de la ley o de
derechos de terceros (96).
De ello se sigue, como una especie particular de precio simulado o ficticio, el precio
irrisorio, que al decir de Wayar, "es aquel cuyo monto resulta notoriamente
desproporcionado —en menos- respecto del valor real de la cosa"(97); en palabras de
López de Zavalía, se da "cuando su monto desciende tanto que resulta
despreciable"(98); para Mosset Iturraspe, es aquel que "en su cuantía se considera
inexistente"(99); o, como señalan los doctores Llambías y Alterini, es aquel "que mueve
a risa, como si se vende un inmueble en un peso"(100). Digamos, para concluir, que por
su grosera desproporción se dice que este precio, en rigor, no es precio y por ende, no
hay compraventa por falta de un elemento esencial, aun cuando podría existir otro acto
jurídico encubierto (v. gr. donación); de allí que por la magnitud de la desproporción, no
pueda reputarse serio. En este caso, la venta constituye un acto jurídico nulo por
implicar una declaración de voluntad per jocum, sin perjuicio de que se esté ante la
broma dolosa (101).
Pero, ¿en qué momento el precio deja de ser irrisorio para convertirse en vil? El precio
es vil cuando es desproporcionadamente bajo, pero a diferencia del irrisorio, es un
precio "serio", en el sentido de que es real y verdadero que el comprador paga y el
vendedor recibe; pero por su vileza, dará lugar a la revisión del contrato si concurren los
extremos correspondientes (102).
Sintetizando, se advierte que el hecho de que un precio no sea serio por lo "irrisorio"
(como la determinación de la cuantía de lo irrisorio) depende de las circunstancias del
caso. El precio no es serio por lo irrisorio, cuando dadas las circunstancias del caso,
resulta que las partes no le asignan importancia alguna, que con referencia a él no tienen
intención de contraer un vínculo en sentido jurídico (103).
XII. Venta con y sin indicación del precio por unidad de medida de superficie
Con el afán de clarificar las hipótesis mencionadas en los derogados arts. 1344 a 1348
del Código Civil, Mosset Iturraspe creyó conveniente hacer una triple distinción, que
atiende a los "efectos jurídicos" de cada determinación: a) modalidades que por omitir o
desdeñar la delimitación no dan derecho a reclamo alguno por las diferencias que
pudieran existir en la superficie del inmueble vendido —las comprendemos bajo la
denominación de ventas "ad corpus"; b) modalidad que repara a medias en las
dimensiones, lo cual se infiere de la existencia de un precio "por el todo"; da derecho a
reclamos cuando la diferencia de superficie excede el vigésimo -el reclamo está
condicionado a la magnitud del perjuicio-; y, c) modalidad que pone el acento en la
delimitación y en la cual el precio se relaciona con una unidad de medida, autoriza el
reclamo por las diferencias, en más o en menos, cualquiera sea la entidad de las mismas
(105).
Así, al decir de Lorenzetti, "...el nuevo Código simplifica las normas antedichas,
limitándose a ofrecer soluciones para los supuestos más importantes, sin caer en el
casuismo que, por lo común, da lugar a confusiones interpretativas".
Del encabezamiento del art. 1135 del Código Civil y Comercial de la Nación se
desprende que se aplica a aquellos casos en que el objeto principal de la venta es una
fracción "de tierra", siendo irrelevante que el terreno esté o no edificado, porque lo que
está en juego es el precio del terreno, no el de la edificación si la hubiere, que ha sido
fijado no por unidad de medida —es decir: por m2 o hectárea- sino por un monto único
(106).
No se trata de una venta ad corpus (107), celebrada sin indicación de su área por un
precio determinado o global, puesto que en esta hipótesis debe determinarse la
superficie de la fracción vendida; de otro modo, no se podría verificar si presenta
diferencias, en más o en menos, con la superficie total del terreno del que forma parte.
En este caso, la superficie total del terreno, del que forma parte la fracción vendida,
tiene respecto de ésta una diferencia mayor o menor del cinco por ciento. Esa diferencia
distorsiona el precio: (a) si es mayor, puesto que el comprador pagó o se obligó a pagar
una fracción menor, debiendo pagar la diferencia si pretende la totalidad de la
superficie; o a la inversa, (b) si la superficie total es menor, le corresponde al vendedor
restituir o rebajar la diferencia, pues se fijó el precio por una fracción mayor (108).
Frente a este problema, el art. 1135 del Código Civil y Comercial de la Nación dispone
que si "...la superficie de terreno tiene una diferencia mayor del cinco por ciento con la
acordada, el vendedor o el comprador, según los casos, tienen derecho de pedir el ajuste
de la diferencia..."; como consecuencia del reajuste, la norma le confiere al comprador
el derecho de pedir la resolución del contrato, puesto que por aplicación de esta regla se
verá obligado a pagar un precio mayor que puede no ser de su interés pagar o que
exceda sus posibilidades. Y si bien la norma no lo menciona, Wayar estima que así
como el comprador tiene "derecho a resolver", también el vendedor si el reajuste no es
de su interés puede pedir la resolución del contrato (109). Desde otra óptica, Leiva
Fernández señala que el comprador (y no el vendedor) tiene derecho a resolver la
compra (110).
Por su parte, el art. 1136 del Código Civil y Comercial de la Nación prevé dos
modalidades de ventas inmobiliarias:
1) En el primer caso, como las partes han convenido fijar el precio por unidad de
medida, al no haber precisado la superficie del inmueble vendido, el precio total es el
que resulta en función de la superficie real del inmueble. Se trata de una venta ad
mensuram, por lo que habrá que realizar una mensura del inmueble y el precio resultará
de multiplicar la unidad de medida por la superficie mensurada (111).
2) En la segunda hipótesis, como las partes también han convenido fijar el precio por
unidad de medida, pero se trata de la venta de una extensión determinada de un
inmueble individualizado en el contrato, si la superficie total excede en más de un 5% la
extensión acordada, el derecho a resolver es una opción que tiene el comprador, pues si
tiene interés en comprar el excedente, podrá hacerlo pagando por m2 el mismo precio
pactado en el contrato. A la inversa, si la superficie total del terreno vendido es menor a
un 5% de lo pactado por las partes, el comprador tiene derecho a optar por la
disminución del precio en razón de los m2 faltantes o por demandar la resolución del
contrato (112). Para Leiva Fernández, el indicado art. 1136 autoriza al comprador, pero
no al vendedor, a resolver el contrato "...sin reparación de daños, pero sí con devolución
del precio y, salvo con compensación de frutos percibidos, con sus intereses"(113).
Al respecto, calificada doctrina señala que "...el artículo no lo menciona, pero como el
comprador tiene "derecho a resolver", estimamos que también tiene "derecho a no
resolver". En caso de que exista exceso de área, ello autoriza al comprador a adquirir
esa mayor superficie, y si la superficie es menor, el comprador tiene derecho a la
disminución proporcional del precio, aplicándose ese precio unitario, y teniéndose en
cuenta el menor valor de las construcciones y mejoras"(116).
En definitiva, así como existen elementos esenciales comunes a todos los contratos
-consentimiento, objeto y causa para la clasificación tripartita clásica-, hay elementos
esenciales particulares a determinados contratos, sin los cuales no pueden existir
específicamente como tales; así en el contrato de compraventa inmobiliaria, el precio en
dinero y la cosa vendida. Tan esencial es el elemento "precio en dinero" que, si en lugar
de él se da una cosa en propiedad, habrá permuta pero no venta (117). Por ello, entre los
fundamentos esgrimidos por la Comisión de Reformas (118), se indicó concretamente
que "el contrato no será juzgado como de compraventa, aunque las partes así lo
estipulen, si para ser tal le faltase algún requisito esencial".
A partir de este breve análisis, nos cabe colegir que el legislador ha incurrido en sendos
aciertos en la formulación y redacción de las disposiciones del Código Civil y
Comercial de la Nación en comentario, contemplando mejor la voluntad de las partes,
que en definitiva es comprar y vender; entre otros aciertos pueden mencionarse: 1. No
reproducir el carácter "irrevocable" que el art. 1351 del Código Civil asignaba a la
determinación del precio hecha por un tercero; 2. Admitir con carácter general la
posibilidad de la determinación judicial en caso de que el tercero no cumpla el encargo,
solución que otorga criterio unitario a la determinación por un tercero del objeto y el
precio del contrato; y, 3. Simplificar lo dispuesto en los arts. 1344 a 1348 del Código
Civil derogado, limitándose a ofrecer soluciones para los supuestos más importantes, sin
caer en el casuismo que, por lo común, da lugar a confusiones interpretativas.
Sólo esperamos que la prudencial interpretación de la letra y espíritu del Código
renovado y, resoluciones judiciales que se dicten al efecto, vayan solucionando aquellos
defectos e insuficiencias normativas que puedan surgir en el camino, luego de que
conviva aquella acción social con ese segmento de la realidad que se abocó a
reglamentar.
Voces
El boleto de compraventa es una figura jurídica que se ha abierto camino desde la
práctica económica, con una postergada sistematización normativa. Esta escasés ha
dado un protagonismo a la jurisprudencia en la resolución de los conflictos que se
fueron suscitando en torno a esta figura, ahora remozada por el Código Unificado. Su
letra ha receptado en diversos aspectos las exigencias y soluciones que se habían
planteado en torno al boleto de compraventa, lo que naturalmente desborda la simple
previsión de una norma singular.
I. Propedéutica
El tema del boleto de compraventa es uno de los más arduos y trabajados, tanto por la
doctrina como por la jurisprudencia debido a los intereses que se conjugan en su
dinámica. Si a esto se suma la consideración de su inserción en el contexto de un
proceso concursal, su complejidad se acreciente.
Hace ya treinta y cinco años Antonio Tonón llamaba la atención sobre esta
particularidad al titular un trabajo del siguiente modo "Los boletos de compraventa de
inmuebles oponibles al concurso: un semillero de problemas"(1)
"Vela las preparaciones, vigila los progresos y realiza los frutos" sería, según explica
Jean Guitton (2) la plegaria con la que Santo Tomás aconsejaba desarrollar los trabajos
intelectuales. Siguiendo ese ritmo, dividimos el presente en dos partes, fraccionando
cada una en secciones donde se plantean los requisitos generales del boleto y se termina
con los particulares para su oponibilidad ante el concurso.
1.- El boleto de compraventa como una realidad del tráfico comercial y su recepción
legislativa
El estudio sobre la temática del boleto, a su vez, involucra ahora diversas normas en los
distintos libros, que deben ser tenidas en cuenta para su comprensión, más allá de la
previsión expresa de los requisitos de la oponibilidad frente a los procesos concursales.
Si bien nuestro estudio se ordena esencialmente al análisis del derecho vigente, obligado
es recapitular en los antecedentes de la legislación sobre el tema. En particular en la
normativa puntual que justificó la reafirmación o el cambio de las soluciones
legislativas.
En la previsión originaria del Código Civil sólo refería genéricamente como solución a
"los contratos que debiendo ser hechos en escritura pública, fuesen hechos por
instrumento particular", resolviendo que "no quedan concluidos como tales, mientras la
escritura pública no se halle firmada, pero quedarán concluidos como contratos en que
las partes se han obligado a hacer escritura pública" (art. 1185). Se excluía a su vez
esta posibilidad si las partes o la ley establecieran como requisito ineludible la
formalidad de la escritura pública.
En la economía del régimen obligacional, el mismo texto juzgaba a la previsión del art.
1185 C.C. como una obligación de hacer, dando así cierre a un sistema orgánicamente
lógico dentro del efecto relativo de los derechos creditorios.
Posteriormente se reformó la ley de concursos, dictándose la ley 19.551 que receptó una
solución similar a la prevista en la reforma civil. El originario art. 150 L.C. restringió la
oponibilidad del contrato al caso del inmueble destinado a vivienda. El último avance
que se dio en la materia fue la innovación que introdujo la sanción de la ley 24.522, de
concursos. La misma quitó la restricción del destino de vivienda que preveía
originariamente la ley, ampliando la aplicación del dispositivo legal a cualquier
finalidad que prestara el inmueble (art. 146).
A ello se suma el agregado que se hiciera al art. 2.355 C.C. por la ley 17.711 en materia
de posesión legítima, según el cual el boleto resultaba justificación suficiente para la
misma.
Las disposiciones sobre el particular se han redactado con una clara finalidad tuitiva del
adquirente por boleto. En este sentido los fundamentos de la Comisión de reformas
puede leerse que "nuestra doctrina, y especialmente la jurisprudencia, ha expresado en
numerosas ocasiones la necesidad de tutelar los derechos de los adquirentes de
inmuebles por instrumento privado (boleto de compraventa). Por eso estimamos que en
este Anteproyecto no pude faltar algunos textos referidos a ese tema"
En líneas generales se han seguido las pautas que tradicionalmente había seguido la
jurisprudencia en la materia, conservando la solución incorporada por la reforma de
1.968 mediante el art. 1185 bis C.C. para el caso del concurso.
La ubicación metodológica del problema en el código derogado daba una parcial noción
de claridad sobre la preliminariedad del convenio que se instrumentaba en el boleto. Se
trataba de un tema referente a la forma de los contratos, y no específicamente a la
compraventa en sí misma. La reforma reubicó el tratamiento del tema. El boleto dejó de
estar alojado entre los temas generales referentes a la forma para cerrar el tratamiento
del contrato de compraventa. Como sección 8ª del Capítulo I, Compraventa, el
legislador resume en dos artículos viejos problemas sobre la oponibilidad del
instrumento.
El argumento metodológico no es menor. El texto vigente ha incorporado la
reglamentación de los contratos preliminares como capítulo de la formación del
consentimiento ordenado al alumbramiento del contrato definitivo, tema al que nos
referiremos más adelante.
Ante ello una parte de la doctrina asume como superada la antigua disputa sobre su
naturaleza. Así sostienen Culasso y Tabares (10) que no caben dudas sobre la
definitividad del contrato instrumentado mediante el boleto. La sobreviniente
formalización de la escritura pública —aún sin la participación de la parte involucrada-
revela la existencia ya consumada del contrato de compraventa. Postura esta que no
resulta pacífica (11)
La misma Comisión redactora apunta que "en esta sección se regulan los contratos
preparatorias, con un sentido amplio, dando cabida a diversas modalidades para
negociar". Es clara de este modo la finalidad de dar un marco normativo a las diversas
especies de contratos llamados preliminares, acotando las soluciones doctrinarias y
jurisprudenciales que los contenían.
La letra del art. 995 regula la promesa de celebrar un contrato. Según esta norma, las
partes pueden obligarse a celebrar un contrato futuro, siempre que este no sea de
aquellos para los cuales se exige una forma determinada bajo pena de nulidad (v.gr. art.
1.552 que establece esta sanción para las donaciones de inmuebles, de muebles
registrables y de prestaciones periódicas o vitalicias, tal como lo preveía, en general, el
derogado art. 1810 C.C.). Expresamente se remite para este tipo de convenciones a lo
previsto para las obligaciones de hacer (arts. 773 a 778), al igual que lo había previsto el
código derogado (art. 1187 C.C. cuyo texto se reproduce en el art. 1018 vigente).
Ahora bien, dentro de las disposiciones generales aplicables a todos los contratos
preliminares se fija un plazo determinado de vigencia para la exigibilidad de la
obligación de hacer. En el segundo párrafo del art. 994 se determina que "el plazo de
vigencia de las promesas previstas en esta Sección es de un año, o el menor que
convengan las partes, quienes pueden renovarlo a su vencimiento"
Esta disyuntiva se planteará como materia de un análisis primario del título presentado
en el concurso para excluir el bien objeto del acuerdo. También es cierto que el
documento —si se pretende aplicar esta normativa- deberá contar con fecha cierta a fin
de poder computar fehacientemente el plazo legal.
En primer lugar la práctica que identifica la dinámica negocial en la materia revela que
los boletos de compraventa suelen instrumentar operaciones cuyo plazo de vigencia
excede el exiguo lapso anual, a lo que suma la utilidad social que el mismo contrato
trasunta (15).
Al respecto explica Ariza que "la figura del boleto de compraventa inmobiliaria ha
adquirido consolidación a través de la eficacia jurídica reconocida por la
jurisprudencia y la doctrina en consonancia con su utilización en la práctica
inmobiliaria. Resulta evidente que quienes celebran un boleto de compraventa no lo
hacen en el entendimiento de contraer únicamente una obligación de hacer, consistente
en otorgar un contrato definitivo. Con la sola celebración del boleto las partes a diario
dejan definida la operación económica de la compraventa, comenzando el
cumplimiento del programa de conducta allí fijado"(16)
Como se puede ver, el boleto de compraventa inmobiliaria constituye una especie muy
particular dentro del contexto de estos contratos. La conjugación de normas legales y
constitucionales que se da en su aplicación justifica su tratamiento diferenciado (17).
En consecuencia para la celebración del acto debe contarse con una partida de
matrimonio actualizada al efecto a fin de evaluar la situación del disponente.
El Código Civil y Comercial prevé una solución específica para el caso de las promesas
de actos de disposición, como es el caso en análisis.
Esta remisión no sólo involucra a los efectos de la falta de asentimiento, sino que
también incluye una previsión adicional de asentimiento, ya no aplicable sólo a los
bienes gananciales.
El art. 456, sin distinguir el carácter del bien dispone que "ninguno de los cónyuges
puede, sin el asentimiento del otro, disponer de los derechos sobre la vivienda familiar,
ni de los muebles indispensables de ésta, ni transportarlos fuera de ella...". Como se ve,
se agrega un supuesto más de exigencia de asentimiento conyugal, por lo que si el
boleto compromete un bien propio en el que se asiente la vivienda familiar , cuestión de
hecho que resulta diversamente regulada que la protección de la vivienda prevista en la
Parte General (arts. 244 a 256) , deberá recabarse el mentado asentimiento.
La existencia de este requisito, es decir la efectiva ocupación del inmueble objeto del
acto por la familia, debe darse al momento de la celebración del boleto, sin que pueda
posteriormente invocársela a los fines de cuestionarlo. Es que ese es el hito a considerar
a los fines de la concreción de la promesa de contrato, en una interpretación orgánica y
de buena fe de las previsiones legales.
Por ello resulta aconsejable el consignar en el instrumento la ajenidad del inmueble con
respecto a este destino, explicitando el estado de ocupación del mismo.
De igual modo, tampoco se precisa el modo en que debe manifestarse este asentimiento.
Así, resulta aplicable el principio de libertad de formas previsto por el art. 284 como
principio general.
En cuanto al posible mandato conferido para prestar este asentimiento, se admite su
celebración del mandato entre cónyuges. Únicamente se excluye la posibilidad de
hacerlo para que cónyuge se dé asimismo el asentimiento en resguardo de la vivienda
familiar, y según las previsiones del art. 456.
La decisión judicial debe considerar como pauta para valorar la oposición del otro un
estándar referido a la finalidad del asentimiento, como lo es "el interés familiar", que
por definición excede las pretensiones individuales de las partes (21).
Los fundamentos de la reforma explicitan que "el progresivo incremento del número de
personas que optan por organizar su vida familiar a partir de una unión convivencial
constituye una constante en todos los sectores sociales y ámbitos geográficos", justifica
su tratamiento legal.
A falta de pacto sobre los aspectos patrimoniales, cada concubino ejerce libremente las
facultades de administración y disposición de los bienes de su titularidad (art. 518). En
este caso rigen igualmente las restricciones referidas a la tutela de la vivienda familiar
(art. 522).
Esta última norma exige el asentimiento convivencial para los actos de disposición
sobre la vivienda familiar o sobre los muebles indispensables de la misma. Se limita la
aplicación de esta exigencia para las uniones convivenciales inscriptas, según el
régimen previsto por el art. 511, regulado "solo a los fines probatorios" Dicha
inscripción debe ser única e instada por ambos convivientes.
Al explicar las razones de esta regulación la Comisión sostiene que "la registración no
es un requisito para la existencia o configuración de las convivencias, sino para facilitar
su prueba y, en algún caso, para oponibilidad a los terceros".
El asentimiento requerido del otro conviviente puede ser sustituido por una autorización
judicial, la que se debe conceder en dos escenarios. En caso de que el bien resulte
prescindible, o que el interés familiar no resulte comprometido. En ambos casos el
conviviente titular tendrá que acreditar sumariamente estos extremos a fin de sustituir la
negativa de su pareja.
Como en aquel caso, sería recomendable que se manifieste la situación personal del
disponente al momento de contar, así como la afectación del inmueble del que se
dispone.
2.- La oponibilidad del boleto de compraventa ante el concurso o quiebra del contratante
Hasta este punto hemos buscado relevar las innovaciones que hacen a la configuración
del negocio instrumentado. Como puede verse el cambio ha sido sustancial en cuanto a
los aportes de soluciones concretas y en cuanto a sus requisitos. Ahora bien, más allá de
lo antes desarrollado, al regular los contratos —ahora en particular-, el Código ha
renovado su respuesta sobre la oponibilidad del negocio.
Coincidimos con Achares Di Orio (22) cuanto a que la especialidad normativa del
estatuto concursal hubiera hecho preferible reservar la solución particular a este último,
por sobre la tradición. En particular siendo que la situación cronológica de los arts. 1185
bis C.C. y 150 L.C. (146 en su texto actual) se generó en una dinámica temporal
distinta.
A) El instrumento y el negocio
Para ganar oponibilidad en el contexto concursal debe tratarse de un negocio que cuente
materialmente con los requisitos que identifican al negocio de la compraventa, de tal
suerte que sus términos se autoabastezcan para ser formalizada la escritura pública. De
otro modo no se trataría de una compraventa sino de tratativas previas —ahora
reguladas por el Código-, o de negocios afines pero distintos, no amparados por la
preferencia exclusiva.
Esta exigencia, ya señalada por la doctrina con anterioridad a la vigencia del Código
Civil y Comercial, se ver reforzada en su texto. Al incluirse el tratamiento del boleto
como una cuestión inherente al contrato de compraventa, queda claro que se refiere
estructuralmente a una compraventa que carece de requisitos formales. El propio
artículo en estudio lo confirma al trazar el camino que debe seguirse para obtener la
forma faltante, sin introducirse en la integración de su contenido, el que se asume ya se
encuentra configurado como compraventa (arg. arts. 1123 y ccdtes. C.C. y C.)
B) Ámbito de aplicación.
La misma literalidad de la ley diferencia los ámbitos de cada norma. La citada en primer
término —cuyo contenido en cuanto a los requisitos exigibles para la oponibilidad no es
idéntica a la segunda- comprende el ejercicio de los derechos emergentes del boleto en
el marco de los procesos concursales declarados.
Si bien se refiere a la situación de concurso o quiebra del vendedor, no existe óbice para
su aplicación en la tramitación de un Acuerdo Preventivo Extrajudicial (arts. 69 a 76
L.C.). Más allá de los debates sobre su naturaleza estricta, está fuera de toda discusión
su linaje concursal, lo que lógicamente incluye a este proceso dentro de la aplicación
material del art. 1171 C.C. y C.
La omisión de este instituto era comprensible en el Código derogado, ya que como
figura se incluyó con sus perfiles orgánicos propios en la reforma de 1995 a la ley
concursal. No puede plantearse lo mismo en el marco de la actual reforma, cuando el
instituto ya tiene sobrada presencia en nuestro medio.
Lo mismo puede decirse del contenido del art. 146 L.C. que realiza idéntica referencia.
La existencia de esta norma debe, a su vez, armonizarse con la previsión específica que
contiene la L.C. Según lo declarara la misma Comisión y lo señaláramos anteriormente,
se quiso reafirmar la solución históricamente aceptada, adecuando su contenido a la
hora actual.
En pos de esta articulación preliminarmente diremos que debe aplicarse el art. 146 L.C.
por su propia especialidad, que está modificado por la nueva norma (28). Su texto
prácticamente se reproduce en el Código Común, integrando la exigencia particular de
la fecha cierta contemplada en la norma común. Más adelante nos referiremos al
particular.
Consideramos que las modalidades de pago convenidas deben ser respetadas por el
concurso. Sin perjuicio de que el texto legal habitualmente es entendido como la sola
concesión de plazo de pago, no puede pasarse por alto que en la práctica comercial
suelen pactarse otras condiciones que permiten realizar pagos adelantados u obtener
quitas con ciertas cancelaciones, en particular en las ventas promocionales de lotes.
Esta situación de tutela del adquirente tampoco exime a la operación de ser pasible de
las acciones de ineficacia que correspondan según las reglas particulares de la quiebra
(art. 119 L.C.), o aún de las acciones comunes aplicables (arts. 333 y ccdtes. y art. 338 y
ccdtes. C.C. y C.)
D) Objeto
La ley no hace acepción alguna con respecto al inmueble objeto del negocio. Cualquiera
sea su tipo y su destino, el boleto será oponible si reúne los recaudos legales. Es
necesario destacar junto con Prono (31) que el sentido de una preferencia tan radical
respondía originariamente a la manda constitucional de proteger la vivienda (art. 14 bis
C.N.). Por ello el legislador de 1972 había circunscripto los efectos del art. 1185 bis
C.C. únicamente a los inmuebles que tuvieran ese destino (32).
E) Trámite
F) Requisitos
De una lectura paralela de ambas normas —el art. 146 L.C. y el art. 1171 C.C. y C- se
ve con claridad que la oponibilidad del boleto depende de la concurrencia de las
siguientes exigencias
a) La buena fe
La ley exige genéricamente que el adquirente por boleto de compraventa sea de buena
fe, haciendo una aplicación del principio sentado por el art. 9 C.C. y C. La misma se
presume, por lo que quien la cuestione carga con la prueba del conocimiento de una
eventual irregularidad en la gestión de la venta por boleto.
Este requisito, según se expidieron las XXIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil
(comisión 5, Derechos reales), reunidas en Tucumán en 2011, está íntimamente ligado
con el tratado a continuación. El contenido de la buena fe, en general, se relaciona con
el conocimiento del co contratante de que quien intervino en el negocio estaba
legitimado para disponer del inmueble.
Señala Ricardo Prono (37) que este requisito, desde el anteproyecto de lo que luego
sería la ley 19.551 se integraba por la posesión del inmueble, así como de la fecha cierta
del instrumento. Este antecedente resulta relevante para comprender el funcionamiento
de la nueva norma.
La eventual mora en el pago del precio no altera la base de cálculo de este requisito, ya
que los intereses moratorios que se devenguen no deben computarse como parte del
precio pactado. En líneas generales, se observa que los tribunales "mientras mayor era
la desprotección del adquirente, mayor el esfuerzo para entender cumplida la exigencia
porcentual"(39)
Al compás de las normas que han agravado la prueba de los pagos en dinero, se ha
planteado una estricta interpretación de la acreditación del pago realizado, exigiendo la
acreditación del efectivo traspaso de los fondos, a más de las reglas propias establecidas
por el Código (arts. 894 a 899). En caso de que hubiera existido un negocio sucedáneo
del pago o extintivo (v.gr. dación en pago (arts. 942/3 C.C. y C.), compensación (art.
921 y ccdtes. C.C. y C.)
c) La fecha cierta
El Código Civil y Comercial incorpora un nuevo requisito con respecto a lo que preveía
el régimen derogado y a lo que establece la normativa concursal, razón ésta por la cual
tratamos este requisito en última instancia.
Alguna jurisprudencia entendió que la enumeración de requisitos del art. 1185 bis no
resultaba taxativa. Antes bien se trataba de un piso mínimo que no impide el
reconocimiento judicial de otros casos en que la certidumbre fáctica se impone
fuertemente a la conciencia de los jueces y el negarlo importaría hacer prevalecer el
formalismo hueco, violatorio de la justicia frente a la verdad real (42)
Para el caso de los procesos singulares el art. 1170 C.C.. exige un recaudo adicional,
que la operación tenga algún tipo de publicidad, equiparando al efecto la de origen
registral y la posesoria. Solución que resulta coherente con lo establecido por el art.
1893 en cuanto a la oponibilidad de los derechos reales, que requiere publicidad
suficiente, considerando tal a la inscripción registral o a la posesión (47).
Esta exigencia ya era requerida por alguna jurisprudencia con anterioridad a la entrada
en vigencia del Código Civil y Comercial. Al igual que sucedía con la fecha cierta, se
reconocía que esta estaba implícita en la norma de los arts. 1185 bis y 146 L.C.
En este sentido la Corte Suprema de Mendoza sostuvo que "la oponibilidad de los
derechos (sean personales o reales), exige siempre algún grado de publicidad (por
imperfecta que sea); de otro modo, la inseguridad reinaría por doquier y el crédito,
motor de la economía capitalista, habría sufrido un golpe moral. En tal sentido
recuerdo que la doctrina más jerarquizada sostiene que los derechos ya no deberían
clasificarse en personales y reales sino en oponibles y no oponibles. Ahora bien, la
oponibilidad exige publicidad, más o menos perfecta según los casos, pero siempre
requiere de algún sistema por el cual ese derecho tenga aptitud para ser conocido
desde que no se puede exigir el respeto de algo que no se tiene posibilidad de conocer;
de otro modo, la oponibilidad resultaría una trampa contra la que no hay defensas"(48)
La posibilidad de que el boleto de compraventa se inscriba registralmente, encuentra
dispar tratamiento en la legislación registral. Algunas provincias han admitido su
legitimación registral (49)
Lo que queda claro es que esta exigencia compete a los procesos singulares, sin
habérsela establecido para el caso de los procesos universales. A pesar de ello, el debate
permanece.
Por su parte Wayar incluye como requisito derivado del artículo 1171 que "la
oponibilidad del boleto requiere publicidad, que puede ser registral o posesoria, en los
términos del artículo 1893"(53)
Este recaudo, consagrado por el primer inciso del art. 1170 C.C.C. y C., impone al
comprador por boleto, que transita una tercería de mejor derecho en reclamo de la
oponibilidad del boleto que justifique la legitimación de su cocontratante. Este puede
haber sido el titular registral, lo que simplificará su planteo, o quien resulte legitimado
por un encadenamiento perfecto de sucesivos adquirentes.
Si bien la norma se refiere lisa y llanamente a "adquirentes", sin dudas se refiere a las
sucesivas celebraciones de boletos de compraventa o sus cesiones.
Se establece una excepción al vencimiento general de los plazos definido por el art. 128
L.C. y 353 C.C. y C., determinándose el respeto del plazo convenido con el vendedor
para el pago. En garantía de este pago, la ley exige que se constituya una hipoteca en
primer grado en beneficio del concurso.
Cumplidos estos recaudos, el juez debe otorgar la escritura traslativa de dominio a favor
del comprador, quien deberá continuar con el cumplimiento del saldo del precio
pendiente. .
En el régimen anterior, la norma contemplaba este otorgamiento como una facultad del
juez concursal, en tanto el art. 1185 bis rezaba que el juez "podrá" hacerlo. En la
redacción actual la posibilidad se ha convertido en deber, al cambiarse su texto,
estableciéndose que el juez debe (54) formalizar este instrumento, interviniendo el
mismo magistrado según lo previsto por el art. 1018 C.C. y C.
Adicionalmente, la ley concursal contiene una previsión especial con respecto a los
daños producidos por la aplicación de las soluciones excepcionales que la insolvencia
justifica. El art. 142 L.C. expresa la prohibición de este tipo de reclamos.
III. Conclusiones
Más allá de la extensión acotada del cambio normativo, no puede pasarse por alto que se
han resignificado las relaciones entre las diversas normas del derecho privado vigente.
Una de las integrantes de la Comisión de reforma da cuenta de ello al afirmar que
"cualquiera que sea la opción (separar, incluir, total o parcialmente) se ha establecido
un diálogo de fuentes para que la regla sea siempre la que protege mejora a la persona
humana, sea la ley general o especial, anterior o posterior. O sea, la interpretación se
hace dialógicamente. Ciertamente, el diálogo no siempre es fácil porque existe un
verdadero "desbordamiento" de fuentes que hace necesaria una nueva tipología y
clasificación"(56)
Esto mismo es lo que expresa la Comisión en su nota de elevación del proyecto. Se dice
allí que "es necesario que los operadores jurídicos tengan guías para decidir en un
sistema de cuentes complejo, en el que, frecuentemente, debe recurrirse a un diálogo de
fuentes, y a la utilización no sólo de las reglas, sino también de principios y valores"
Esperamos que estas notas sirvan para fomentar el debate y promover la relecturas de
las soluciones clásicas en el comienzo de la aplicación del nuevo Código. Como suele
suceder en estas coyunturas, las respuestas propuestas son provisorias y será el laboreo
jurisprudencial el que las integre.
(2) (2) GUITTON, Jean; El trabajo intelectual, Buenos Aires, Ediciones Criterio; 1967,
p. 33.
(3) (3) El tribunal capitalino concluyó como doctrina vinculante que "no procede la
demanda de escrituración de un inmueble, deducida por el titular del boleto de
compraventa, cuando el vendedor, con posterioridad a su otorgamiento, ha caído en
quiebra, aun habiendo mediado tradición y pago de precio", CNCom, en pleno,
29/11/67; Lozzi, Eleodoro I. c/ Socha S.A. s/ quiebra; LA LEY, 128-925.
(4) (4) Claramente explicaba Borda esta contraposición al afirmar que "estas posiciones
antitéticas, revelan dos concepciones distintas del Derecho. Para algunos juristas, las
implicancias lógicas de los principios generales, deben llevarse a sus últimas
consecuencias, sea buena o mala la solución que de ellas se desprende. Para otros, entre
los cuales nosotros militamos, más que el rigor lógico de la aplicación de los principios,
importa la bondad y justicia de las soluciones concretas, por más que ellas afeen la
pureza arquitectónica de las construcciones jurídicas levantadas sobre principios
abstractos. Para no equivocarse con las soluciones, es necesario tener presente cómo el
problema se plantea en la práctica y cuáles son los intereses comprometidos...No es lo
mismo perder una suma de dinero que perder la vivienda y ser arrojado a la calle, quizás
con la mujer y los hijos...En ese conflicto de intereses no cabe duda de que es necesario
inclinarse por la defensa de la casa, por muy respetable que sea el derecho del acreedor
de una suma de dinero...". BORDA, Guillermo A.; La reforma de 1968 al Código Civil,
Buenos Aires, Perrot, 1971, ps. 325/6.
(5) (5) En los fundamentos de la norma se establece con claridad que "la Comisión ha
entendido, en consecuencia, que el proyecto debe incluir una norma que exprese esa
armonización; de allí que en el art. 150 (segunda parte) limite la aplicación del art. 1185
bis del Código Civil a los inmuebles destinados a vivienda tratando de conciliar los
intereses de compradores y la protección a los acreedores frente a una eventual
connivencia de quienes en un mero documento privado aparecen como vinculados en
carácter de vendedor y comprador. De tal manera el proyecto, sin modificar el art. 1185
bis del Código Civil cuya necesidad era evidente ha regulado una solución en materia
específica de quiebra".
(7) (7) PREVOT, Juan Manuel; El artículo 1185 bis del Código Civil y su expansión a
las ejecuciones individuales; DJ boletín del 15/6/11; p. 23.
(9) (9) Sobre el enrolamiento a cada una de estas posturas y como síntesis de este
debate puede consultarse MOSSET ITURRASPE, Jorge; La discutida naturaleza
jurídica del "boleto de compraventa" ¿Contrato preliminar de promesa o contrato
obligacional definitivo? Consecuencias de una y otra posición; RDPyC 2000-3-7 y
PITA, Enrique Máximo y PITA, Juan Martín; Oponibilidad del boleto de compraventa
inmobiliaria (respecto a los acreedores del vendedor y a su concurso o quiebra), en
Concursos y quiebras. Estudios en homenaje al Dr. Ricardo S. Prono, Santa Fe,
Rubinzal Culzoni; 2.011, ps. 389 a 406
(12) (12) SCBA, 19/6/90; Dillon, Jorge A. E. c. Etchepare de Bigot, María Z. y/u otro
(Ac. 42.565); LA LEY, 1990-E, 245. En doctrina explica Williams sus reservas al
respecto al sostener que "el concepto y la naturaleza jurídica del contrato preliminar nos
llevan a sostener la imposibilidad de la generalización y aplicación a éste de las
conclusiones a que ha arribado la doctrina en materia de promesas de venta...insistimos
en nuestro criterio: no es posible la formación coactiva del contrato definitivo sin
atentarse contra la particular naturaleza del contrato preliminar...La aceptamos, como
excepción, dentro de nuestro derecho, para los supuestos de obligación de escriturar en
materia de promesa de venta y ello en virtud de lo dispuesto por el art. 1187 del Código
Civil y de conformidad con su interpretación doctrinaria y jurisprudencial, con la que se
ha puesto término a los abusos que en materia de operaciones inmobiliarias traía
aparejada la teoría precedente a la actualmente imperante en esta materia". WILLIAMS,
Jorge N., Los contratos preparatorios. Su incidencia en el derecho comercial, Buenos
Aires, Ábaco; 1978, p. 26.
(13) (13) LEIVA FERNÁNDEZ, Luis; anotación al art. 994, en Alterini, Jorge H.
(Dir.Gral.), Código Civil y Comercial... T V, p. 232.
(14) (14) GARRIDO CORDOBERA, Lidia; Incidencias del Código Civil y Comercial.
Contratos en general, Buenos Aires, Hammurabi; 2015, p. 124.
(15) (15) Al respecto señalan Hernández y Sozzo que la realidad negocial y normativa
del boleto de compraventa, en particular el referido a la materia inmobiliaria conjugan
preceptos legales y constitucionales que lo singularizan dentro del universo de los
contratos. Sobre el particular se recomienda la lectura de HERNÁNDEZ, Carlos A. y
SOZZO, Gonzalo; Adquirente por boleto de compraventa y acreedor embargante
(Balance del conflicto en la doctrina y jurisprudencia argentina), en Homenaje a los
Congresos Nacionales de Derecho Civil (1927- 1937 — 1961 — 1969), T II, Córdoba,
Advocatus; 2009, p. 1225 y ss.
(16) (16) ARIZA, Ariel, anotación al art. 995 en Lorenzetti, Ricardo Luis (Dir.); Código
Civil y Comercial de la Nación comentado, T V; Santa Fe; Rubinzal Culzoni; 2015, p.
690. Esta idea campea en el tratamiento legislativo de la cuestión en el Código Civil y
Comercial, donde se ha regulado al boleto dentro de la compraventa, refiriéndose a la
operación como ya consumada. Así se habla directamente de "comprador" y de
"vendedor", al igual que en la regulación del contrato definitivo.
(18) (18) En este sentido se resolvió que "el art. 1277 del Cód. Civil exige -por sí o por
mandatario- el consentimiento del cónyuge al momento de celebrar la escritura
traslativa de dominio y no es necesario prestarlo al momento de la suscripción del
boleto de compraventa, ya que en esa oportunidad no se dispone del bien sino que su
otorgante contrae la obligación personal de disponer" CNCiv., sala F, 26/5/98; V., F.J. c.
K., T.; LA LEY, 1999-B, 161.
