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ARTES ADIVINATORIAS, BRUJERÍAS Y HECHIZOS EN

LOS TRABAJOS DE PERSILES YSIGISMUNDA

Ernesto J. Gil López


Universidad de La Laguna

Desde los tiempos más remotos, cuando el ser humano se


sentía incapaz de resolver alguna situación, porque desbordaba
sus capacidades o porque carecía de los instrumentos suficientes
para afrontarla, se sirvió para estos casos de unas invocaciones o
ceremonias rituales que los estudiosos del tema coinciden en
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denominar magia .
Cuando esta magia tiene fines positivos, como informar, me­
diante oráculos, sobre el destino de países, personas o haciendas,
o propicia buenas cosechas, que se fecunden mujeres y animales,
o que haya buena armonía en el hogar, nos hallamos ante la lla­
mada magia blanca, reconocida e institucionalizada, que suele
gozar muchas veces del beneplácito de la colectividad, conce­
diéndole privilegios y suculentas ayudas económicas como acre­
dita el respeto con que fueron tratados los magos y adivinos en
las civilizaciones mesopotámica, egipcia, griega y romana, por
citar algunos referentes. Paralela a ésta, existe otro tipo de magia,
asociada con las fuerzas del mal, cuya cabeza visible es el Diablo,
y que, dado su carácter maléfico o destructor, se la denomina ma­
gia negra. A ella se atribuyen todos los males, desde el granizo o
las tormentas, pasando por la esterilidad, las enfermedades o la
muerte, aparte de no pocos amoríos impensables, rupturas conyu­
gales y todo ese repertorio de locuras amorosas conseguidas a
cambio de vender el alma a Belcebú, según cuentan que hizo
Fausto.
Esta magia negra, nocturna o lunar, como la llama Julio Caro
Baroja", celebra sus aquelaires en las sombras de la noche, invo­
cando con rituales al Diablo, que aparece bajo la extravagante fi­
gura de un macho cabrío, con el que murmuran que las brujas dis-

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frutan lo indecible, y que, además, les inspira unas pócimas mági­
cas, con ingredientes tan repugnantes como restos humanos, rep­
tiles inmundos y plantas alucinógenas, que favorecen el trance y
el viaje de altos vuelos, con o sin escoba.
Y un aspecto que conviene tener en cuenta respecto a la ma­
gia negra es quién la practica y administra. Lo que se constata es
que en la mayoría de los casos es ejercida por mujeres, las cuales
reciben el nombre de brujas y hechiceras que, a menudo, en los
Siglos de Oro, formaban parte de colectivos marginales, como
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pueden ser el de las gitanas, esclavas, moriscas o judías . Una
posible explicación para este fenómeno podría ser que, viéndose
la mujer discriminada al impedírsele el acceso a la medicina ofi­
cial, se dedicó a practicar una medicina paralela, basada en cono­
cimientos y recetas heredadas de otras mujeres, valiéndose de
plantas y remedios naturales, con los que muchas veces alcan­
zaban resultados más benéficos y menos dañinos que los logrados
por los médicos. Pero estos, viendo mermado su poder, optaron
por denunciarlas como brujas y hechiceras, con el objeto de fre­
nar su avance y, al ser ellas condenadas, lograron, en algunos ca­
sos, recuperar su clientela perdida.
Pues bien, aparte de notables ejemplos de la literatura uni­
versal donde las brujas tienen una función importante, como su­
cede con la subyugante Circe de La Odisea o aquellas brujas es-
tremecedoras de Macbeth, si nos situamos en la literatura espa­
ñola, además del Peí-siles, cabe mencionar otros ejemplos noto­
rios, entre los que no puede descartarse un conjunto de textos
relacionados con la figura del rey Alfonso X el Sabio (1221-
1284) quien, al fundar la Escuela de Traductores de Toledo, faci­
litó el traslado a nuestra lengua de una serie de libros relacio­
nados con el tema que aquí nos ocupa, como el Libro de las Cru-
ces (1259), considerado el primer tratado de astrología en caste­
llano; las Tablas alfonsies, valioso documento sobre las posicio­
nes planetarias; el Lapidario (1279) compendio que detalla las
piedras preciosas y sus propiedades; y el Libro complido de los
indicios de las estrellas, cuya traducción dio comienzo el 12 de
marzo de 1254 a las seis de la mañana, por considerar el equipo
de traductores que aquel era el momento más propicio para que
su empresa se llevara a buen término.

