Febrero 12 de 2018
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indoeuropeo, no obstante motivó el renacimiento de las sociedades indoeuropeas del mundo
grecorromano, cuya culminación fue la Edad Media europea.
Al final de la Edad Media, “la sociedad civil” nuevamente asomó la cabeza y creció el rol de
la “casta de mercaderes” y, finalmente, la burguesía europea de Inglaterra, Holanda y Francia
reconstruyeron el modelo de la democracia normativa y social. Es importante que la figura
principal de esta Europa de la modernidad es el burgués (el mercader, el empresario, el
hombre de negocios), quien en las sociedades clásicas indoeuropeas se encontraba ya sea en
la periferia o totalmente ausente. Análisis sociológicos detallados del rol y la función del
burgués han sido presentados en los trabajos programáticos de los célebres sociólogos Max
Weber [1] (defendiendo al burgués) y Werner Sombart [2] (criticando al burgués).
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construido una antisociedad en el sentido más amplio de la palabra, en que todas las
proporciones normales son invertidas: la dimensión divina y trascendental ha sido rechazada;
la religión ha sido empujada a la periferia social, y la materia, la cantidad, lo efímero, el
sensualismo, individualismo y egoísmo han sido entronizados como los más altos valores.
Guénon argumenta que todo lo que aún se relaciona con la tradición en Europa no es, de
hecho, europeo, y que puede ser encontrado de manera más pura y completa entre la gente
del Oriente. Lo que es genuinamente europeo es la fragmentación de la tradición, su
distorsión y perversión, y su reducción a un nivel inferior de lo humano y racional. Guénon
trata a Occidente literalmente como la tierra donde desaparece el sol de la espiritualidad y
donde ocurre “la noche de los dioses”. Casi la misma afirmación de la Europa moderna la
encontramos en Evola, quien sin embargo creyó que la tradición europea que existió en la
Antigüedad y en la Edad Media con sus raíces en la era heroica aún puede ser rescatada, y
que Occidente puede ser salvado del abismo en que ha sido encausado por la modernidad.
La restauración de este espíritu heroico de Occidente fue la meta más acérrima en la vida de
Evola. Pero en relación a la modernidad de Europa, Evola exhaló las interpretaciones más
brutales y negativas, creyendo que en este período estamos lidiado con una anti-Europa y su
respectiva degeneración y parodia autorreferencial. Evola consideró al burgués como una
clase decadente, a la democracia, racionalismo, cientifismo y humanismo como formas de
una enfermedad socio-política.
Guénon y Evola observaron una Europa completa y profundamente desacralizada, pero Evola
mantuvo la esperanza de una oportunidad para resacralizarla, mientras que Guénon mantuvo
la opinión contraria, prediciendo así para Europa una muerte inminente e inevitable.
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Euro-optimismo
Todos estos puntos de vista son típicos de esos autores que tienden a considerar a la
civilización europea como una entre múltiples. Incluso aquellos que se definen a sí mismos
como aliados de la Europa moderna (como Toynbee o Huntington) refirieron que la
modernidad no es simplemente la antítesis del fundamento clásico de la cultura europea, sino
uno de los escenarios de su desarrollo. Por tanto, propusieron fortalecer y defender a Europa
y sus valores en el espíritu de un conservadurismo moderado occidental.
Para esta versión oficialista del Occidente moderno, el hecho de apelar a la antigüedad
europea o a las sociedades no europeas no tiene sentido, en la medida en que la verdad se
encuentra contenida en el presente de la historia occidental (estadounidense y europea) que
ha desarrollado la máxima vanguardia para toda la humanidad. Mañana esta verdad debe
necesariamente volverse más perfecta y completa de lo que es hoy en día. Esta teoría del
progreso, aún cuando ha sido descartada considerablemente por la élite intelectual, filosófica
y humanitaria de Occidente desde el siglo pasado, permanece como el mito dominante de la
política occidental, de su cultura de masas, de su economía, de su educación y la cosmovisión
cotidiana del hombre de Occidente.