(20) (20) Sostiene la referida autora que "La cesión y la entrega de la posesión no son,
formalmente, una "enajenación" de inmuebles, pero constituye una promesa de
compraventa de compraventa a partir de la entrada en vigencia del Código Civil y
Comercial requiere el asentimiento conyugal aun cuando esta cesión no alcance para
transferir el dominio", cf. MEDINA, Graciela, anotación al art. 470 en RIVERA, Julio
C. y MEDINA, Graciela (Dirs.); Código Civil y Comercial de la Nación comentado, T
II, Buenos Aires, La Ley; 2014, p. 183.
(21) (21) MÉNDEZ COSTA, María Josefa; Los principios jurídicos en las relaciones de
familia, Santa Fe, Rubinzal Culzoni; 2006, caps. 1 y 2, en particular ps. 52 y ss.
(24) (24) HEREDIA, Pablo D.; Tratado exegético de Derecho concursal, T 5, Buenos
Aires, Ábaco, 2005, p. 193 Salerno describe un panorama suficientemente ilustrativo
del camino que se sigue para la sucesiva delimitación de los elementos que informarán
el contrato de compraventa, distinguiendo el iter del boleto de otras figuras afines, como
lo es la reserva cf. SALERNO, Marcelo U.; El régimen jurídico del boleto de
compraventa¸ en AA.VV.; Homenaje a los Congresos Nacionales de Derecho Civil
(1927- 1937 — 1961 — 1969), T II, Córdoba, Advocatus; 2009, p. 1257.
(25) (25) Sobre los debates doctrinarios y jurisprudenciales sobre estas especies cf.
MORELLO, Augusto M.; El boleto de compraventa inmobiliaria¸ La Plata; L.E.P.;
1975, ps. 187 y ss.
(26) (26) FASSI, Santiago C.; La quiebra, los concursos civiles y los boletos de
compraventa de inmuebles, RDCO 1974-547; MARTORELL, Ernesto E.; Tratado de
concursos y quiebras, T III, Buenos Aires, Lexis Nexis; 2004, p. 349; RIVERA, Julio
C.; Boleto de compraventa y quiebra, LA LEY, 1985-C, 51.
(27) (27) HEREDIA, Pablo D.; Tratado exegético de Derecho concursal, T 5, Buenos
Aires, Ábaco, 2005, p. 196; RIVERA, Julio C. (Dir.); Derecho Concursal, T III.
Quiebra; Buenos Aires, LA LEY; 2010, p. 373
(28) (28) Explica la articulación normativa Rouillon sosteniendo que "la mencionada
norma del Código Civil y Comercial es una regla especial concursal que, por ser
posterior a la LCQ, modifica el contenido del art. 146 de ésta en el sentido indicado. A
partir de la entrada en vigor del Código Civil y Comercial, la oponibilidad del boleto de
compraventa de in muebles en el concurso o quiebra del vendedor, además de la buena
fe del adquirente y el pago del 25 % (como mínimo) del precio, requerirá que el boleto
tenga fecha cierta anterior a la declaración del concurso o la quiebra" ROUILLON,
Adolfo A.N.; Régimen de concursos y quiebras. Ley 24.522, Buenos Aires, Astrea;
2016, ps. 271/2. En sentido concurrente VÍTOLO, Daniel R.; Manual de Concursos y
quiebras, Buenos Aires, Editorial Estudio, 2016, p. 265.
(30) (30) Martorell, con cita de Grispo, admite la extensión de esta exclusión en el caso
de la compraventa de automotores, MARTORELL, Ernesto E.; Tratado de concursos y
quiebras, T III...op. cit., p. 349, criterio que no compartimos, en tanto la norma es clara
al referirse exclusivamente a inmuebles. En este sentido HEREDIA, Pablo D.; Tratado
exegético de Derecho concursal, T 5..., op. cit., p. 198.
(31) (31) PRONO, Ricardo S.E.; El destino del inmueble en los boletos de
compraventas oponibles al concurso, en Revista del Colegio de Abogados de Santa Fe¸
p. 281.
(32) (32) Fassi ponderaba la decisión al anotar los requisitos legales del art. 150
sosteniendo que "el fin de la ley tiende al amparo del ahorro destinado a la noble
finalidad de la vivienda propia. Entre los intereses de la masa, que se perjudica por la
escrituración, y la de quienes se empeñaron en resolver, con sacrificios innombrables a
veces su problema de vivienda ha preferido a éstos últimos. Pero si se trata de una
inversión con fines de lucro o capitalización, entre los intereses del comerciante o
industrial adquirente y los del estanciero prefiere los de la masa, máxime cuando con
ello se mantiene la solución tradicional" FASSI, Santiago C.; La quiebra, los concursos
civiles y los boletos de compraventa de inmuebles, RDCO 1974-547
(33) (33) Sin perjuicio de la loable razón de ser de la norma, se planteaban casos de
boletos complejos, v.gr. donde se comprometía la venta de un departamento junto con
cocheras, cuestionándose la aplicación in totum del entonces vigente art. 150 L.C. a la
operación jurídica, más allá de que fuera instrumentada en distintos boletos. Al respecto
se recomienda la consulta de S.C.Mza., sala I, 14/3/85; Hassan, José en Inmobiliaria,
Comercial, Industrial y Financiera Cartellone S.A. s/ quiebra; RDCO 1.985-387, donde
la mayoría decidió aplicar la norma exclusiva a ambos bienes, con una fundada
disidencia de la entonces Vocal Kemelmajer de Carlucci. Igualmente se recomienda la
lectura de la anotación de MAFFÍA, OSVALDO; Boleto de compraventa y quiebra del
vendedor: ¿interpretación extensiva de un régimen doblemente excepcional?
(34) (34) Apuntaban Hernández y Sozzo antes de la unificación que "en este tema que
nos ocupa la oponibilidad del adquirente por boleto, creemos que pese a la reforma de la
ley 24.522, que quitó el destino de vivienda como un requisito para dicha oponibilidad,
el hecho de que le inmueble sea destinado a vivienda personal continúa siendo
sumamente relevante desde el punto de vista argumental; en otras palabras, a los fines
de decidir el caso continúa siendo esencial el hecho de que el inmueble haya sido
destinada a vivienda personal del adquirente pues la circunstancia de que se encuentre
en juego en el caso la realización o no de un derecho fundamental como es el de la
vivienda digna (art. 14 bis C.N.) dota a la argumentación del adquirente por boleto de
un peso ius fundamental que no puede dejar de ser tenido en cuenta al momento de
ceder el caso a través del juicio de ponderación, y es lo que justifica la oponibilidad del
boleto de compraventa más allá de la aplicación analógica del artículo 1185 bis del
Código Civil. Dicho de otro modo: estos son casos que deben ser decididos mediante el
mecanismo del juicio de ponderación, por tanto, el derecho fundamental a la vivienda
familiar debe ser considerado en su real dimensión al tiempo de llevar adelante dicho
procedimiento argumental", en Adquirente por boleto de compraventa y acreedor
embargante (Balance del conflicto en la doctrina y jurisprudencia argentina), en
Homenaje a los Congresos Nacionales de Derecho Civil (1927- 1937 — 1961 — 1969),
T II, Córdoba, Advocatus; 2009, pág. 1.238. En la actualidad este razonamiento
encuentra andamiaje en las exigencias del Título Preliminar el Código Civil y
Comercial, arts. 1 a 3.
(35) (35) JUNYENT BAS, Francisco; Una vexata quaestio: la oponibilidad del boleto
de compraventa como vía verificatoria. Vía de reconocimiento del derecho del titular
del boleto de compraventa inmobiliaria ante el concurso o quiebra del vendedor,
RDPyC 2000-3-34. Señala este autor que, si bien la pretensión transitará los cauces de
una verificación de crédito, "la mentada verificación de la obligación de hacer se
concreta en una sentencia que tiene por opuesto el boleto de compraventa, lo que, en
sentido estricto, no es una verificación, pues no declara un derecho concurrencial, sino
que, al contrario, al ordenar la escrituración satisface la pretensión del comprador y
extingue con los efectos del pago la prestación a cargo del concursado o fallido. Como
señala gráficamente el autor citado...la aludida sentencia no confiere "un billete de
entrada" al proceso concursal, sino un "billete de salida" del concurso".
(36) (36) HEREDIA, Pablo D.; Tratado exegético de Derecho concursal, T 5...op. cit.,
ps. 199/200.
(37) (37) PRONO, Ricardo S.E.; El destino del inmueble en los boletos de
compraventas oponibles al concurso, en Revista del Colegio de Abogados de Santa Fe¸
p. 281.
(39) (39) RIVERA, Julio C.; ROITMAN, Horacio y VÍTOLO, Daniel R.; Ley de
concursos y quiebras. T III, Santa Fe, Rubinzal Culzoni; 2009, p. 599.
(41) (41) CNCom., en pleno, 8/7/81; Arturo de Zaguir, María C. c. Concepción Arenal,
Soc. en Com. por Accs.; LA LEY, 1981-C, 465.
(42) (42) S.C.Mza., 6/12/91; Ongaro de Minni, y otros en: Minni, Miguel A. y otro en:
Gómez, H. c. Grzona, J. C.; LA LEY 1992-B, 160; en igual sentido se expidió este
tribunal años después en la causa S.C.Mza; 30/5/96; Fernández, Angel en j°
18.687/20.996 Fernández A. en j° 17.405 c/Coviram Ltda. s/inc. rev. s/casación ; JA
1997-I-83.
(45) (45) Al respecto sostuvo el Dr. Rouillon que "en cuanto a la fecha de celebración
de la compraventa instrumentada en el boleto traído a la causa entiendo que, aun en el
supuesto de entenderse que carece de fecha cierta (en el sentido del art. 1035, Cód.
Civil), no puede dejar de concluirse que hay certidumbre fáctica de su realización con
anterioridad a la apertura de la quiebra. Para arribar a esa conclusión tengo en cuenta
que el mentado instrumento privado fue presentado al ente recaudador provincial el 18
de julio de 1995 (ver sello fechador, fs. 2), a los fines de encuadrar el pago del sellado
adeudado dentro de una ley de moratoria fiscal (ley provincial 11.257), otorgándole la
funcionaria administrativa plazo hasta el 31 de julio de 1995 para abonar el tributo de
$103,50, lo que fue cumplido el 28 de julio de 1995 (timbrado en la misma hoja 2).
Destaco que la funcionaria (actualmente jubilada) de API que firmó el boleto a fs. 2
reconoció su letra, firma y sello (fs. 68), y que otra funcionaria (actualmente en
actividad: fs. 67 vta.) de la misma repartición testimonió que aquélla era supervisora de
la entidad fiscal a la fecha del sellado y también reconoció expresamente la autenticidad
del sello y la fecha que consigna dicho sello. No tengo duda, entonces, que cuanto
menos a la fecha 18 de julio de 1995 (ergo: antes de la declaración de quiebra) el boleto
del caso existía como tal" C.C. y C. de Rosario, sala I, 11/9/01; Grassano Santos F. y ot.
s/quiebra s/ rec. de rev. de Gómez Celia B.; LLLitoral 2002-246
(46) (46) Simondi hace un detallado elenco de supuestos y razones por las cuales en
algunas ocasiones no se ha reconocido este medio de adquisición de fecha cierta cf.
SIMONDI, Marcela I, Instrumentos privados: fecha cierta...op. cit. ps. 376/377. Sin
perjuicio de ello la jurisprudencia contemporánea le ha dado pacífico acogimiento a la
tesis positiva C.C. y C. de Bahía Blanca, sala I, 28/8/13; Gorza, Stella Maris c. Banco
de La Pampa y otro s/tercería de mejor derecho; LLBA 2013-1226; CNCom., sala D;
23/9/09; Banco Patagonia c. Natura Ecology S.R.L.; DJ 2010-752.
(47) (47) Si bien el boleto no se reconoce como título para la adquisición del derecho
real de dominio, como se verá más adelante la jurisprudencia había establecido la
necesidad de publicidad como inherente a la transmisión de los derechos patrimoniales
en general.
(49) (49) Elena Highton hace un detallado elenco de las legislaciones locales que han
admitido, con distintas extensiones, la inscripción de estos documentos, a saber Buenos
Aires, Salta, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba, Santiago del Estero, Río Negro,
Catamarca, Chubut y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Cf. HIGHTON, Elena I.;
Inscripción de boletos...op. cit., ps. 61/74.
(50) (50) Idem, p. 100. En sentido similar MARIÑO GALASSO, Augusto P.; La mal
pretendida inscripción del boleto de compraventa, que continúa siendo un derecho
personal; LA LEY suplemento especial Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación.
Contratos en particular, abril de 2015, p. 36.
(51) (51) Sostenía Heredia al respecto que "entendemos que lo establecido por el art.
2355, in fine, del Cód. Civil constituye una regla general aplicable a situaciones no
concursales, que es desplazada por la especial del art. 146, parte 2ª, LCQ (id. Art. 1185
bis, Cód. Civil), referente a situaciones concursales, la cual no distingue entre el titular
del boleto que es poseedor y el que no lo es...En síntesis, nuestro parecer es coincidente
con la doctrina del plenario comercial que no sustrajo al titular del boleto que adquirió
la posesión del inmueble de la carga de acreditar el pago del 25 % del precio de venta
antes de la sentencia de apertura, para que su derecho a la escrituración sea oponible al
concurso", HEREDIA, Pablo D.; Tratado exegético de Derecho concursal, T 5... op. cit.,
ps. 213, 215.
(52) (52) ACHARES DI ORIO, Federico; Consideraciones en torno...op. cit. pág. 704
Con anterioridad a la vigencia del nuevo régimen aconsejaba Martorell que "...sin
defecto de tratarse de un requisito que no surge del texto legal, tanto el peso científico
de la autora citada (me refiero, obviamente, al pensamiento de mi querida amiga Aída
Kemelmajer de Carlucci a quien se debe el precedente en cuestión) como la jerarquía
jurídica del precedente, hacen aconsejable intentar cubrir los recaudos a los que aludo
en el título de este acápite", es decir "No hace falta la posesión pero es deseable una
cierta publicidad registral o posesoria" MARTORELL, Ernesto E.; Tratado de concursos
y quiebras, T III...op. cit., ps. 352, 353.
(53) (53) WAYAR, Ernesto C.; anotación a los arts. 1170/1 en Lorenzetti, Ricardo L.
(Dir.), Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado. T VI...op. cit., p. 461.
(54) (54) Ya Guillermo Borda al anotar la reforma de 1968 explicaba que "en verdad no
se trata de una facultad del juez; dadas las condiciones de la ley, el juez debe ordenarlo"
BORDA, Guillermo A.; La reforma de...op. cit., p. 331.
(55) (55) ROITMAN, Horacio; Efectos de la quiebra sobre los contratos preexistentes,
Santa Fe, Rubinzal Culzoni; 2005, p. 220.
(56) (56) KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída R.; Pautas para interpretar el código,
Buenos Aires, Astrea; 2015, p. 6.
Publicado en: DFyP 2017 (marzo) , 229 • RCCyC 2017 (abril) , 116
Sumario: I. Introducción.— II. Criterios para extremar las garantías. — III. Conclusión
Voces
I. Introducción
Nunca está de más aclarar que en nuestro sistema la personalidad jurídica acompaña a
los seres humanos durante toda la existencia. El objeto de los denominados "procesos de
determinación de la capacidad" es el de restringir a priori la capacidad de celebrar
ciertos actos jurídicos por su propia cuenta. La capacidad siempre se puede ejercer, pero
hay casos en los cuales la persona requerirá apoyos externos para ello. Son las
situaciones de quienes padecen una alteración mental permanente y prolongada, por lo
tanto para celebrar ciertos actos requiere de esa ayuda que el anterior Código Civil
denominaba curatela y el actual Código Civil y Comercial llama genéricamente apoyos.
El magistrado que elevó la consulta intentó fundar ese acto en lo que llama "los
principios que nutren a la nueva Ley de Salud Mental". Se trata de la Ley Nº 26.657,
que fue sancionada en el año 2010. Aquella norma incorporaba una modificación al
Código Civil, incluyendo lo que fue el artículo 152 ter y que refería específicamente al
proceso para la determinación de la capacidad de obrar por sí misma de una persona,
incluyendo la revisión trienal. Claro que la sanción de la Ley Nº 26.994 y la entrada en
vigencia del nuevo Código Civil y Comercial deja aquellos cambios subsumidos en un
sistema más integral y coherente. Por otra parte hay que aclarar que la vigencia de la
Ley Nº 26.657 no es directamente aplicable en las jurisdicciones, ya que casi todas sus
prescripciones refieren a salud, o sea una competencia no delegada por las provincias al
gobierno nacional. La norma que realmente les otorga vigencia a las prescripciones que
surgen de la denominada Ley de Salud Mental es la Ley Provincial Nº 14.580, que
adhiere a la norma nacional y que fue promulgada en enero de 2014.
"Los Estados Partes asegurarán que en todas las medidas relativas al ejercicio de la
capacidad jurídica se proporcionen salvaguardias adecuadas y efectivas para impedir los
abusos de conformidad con el derecho internacional en materia de derechos humanos.
Esas salvaguardias asegurarán que las medidas relativas al ejercicio de la capacidad
jurídica respeten los derechos, la voluntad y las preferencias de la persona, que no haya
conflicto de intereses ni influencia indebida, que sean proporcionales y adaptadas a las
circunstancias de la persona, que se apliquen en el plazo más corto posible y que estén
sujetas a exámenes periódicos por parte de una autoridad o un órgano judicial
competente, independiente e imparcial. Las salvaguardias serán proporcionales al grado
en que dichas medidas afecten a los derechos e intereses de las personas".
El artículo 627 del Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires
contempla los recursos que pueden interponerse contra la sentencia de declara la
restricción de la capacidad. Hay que aclarar que esta norma provincial es previa a la
sanción de la Ley Nº 26.994 que aprobó el Código Civil y Comercial nacional. Por lo
tanto, mantiene algunas nociones previas a esa reforma. Así, refiere a la declaración de
incapacidad en los términos en los que se desarrollaba el antes conocido proceso de
insania. También contemplaba las situaciones que el anterior Código Civil receptó en la
reforma del año 1968, con la Ley Nº 17.711 y que incorporaba la figura de la
inhabilitación. Sin embargo estas discordancias pueden ser perfectamente corregidas y
armonizadas a través de la labor de interpretación. Esto no debe solamente acotarse a un
cambio en las nomenclaturas, sino a los criterios de mayor participación del causante en
el proceso y particularmente a la entrevista personal con el juez. También un aspecto
interesante es no centrar las pruebas técnicas en la pericia médico-psiquiátrica, sino que
se aborde desde una perspectiva de los intercambios sociales que puede realizar el
causante. De allí el valor inapreciable de la evaluación interdisciplinaria.
Recordemos que el artículo 35 del Código Civil y Comercial ordena que los jueces
tengan una entrevista personal. Podría surgir la duda sobre cuál es el momento indicado
para tener tal encuentro, eligiendo algunos el inicio del trámite y otros el final. Teniendo
en cuenta el espíritu de inmediación entre causante y juzgador, sería razonable
interpretar que deberán entrevistarse, al menos, una vez. Nada impide que sea en más de
una oportunidad e incluso sería una valiosa forma de ver el magistrado por sí mismo la
evolución del causante.
III. Conclusión
No se entiende por qué la reiteración de una tarea judicial que no fue impugnada sería,
en sí misma, una garantía. Tengamos en cuenta que hay organismos que intervienen
para controlar si se han cumplido los pasos procesales que la ley ordena. Si bien
sabemos de muchos casos en los que existieron situaciones de desamparo para personas
con discapacidad mental o intelectual, la forma de resolverlo no es sobreactuar la
intervención judicial, ni forzar una duplicación de labores que no ha sido legislada. En
todo caso, será más útil promover una formación idónea en esta materia, que prescinda
de frases hechas y latiguillos, para analizar en profundidad este complejo fenómeno
jurídico con trascendencia social.
Voces
Hechos
Sumarios
Causa N° 120038
Fundó ello en considerar que los principios que nutren a la nueva Ley de Salud Mental
(arts. 1, 3, 7 y cctes.) justifican sobradamente garantizarle al causante que la decisión
relativa a su capacidad de hecho no dependa exclusivamente de una única evaluación
jurisdiccional de un magistrado de primera instancia, mereciendo también un control
oficioso de órganos superiores cuando la vía recursiva no es interpuesta por las partes
interesadas.
La revisión en consulta, en aquellas legislaciones en las que está regulada, no puede ser
considerada en verdad como un cuestionamiento a los fallos, pues justamente se dispone
la misma —en su caso— ante la falta de impugnación contra un decisorio. Es decir,
carece del rasgo fundamental de todo recurso, esto es el alzamiento del interesado.
El Profesor Hitters expone que considerar o no a este remedio como un recurso es una
cuestión semántica, pues desde antiguo se asimiló la idea de recurso con la actividad del
litigante encaminada a revocación de la sentencia que le agravia, pero de todos modos
nada obstaría a que se pueda tener como un modo de impugnación automática, si se
entiende que la falta de actividad de parte es suplida por la ley, con lo que puede
concluirse que en estos casos quien lleva el embate es la propia disposición legal, que
suple el rol de los justiciables (Juan Carlos Hitters, “Técnica de los recursos ordinarios”,
2ª Edición, Librería Editora Platense, pág. 555).
III. Sin embargo, ante la actividad oficiosa que imponen las normativas sustanciales y
adjetivas en este tipo de cuestiones, cabrá preguntarse si la propuesta del Juez de la
instancia puede ser recibida en vista al respeto de disposiciones de orden superior.
Como regla, las vías recursivas o de elevación al superior son las que se encuentran
regladas. Ello no es un mero formalismo. Si así no fuera, dependería de la voluntad o de
la interpretación de la ley procesal que haga el juez para darle una mayor amplitud a las
revisiones. Así, podría darse el caso que dos procesos iguales que tramitan ante distintos
magistrados, aun cuando posean el mismo marco procesal, tengan un derrotero
diferente, no por la interpretación de la ley existente —como de hecho muchas veces
acontece—, sino por la creación de normas no escritas.
Ello no puede desplazar las pautas interpretativas vertidas en normas superiores y que
guían a las decisiones judiciales. Así, en cuanto a la restricción a la capacidad, su
especial protección llevó a que se la incorporara en los arts. 75 inc. 23 de la Const. Nac.;
art. 36 inc. 5 de la Const. Provincia; arts. 1, 2, de la Convención Americana de Derechos
Humanos; la Declaración de Caracas del 14 de noviembre de 1990 sobre la
Reestructuración de la Atención Psiquiátrica en América Latina; arts. 1, 2, 3, 7 y conc.
de la ley 26.657 —ley de salud mental—, entre muchas otras.
Todas las disposiciones se conjugan para facilitar la tutela judicial efectiva, entendiendo
la misma no sólo como los mecanismos más aptos para poder interponer las peticiones,
sino también obtener el reconocimiento jurisdiccional y su cumplimiento efectivo (arts.
18, Const. Nac.; 15 Const. Provincial; 8 y 25, Convención Americana de Derechos
Humanos).
Así, nos lleva a enfocarnos en la propuesta del a quo quien considera que la elevación
en consulta, aun cuando no esté regulada, es una forma de asegurar el acceso a los
tribunales y lograr una decisión más justa.
IV. Los orígenes de una disposición similar son los artículos 253 bis y 633 del Cód.
Proc. Civ. y Com. de la Nación. Esa norma, sancionada en abril de 1967, se justificaba
en un contexto en el cual el Ministerio Pupilar tenía una representación promiscua, en el
marco de un modelo de justicia de sustitución en la toma de decisiones (art. 59, Cód.
Civil anterior).
En ese contexto, como una forma de Protección tutelar del Estado, ante el silencio de las
partes, el expediente se eleva en consulta al órgano superior.
Distinto fue la razón de su incorporación en nuestro Cód. Proc. Civ. y Comercial. Con
anterioridad, dentro del procedimiento establecido para los juicios que tramitaban ante
los Tribunales de Familia, disponía el artículo 838 del Cód. Proc. Civ. y Comercial,
reformado por la ley 12.318, que: “...En los supuestos de los procesos previstos en los
incisos n) y o) del artículo 827 en caso de que la sentencia decretara la incapacidad,
interdicción y/o internación, el Juez del Trámite si no se hubiera interpuesto recurso de
reconsideración elevará en consulta el expediente al plenario, habilitando la
competencia revisora del mismo”.
Dicho remedio estaba previsto para el trámite de los juicios que sobre restricción a la
capacidad se desarrollaban en el marco del proceso oral del fuero de familia, cuando la
causa se sustanciaba ante un Juez sorteado y no ante el pleno del tribunal. Esta
hipótesis, pretendía combinar el objetivo de lograr celeridad en el trámite y a todo
evento la intervención del pleno cuando no se articuló recurso y se declaró la
incapacidad. Empero, al modificarse el fuero por la ley 13.298 y 13.634, esa forma de
revisión no se contempló.
A su vez, el artículo 627 del Cód. Proc. Civ. y Comercial (t.o. ley 14.363), propio del
juicio de restricción a la capacidad (arts. 618 a 630 del Cód. Proc. Civ. y Comercial),
establece la apelabilidad de la sentencia por parte del denunciante, el presunto insano o
inhabilitado, el curador provisional y el asesor de menores (B.O. 18/07/2012) sin prever
tampoco la consulta.
Por consiguiente, será este funcionario quien con una intervención más cercana y
pormenorizada podrá recurrir la sentencia de así considerarlo. Al cambiar ese rol
también troca la necesidad de la elevación oficiosa por el juez.
Otra diferencia esencial entre el contexto anterior y el actual es que cuando se ideó ese
recurso no se preveía la revisión periódica de la sentencia (acorde artículo 152 ter del
Cód. Civ. anterior y actual artículo 40 del C.C.C.N.). Por ello, también la elevación en
consulta constituía un resguardo.
VI. Si bien cabe alentar el ejercicio de las facultades oficiosas de los magistrados, lo es
siempre alentando la mejor defensa de los derechos. Pero el equilibrio es delicado y no
pueden utilizarse estas facultades para alongar innecesariamente al proceso. Cierto es,
como refiere el a quo, que estamos viviendo un activismo acentuado, pero ello no puede
avalar decisiones que aun inspiradas en obtener una mayor protección conllevan
dilaciones innecesarias.
Será el Ministerio Pupilar, el cual posee las más amplias facultades en defensa del mejor
abordaje de la problemática planteada, quien tiene el deber de apelar en protección de la
capacidad de las personas, más allá que se haya o no incoado otra apelación. Por ello,
acudir al recurso de consulta —que además de no estar previsto, tampoco se justifica en
el contexto actual— es retrotraer las pautas procesales a modelos superados y, además,
como se dijo, tampoco vigentes en nuestro sistema.
VII. Por último, señala el señor Fiscal de Cámaras a fs. 245 que si bien surge del acta
obrante a fs. 199 la entrevista personal del Magistrado de grado con la interesada,
efectuada durante la vigencia del anterior Cód. Civil y en los términos del artículo 627
del Cód. Proc. Civ. y Comercial, el acto no reúne los requisitos exigidos por el artículo
45 (rectius 35) del nuevo Cód. Civil y Comercial, vigente al momento del dictado de la
sentencia elevada en consulta.
Esta norma prevé que el juez debe garantizar la inmediatez al causante y entrevistarlo
personalmente antes de dictar resolución alguna, asegurando la accesibilidad y los
ajustes razonables del procedimiento de acuerdo a la situación de aquél. El Ministerio
Público y, al menos, un letrado que preste asistencia al interesado, deben estar presentes
en las audiencias.
Ello tampoco implica que el Juez no pueda volver a tener contacto con la persona
interesada con un letrado que la asista y así dar plena vigencia a las exigencias del
artículo 35 del C.C.C.N.
Asimismo, cabe indicar que la señora Asesora de Incapaces consideró cumplido con el
acta de fs. 199, lo dispuesto por el artículo 627 del Cód. Proc. Civ. y Comercial, estando
ya vigente la nueva legislación (v. fs. 203).
Voces
Distribución de Costas
Hechos
Sumarios
TEXTO COMPLETO:
Expediente N° 21893/2013
Vistos:
2. El memorial de agravios luce agregado en fs. 134/5 y fue respondido en fs. 138/139.
Criticó la parte actora que la sentenciante de grado haya ordenado el levantamiento del
embargo trabado, por cuanto sostuvo que aun cuando el bien de familia impida su
ejecución y subasta, el embargo ha de mantenerse por cuanto frente a la desafectación
del bien, el mismo permitiría la satisfacción del derecho del acreedor.
3. No hay desacuerdo entre las partes en que la afectación al régimen de bien de familia
del inmueble embargado en este juicio, es de fecha anterior al título base de la
ejecución.
Ello así, toda vez que los efectos procesales futuros que puedan acontecer con respecto
a la afectación de inmuebles al régimen de bien de familia efectuada bajo la derogada
ley, en todo caso están en curso de desarrollo al tiempo de la sanción de la nueva ley y
es en los términos de ésta en que deben ser resueltas (cfr. art. 7 Cód. Civ. y Comercial).
Pues bien, yendo al nudo del asunto, dispone el Cód. Civ. y Comercial: 249 que la
afectación es inoponible a los acreedores por causa anterior a esa afectación. Y, la regla
en materia de efectos es que el inmueble es inejecutable por deudas posteriores a la
afectación, admitiéndose excepciones enumeradas taxativamente por la norma.
Por ello, a criterio de esta Sala lo decidido por la anterior sentenciante ha de ser
revocado debiéndose mantener el embargo trabado, advirtiéndose de este modo
equilibrado, de un lado, el derecho a la protección de la vivienda; y, del otro, el del
acreedor embargante posterior a quien le es oponible la afectación y que, frente a un
supuesto de desafectación podría agredir el bien teniendo vigente un embargo sobre el
mismo.
Ello además, no causa gravamen alguno al demandado por cuanto, como queda claro de
lo dicho, en el estado en que se encuentran las cosas el inmueble aquí embargado no
podrá ser objeto de ejecución por la deuda reclamada en este pleito.
En la situación antes descripta, sólo cabe concluir que no resultó procedente desestimar
el planteo introducido por el actor.
Por ello se resuelve: Revocar el decisorio apelado, en cuanto fuera materia de agravio.
Las costas de ambas instancias se distribuyen en el orden causado, en atención a la
forma en que se decide y considerando las dificultades de interpretación que la cuestión
plantea y por tratarse de un tema novedoso (CPr: 68). La Dra. Alejandra N. Tevez no
interviene en la presente decisión por encontrarse en uso de licencia por razones
académicas (art. 109 del Reglamento para la Justicia Nacional). Notifíquese (Ley N°
26.685, Ac. CSJN N° 31/2011 art. 1° y N° 3/2015). Fecho, devuélvase a la instancia de
grado. Hágase saber la presente decisión a la Secretaría de Comunicación y Gobierno
Abierto (cfr. Ley n° 26.856, art. 1; Ac. CSJN n° 15/13, n° 24/13 y n° 42/15). — Rafael
F. Barreiro. — Juan M. Ojea Quintana.
Publicado en: LA LEY 2017-A , 442 • Sup. Adm. 2017 (febrero) , 7 • RCCyC 2017
(marzo) , 233
Voces
Hechos
El apoderado de la empresa que provee servicios de internet móvil promovió demanda
contencioso administrativa contra la Municipalidad de La Plata, solicitando se declare la
nulidad de multa que le fue impuesta tras la denuncia de un cliente por aumentos en el
servicio que no fueron notificados previamente conforme lo exigen las condiciones
comerciales publicadas en internet por la empresa demandada.
Sumarios
TEXTO COMPLETO:
Causa n° 41.792
Relata que el 31/07/2008 el señor Martín Bernardo Gener inició ante la Oficina
Municipal de Información al Consumidor de La Plata (O.M.I.C.) una denuncia contra
Multicanal S.A. (hoy Cablevisión S.A.), reclamando que la empresa no le notificó en
tiempo y forma el cambio en el importe que debía abonar por el servicio prestado.
Señala que el día 04/11/2008, se realiza audiencia conforme lo establece la ley 13.133,
donde el denunciante rechaza sin fundamento alguno la propuesta conciliatoria
efectuada por su representada, motivo por el cual se cierra la instancia.
Cuenta que la OMIC, mediante acto administrativo de fecha 07/02/2011 —dos años y
medio más tarde— imputa a la empresa la presunta infracción a los artículos 4 y 19 de
la ley 24.240.
Precisa que esa imputación fue notificada a su mandante, pero jamás se agregó su
descargo, circunstancia que motivara el planteo de nulidad de fojas 32, el cual pese a ser
en lo formal rechazado por el Juez de Faltas, fue materialmente admitido puesto que se
proveyó el descargo y la prueba documental acompañada.
Señala que con fecha 30/06/2011 el Juez de Faltas Municipal resolvió abrir la causa a
prueba por 30 días y dispone tres medidas para mejor proveer: una que el denunciante
agregue los originales de las facturas, otra oficiar a la Secretaría de Comunicaciones
para conocer la cantidad de abonados en el partido de La Plata en el año 2008 —
respondido en forma negativa—, y por último oficiar a una asociación de consumidores
(ACUBA) —que tampoco fue respondido pese a su reiteración—.
Alega que no consta en el expediente que el denunciante, pese a ser intimado, haya
cumplido con la presentación de las facturas originales, lo que implica que el Juez de
Faltas Municipal dictó resolución sancionatoria sin tener a la vista los documentos
originales.
Indica que a fojas 37 se amplió el auto de apertura a prueba, agregando dos facturas que
dan cuenta que se notificó el aumento del abono básico en forma correcta y agrega que
esta documentación no fue objeto de cuestionamiento alguno.
Relata que finalmente con fecha 16/03/2015 el titular del Juzgado de Faltas municipal
determina distintas sanciones para su mandante, siendo la más importante la multa por
el valor de $5.000.000, con más la suma de $40, en concepto de tasa administrativa, por
haber procedido al aumento del precio del abono de los servicios, no habiendo además
procedido a efectuar los correspondientes reintegros, todo ello en infracción a los
artículos 4 y 19 de la ley 24.240 de Defensa del Consumidor, además de ordenar la
publicación del fallo.
Argumenta que el órgano sin siquiera tener los originales de la documentación a la vista,
no valorando los antecedentes del caso en cuestión y la actitud de su mandante,
despreciando sin fundamento la prueba aportada e incorporando arbitrariamente otra,
sin tener parámetros que lo justifiquen, sanciona a su representada con una multa diez
veces superior a la prevista por la ley 13.133.
Señala que el acto debe ser declarado nulo por ser arbitrario e ilegal.
Esgrime que el juez manifiesta que las dos impresiones del sistema de facturas del mes
de mayo de 2008, acompañadas como prueba, no poseen valor probatorio, por ser
copias simples extraídas de su propio sistema cuyo contenido pudo ser adulterado o
manipulado fácilmente.
Alega que esta valoración realizada se encuentra sustentada en una mera apreciación del
funcionario, quien no efectuó ningún mecanismo procesal tendiente a impugnar la
misma y no justificó el apartamiento de la prueba, en tanto que la documentación
cumplía con los recaudos del artículo 54 de la ley, se hallaba autenticada por el
apoderado de Cablevisión S.A.
Pondera que el acto, sin causa, obedece a una simple intencionalidad del funcionario
que lo dicta; alega que los antecedentes de hecho y de derecho carecen de sustento y
aparecen viciados de arbitrariedad, siendo que han sido valorados en beneficio de una
de las partes.
Afirma que el monto de la multa impuesta resulta exorbitante, ya que es diez veces
superior a la establecida por el artículo 80 de la ley 13.133. Destaca que también se ha
impuesto la sanción teniendo en cuenta el art. 77 inc. 1 de la ley 13.133 —posición del
infractor en el mercado— y ello no se ha acreditado en la etapa probatoria, dado que los
organismos respectivos no han podido especificar la cantidad de usuarios que posee su
mandante.
Sostiene que los perjuicios para el consumidor pudieron haber sido satisfechos en la
conciliación, donde su mandante efectuó una propuesta superior al valor del perjuicio,
que no fue aceptada por la denunciante, y por otro lado no existe en el expediente
administrativo ningún parámetro objetivo que pueda utilizarse para medir la posición de
la empresa en el mercado.
Aclara que al tiempo de promoción del reclamo del consumidor —julio de 2008— o al
cierre de la etapa conciliatoria —febrero de 2011— no estaba vigente la ley 14.652, y
por tanto nunca pudo formar parte de la estructura de la relación procesal, en tanto el
artículo 3 del Cód. Civil prescribe la irretroactividad de la ley.
Ofrece prueba instrumental y documental, cita doctrina y deja planteado el caso federal.
Il. Que corrido el traslado de demanda (fs. 190/191), se presenta la letrada apoderada de
la Municipalidad de La Plata, lo contesta y solicita su rechazo (fs. 192/202).
Manifiesta que las actuaciones administrativas que culminaron con la sentencia que en
estos autos se impugna, comenzaron con un reclamo de del señor Martín Bernardo
Gener, quien denunció ante la OMIC que en el mes de julio de 2008 la factura de su
servicio presentaba un aumento de $20, que no había sido notificado con la antelación
debida.
Expresa que ante esta situación el señor Gener se presentó en las oficinas comerciales
denunciando la irregularidad y rehusándose a pagar ese aumento, ante lo cual la
empresa no ofreció compensación, sino que ofreció dar de baja el servicio como única
solución. Añade que se asentó el reclamo, el cual no tuvo resolución, obligando al actor
a acudir a la OMIC.
Indica que con fecha 30/07/2008 se tiene por recibida la problemática planteada y se fija
audiencia, a la que concurren ambas partes con fecha 04/11/2011, cuenta que en dicha
audiencia la empresa realiza un ofrecimiento sin reconocer hechos ni derechos, al solo
efecto conciliatorio, el que no es aceptado por el particular.
Explica que como primer proveído se abrió a prueba la causa y se dictaron medidas para
mejor proveer y el juzgado admite luego el descargo presentado por la empresa, el cual
no había sido agregado. Finalmente se dicta la resolución con fecha 16/03/2015.
Sostiene que dicha sentencia hace mérito tanto de la prueba aportada por la actora como
la adjuntada por el particular, y de las medidas para mejor proveer que fueran
cumplidas, y luego de realizar una meticulosa construcción jurídica que da sustento
innegable a la resolución, dicta sentencia condenando a Cablevisión S.A. a resarcir al
particular y al pago de una multa, por incurrir en infracción de los artículos 4 y 19 de la
ley 24.240.
Manifiesta que resulta falso lo expuesto por el actor en relación al pago previo, dado
que la resolución invocada no está firme y la empresa no está exenta de pagar la multa
para discutirla judicialmente, ya que en primera instancia el juez en lo Contencioso
Administrativo n° 3 de La Plata, otorgó la medida cautelar por el que se exceptuaba a la
actora del pago de la multa, pero ante la apelación interpuesta, la Cámara Contencioso
Administrativa revoco la sentencia en favor de la demandada, confirmando el solve.
Agrega que la admisibilidad del solve está ligada con la capacidad económica del
recurrente, la que en este caso está más que demostrada. Afirma en cuanto a los vicios
en la causa alegados por la actora, que la resolución consigna que las boletas
presentadas no correspondían a lo que debió abonar el señor Gener por el servicio en los
períodos cuestionados, sino que correspondían a otros clientes de la empresa, por lo que
quedaba anulada su fuerza probatoria.