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Y aunque es posible en nuestras letras haya otras piezas don­
de el tema de la brujería está presente de algún modo, no puede
negarse que uno de los modelos más representativos es la famosa
Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas, más
conocida como La Celestina, dado el indudable protagonismo de
su figura central. En ella confluyen, ciertamente, esos tres adje­
tivos que algunos críticos señalan que se dan en el retrato de toda
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bruja: vieja, fea y desastrada (a los que Christian Andrés añade
el de tuerta, que fue como Picasso retrató magistralmente a Celes­
tina). Y, junto a estos, cabría sumar algún otro atributo tan desca­
lificativo como el que recuerda su oficio anterior (el más antiguo
del mundo). Pero Celestina es mujer de muchos recursos, los cua­
les le abren todas las puertas de la ciudad, y así de ella dirá
Pánneno que es hilandera, perfumera, fabricante de productos de
belleza, que cose (y no sólo telas, pues una de sus habilidades es
la de rehacer virgos perdidos), y además es bruja, según cuenta el
criado a su señor, enumerándole sus diversas hechicerías:

Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos


demandaba el pan do mordían: a otros, de su ropa; a otros, de
sus cabellos: a otros pintaba en ¡a palma letras con azafrán: a
otros, con bermellón y a otros daba unos corazones de cera,
llenos de agujas quebradas, y otras cosas en barro y en plomo
hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras
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en tierra [...] Y todo era burla y mentira.

Pero que sirven para rodearla de un halo de magia y la sitúan


en la cumbre de nuestras brujas literarias. Y junto a ella, está Fa-
bia, la alcahueta de El caballero de Olmedo, de Lope de Vega,
otra vieja trotera que, como la de Rojas, se las apaña para atraer
con sus (malas) artes a las doncellas incautas. Y, al hablar de las
obras de este autor, no puede dejar de mencionarse que en la pri­
mera edición de La Arcadia, se insertaba un pasaje en el'que la
sabia Polinesta mostraba un Libro de suertes , con el que adivi­
naba el futuro al pastor Anfriso y al Rústico y luego desplegaba
sus artes quirománticas. Y no deja de ser indicativo que en la edi­
ción de 1602 ambos pasajes hubieran desaparecido, debido, qui­
zá, a los recortes de la censura.

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Aparte de otros textos, como el Buscón de Quevedo, cuya
madre tiene sus visos de bruja, a juzgar por lo que el protagonista
nos cuenta sobre ella, llama la atención la actitud que adoptan dos
grandes figuras de la literatura religiosa de aquella época en rela­
ción con estos temas. Una es Santa Teresa, quien en el capítulo
quinto del Libro de la Vida , comenta que un confesor suyo, al
adquirir confianza con ella, le reveló que vivía en relación marital
con una mujer, y que, pese a haber intentado dejarla, no lo con­
seguía. Traía él colgado del cuello un idolillo que le había rega­
lado su compañera, y que le encarecía que no se quitara nunca,
como muestra de amor hacia ella. Como quiera que la santa
sospechara que se trataba de algún amuleto embrujado, le pidió
que se lo diera y lo hizo arrojar a un río. Casualidad o santo reme­
dio, lo cierto es que el religioso comenzó, desde entonces, a re­
chazar a su concubina y volvió a su vida ejemplar. Y no deja de
ser llamativo que la santa concluya esta anécdota aclarando que
ella no creía en hechizos, pero, de ser cierta su afirmación,
entonces, si no creía, ¿por qué mandó, entonces, echar el idolillo
al río?
Y otro tanto sucede con fray Luis, que, sometido a un proceso
inquisitorial, no sólo admitió haber leído un libro sobre astrolo-
gía, sino que llegó a confesar que hasta se había atrevido a probar
una de las recetas brujeriles allí expuestas. Pero, al igual que
santa Teresa, también él insistía en descalificar aquellas prácticas,
s
calificándolas de "burlería'* .
Y ya, para cerrar este capítulo introductorio, recordaremos el
papel decisivo que desempeñan los oráculos y las predicciones en
La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, donde los
nefastos augurios de un astrólogo determinarán el injusto encierro
de Segismundo en una torre, hasta que su padre decida
comprobar el alcance de tan inciertos vaticinios. No cabe duda
que la obra expone la tensa polémica que suscitó en su época el
enfrentamiento entre defensores de la predestinación y del libre
albedrío.
Al centramos ya en la producción cervantina, recordaremos
que ya había algunos elementos de hechicería en algunas de sus
Novelas ejemplares y tampoco faltan en el Quijote, pero es en el
Persiles donde alcanzan un tratamiento más profundo.