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indoeuropeo que considera al sol femenino y al mes masculino. Spengler (y Frobenius)
rastrearon el código cultural indoeuropeo y lo encontraron en patriarcalismo de Turán [una
región mítica pero real], mientras que Evola observó el heroísmo patriarcal en el inicio del
clasicismo europeo. En cualquier caso, la influencia semítica y todo lo que motiva al
matriarcado puede (contrario a la opinión de Herman Wirth) ser considerado un factor
externo al código cultural normativo europeo. Esto es confirmado indirectamente por las
enseñanzas gnósticas que identificaron al “perverso demiurgo” en la figura del Dios judío
del antiguo testamento. Los seguidores del gnóstico Basílides, que hicieron un llamado para
ser conscientes de la prisión demiúrgica se dijeron a sí mismos: Ya no somos judíos pero
todavía no somos helenos. [3]
En general, podemos ubicar el ciclo del logos occidental desde el inicio del segundo milenio
a.C. (la invasión aquea por el mediterráneo) hasta los 2000 d.C., es decir, hasta nuestro
tiempo, lo que nos da un total de cuatro mil años aproximadamente. Es completamente
natural que a lo largo de este gran período de tiempo, el logos de la civilización mediterránea,
incluso en su dimensión indoeuropea, haya cambiado varias ocasiones. Sin embargo, algunos
parámetros han permanecido inalterados o transformados a lo largo de la trayectoria peculiar
de esta civilización, la in indoeuropea y mediterránea, por un lado, y la europea occidental
moderna, por otra parte.
Podríamos decirse que estamos lidiando con dos secciones opuestas de la noomaquia:
comienzo y final. Lo mismo puede ser dicho sobre otras civilizaciones que pueden ser
tratadas cada una de manera amplia pero independiente. Aquí nos interesa por ahora Europa
desde sus inicios hasta nuestros días.
No hay ninguna duda de que los próceres de la cultura aquea originaria y de las tribus
indoeuropeas asociadas a ella en ínsulas occidentales (Italia) y orientales (Anatolia [hoy
Turquía]) del Mediterráneo han sido vívidas representaciones de la ideología trifuncional, es
decir, de la civilización del tipo heroico y masculino, patriarcal, sagrada y conocedora de la
verdadera importancia de la guerra. Podría decirse que su logos era primordialmente el logos
de luz, y Apolo (o sus advocaciones) y Zeus actuaron como su principal personificación en
el ámbito del mito. Esta era una ideología uránica dominada por el principio de lo vertical,
una serie de símbolos masculinos, y de un estricto modo de vida diurno (según Gilbert
Durand). Por tanto, debemos asumir que un elemento apolíneo debe situarse en el
fundamento y comienzo de la civilización mediterránea. Esto no fue el resultado o evolución
o el producto de influencia externa. Los ancestros de los griegos que colonizaron esta región
fueron (según Guénon y Evola) portadores del culturalismo solar hiperbóreo. A final de
cuentas, este logos solar fue el eje nodal de la élite política y de clase de la civilización del
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Mediterráneo, es decir, de sus dos castas más elevadas, sacerdotes y guerreros. La
dominación del logos de luz también afectó a aquellos de la tercera casta quienes, con la
helenización, absorbieron las estructuras de la ideología olímpico-uránica.
Pero los aqueos no arribaron a un espacio vacío. Esta zona [Grecia] se encontraba habitada
por personas con una cultura e ideología diferentes (los pelasgos, los minoicos, etc.). Estas
culturas estaba arraigada en concordancia con un código cultural matriarcal, es decir, las
mismas manifestaciones que encontramos en el logos de Cibeles en épocas posteriores.
Los estudios de Bachofen, Wirth y Frobenius mostraron claramente que la misma área del
Mediterráneo fue una vez un espacio cultural dominado por las estructuras de la Gran Madre.