Señala en cuanto al monto de la multa impuesta, que resulta aplicable al caso la ley
nacional N° 24.240, cuya aplicación nunca fue cuestionada por la empresa, además de
la ley provincial 13.133. Añade que la multa respeta el máximo legal previsto para la
sanción, que asciende a $5.000.000, y tal suma está prevista en el artículo 47 inciso “b”
de la ley 24.240.
Precisa que el artículo 3 de la ley 24.240 consagra el principio protectorio a favor del
consumidor, a los fines de lograr una tutela efectiva y agrega que una protección eficaz
implica una sanción con verdadero carácter disuasivo, y no meramente declarativo.
Destaca que con meridiana claridad se han evaluado los antecedentes de la empresa, la
cual ha arribado a un acuerdo con Acuba (Asoc. Civil de Defensa de los Consumidores
y Usuarios) en el mes de diciembre de 2010, y a raíz del mismo, la empresa se ve
obligada a avisar con la antelación correspondiente el aumento de tarifas a sus
abonados, además de habilitar un procedimiento para indemnizar a quienes hayan
dejado de ser clientes de la empresa a raíz del aumento impuesto a la fuerza, y de
indemnizar a quienes continúan siendo clientes, además de ordenarse que el acuerdo sea
publicado en dos diarios.
Pondera que se trata de un acuerdo por infracción a los artículos de la ley 24.240, en dos
localidades de esta provincia, y que el caudal de damnificados fue tan grande que una
asociación de consumidores tomó a su cargo la defensa de sus derechos. Puntualiza que
a todas luces se trata de antecedentes por exactamente los mismos hechos.
Esgrime que pese a no haberse recibido respuesta de los organismos oficiados, resulta
de público y notorio que la empresa ostenta una posición dominante, constituyendo un
oligopolio en la prestación de servicios de televisión por cable, contando con abonados
en toda la provincia de Buenos Aires y en varias provincias argentinas.
Añade que las circunstancias fácticas se encuentran probadas en este caso particular y
no hallan sustento documental en el caso de la empresa.
Cuenta que en el sitio web de Cablevisión S.A. se informa que la empresa cuenta con
“casi 3,36 millones de hogares abonados” y sostiene que para una empresa de tal
magnitud, una multa por el monto imputado resulta ínfima, no representando sino una
pequeña parte de su capital.
Manifiesta que en el caso de autos, el aumento inconsulto de la tarifa que se cobró por la
fuerza al señor Gener durante dos períodos, fue de $20 y precisa que la multa de
$5.000.000, que parece una suma exorbitante, es lo que la empresa recauda solamente
con el aumento de esos $20 durante dos meses a 125.000 usuarios, y Cablevisión presta
este servicio a 3,36 millones de usuarios. Concluye que queda evidenciado que con tan
solo dos meses de sostener esta conducta violatoria de la ley en un porcentaje muy
inferior al 10% de su universo de clientes se recauda lo suficiente para saldar la deuda
con el fisco.
Esgrime que una multa de menor cuantía no sería disuasiva de la conducta antijurídica
que se ha registrado en varias localidades de la provincia.
Afirma en cuanto a los vicios en el procedimiento alegados por la actora, que la misma
no toma en cuenta el concepto de medidas de mejor proveer, que se encuentran dentro
de las facultades ordenatorias del juez.
III. Dispuesto el traslado pertinente para que se alegue sobre los hechos controvertidos
(fs. 206) y glosados los alegatos presentados por las partes (fs. 214/217 y 218/222),
habiendo adquirido firmeza el llamamiento de autos para sentencia (fs. 224/225), la
causa quedó en estado de emitir pronunciamiento (art. 49, CCA); y considerando: 1°)
Así expuestos los argumentos de las partes, el thema decidendum radica en verificar la
legitimidad de la resolución dictada con fecha 16/03/2015 por el Juzgado Municipal de
Faltas n° 2 de Defensa del Consumidor, en el marco de las actuaciones administrativas
n° 44.053, en tanto impone a la firma Cablevisión, una multa de $5.000.000, por
infracción a los artículos 4 y 19 de la ley n° 24.240.
a) Con fecha 30/07/2008 el señor Martín Bernardo Fernandez Gener se presenta ante la
Oficina de Defensa del Consumidor de la Municipalidad de La Plata, a fin de formular
una denuncia contra la empresa Cablevisión S.A. (fs. 2/51/6, act. adm.). En la misma,
manifiesta que en el mes de julio de ese año le llegó la factura del cable con un aumento
de $20, sin encontrarse notificado dicho aumento con un mes de anticipación, conforme
lo estipula el punto 11 de las condiciones comerciales publicadas en internet por la
misma empresa; cuenta que el día 30/06/2008 concurrió a las oficinas comerciales de
Multicanal y fue atendido por una empleada llamada Samanta Rusciti, a la que le
expresó que no aceptaría el aumento hasta tanto no se le notificara por escrito, asimismo
le dijo que esperaba que la empresa tomara medidas para acreditar el importe de más
que tenía que abonar ese mes, junto con los intereses correspondientes, a lo que la
empleada respondió que solo se trataba de un error en su factura y que si no estaba
dispuesto a pagar le podía tomar la solicitud para la baja del servicio, relata el
denunciante que también le ofreció hacer una notificación con fecha del mes anterior.
Ante ello pidió cursar un reclamo —reclamo n° 36612118—.
En dicha denuncia señala que luego de que transcurriera el mes de julio y sin tener
novedades sobre el reclamo, recibió la factura del mes de agosto, sin ningún tipo de
notificación y con el mismo importe que el mes anterior, es decir con el aumento del
que nunca fue notificado.
Por ultimo afirma que el día 29/07/2008 concurrió a las oficinas nuevamente, siendo
esta vez atendido por Sol Armenti; realizó el mismo reclamo que el mes anterior y
solicitó que se le informe también el estado que tenía el reclamo anterior, a lo que se le
respondió que no tenía ningún tipo de resolución. Ante esta situación, reiteró el reclamo,
al que se le otorgó el numero 38577786.
Adjunta fotocopia de factura previa al aumento (fs. 4) y posterior al mismo (fs. 5/6).
b) A fojas 19, obra acta de la audiencia celebrada con fecha 04/11/2008, en donde el
señor Gener ratifica su denuncia y el apoderado de Multicanal S.A. manifiesta que sin
reconocer hechos ni derechos y al solo efecto conciliatorio, ofrece 6 meses de servicio
de internet brindado por Fibertel a $44 por mes y un descuento del 25% del abono del
cable mensual y por 6 meses. Luego, cedida la palabra al consumidor, este manifiesta
que rechaza el ofrecimiento de la denunciada. No habiendo las partes arribado a un
acuerdo se da por cerrada la instancia conciliatoria.
A fojas 27 obra la resolución del Titular del Juzgado Municipal de Faltas n° 2, mediante
la cual dispone abrir a prueba el expediente por treinta días y ordena prueba en carácter
de medidas para mejor proveer.
g) A fojas 40, 41 y 49/53, lucen las repuestas negativas a los oficios dispuestos en la
resolución de apertura a prueba.
A fojas 70 luce constancia en donde Cablevisión informa a los usuarios las pautas
establecidas en el acuerdo mencionado.
h) Finalmente a fojas 71/86 obra la resolución dictada por el Juez de Faltas con fecha
16/03/2015, mediante la cual se decide sancionar a Cablevisión con una multa, por el
valor de
$5.000.000, con más la suma $40, en concepto de tasa administrativa, por infracción a
los artículos 4 y 19 de la ley 24.240, además de la publicación por dos días en el diario
“El día” de la ciudad de La Plata y condenar a la firma actora a abonar al señor Martín
Bernardo Fernández Gener, la suma de $86,15, por daño directo con más intereses.
2°) Delimitada la cuestión de autos y efectuada una somera descripción de los pasos por
los que transitó le expediente administrativo n° 44.053, se impone señalar liminarmente
que nos encontramos en el caso sub examine ante un típico contrato de consumo, que
como tal, resulta imbuido de toda la normativa basada en principios protectorios de la
parte mas débil de la relación, como lo es el consumidor de bienes y servicios.
O sea, se parte de la idea rectora de que una de las partes del contrato se encuentra en
una posición desigual, es así que el régimen tutelar ideado por la reforma constitucional
del año 1994 procura proteger a la parte más débil de la relación —consumidor—, ello
mediante los lineamientos plasmados en el artículo 42 de la C.N. y 38 de la Const.
Prov., concretándose finalmente dicha iniciativa mediante la ley n° 24.240, y su
complementaria en Provincia, ley n° 13.133.
De igual modo, los contratos de consumo merecen un capítulo especial en el nuevo Cód.
Civil y Comercial de la Nación (ley n° 26.994), vigente desde el 1° de agosto de 2015,
reforzándose de esta manera el entramado normativo que pretende fortalecer la tutela
del sujeto consumidor (Titulo III Cap. 1, arts. 1092 y ss., C.C. y C.).
En ese orden, corresponde abordar entonces los motivos invocados por la Autoridad
Administrativa, para decidir de la manera que lo hizo.
Asimismo, señaló que “Por otra parte la factura del mes posterior al aumento, no
informa —ni hace mención al reclamo del consumidor— así como tampoco realiza
reintegro alguno. Junto a estas facturas el consumidor informa de dos números de
reclamos que según sus dichos nunca fueron resueltos, punto sobre el cual Multicanal se
desentiende, sin realizar mención alguna en sus presentaciones que desvirtúe lo
afirmado por el denunciante.
La imputada acerca como única prueba dos impresiones de sistema de facturas del mes
de mayo del 2008, en las que aparece el aviso del aumento en el recuadro
correspondiente a los “Mensajes Importantes”. El valor probatorio de esas impresiones
en sostén de la postura de la imputada, por diversas razones, es prácticamente nulo, a
saber: son copias simples extraídas de su propio sistema cuyo contenido pudo ser
alterado o “manipulado” fácilmente (cf. Art. 54, Ley 13.133; corresponden a usuarios
distintos al consumidor...; no existe constancia de que las facturas hayan sido
efectivamente entregadas a su destinatario; son irrelevantes en relación a la cantidad
total de usuarios dentro de la jurisdicción (si bien no se pudo obtener —ni tampoco la
imputada— informó la cantidad de usuarios dentro del Partido de La Plata, es dable
suponer que dos usuarios no son representativos de un universo que seguramente supera
los varios miles). Huelga decir que el hipotético hecho de que eventualmente la
imputada haya informado el incremento del valor del servicio a algunos
consumidores...no exime ni justifica la obligatoriedad de informar a todos sus usuarios
incluido el aquí denunciante”.
Pues bien, así el juez municipal destaca que “de conformidad con lo que indica la pauta
de la “libre convicción” y el principio valorativo “in dubio pro consumidor” (art. 72, ley
13.133)...deben tenerse por acreditados los siguientes hechos: a) que la imputada realizó
un aumento en el mes de junio del 2008 del 14,61% (en total de pesos veinte —$ 20—);
b) que en los casos en que fue informado, fue informado de manera errónea (un 11.6%);
c) que no se informó de dicho aumento al consumidor en la forma estipulada por el
contrato de provisión de servicios en su cláusula 11;
d) que dicho incremento tampoco fue informado de otra manera al consumidor
denunciante; e) que no consta en este expediente que la imputada haya efectuado
reintegro alguno de las sumas indebidas cobradas al consumidor en el mes de junio, ni
en la factura del mes de julio (fs. 6)”.
Vale recordar que el artículo 4 de la ley 24.240 señala que “El proveedor está obligado a
suministrar al consumidor en forma cierta, clara y detallada todo lo relacionado con las
características esenciales de los bienes y servicios que provee, y las condiciones de su
comercialización. La información debe ser siempre gratuita para el consumidor y
proporcionada con claridad necesaria que permita su comprensión”.
En tal sentido, la Suprema Corte de Justicia local ha dispuesto que “el derecho a la
información de los usuarios y consumidores tiene como contracara la obligación y el
deber de los proveedores de proporcionar dicha información en la relación de consumo”
(S.C.B.A., causa B. 65.834, “DE.U.CO”, sent. 07/03/2007). Asimismo indicó que
“sabido es que una de las prerrogativas fundamentales reconocidas a los particulares en
el ámbito de las relaciones de consumo (contracara del deber que paralelamente se
coloca en cabeza de los empresarios) es el derecho a una información adecuada y veraz
(artículo 42 de la Constitucional nacional; 38, Const. Prov.), es decir, a ser nutrido de
elementos ciertos y objetivos, detallados, eficaces y suficientes sobre las características
esenciales del producto respectivo (art. 4 de la ley 24.240). Se trata de una herramienta
basilar del sistema protectorio de marras, justificada en la desigualdad material que
caracteriza a los partícipes de la relación de consumo (doct. C.S.J.N., “Fallos”
321:3345)” —SCBA, causa C. 102.100, “Lucero”, sent. 17/09/2008—. Reseñado el
marco normativo y jurisprudencial que delimita el alcance de tal prerrogativa, se
evidencia que resulta suficientemente fundada la infracción al artículo 4 de la ley
24.240, pues tal como lo explica la Autoridad Administrativa, de la mera comparación
de las facturas acompañadas en copia por el consumidor surge que la empresa
proveedora no ha informado el aumento en el servicio; dicho aumento configura una
modificación esencial en el contrato, puesto que el precio del servicio es un elemento
basal para decidir la realización o continuación de la relación de consumo, por tanto, no
informar su modificación en tiempo y forma priva al consumidor de su derecho de
elegir libremente.
No altera dicha conclusión, el hecho de que el consumidor solo haya aportado como
prueba copia de las facturas recibidas, puesto que la empresa denunciada no ha
acompañado elementos que logren rebatir dicha documental, es más, sólo aporta como
prueba, facturas confeccionadas por ella misma, dirigidas a supuestos consumidores que
no tienen relación alguna con la cuestión sub examine.
Así, la proveedora no ofrece otro tipo de elemento probatorio con el que se pueda
contradecir lo manifestado por el consumidor en la denuncia, ni tampoco menciona
argumento alguno en cuanto al destino de los reclamos supuestamente realizados por el
consumidor en la empresa.
En tal contexto, vale recordar que el artículo 3 de la ley 24.240, reza que “...En caso de
duda, se estará siempre a la interpretación más favorable al consumidor”.
De este modo, luce evidente que el juez ha recolectado la mayor cantidad de elementos
posibles para decidir, a fin de probar los hechos del caso.
Por otra parte, el Juzgado Municipal de Faltas pondera que se ha vulnerado el artículo
19 de la ley 24.240. Esta norma, establece que “Quienes presten servicios de cualquier
naturaleza están obligados a respetar los términos, plazos, condiciones, modalidades,
reservas y demás circunstancias conforme las cuales hayan sido ofrecidos, publicitados
y convenidos”.
En virtud de ello, luce fundada la decisión de condenar a la aquí actora por infracción a
la norma mencionada, ya que la empresa incumplió —o al menos no acredito el
cumplimiento— de las condiciones por ella misma impuestas.
4°) En conclusión, la decisión que dispone que la firma aquí actora ha vulnerado los
artículos 4 y 19 de la ley 24.240, se encuentra debidamente fundada y acreditada con los
elementos probatorios agregados en el expediente administrativo y en los argumentos
ampliamente desarrollados en la resolución impugnada.
Ahora bien, por su parte la firma accionante en la causa sub examine, no aporta
mediante la demanda deducida nuevos elementos que justifiquen la falta de información
y de colaboración en su caso para con el consumidor, pues solo se limita a sostener que
la resolución administrativa carece de motivación (art. 375, Cód. Proc. Civ. y
Comercial).
Y por último, lo que ha sido tenido en cuenta por el juez para determinar el monto de la
sanción impuesta, es que el hecho motivo de la sanción le ha generado a la empresa
“cuantiosos beneficios económicos”, por tanto, concluye que “las sanciones deben
poseer un efectivo efecto disuasivo y desalentados de futuras conductas análogas. Caso
contrario, la aplicación de sanciones insignificantes en relación a los beneficios
obtenidos por los proveedores de bienes a consumidores no hace mas de retroalimentar
las inequidades y abusos que sufren a diario los sujetos tutelados”.
Tal como lo manifestara la parte actora en el libelo de inicio, mediante medida cautelar
dictada por el Juzgado de Primera Instancia en lo Contencioso Administrativo N° 3 de
este Departamento, se eximió a la empresa del pago previo de la multa impuesta por la
Autoridad de Aplicación, habilitándola así a iniciar la presente demanda judicial sin el
cumplimiento de tal recaudo. Ahora, si bien dicha exención, lograda vía cautelar, fuera
dejada sin efecto por la Alzada —tal como lo exhibe la Comuna demandada—, lo cierto
es que en este estadio procesal concluyente la cuestión del “pago previo” resulta
superada.
Las costas se imponen a la parte actora en su calidad de vencida (art. 51, C.C.A., ley
12.008, según ley 14.437).
Por ello, fallo: 1°) Desestimar la pretensión anulatoria deducida por Cablevisión S.A.
contra la resolución de fecha 16/03/2015, dictada por Juzgado Municipal de Faltas n° 2
de Defensa del Consumidor, en el expediente n° 44.053 (arts. 42 y concs., Const. Nac.;
38 y concs., Const. Pcial.; 3, 4, 19 y
concs., ley 24.240; 77 y concs., ley 13.133, 69 y concs., C.C.A., ley 12.008).
2°) Imponer las costas a la parte actora en su calidad de vencida (art. 51 inc. 1°, C.C.A.,
ley 12.008, según ley 14.437).
Stiglitz, Rubén S.
Voces
El deber de informar constituye una obligación legal, fundada en una regla accesoria de
conducta cuyo contenido consiste en cooperar, desde la etapa de las tratativas, con quien
se halla disminuido con relación a la persona que dispone de la información. (1) El
obligado no garantiza el resultado de la eventual operación que pueda formalizarse, por
lo que participa de la naturaleza de una obligación de medios. (2)
Del referido deber es titular pasivo quien conoce la información, a quien no se le oculta
la importancia que a la misma le asigna o le asignaría el interlocutor, por ejemplo, dada
su incidencia en el consentimiento. En ese caso, informar importa una prestación
positiva. (4)
De allí que se tenga decidido que para que los consumidores obtengan la ejecución
satisfactoria con relación a un bien o servicio contratado, el deber de información que
de acuerdo a la L.D.C. recae sobre los proveedores de servicios, debe ser previo,
concomitante y posterior a la formalización del contrato, pues ello hace al leal y cabal
conocimiento que el consumidor debe tener sobre los alcances de la relación jurídica
que lo vincula con quien posee el poder económico de predisponer los términos
contractuales. (7)
Para perfilar con mayor precisión el contenido de la obligación de informar, valen tan
sea unas breves consideraciones en punto a la finalidad que tiene en vista su ejecución.
En el tramo anterior al perfeccionamiento del contrato, las partes recíprocamente se
deben consideración y lealtad, en miras a sus mutuas esferas de interés, evitándose
errores, a cuyo efecto tal vez la regla sustancial en esa etapa sea la de hablar claro y no
incurrir en reticencias sobre cuestiones tales que, de haber sido manifestadas, habrían
obstado a la conclusión del contrato o, de haberse perfeccionado, lo habría sido bajo
otras condiciones. (8)
El fundamento del enunciado deber, está dado por la desigualdad que presupone que
una de las partes se halle informada y la otra desinformada sobre un hecho que gravite o
ejerza influencia sobre el consentimiento de la última, de tal suerte que el contrato no
hubiera llegado a perfeccionarse o lo habría sido en condiciones más favorables. (16)
Por lo demás, la persona que por su profesión, notoriamente dispone de información, no
puede ignorar la importancia que ella tiene para su potencial cocontratante. (17)
La relevancia del deber apunta a que la decisión tomada en los dominios del derecho de
las obligaciones y que puede llegar a traducirse en el consentimiento contractual, sea
consecuencia de una información suministrada previamente con claridad. El propósito
consiste en que, a través de una información adecuada y veraz, el contrato celebrado se
corresponda con las expectativas recíprocas que tenían las partes antes de su
perfeccionamiento.
Parece de una obviedad manifiesta, aunque insoslayable de ser afirmada, que quien
entra en negociaciones que podrían conducir a la celebración de un contrato, está
obligado a hallarse informado para poder informar sobre las cualidades esenciales de lo
que habrá de ser objeto (materia) del contrato y sus efectos obligacionales (contenido
prestacional). De tal suerte que parece justo concluir en que si una parte conoce la
trascendencia sustancial que comporta su prestación en favor de la otra, es justo concluir
que no podrá alegar legítimamente su ignorancia, dado que quien se compromete debe
hallarse habilitado para explicar el objeto de su promesa (23).
De ello se predica la asimilación entre lo que se sabe con lo que se debería saber.
Desde el punto de vista de los vicios del consentimiento el error de hecho perjudica a
quien ostenta condición de ignorante por una "negligencia culpable". Aplicación de lo
expuesto lo constituye el hecho de que, en los dominios de los vicios ocultos, no es
factible que los invoque el adquirente que los conocía o debía conocerlos por su
profesión u oficio (artículo 1053 inciso a), CCCN).
El referido deber halla su fundamento no sólo en la diligencia con que debe obrar quien
ostenta condición de acreedor a la información sino, además, en principios derivados de
la buena fe-probidad constituidos en deberes agregados (a los principales), como lo son
la cooperación y lealtad debidas en todo el iter contractual.
El deber de informarse, a su vez, se halla restringido por obstáculos objetivos como ser:
Existen ocasiones en las que la materia sobre la que se contrata se asienta en un objeto
que detenta materialmente el deudor de la obligación de informar respecto del acreedor.
Otro ejemplo se halla constituido por el hecho de que la cosa sobre la que se contrata
está ubicada a distancia considerable del lugar donde se halla el acreedor. (29)
Si, a su turno, optamos por un criterio que apunte a un nivel de diligencia inferior al
normal, podría resultar inequitativo para quien, aun exhibiendo una mediana capacidad,
careciera de la información sin negligencia de su parte.
A esos fines habrá de estarse, por ejemplo, (a) a la naturaleza del contrato. Así la
ejecución del mandato, por esencia, requiere de la fidelidad del mandatario quien deberá
abstenerse de la producción de actos (ocultos) que impliquen la creación de un conflicto
entre los intereses de su mandante y los suyos haciendo prevalecer estos últimos (art.
1324 inciso e), CCCN).
Lo propio acontece (c) con los contratos formados por adhesión a condiciones
generales, en cuyo caso el predisponente en su condición de único creador del contenido
negocial tiene la obligación de redactar claro. La confianza legítima que supone la
sinceridad de la información suministrada por el deudor, dispensa al acreedor del deber
de informarse. El principio de cooperación y lealtad debidos en todo el iter contractual y
en la medida de la suficiencia o plenitud de la información recibida torna aplicable la
presunción (relativa) de buena fe en favor del obligado (39).
En ocasiones la naturaleza del objeto sobre el que se contrata exige acentuar el deber de
diligencia impuesto a los adquirentes. Como ejemplos se suministran el de las (a) "cosas
de ocasión", el de (b) vehículos usados y el de (c) cosas peligrosas. La ley 24.240 de
Defensa del Consumidor regula las dos últimas hipótesis. Con relación a la primera de
ellas (b) establece que cuando se ofrezca en forma pública a consumidores potenciales
cosas usadas "debe indicarse dicha circunstancia en forma precisa" (art. 9°). Como se
advierte, el deber legal impuesto al oferente se limita a informar que la cosa ofrecida es
usada, de tal suerte que por su propia naturaleza, en tanto presupone una calidad
inferior, requiere del adquirente una vigilancia mayor.
Con relación al último de los supuestos (c), el de las cosas con aptitud para generar
peligro para la salud o la integridad física, la Ley de Defensa del Consumidor, en el
capítulo destinado a la información al consumidor establece en el artículo 5° que "las
cosas y servicios deben ser suministrados o prestados en forma tal que, utilizados en
condiciones previsibles o normales de uso, no presenten peligro alguno para la salud o
integridad física de los consumidores o usuarios". A su vez, el artículo 6° desarrolla el
anterior: "Las cosas y servicios, incluidos los servicios públicos domiciliarios, cuya
utilización pueda suponer un riesgo para la salud o la integridad física de los
consumidores y usuarios, deben comercializarse observando los mecanismos,
instrucciones y normas establecidas o razonables para garantizar la seguridad de los
mismos. En tales casos debe entregarse un manual en idioma nacional sobre el uso, la
instalación y mantenimiento de la cosa o servicio de que se trate y brindarle adecuado
asesoramiento...".
(2) (2) MESTRE, J., "Obligations en général", R.T.D.C., nro.¿2, avril- juin, Paris, 1986,
p. ¿342.
(3) (3) RIPERT, G., La Règle Morale dans les Obligations Civiles, L.G.D.J., Paris,
1949, nro.¿48, p. ¿89.
(4) (4) CALAIS-AULOY, J., "L'influence du droit de la consommation sur le droit civil
des contrats", R.T.D.C., avril-juin, Paris, 1994, p. ¿242.
(5) (5) VÁZQUEZ FERREYRA, R. A., "La defensa del consumidor como principio
general del Derecho", en Derecho del Consumidor, Juris, Rosario, 1996, nro.¿7, p. ¿5.
(7) (7) CContenciosoadministrativo y Trib. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sala II,
"DirectTV c/Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires", LLCABA, 2012, abril, 218
(8) (8) ALTERINI, A. A., "El estatuto del consumidor", en Contratos (dirs. Trigo
Represas, F. A. - Stiglitz, R. S.), cit., p. ¿441. Sostiene Hedemann que en diferente
medida y con diversa expresión, acompaña esta obligación accesoria a muchas
relaciones de crédito, y viene exigida por el principio general de buena fe. Y agrega:
desde el punto de vista jurídico, es digno de ser tenido en cuenta que, ya en los tratos
previos a la perfección del contrato, la dación de información tiene mucha importancia,
y su omisión puede ocasionar una obligación de indemnización (HEDEMANN, J. W.,
Tratado de Derecho Civil. Derecho de las Obligaciones, T.¿III, R.D.P., Madrid, 1958, p.
¿51).
(9) (9) SCOGNAMIGLIO, R., libro IV: "Obligazioni", p. ¿206. Cfr. Lima Marques, C.,
Contratos no Código de Defesa do Consumidor, T.¿I, Revista Dos Tribunais, San Pablo,
1995, p. ¿241, cuando afirma que el deber de informar aunque viene siendo desenvuelto
en la teoría contractual alemana a través de la doctrina que ve en ellos la existencia de
deberes accesorios a la prestación contractual principal o deberes instrumentales que
derivan del principio de la buena fe en la relación negocial, en el Código de Defensa del
Consumidor del Brasil representa un deber esencial o básico.
(11) (11) CALAIS-AULOY, J., Droit de la Consommation, Paris, Dalloz, 1996, nro.
¿46, p. ¿44, quien afirma que el desequilibrio en las relaciones entre profesionales y
consumidores obedece principalmente a la falta de igualdad existente sobre lo que se
hallan informados.
(14) (14) C2ª Civ. y Com., Paraná, Sala II, 13-X-1998, "Clari de Antonini E. c. Banco
de Entre Ríos", LLLitoral, 2000-89.
(15) (15) MESTRE, J., Obligations en Général, RTDC, neo 2 avril-juin, 1986, p.s. 339
y sigs., quien señala que desde una perspectiva preventiva se atribuye a quien sabe la
obligación de informar al ignorante.
(16) (16) GHESTIN, J., Traité de Droit Civil...LGDJ, París 1988, nro.¿487, p. ¿536.
(17) (17) PHILIPE, D., "La bonne foi", rapport belge, en Travaux de l'Association
Henri Capitant, t. XLIII, Litec, Paris, 1992, p. ¿64.
(19) (19) JOURDAIN, P., "Le devoir de 'se' renseigner (Contribution ... l'étude de
l'obligation de renseignement)", Recueil Dalloz Sirey-Chronique XXV, Paris, 1983, p.
¿139, para quien la fuente de la obligación de información se halla constituida por el
desequilibrio de los conocimientos entre los contratantes, generalmente presumido a
partir de una desigualdad de competencia que se encuentra típicamente en las relaciones
entre profesionales y consumidores, agravadas por las complejidades técnicas crecientes
de productos y servicios. Cfr., López Cabana, R. M., "La información en los contratos
de consumo", en Derechos del Consumidor, Juris, Rosario, 1996, nro.¿7, p. ¿47.
ncidencias del Código Civil y Comercial en la reforma procesal civil. La igualdad ante
la ley y los sujetos vulnerables
Mosmann, Victoria
Voces
I. Resumen
Diversos estatutos especiales o normas sectoriales tales como la Ley 24.240 de Defensa
del Consumidor, la Ley 26.061 de Niños, Niñas y Adolescentes, 26.657 de Salud
Mental, la Ley 26.486 de Protección Integral a las Mujeres, las leyes que regulan los
derechos de los trabajadores, entre otros, reconocen específicas regulaciones de
derechos a determinados fragmentos de la población que se caracterizan por la debilidad
de su posición ante determinada situación con efectos jurídicos.
En apretada síntesis, del rico texto de este fallo podemos leer que el proceso debe tener
las adecuaciones necesarias a través de la adopción de medidas de acción positiva para
que el Estado garantice un real acceso a la justicia y la satisfacción de los derechos
humanos de los justiciables, debiendo para ello realizar el respectivo control de
convencionalidad de oficio en el caso de que las limitaciones de la normativa interna del
Estado no permitan dar acabado cumplimiento a este mandato.
III. Los principios del derecho. Principios procesales: sistema jurídico abierto.
Positivización de los principios
El art. 2º del texto del Código Civil y Comercial vigente desde el 1/8/2015 dispone que
la ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades, las leyes
análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los
principios y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento, lo que
deberá cumplirse de modo razonablemente fundado (art. 3º del Código Civil y
Comercial).
Este texto coloca a los principios integrando el sistema, como "normas abiertas,
indeterminadas, que obligan a cumplir un mandato en la mayor medida posible y
compatible con otros principios competitivos; por eso se dice que son mandatos de
optimización; en su aplicación se busca el nivel óptimo mediante un juicio de
ponderación. Ponderar es establecer comparaciones, establecer el peso de cada uno y
aplicar el mayor en el caso concreto" (7).
Berizonce (8) relata que el nuevo Estado Constitucional que emergió en la segunda
mitad del siglo pasado, edificado sobre los escombros de la segunda gran conflagración
mundial, transformó los contenidos y la recíproca relación entre la ley y la Constitución
y quedó en claro que la legislación debe ser entendida e interpretada a partir de los
principios constitucionales y de los derechos fundamentales. La constitucionalización
del derecho es el fenómeno jurídico según el cual se impone que todas las normas
jurídicas deben ser promulgadas, comprendidas y aplicadas a partir de la Constitución
que es la matriz de todo el ordenamiento jurídico (9).
Esta nueva regla integradora del derecho privado persigue la coherencia del sistema con
el derecho constitucional y convencional, intentando operativizar la correspondencia
que debe primar entre las normas y los principios que de ellas emanan y las normas
inferiores.
En cuanto a la distinción entre reglas y principios (11), ambos se distancian entre tanto
las reglas se agotan en sí mismas en la medida en que describen lo que se debe y no se
puede hacer en determinadas situaciones, cuando en cambio los principios revelan los
valores o criterios que deben orientar la comprensión en la aplicación de las reglas en el
caso concreto. Las reglas, entonces, se cumplen o no sin admitir grados en su adhesión;
en cambio, lo principios pueden ser aplicados a un caso concreto en mayor o menor
medida admitiendo niveles, pesos y balances, al momento de decidir qué principio debe
imperar en la interpretación de la norma aplicable al litigio (12).
Vemos entonces que la lectura principiológica del derecho privado y del derecho
procesal no es la que impera en la vida tribunalicia a la hora de resolver el caso
concreto, lo que ha llevado a las nuevas corrientes legislativas a incorporarlos —
positivizarlos— en los textos de los códigos de procedimiento como normas abiertas
que serán empleadas para interpretar el resto del cuerpo normativo. Los códigos de
procedimiento de las provincias de Jujuy y Tierra del Fuego han adoptado esta
modalidad, siguiendo la señera senda del Código Modelo para Iberoamérica y el Código
Procesal de Uruguay. También enumeran principios los códigos de procedimiento civil
del Perú, los recientemente sancionados Código Procesal Civil de Brasil y de Ecuador.
Este profuso reconocimiento del derecho a la igualdad ante la ley, en máximo nivel de
garantía jurídica de los derechos, aún no ha logrado dar solución a la desigualdad que de
modo transversal afecta América Latina. Esta afirmación se patentiza en las 100 Reglas
de Brasilia, que fueron aprobadas por la Asamblea Plenaria de la XIV Edición de la
Cumbre Judicial Iberoamericana (16), coincidiendo todos los países participantes en la
necesidad de lograr efectividad en el sistema de justicia cuando intervienen en él sujetos
vulnerables.
El movimiento por el acceso a la justicia, puede ser visto como un postulado esencial
del Estado Social de Derecho, algo así como el correlato procesal de una tendencia más
general que en su tránsito evolutivo asignó al Estado un rol más activo y también elevó
a jerarquía constitucional la protección de determinados bienes, tras la insignia de la
igualación real de oportunidades para los ciudadanos (17).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dicho que "la moderna concepción del
proceso exige poner el acento en el valor 'eficacia' de la función jurisdiccional y en el
carácter instrumental de las normas procesales, en el sentido de que su finalidad radica
en hacer efectivos los derechos sustanciales cuya protección [en el caso una medida
anticipatoria] se presenta como una de las vías aptas, durante el trámite del juicio, para
asegurar el adecuado servicio de justicia y evitar el riesgo de una sentencia favorable
pero ineficaz por tardía" (18).
La eficacia del proceso lleva entonces a poner la mirada fuera de los límites de las
meras formas y tomar el rumbo que lleve al cumplimiento de sus fines, en tanto la tutela
jurisdiccional es de las personas y sus derechos (19), la jurisdicción tiene directas
implicancias sociales y es en gran medida el reconocimiento de su utilidad por los
miembros de la sociedad lo que la legítima en el contexto de las instituciones políticas
del Estado.
Tal como han puesto de resalto la CIDH y la CSJN, las reglas procesales no tienen un
valor absoluto que las sobreponga a las del derecho sustancial y a las exigencias sociales
de pasificación de conflictos. El sistema procesal pierde legitimidad a través de su
aplicación abstracta y descontextualizada, y atenta contra sí mismo al abandonar el
sentido de su existencia. Es necesario esclarecer el fin o fines que se pretenden obtener a
través del empleo del medio para justificar su desarrollo.
Dinamarco destaca que así como el bien común es la síntesis de los fines del Estado
contemporáneo, el valor justicia es el objetivo de síntesis de la jurisdicción en el plano
social, así las disposiciones contenidas en el ordenamiento jurídico sustancial
constituyen para el juez el indicador del criterio de justicia por el cual determinada
sociedad optó en determinado momento de la historia, mas si el juez estuviese atento
sólo a eso, sin canales abiertos a las líneas axiológicas de la sociedad y sus mutaciones,
correrá el riesgo de apartarse de los criterios de justicia efectivamente vigentes y el
proceso dejaría de ser un instrumento para lograr la eliminación del litigio a través de
una decisión justa.
El texto del art. 12 del Código Procesal Civil de Tierra del Fuego contiene
conceptualmente esta visión, ya que expresamente dispone que "para interpretar la
norma procesal, el Tribunal deberá tener en cuenta que el fin del proceso es la
efectividad de los derechos sustanciales. En caso de duda se deberá recurrir a las normas
generales teniendo presente los principios fundamentales del derecho y especiales del
proceso y la necesidad de preservar las garantías constitucionales del debido proceso y
de la defensa en el mismo". También el nuevo Código Procesal de Brasil, en su art. 8º,
manda que al momento de aplicar el ordenamiento jurídico se atiendan los fines sociales
y las exigencias del bien común, resguardando la dignidad de la persona y observando
proporcionalidad y razonabilidad.
Así, nos encontramos con un principio procesal derivado de los principios generales del
derecho —en particular el principio pro persona— y de las garantías de igualdad,
convencionales, constitucionales, y ahora incorporadas al derecho privado en el Código
Civil y Comercial, que resguardan al sujeto débil.
VI. A modo de aporte y reflexión sobre las nuevas reglas de derecho privado y su
reflejo en el proceso civil
(1) (1) Estos invaluables aportes fueron el resultado del trabajo del movimiento de
acceso a la justicia, y entre ellos destaco la obra de BERIZONCE, Roberto, Efectivo
acceso a la justicia, Librería Editora Platense, La Plata, 1987.
(4) (4) Cfr. art. 5º de las Normas Uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las
personas con discapacidad.
(5) (5) Cfr. el art. 13 de la CDPD precisa diversos elementos sobre el acceso a la
justicia para las personas con discapacidad.
(7) (7) Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), Código Civil y Comercial de la Nación comentado,
t. I, Rubinzal Culzoni, Santa Fe, ps. 37 y sigtes.
(9) (9) MENDONCA, Sica, O Direito de Defesa no Processo Civil Brasileiro, Editora
Atlas, p. 21.
(10) (10) Vigo, Rodolfo L., Implicancias de los principios en la teoría jurídica de
Ronald Dworkin, UNL, Santa Fe, 1993.
(12) (12) Comparto con Marinoni que la integración del derecho con los principios
implica la comprensión de la ley a partir de la Constitución, lo que expresa otra
configuración del positivismo que puede ser calificada de positivismo crítico o de
pospositivismo, porque somete al texto de la ley a principios materiales de justicia y
derechos fundamentales (v. MARINONI, Teoria Geral do Processo, t. I, Editora Revista
dos Tribunais, "A funcao dos principio constitucionais").
(13) (13) Ver la interpretación del profesor Cassio Scarpinella Bueno respecto de la
teoría instrumental de Candido Dinamarco, en su obra Curso Sistematizado de Direito
Processual Civil, t. I, Editorial Saraiva.
(16) (16) Estas reglas fueron elaboradas durante la Cumbre Judicial Iberoamericana
realizada en Brasilia en el año 2008.
(17) (17) UCIN, C., La tutela de los derechos sociales, Librería Editora Platense, La
Plata.
(20) (20) COUTURE, Eduardo, Fundamentos del Derecho Procesal Civil, 4ª ed., B de
F, Montevideo, p. 150.
Kielmanovich, Jorge L.
Sabido es que a tenor lo que disponen los arts. 75, inc. 12, y 121 de la Constitución
Nacional, las Provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se dan, entre otras, sus
propias leyes de procedimientos sin intervención alguna del Gobierno federal pues, al
hacerlo, ejercen poderes no delegados sino originarios (1), siendo en tal caso sus
facultades amplias y discrecionales, salvo el control de constitucionalidad que ejerce la
Corte federal (2).
En lo que aquí nos interesa, cabe destacar que la regla de exclusión contenida en el art.
427 del ordenamiento procesal nacional, sólo abarca a parientes consanguíneos y afines
en línea directa de las partes (3) y no a los colaterales (4) —por ejemplo, hermanos,
tíos y sobrinos— (5), siguiendo en ello los lineamientos del Code de Procédure francés
de 1806 (art. 268), si bien éste excluía de la prohibición contenida en su art. 268 a
dichos parientes en los procesos de divorcio o separación de cuerpos (art. 251, Código
Procesal Civil), como en similar sentido lo disponía el antiguo Derecho Canónico "en
los litigios sobre el estado civil cuyo conocimiento exigiera el bien público y no se
pudiera obtener de otro modo" (canon 1757, inc. 3º), mientras que en las causas
matrimoniales tales testigos eran conceptuados lisa y llanamente hábiles (canon 1974),
esto es, no dependía su admisibilidad de que no hubiesen otros medios de prueba
asequibles.
Cabe señalar que desde la sanción de la ley 23.515, que introdujo el divorcio vincular en
nuestro medio y hoy bajo las reglas del divorcio regulado por el Código Civil y
Comercial (en adelante, "CCyC"), el esposo que ha obtenido la disolución del vínculo
matrimonial ha perdido su calidad de cónyuge (sin perjuicio de que ya no se halla
meramente "separado" como previene el artículo), por lo que aquél —a nuestro juicio—
puede ser testigo en cualquier proceso en el que su ex cónyuge sea parte, pues el
artículo, a diferencia de su modelo francés que incluye también al divorciado en la
prohibición, sólo aprehende al cónyuge "aunque estuviese separado legalmente", estado
que no se constata, al menos para el ordenamiento civil nacional, respecto de quien
obtuvo su divorcio, quien, en tal contexto, a la par que no es cónyuge, no se encuentra
meramente "separado".
Sin embargo, viene al caso señalar que esta regla de exclusión debe reexaminarse
cuidadosamente a la luz de la Convención sobre los Derechos del Niño (6) aprobada por
la ley 23.849 e incorporada a la Constitución Nacional con jerarquía superior a las leyes
(art. 75, inc. 22, CN), que sienta el principio, en lo que aquí nos interesa, de que en toda
actuación judicial debe velarse por el interés superior del niño (art. 3º, inc. 1º), fórmula
que opera tanto en causas concernientes al derecho de familia como ajenas a dicha
materia (7), sea que aquél intervenga en calidad de parte procesal (v.gr., pretensión de
reclamación de filiación) o como un simple tercero, más allá de que pueda verse, no
obstante, alcanzado por el referido conflicto (v.gr., el proceso de divorcio, nulidad del
matrimonio, etc.), por lo que la prohibición del art. 427 no podría operar si ella se
advierte como contraria a aquél.
Como hemos dicho en otro lugar (8), el carácter absoluto de la norma establece una
prohibición que busca proteger no tanto la cohesión de la familia en concreto (9), sino la
esfera de reserva o privacidad respecto de lo que suceda en su seno, así cuidadosamente
sustraída de los ojos del juez en causas en las que precisamente se encuentra
involucrado uno de sus integrantes, e interesan al estado civil de las personas, la cual no
puede ser soslayada por caso, por su conversión en prueba documental —en la que el
testigo excluido, si bien no declararía, "pondría" por escrito los hechos supuestamente
percibidos—, o en prueba indiciaria, en ambos casos en violación al principio de
originalidad que establece el art. 397 del Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, con lo que se suprimirían además las preciosas garantías que rodean a este
medio de prueba, al impedírsele al adversario controlar su imparcialidad a través del
interrogatorio preliminar y de la repregunta, y al suprimirse a su respecto el deber de
decir verdad, su contralor y su virtualidad penal.
Por otra parte, y en franca contradicción para nosotros con los principios de tutela
efectiva (arts. 8º y 25, Pacto de San José de Costa Rica), amplitud, libertad y
flexibilidad de la prueba mencionados en los arts. 706 y 709 del CCyC como propios
del proceso de familia, el citado art. 711 establece que el juez puede rechazar la
declaración de personas menores de edad como testigos —sean parientes o no o
allegados o no (12)—, o de parientes que se "niegan a prestar declaración por motivos
fundados", en ambos casos cercenando sustancialmente el derecho de las partes a la
prueba que en la actualidad permite que los menores de edad y los parientes
(consanguíneos y afines en línea colateral) lo sean... sin que ello haya despertado
reclamos ni objeciones que se sepa, y con el agravante de que ello puede importar, en
tanto no se permita la sustitución de las personas ofrecidas como testigos (como de
hecho no se permite), una nueva y sensible pérdida de prueba. Así, si se ofrecieron
testigos menores de edad que el juez luego resuelve no admitir o el testimonio de
parientes que sorpresivamente se niegan luego a prestar declaración —salvo que se
ofrecieran otro igual número de testigos en previsión de tal futuro evento—, a punto tal
que consideramos que dicho dispositivo en el caso concreto bien podría reputarse
inconstitucional al constatarse una efectiva lesión al plexo garantista que hace a la
defensa en juicio, particularmente al prescindirse del testimonio de testigos vinculados
con las partes, por lo general, únicos que han percibido los hechos que ocurren en la
intimidad de la familia (13).
(1) (1) CSJN, 31/10/2006, "Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires c.
Estado Nacional s/resolución 2926/1999 s/amparo ley 16.986".
(2) (2) CSJN, 2/2/1993, "Provincia de Santa Cruz c. Yacimientos Petrolíferos Fiscales",
LA LEY, 1993-D, 177.
(4) (4) CNCiv., sala B, 28/9/1955, LA LEY, 82-40; íd., sala D, 23/4/1965, LA LEY,
119-1001 (12.444-S); CNTrab., sala II, 17/6/1974. Rep. LA LEY, XXXV-1393, sum. 4;
STJ Santa Cruz, 31/3/1975, Rep. LA LEY, XXXVII-1253, sum. 4; CNCiv., sala E, LA
LEY, 1980-A, 626.
(5) (5) CNCiv., sala G, 20/5/1985, LA LEY, 1985-D,527; íd., sala E, 28/12/1979, LA
LEY, 1980-A, 626; íd., sala D, 27/11/1984, LA LEY, 1985-A, 176; CSJN, 28/7/1978,
Rep. LA LEY, XLI, J-Z-2431, sum. 1. Puede verse además nuestro trabajo "Los
parientes como testigos en el proceso de divorcio", LA LEY, 1986-B, 824.
(6) (6) Para un estudio sobre la incidencia de la Convención, ver GROSMAN, Cecilia,
P., "Significación de la Convención de los Derechos del Niño en las relaciones de
familia", LA LEY, 1993-B, 1089. Cuando no ha existido convivencia o una vinculación
de cierta estabilidad y duración, es difícil acreditar la existencia de relaciones íntimas de
la madre con el presunto padre durante la época de la concepción. Por tanto, son válidos
los testimonios de familiares y amigos, pues ellos son, por el carácter íntimo de las
relaciones cuya investigación se requiere, quienes están mejor informados de los hechos
(en el caso se admitió el testimonio del abuelo) (CNCiv., sala H, 4/10/1996, "G., T. M.
c. V., G. H.", LA LEY, 1998-D, 70).
(7) (7) Así, por ejemplo, cuando se admitió la acción de amparo tendiente a autorizar un
trasplante de órganos entre personas divorciadas no específicamente autorizadas para
ser dadores, teniendo en cuenta el beneficio del hijo (JCrim. Mar del Plata, nro. 3, firme,
JA 1995-IV-229; Grosman, Cecilia P., "El interés superior del niño", en AA.VV., Los
derechos del niño en la familia, Universidad, Buenos Aires, p. 39).
(11) (11) En contra, Guahnon, S. — Seltzer, M., quienes sostienen que el art. 711
admite la declaración de todos los parientes ("Los parientes como testigos en los
procesos de familia y el Proyecto de Código", LA LEY, 2014-B, 832; DFyP 2014
[agosto], 28/7/2014, p. 3).
(12) (12) Repárese que el art. 711 del CCyC se refiere a "testigos" y a "personas
menores de edad", no a "parientes".
(13) (13) Sup. Corte Bs. As., 22/12/2008, "Colegio de Bioquímicos de la Provincia de
Buenos Aires v. Doctor M. H. M.".
Voces
Hechos
Sumarios
TEXTO COMPLETO:
—I—
— II —
Ante todo, advierto que el tribunal que promovió la contienda no ha tenido oportunidad
de decidir si mantiene o no su postura, de manera que el conflicto no se encuentra
debidamente trabado (Fallos: 327:6037). Sin embargo, atendiendo a la delicada materia
objeto de la causa, entiendo que razones de celeridad, economía procesal y mejor
administración de justicia aconsejan que esa Corte haga uso de la atribución conferida
por el artículo 24, inciso 7°, del decreto-ley 1285/1958, pronunciándose sin más
dilaciones sobre la radicación definitiva del expediente (doctrina de Fallos: 328:3038;
329:1348 y 3948, entre muchos otros).
— III —
En lo que nos concierne, el artículo 36 del nuevo régimen establece que la solicitud de
declaración de incapacidad o restricción de la capacidad, se deduce ante el juez
correspondiente al domicilio de la persona en cuyo interés se promueve el juicio, o ante
el juez del lugar de su internación; pauta legal que debe leerse a la luz de “... sus
finalidades, las leyes análogas,...los tratados sobre derechos humanos, los principios y
los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento...” (arts. 1 y 2,
CCCN).
En este sentido, es preciso tener en cuenta que el Cód. Civil y Comercial de la Nación
asigna al juez la obligación de revisar la sentencia respectiva, tarea ésta que ha de
llevarse a cabo sobre la base de nuevos dictámenes interdisciplinarios y con la audiencia
personal del interesado (art. 40). Asimismo, la entrevista —según ese ordenamiento—
debe celebrarse en presencia del Ministerio Público y de un letrado que le preste
asistencia al afectado (art. 35).
Como puede colegirse, dado el tenor de esa encomienda, la cercanía física contribuye a
la concreción de las finalidades normativas. Al propio tiempo, incide en la
concentración y demás aspectos prácticos propios de este tipo de realidades, que exigen
particular celeridad y eficacia.
En efecto, la labor atribuida a los jueces por el Cód. Civil y Comercial va más allá de
una aproximación de visu, pues implica un ejercicio de evaluación y seguimiento cuyo
adecuado despliegue está, en principio, vinculado con el lugar donde habita
establemente la persona; máxime, cuando el desenvolvimiento de los profesionales
involucrados vendrá a verse dificultado fuera del ámbito territorial en el que fueron
designados.
En ese marco, se observa que el interesado ha residido desde el año 2003 en Avellaneda,
y lo ha hecho ininterrumpidamente —cuanto menos, desde el año 2007— en el
inmueble de la calle Solier n° 4781 de esa localidad, entregado en comodato por una de
sus hermanas (v. esp. fs. 200 vta. y 337). Allí, el Sr. A. A. B. convive con su pareja G. B.
G. y la niña de ambos, formando un grupo familiar que tiene sus fuentes de sustento en
esa zona (fs. 418, 440, 441/442, 453 y 490 vta.; y fs. 69 de estos autos).
Es cierto que el estado de la unidad no es bueno y que hace largo tiempo que la
propietaria estaría reclamando su devolución. Asimismo, el causante es coheredero de
un departamento ubicado en esta ciudad, habitado por la curadora renunciante y dos
hijos de aquél habidos de una unión anterior (v. esp. fs. 69 de estos autos; y fs. 418,
440/442 y 482/492).
Tampoco percibo que la declinatoria del juez nacional vaya a generar mayores
dificultades en el futuro desempeño de los roles de apoyo, desde que la hermana que
vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ha renunciado a la curatela, y los
restantes familiares que aparecerían como aptos, se domicilian en Neuquén y Olivos (fs.
483/493). A este respecto, no es ocioso advertir que el juicio de desalojo que viene
anunciándose, tramitaría ante los tribunales de Lomas de Zamora.
— IV —
Por último, no obstante la cuestión concreta por la que se confiere vista a este Ministerio
Público, advierto que el procedimiento debe ajustarse inmediatamente a lo dispuesto por
los artículos 31, siguientes y concordantes del Cód. Civil y Comercial de la Nación, sin
perjuicio de adecuar la actuación jurisdiccional a las demás directivas contenidas en ese
ordenamiento y en la ley 26.657 (en tanto resulten pertinentes), tal como comenzó a
realizarse conforme consta a fojas 424 y 445/446. Asimismo, en el marco de la presente
causa el magistrado competente deberá sustanciar la presentación del 18 de diciembre
de 2014 en orden a la renuncia efectuada por la curadora definitiva, cuya consideración
se supeditó a la cuestión de competencia (v. fs. 483/494). - Buenos Aires, 1 de marzo de
2016. — García Netto.
Considerando:
Por ello, de conformidad con el referido dictamen y con el del señor Defensor General
adjunto ante esta Corte, se declara que resulta competente para conocer en las
actuaciones el Juzgado de Familia n° 2 con asiento en Avellaneda, Departamento
Judicial de Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, al que se le remitirán. Este
tribunal deberá adoptar —con carácter urgente— las medidas que resulten necesarias
para salvaguardar la integridad psicofísica y patrimonial del causante, señaladas en el
acápite IV y III de los citados dictámenes, respectivamente, y ajustar el procedimiento a
lo dispuesto en los artículos 31, sgtes. y ccds. del Cód. Civil y Comercial de la Nación y
a la normativa contemplada en la ley 26.657. Hágase saber al Juzgado Nacional de
Primera Instancia en lo Civil n° 38. — Ricardo L. Lorenzetti. — Elena I. Highton de
Nolasco. — Juan C. Maqueda.
Voces
Hechos
Una persona fue declarada incapaz absoluto en los términos del art. 141 del Cód. Civil.
Sancionado el Cód. Civil y Comercial, la Curadora Pública dedujo recurso
extraordinario que, al ser denegado, originó la presentación directa.
Sumarios
CIV 80230/2004/1/RH1
Considerando:
2°) Que según conocida jurisprudencia del Tribunal sus sentencias deben atender a las
circunstancias existentes al momento de la decisión, aunque ellas sean sobrevinientes a
la interposición del recurso extraordinario, y si en el trascurso del proceso han sido
dictadas nuevas normas sobre la materia objeto de la litis, la decisión de la Corte deberá
atender también a las modificaciones introducidas por esos preceptos en tanto
configuren circunstancias sobrevinientes de las que no es posible prescindir (conf.
Fallos: 306:1160; 318:2438; 325:28.y 2275; 327:2476; 331:2628; 333:1474; 335:905;
causas CSJ 118/2013 (49-V)/CS1 “V., C. G. c. I.A.P.O.S. y otros sobre amparo”,
sentencia del 27 de mayo de 2014; CIV 34570/2012/1/RH1 “D.L.P, V.G. y otro c.
Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas s/ amparo”, sentencia del 6 de
agosto de 2015, entre otros).
3°) Que en ese razonamiento, corresponde señalar que encontrándose la causa en vista
en el Ministerio Público, el 1° de agosto de 2015 entró en vigencia el Cód. Civil y
Comercial de la Nación aprobado por la ley 26.994, norma esta última que derogó entre
muchas otras, las disposiciones que regulaban la capacidad de las personas, entre ellas,
los artículos 141 y 152 bis Cuyo alcance e interpretación constituyen el fundamento del
recurso extraordinario de la apelante.
4°) Que, en tales condiciones, deviene inoficioso en el sub lite que la Corte se pronuncie
sobre los mencionados agravios dado que, al presente, la vigencia de dichas normas ha
fenecido por imperativo legal. La mencionada circunstancia sobreviniente ha tornado
carente de significación actual el debate suscitado en el caso por estar referido a la
interpretación y alcance de preceptos que al momento no se encuentran vigentes y cuyos
contenidos materiales han sido redefinidos por el nuevo Cód. Civil y Comercial de la
Nación en sentido similar al propuesto por la recurrente.
5°) Que sin perjuicio de ello, a la luz de la doctrina mencionada anteriormente según la
cual corresponde atender a las nuevas disposiciones que sobre la materia objeto de la
litis se dicten durante el juicio, no puede desconocerse que la cuestión en debate se
encuentra hoy regida por el art. 32 del Cód. Civil y Comercial de la Nación, norma de la
que en virtud de la regla general establecida en el art. 7° del mencionado código y de la
citada doctrina, no puede prescindirse (conf. arg. Fallos: 327:1139).
6°) Que el citado artículo dispone que “El juez puede restringir la capacidad para
determinados actos de una persona mayor de trece años que padece una adicción o una
alteración mental permanente o prolongada, de suficiente gravedad, siempre que estime
que del ejercicio de su plena capacidad puede resultar un daño a su persona o a sus
bienes. En relación con dichos actos, el juez debe designar el o los apoyos necesarios
que prevé el artículo 43, especificando las funciones con los ajustes razonables en
función de las necesidades y circunstancias de la persona. El o los apoyos designados
deben promover la autonomía y favorecer las decisiones que respondan a las
preferencias de la persona protegida. Por excepción, cuando la persona se encuentre
absolutamente imposibilitada de interaccionar con su entorno y expresar su voluntad por
cualquier modo, medio o formato adecuado y el sistema de apoyos resulte ineficaz, el
juez puede declarar la incapacidad y designar un curador”.
7°) Que desde que se trata de decidir las medidas pertinentes que pueda necesitar una
persona en el ejercicio de su capacidad, no cabe pensar que ello configure una situación
jurídica agotada o consumida bajo el anterior régimen que, por el principio de
irretroactividad, obste a la aplicación de las nuevas disposiciones.
9°) Que, sin perjuicio de lo expresado, de acuerdo con la doctrina de Fallos: 307:2061,
ratificada en Fallos: 315:123; 327:3655; 328:2991 y 329:5068, a fin de evitar que la
subsistencia del fallo, en cuanto confirma la decisión de grado en los términos de art.
141 del código civil, pueda causar un gravamen no justificado, corresponde dejarlo sin
efecto.
I. A modo de introducción
Lo usual es que sea el propio interesado quien actúe directamente y celebre el negocio
jurídico por sí mismo, en nombre propio y para sí (la voluntad es suya, al igual que la
manifestación). Empero, nada quita que se obre por otra, sea por razones de utilidad
general o porque alguna imposibilidad legal así lo imponga.
Así, en la celebración del negocio puede participar o actuar el propio interesado (sobre
quien recaerán los efectos) u otra persona, en nombre y por cuenta de aquél.
En el Código de Vélez, la temática no aparecía del todo clara, sobre todo al omitirse la
inclusión de una teoría general de la representación en la parte general del Derecho
Civil (hechos y actos jurídicos) para legislarla con relación al contrato de mandato,
extendiendo sus reglas a las demás representaciones legales o voluntarias (art. 1870,
CCiv.).
Pues bien, este nuevo modelo y las deficiencias que presentaba el anterior a causa de la
falta de distinción, ha constituido el móvil inspirador de esta presentación con la cual
procuraremos diagramar un esquema de reglas que permitan optimizar el
funcionamiento de las instituciones involucradas.
En el Código Civil de Vélez, la noma del art. 1869 definía al contrato de mandato
señalando que "... tiene lugar cuando una parte da a otra el poder, que ésta acepta, para
representarla, al efecto de ejecutar en su nombre y de su cuenta un acto jurídico..." —el
resaltado nos pertenece—, pero al hacerlo de tal modo, al igual que otros ordenamientos
de la época con base en el Código Civil francés, se mostraban difusas las tres
instituciones vinculadas (léase: mandato, representación y poder), no obstante que
existían ciertas normas (tanto generales como particulares) cuyas diferencias se
desprende que Vélez no ignoraba (v.gr., arts. 1329 y 1330, CCiv.). Por su parte, algo
similar sucedía con el Código de Comercio, ordenamiento que no brindaba un concepto
del contrato comercial de mandato; contrariamente a ello, en la norma del art. 221,
preveía: "...El mandato comercial, en general, es un contrato por el cual una persona se
obliga a administrar uno o más negocios lícitos de comercio que otra le recomienda...".
Fácil se podía apreciar, entonces, que en ambos ordenamientos (art. 1969, CCiv.; y art.
221, CCom.), si bien el mandato aparecía regulado como contrato, la representación
estaba incorporada en la propia definición (mandato representativo).
Esta metodología contribuye definitivamente a despejar aquellas dudas que (al menos a
nivel legislativo) subsistían a causa de una reglamentación confusa en la que no
parecían distinguirse con la precisión y claridad que amerita el lenguaje normativo, el
mandato (contrato), la representación, y el poder (arts. 1929 y 1930 del derogado
CCiv.).
El Código Civil (hoy derogado) había quedado inmerso en esa etapa de confusión,
porque el capítulo consagrado al mandato había sufrido la influencia predominante de
los autores franceses (v.gr., Aubry y Rau, Pont, Troplong, Toullier, Proudhon, Pothier,
entre otros) quienes bajo el influjo del derecho romano, no construyeron una teoría de la
representación. Basta con repasar su articulado para advertir que indistintamente se
aludía a "poder", y "procura" o "procuración", para aludir al encargo que encierra el
mandato (arts. 1869, 1890, 1929, y 1946) sin diferenciar las relaciones internas
(mandante - mandatario) que son las propias del contrato, de las relaciones externas
(mandante - tercero) donde actúa la representación con base en un negocio unilateral
(Mosset Iturraspe).
Pues bien, es a partir del art. 358 del Código Civil y Comercial (unificado) que el
instituto de la representación encuentra tratamiento sistemático, autónomo y a la vez
independiente del contrato de mandato, poniéndose en claro dónde radica la esencia
misma de la figura: imputar los efectos de los actos jurídicos realizados por el
representante al patrimonio del representado.
Efectivamente, encontramos en el Título IV, "De los hechos y actos jurídicos", el
Capítulo 8, "De la representación", que en el art. 358 establece como principio: "...Los
actos jurídicos entre vivos pueden ser celebrados por medio de representantes, excepto
en los casos que la ley exige que sean otorgados por el titular del derecho..." (el
resaltado nos pertenece); y avanzando sobre dicha premisa, se expide en razón de sus
fuentes, distinguiendo así la representación voluntaria, legal y orgánica: "...La
representación es voluntaria cuando resulta de un acto jurídico, es legal cuando resulta
de una regla de derecho, y es orgánica cuando resulta del estatuto de una persona
jurídica...". A la vez, cabe destacar que ha sido el propio ordenamiento de fondo el que
—al regular separadamente el contrato de mandato— se ha ocupado de precisar sobre la
existencia de un mandato representativo y otro sin representación (arts. 1319, 1320 y
1321, CCyC), remarcando la interrelación necesaria —aunque subsidiaria— de los
institutos involucrados (mandato, representación y poder).
No cabe duda de que tanto la representación como el mandato tienen por objeto la
emisión de una declaración de voluntad. Lo que sucede es que en el mandato el
mandatario recibe el encargo y asume la obligación de formular una declaración de
voluntad (deliberar un negocio jurídico en interés de otro sujeto), pero el negocio es
concluido directamente por el propio sujeto del interés (mandante). En cambio, en la
representación, el representante asume el encargo y la autorización para concluir un
negocio ya deliberado por el sujeto del interés (representado) o por un mandatario suyo
o por el propio representante que —a la vez— sea mandatario.
Desde esta perspectiva, la representación aparece siempre como una categoría accesoria
(aunque autónoma e independiente) de otra figura. Empero, sea cual fuere esa causa que
origina la representación, el efecto típico de ella es el mismo: imputar directamente al
representado el negocio concluido regularmente dentro de los límites de sus poderes por
el representante, quien —a su vez— queda desligado de todas las circunstancias
jurídicas y económicas del acto.
De esta forma, la representación se confiere mediante la procura; esto es: a través de una
declaración unilateral de voluntad que el representado dirige a los terceros que
eventualmente hayan de celebrar negocios con el representante, en cuya virtud el
otorgante manifiesta que hará suyos los efectos (activos y pasivos) y dentro de los
límites de los poderes conferidos.
Esta procura puede ir unida al acto mismo en que el representante concluye el negocio
representativo o ser materia de uno separado. Se trata de una declaración de voluntad
unilateral, pues no requiere la conformidad del representante. A la vez, adquiere eficacia
tan pronto como llega a noticia de los terceros (expresa o tácitamente).
Lo relevante para que exista representación es la actuación nomine alieno, mientras que
el poder y la ratificación son requisitos para la eficacia directa de aquella actuación
(Díez Picazo - Lorenzetti). Explicando con mayor precisión el punto, doctrina de fuste
señala: "En el negocio constitutivo de la representación (procura) funciona únicamente
la voluntad unilateral del otorgante (representado), en el sentido de declarar que hará
suyas las consecuencias activas y pasivas del negocio que el representante concluyera
en nombre de aquél, pero sin que la voluntad del otorgante intervenga a los efectos de
concluir el negocio representativo. En este último, por el contrario, va contenida una
declaración de voluntad del representante, que la emite como suya propia, en el sentido
de concluir el acto en nombre del representado..." (Fontanarrosa - Betti - Galgano).
De todo ello se sigue que no debe confundirse el apoderamiento como acto unilateral
por el cual el dominus negotii confiere al representante una investidura (una
legitimación) frente a los que puedan relacionarse, con la relación causal que sirve de
base, que trasunta en ese negocio jurídico subyacente que regula la relación interna
entre el representante y el representado, y en virtud del cual el primero asume el deber
de cumplir el encargo de gestión y hacer un uso determinado del poder que se le
confiere (Aparicio).
La representación legal es la que nace por imperio de la ley para cubrir ciertas
restricciones de la capacidad en el representado. La propia manda legal impone un
representante a personas físicas con capacidades restringidas o imposibilitadas de
actuar, o a personas jurídicas (v.gr., arts. 255 y 275, LCQ.; arts. 58, 59, LS., etc.).
Ambas producen los mismos efectos, consistentes en que las consecuencias del negocio
concluido por el representante con el tercero recaen directamente sobre el representado.
Existen dos categorías esenciales del contrato de mandato, a partir de las cuales es dable
establecer un distingo en lo que atañe a sus efectos: mandato representativo y mandato
sin representación (mandato oculto).
Se adelantó que el mandato puede ser conferido con o sin representación, tal como
surge de la lectura de la norma de los arts. 1320 y 1321, CCyC.
De igual modo, la ratificación como acto que por regla es informal, puede ser expreso o
tácito (art. 371).
A partir de ello se puede concluir que es la naturaleza del negocio la que determina la
extensión de los poderes, en la medida en que aquél será el principal, el negocio
subyacente, del que dependerá el acto jurídico unilateral de apoderamiento o poder.
Luego, para que exista un poder especial no es necesario definir un acto o dos, sino la
naturaleza del negocio, la operación, el encargo (Lorenzetti).
El representante está conminado a actuar dentro de los límites señalados por el poder
conferido. Estos límites están determinados por la ley en la representación necesaria o
legal, mientras que, en la representación voluntaria, tienen origen en la voluntad del
representado expresada en la procura o acto de apoderamiento conferido por el poder.
Partiendo de ello, el poder puede ser general o especial. En el primer caso, el poder está
referido a todos los actos que se vinculan a un negocio o a un sector de actividades del
mandante. Por su parte, el poder especial es el que atañe a un solo negocio o a una parte
de las actividades del mandante.
Nos detenemos en este aspecto para aclarar que esta clasificación no debe ser
confundida con aquella otra que refiere a los poderes conferidos en términos generales o
en términos expresos. En efecto, esta distinción da cuenta, en el primer caso, de un
poder (general o especial) del cual resulta que el apoderado podrá realizar los actos que
considere convenientes o necesarios para los intereses del poderdante, sin especificar
concretamente los actos que puede realizar. Mientras que los poderes concebidos en
términos expresos (general o especial) son aquellos donde se establece explícitamente el
acto o actos que el apoderado está autorizado a cumplir.
Adelantamos que la extensión del poder se determina por el contenido que el acto de
apoderamiento tenga en cada caso. Partiendo de ello, los terceros que contratan con el
representante tienen el derecho de exigirle la exhibición del instrumento que autoriza al
representante a actuar por cuenta y nombre de su representado, para determinar la
extensión de las facultades invocadas por aquél por expreso mandato legal (ex art. 1938,
CCiv.). Esto, porque fuera de ellas no existe ya representación, y el negocio celebrado
por el representante, excediéndose de los límites de su representación no obliga al
representado (ex art. 1931, CCiv.) salvo que, eventualmente, ratifique lo actuado,
quedando vinculado por el negocio celebrado en su nombre (ex arts. 1935 y 1936; hoy
369, CCyC).
Vemos así que resulta decisiva la extensión del apoderamiento conferido en el poder,
para las relaciones del tercero con el principal, en cuyo nombre y cuenta ha sido
concluido el negocio representativo por el apoderado.
La eficacia misma del negocio respecto del representado depende de la actitud diligente
que adopte el tercero, porque es este último sujeto quien corre el riesgo de no poder
hacer extensivo el negocio al representado cuando el representante ha actuado
excediéndose de los límites del apoderamiento conferido por el poder. Es que lo que le
interesa al tercero es la extensión del poder, o sea, las facultades que de él emanan;
mientras el apoderado actúe dentro de tales límites, obligará válidamente al principal
(Sánchez Urite).
De una lectura de esta manda legal es dable apreciar que lo que en el Código de Vélez
se denominaba poder general y poder especial, en el Código Civil y Comercial se regula
como poder conferido en términos generales y poder con facultades expresas
(Albaladejo - Galgano - Hupka - Larenz - Von Thur - Alterini - Leiva Fernández).
Otra cuestión que debe tenerse en consideración es que no es lo mismo la actuación del
representante en exceso que el abuso de poder. Mientras en el primer caso el
representante ha actuado fuera del ámbito de sus facultades y, por consiguiente, no hay
representación, en la actuación abusiva el representante actúa en el marco de sus
facultades, pero lo hace abusivamente en perjuicio de su representado. Entonces, la
diferencia reside en que en este último supuesto hay representación, y el representado
queda obligado frente a los terceros por los actos del representante, sin perjuicio de su
derecho de exigirle la reparación de los daños causados por el desempeño abusivo del
encargo (ex art. 1904, CCiv.).
En el novel ordenamiento, la cuestión aparece regulada en el art. 376, que bajo el título:
"Responsabilidad por inexistencia o exceso en la representación", establece: "Si alguien
actúa como representante de otro sin serlo, o en exceso de las facultades conferidas por
el representado, es responsable del daño que la otra parte sufra por haber confiado, sin
culpa suya, en la validez del acto; si hace saber al tercero la falta o deficiencia de su
poder, está exento de dicha responsabilidad...".
Ahora bien, siendo el mandato un contrato, la interpretación del negocio entre partes
permitirá la aplicación de todos los cánones hermenéuticos previstos en el sistema legal
de fondo (arts. 1º y 2º, CCyC). En cambio, respecto del negocio de apoderamiento hay
que admitir la existencia de reglas específicas de interpretación. Las razones son las
siguientes: a) se trata de un acto unilateral en el que interesa sobre todo la expresión de
voluntad del poderdante; b) el otorgamiento de poder suele estar sometido al
cumplimiento de exigencias de formas; c) es decisivo que el horizonte de comprensión
de las expresiones del poder tiene que fijarse considerando el sentido que debería
otorgarle al acto un tercero que contrate con el apoderado (Ariza).
El desafío que viene es de índole interpretativo, pues los operadores jurídicos seremos
los responsables de llenar el vacío casuístico del Código Civil y Comercial (a diferencia
de lo que sucedía en el Código de Vélez), justamente en un ámbito en el que campea la
armonización e interrelación constante entre los institutos involucrados para que cada
uno alcance su máxima expresión en su puesta a punto. Y para lograrlo, se requerirá de
una mirada sistemática e integradora que deberá completarse en muchos casos con los
usos, prácticas y costumbres (acótese: tomando aquello que aparecía regulado en el
modelo anterior de Vélez), fuente que muchas veces dará cabida y justificación a la
ultraactividad de la ley derogada para suplir mediante la analogía las eventuales lagunas
normativas que surjan a partir de la aplicación del nuevo modelo.
VIII. Bibliografía
Betti, Emilio, Teoría general del negocio jurídico, Revista de Derecho Privado, Madrid,
1959.
Borda, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Contratos, t. II, La Ley, Buenos Aires,
2008.
Compagnucci de Caso, Rubén H., El negocio jurídico, Astrea, Buenos Aires, 1992.
Junyent Bas, Francisco — Garzino, María C., "El contrato de mandato en el Código
Civil y Comercial", en Stiglitz, Rubén S., Código Civil y Comercial de la Nación.
Contratos en particular, La Ley, Buenos Aires, 2015.
Larenz, Karl, Derecho Civil. Parte General, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1978.
Leiva Fernández, Luis F. P., "Tratamiento del contrato de mandato", en Alterini, Jorge
H. (dir. general), Código Civil y Comercial, t. VI, La Ley, Buenos Aires, 2015.
Llambías, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Parte General, t. II, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1982.
Messineo, Francesco, Manual de Derecho Civil y Comercial, t. II, EJEA, Buenos Aires,
1954
Sambuccetti, Marcelo E.
Voces
I. Introducción
Los notables juristas que elaboraron el anteproyecto de Código Civil y Comercial, por
todos conocidos Dres. Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci,
designados por dec. 191/2011 PEN, y que contando con el aporte posterior de una
importante cantidad de valiosos juristas, se tradujo en el Proyecto definitivo enviado al
Senado de la Nación y finalmente en el Código Civil y Comercial aprobado por ley
26.994 BO 8/10/2014, introdujeron una novedosa institución jurídica que podría
denominarse "Protección de la Vivienda". En los Fundamentos del Anteproyecto
expresan los autores del citado Anteproyecto: "El derecho de acceso a la vivienda es un
derecho humano reconocido en diversos tratados internacionales; esto justifica que se
dedique un capítulo especial para la vivienda; el régimen proyectado sustituye al del
bien de familia de la ley 14.394".
Por ej., la legislación francesa —su primera ley de bien de familia data de 1909—; el
Código Civil italiano de 1942; diversas leyes en España como la ley de "casas baratas"
de julio de 1911; la legislación portuguesa instituida por decs. 7033 y 7034 de octubre
de 1920; las Constituciones de 1946 de Brasil; de Bolivia de 1945; de Colombia de
1886, reformada en 1936 y 1945; la de Chile de 1925; la de Uruguay de 1951; la de
Venezuela de 1947; el homestead en el derecho norteamericano y en el derecho
canadiense, por nombrar sólo algunas, cuyo análisis desarrolla con toda profusión
Corfiati (1).
Un gran acierto del CCyC radica en que no se requiere ahora para la constitución o
afectación del bien que se otorgue en el contexto de la existencia de una familia
constituida como mínimo por el titular y su esposa; o en defecto de ellos por el titular y
sus parientes colaterales hasta el tercer grado inclusive de consanguinidad que
convivieren con el constituyente, conf. art. 36 de la ley 14.394.
Los redactores del Anteproyecto en sus fundamentos expresan en tal sentido: "(a) se
autoriza la constitución del bien de familia a favor del titular del dominio sin familia,
atendiendo a la situación, cada vez más frecuente, de la persona que vive sola...".
Ahora en el nuevo marco normativo, no se requiere la acreditación, aunque fuere
sumaria, de la existencia de una familia, como requería el art. 43 de la ley 14.394, que
establecía que "(e)l solicitante deberá justificar su dominio sobre el inmueble y las
circunstancias previstas por los arts. 34 y 36", estableciéndose en este último artículo
que debía entenderse por familia, " la constituida por el propietario y su cónyuge, sus
descendientes o ascendientes o hijos adoptivos; o en defecto de ellos, sus parientes
colaterales hasta el tercer grado inclusive de consanguinidad que convivieren con el
constituyente".
Lo que importa y debe sustentar el derecho protectorio es la vivienda en sí, ya sea que
como fundamento de la protección, exista una familia, que podía ser conviviente o no
según el caso, ya que incluso en el marco de la ley 14.394 podían habitar el inmueble el
instituyente y/o alguno de los beneficiarios, cuando se trataba del caso de cónyuges,
ascendientes, descendientes o hijos adoptivos, conf. art. 36 ley 14.394 (2); o bien se
trate de una persona sola que habita el inmueble, donde ha establecido su casa, su hogar.
En suma, es un centro de interés, un vínculo, un derecho humano esencial, que merece
la protección legal.
Otros aciertos del CCyC radican en la amplitud brindada para la afectación del
inmueble en caso de condominio frente al régimen anterior, y en la subrogación real.
Con relación a la subrogación real, dice ahora el texto del art. 248 del CCyC:
"Subrogación real. La afectación se transmite a la vivienda adquirida en sustitución de
la afectada y a los importes que la sustituyen en concepto de indemnización o precio".
Hacemos notar que tanto antes como ahora, se podía ser beneficiario de la afectación de
un inmueble, en el marco de los arts. 36 y 43 de la ley 14.394, y arts. 246 del CCyC, y a
su vez ser instituyente con relación a otro inmueble, dado que no estaba prohibido ni
antes ni resulta vedado ahora. La limitación tanto antes —en virtud del art. 45 de la ley
14.394— como ahora con el art. 244 del CCyC opera para quien resulta ser propietario
único de dos o más inmuebles, debiendo optar por la subsistencia de uno solo con la
tutela conferida por la normativa protectoria.
El art. 249 del CCyC importa una redacción mejorada con respecto al art. 38 de la ley
14.394, destacándose la incorporación en forma expresa como excepciones a la
insusceptibilidad de ejecución: en el caso de deudas por expensas comunes y
obligaciones alimentarias. Con respecto a este tema, en el caso de expensas comunes se
sostenía que ellas tenían su génesis u origen en el Reglamento de Copropiedad y
Administración, y eso sustentaba la posibilidad de embargo y ejecución (6).
Llama la atención que a diferencia del art. 38 de la ley 14.394, en el art. 249 no se
exprese que la vivienda afectada no es susceptible de embargo, ni de ejecución, sino que
refiere la norma únicamente a la insusceptibilidad de ejecución por deudas posteriores a
la inscripción.
Entendemos, de todos modos, que la situación no varía con respecto a la ley derogada,
ya que incluso se expresa con toda claridad en el art. 249: "...Los acreedores sin derecho
a requerir la ejecución no pueden cobrar sus créditos sobre el inmueble afectado, ni
sobre los importes que la sustituyen en concepto de indemnización o precio...". Con ello
queda suficientemente aclarado que resulta vedado el cobro del crédito del tercero en
los casos de oponibilidad, manteniéndose la protección de la vivienda. Quizás podemos
vincular esta cuestión a la tesis de la Prof. Dra. Kemelmajer de Carlucci, quien sostenía
—entendemos con lógico fundamento— que el Registrador del Registro de la Propiedad
Inmueble debía anotar la medida cautelar, puesto que carece de datos para determinar si
el crédito ejecutado reúne o no los recaudos previstos en dicho artículo (7).
Otra cuestión que se plantea es la siguiente: la ley 26.994, que sanciona el Código Civil
y Comercial, deroga en su art. 3º a la ley 14.394.
La respuesta para nosotros tiene que ser obviamente: de ningún modo. Ello por distintas
razones que podemos enumerar a continuación:
En este último aspecto puede decirse que el art. 14 bis de la CN consagraba una
protección genérica de la vivienda familiar, cuya regulación específica estaba dada a
través de la ley 14.394, y hoy la tutela queda ampliada con el CCyC.
En tal sentido, el art. 7º del CCyC establece, en forma análoga al Código derogado:
"Eficacia temporal. A partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplican a las
consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes".