Por tanto, el logos patriarcal indoeuropeo, aqueo y apolíneo consolidaron su dominio en un
espacio que hasta ese momento era una cultura estructuralmente matriarcal. La colisión
resultante entre estos dos tipos de logos, es decir, el logos apolíneo de los colonizadores y el
logos matriarcal indígena, este particular episodio de la noomaquia, concluyó con el triunfo
total y abierto del logos de Apolo. La cultura del Mediterráneo, como una matriz cultural
europea, fue en su fundamento, en un sentido externo, estrictamente una cultura del logos de
luz. Puede ser dicho que el pitagorismo y el platonismo fueron momentos de una revolución
conservadora, cuando la élite intelectual del mundo helénico se percató de la necesidad de
sistematizar, clasificar y “enciclopedizar” su código fundamental. Pero este código cultural
apolíneo/platónico ya era existente mucho antes de Pitágoras y Platón, que fue desde siempre
la constante fundamental de toda esta civilización como tal, desde el principio hasta el final
(es decir, hasta su momento contemporáneo).
En esta situación, es crucial localizar algo que denomino logos intermedio, es decir, el logos
negro de Dionisos. En la victoria radical de Apolo sobre Rea-Cibeles, de Apolo sobre Pitón,
y de los dioses sobre los titanes, Dioniso fue entendido como el personaje que apoyó la causa
de los dioses. A través de él es canalizada la comunicación entre lo ontológico, teleológico,
cosmológico y gnoseológico tanto de los estratos divinos superiores como los terrenales
inferiores pero según la naturaleza superior de los dioses. La dominación de Apolo en la
civilización del Mediterráneo determinó el destino de Dioniso a su vez, pues fue
conceptualizado como un rayo divino apuntando hacia la tierra y el inframundo, como el hijo
querido de Zeus olímpico, como el sol descendiendo en la noche. Se explica así el género de
este dios. Toda vez que andrógino en virtud de su posición intermedia, se le dimensiona
siempre como un dios masculino, como un ordenador y salvador. Su trayectoria es desde allá
hasta acá: él es el testigo de los dioses y un dios entre los dioses.
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sacerdotes, un dios que no tolera la impureza. Es el dios del horizonte superior. No trae orden
al mundo porque él es el orden.
Dioniso desciende al caos, listo a luchar contra lo que es imperfecto, pero traduce el caos en
orden, y perfecciona lo imperfecto. Su rol en la civilización mediterránea del logos de luz es
también luminosidad, aunque cualitativamente más oscura que la de Apolo.
Dioniso actúa así como el guía de la segunda y todavía más de la tercera casta de la sociedad
indoeuropea, así como guía de las mujeres que se encuentran a sí mismas en la periferia del
sistema patriarcal pero que a través del culto de Dionisos son integradas en el tejido
civilizatorio completo.
Si esto es así, entonces el episodio final del ciclo histórico de la civilización mediterránea
debería ser considerada como “la huida de Apolo”, su “salida”, “desaparición” o “vuelo”. En
este caso, el momento de inicio de la civilización mediterránea es el momento radical de la
victoria de Apolo sobre Cibeles, y el momento final es aquel en que nos encontramos
nosotros ahora con su debilitamiento, la caída de Apolo, el final de su presencia. Los mitos
enigmáticos sobre el inminente fin del reinado de Zeus, que están relacionados con las
narraciones del momento en que devora a la titán Metis y del consecuente nacimiento de
Atenea, bien podría estar relacionado con esto. El fin de la civilización occidental es el fin
del gobierno de la luz del logos de Apolo.
Por tanto, desde el punto de vista del logos de Apolo mismo, esta historia es una de
movimiento descendente con momentos de expansión y retracción. El momento alto es el
inicio de la civilización mediterránea, y el más bajo es el momento actual occidental. Si
imaginamos este esquema de manera más natural, entonces en la primera fase (el segundo
milenio d.C.) tenemos una etapa primera, que es el de la infancia de Apolo, desde la mitad
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del primer milenio a.C. hasta la Edad Media europea, donde encontramos la madurez del dios
(de manera coincidente con la consolidación del platonismo), y el debilitamiento y
degeneración del logos luminoso en el racionalismo de la modernidad hasta la agonía
irracional de la postmodernidad.