En realidad, por otro lado, aunque se haya derogado la ley 14.394, y aun cuando
pudieran existir algunas diferencias entre el régimen de protección de la vivienda
anterior y el nuevo —en realidad no significativas, como hemos visto más arriba—, el
CCyC tampoco dice en ningún momento que las inscripciones de afectación realizadas
sobre la base de la ley derogada quedan sin efecto.
(1) (1) Corfiati, Rubén O., Bien de familia, Némesis, Buenos Aires, 2000, ps. 35/49.
(2) (2) Así lo entendió también la doctrina y la jurisprudencia: Corfiati, Rubén O., Bien
de familia, cit., p. 101; y entre otros fallos: C. Nac. Civ., sala E, 1/3/1996, "Balart,
Ricardo Adrián v. García Kedinger, Raúl Eugenio s/desafectación de bien de familia",
C. E187368.
(3) (3) Zannoni, Eduardo y otros, Código Civil y Comercial concordado, Astrea,
Buenos Aires, 2015, p. 95.
(4) (4) Bueres, Alberto J., Código Civil y Comercial de la Nación. Analizado
comparado y concordado, t. I, Hammurabi, Buenos Aires, 2015, p. 240.
(5) (5) Bueres, Alberto J., Código Civil y Comercial de la Nación..., cit., t. I, p. 241;
Cossari, Nelson, ponencia en las XX Jornadas de Derecho Civil.
(6) (6) Racciati, Hernán, "La obligación por expensas comunes y la inembargabilidad
del bien de familia", JA 16-1972-38.
(8) (8) Llambías, Jorge J., Código Civil anotado, t. I, Abeledo Perrot, Buenos Aires,
1982, p. 19.
(9) (9) Llambías, Jorge J., Código Civil anotado, cit., t. I, p. 18.
(10) (10) Llambías, Jorge J., Código Civil anotado, cit., t. I, p. 19.
Barreiro, Rafael F.
Sumario: I. Introducción. — II. El fallo en comentario. - III. El régimen general del art.
7 CCyC. — IV. La cuestión en las relaciones de consumo. — V. El daño punitivo.
Voces
I. Introducción
Generalmente los cambios legislativos están concebidos para regir hacia el futuro (ex
nunc), gobernando las relaciones jurídicas que se originen con posterioridad. No se
plantea en esta situación ningún obstáculo interpretativo. Sin embargo, como señaló
Messineo, la eficacia ex tunc de la ley, es decir, su aplicación retroactiva, puede ser
entendida de diversas maneras según el ámbito en el que se la haga valer en concreto: (i)
hechos cumplidos y agotados al amparo de la ley antigua, cuyos efectos se han
producido totalmente; (ii) controversias nacidas o pendientes bajo la vigencia de la ley
modificada o extinguida, aun cuando refieran a hechos cumplidos bajo el imperio de la
ley antigua; y (iii) la aplicación del nuevo régimen legal a hechos nuevos pero
vinculados con hechos anteriores (1).
Es evidente que el paso del tiempo contribuirá a asentar los criterios aplicables y,
también, permitirá lograr consensos hermenéuticos más o menos estables, apaciguando
las posturas divergentes hasta arribar a una imprescindible uniformidad en la materia.
Mientras tanto es menester examinar atentamente las distintas posturas elaboradas por la
doctrina y su recepción por la jurisprudencia de nuestros tribunales, para despejar en lo
que fuere posible las vacilaciones en la interpretación.
El precedente cuyo comentario abordo en estas líneas, entre las muchas cuestiones de
sumo interés que resolvió, provee una interpretación bastante prístina del régimen legal
aplicable en general a las relaciones jurídicas creadas con anterioridad a la vigencia del
CCyC, pero que deben ser juzgadas después de su entrada en vigor. Con fundamento en
los principios que rigen la novedosa regulación legal dispuso, además, la aplicación de
daños punitivos -sanción que estimó adecuada al sistema constitucional- a la
aseguradora.
Esa disposición destinada a proveer solución a los casos regidos por el denominado
derecho transitorio, establece que "a partir de su entrada en vigencia, las leyes se
aplican a las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes. Las leyes
no tienen efecto retroactivo, sean o no de orden público, excepto disposición en
contrario. La retroactividad establecida por la ley no puede afectar derechos amparados
por garantías constitucionales".
1. El principio general
Puede aseverarse sin margen de duda que el principio general que emana de ese art. 7 es
aquel que impide que las leyes, sean o no de orden público, produzcan efectos
retroactivos, aunque dejando a salvo que dicha retroactividad esté dispuesta legalmente
y no afecte derechos que tengan el amparo de garantías constitucionales.
El Código de 1871 establecía en su art. 3º que "las leyes disponen para lo futuro; no
tienen efecto retroactivo, ni pueden alterar derechos ya adquiridos".
La regla aparecía así diseñada con suma rigidez porque la literalidad del texto legal
inducía la irretroactividad sin restricción alguna: sólo podían aplicarse hacia el futuro
sin que ello, además, significara la vulneración de los derechos adquiridos. Pese a que
los autores y comentaristas tuvieron en cuenta la distinción, el precepto recordado no
hizo referencia a la esencia de orden público de las leyes recientes y se desentendió de
las disposiciones supletorias de la voluntad de las partes. Pero esos defectos —y la
propia estrictez de la regla- aparecían atenuados por la integración lógica de ese art. 3
con su complemento notorio, consagrado por el art. 5, en cuya virtud ninguna persona
podía tener derechos irrevocablemente adquiridos contra una ley de orden público.
Además, aunque con una trascendencia mucho más reducida, el art. 4 establecía que las
leyes aclaratorias o interpretativas de otras carecían de efecto respecto de los casos ya
juzgados.
Por otra parte, el régimen se integraba con el art. 4044 que reforzaba la concepción
vinculada con los derechos —irrevocablemente- adquiridos, que no podían en ningún
caso ser cambiados o destruidos por las nuevas leyes, al mandar aplicar las nuevas leyes
a los hechos anteriores cuando sólo privaran a los particulares de derechos que fueran
meros derechos en expectativa. El art. 4045 ordenaba la aplicación de las leyes nuevas
aun cuando privaran a los particulares de facultades que les eran propias y que aún no
hubieran ejercido o que no hubiesen producido efecto alguno.
Con la reforma hecha en el año 1968, el art. 3° dispuso una previsión mucho más
completa y eficaz (4) al señalar que "a partir de su entrada en vigencia, las leyes se
aplicarán aún a las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes. No
tienen efecto retroactivo, sean o no de orden público, salvo disposición en contrario. La
retroactividad establecida por la ley en ningún caso podrá afectar derechos amparados
por garantías constitucionales. A los contratos en curso de ejecución no son aplicables
las nuevas leyes supletorias". La variación sustancial producida en la materia,
caracterizada por la irretroactividad que -en principio- se atribuyó a las nuevas leyes con
independencia de su esencia, únicamente dejó margen para que fuera la propia ley la
que estableciera su vigencia anticipada en el tiempo, con arreglo a las razones que
pudieran haber inspirado su sanción, con la limitación que significa la salvaguarda de
los derechos protegidos por garantías constitucionales.
Es de advertir las ventajas que presentó la reforma que aquí se abordó en materia de
interpretación. En primer lugar, se mantenía como principio la irretroactividad de las
leyes, cualquiera que fuere su naturaleza, aunque con base en un fundamento diverso de
la definitiva adquisición de los derechos. Esta conclusión, en parte adelantada por los
comentaristas del antiguo régimen como quedó dicho, se vinculaba con la posibilidad de
establecerse legislativamente la retroacción de la ley en tanto no resultaran afectadas las
garantías constitucionales y los derechos que ellas consagraban, disposición que
claramente se asentó en la indiferencia de la naturaleza de la nueva norma, cuestión sólo
tenida en cuenta en el último párrafo del artículo en relación a la materia contractual.
Por otra parte, ese art. 3 establecía un matiz complementario particular del principio
general, la vigencia de la ley era inmediata y se aplicaba a las consecuencias de las
relaciones y situaciones jurídicas anteriores. Este interesante dispositivo será examinado
más adelante con algún detalle, porque las alternativas que ofrece justifican detenerse en
su consideración.
Finalmente, las leyes supletorias de la voluntad de las partes no podían aplicarse a los
contratos en curso de ejecución. De ello puede concluirse que —a contrario- si la nueva
ley tenía naturaleza de orden público, carácter que podía surgir de su texto expreso o
desentrañarse del examen de su finalidad, podía resultar de aplicación a esos contratos
cuyas prestaciones y efectos no se habían agotado o consumido totalmente con
antelación a su vigencia.
1.3. El CCyC
Pero no puede caerse en el error de postular una asimilación absoluta entre los dos
cuerpos normativos, porque más allá de las semejanzas en la formulación del principio
que se consagra, la irretroactividad cualquiera que fuere la naturaleza de la ley nueva,
como fue claramente expuesto por Gil Domínguez "lo que cambia radicalmente es el
sistema de fuentes donde abreva cada norma" (6), como ha quedado evidenciado en los
Fundamentos del Anteproyecto. Esa ha sido la concepción que guio a la Comisión
encargada de redactar la nueva legislación.
Pero, como se ha dicho, es claro que el art. 7 del CCyC "es copia del art. 3 del Código
Civil viejo, según texto incorporado por la ley 17.711 en el año 1968. Se introduce, sin
embargo, una ligera variante en cuanto a los contratos en curso de ejecución y a las
nuevas normas supletorias que regulen relaciones de consumo y sean más favorables a
los consumidores. En concreto, el citado artículo del Código Civil y Comercial de la
Nación prescribe: a) la inaplicabilidad de la nueva ley a las relaciones y situaciones
anteriores a su vigencia; b) la acción, alcance o efecto de las leyes que sucede en forma
inmediata, sin tardanza o sin que medie tiempo alguno, para aplicarse a las derivaciones
de las relaciones y situaciones jurídicas anteriores; c) la viabilidad de una norma que —
en contra del principio general— establezca la retroactividad; d) la existencia de un
límite a esa retroactividad fijado en la afectación a derechos resguardados por garantías
constitucionales; e) la inaplicabilidad a los contratos en curso de ejecución de las leyes
supletorias posteriores a la contratación si son más favorables al consumidor en una
relación de consumo" (7). No puede pasar desapercibido que el nuevo texto codificado
es, simplemente, un microsistema más que debe interpretarse al amparo de las reglas
constitucionales.
Esta parece ser la interpretación que guio en el precedente que aquí comento el
pensamiento de la Sra. Juez preopinante Zampini, línea interpretativa que fue
complementada en el voto del Dr. Gérez. Los dos magistrados coincidieron —a mi
juicio acertadamente- en atribuir al nuevo régimen una operatividad inmediata a los
principios generales de los contratos y, particularmente, a aquellos que rigen los
contratos de consumo.
Con base en importante aporte autoral, se juzgó que "los hechos cumplidos están
regidos por la ley vigente al tiempo en que se desarrollaron y, a su vez, que el nuevo
ordenamiento no se proyecta atrás ni altera el alcance jurídico de las situaciones y
consecuencias de los hechos y actos realizados y agotados en un momento bajo un
determinado dispositivo legal" (8).
El punto central del régimen que insertó el art. 7, que en este aspecto dista de ser
novedoso, se contrae a "que las leyes no tienen efecto retroactivo salvo que en forma
expresa disponga lo contrario, no importando si es de orden público o no. El principio
de irretroactividad significa que las leyes rigen para el futuro. La nueva legislación no
puede volver sobre situaciones o relaciones jurídicas ya terminadas ni sobre efectos ya
producidos de situaciones o relaciones aún existentes. En un sistema republicano como
el nuestro esto es esencial porque si el legislador se arrogara la facultad de gobernar el
pasado e introducir modificaciones en lo ya acontecido se caería en una gran
inseguridad jurídica. Nadie estaría seguro sí lo realizado en el presente podría ser
afectado por una ley posterior. En definitiva la irretroactividad de la ley se impone para
sustentar el principio de seguridad y firmeza de las relaciones jurídicas" (9). Esta
conclusión ha sido compartida por la jurisprudencia de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (10).
El tercer párrafo dispone que las nuevas leyes supletorias no son aplicables a los
contratos en curso de ejecución.
El art. 962 establece que las normas legales relativas a los contratos son supletorias de la
voluntad de las partes, a menos que de su modo de expresión, de su contenido, o de su
contexto, resulte su carácter indisponible. Por otra parte, el art. 960 dispone que los
jueces no tienen facultades para modificar las estipulaciones de los contratos, excepto
que sea a pedido de una de las partes cuando lo autoriza la ley, o de oficio cuando se
afecta, de modo manifiesto, el orden público. Lorenzetti opinó que, por consiguiente, el
juez no puede modificar el contrato excepto que lo pida uno de los contratantes en los
casos que lo autorice la ley o de oficio cuando se esté afectando el orden público (13).
Borda estimó razonable esta disposición —aunque en rigor hacía referencia a la similar
solución del art. 3 CC- porque las leyes supletorias tienen por objeto suplir la voluntad
de las partes cuando estas no la exteriorizan, pudiendo apartarse de sus disposiciones,
alterarlas o cambiarlas. Es en caso de que no exista estipulación expresa en contrario
cuando esas normas tienen vigencia. Integran el contrato pero los contratantes no
aludieron a ellas explícitamente porque hubiera sido una estipulación sobreabundante
(14).
En otra perspectiva y con finalidad diversa, el mismo art. 7 dispone que "a partir de su
entrada en vigencia, las leyes se aplican a las consecuencias de las relaciones y
situaciones jurídicas existentes". La noción de situaciones jurídicas y su diferencia con
las situaciones contractuales fueron explicadas con precisión por Uzal (15).
En un valioso aporte doctrinario Junyent Bas señaló que "resulta conveninte aclarar que
se controvierte en doctrina respecto de la distinción entre los efectos de un hecho y las
consecuencias de él. Efectos son las derivaciones necesarias de un hecho o acto; las
consecuencias, en cambio, sólo se producen con ocasión del hecho o acto, no teniendo a
éste como causa eficiente, sino, simplemente, como concausa. Los efectos propios de un
hecho o acto por estar incorporados en él se regirían siempre por la ley existente en el
momento de su constitución" (16). Puede coincidirse con estas conclusiones, aunque no
siempre sea sencillo diferenciar los efectos de las consecuencias. No obstante, el
parámetro formulado por el jurista cordobés presenta utilidad en un plano conceptual
lógico.
No obstante, la asimilación que el autor citado descarta es, en otras opiniones,
indiferente, porque las consecuencias serían las derivaciones o efectos jurídicos que
tienen causa eficiente en una relación o situación jurídica determinada (17).
Con respecto a las normas del derecho del consumo, una elogiable sentencia que ya fue
mencionada estableció, en referencia a los contratos de ejecución, que esa regla general
"se invierte en el sentido de que, al contrato de consumo en curso de ejecución, le son
aplicables las nuevas leyes supletorias que puedan sancionarse, siempre y cuando,
obviamente, por fidelidad a un principio cardinal que informa la materia, sea más
favorable al consumidor. O sea, las leyes de protección de los consumidores, sean
supletorias o imperativas, son de aplicación inmediata. No dispone la aplicación
retroactiva de la ley sino su aplicación inmediata a los contratos en curso de ejecución"
(21).
El carácter de orden público de la LDC parece dejar fuera del ámbito operativo del
último apartado del art. 7 CCyC, en cuanto prescribe la aplicación inmediata de las
disposiciones de las nuevas leyes supletorias más favorables al consumidor en las
relaciones de consumo. En efecto, las reglas del ordenamiento que protege a los
consumidores o usuarios (Ley 24.240) son de orden público, pero cabe plantear si las
normas que tienen idéntico propósito tutelar en el CCyC también tienen esa naturaleza.
Si la respuesta fuera afirmativa el eventual conflicto quedaría aprehendido por el
principio general de irretroactividad y de inaplicabilidad a los efectos de relaciones o
situaciones jurídicas anteriores y resuelto en favor de la norma de orden público frente a
la regla implemente supletoria de la voluntad de las partes (arts. 963 y 964). Esto
conduce a sostener que no todas las disposiciones del Título III del Libro III del CCyC
son indisponibles para las partes.
El respeto a la voluntad de las partes, que han celebrado un contrato sujetándose a la ley
vigente al momento de su conclusión, impone juzgar esa relación por las disposiciones
de la ley reemplazada. A partir de este correcto criterio, es posible remarcar que si se
trata de una relación de consumo, en especial si se establece un vínculo durable, "cabe
descartar la presunción de una voluntariedad común sobre la remisión a las normas
supletorias vigentes" (24).
Con extraordinaria eficacia expresiva Uzal resaltó que "es sabido que el punto de
inflexión en el principio de la autonomía de la voluntad en materia de contratos está
dado, precisamente, por las relaciones de consumo, donde campea el principio de
protección al consumidor, entendido como la parte más débil de la negociación de esas
características, de ahí, que se haya consagrado una excepción a régimen que rige en
general para los contratos y se haya dispuesto la aplicación inmediata de las leyes que
consagran disposiciones más favorables al consumidor, aún, para las consecuencias de
aquellos contratos que se encuentran en curso de cumplimiento, siempre claro está, que
por las circunstancias del caso ello no importe una indebida aplicación retroactiva de las
nuevas leyes a actos ya consumidos con valor jurídico propio en el pasado" (25).
V. El daño punitivo
La atribución de función punitiva a la multa civil prevista en el art. 52 bis, LDC, aunque
presenta distintos vaivenes en punto a la adición de propósitos diversos que con
frecuencia se ha hecho, es constante en los precedentes jurisprudenciales (28) y está
presente también, pero sujeta a una intrincada polémica en torno a su asimilación a la
normativa penal cuyos principios se aplicarían en esta materia, en las elaboraciones
doctrinales (29), que han destacado a la vez su excepcionalidad (30).
Pero, como recién se ha dicho, es corriente asignar a los daños punitivos otras dos
finalidades: reparatoria y preventiva. En rigor, la cuestión es sumamente ardua y refiere
a un plano de mucha mayor amplitud, que se vincula con la esencia misma de la
responsabilidad civil (31).
Debe tenerse en cuenta que el llamado microsistema de defensa de los derechos de los
consumidores y usuarios, influyó en el macrosistema constituido por el derecho civil
patrimonial, específicamente en materia de responsabilidad cuando se trate de los
vínculos descriptos por el artículo 3 de la ley 24.240. Y también que esta incidencia es
recíproca, como fue certeramente explicado por un ilustre Profesor (33).
Pero la interpretación se torna más dificultosa cuando se trata de describir los perfiles de
la disuasión en relación a la facultad punitiva que se suelen presentar indisolublemente
unidos. Es que la amenaza de la aplicación de una sanción puede tener el efecto de
precaver la reiteración de conductas consideradas disvaliosas. Sin embargo, parece que
es posible sostener que la punición opera en referencia a una conducta ya realizada
mientras que la prevención alude a un obrar futuro (38).
La redacción del art. 52 bis del estatuto del consumidor ha sido conceptuada como
insuficiente o, al menos, que habilita interpretaciones disímiles en tanto sólo exige para
la procedencia de la aplicación de la multa civil que se constate que el proveedor
(descripto por el art. 2 LDC, que se complementa con la descripción subjetiva que
contiene el art. 1093 CCyC) ha incumplido sus obligaciones legales o contractuales,
siempre bien entendido que debe vincularse con una relación de consumo.
Pero para compartir esa posición debe concordarse en que el sistema de la ley de
defensa de los consumidores es autosuficiente y que las reglas de la responsabilidad
civil del derecho común no serían en ningún caso aplicables en materia de defensa de
consumidores y usuarios. En efecto, no está aquí en discusión la especificidad del
sistema destinado a la protección de aquéllos, sino que se intenta proveer una
interpretación razonable a la aplicación de un instituto novedoso, aunque más que
eficientemente evaluado doctrinariamente, cuyos perfiles nítidos distan aun de haberse
precisado con contundencia. Para ello no es desacertado referir al derecho civil, porque
tal método interpretativo es congruente con el diálogo de las fuentes aludido por Mosset
Iturraspe y, además, resulta de suma utilidad para evitar desmesuras, por cierto que
ejercido dentro del ámbito protectorio de la LDC en congruencia con su objeto y
principios disciplinantes.
Otro tanto puede señalarse respecto de la exigencia de que se haya cumplido una
actuación objetivamente descalificable desde el punto de vista social, esto es, disvaliosa
por indiferencia hacia el prójimo, desidia o abuso de una posición de privilegio (45).
En realidad todas estas formulaciones, que llevan consigo una dosis de verdad si se las
considera contextualmente, sólo pueden resultar útiles si ha mediado un factor de
atribución subjetivo.
Como presupuestos para que proceda la aplicación de la multa civil se suele requerir
una conducta especialmente grave o reprochable del dañador, caracterizada por la
existencia de dolo o una grosera negligencia. En general, ya ha quedado señalado, se
exige también que exista un daño efectivamente sufrido por la víctima (46).
A ello cuadra agregar que la disposición del art. 40, también basilar en la materia como
fue antes reconocido, podría entenderse referida a los daños o al peligro a que esté
expuesto el consumidor o usuario como consecuencia de la actividad riesgosa que
emprendió el proveedor. Pero ella no reviste en todos los casos e invariablemente ese
carácter. Es cierto que el desequilibrio que presentan las relaciones de consumo en
desmedro del consumidor, principalmente por su vulnerabilidad que deriva de los
distintos grados de conocimiento y experiencia, impone una apreciación en el sentido
más favorable hacia el jurídicamente débil; tal es lo que exigen el art. 3 —mediante una
interpretación principista- y el art. 37 —en el acotado marco contractual- como es
sabido. Pero la defensa de los derechos de los vulnerables no puede extenderse, además
de la justa e íntegra reparación que asignen los jueces, más allá de lo que el propio obrar
autorice. Por ese motivo es prudente exigir la concurrencia del factor de atribución de
responsabilidad subjetivo para aplicar la multa civil. La equidad no se opone a ello. No
se debe presumir que esta interpretación conduce a desproteger a los consumidores;
antes bien, esa suerte de automatismo sostenido frente a cualquier clase de
incumplimiento podría generar una reacción en sentido contrario. En realidad, es
posible señalar que la respuesta se encuentra en el propio texto del art. 52 bis, que
concibe la aplicación de la multa civil como mera facultad del juez ejercida a pedido del
consumidor perjudicado y no como una obligación. Encuadrada la cuestión en este
ámbito, el de la mesurada discrecionalidad judicial, se aprecia que la LDC confiere una
opción que se adoptará en base a algún elemento que se asiente en la relevancia del
incumplimiento, porque de otro modo la solución quedaría librada a la sola volición del
magistrado. En otros términos, si la responsabilidad es objetiva y el antecedente de la
multa civil fuera únicamente cualquiera de los incumplimientos aludidos por el art. 52
bis, ninguna valoración correspondería hacer y la decisión judicial no sería más que una
simple preferencia antojadiza e irrazonable. Agréguese a ello la prohibición de su
declaración oficiosa (51).
Pero en todos los casos en que deba apreciarse la aplicación de la multa civil, el factor
de atribución impondrá detenerse en el concreto obrar del proveedor, para discernir si
actuó con dolo, grave desaprensión o desinterés por los derechos e intereses ajenos o
culpa. Esto implica admitir que la gravedad es relativa porque el elemento inexcusable
es la acción -positiva u omisiva- en desmedro de los sujetos tutelados por el régimen de
la LDC (52).
Es el caso en que los proveedores emplean esta técnica de modo permanente y como
una forma de financiarse mediante sus consumidores (53).
También en este caso, aunque pueda en alguna situación puntual servir como una eficaz
herramienta interpretativa, se advierte que la mirada economicista prevalece sobre otras
consideraciones de orden más trascendente (55). Es lógico entender que el proveedor
que lucre a expensas de los daños que provocó a los consumidores ha cometido un
ilícito civil —o penal, según se mire- que debe ser reprimido. El daño concreto se
resarcirá mediante la determinación de la íntegra reparación y la multa civil del art. 52
bis, cumplirá una función ejemplarizadora, al mismo tiempo que incrementará
justificadamente la indemnización que se debe al consumidor. Pero debe tenerse en
cuenta que el reproche subjetivo procede aun cuando el proveedor no haya obtenido
beneficio alguno.
Para resumir la línea de pensamiento que hasta aquí fue expuesta, resulta útil recordar la
muy autorizada opinión de Chamatrópulos,en el sentido de que "se requiere,
forzosamente, que quien realiza la conducta ilícita actúe con una intención subjetiva
especial. Se han usado distintos términos para identificar esa actitud: temeridad, malicia,
grave menosprecio o indiferencia hacia el otro, abuso de poder, etc. Pero en definitiva
siempre giraremos en torno a las nociones de dolo o culpa grave ("cuasi-dolo"). Es decir
que, para que se impongan daños punitivos será necesario que se acredite que el agente
dañador violó deliberadamente un deber a su cargo (dolo) o que la falta de
cumplimiento del mismo es tan grosera, que resultaría difícil creer (a menos que seamos
muy ingenuos) que se trataría de un acto no intencional (culpa grave); en otras palabras,
de una acción negligente o imprudente en grado extremo. Creemos que en la gran
mayoría de los casos, se tratará de un supuesto de "cuasi-dolo" o "dolo no acreditado",
generalmente a causa de circunstancias muy particulares (la dificultad, o imposibilidad
muchas veces, de probar la existencia de un estado volitivo interno), cuando no de la
astuta (o mejor dicho, maliciosa) estrategia judicial del demandado" (56).
Dispone el art. 8 bis, LDC, que los proveedores deberán garantizar condiciones de
atención y trato digno y equitativo a los consumidores y usuarios. Deberán abstenerse
de desplegar conductas que coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes,
vejatorias o intimidatorias. No podrán ejercer sobre los consumidores extranjeros
diferenciación alguna sobre precios, calidades técnicas o comerciales o cualquier otro
aspecto relevante sobre los bienes y servicios que comercialice. Cualquier excepción a
lo señalado deberá ser autorizada por la autoridad de aplicación en razones de interés
general debidamente fundadas. En los reclamos extrajudiciales de deudas, deberán
abstenerse de utilizar cualquier medio que le otorgue la apariencia de reclamo judicial.
Tales conductas, además de las sanciones previstas en la presente ley, podrán ser
pasibles de la multa civil establecida en el artículo 52 bis de la presente norma, sin
perjuicio de otros resarcimientos que correspondieren al consumidor, siendo ambas
penalidades extensivas solidariamente a quien actuare en nombre del proveedor.
Según la Dra. Zampini "la norma es constitucional, toda vez que los daños punitivos se
encuadran dentro del derecho protectorio del consumidor que tiene por objetivo un
esquema de disuasión que persigue incentivar al proveedor de bienes y servicios para
que lleve a cabo una actividad productiva de una manera socialmente eficiente, tratando
de evitar la producción de daños a las personas y a la sociedad".
Claro que lo que recién señalé no es más que una preferencia personal que no
desmerece en modo alguno el fallo bajo comentario, que ha conjugado debidamente los
principios que emanan del art. 42 de la CN.
En relación a esa cuestión, en los fundamentos del Anteproyecto se señaló que "las
partes generales permiten la utilización de conceptos normativos que luego se
especifican, así como una lectura más sencilla de todo el sistema. El código se relaciona
con otras normas ya existentes en el sistema, y ello ha demandado un esfuerzo
importante a fin de lograr la mayor coherencia posible, sobre todo teniendo en cuenta
que esas leyes contienen reglas, frases y vocablos disímiles. Como consecuencia de la
constitucionalización del derecho privado hay un importante contenido de normas de
orden público en áreas relevantes. Es interesante señalar la función del derecho
supletorio como modelo. El anteproyecto respeta los otros microsistemas normativos
autosuficientes. Es decir, se ha tratado de no modificar otras leyes, excepto que ello
fuera absolutamente necesario".
Se ha señalado con acierto que si alguna prevalencia ha de asignarse a la ley 24.240, ella
corresponde no tanto por su "especificidad", sino por el carácter infraconstitucional de
aquélla, y por ser la norma que con más amplitud se ocupa de la puesta en acto del
principio consagrado por el art. 42 de la Constitución Nacional (58). En pocas palabras,
ello deriva en que la LDC es la reglamentación directa -o, podría decirse, la puesta en
operación- de la garantía constitucional. Relación directa que no permite argüir
válidamente su inadecuación al plexo de garantías constitucionales.
Para finalizar con este examen parcial del tema puede señalarse que la aplicación de la
multa civil prevista por el art. 52 bis en modo alguno puede considerarse irrazonable,
como fue postulado por la aseguradora apelante en el fallo que aquí se comenta. Creo
que, luego de reseñados los propósitos de su consagración legislativa, no puede ponerse
siquiera en debate esa aseveración. Diferente es la proporcionalidad de la cuantía, con la
que puede o no coincidirse, pero es claro que la potencia dañosa de quien celebra
contratos masivos —como la aseguradora demandada- justifica la actuación
jurisdiccional, no sólo sancionatoria —que sólo tiene importancia en el caso concreto-
sino también preventiva. La posibilidad de perjudicar a una colectividad considerable de
sujetos no permite al juez desentenderse del posible obrar futuro.
De ello se sigue que la única norma que prevé la aplicación de multas civiles con los
condimentos que ya fueron analizados es el art. 52 bis de la ley 24.240.
Otro tanto juzgó el Dr. Gérez: "resulta evidente que la aseguradora no cumplió con una
administración leal y eficaz que asegure el debido cumplimiento de las obligaciones
contraídas y garantice la prestación del servicio en forma satisfactoria (pago del valor
del vehículo mediante una liquidación leal y rápida); máxime cuando en la actividad
aseguradora hay un interés público comprometido que exige el ejercicio del poder de
policía estatal por vía de la Superintendencia de Seguros, aunque el descontrol en este
ámbito no puede negarse. Dicha conducta revela una actuación que merece una sanción
adicional a los fines de prevenir que en el futuro se produzcan conflictos similares al de
autos y la forma de hacerlo es recurriendo al daño punitivo que consagra el art. 52 bis de
la ley 24.240...".
En materia de interpretación las normas que regulan las relaciones de consumo deben
ser aplicadas e interpretadas conforme con el principio de protección del consumidor y
el de acceso al consumo sustentable. En caso de duda sobre la interpretación de este
Código o las leyes especiales, prevalece la más favorable al consumidor (art. 1094).
Además, el contrato de consumo se interpreta en el sentido más favorable para el
consumidor. Cuando existen dudas sobre los alcances de su obligación, se adopta la que
sea menos gravosa (art. 1095).
Como punto de partida del análisis del caso se debe recordar que el artículo 42 de la
Constitución Nacional establece que los consumidores y usuarios de bienes y servicios
tienen derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e
intereses económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección, y a
condiciones de trato equitativo y digno. Las autoridades proveerán a la protección de
esos derechos, a la educación para el consumo, a la defensa de la competencia contra
toda forma de distorsión de los mercados, al control de los monopolios naturales y
legales, al de la calidad y eficiencia de los servicios públicos, y a la constitución de
asociaciones de consumidores y de usuarios. La legislación establecerá procedimientos
eficaces para la prevención y solución de conflictos, y los marcos regulatorios de los
servicios públicos de competencia nacional, previendo la necesaria participación de las
asociaciones de consumidores y usuarios y de las provincias interesadas, en los
organismos de control.
Pero también cabe detenerse en los otros derechos de los consumidores mencionados en
dicho art. 42 -que presentan similar intensidad y que, por lo tanto, no admiten que se
establezca un orden de prelación en relación a ellos- en especial, en lo que en esta
materia adquiere preponderancia para el comentario emprendido, la protección de la
salud, seguridad e intereses económicos y la libertad de elección de los consumidores,
que guardan entre sí una relación tan estrecha que sólo muy dificultosamente pueden ser
considerados separadamente. No es aventurado suponer que constituyen un único
bloque en el que cada garantía prevista en favor de los consumidores o usuarios
funciona como antecedente y justificación de las demás. La interpretación no puede,
entonces, prescindir de esta concepción unitaria de los derechos que confiere el art. 42
CN.
6.1. Sistema informativo y publicitario en la Ley de Defensa del Consumidor
La identificación que se dio a este apartado implicó haber tomado previamente una
postura definida que exigirá una demostración. En efecto, es posible aseverar que, con
base en la regla constitucional, la ley reglamentaria ha estructurado un sistema de
información en beneficio del consumidor que tiene muy amplios alcances, pues refiere
no sólo a aquellos aspectos que el consumidor debe conocer para decidir si establece o
no el vínculo de consumo (62), sino también a los requerimientos que debe cumplir la
oferta hecha pública y su eficacia vinculante, y a las mismas modalidades que permiten
a consumidores y usuarios el acceso al conocimiento de lo que es ofrecido, es decir, los
medios empleados para formular ofrecimientos a potenciales interesados.
En paralelo, el Código de Defensa del Consumidor del Brasil, art. 6º, contempla como
derechos básicos del consumidor, entre otros ajenos al marco de este comentario, la
información clara y adecuada sobre los diferentes productos y servicios, con
especificación correcta de cantidad, características, composición, calidad y precio, así
como los riesgos que puedan presentar (inc. III); y la protección contra la publicidad
engañosa y abusiva, métodos comerciales coercitivos o desleales, así como prácticas y
cláusulas abusivas o impuestas en el suministro de productos y servicios (inc. IV).
En Perú, el Código de Protección y Defensa del Consumidor (ley 29.571), el art. IV, 7,
describe la asimetría informativa como aquella característica de la transacción comercial
por la cual uno de los agentes, el proveedor, suele tener mayor y mejor información
sobre los productos y servicios que ofrece en el mercado a los consumidores. El art. V,
inc. 3, regula el principio de transparencia que exige que en la actuación en el mercado,
los proveedores generan una plena accesibilidad a la información a los consumidores
acerca de los productos o servicios que ofrecen; la información brindada debe ser veraz
y apropiada conforme al presente Código. Paralelamente, el inc. 4 contempla el
principio de corrección de la asimetría, que formula de esa manera: las normas de
protección al consumidor buscan corregir las distorsiones o malas prácticas generadas
por la asimetría informativa o la situación de desequilibrio que se presente entre los
proveedores y consumidores, sea en la contratación o en cualquier otra situación
relevante, que coloquen a los segundos en una situación de desventaja respecto de los
primeros al momento de actuar en el mercado.
6.1.1. La información
Según está dispuesto por el art. 4º LDC, el proveedor está obligado a suministrar al
consumidor en forma cierta, clara y detallada todo lo relacionado con las características
esenciales de los bienes y servicios que provee, y las condiciones de su
comercialización. La información debe ser siempre gratuita para el consumidor y
proporcionada con claridad necesaria que permita su comprensión.
Por consecuencia de lo que establece el art. 5º las cosas y servicios deben ser
suministrados o prestados en forma tal que, utilizados en condiciones previsibles o
normales de uso, no presenten peligro alguno para la salud o integridad física de los
consumidores o usuarios.
El art. 6º, a su turno, señala que las cosas y servicios, incluidos los servicios públicos
domiciliarios, cuya utilización pueda suponer un riesgo para la salud o la integridad
física de los consumidores o usuarios, deben comercializarse observando los
mecanismos, instrucciones y normas establecidas o razonables para garantizar la
seguridad de los mismos. En tales casos debe entregarse un manual en idioma nacional
sobre el uso, la instalación y mantenimiento de la cosa o servicio de que se trate y
brindarle adecuado asesoramiento. Igual obligación regirá en todos los casos en que se
trate de artículos importados, siendo los sujetos enunciados en el artículo 4 responsables
del contenido de la traducción.
Corresponde enfocar debidamente el ámbito en el que opera este Capítulo II, para hacer
lo cual debe atenderse a que las exigencias impuestas al proveedor relacionadas con la
información que se halla obligado a proporcionar, se cumplen en la etapa conclusiva del
vínculo jurídico. Es cierto, sin embargo, que como consecuencia de la información que
se le provea, en los términos del art. 4º, el consumidor puede desistir de entablar la
relación de consumo -o, si lo hizo, disolverla-, pero parece que igualmente ello
integraría el momento de la celebración (supuestos, en principio, regulados por los arts.
5º y 6º). Es claro, no obstante lo dicho, que la verificación del cumplimiento de los
deberes informativos se produce en oportunidad ulterior, durante la ejecución, para
asignar a la relación concreta los efectos que según el ordenamiento de protección de
consumidores y usuarios corresponden. Ello, porque la satisfacción de los principios
destacados más arriba puede ser perfectamente examinada con sujeción a las
particularidades que pueda presentar el vínculo establecido. Recuérdese cuanto dispone
el art. 4º del Decreto 1798/94, según el cual los proveedores de cosas o servicios que,
posteriormente a la introducción de los mismos en el mercado de consumo, tengan
conocimiento de su peligrosidad, deberán comunicar inmediatamente tal circunstancia a
las autoridades competentes y a los consumidores mediante anuncios publicitarios
suficientes.
La finalidad que persigue este deber de información previsto en favor del consumidor es
permitir que el consentimiento que presta al contratar por un producto o servicio haya
sido informado reflexivamente, teniendo en cuenta que en ese momento la posición
jurídica del proveedor es evidentemente privilegiada respecto de la del consumidor por
su conocimiento respecto de la materia objeto del contrato. Asimismo, dicho deber de
información, además de proteger el consentimiento del consumidor, también recae sobre
las características esenciales de la ejecución del contrato, es decir que, al adquirir el
producto o contratar el servicio, el consumidor o usuario debe ser informado sobre sus
riesgos y variaciones (64).
En materia de información, el art. 1100 del CCiv y Com, establece que el proveedor está
obligado a suministrar información al consumidor en forma cierta y detallada, respecto
de todo lo relacionado con las características esenciales de los bienes y servicios que
provee, las condiciones de su comercialización y toda otra circunstancia relevante para
el contrato. La información debe ser siempre gratuita para el consumidor y
proporcionada con la claridad necesaria que permita su comprensión.
En el voto del Dr. Gérez se precisó con toda claridad qué responsabilidad cupo a cada
uno de los demandados. Dijo ese juez que "efectivamente, tal como hemos señalado
anteriormente, esta sanción adicional corresponde a la aseguradora —exclusivamente-
por ser ésta, quien incurrió en una "inconducta grave" al incumplir el contrato, ya que su
actitud posterior a la comprobación de los desperfectos demostró que su elección por la
"reparación" no se adecuaba a la gravedad de los daños comprobados, sumado a la
renuencia en la información indispensable que debió brindar a la actora como
"consumidora" del servicio prestado. En este punto, nada puede achacarse al tallerista,
ya que este si bien deberá responder solidariamente por los rubros indemnizatorios —
como se explicará más adelante- se ha limitado a efectuar las reparaciones
encomendadas, sin que pueda advertirse, a través de las constancias de autos, que al
margen de la reparación ineficiente (mero incumplimiento), haya incurrido en una grave
inconducta frente a la actora, o que se haya enriquecido indebidamente o abusado de su
posición de poder".
Se ha considerado, en concordancia con el juicio del tribunal marplatense, que "el art.
52 bis LDC establece la responsabilidad solidaria de todos los sujetos miembros de la
cadena de producción y/o comercialización de un bien y/o servicio (en realidad es
responsabilidad concurrente, tal como lo hemos dicho al comentar el art. 40 LDC). En
la práctica, esta parte del precepto, no es tomado en cuenta por los jueces ni por la
doctrina, pues se sostiene que ese deber de responder patrimonialmente sólo puede
recaer sobre aquél sujeto de la cadena que haya actuado con un determinado ánimo
subjetivo reprochable" (66).
La impecable decisión sobre el particular es una muestra elocuente del distingo que
autoriza dicha disposición legal, porque al exonerar de la multa civil al tallerista no ha
hecho más que atender a la conducta que en concreto cumplió. Por ese motivo su
responsabilidad se contrajo al daño que efectivamente causó: la reparación defectuosa
del automotor objeto de la relación de seguros.
8. Conclusiones
Y en esa línea argumental, no puede sino encomiar la aplicación de la multa civil con
base en su finalidad disuasoria y preventiva. La difusión de sentencias como la
comentada tendrá -no abrigo dudas al respecto- repercusión cierta en el ámbito del
mercado asegurador, tan proclive a la actuación carente de controles eficaces, como
señaló el colega Dr. Gérez.
Estimo que, en el orden recién señalado, se ha hecho una lectura eficaz de los derechos
de los consumidores y se ha distribuido lógicamente la responsabilidad que cupo a cada
uno de los sujetos que intervinieron en esa relación.
(1) (1) MESSINEO, Francesco, "Manual de derecho civil y comercial", t. I, Ed. TEA,
Buenos Aires, 1979, p. 89. El Profesor milanés volcó su opinión en base a la disposición
del art. 11 de las "Disposiciones sobre la ley en general", preliminares del Código Civil
italiano, que mandaba textualmente: "la ley sólo dispone para el porvenir, la misma no
tiene efecto retroactivo".
(2) (2) Téngase en cuenta que esta concepción, que no significa más que resaltar la
ostensible función ordenadora de la convivencia del sistema jurídico, no pasó
desapercibido para Vélez Sarsfield, quien en la nota al art. 4044 sostuvo que "en la
teoría de la no retroactividad de las leyes, es preciso no atender solamente al interés de
los particulares. Debe siempre compararse las ventajas e inconvenientes del interés
público y del interés privado. El interés privado sin duda es un punto de vista capital,
pero también el interés general de la sociedad exige que las leyes puedan ser
modificadas y mejoradas, y que las leyes nuevas, que necesariamente se presumen
mejores, reemplacen cuanto antes a la antiguas, cuyos defectos van a corregir. La nueva
ley deberá entonces ser aplicada a las consecuencias de los hechos anteriores, que sólo
son meras expectativas y no derechos ya adquiridos".
(3) (3) BUSSO, Eduardo B., "Código Civil Anotado", t. I, Compañía Argentina de
Editores SRL, Buenos Aires, 1944, p. 20, n°1. Agregó que, en materia civil y
administrativa, el límite a la retroactividad está conformado por la inalterabilidad del
derecho incorporado a un patrimonio o amparado por otra garantía constitucional,
supuesto en el que se confunde con la inviolabilidad de la propiedad.
(6) (6) GIL DOMÍNGUEZ, Andrés, El art. 7 del Código Civil y Comercial y los
procesos judiciales en trámite. Una mirada desde el sistema de fuentes constitucional y
convencional, Revista Código Civil y Comercial, Héctor Alegría Director, Año 1, N° 1,
La Ley, Bs. As., julio de 2015, p. 16. Destaca el autor que "mientras el actual Código
Civil refleja un paradigma de Estado legislativo de derecho (que siempre estuvo en gran
tensión con el modelo constitucional argentino), el Código Civil y Comercial refleja el
paradigma de Estado constitucional y convencional de derecho argentino vigente desde
la reforma constitucional de 1994. Quizás allí radique una de las claves para poder
entender de qué manera funcionará el art. 7, donde necesariamente se deberá mirar más
a la Constitución y a los Instrumentos Internacionales de derechos humanos que a la
tradicional doctrina civilista".
(8) (8) CNCiv, Sala H, 18/09/2015, "Trigueros, Raúl Omar c/ Vaitech Internacional s/
daños y perjuicios", voto del Dr. Kiper.
(10) (10) CNCom, Sala A, 15.09.15, "Banegas, Oscar Roberto s/ quiebra". Debe
repararse en que la interpretación de los alcances del CCCN 7 tiene como pilares dos
principios fundamentales: la irretroactividad de la ley -salvo disposición en contrario,
que en ningún caso podrá afectar derechos amparados con garantías constitucionales- y
su aplicación inmediata, a partir de su entrada en vigencia "aún a las consecuencias de
las relaciones y situaciones jurídicas existentes". Cabe profundizar aquí, en el primero
de esos principios, esto es, aquél que veda toda posible aplicación retroactiva no
prevista expresamente y que lleva de la mano a precisar cuándo una ley es retroactiva,
lo que presenta particulares dificultades si se trata de hechos in fieri, es decir, en curso
de desarrollo. Ello, a fin de apreciar si la aplicación de la reforma en el caso, puede
implicar una indebida aplicación retroactiva. Debe recordarse que se ha dicho que se
configurará una aplicación retroactiva de la ley: a) cuando se vuelva sobre la
constitución o extinción de una relación o situación jurídica anteriormente constituida o
extinguida; b) cuando se refiera a los efectos de una relación jurídica ya producidos
antes de que la nueva ley se halle en vigencia; c) cuando se atribuyan efectos que antes
no tenían a hechos o actos jurídicos, si estos efectos se atribuyen por la vinculación de
esos hechos o actos con un período de tiempo anterior a la vigencia de la ley; d) cuando
se refiera a las condiciones de validez o efectos en curso de ejecución que resulten ser
consecuencias posteriores de hechos ya cumplidos, con valor jurídico propio, en el
pasado y que derivan exclusivamente de ellos, sin conexión con otros factores
sobrevinientes; e) cuando se trata de situaciones jurídicas concurrentes que resultan de
fuentes de derecho diferentes que entran en conflicto y pueden suscitar desigualdades
entre los titulares de esas relaciones, precisamente, porque dado que cada una de ellas
nace de causas diferentes, cada una debe soportar la competencia de la ley que
corresponde al momento de su constitución, de sus efectos o de su extinción, según el
caso (confr. Roubier P. "Les conflicts des lois dans le temps" t. 1, ps. 376 y sigs.;
BORDA G. "La reforma del código civil. Efectos de la ley con relación al tiempo" E.D.
t. 28 p.809; COVIELLO y BUSSO, citados por Llambías J.J. "Tratado de Derecho
Civil. Parte General", t. 1, p. 144/5, en nota 68 bis; UZAL, Maria Elsa, "Nuevo Código
Civil y Comercial: la vigencia temporal con especial referencia al Derecho Internacional
Privado", Revista CCCN (Director: Dr. Héctor Alegría), LA LEY, n° 1, Julio 2015, ps.
50-60 nota 1).
(11) (11) FERREIRA RUBIO, Delia M., Títulos Preliminares. Título I. De las leyes,
"Código Civil", Alberto J. Bueres, Director, HIGHTON Elena I., Coordinación, t. 1-A,
Hammurabi, Buenos Aires, 2003, p. 9. Recuerda la autora la célebre aporía entre
seguridad y justicia que ha generado intensos debates en la filosofía jurídica. La
conciliación de los valores en contradicción es, con frecuencia, muy difícil de alcanzar;
por consiguiente, la solución sólo puede alcanzarse —frente a cada situación en
particular- si se otorga preferencia a una u otra. Cabe coincidir, entonces, con el planteo
y la síntesis que propuso la citada doctrinaria, es decir, reconocer las diferencias y
dotarlas del sentido valorativo que resulte más eficaz. Estas consideraciones
evidentemente no han sido ajenas a los codificadores, quienes elaboraron distintas
regulaciones específicas en orden a proteger especialmente los derechos de aquellos
colocados en posiciones más vulnerables, o en relación a situaciones particularmente
sensibles. En sentido concordante se ha señalado que "todo cambio legislativo trae
consigo una colisión temporal de normas y, en un plano más amplio, enfrenta dos
valores jurídicos imprescindibles para cualquier ordenamiento. Por un lado la seguridad
jurídica, por el otro, la justicia. Si se dicta una nueva ley, es porque quienes tienen a su
cargo una responsabilidad legislativa presuponen que ofrece una solución más justa que
la anterior. Con ello se avanza hacia la evolución del ordenamiento jurídico en su
conjunto" (MOLINA de JUAN, Mariel F., "El Código Civil y Comercial y los procesos
familiares en trámite", LA LEY del 16.09.15 — 2015-E, y sus citas).
(12) (12) DELL'OREFFICE, Carolina y PRAT, Hernán V., "La aplicación del Código
Civil y Comercial de la Nación y el derecho transitorio", Revista Código Civil y
Comercial, Año 1, N° 1, LA LEY, julio de 2015, p. 23 y postulan que "cabe precisar que
las normas supletorias no modificadas por la voluntad de los contratantes integran el
marco regulador del contrato que queda configurado en su momento constitutivo, son
parte del plexo normativo que regula la vida contractual". LORENZETTI, Ricardo Luis,
"Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado", t. I, Rubinzal-Culzoni, p. 47.
LORENZETTI, Ricardo Luis, "Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado", t.
I, Rubinzal-Culzoni, p. 47.
(14) (14) BORDA, Guillermo, "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. I, LA LEY,
Buenos Aires, 2008, p. 810.
(15) (15) UZAL, María Elsa, Nuevo Código Civil y Comercial: la vigencia temporal,
con especial referencia al Derecho Internacional Privado, Revista Código Civil y
Comercial, Año 1, N° 1, La Ley, julio de 2015, p. 53. Véase su incisivo análisis: "se ha
observado que la diferencia entre las situaciones legales en general y las situaciones
contractuales, encuentra su razón de ser en que las primeras suelen obedecer a un
régimen unitario, mientras que los contratos son de una gran variedad y diversidad, pues
la autonomía de la voluntad de las partes ha creado una gran diversidad de soluciones,
con cláusulas especiales, que forman parte del contrato y que, en principio, deben
mantenerse, así como las disposiciones legales subsidiariamente aplicables, que las
partes tuvieron en miras al contratar por lo que no encuentra igual justificación la
aplicación inmediata de la nueva ley en una materia donde los derechos resultan
disponibles para la voluntad de las partes". También se aseveró que "situación jurídica
es la posición que ostenta una persona ante una norma o una institución jurídica
determinada. La nueva ley no puede modificar los efectos cumplidos, por ejemplo, si
alguien se ha casado bajo el imperio de una ley, no deja de estarlo si una nueva ley
modifica los requisitos, pues ello implicaría retroactividad"; ITURBIDE, Gabriela A. y
PEREIRA, Manuel J., "Efectos de la aplicación de la ley en el tiempo con relación a los
derechos reales y a los privilegios", Revista Código Civil y Comercial, Año 1, N° 1, La
Ley, julio de 2015, p. 34.
(16) (16) JUNYENT BAS, Francisco, El derecho transitorio. A propósito del artículo 7
del Código Civil y Comercial, LA LEY 2015-B, 1099. En su abordaje del tema advierte
cuatro reglas interpretativas: a. aplicación o efecto inmediato de las nuevas leyes a
relaciones jurídicas en curso; b. el principio de irretroactividad; c. irretroactividad
limitada por los derechos amparados constitucionalmente; y d. la subsistencia de las
leyes supletorias vigentes al tiempo de la conclusión del contrato, salvedad hecha de las
disposiciones más beneficiosas para los consumidores.
(17) (17) RIVERA, Julio César, "Instituciones de Derecho Civil", t. I, Abeledo Perrot,
Buenos Aires, 2010, p. 242. MOLINA DE JUAN, Mariel F., "El Código Civil y
Comercial y los procesos familiares en trámite", La Ley, ejemplar de 16.09.15, p. 2.
También parece coincidir MOISSET DE ESPANES, Luis, Irretroactividad de la ley y el
nuevo art. 3 (Código Civil) (Derecho transitorio), Universidad Nacional de Córdoba,
1976, p. 18.
(20) (20) TARABORRELLI, José N., "Aplicación de la ley en el tiempo según el nuevo
Código", LA LEY 2015-E, 634, quien precisa que "consecuencia es un hecho o
acontecimiento que se sigue o resulta de otro, siendo claro que no es una consecuencia
del hecho ilícito anterior, la modificación del régimen de responsabilidad que gobierna o
rige ese hecho".
(21) (21) CNCiv, Sala H, 18/09/2015, "Trigueros, Raúl Omar c/ Vaitech Internacional s/
daños y perjuicios", voto del Dr. Kiper.
(22) (22) ALEGRÍA, Héctor, "Régimen legal de protección del consumidor y derecho
comercial", diario La Ley del 26.04.10.
(23) (23) GARRIDO CORDOBERA, Lidia M. R., La aplicación del artículo 7° del
Código Civil y Comercial y el principio 'pro consumidor', Revista de Derecho Privado y
Comunitario, 2015-1, Rubinzal Culzoni, Sta. Fe, 2015, p. 395. La autora parte de la
base de la marcada tendencia a la protección de los consumidores y considera la
regulación del Título III del Libro III como un núcleo "inderogable que deberá operar en
el diálogo de fuentes".
(24) (24) TARABORRELLI, José N., "Aplicación de la ley en el tiempo según el nuevo
Código", LA LEY 2015-E, 635. Abunda el autor, con evidente base en los Fundamentos
del Anteproyecto: " por ello, dado, que es de presumir que la nueva ley mejora según lo
justo a la derogada y que el legislador la sanciona de acuerdo con lo que parece más
razonable según los cambios sociales o las prácticas negociales, procurando interpretar
lo que hubieron con justicia pactado las partes de haberlo previsto, parece conveniente
que, en estos contratos de consumo, la regla sea invertida en el sentido de que, al
contrato de consumo en curso de ejecución, le sean aplicables las nuevas leyes
supletorias que puedan sancionarse, siempre y cuando, obviamente, por fidelidad a un
principio cardinal que informa la materia, sea más favorable al consumidor".
(25) (25) UZAL, María Elsa, Nuevo Código Civil y Comercial: la vigencia temporal,
con especial referencia al Derecho Internacional Privado, Revista Código Civil y
Comercial, Año 1, N° 1, La Ley, julio de 2015, p. 53.
(27) (27) CCyC Concordia, Sala I, 6/12/12, "Zapata, Juan Pablo c/ Telecom Argentina
SA s/ sumarísimo (Civil)". Se sigue allí indudablemente la opinión de PIZARRO,
Ramón D., Daños punitivos, en "Derecho de Daños, segunda parte, Libro homenaje al
Prof. Félix Trigo Represas", La Rocca, 1993, ps. 291/2, para quien los daños punitivos
son "sumas de dinero que los tribunales mandan a pagar a la víctima de ciertos ilícitos,
que se suman a las indemnizaciones por daños realmente experimentados por el
damnificado, y están destinadas a punir graves inconductas del demandado y a prevenir
hechos similares en el futuro". La CNCom, Sala F, 15/11/12, "Rosales, Héctor Oscar c/
Vansal SA (UAI Salud) s/ amparo", con el voto preopinante de mi estimado colega Dr.
Ojea Quintana decidió que la norma castiga la conducta del proveedor que incumpla
con sus obligaciones y, aunque se establezca a favor del consumidor, no puede
desconocerse el carácter sancionatorio que ostenta. Es cierto que la incorporación de los
daños punitivos en la ley 24.240 produjo un quiebre en nuestra cultura jurídica, por
cuanto fue más allá del sistema resarcitorio para incluir en nuestro régimen positivo un
sistema sancionatorio. Tal la opinión de FERRER, Germán Luis, La responsabilidad de
los administradores societarios y el daño punitivo, publicado en LL ejemplar del
24/10/11.
(28) (28) SCJ Mendoza, 27/7/12, "Sosa, Beatriz Lucía en j. 3.428/13.283 Sosa, Beatriz
Lucía c/ AMX Argentina SA den. Comercial CLARO p/ acc. amparo s/ inc. cas.", que
reafirmó dicho carácter aseverando que se trata de una de las sanciones previstas en la
ley, que, en definitiva, debe ser decidida por el juez en función de la infracción
cometida. CCyC Salta, Sala I, 13/4/11, "P., D. H. c/ Telecom Personal SA s/
sumarísimo". La excepcionalidad es una cuestión que debe ser analizada con mucha
más intensidad que la que se puede alcanzar en este breve comentario, pero merece ser
tenido en cuenta que lo verdaderamente excepcional no es la disposición legal ni la
multa que consagra, sino las situaciones que darán lugar a su provechosa aplicación.
Reitero, así, cuanto señalé en mi trabajo el factor subjetivo de atribución en la
aplicación de la multa civil prevista por la ley de defensa del consumidor, Revista del
Derecho Comercial, del Consumidor y de la Empresa, Año V, N° 3, La Ley, junio de
2014, ps. 123/135, pese a no desconocer las opiniones en contrario.
(29) (29) ALVAREZ LARRONDO, Federico M., Los daños punitivos y su paulatina y
exitosa consolidación, La Ley, ejemplar del 29/10/10, p. 10. ONDARCUHU, José
Ignacio, Los daños punitivos "vienen marchando" en la jurisprudencia nacional, La Ley
ejemplar del 6/5/11, p. 5. RUA, María Isabel, El daño punitivo en la reforma de la ley
de defensa del consumidor, La Ley ejemplar del 31/7/09, p. 1. COSSARI, Maximiliano
N. G., Problemas a raíz de la incorporación de los daños punitivos al ordenamiento
jurídico argentino, La Ley ejemplar del 3/12/10, p. 1. JUNYENT BAS, Francisco y
GARZINO, María Constanza, Daño punitivo. Presupuestos de aplicación,
cuantificación y destino, La Ley ejemplar del 19/12/11, p. 2.
(31) (31) En este orden fue juzgado que si bien parece razonable encuadrar la
responsabilidad del fabricante ante una acción de daños y perjuicios entablada contra él
por violación a la ley de defensa del consumidor, en la órbita contractual; con lo cual, le
bastaría a este con la prueba del incumplimiento, materializado en la existencia de un
daño a su salud, seguridad o intereses económicos, causado por el defecto o vicio del
producto en cuestión, ya que verificado el incumplimiento la culpa se presume e
incumbe al deudor la prueba de hechos excluyentes o eximentes; lo cierto es que, en
esta materia no cabe sujetarse a la prueba de un factor de atribución subjetivo (culpa)
que pondría a cargo del consumidor la difícil prueba de que el vicio o defecto se debe a
la culpa del fabricante, toda vez que nos hallamos ante una hipótesis de responsabilidad
de índole objetiva, moldeada en las nociones de riesgo o vicio contenidas en el art.
1113, in fine, CCiv que se insertan en el ámbito propio de los llamados contratos de
consumo (art. 40 ley 24.240); pero, más allá que el carácter de la responsabilidad sea
objetivo o subjetivo, siempre es requisito ineludible la existencia de un daño y la
concreta verificación de un nexo causal entre éste y la nocividad o vicio que se atribuye
al producto, los que deben ser acreditados por quien invoca la responsabilidad. CNCom,
Sala C, 28/12/04, "Safar Retamar, María Elena c/ Industrias Alimenticias Mendocinas
(ALCO) s/ ordinario"; id., Sala B, 7/12/07, "Autocam SA c/ Autolatina Argentina SA s/
ordinario".
(34) (34) LORENZETTI, Ricardo Luis, Consumidores, ps 538 (tutela inhibitoria) y 558
(daños punitivos).
(35) (35) COLOMBRES, Fernando Matías, "Los daños punitivos en la ley de defensa
del consumidor", La Ley ejemplar del 16/9/08, p. 3.
(37) (37) GÓMEZ LEO, Osvaldo R. y AICEGA, María V., "Las reformas a la Ley de
Defensa del Consumidor", JA, 2008-III-1353, textualmente opinan que "los daños
punitivos —traducción literal del inglés 'punitive damages'- son las sumas de dinero que
los tribunales mandan a pagar a la víctima de ciertos ilícitos, que se suman a las
indemnizaciones por daños realmente experimentados por el damnificado, que están
destinados a punir hechos similares en el futuro".
(39) (39) JUNYENT BAS, Francisco y GARZINO, María Constanza, Daño Punitivo.
Presupuestos de aplicación, cuantificación y destino, LA LEY ejemplar del 19/12/11, p.
2.
(41) (41) Sala Civil y Comercial del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de
Córdoba, 15/09/14, "Teijeiro (O) Teigeiro, Luis Mariano c/ Cervecería y Maltería
Quilmes S.A.I.C.A. Y G. - Abreviado - Otros - Recurso De Apelación - Recurso De
Casación" (Expte. 1639507/36 — "T" 14/12).
(43) (43) ALVAREZ LARRONDO, Federico M., Los daños punitivos y su paulatina y
exitosa consolidación, La Ley, ejemplar del 29/10/10, p. 10. El autor señala con agudeza
que "el Tribunal comienza analizando la actuación de la demandada desde la óptica del
Código Civil, y la ubica en la actuación con culpa (arts. 512 y 902). Sin embargo, a
renglón seguido afirma que para la configuración del incumplimiento y —por ende— de
infracción a la ley 24.240, no se requiere la existencia de factores subjetivos de
atribución, tales como el dolo o la culpa, bastando únicamente el incumplimiento a
modo de factor de atribución objetivo. Para ello cita un precedente de carácter
contencioso administrativo, que en verdad no resultaría aplicable como fundamento del
presente caso, dado que dicha decisión es producto del análisis en revisión de una
sanción impuesta por la autoridad administrativa, en donde es doctrina jurisprudencial
consolidada que no debe mediar elemento subjetivo alguno. Lo expuesto en modo
alguno implica negar la improcedencia de la responsabilidad objetiva. Muy por el
contrario, aquí no es necesaria referencia alguna a la culpa del proveedor, dado que el
régimen consumerista tiene su propio régimen de atribución, y el mismo es objetivo,
fundado en el texto expreso de los artículos 10 bis, del art. 19 y del art. 40
fundamentalmente, estableciendo este último la responsabilidad objetiva por los daños
derivados de la prestación de un servicio, sin requerir siquiera que medie vicio o riesgo.
En consecuencia, la referencia efectuada al Código Civil tan sólo genera confusión en el
operador jurídico, cuando la ley de defensa del consumidor es clara en la imposición de
una responsabilidad objetiva clara y terminante. De allí, que el único fundamento de la
condena debió haber sido el texto normativo de la ley 24.240".
(44) (44) LOVECE, GRACIELA ISABEL, Los daños punitivos en el derecho del
consumidor, publicado en La Ley ejemplar del 8/7/10, p. 3, pto. 6.
(45) (45) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Actuaciones por daños, Bs. As.,
Hammurabi, 2004, p. 332. Cabe aclarar que la autora no rehúsa la atribución subjetiva.
(47) (47) CCyC Concordia, Sala I, 6/12/12, "Zapata, Juan Pablo c/ Telecom Argentina
SA s/ sumarísimo (Civil)". Allí se decidió que las constancias de la causa no permiten
concluir que la operadora telefónica accionada haya obrado con dolo o culpa grave y
que su accionar fuera direccionado a obtener ganancias indebidas a costa de la violación
de derechos ajenos o abusara de su posición en claro menosprecio de los derechos del
actor y/o del resto de los usuarios.
(49) (49) LÓPEZ HERRERA, Edgardo, Daños punitivos en el derecho argentino. Art.
52 bis, Ley de Defensa del Consumidor, JA 2008-II-1198; en el mismo sentido se
pronunciaron PIZARRO, Ramón D.-STIGLITZ, Gabriel, Reformas a la ley de defensa
del consumidor, LA LEY 2009-B, 949.
(50) (50) Véase el preciso voto de mi apreciada colega la Dra. Tevez en la causa
CNCom, Sala F, 2/7/13, "Iglesias, Lucas Daniel c/ Aseguradora Federal Argentina SA s/
sumarísimo", con cita de LÓPEZ HERRERA, Edgardo, "Daños punitivos en el derecho
argentino. Art. 52 bis, Ley de Defensa del Consumidor", JA 2008-II-1198; FALCO,
Guillermo, Cuantificación del daño punitivo, La Ley ejemplar del 23/11/11, p. 1;
ponencia a la que adherí sin reservas.
(52) (52) Se sostiene que "la aplicación del instituto es de carácter excepcional y de
naturaleza restrictiva y que solo procede cuando el proveedor incumpla sus obligaciones
con dolo, culpa grave, malicia cuando el comportamiento importe un desprecio
inadmisible para el consumidor" (LÓPEZ HERRERA, Edgardo, "Los daños punitivos",
Abeledo-Perrot, Bs. As., 2008, p. 17). También CHAMATRÓPULOS, Demetrio
Alejandro, "Responsabilidad jurídica por las fallas masivas en los smartphones", LA
LEY, Sup. Act. Ejemplar del 15/11/11, 1- DJ01/02/12, 1, para quien "la omisión y
vaguedad en la redacción del precepto no nos debe hacer perder de vista que resulta
necesaria la existencia de un fuerte reproche de tipo subjetivo en la conducta del
proveedor (que hemos identificado con los conceptos de dolo y cuasi dolo o culpa
grave-. Esto no es más que la lógica consecuencia de la finalidad preventiva del
instituto: disuadir la concreción de conductas altamente reprobables mediante la
aplicación de una pena o castigo económico".
(59) (59) ALVAREZ LARRONDO, Federico M., La buena fe en la Ley 24.240, Diario
La Ley del 9.06.09.
(61) (61) ALFERILLO, Pascual E., La función del juez en la aplicación de la Ley de
Defensa del Consumidor, diario La Ley del 2.07.09.
(63) (63) STIGLITZ, Rubén S., "Contratos Civiles y Comerciales. Parte General", t. I,
Buenos Aires, LA LEY, 2010, p. 281.
(64) (64) FARINA, Juan M., "Defensa del consumidor y usuario", Buenos Aires, ed.
Astrea, 2004, ps. 151/152.
(65) (65) CNCont. Adm. Fed., Sala II, 07/06/12, "DirecTV Argentina S.A. c/DNCI
Disp. Nº 414/11"; id., Sala V, 20/08/2014, "Volkswagen S.A. de Ahorro para Fines
Determinados c/ DNCI s/ Recurso Directo Ley 24.240 - Art 45".
Farinati, Eduardo N.
Voces
I. Introducción
En sentido amplio, los actos que realizan las entidades financieras se denominan
operaciones. (1)
Así, las operaciones bancarias han sido definidas como "los actos individuales o en serie
que realizan las entidades financieras", distinguiéndose entre las operaciones activas o
pasivas, según la posición que su resultado económico tiene en el balance, y las neutras.
Serán activas aquellas donde los bancos otorguen asistencia financiera a sus clientes,
pasivas las que importan la toma de fondos del público, otras entidades o el Banco
Central de la República Argentina (BCRA), y neutras, las que no sean ni activas ni
pasivas y comprendan los servicios que presta el banco. (2) Es decir, las operaciones
bancarias neutras son aquellas operaciones accesorias o complementarias realizadas en
conexión con las actividades principales (activas / pasivas) de la actividad bancaria. "En
ellas el crédito no aparece para nada. Se trata de verdaderos servicios que prestan las
empresas bancarias". (3)
Ejemplos de operaciones neutras, son la custodia de títulos (regulada en los arts. 1418 a
1420 del nuevo Código) o el servicio de caja de seguridad (regulado a través de los arts.
1413 a 1417 del nuevo Código).
Al respecto se ha indicado que "no cabe confundir a las operaciones bancarias con los
contratos bancarios, ya que las primeras son utilizables desde el punto de vista de la
técnica bancaria y de la regulación publicista de tal actividad, pero no sirven para la
tipificación de la relación del derecho privado en que se traducen los segundos. Pese a
ello, debe señalarse que muchas 'operaciones bancarias' son objeto de 'contratos
bancarios', o que los contratos bancarios sirven, con frecuencia, para desarrollar
operaciones bancarias". (6) Así, lo que desde el punto de vista de la técnica bancaria
constituye una operación —un anticipo, un descuento, un depósito, etc.—, desde lo
jurídico es un acto o un contrato bancario, o mejor aún, un "negocio bancario". (7)
El servicio de cajas de seguridad es uno de los más antiguos que prestan los bancos. (8)
"La finalidad típica de este contrato es la guarda y custodia de un bien o una clase de
ellos desconocidos por el depositario". (11)
Los Códigos de Vélez no contemplaban expresamente esta figura (13) y tampoco existía
una ley especial que la regulara específicamente. En consecuencia, además de lo que
pudieran acordar las partes en el contrato, se aplicaban las normas dispuestas para otros
contratos y según fuera la tesis adoptada sobre la naturaleza jurídica del servicio de caja
de seguridad.
Los criterios que ha venido sosteniendo la doctrina sobre la naturaleza jurídica del
servicio de caja de seguridad son los siguientes:
3.1. Tesis del contrato de depósito
Quienes han defendido esta postura (14) sostienen que se trata de un contrato de
depósito, pues el objeto principal es la guarda de la cosa. En este sentido se ha
expresado que "si el banco fuera una institución de la estructura que todos conocemos y
la empresa bancaria y su edificio no tuviera ese departamento o recinto especial
acorazado, los clientes, desde luego, no buscarían custodiar allí valores a los que
atribuyen gran importancia, como para mantenerlos en secreto de todos y a prueba de
cualquier inseguridad. La guarda y custodia del banco empieza por eso: ofrecer la
seguridad de un edificio y de su organización". (15)
También se ha dicho que el depósito en una caja de seguridad difiere del depósito
común nada más que en lo que es de naturaleza propia de él. (16) No es igual guardar
mercaderías o muebles en una empresa de depósito, o fruta en una cámara frigorífica,
que joyas, acciones en la caja fuerte de un banco. "Pero en todos estos casos —con la
sola diferencia de que la conducta del depositante y depositario debe amoldarse a la
situación especial— existe depósito, es decir, la obligación de custodiar, de la guarda de
la cosa, que es distinta de la obligación de asegurar —como en la locación— el uso y
goce de la cosa alquilada". (17)
Ello así, pues el banco no recibe las cosas que el cliente guarda en la caja y lo único que
hace es poner a su disposición el uso de ella con la consiguiente libre entrada al lugar
(20) a cambio de un precio en dinero. Es decir, concurren los dos elementos esenciales
de la locación de cosas: el cliente tiene el uso y goce de la caja por un tiempo convenido
y paga por ese uso y goce un precio en dinero. (21) "El cliente, con ciertas restricciones
relativas a las horas de acceso y de las formalidades para la apertura de la caja, tiene el
uso y goce de ella por todo el tiempo de la locación". (22)
Al respecto, Borda, que se inclina por considerar que se trata de un contrato de locación,
ha indicado: "Un buen ejemplo de contrato ubicado en la zona marginal entre locación y
depósito, es el relativo a las cajas de seguridad de los bancos. Es muy discutida la
naturaleza de tales contratos celebrados entre el cliente y el banco. En favor de la tesis
de que es un depósito puede hacerse notar que el banco no se desprende de la tenencia,
cuidado y conservación de las cajas de seguridad, a las que sólo se puede acceder
pasando por un sistema de riguroso control establecido en el banco. Pero predomina el
criterio de que se trata de un contrato de locación... en efecto, el cliente tiene el uso y
goce de la cosa y paga por él un precio en dinero; el banco no recibe el contenido de la
caja ni asume el compromiso de guardar ni devolver ese contenido y ni siquiera sabe
cuáles son las cosas guardadas, todo lo cual es incompatible con la idea del depósito".
(25)
Los que sostienen esta tesis hacen hincapié en que el banco se obliga a dar un servicio
de seguridad, que es un concepto más amplio que los anteriores, que sólo toman en
cuenta el uso y goce o la custodia. (26)
Los seguidores de esta tesitura (27) han mantenido que nos encontramos ante un
contrato complejo, formado por dos o tres contratos diversos, uno de locación de cosas,
otro de depósito y otro de prestación de servicios, aunque ligados por la unidad de fin.
(28)
En apoyo de esta tesis, también se ha dicho que "hay ciertos negocios jurídicos en los
que se presentan dos o más prestaciones perfectamente autónomas, cada una de las
cuales ha sido querida en sí misma por los contratantes, en su propia función típica, en
su causa contractual, y, como consecuencia de esa voluntad de las partes y de la
evidente conexión económica de las prestaciones, estas últimas se encuentran reunidas
no en una relación de subordinación o de absorción, sino de coordinación recíproca
suficiente para determinar la unidad del contrato, que viene así a tener una causa única
(nueva, original y distinta de las causas correspondientes a cada una de las prestaciones
que integran el contrato mixto)". (30)
Quienes postulan esta tesis (31) consideran que se trata de un contrato que tiene
naturaleza propia, sin perjuicio de que contenga rasgos similares a la locación, al
depósito u otros contratos. (32)
"La reserva respecto del momento en que el cliente accede al interior de la caja, con el
fin último de garantizar el secreto en torno a lo introducido, condiciona de manera
determinante el contenido contractual, incidiendo en la ausencia de traditio, la falta de
control directo por parte del banco, la especial naturaleza mediata de la custodia y la
dilución de la obligación restitutoria aleja de manera irreversible el contrato de cajas de
seguridad del depósito. Todo intento de análisis de la especial naturaleza jurídica del
contrato de cajas de seguridad que prescinda del secreto como componente esencial del
negocio incurriría en una omisión determinante que incidiría, a la postre, en un
planteamiento sesgado del problema y, en consecuencia, en un resultado también parcial
y mediatizado. Tal simplificación funcional separaría irremisiblemente a ese supuesto
negocio del contrato de cajas de seguridad, pues, si por algo se caracteriza éste, es por
su complejidad estructural, que no hace sino responder a los distintos objetivos que se
intentan satisfacer al perfeccionar un convenio como el aludido: seguridad, sin duda,
pero también, y muy señaladamente, secreto". (34)
Por nuestra parte, entendemos que se trata de un contrato autónomo, con naturaleza
jurídica propia, en tanto posee estructura y finalidad propia e inasimilable a otras
figuras.
Ésta parece haber sido la posición asumida en el nuevo Código, pues teniendo en cuenta
la ubicación del contrato de servicio de caja de seguridad, cabría deducir que no se lo ha
considerado como un contrato, un depósito o una locación de cosas. No siendo posible
tampoco considerar que nos encontramos ante un contrato de servicios, pues si bien
comparte algunas de sus características, reviste otras que le son propias y lo diferencian
del primero. Así, no podría considerarse que el servicio de caja de seguridad importa
realizar una actividad independiente de su eficacia que, en cambio, es una característica
propia del contrato de servicio. (35)
En este sentido, cabe tener presente que en los fundamentos del Proyecto de Unificación
de 1998 —que es el antecedente directo del Código actual—, al hacer referencia al
servicio de caja de seguridad se expresó: "Se otorga especificidad al contrato de caja de
seguridad, independizándolo del contrato de depósito, por cuanto tiene una naturaleza
diversa de éste..." (ver el texto completo más adelante).
El Libro Tercero (arts. 724 a 1881) regula los derechos personales y se divide en cinco
títulos: Título I: Obligaciones en general; Título II: Contratos en general; Título III:
Contratos de consumo; Título IV: Contratos en particular, y Título V: Otras fuentes de
las obligaciones.
Por su parte, el Título IV (arts. 1123 a 1707) del Libro Tercero contiene 31 capítulos,
entre los cuales se establece un capítulo especial para los contratos bancarios: el
Capítulo 12.
Parágrafo 2º: Contratos bancarios con consumidores y usuarios (arts. 1384 a 1389).
2. Antecedentes normativos
El Código Civil y Comercial reconoce como antecedente directo al Proyecto de
Unificación (PU) de 1998, donde se regulaba el servicio de caja de seguridad en su
Libro Cuarto —De los derechos personales—, Título III —De los contratos en
particular—, Capítulo XII, arts. 1300 a 1305. Asimismo, como antecedentes más
remotos, podemos mencionar al Proyecto de Unificación de 1987, que regulaba este
servicio en los arts. 2238 a 2243 (38) y los proyectos de unificación presentados por la
Comisión Federal (39) y por el Poder Ejecutivo en 1993, que también contenían normas
al respecto. (40)
Los redactores del Proyecto de Unificación de 1998, en sus fundamentos al Capítulo XII
— párr. 213 de los fundamentos—, indicaban:
"El servicio de caja de seguridad es muy utilizado en nuestro país y ha motivado una
profusa litigiosidad, razón por la cual se regula especialmente. Esta tesis fue adoptada
por el Proyecto de Código de 1987 y los sucesivos Proyectos de la Comisión Federal de
la Cámara de Diputados de 1993, del Poder Ejecutivo del mismo año, y en el de 1998.
En todos ellos se otorga especificidad al contrato de caja de seguridad,
independizándolo del contrato de depósito, por cuanto tiene una naturaleza diversa de
éste.
"Las diferencias son en cuanto a la responsabilidad del prestador del servicio, ya que en
el Proyecto de 1998 se establece que sólo puede eximirse de responsabilidad por el caso
fortuito externo al servicio prestado y por vicio propio de las cosas guardadas con lo que
se precisa la formulación que hacían los antecedentes.
"En nuestro proyecto se adopta una perspectiva diferente para hacer más clara la
responsabilidad del Banco. El prestador de una caja de seguridad responde frente al
usuario por la idoneidad de la custodia de los locales, la integridad de las cajas y el
contenido de ellas, conforme con lo pactado y las expectativas creadas en el usuario. No
responde por caso fortuito externo a su actividad, ni por vicio propio de las cosas
guardadas. La incorporación de las expectativas del consumidor es importante para este
tema.
"Se aclara que la prueba del contenido de la caja de seguridad puede hacerse por
cualquier medio. La cláusula que exime de responsabilidad al prestador se tiene por no
escrita, pero es válida la cláusula de limitación de la responsabilidad del prestador hasta
un monto máximo sólo si el usuario es debidamente informado y el límite no importa
una desnaturalización de las obligaciones del prestador.
"Art. 1301.— Prestadores del servicio. Pueden prestar el servicio de cajas de seguridad
los bancos, las entidades financieras autorizadas y otras personas, en este último caso
previa habilitación por la autoridad local".
El hecho de que no se incluyera en el CCyC una norma similar al art. 1301 del PU del
año 1998 y que sólo se regulara como un contrato bancario, podría llevarnos a pensar
que la intención del legislador fue autorizar únicamente a las entidades financieras a
brindar este servicio.
Sin embargo, tampoco hay una prohibición expresa al respecto, lo que deja abierta la
posibilidad de que otras entidades no bancarias puedan ser prestadoras del servicio,
aunque nos encontraríamos ante un contrato innominado (conf. art. 970 del CCyC).
A su vez, a estas entidades, al no estar comprendidas en el art. 1378 del CCyC, no les
resultarán aplicables las disposiciones del Capítulo 12 ("Contratos bancarios") del
Título IV, Libro Tercero de dicho Código.
Ante la ausencia en el CCyC de una norma del tenor del art. 1304 del PU de 1998,
debemos recurrir, en primer término, a las disposiciones de la Sección 1ª del Capítulo
12 (Disposiciones generales de los contratos bancarios), donde resultarían aplicables:
a) Art. 1381, in fine, que determina: "Las cláusulas de remisión a los usos para la
determinación de las tasas de interés y de otros precios y condiciones contractuales se
tienen por no escritas".