Pero si ahora seguimos y comparamos la misma trayectoria pero desde el punto de vista del
logos negro de Cibeles, la panorámica resulta ser completamente otra. Primero encontramos
la subordinación de lo femenino a lo masculino, por lo que para el logos de Cibeles este
comienzo apolíneo no es realmente lo que quiere. El logos de Cibeles se remonta al lejano
pasado preindoeuropeo o no indoeuropeo de locaciones adyacentes como Egipto o el mundo
semítico (si nos restringimos al Mediterráneo). Por tanto, Cibeles observa la invasión de
Apolo como un episodio que es reciente en comparación con el profundo y arcano origen de
la Gran Madre. Ella acepta la derrota en la Titanomaquia y la Gigantomaquia y llora sus
hijos quienes cayeron en las manos de los dioses olímpicos. En la medida en que se debilita
el poder de Apolo, ella se libera gradualmente, se curan las heridas de los titanes y lentamente
comienzan a dirigirse hacia la superficie de la Tierra.
El primero de los titanes que se encamina hacia el Olimpo es Prometeo. Este titán busca
imitar a los dioses, busca compartir su conocimiento ctónico con ellos, y tomar sus
habilidades sagradas de gobierno. Para la Gran Madre, el tiempo es progreso, y esto se
justifica completamente tanto como la fuerza de los titanes crezca en relación al
debilitamiento de los dioses. La Modernidad (el “Nuevo Tiempo”) es el tiempo de los titanes.
Por “progreso” puede entenderse únicamente el progreso de fuerzas ctónicas e hipoctónicas,
la liberación de poderes antiguos aprisionados en el Tártaro. Esta es la revancha del Monte
Otris, el contraataque de los gigantes en los campos Flégreos. Tal es el humanismo de la
Modernidad. El final de la civilización occidental y la ruta hacia este fin son las fuerzas
ctónicas, el desarrollo, la sustentabilidad, el progreso y la cercanía de la victoria tan anhelada.
Por otra parte, el final de ese progreso podría ser el “reino de la mujer” [4]. Esto coincide con
la definición tradicional hindú de nuestra era como el tiempo de Kali-Yuga, el reino de la
diosa negra Kali. Los libros sibilinos [5] contienen una profecía que específicamente se
relaciona con la civilizción occidental:
Y entonces [6]
El mundo entero será gobernado por la manos
De una mujer
A la que obedecerán en todas partes.
Entonces cuando una viuda tenga al mundo
Y adquiera mandato en él, y haga desaparecer
En las profundidades del mar el oro y la plata,
El cobre y el hierro [7]
Enviará a las profundidades del mar a los hombres
Y todos los elementos serán despojados del orden
Cuando el Dios que mora en las alturas
Sea envuelto en las alturas como un rollo es envuelto;
Y entonces los poderosos mar y tierra fenecerán
Y el entero cielo multiforme; entonces caerá
Una catarata sin fin de fuego ardiente
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Que quemará la tierra y el mar,
Y el cielo despejado, y la noche, y el día, y derretirá
La creación misma toda ella y desvanecerá
Lo que es puro. No más esferas sonrientes de luz,
Ni noche, ni atardecer, no más días tranquilos,
Ni primavera, ni invierno, ni verano,
Ni otoño. Y entonces del Dios poderoso
Vendrá el juicio en una era portentosa
Cuando todas estas cosas terminarán. [8]
Para los que piensan que la civilización occidental no está en crisis simplemente no
pertenecen a ella por descontado. No son la voz de la Occidente, sino la voz del logos negro.
Hoy solamente un no-europeo puede ser euro-optimista.
Ahora en lo que toca a Dioniso. Cómo es que él observa el destino de Occidente hoy en día?