En sentido contrario, el art. 1º del CCyC, en su parte pertinente, dispone: "Los usos,
prácticas y costumbres son vinculantes cuando las leyes o los interesados se refieren a
ellos o en situaciones no regladas legalmente, siempre que no sean contrarios a
derecho".
Sin embargo, siendo el art. 1381 una norma especial, ha quedado vedada la posibilidad
de aplicar la costumbre en las situaciones no regladas legalmente (costumbre praeter
legem).
Tampoco se desprende una solución del art. 1417, que regula el procedimiento para
retirar los efectos de la caja, pues no incorpora expresamente la rescisión unilateral del
banco como una de las causas posibles de finalización del contrato.
A ello debe sumarse que el art. 1077 del CCyC —comprendido dentro de las normas
generales de los contratos— establece: "El contrato puede ser extinguido total o
parcialmente por la declaración de una de las partes, mediante rescisión unilateral,
revocación o resolución, en los casos en que el mismo contrato, o la ley, le atribuyen esa
facultad".
Distinta será la solución si el plazo fuera indeterminado desde un principio, pues aun
cuando consideráramos aplicables por analogía las normas sobre locación de inmuebles,
el art. 1199, inc. c], del CCyCNexcluye del mínimo legal a la "guarda de cosas".
Por otro lado, tampoco podríamos tener en cuenta los usos, conforme surge del art.
1381, in fine, antes citado.
c) Art. 1388, que establece: "Sin perjuicio de las condiciones establecidas para los
contratos bancarios en general, ninguna suma puede ser exigida al consumidor si no se
encuentra expresamente prevista en el contrato".
El citado artículo se encuentra dentro del Parágrafo 2ª de la Sección 1ª del Capítulo 12,
que regula los contratos bancarios con consumidores y usuarios. Es de tener presente
que, como indicáramos al referirnos a la metodología del nuevo Código, el servicio de
caja de seguridad se encuentra alcanzado por las normas de consumo.
3.1. Nominado
El art. 970 indica que "los contratos son nominados o innominados según que la ley los
regule especialmente o no".
Es de tener presente que la definición antes citada adopta las características marcadas
por la doctrina para los contratos típicos (no incluidos como tales en el nuevo Código) a
fin de describir a los contratos nominados.
3.2. Consensual
Como ha indicado la doctrina al comentar el art. 966 del nuevo Código ("Clasificación
de los contratos"): "Se ha eliminado la clasificación de contratos en reales y
consensuales (arts. 1140, 1141 y 1142, CCiv.), lo cual permite concluir por
interpretación integradora del CCyC, que predomina por presunción y como regla
general la de que los contratos son consensuales (excepto para aquellos casos donde se
legisle de forma específica en sentido contrario, a saber, referencias a los arts. 285 y
969)". (42)
3.3. Bilateral
El art. 966 del nuevo Código determina: "Los contratos son unilaterales cuando una de
las partes se obliga hacia la otra sin que ésta quede obligada. Son bilaterales cuando las
partes se obligan recíprocamente la una hacia la otra. Las normas de los contratos
bilaterales se aplican supletoriamente a los contratos plurilaterales".
Si bien con algunas diferencias en cuanto a la redacción del art. 1138 del Código Civil
de Vélez, se mantiene el criterio fijado por dicho artículo para clasificar a los contratos
como unilaterales o bilaterales. (43)
En el caso del contrato de caja de seguridad, la bilateralidad está presente, pues el banco
se obliga a poner a disposición la caja y a otorgar la seguridad esperada contra la
obligación del usuario de pagar el precio convenido. (45)
3.4. Oneroso
El art. 967 del CCyC determina: "Los contratos son a título oneroso cuando las ventajas
que procuran a una de las partes les son concedidas por una prestación que ella ha hecho
o se obliga a hacer a la otra".
De la descripción del servicio de caja de seguridad que antes efectuáramos, resulta claro
que ambas partes celebran el contrato teniendo en cuenta las ventajas que pueden
obtener de él.
3.5. Conmutativo
El art. 968 del CCyC establece que "los contratos a título oneroso son conmutativos
cuando las ventajas para todos los contratantes son ciertas. Son aleatorios, cuando las
ventajas o las pérdidas, para uno de ellos o para todos, dependen de un acontecimiento
incierto".
La definición, que incluye al contrato conmutativo como una subespecie del contrato
oneroso, sigue, en general, el criterio fijado por la doctrina para describir este tipo de
contratos. (46)
3.7. Autónomo
3.8. De custodia
El art. 1380, que se encuentra dentro de las disposiciones generales del Capítulo 12,
dispone que los contratos bancarios "... deben instrumentarse por escrito, conforme a los
medios regulados por este Código. El cliente tiene derecho a que se le entregue un
ejemplar".
"Contratos formales. Los contratos para los cuales la ley exige una forma para su
validez, son nulos si la solemnidad no ha sido satisfecha. Cuando la forma requerida
para los contratos, lo es sólo para que éstos produzcan sus efectos propios, sin sanción
de nulidad, no quedan concluidos como tales mientras no se ha otorgado el instrumento
previsto, pero valen como contratos en los que las partes se obligaron a cumplir con la
expresada formalidad. Cuando la ley o las partes no imponen una forma determinada,
ésta debe constituir sólo un medio de prueba de la celebración del contrato".
Tampoco se indica en el art. 1380 que los contratos bancarios no producirán sus efectos
propios por no estar instrumentados por escrito.
A ello debe agregarse que el último párrafo del art. 1380 hace hincapié en la obligación
de entregar un ejemplar del contrato al cliente. Lo que marca el sentido que el legislador
ha querido darle a la norma.
En sentido concordante, el art. 1386, que se aplica a los contratos bancarios con
consumidores y usuarios, dispone:
"Forma. El contrato debe ser redactado por escrito en instrumentos que permitan al
consumidor: a) obtener una copia; b) conservar la información que le sea entregada por
el banco; c) acceder a la información por un período de tiempo adecuado a la naturaleza
del contrato; d) reproducir la información archivada". (50)
Nótese que también en el artículo transcripto se exige que el contrato sea redactado por
escrito y no se impone la sanción de nulidad para el caso contrario.
A lo expuesto debe sumarse lo dispuesto por los arts. 1106 y 1107 del CCyC, referidos a
los contratos de consumo celebrados a distancia. (52)
El art. 1106 establece: "Utilización de medios electrónicos. Siempre que en este Código
o en leyes especiales se exija que el contrato conste por escrito, este requisito se debe
entender satisfecho si el contrato con el consumidor o usuario contiene un soporte
electrónico u otra tecnología similar".
El art. 1107 determina: "Información sobre los medios electrónicos. Si las partes se
valen de técnicas de comunicación electrónica o similares para la celebración de un
contrato de consumo a distancia, el proveedor debe informar al consumidor, además del
contenido mínimo del contrato y la facultad de revocar, todos los datos necesarios para
utilizar correctamente el medio elegido, para comprender los riesgos derivados de su
empleo, y para tener absolutamente claro quién asume esos riesgos".
Conforme a lo expuesto se desprende que la intención del legislador ha sido establecer
la forma escrita a los efectos probatorios y, en su caso, exigir especialmente la entrega
de un ejemplar al cliente.
"Art. 1413.— Obligaciones a cargo de las partes. El prestador de una caja de seguridad
responde frente al usuario por la idoneidad de la custodia de los locales, la integridad de
las cajas y el contenido de ellas, conforme con lo pactado y las expectativas creadas en
el usuario. No responde por caso fortuito externo a su actividad, ni por vicio propio de
las cosas guardadas.
De acuerdo con lo expresado por los artículos transcriptos se presentan las siguientes
alternativas:
Los artículos antes citados reconocen como antecedente al art. 1300 del Proyecto de
Unificación de 1998, donde se establecía: "Definición. En el servicio de cajas de
seguridad el prestador responde frente al usuario por la idoneidad de la custodia de los
locales, por la integridad de las cajas y por el contenido de ellas, pero puede convenir
con el usuario la limitación de su responsabilidad a un monto máximo. No responde por
caso fortuito externo a su actividad, ni por vicio propio de las cosas guardadas". (54)
Sobre el alcance del art. 1300 se había expresado: "En cuanto a la responsabilidad, el
Proyecto de Código Civil de 1998 considera que el banco asume frente al tomador de la
caja de seguridad una obligación de resultado ordinaria, de la cual se libera probando
la ruptura del nexo causal mediante una demostración puntual: la existencia de caso
fortuito o fuerza mayor. El concepto de caso fortuito externo a la actividad no modifica
la sustancia del instituto. Se trata de una derivación de la teoría de Exner, quien exigió
la concurrencia de estos requisitos para tener por configurado el caso fortuito: que el
hecho tuviera cierta magnitud y fuera notorio y público, que fuera de orden excepcional,
y que derivara de una circunstancia externa o ajena a la actividad comprometida (lo
cual, p. ej., no permitiría invocar como caso fortuito el hecho de un empleado del banco
que facilitara el acceso a la caja de seguridad de quienes no estaban autorizados por el
tomador". (55)
2. Responsabilidad objetiva
De acuerdo con la redacción del art. 1413 —que ha seguido el mismo criterio del art.
1300 del PU de 1998—, la responsabilidad del banco deriva de su obligación de brindar
seguridad (que se manifiesta a través de la custodia), siendo ésta una obligación de
resultado (mantener el statu quo de la caja). Y su incumplimiento importa una
responsabilidad objetiva, siendo irrelevante la culpa o el dolo del banco.
3. Eximentes de la responsabilidad
El art. 1413 establece como eximentes de la responsabilidad del banco al caso fortuito
externo a la actividad o el vicio propio de las cosas guardadas.
"Valoración de la conducta. Cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno
conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible al agente y la valoración de la
previsibilidad de las consecuencias.
"Cuando existe una confianza especial, se debe tener en cuenta la naturaleza del acto y
las condiciones particulares de las partes.
En este sentido se ha dicho que "para apreciar la responsabilidad de los bancos en caso
de robo de cajas de seguridad de sus clientes, sirve como parámetro judicial su carácter
profesional. Así como la entidad bancaria no puso la diligencia ni los controles idóneos
para prevenir tales situaciones, cabe atribuirle falta de cuidado en su actuación
comercial, falta que incidió en gran medida en la producción del resultado dañoso". (64)
Por ello, entendemos que aun cuando los daños provinieran de un cataclismo o un hecho
de terrorismo, por ejemplo, deberá compulsarse si el banco, teniendo en cuenta su
calidad profesional, estaba en condiciones de tomar medidas de seguridad para prever
estas situaciones. (65)
Por ello, toda vez que la obligación asumida es de resultado, la carga de la prueba
corresponde al deudor, mientras que el acreedor nada tiene que probar para exigir
responsabilidad en caso de incumplimiento. Es que en la contratación bajo examen el
banco no se compromete a prestar una determinada diligencia, sino a facilitar al cliente
un resultado consistente en la conservación del statu quo de la caja al ser cedida al
cliente. (67) Los actos de criminalidad no constituyen un fundamento válido para
eximir de responsabilidad a la entidad bancaria como consecuencia del incumplimiento
a las obligaciones asumidas en el contrato depósito en caja de seguridad. La excusa
admisible como eximente de responsabilidad debe provenir de un caso fortuito o fuerza
mayor notoriamente ajeno al servicio prestado, tales como un cataclismo —sea por
obra de la naturaleza o un hecho del hombre—, mas no un acto de criminalidad, porque
son justamente éstos los que motivan a contratar una caja de seguridad. El deber de
custodia por parte del banco forma la esencia de estos contratos y el cliente busca en la
entidad bancaria la garantía de máxima seguridad contra el riesgo de robo o pérdida de
las cosas. (68)
A pesar de ello, entendemos que la expresión utilizada por el art. 1413 debería
interpretarse en un sentido amplio, abarcando todos los supuestos de daño que pudieran
derivar del riesgo de la cosa.
"Hecho de las cosas y actividades riesgosas. Toda persona responde por el daño
causado por el riesgo o vicio de las cosas, o de las actividades que sean riesgosas o
peligrosas por su naturaleza, por los medios empleados o por las circunstancias de su
realización.
"La responsabilidad es objetiva. No son eximentes la autorización administrativa para el
uso de la cosa o la realización de la actividad, ni el cumplimiento de las técnicas de
prevención".
Como se ha indicado, el art. 1414 determina que se tiene por no escrita la cláusula que
exime de responsabilidad al prestador.
El art. 2239 del Proyecto de 1987 establecía en su párr. 2º que "son nulas las cláusulas
limitativas de responsabilidad". Este criterio no se mantuvo en los proyectos de 1993 y
1998 ni por el CCyC, que permite acordar cláusulas limitativas de la responsabilidad.
La cuestión ha generado criterios divergentes en la doctrina (79) y por ello es dable
entender que los proyectos de unificación no propusieran la misma solución sobre este
tema.
En defensa de la postura adoptada por el Proyecto de 1998 (que sirvió de antecedente
directo del CCyC), Lorenzetti sostuvo que la cláusula de limitación del riesgo (80) es
distinta a la de eximición de responsabilidad, pues no se refiere a una limitación basada
directamente en los efectos sino que lo que se limita es el objeto del contrato. Se cubre
la custodia por una suma de dinero que se expresa en el contrato donde la oferta vincula
el precio con la cobertura, de modo que si se quiere una cobertura mayor, debe pagarse
un precio más alto. "En este caso, la cláusula no es abusiva, pues no se trata de una
limitación de responsabilidad, sino del riesgo asumido, lo que es bien diferente. Las
partes, al celebrar el negocio pueden delimitar su objeto, y la relación precio-bien no es
abusiva, y de tal modo es lícito determinar que el banco se obliga a dar seguridad hasta
cierto límite económico. En cambio, la cláusula de limitación de responsabilidad no se
refiere al objeto, sino a los efectos, desnaturalizándolos". (81)
También se ha indicado que "la justificación de que se permita al banco predisponer una
cláusula limitativa de su responsabilidad hasta un quantum determinado, se encuentra en
la necesidad de no exponer al banco a un deber resarcitorio desmesurado en función del
alto valor que podrían tener los efectos guardados en la caja de seguridad en caso de
desaparición o destrucción. Ha de tenerse presente, en tal sentido, que una característica
funcional del contrato consiste en que el banco no recibe materialmente los objetos del
cliente, sino que es el propio cliente quien los introduce y los retira por sí mismo o por
persona autorizada, sin control alguno por parte del banco acerca de qué es introducido
y qué es retirado. En esas condiciones, el banco desconoce qué es lo que se guarda y
cuál es su valor. Y puesto que no se trata de depósito con valor declarado, lícito resulta
que el banco pueda predisponer cláusulas que limiten cuantitativamente su
responsabilidad para precaverse contra indemnizaciones excesivas". (82)
6. Condiciones de procedencia
En este caso, la cláusula será válida siempre que el usuario se encuentre debidamente
informado y el límite no importe una desnaturalización de las obligaciones.
Para lograr este objetivo, deben cumplirse tres requisitos en cuanto a la manera en que
debe ser brindada la información:
Veraz o cierta: este precepto apunta a proteger al consumidor de que se oculten aspectos
esenciales sobre el servicio a prestar o se deformen los hechos induciéndolo a error.
Eficaz: la información debe ser brindada de manera tal que permita tomar una decisión
al consumidor.
Los requisitos antes expuestos reconocen como causa la necesidad de que el consumidor
esté en condiciones de efectuar por sí solo una correcta evaluación del negocio a
celebrar, tanto desde el punto de vista jurídico como económico.
En caso de celebrarse por primera vez el contrato, la información deberá brindarse antes
de perfeccionarse éste, y en caso de un contrato en vigencia, corresponderá aplicar por
analogía lo dispuesto en el punto 2.3.4.iv) del Texto Ordenado sobre "Protección de los
usuarios de servicios financieros", donde se establece que el usuario debe ser notificado
de las modificaciones que aplicará el sujeto obligado con una antelación mínima de 60
días corridos a su entrada en vigencia y mediante documento escrito dirigido al
domicilio real del usuario, por tratarse de una notificación por cambios en las
condiciones pactadas.
Las cláusulas que desnaturalizan las obligaciones son aquellas que alteran
significativamente la relación. (91)
Son abusivas (92) y se deben tener por no escritas. Así lo disponen los arts. 988
(contratos celebrados por adhesión) del CCyC y el art. 37 de la Ley de Defensa del
Consumidor.
La disposición ha sido calificada por la doctrina como una cláusula abierta, que consiste
en una disposición legal de carácter imperativo que tiene por objeto el control de
legitimidad de lo acordado por las partes a partir del principio de autonomía de la
voluntad. Se fundamentan en la preservación de la equidad, el equilibrio del sinalagma,
la buena fe y en la intangibilidad de los derechos de los consumidores, en tanto débiles
jurídicos. "Operan como una red de protección en tanto impiden que se evadan aquellas
hipótesis no incluidas en las cláusulas calificadas como abusivas". (93)
Ello así pues, si entendemos que la seguridad jurídica consiste en la certeza que deben
tener los ciudadanos respecto de las consecuencias jurídicas de sus acciones pasadas,
presentes y futuras (94), encontramos que el art. 1414 no contribuye a lograr la
concreción de este principio, pues otorga un margen muy amplio para evaluar si nos
encontramos frente a una cláusula abusiva. (95) Circunstancia que, adicionalmente,
puede llevar a un mayor grado de litigiosidad. Por ello, habría sido conveniente que el
legislador estableciera pautas más precisas al regular este tema.
Sin perjuicio de lo indicado debe tenerse presente que, en caso de que se tuviera por no
escrita la limitación de la responsabilidad por considerarla abusiva, el contrato de
servicio de caja de seguridad continuará vigente, debiendo aplicarse el principio de
reparación plena establecido por el art. 1740 del CCyC. Ello así, pues la no inclusión de
esta cláusula no compromete la finalidad del contrato (guarda y custodia).
En este sentido, el art. 1122 del CCyC (aplicable a los contratos de consumo) determina:
"Control judicial. El control judicial de las cláusulas abusivas se rige, sin perjuicio de lo
dispuesto en la ley especial, por las siguientes reglas:... b) las cláusulas abusivas se
tienen por no convenidas; c) si el juez declara la nulidad parcial del contrato,
simultáneamente lo debe integrar, si no puede subsistir sin comprometer su finalidad...".
Por último, cabe tener presente que si se hubiera pactado una cláusula limitativa de la
responsabilidad y siempre que ésta no desnaturalizara la obligación, el usuario deberá
acreditar el contenido de la caja antes del siniestro y su valor a fin de cobrar la
indemnización correspondiente, hasta el límite establecido en dicha cláusula.
Pero, al mismo tiempo, el carácter secreto del contenido de la caja hace muy dificultosa
o prácticamente imposible la prueba directa respecto de los objetos que podían
encontrase en la caja al momento del siniestro.
Por esta razón se justifica que el art. 1415 admita cualquier medio para acreditar el
contenido de la caja, incluso los indicios en la medida en que fueran serios, graves y
concordantes.
También puede llegar a ser de importancia —dadas las características de este tipo de
operaciones— la aplicación de la doctrina de las cargas probatorias dinámicas donde,
conforme al deber de buena fe procesal, cuando una de las partes se encuentra
imposibilitada de producir cierta prueba sobre los hechos controvertidos y la otra se
encuentra en mejores condiciones fácticas para producir dicha prueba, es esta última
quien debe soportar la carga de la prueba.
Asimismo, el Juez al dictar sentencia podrá apreciar como prueba a las presunciones no
establecidas por la ley (es decir, las que no son iuris tantum o iuris et de iure) cuando se
funden en hechos reales y probados y cuando por su número, precisión, gravedad y
concordancia produjeren convicción, según la naturaleza del juicio, de conformidad con
las reglas de la sana crítica (art. 163, CPCCN).
"Por las características del contrato de caja de seguridad, que en lo que aquí interesa, es
esencial el secreto y, por tanto, la ausencia de inventario o control de contenido por
parte del Banco, tornan dificultosa la prueba del daño (esta sala, 7/3/2007, 'Chimatti,
José Mateo y otro v. Banco Sudameris Argentina S.A. s/ ordinario', íd., esta sala,
6/5/2011, 'Kreszes, David Julio v. Banco Patagonia S.A. s/ ordinario').
"Pero esta característica esencial del contrato, sumado al incumplimiento del Banco a su
deber de seguridad, permiten que en estos casos el juez pueda recurrir a las
presunciones (C. Nac. Com., sala E, 19/9/2003, 'Saccone, María v. Banco Caja de
Ahorro', DJ 2004-1-40; esta sala, 12/8/1998, 'Gordon Claudio y otro v. Banco Mercantil
Argentino S.A.'; LL 1999-A-48).
"Las presunciones juegan a favor del accionante en un doble sentido: en primer lugar se
debe presumir que la caja no estaba vacía, pues ha sido requerida onerosamente por el
cliente del banco para guardar objetos que se deseaban mantener en secreto y custodia
contra actos de terceros, y, en segundo lugar, también debe presumirse que esos objetos
debían ser de valor económico y afectivo por esa misma razón".
"Es sabido que quien elige un sistema de privacidad absoluta como el que brinda una
caja de seguridad —en el que no se declara ni se constata el contenido—, debe asumir la
dificultad probatoria en caso de que exista violación del cofre. Empero ello debe ser
suplido con razonabilidad y con la existencia de presunciones graves, precisas y
concordantes (esta sala, 'Paternostro, M. v. Banco Mercantil', del 30/4/1998). Esto no es
consagrar la irresponsabilidad de la institución bancaria sino establecer un adecuado
equilibrio entre los contratantes cuando se produce el incumplimiento de uno de ellos
(C. Nac. Com., sala A 'Fridman, Jacobo v. Banco Mercantil Argentino S.A.', del
15/11/2000).
"El indicio es el hecho real, cierto (probado o notorio), del que se puede extraer
críticamente la existencia de otro hecho no comprobable por medios directos, según la
prueba aportada a la causa. Presunción es el resultado de un análisis intelectual, por
medio del cual se determina que otro hecho existió a través de la valoración de los
indicios (conf. Carlos J. Colombo, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
anotado y concordado, Abeledo-Perrot, t. I, ps. 286/287). Para que surja la presunción,
es necesario que los indicios se hallen constatados por prueba directa (cfr. esta sala,
'Oberti, A.A. v. Citibank NA' del 11/3/2005; 'Sotelo P. v. Cocarsa Cía. Arg. de
Carniceros S.A.', del 28/7/2005, entre otros).
2. Pluralidad de usuarios
"Pluralidad de usuarios. Si los usuarios son dos o más personas, cualquiera de ellas,
indistintamente, tiene derecho a acceder a la caja".
El art. 1416 mantiene en lo sustancial los parámetros establecidos por el art. 1303 del
Proyecto de Unificación de 1998 (99), consagrando la regla de que todos los usuarios
pueden acceder a la caja de seguridad en forma individual e indistinta.
Lo expresado en el párrafo anterior es concordante con lo dispuesto por el art. 1417, que
utiliza los términos "usuario" y "parte" del contrato como sinónimos.
El artículo transcripto sigue, en lo esencial, el texto propuesto por el art. 1305 del
Proyecto de Unificación de 1998. (101)
Conforme lo indicado por el art. 1417, las causas que dan curso al procedimiento para
requerir al usuario el retiro de los bienes guardados en la caja de seguridad son tres:
(1) (1) En este sentido, se ha indicado que "la operación de banca implica además de la
intermediación lucrativa del crédito otras operaciones variadas y dispares que nada
tienen que ver entre sí, ni tampoco con el crédito, pero que también se consideran
bancarias" (Giraldi, Pedro M., Introducción al estudio de los contratos bancarios,
Colección Monografías Jurídicas, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, año 1963, p. 27).
(2) (2) Conf. Farinati, Eduardo N., Confianza y prácticas bancarias, Ad-Hoc, Buenos
Aires, 2009, p. 15, donde se cita a Villegas, Carlos G., Operaciones bancarias, t. I,
Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1996, p. 115. En el mismo sentido, Bollini Shaw - Boneo
Villegas, Manual para operaciones bancarias y financieras, 2ª ed., Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1981, ps. 141 y 142.
(4) (4) Conf. Giraldi, Pedro M., Introducción al estudio..., cit., p. 21.
(5) (5) Conf. Bonfanti, Mario A., Contratos bancarios, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1993, p. 30, quien cita la definición que diera Joaquín GARRIGUES en su obra
Contratos bancarios, 2ª ed., Madrid, 1965, p. 31. También citan la misma definición del
citado autor, Bollini Shaw - Boneo Villegas, Manual para operaciones bancarias y
financieras, cit., p. 140, y Giraldi, Pedro M., Cuenta corriente bancaria y cheque,
Astrea, Buenos Aires, 1973, p. 4.
(6) (6) Zavala Rodríguez, Carlos J., Código de Comercio y leyes complementarias.
Comentado y concordado, t. V, Depalma, Buenos Aires, 1977, ps. 201 y 202.
(7) (7) Boneo Villegas, Eduardo J. - Barreira Delfino, Eduardo A., Contratos bancarios
modernos, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1984, ps. 41/42.
(8) (8) Conf. Bollini Shaw - Boneo Villegas, Manual para operaciones bancarias y
financieras, cit., p. 362. Al respecto, se han mencionado como un precedente histórico a
la horrea caesaris, de la era imperial romana, haciendo referencia a los grandes
depósitos fortificados de propiedad imperial o de los privados, en los cuales se
alquilaban espacios de diversas dimensiones para la conservación de bienes de valor en
previsión de incendios y robos. Conf. Bonfanti, Mario A., Contratos bancarios, cit., p.
311, citando la obra de Molle, I contratti bancari, Milano, 1966. Asimismo, la doctrina
ha señalado que en la obra de Ulpiano surge una mención de esta figura, pues en el
Digesto, XLII, tít. I, 15 párr. 12, se establece la procedencia de tomar el dinero
depositado a nombre del condenado, tanto se hallare en manos de un banco
(argentarius) como que estuviese encerrado en una caja (in arcam reclusam). Conf.
Quaglia, Marcelo C. - Verdura, Sergio W., "Contratos bancarios: locación de cajas de
seguridad", JA 2003-III-1054, disponible también en el sitio del Sistema Argentino de
Información Jurídica (SAIJ) bajo el nro. de cita DASA050090. También se ha planteado
como antecedente los servicios prestados por la Orden de los Caballeros del Templo que
ofrecían a los particulares la oportunidad de depositar bienes y cosas de valor en cajas
de tamaño uniforme ubicadas en los edificios fortificados que poseían en diversas
ciudades. En este caso, los bienes quedaban en custodia del depositario, entregándose el
depositante una copia de la llave (el original quedaba en poder de los Templarios). Conf.
Garrido Cordobera, Lidia M. - Piccinino Centeno, Roque A., "El contrato de caja de
seguridad bancaria en el Código Civil y Comercial argentino", Revista Jurídica de
Daños, nro. 12, julio 2015, IJ Editores, 31/7/2015, disponible en el sitio de la editorial
bajo el nro. de cita IJ-LXXXI-45, http://www.ijeditores.com.ar/articulos.php?
idsitio=1&idarticulo=78045. También Santicchia, Gerardo D., "Contrato bancario de
caja de seguridad", Revista de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la
Justicia de la Nación, nro. 37/38, julio/diciembre 2005, IJ Editores, 5/7/2005,
disponible en el sitio de la editorial bajo el nro. de cita IJ-XLIII-406,
http://ijeditores.com/articulos.php?idarticulo=40406&print=2. A su vez, se ha indicado
que el desarrollo del servicio de cajas de seguridad como se lo conoce en la actualidad
tuvo origen en la segunda mitad del siglo XIX con empresas que ponían a disposición
del público cajas fuertes mediante el pago de una retribución que le acordaba a su titular
el derecho de uso exclusivo de la misma, citándose a la Safe Deposit Company de
Nueva York —fundada el 15/4/1861— como la primera entidad que brindó este servicio
a sus clientes. Conf. Garrido Cordobera, Lidia M. - Piccinino Centeno, Roque A., "El
contrato de caja de seguridad bancaria en el Código Civil y Comercial argentino", cit., y
Santicchia, Gerardo D., "Contrato bancario de caja de seguridad".
(9) (9) Conf. Rodríguez Azuero, Sergio, Contratos bancarios, Biblioteca Felaban,
Bogotá, 1990, p. 589; Barbier, Eduardo A., Contratación bancaria, Astrea, Buenos
Aires, año 2002, p. 323, y Muratti, Natalio, Elementos de ciencia y técnica bancaria, El
Ateneo, Buenos Aires, 1960, ps. 359 y 360.
(10) (10) Conf. Rodríguez, Alfredo C., Técnica y organización bancarias, Macchi,
Buenos Aires, 1993, p. 417.
(11) (11) Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los contratos, t. III, Rubinzal-Culzoni,
Santa Fe, 2000, p. 695 y jurisprudencia allí citada.
(13) (13) Aunque es de tener presente que, parte de la doctrina, entendió que podía estar
subsumida en lo dispuesto por el art. 2188 inc. 2º del Código Civil, donde se expresaba:
"El depósito voluntario es regular o irregular: Es regular:... 2) Cuando fuere dinero, o
una cantidad de cosas consumibles, si el depositante las entregó al depositario en saco o
caja cerrada con llave, no entregándole ésta; o fuere un bulto sellado, o con algún signo
que lo distinga...".
(14) (14) Son adherentes de esta postura Malagarriga, Satanowsky y Zavala Rodríguez,
junto con la doctrina italiana en general.
(15) (15) Zavala Rodríguez, Carlos J., Código de Comercio y leyes complementarias.
Comentado y concordado, t. III, Depalma, Buenos Aires, 1976, p. 113.
(16) (16) Entre los seguidores de esta postura se encuentran quienes sostienen que se
trata de un contrato de depósito en caja cerrada. Conf. Militello, Sergio A., "El contrato
de caja de seguridad", LL 1995-A-670.
(17) (17) Zavala Rodríguez, Carlos J., Código de Comercio y leyes complementarias.
Comentado y concordado, cit., t. III, p. 114.
(19) (19) En esta posición encontramos a Salvat, Rezzónico, Muratti, Barbier y Álvarez
Rubio, junto con la doctrina francesa en general.
(20) (20) Conf. Malagarriga, Carlos A., Tratado elemental de Derecho Comercial, 2ª
ed., Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1958, ps. 392 y 393.
(21) (21) Conf. Rezzónico, Luis M., Estudio de los contratos, Depalma, Buenos Aires,
año 1959, p. 39.
(22) (22) Muratti, Natalio, Elementos de ciencia y técnica bancaria, cit., p. 202. En
contra de este fundamento se ha indicado que el cliente tiene limitaciones en el derecho
de uso, condicionado por la intervención constante del banco, extremo que no acaece en
la locación de cosas. Conf. Joaquín GARRIGUES, citado por Barbier, Eduardo A.,
Contratación bancaria, cit., p. 324.
(23) (23) Muratti, Natalio, Elementos de ciencia y técnica bancaria, cit., p. 202.
(24) (24) Conf. Barbier, Eduardo A., Contratación bancaria, cit., p. 323.
(25) (25) Borda, Guillermo A., Tratado de Derecho Civil. Contratos, t. I, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 1999, nro. 599.
(26) (26) Conf. Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los contratos, cit., t. III, p. 697.
(27) (27) Entre los seguidores de esta postura se encuentran Fontanarrosa, Garrigues,
Giraldi, Farina, Messineo, Quaglia y Verdura.
(28) (28) Conf. Rezzónico, Luis M., Estudio de los contratos, Depalma, Buenos Aires,
1959, p. 37.
(29) (29) Conf. Giraldi, Pedro M., Introducción al estudio..., cit., p. 71.
(30) (30) Conf. Quaglia, Marcelo C. - Verdura, Sergio W., "Contratos bancarios:
locación de cajas de seguridad", cit.
(31) (31) Son seguidores de esta posición Varangot, Bollini Shaw, Boneo Villegas y
Mario A. Bonfanti. También comparten esta postura Argeri, Saúl, "Contrato de Caja de
Seguridad", LL 1978-D-1258, y Moeremans, Daniel E., "Contrato de caja de seguridad.
Concepto. Naturaleza jurídica. Responsabilidad del banco. Validez de las cláusulas de
exoneración de responsabilidad por los efectos depositados. Prueba del contenido de la
caja", LL 1999-D-720.
(32) (32) Conf. Varangot, citado por Bollini Shaw - Boneo Villegas, Manual para
operaciones bancarias y financieras, cit., p. 368.
(36) (36) Nótese que los Libros de los Códigos Civil y Comercial de Vélez Sarsfield se
dividen en Secciones, Títulos y Capítulos.
(37) (37) Farinati, Eduardo N., "Problemática en la tutela del consumidor bancario",
ED 204-886.
(40) (40) El Proyecto de Unificación de 1993 lo había incorporado a través de sus arts.
1372 a 1376
(41) (41) Farinati, Eduardo N., "El contrato de apertura de crédito en el Código Civil y
Comercial de la Nación", Revista Temas de Derecho Comercial Empresarial y del
Consumidor, Errepar, septiembre 2015, p. 34.
(42) (42) Conf. Bueres, Alberto J. (dir.), Código Civil y Comercial de la Nación.
Analizado, comparado y concordado, t. I, Hammurabi, Buenos Aires, 2014, ps.
560/561.
(43) (43) El art. 1138 del Código Civil de Vélez establecía: "Los contratos se
denominan en este Código unilaterales o bilaterales. Los primeros son aquellos en que
una sola de las partes se obliga hacia la otra sin que ésta le quede obligada. Los
segundos, cuando las partes se obligan recíprocamente la una hacia la otra".
(44) (44) Conf. Alterini, Atilio A., Contratos: Civiles - Comerciales - De consumo.
Teoría general, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, ps. 172, 174 y 175.
(45) (45) Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los contratos, cit., t. III, p. 699.
(46) (46) La definición establecida en el art. 968 para los contratos conmutativos y
aleatorios es la misma que se previera en el art. 911, párr. 2º, del Proyecto de
Unificación de 1998. También coincide con la definición que diera Alterini, Atilio A.,
Contratos: Civiles - Comerciales - De consumo..., cit., p. 176.
(47) (47) Conf. Fernández, Raymundo L. - Gómez Leo, Osvaldo R., Tratado..., cit., t.
III-D, ps. 542 y 543.
(48) (48) En el mismo sentido Barreira Delfino, Eduardo, Incidencias del Código Civil
y Comercial. Contratos bancarios, Hammurabi, Buenos Aires, 2015, p. 217.
(49) (49) En el mismo sentido Barreira Delfino, Eduardo, Incidencias del Código Civil
y Comercial. Contratos bancarios, cit., p. 133.
(53) (53) En sentido concordante, arts. 988, 1117 y 1743 del CCyCN.
(54) (54) Como un antecedente remoto de esta norma, podemos citar al art. 1839 del
Código Civil italiano de 1942, donde se establecía: "En el servicio de custodia de cajas
de seguridad el banco responde al usuario por la idoneidad y custodia del local y por la
integridad de la caja, salvo caso fortuito". Nótese que en el Código Civil italiano ya se
encontraba regulado como un "servicio". Calificación que siguieron todos los
anteproyectos de unificación argentinos.
(55) (55) Conf. Liberatore, Gloria, en López Cabana, Roberto M. (coord.), Contratos
especiales en el siglo XXI, Abeledo-Perrot, disponible en AP 2103/002953. El
subrayado es nuestro.
(56) (56) Sobre la custodia y seguridad del recinto se han mencionado medidas tales
como sistemas de alarma para casos de incendio, imposición de placas metálicas para el
refuerzo de las partes, establecimiento de mecanismos de ventilación y control de
humedad o el uso de alarmas y puertas de seguridad para impedir el ingreso de extraños.
Conf. Rodríguez Azuero, Sergio, Contratos bancarios, cit., p. 595. El Banco Central de
la República Argentina ha dispuesto diversas medidas en esta dirección a través del
Texto Ordenado sobre "Medidas de seguridad en entidades financieras", que se
encuentra disponible en el sitio de este organismo, www.bcra.gov.ar.
(57) (57) C. Nac. Com, sala B, 26/3/1996, "Sucarrat, Gustavo Adolfo v. Banco de
Galicia", LL 1994-E-437.
(58) (58) Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los Contratos, cit., t. III, p. 700. Estos
requisitos no se encontraban en el art. 1300 del PU de 1998 y fueron agregados por la
Comisión Redactora del CCyCN, conforme surge de sus fundamentos —que citáramos
al referirnos a los antecedentes normativos—.
(59) (59) Conf. Herrera, Marisa - Caramelo, Gustavo - Picasso, Sebastián (dirs.),
Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado, t. IV, Infojus, "Artículo 1413,
punto 2.1. Obligaciones a cargo del proveedor del servicio", p. 131. Disponible en el
sitio del Sistema Argentino de Información Jurídica (SAIJ),
http://www.saij.gob.ar/docs-f/codigo-
comentado/CCyC_Nacion_Comentado_Tomo_IV.pdf.
(60) (60) En este sentido, art. 1725, párr. 2º, del CCyCN.
(61) (61) Barbier, Eduardo A., "El contrato de caja de seguridad y las cláusulas
exonerativas", LL 1994-E-1302.
(62) (62) C. Nac. Civ. y Com. Fed., sala 1ª, 10/5/2011, "Juárez, Ana M. v. Banco de la
Nación Argentina". El subrayado es nuestro.
(63) (63) Barbier, Eduardo A., "El contrato de caja de seguridad y las cláusulas
exonerativas", cit., p. 1302.
(64) (64) C. Nac. Com., sala B, 4/10/1996, "Quiquisola, Roberto H. y otro v. Banco
Mercantil Argentino S.A.", LL 1997-B-80.
(65) (65) En el mismo sentido Barbier, Eduardo A., "El contrato de caja de seguridad y
las cláusulas exonerativas", cit., p. 1302. En sentido concordante, el art. 1733 del
CCyCN dispone: "Responsabilidad por caso fortuito o por imposibilidad de
cumplimiento. Aunque ocurra el caso fortuito o la imposibilidad de cumplimiento, el
deudor es responsable en los siguientes casos:... e) si el caso fortuito y, en su caso, la
imposibilidad de cumplimiento que de él resulta, constituyen una contingencia propia
del riesgo de la cosa o de la actividad".
(66) (66) Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los Contratos, cit., t. III, p. 702.
(68) (68) C. Nac. Com., sala B, 30/3/2012, "Arévalo, José Alberto y otro v. Banco de la
Nación Argentina Sucursal Balvanera s/ ordinario", en RDCO, 2012-B-622, sección
"Actualidad en Derecho Bancario".
(69) (69) "El vicio de la cosa radica en la mala calidad o defecto que la tornan impropia
para una utilización inocua para los demás" (Llambías, Jorge J., Tratado de Derecho
Civil. Obligaciones, t. IV-A, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1976, p. 610).
(70) (70) Conf. Llambías, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, cit., t. IV-
A, ps. 470 y 471.
(71) (71) Llambías, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, cit., p. 630.