Aquí es donde todo se complica. La región de Dionisos, su reino, se encuentra entre el logos
de luz de Apolo y el logo negros de Cibeles. Es idéntico a sí mismo tanto en el cielo como
en la tierra, se encuentra cercano a ambas naturalezas: divina y humana. Dioniso comprende
la lógica tanto del patriarcado como del matriarcado, pero en la cultura mediterránea, como
hemos visto, Dioniso se encuentra integrado a la estructura de orden apolíneo y es el
distribuidor de este orden a los niveles ctónicos del ser. Dionisos es el salvador, el iniciador.
Su lugar está en el ejército de los dioses. Tiene su batalla propia con los titanes, quienes lo
despedazan. El destino de Dioniso en Occidente en inseparable del de Apolo. Por tanto, al
seguirle en ello, él también percibe la Modernidad como “Edad Oscura”, y comparte el
destino del resto de dioses olímpicos. En este sentido, es posible hablar del “vuelo de
Dionisos” (la huida de este dios se parece a la historia de Licurgo, que se retira en una
embarcación al mar).
Sin embargo, Dioniso no se encuentra tan rígidamente atado a Apolo. En el reino apolíneo,
actúa como el Hijo del Padre, pero si lo observamos desde otro punto de vista, también puede
ser visto como el Hijo de la Madre. Su vínculo a Cibeles, quien se recupera de la locura, se
establece desde esa otra conexión. Aquí nos aproximamos a un tema muy complejo y
peligroso que puede ser formulado como “Dioniso y su doble”. [9] El logos oscuro que
proporciona luz a todas esas áreas donde el sol de Apolo no penetra puede al “ocaso” adquirir
un tratamiento muy perturbador. En estos “ocasos” (El “ocaso de los dioses” de Wagner, el
“ocaso de los ídolos” de Nietzsche o “el ocaso de los héroes” de Evola), él puede ser percibido
como un titán. Después de todo, Heráclito mencionó en el fragmento 15: “Hades es lo mismo
que Dioniso” [10] El significado del logos de Dioniso es que “no es el mismo”. Pero la
semejanza persiste… Esto se encuentra relacionado con “las sombras de Dioniso” [11] y la
ambigüedad de ciertos tópicos “dionisíacos” decadentos que Gilbert Durand distingue en la
posmodernidad como atributos propos de esta etapa [12]. De aquí se explica la intuición de
Julius Evola en torno a la figura de Dioniso y su legado de cultura dionisíaca con matiz
decadentista que desemboca en la era de hierro (la era de Kali-Yuga). Aquí también podemos
recordar la de de Guénon, la “gran parodia” y “la apertura del cascarón del mundo inferior”,
así como sus advertencias contra el peligro particular dispuesto por ciertas tradiciones
sagradas que enfatizan el nivel cósmico intermedio y que son capaces de descubrir su
potencial destructivo en esta era crítica del final del ciclo. [13]
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En este sentido es importante lo que hemos dicho en torno al campo de Dioniso en la
civilización mediterránea y su destino. Desde el punto de vista de la Gran Madre, este espacio
está en disputa, tal como en el caso de la mitad “masculina” de la andrógina femenina
Agdistis. También podríamos observar todo lo contrario y observar que en vez de que
Dioniso sea el salvador lo sea la imagen ascendente de la Salvadora [14]. Este sería “otro
Dioniso”, uno no Europeo, no el que conocemos de la historia de la edad clásica. Este sería
“otro Dioniso”, un “proto-Dioniso” o “post-Dioniso”.
Si para el Dioniso solar el declive de Europa hace referencia al estado actual de la noche de
esta civilización seguida por un nuevo amanecer, es decir, el retorno de Dioniso, entonces
para su doble ctónico se trata del logro secreto de llegar al centro del inframundo, y la meta
última es restablecer el tiempo en su clímax más oscuro, clímax que pretende hacer eterno su
legado infernal.
En este caso, a diferencia de la visión franca y catastrófica del logos de luz y el ascenso del
titanismo progresivo del logos oscuro, la relación del logos oscuro de Dionisos a la cultura
occidental (occidental europea) moderna se vuelve ampliamente ambigua, pues depende de
la compleja ontología de la “diferenciación de dos Dionisos”.
Notas:
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