(72) (72) Conf. Trigo Represas, Félix A., ponencia presentada en las VI Jornadas
Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y Procesal, Junín, 1994. Citado por Ghersi,
Carlos A. - Weingarten, Celia - Barbier, Eduardo, Contratos. Problemática moderna,
Ediciones Jurídicas de Cuyo, Mendoza, 1996, p. 55.
(73) (73) Mosset Iturraspe, Jorge, Estudios sobre responsabilidad por daños, t. I,
Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, p. 57.
(74) (74) Llambías, Jorge J., Estudio de la reforma del Código Civil, Jurisprudencia
Argentina, Buenos Aires, 1969, p. 286.
(77) (77) C. Nac. Com, sala C, 23/3/1998, "Simao de Busico, Elena v. Banco Mercantil
Argentino", LL 1999-D-721.
(78) (78) Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los Contratos, cit., t. III, p. 703.
(79) (79) Así, Barbier ha considerado que aquellas cláusulas que limitan el
resarcimiento en el supuesto de caja de seguridad, son abusivas por desnaturalizar las
obligaciones o limitar la responsabilidad por daños y se deben tener por no convenidas.
Conf. Barbier, Eduardo A., Contratación bancaria, cit., p. 86. En el mismo sentido
Garrido Cordobera y Piccinino Centeno expresan: "Admitir una cláusula limitativa
atenta contra la naturaleza misma del contrato, contra las expectativas (art. 1413,
CCyCN) de quien contrata con la entidad financiera y consideró también contra el
principio de la buena fe; constituyendo una cláusula abusiva y lesiva del derecho
constitucional de propiedad (arts. 1743 y 1738/40, Libro III, Título V, Capítulo I,
Sección 4ª, del CCyCN). Creemos que se trata de una incongruencia legislativa que
debe ser subsanada" (Garrido Cordobera, Lidia M. - Piccinino Centeno, Roque A., "El
contrato de caja de seguridad bancaria en el Código Civil y Comercial argentino", y
Santicchia, Gerardo D., "Contrato bancario de caja de seguridad", cit.
(81) (81) Lorenzetti, Ricardo, Tratado de los Contratos, cit., t. III, ps. 703 y 705.
(82) (82) Heredia, Pablo D., "Contratos bancarios: servicio de caja de seguridad en el
Código Civil y Comercial", publicado en el Suplemento Especial Nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación. Contratos en particular 2015 (abril), 279.
(84) (84) El art. 1740 del CCyCN establece: "Reparación plena. La reparación del daño
debe ser plena. Consiste en la restitución de la situación del damnificado al estado
anterior al hecho dañoso, sea por el pago en dinero o en especie. La víctima puede optar
por el reintegro específico, excepto que sea parcial o totalmente imposible,
excesivamente oneroso o abusivo, en cuyo caso se debe fijar en dinero. En el caso de
daños derivados de la lesión del honor, la intimidad o la identidad personal, el juez
puede, a pedido de parte, ordenar la publicación de la sentencia, o de sus partes
pertinentes, a costa del responsable".
(85) (85) En términos generales informar consiste en "dar noticia de alguna cosa".
Conf. Osorio, Manuel, Diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales, Heliasta,
Buenos Aires, 1982, p. 379.
(86) (86) Ghersi, Carlos A., Contratos. Problemática moderna, cit., p. 43.
(88) (88) Conf. C. Cont. Adm. y Trib. Ciudad Bs. As., sala 2ª, 24/2/2004, "Asociación
Civil Hospital Alemán v. Ciudad de Buenos Aires", LL del 7/9/2004, donde se cita lo
indicado por López Cabana, Roberto, "Deber de información al usuario, Actualidad en
Derecho Público, nro. 12, Ad-Hoc, p. 89.
(89) (89) Conf. C. Nac. Com. Adm. Fed., sala 4ª, 28/10/1997, "Carrefour v. Secretaría
de Comercio e Inversiones", donde se cita lo indicado por Stiglitz, Rubén S., "La
obligación precontractual y contractual de información. El deber de Consejo" (JA del
30/4/1997), en Revista Derecho del Consumidor, nro. 10, Juris, Rosario, p. 108.
(90) (90) En este sentido, Stiglitz, Rubén S., en su artículo "Deber de información
precontractual y contractual. Deber de consejo. La cuestión en los contratos paritarios y
de consumo", LL 2009-B-1085.
(91) (91) Ejemplo de ello son las cláusulas que desbaratan la distribución justa de los
riesgos. En este sentido, Lorenzetti, Ricardo L., "Esquema de una teoría sistémica del
contrato", LL 1999-E-1168.
(92) (92) Conforme lo dispuesto por el art. 1119 del CCyCN, cláusula abusiva —sin
perjuicio de lo dispuesto en las leyes especiales— es aquella que "habiendo sido o no
negociada individualmente, tiene por objeto o por efecto provocar un desequilibrio
significativo entre los derechos y las obligaciones de las partes, en perjuicio del
consumidor".
(93) (93) Conf. Stiglitz, Gabriel A. (dir.), Revista Derecho del Consumidor, nro. 9, ps.
12, 17 y 34.
(95) (95) Basta nada más con preguntarnos cuál es el monto mínimo para que la
cláusula de limitación de responsabilidad no desnaturalice la obligación, para darnos
cuenta de los distintos criterios que pueden existir sobre esta cuestión.
(96) (96) Heredia, Pablo D., "Contratos bancarios: servicio de caja de seguridad en el
Código Civil y Comercial", cit., p. 279 y nota 72.
(97) (97) C. Nac. Com., sala D, 3/10/13, "Sorrentino, Francisco José v. BBVA Banco
Francés S.A. s/ ordinario", RDCO 2014-A-618, sección "Actualidad en Derecho
Bancario".
(98) (98) C. Nac. Com., sala E, 16/10/2013, "Gutiérrez de Mandelli, Alicia Graciela v.
Bank Boston NA s/ ordinario", RDCO 2014-A-619 y 620, sección "Actualidad en
Derecho Bancario".
(99) (99) El art. 1303 del Proyecto de Unificación de 1998 disponía: "Pluralidad de
usuarios. Si el servicio de caja de seguridad es contratado por dos (2) o más personas,
cualquiera de ellas tiene acceso a la caja, indistintamente, salvo pacto en contrario".
(101) (101) El art. 1305 del Proyecto de Unificación de 1998 establecía: "Retiro de los
efectos. Vencido el plazo, el prestador debe dar a la otra parte aviso fehaciente del
vencimiento operado con la prevención que se procederá como se indica en el párrafo
siguiente. Pasados treinta (30) días del aviso, el prestador puede disponer la apertura
forzada de la caja ante escribano. El prestador puede consignar los efectos
judicialmente, a costa del usuario. Puede cobrar el precio impago de los fondos hallados
en la caja o de otros fondos que tuviere el usuario. En su defecto, puede proceder a la
venta de los efectos necesarios para cubrir lo adeudado en la forma prevista por el art.
2119, dando aviso al usuario".
(102) (102) En el mismo sentido Barreira Delfino, Eduardo, Incidencias del Código
Civil y Comercial. Contratos bancarios, cit., p. 217.
Salud Mental
Camps, Carlos E.
I. Introducción
El reemplazo del Código Civil de Vélez Sarsfield por el Código Civil y Comercial
unificado provoca, como es sabido, un fuerte impacto en el terreno procesal. Tal
impacto se produce tanto de modo directo como indirecto.
Casos de impacto directo podemos hallar en aquellas hipótesis donde el nuevo digesto
prevé cuestiones o regula contenidos que, dada la naturaleza de éstos, son propios de los
ordenamientos rituales. Así, por ejemplo, la necesidad del debido fundamento de las
sentencias (1) o la forma en que debe desarrollarse un proceso arbitral (2).
Estas nuevas maneras de abordar y regular la posibilidad de que las personas actúen por
sí en ejercicio de sus derechos va a incidir profundamente en las tareas y cargas
procesales necesarias para una debida conformación de la litis en lo que hace a las
condiciones que deben exhibir los sujetos privados para incorporarse —y ser
incorporados— válidamente como parte en un proceso.
Con relación a la primera de ellas —capacidad para ser parte— señala que "este tipo de
capacidad, en tanto se refiere a la posibilidad de figurar como parte en un proceso,
constituye una proyección, en el orden procesal, de la capacidad de derecho
genéricamente considerada. Se la puede definir, por lo tanto, como la idoneidad
reconocida por el ordenamiento jurídico para ser titular de derechos y de deberes
procesales, de lo cual se sigue que la capacidad jurídica procesal y la capacidad para ser
parte constituyen conceptos sustancialmente equivalentes". Y agrega que "la
delimitación de esta clase de capacidad se encuentra establecida en las leyes
sustanciales, particularmente en la norma general que atribuye la calidad de persona a
todo ente susceptible de adquirir derechos o contraer obligaciones (art. 30, CCiv.). De
ella se infiere que toda persona, por el solo hecho de serlo, goza de capacidad para ser
parte. La adquisición y pérdida de esta clase de capacidad, en consecuencia, han de
coincidir necesariamente con la adquisición y la pérdida de la personalidad jurídica" (3).
Mientras que en relación con la segunda de las referidas "capacidades" —la capacidad
procesal—, Palacio señala que "no todas las personas que tienen capacidad para ser
partes o peticionarios se hallan dotadas de la aptitud necesaria para realizar, por sí
mismas, actos procesales válidos. Dicha aptitud, que junto con la capacidad jurídica
procesal integra uno de los requisitos extrínsecos de admisibilidad de la pretensión o de
la petición extracontenciosa, se denomina capacidad de obrar procesal o, simplemente,
capacidad procesal. Este tipo de capacidad supone, por lo tanto, la aptitud legal de
ejercer los derechos y de cumplir los deberes inherentes a la calidad de parte o
peticionario, de allí que, así como la capacidad para asumir tales calidades constituye un
reflejo de la capacidad jurídica genéricamente considerada, la capacidad procesal viene
a reeditar, en el ámbito del proceso, los principios que el derecho privado contiene en
materia de capacidad de obrar o de hecho" (4).
Como se habrá podido observar, capacidad para ser parte, capacidad procesal —e
incluso, legitimación— son cualidades o condiciones de los sujetos que pueden
demandar o ser demandados y remiten directamente al régimen del derecho privado de
fondo. La explicación de Palacio que acabamos de evocar se construye sobre los textos
del Código de Vélez, sin embargo alude a institutos que —con diferente denominación
en algún caso— rigen hoy también en el digesto unificado.
La capacidad para ser parte es, entonces, el reflejo procesal de la capacidad de derecho,
así denominada antes y ahora (ver art. 22, CCyC). La capacidad procesal, de la antes
conocida como capacidad de hecho y hoy redenominada capacidad de ejercicio (art.
23, CCyC). La legitimación —finalmente— alude a la particular situación de una
persona respecto de la relación jurídica de fondo que se debate en el pleito. Ella se
encontrará regulada en el ámbito específico del código que contemple la materia en
disputa.
Tales mutaciones sistémicas deben ser tenidas en cuenta a los fines prácticos de
establecer si quien toma las decisiones respecto de la conducción de un proceso donde
se ponen en juego derechos e intereses de su titularidad —siempre asistido técnicamente
por un abogado y sea que éste lo patrocine o actúe en su nombre, apoderamiento
mediante— puede hacerlo por sí o requiere del auxilio de otra persona.
No hace falta aquí poner de relieve la trascendencia —en lo atinente al pleno respeto del
derecho de defensa en juicio, acceso a la justicia e igualdad— que posee la presente
problemática: se encuentra en juego nada menos que la libertad de las personas en lo
que respecta a su autodeterminación para comprometer o disponer de sus derechos o
decidir a su arbitrio respecto de los aspectos más trascendentes de su personalidad,
salud, familia, patrimonio, etcétera.
Desde lo procesal, establecer con claridad si quien litiga puede hacerlo por sí mismo o
bien, si es correcta, suficiente y debidamente acreditada la intervención de otro u otros
sujetos por aquel que constituye la parte en sentido técnico, hace a la correcta
estructuración de la litis, cimenta las bases para la plena validez del trámite y evita
futuras nulidades o planteos de tenor asimilable.
Al referirse a la medida preliminar que tiene por objeto la obtención de una declaración
sobre hechos relativos a la personalidad —específica para los fines relativos al punto en
análisis—, Palacio expresa: "El art. 323, inc. 1º, CPCCN, reproduciendo una norma
contenida en la mayor parte de los códigos vigentes en el país, habilita a quien pretende
asumir el carácter de parte actora para requerir que 'la persona contra quien se proponga
dirigir la demanda preste declaración jurada, por escrito y dentro del plazo que fije el
juez, sobre algún hecho relativo a su personalidad, sin cuya comprobación no pueda
entrarse en juicio'" (6).
Y aclara que "la 'personalidad' a que alude la norma citada debe entenderse referida
tanto a la capacidad como a la legitimación procesal del sujeto pasivo de la pretensión
que se desea interponer. La medida es admisible, por ejemplo, para determinar la edad
del futuro demandado y, en su caso, el nombre de su representante necesario...".
Mientras que si se trata de la otra diligencia preliminar aquí mencionada, esto es, la que
permite la "designación de tutor o curador" nuestro autor —con terminología y base
legal que hoy requiere adaptaciones— indica lo siguiente: "Cuando las personas
sometidas a patria potestad, tutela o curatela general deban demandar a sus padres,
tutores o curadores, o éstos a aquéllos; el eventual proceso pudiere versar sobre bienes o
negocios detraídos de la administración de los representantes necesarios de los
incapaces; o el padre negare al menor adulto su consentimiento para que éste interponga
una pretensión contra un tercero, el Código Civil impone la solución consistente en el
nombramiento de un tutor o curador especial a fin de que asuma la representación del
incapaz (arts. 397 y 282). Consecuentemente con ese principio, el art. 323, inc. 7º,
CPCCN, autoriza a solicitar, a título de diligencia preparatoria, 'que se nombre tutor o
curador para el juicio de que se trate'. En las dos primeras hipótesis mencionadas
precedentemente es aplicable el procedimiento previsto por los arts. 776 y 777, CPCCN,
con la diferencia de que, dependiendo exclusivamente del arbitrio del juez, en la
elección de la persona que ha de desempeñarse como tutor o curador especial debe
descartarse la admisibilidad de reclamos formulados por terceros. En la tercera hipótesis
(negativa del padre para que el menor demande a un tercero), corresponde aplicar el
procedimiento reglado por el art. 780, CPCCN" (7).
Hasta aquí la somera descripción de las figuras que sirven al actor para controlar que la
persona a la que va a demandar cumple con las normas fondales relativas a la capacidad
de ejercicio. El demandado, por su lado, también cuenta con herramientas para indagar
o plantear la falta de capacidad de ejercicio, tanto propia como del sujeto que lo
convoca a la litis.
Art. 23. — Capacidad de ejercicio. Toda persona humana puede ejercer por sí misma
sus derechos, excepto las limitaciones expresamente previstas en este Código y en una
sentencia judicial.
b) la persona que no cuenta con la edad y grado de madurez suficiente, con el alcance
dispuesto en la Sección 2ª de este Capítulo;
Vemos que se instaura como regla la plena capacidad de ejercicio y las excepciones sólo
podrá fijarlas la ley de modo expreso o una sentencia judicial. Dejando aparte el caso de
las personas por nacer y concentrándonos en las hipótesis más frecuentes, encontramos
dos categorías de restricciones a la capacidad de ejercicio: las relacionadas a la edad y
madurez —por un lado— y las vinculadas con situaciones de salud (sujeto que "padece
una adicción o una alteración mental permanente o prolongada, de suficiente gravedad,
siempre que [el juez] estime que del ejercicio de su plena capacidad puede resultar un
daño a su persona o a sus bienes" (art. 32, CCyC).
Otro tanto ocurría con los declarados insanos. El juicio de insania estaba destinado a la
declaración de la "demencia en sentido jurídico" de una persona, lo que daba lugar a la
designación de un curador que lo reemplazaba en la toma de decisiones, realizando las
manifestaciones de voluntad necesarias para ejercer los derechos de aquél. Si bien
estaba previsto el proceso de rehabilitación, esta vía no constituía una flexibilización
importante del sistema, ya que de prosperar tal pretensión —en los escasísimos
supuestos en los que se la planteaba—, la sentencia tenía por objeto —como regla—
revertir la declaración de insania. Se pasaba de la incapacidad total de hecho a la total
capacidad. Como se ve, un sistema estricto y sin lugar para los matices. Claro está, la
figura de la inhabilitación vino a intentar corregir esta situación que a poco de andar se
observó como extrema (la de generar judicialmente la total interdicción de una persona
cuando podría haber existido capacidad residual de ejercicio por sí mismo de algunos
derechos).
Es notorio cómo frente a situaciones que dificultan o impiden el ejercicio por sí de los
derechos, el nuevo Código exige que el sistema dote de asistencia a las personas para
que sean éstas las que decidan, en lugar de acudir como primera medida al reemplazo de
su voluntad por la de otra persona —tutores o curadores—.
Lo equivalente ocurría con los supuestos de personas afectadas en su salud mental, tanto
en lo que hacía a la averiguación de la existencia de restricciones a su capacidad
establecidas judicialmente como, en el caso de acreditarse éstas y de constatarse que
carecía de representante, echar a andar el proceso destinado a proveer al futuro
demandado de debida representación (designación de curador).
Tales eran —como se señalara al inicio— las herramientas procesales con las que
contaba el actor para abordar la cuestión de la capacidad de hecho de su futura
contraparte, siempre con el objeto de que ésta pueda ser demandada adecuadamente,
respetándose plenamente sus derechos de acceso regular al proceso y para que la litis no
contenga vicios que, a la postre, puedan dar lugar a incidencias de mayor o menor poder
fulminante del trámite.
Por su lado, el demandado contaba con la excepción de falta de personería, tanto para
cuestionar la de aquél que lo emplazaba a estar a derecho ante los tribunales como para
pedir que se adopten medidas tendientes a proveerle a él mismo de un representante si
ello es necesario. Aquí también, el demandado tenía la vía adecuada para cuestionar la
plena capacidad de hecho que el actor esgrimía (expresamente al así explicarlo en su
demanda o bien de modo tácito, al demandar por sí, ya sea con patrocinio letrado o
mediante apoderado) o la que le atribuía al demandado.
Con el advenimiento del nuevo régimen de derecho privado y sus pautas sobre la
capacidad de ejercicio, las figuras aludidas —medidas preliminares y excepción de falta
de personería— habrán de dar lugar a nuevas posibilidades de trámite.
V. Menores de edad
En lo que respecta a la situación de los menores de edad (14) y para hacer referencia a la
incidencia del concepto de capacidad progresiva en la posibilidad de actuar por sí en la
vida civil —y, por tanto, en el proceso—, se utiliza el concepto de "competencia" (15).
Entendemos que para que estos menores puedan ser considerados con "edad y grado de
madurez suficiente" para ejercer por sí derechos y, asimismo, estar en juicio de igual
modo, deberán contar con una sentencia judicial que luego de la prueba —
necesariamente interdisciplinaria, conf. art. 706, CCyC— así lo establezca (18).
Sentencia que habrá de recaer en un proceso de conocimiento rápido que podrá ser
iniciado por quien necesite contar con la certeza respecto de tal aptitud del menor para
ejercer por sí derechos que le incumben: él mismo —con abogado que lo asista—; sus
representantes legales —que en tal caso dejarán de serlo para los actos que se
establezcan al disminuir el ámbito de la responsabilidad parental, conf. art. 638, inc. b),
CCyC—; el Ministerio Público (conf. art. 103, CCyC); quien quiera demandarlo y
requiera de esta información y hasta —entendemos— el propio juez de oficio al conocer
de la cuestión con motivo de otro tipo de pretensión si entiende que ello abastece de
mejor modo el derecho a la autodeterminación del menor y respeta el nuevo paradigma
de actuación autónoma de esta categoría de sujetos, todo dentro de los mayores poderes
que la ley otorga al juez en temas de familia a los fines de hacer cumplir la finalidad de
la ley, la Constitución y los tratados internacionales (arts. 1º, 2º, 706 y 709, CCyC).
En el primer caso, quien demanda a un menor —luego de adquirir certeza del dato de la
edad a través, eventualmente, de las medidas preparatorias mencionadas— puede
hacerlo en la persona de sus representantes legales, o bien, si el menor es adolescente y
ello conviene a su estrategia procesal, citarlo para que se presente a juicio por sí sobre la
base de afirmar que posee "competencia" para ello.
En tal caso, será necesario el proceso aludido de determinación de "madurez suficiente"
para contar con una declaración judicial que establezca tal condición y habilite una
actuación por sí en el proceso del menor involucrado. Para lograr tal cometido,
entendemos que será viable la medida preparatoria que hasta ahora estaba prevista para
la designación de tutor o curador. Por supuesto, sólo el mecanismo procesal será similar,
ya que tanto el objeto mediato como el inmediato habrán de diferir. Ello así hasta tanto
se produzca la necesaria reforma del Código Procesal recogiendo esta nueva posibilidad
de actuación para la determinación de la "competencia" de las partes menores de edad.
En tal contexto, podrá indicar cuáles son los representantes con los que debe entenderse
el actor o bien, en la segunda hipótesis —contar con "competencia" para actuar por sí—,
o bien exhibirá la sentencia que así lo establece (si cuenta con ella), o bien habrá de
solicitar que se la dicte a los fines de una debida estructuración de la litis de fondo.
Huelga aclarar que tanto en el caso anterior como en éste, se trata de un uso extensivo
de la excepción, pergeñada en un contexto de derecho privado que no contemplaba la
posibilidad de que existan estas flexibilizaciones en lo que hace a la capacidad de
ejercicio de derechos.
Corresponderá a éste por sí, a través de su o sus apoyos, o bien de su curador, contestar
la demanda o, si se considera necesario, plantear la falta de personería a los fines de que
la demanda sea bien dirigida contra el paciente que actúa con asistencia de terceros o
con intervención del curador en los casos en que haya alguien designado en tal rol.
Asimismo, si considera que la persona a ser demandada carece de aptitud para ejercer
por sí los actos de defensa relativos a la pretensión que habrá de dirigirse en su contra y
tal situación no se halla contemplada formalmente por carecer de toda sentencia judicial
que se refiera a su estado de salud, o bien el fallo que recoge y regula su situación no
prevé entre las medidas restrictivas de la capacidad lo relativo al juicio que se avecina,
puede —mediante, una vez más, una variante de la otra medida preparatoria referida—
solicitar que un juez analice la nueva situación planteada y determine si es necesario
declarar que el futuro demandado posee capacidad restringida de ejercicio para los
concretos actos de defensa que habrán de tener lugar, o bien se amplíe el listado de
circunstancias en las cuales se requiere asistencia ya dispuesto previamente en el fallo
que lo alcanza.
En el marco del Código Civil y Comercial, ello sigue siendo igual. Sólo que podrá haber
casos en que existiendo conflicto entre un menor y sus representantes legales, el primero
pueda actuar en juicio por sí, esto es, sin un tutor ad litem.
Se trata, como imaginará el lector, de los casos donde el menor posee "edad y madurez
suficiente para ejercer por sí los actos que le son permitidos por el ordenamiento
jurídico".
Nótese que el art. 103, referido a la participación procesal de los integrantes de este
cuerpo, señala expresamente que "la actuación del Ministerio Público respecto de
personas menores de edad, incapaces y con capacidad restringida, y de aquellas cuyo
ejercicio de capacidad requiera de un sistema de apoyos puede ser, en el ámbito judicial,
complementaria o principal. a) Es complementaria en todos los procesos en los que se
encuentran involucrados intereses de personas menores de edad, incapaces y con
capacidad restringida; la falta de intervención causa la nulidad relativa del acto. b) Es
principal: i) cuando los derechos de los representados están comprometidos, y existe
inacción de los representantes; ii) cuando el objeto del proceso es exigir el
cumplimiento de los deberes a cargo de los representantes; iii) cuando carecen de
representante legal y es necesario proveer la representación...".
Pues bien, para estos casos donde el menor puede litigar por sí en hipótesis de conflicto
con intereses de sus representantes legales o necesarios, además del seguimiento por
parte del Ministerio Público en uno de los supuestos de actuación complementaria, el
Código señala que "puede intervenir con asistencia letrada" (art. 26, CCyC).
Creemos que la asistencia letrada es un derecho que asiste al menor que litiga por sí, no
resultando ello optativo. Si carece de recursos, la asistencia letrada deberá provenir de
los sistemas de asistencia técnica gratuita que se prevén en los diferentes ordenamientos
rituales. El Ministerio Público —si no lo hace el juez en uso de sus facultades
ordenatorias oficiosas— deberá velar por que el menor "competente" cuente con la
debida asistencia letrada en sus presentaciones. De otro modo, bajo el pretexto de
aumentar el alcance de la capacidad de ejercicio de estos sujetos se los estaría privando
de la adecuada apoyatura profesional para canalizar con idoneidad sus pretensiones en
justicia.
En el art. 1º de esta ley puede leerse: "Cumpliendo lo establecido por el art. 12, incs. 1º
y 2º de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, art. 8º del
Pacto de San José de Costa Rica y del art. 27 de la ley 26.061, créase en el ámbito de la
provincia de Buenos Aires la figura del abogado del niño, quien deberá representar los
intereses personales e individuales de los niños, niñas y adolescentes legalmente ante
cualquier procedimiento civil, familiar o administrativo que los afecte, en el que
intervendrá en carácter de parte, sin perjuicio de la representación promiscua que ejerce
el Asesor de Incapaces. En los procedimientos indicados en el párrafo precedente, será
obligatorio informar al niño, niña y adolescente de su derecho de ser legalmente
representado por un abogado del niño".
De allí que todavía la figura en sí, sus diferentes aspectos de acuerdo con el sector de la
doctrina que se escuche y, asimismo, las leyes que la receptan siguen bajo la lupa del
control de constitucionalidad y convencionalidad a los fines del análisis de los efectos
que provoca su intervención en el proceso y determinar —de tal modo— cuál es el
alcance que de mejor modo abaste la finalidad última de todos estos institutos: lograr el
debido respeto del "interés superior del niño".
Por nuestra parte, entendemos que la figura del "abogado del niño" alude a un letrado
especializado en cuestiones de minoridad que asiste técnicamente a un menor de edad
en un proceso judicial determinado.
Parece razonable que la asistencia técnica en estos casos esté puesta en manos de un
letrado con especial preparación para el conocimiento y abordaje de una causa donde se
ventilan los intereses de un menor o adolescente. Este abogado debería estar entrenado
para escuchar a las personas de esta edad, comprender el alcance de sus pretensiones y,
asimismo, para "traducir" a un lenguaje llano y accesible por el menor las cuestiones
técnicas sobre las que versa el proceso para que éste las entienda y pueda decidir qué
curso de acción requerir que ejecute su letrado en el trámite (22).
(1) (1) Art. 3º. — Deber de resolver. El juez debe resolver los asuntos que sean
sometidos a su jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada.
(3) (3) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, edición actualizada por Carlos E.
Camps, t. 4, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2011, nro. 291.
(4) (4) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, cit., t. 4, nro. 292. Por la utilidad de
la explicación, transcribimos aquí otro pasaje de la obra del maestro Palacio: "b) La
capacidad procesal debe ser claramente diferenciada de la legitimación procesal.
Mientras la primera habilita para actuar en un número indeterminado de procesos, con
prescindencia de las concretas relaciones o estados jurídicos que en ellos se
controvierten, la segunda se refiere a la idoneidad especialmente atribuida para
pretender o para contradecir con respecto a la específica materia sobre que versa el
proceso. La legitimación, por consiguiente, puede corresponder a un incapaz procesal,
pues la incapacidad sólo implica la ineptitud legal de ejecutar personalmente (o a través
de un representante convencional) actos procesales válidos, pero en modo alguno afecta
la calidad de parte que reviste el incapaz ni su eventual titularidad de la relación jurídica
sustancial controvertida en el proceso. En cambio, el representante necesario del
incapaz, que no es parte ni puede estar procesalmente legitimado, tiene capacidad
procesal".
(5) (5) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, edición actualizada por Carlos E.
Camps, t. 6, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2011, nro. 783.
(6) (6) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, cit., t. 6, nro. 786.
(7) (7) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, cit., t. 6, nro. 792.
(8) (8) PALACIO, Lino E., Derecho Procesal Civil, cit., t. 6, nro. 822.
(9) (9) En lo que hace a esta excepción, habremos de abordar en lo sucesivo solamente
el aspecto que hace al control de la capacidad de ejercicio de derechos, dejando fuera de
este trabajo lo relativo a la falta, insuficiente o defectuosa representación. A tales fines,
ver el trabajo de Héctor E. Leguisamón que obra en este mismo número, titulado
"Representación convencional o voluntaria en juicio en el nuevo Código Civil y
Comercial".
(11) (11) "La noción de autonomía progresiva en el ejercicio de derechos traslada el eje
desde el concepto rígido de capacidad determinado a partir de la pauta etaria, hacia la
noción más empírica que deriva del campo bioético, de competencia. Este parámetro,
claramente independizado de la capacidad civil de ejercicio, habilita la actuación de
derechos en forma directa por su titular, aun cuando éste no ostente plena capacidad y
en tanto se evalúe que, a pesar de ello, puede formar convicción y decisión razonada
respecto a la cuestión que la involucra. Esta evaluación depende de factores que
exceden la pauta etaria, y se relacionan con el alcance de un cierto grado de madurez y
desarrollo, a valorar concretamente en cada caso, desarrollo que se adquiere
progresivamente, conforme la evolución personal de cada niño/a, contorneando así su
autonomía progresiva para el ejercicio de derechos". FERNÁNDEZ, Silvia E., "El
régimen de capacidad en el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación", LA LEY,
Sup. Especial Nuevo Código Civil y Comercial, 2014 (noviembre), 17/11/2014, p. 25.
(13) (13) "Sin perjuicio de ello y frente al carácter rígido del Código derogado que se
desprende de la fijación de una edad puntual, el legislador moderno incorpora la idea de
la capacidad progresiva. En efecto, la idea de capacidad progresiva se ajusta a la edad y
grado de madurez, la que a su vez está condicionada a las aptitudes intelectuales y
psicológicas del menor. Ya la jurisprudencia había advertido que a partir de la ley
26.061, ya no será posible atar la capacidad de hecho exclusivamente a períodos
cronológicos, sino que debe tenerse en cuenta la autonomía progresiva que adquiere el
niño (C. Nac. Civ., sala B, 'K. M y otro v. K., M. D.'). En línea con lo expuesto, el art.
26 del Código, tras recordar que el menor de edad ejerce sus derechos a través de sus
representantes legales, establece no obstante que si cuenta con edad y grado de madurez
suficiente, puede ejercer por sí los actos que le son permitidos por el ordenamiento
(conf. art. 26, Código cit.). Se trata en verdad de reconocer en el menor, competencia
para evaluar de manera autónoma cuestiones que caben en su esfera de actuación y por
lo cual habrá que atenderse a su efectiva evolución y grado de madurez. A su vez, se
impone la obligación de que deba ser oído en todos los asuntos que le conciernen y de
que su opinión deba ser tenida en cuenta". VALENTE, Luis Alberto, "El nuevo derecho
civil y ética de los vulnerables", Revista Anales, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales, año 12, nro. 45, UNLP, 2015.
(17) (17) "El CCyC se inclinó por un criterio flexible —mixto que ofrece una variante
muy razonable—. Como regla, si se trata de un adolescente, su 'edad y grado de
madurez' se presume. Si es un niño, corresponderá al magistrado valorar en cada
supuesto si cuenta con las condiciones necesarias para llevar adelante una participación
autónoma". KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída — MOLINA DE JUAN, Mariel F.,
"La participación del niño y el adolescente ...", cit.
(18) (18) La cuestión no es clara en el texto del Código unificado. Aun cuando creemos
que la solución al tema sólo puede ser judicial, aun a pesar de ciertas normas que
podrían interpretarse en sentido adverso —y ello por razones de tipo constitucional y
convencional—, nos parecen muy interesantes las reflexiones de Saux al respecto
cuando expresa: "1) La referencia a la 'edad y grado de madurez suficiente', aun
orientada a esa ampliación de facultamientos y de potestades de apreciación —
normalmente judiciales, aunque no indefectiblemente en todos los casos—, deja un
marco operativo de incertezas al momento de su aplicación. Entendemos, por una razón
lógica, que ese estándar abierto ('grado de madurez suficiente') claramente no puede ser
evaluado por el propio menor, con lo cual queda al margen la perspectiva de que cuando
el Código reiteradamente lo aplica requiere una apreciación de un tercero. En nuestro
punto de vista ——susceptible de error—, lo lógico sería que tal apreciación valorativa
emane del juez, ya sea a partir del conocimiento personal que el mismo Código impone
reiteradamente al mismo como deber funcional cuando dispone actos que conciernen a
un menor, o bien incluso mediante una sumaria información atinente a ello, si lo
estimare necesario. No obstante, podría ser admisible una télesis más amplia, en la cual
quedaran involucrados como evaluadores de tal grado de madurez otras personas —a
veces, los propios padres en ejercicio de la responsabilidad parental, o hasta un
funcionario público que conforme a la ley resultara competente, funcional y
territorialmente en relación con el acto en cuestión, cuando éste deba documentarse en
instrumento público—. En orden a ello, hay múltiples referencias del Código en las
cuales la valoración del grado de madurez suficiente del menor para habilitar el
ejercicio de un derecho innegablemente es de apreciación judicial... Pero hay otras
donde es dudoso que ese rol le quepa al juez. Por caso, cuando el art. 690 dispone que
los progenitores deben informar a sus hijos menores los contratos que celebren con
terceros en nombre de ellos y en los límites de la administración de sus bienes 'cuando
cuenten con la edad y grado de madurez suficientes', parece razonable que tal
apreciación les quepa en primer lugar a los propios padres, y que recién ante el
incumplimiento de ese deber legal y judicializado el reclamo del hijo, sea el juez
actuante quien haga tal apreciación. Algo similar podría predicarse —respecto a que
sean los padres quienes evalúen el grado de madurez de su hijo menor de edad— en el
supuesto del art. 639, inc. c), cuando el Código dispone que el niño tiene derecho a ser
oído en materia de ejercicio de la responsabilidad parental que sobre él se ejerce,
debiendo ser tenida en cuenta su opinión 'según su edad y grado de madurez'. En una
tercera eventualidad, nos planteamos como ejemplo de lo que decimos en orden a que
aquella valoración de la madurez necesaria no le quepa primariamente ni al juez ni a los
padres el caso del art. 26 del CCyC en su segundo párrafo, que luego de sentar la regla
conforme a la cual el menor que cuenta con edad y grado de madurez suficiente puede
ejercer por sí los actos los actos que le son permitidos por el ordenamiento jurídico,
señala a continuación que '...En situación de conflicto de intereses con sus
representantes legales, puede intervenir con asistencia letrada'. Dicha norma tiene
correlato —singularizando hipótesis concretas de conflicto— con las de los arts. 661
(cuando en su inc. b] declara que el hijo con grado de madurez suficiente y con
asistencia letrada puede demandar a sus padres en reclamo de la prestación alimentaria)
y 679 (cuando dispone que el hijo menor de edad puede reclamar a sus progenitores por
sus propios intereses sin previa autorización judicial si cuenta con edad y grado de
madurez suficiente y asistencia letrada). Del texto de estas normas en juego, parece que
la evaluación del grado de madurez no depende de la apreciación de los padres (que van
a ser demandados por sus hijos), ni del juez (el citado art. 679 declara expresamente que
pueden accionar contra sus progenitores teniendo madurez suficiente 'sin autorización
judicial'). Entonces, ¿quién deberá hacerse cargo de tal test de aptitud en relación al
grado de raciocinio del menor? Nos parece —no quedan muchas alternativas— que el
funcionario público que intervenga en el caso, ya sea el miembro del Ministerio Público
que actuando de manera principal (conforme al texto del art. 103, inc. b], subinc. ii])
asuma la representación en el reclamo contra el o los representantes legales que van a
ser accionados; o si se entiende que el Código en tales casos habilita por sí mismo a los
propios menores para actuar (una vez evaluada su madurez), el escribano público que
otorgue el poder general por el cual ese menor apodera a quien sea su representante
legal en el juicio futuro, o el funcionario judicial competente cuando sea un poder
especial y no se lo materialice mediante escritura pública. Descartamos, por razones de
lógica y de seguridad jurídica, que esa valoración del grado de madurez para poder
actuar pueda hacerla privadamente el profesional del derecho al cual el menor apodere
para actuar en su nombre, ya que ello implicaría por una parte prescindir de la fe pública
en aquella apreciación (que si bien no la expiden los padres, sí tienen las obligaciones
inherentes al ejercicio de la responsabilidad parental), y por la otra abrir riesgosamente
el juego a especulaciones pecuniarias no siempre anejas al interés superior del menor.
No debe perderse de vista al respecto la preceptiva del art. 109, inc. a) del mismo
CCyC, que dispone que corresponde la designación judicial de un tutor especial en el
caso —entre otros— en que exista conflicto de intereses entre los representantes legales
y los representados, con la salvedad de que si el representado es un menor adolescente
puede actuar por sí, con asistencia letrada, pudiendo en tal supuesto el juez decidir que
no es necesaria la designación de un tutor especial. En definitiva, la regulación del tema
en el Código nos parece plausible, pero poco clara". SAUX, Edgardo I., "Valías y
perfectibilidades del régimen de regulación de la capacidad de ejercicio en el Código
Civil y Comercial de la Nación", Rubinzal Culzoni, Doctrina Online 421/2015.
(20) (20) Otro aspecto que podría ser cuestionable es el pago —en todos los casos—
por parte del Estado de los honorarios de este Abogado del Niño.
Voces
Distribución de Costas
Hechos
Sumarios
TEXTO COMPLETO:
Su recurso de fs. 187 fue concedido en fs. 188 y mantenido con el incontestado
memorial de fs. 192/195.
3. La Fiscal General ante esta Cámara dictaminó en fs. 211/216, aconsejando admitir
parcialmente la apelación interpuesta.
(a) Según el art. 244 del CCiv.yCom., un inmueble destinado a vivienda puede ser
afectado al régimen de bien de familia por su totalidad o hasta una parte de su valor. No
es posible, en cambio (como aconteció en la especie, en contravención incluso al
derogado art. 45 de la ley 14.394) afectar más de un inmueble a ese régimen.
Asimismo, el art. 247 de ese mismo ordenamiento legal, exige que al menos uno de los
beneficiarios habite el inmueble, bastando, a los fines de que subsistan sus efectos, que
uno de ellos permanezca en él. Igual obligación establecía el art. 41 de la Ley 14.394,
sin que las manifestaciones de la interesada reflejadas en fs. 143 den cuenta de un
incumplimiento meramente temporario frente al cual podría aplicarse un criterio de
excepción (Conf. Areán, B., “Bien de Familia”, Buenos Aires, 2007, pág. 264, N° 290).
5. Por lo anterior, y de conformidad con lo propiciado por la señora Fiscal General ante
esta Cámara, se resuelve: (*) Modificar el pronunciamiento de fs. 183/186 con el
alcance expresado en el dictamen que antecede, sin costas de segunda instancia, atento a
la inexistencia de contradictorio. (**) Distribuir las costas de primera instancia en el
orden causado.