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Si distribuimos el conjunto de las artes adivinatorias, bruje­
rías y hechizos en Los trabajos de Persiles y Sigismundo, po­
demos diferenciar cuatro conjuntos perfectamente delimitados
que son:

1) el de las adivinas puntuales (Constanza y Auristela)


2) el de los adivinos científicos (Mauricio, Soldino y el
abuelo del jadraque)
3) el de los relatores de historias de lobos (Antonio,
Rutilio y Mauricio) y
4) El de las hechiceras (Cenotia, la judía romana, la novia
de Rutilio y la esclava de Lorena).

Dejamos para otra ocasión el análisis de la profecía hecha por


un hechicero a los habitantes de la isla Bárbara, según la cual ten­
drían un rey que llegaría a conquistar gran parte del mundo; pero
esto requería una madre bellísima -para lo que compraban todas
las esclavas que reunieran este requisito- y un padre tan valiente
que tomara, sin torcer el gesto, el polvo de los corazones de cuan­
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to extranjero pisara la isla . En relación con esto nos viene a la
memoria algún aspecto de los ceremoniales religiosos aztecas con
las ofrendas de corazones a una deidad; así como, por orra parte,
la utilización de elementos pulverizados, como por ejemplo el del
cuerno del unicornio, en las leyendas medievales, para favorecer
la masculinidad, en un contexto de preparados afrodisíacos que
no está demasiado alejado de los que se dice que preparaban las
hechiceras.
También descartamos el caso de posesión diabólica de Isabe­
la Castrucha, por considerar que, lejos de ser un problema rela­
cionado con la brujería, se trataba de una farsa muy bien medi­
tada con el objeto de llevar a buen término sus proyectos amoro­
sos de casarse con el joven Andrea Marulo.
Considerando ya, con cierto detenimiento, cada uno de estos
grupos, podemos decir que en el primero, el de las adivinas pun-
tuales, tanto Auristela como Constanza manifiestan en algún mo­
mento concreto poseer dotes adivinatorias, pero lo cierto es que
se trata de inspiraciones instantáneas, que no vuelven a repetirse a
lo largo de la novela, y además, y esto es importante, sin que pre-

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viamente se hayan encomendado ni a Dios ni al Diablo, ni hayan
hecho trabajo ni ritual alguno preparatorio para atraer tales facul­
tades, lo que permite descartar en ambos casos cualquier cone­
xión con la hechicería. Es más, recuérdese que es la propia Auris-
tela quien anuncia a las pescadoras Leoncia y Selviana poseer
cualidades adivinatorias que le han permitido saber que aman a
hombres distintos de los que les han asignado, cuando les dice:

Sabed, amigas [...] que, juntamente con este buen parecer


que el cielo me ha dado, me dotó de un entendimiento perspicaz y
agudo, de tal modo que, viendo el rostro de una persona, le leo el
alma y le adevino los pensamientos. Para prueba desta verdad,
os presentaré a vosotras por testigos: tú, Leoncia, mueres por
Carino, y tú Selviana, por Solercio; la virginal vergüenza os tiene
mudas, pero, por mi lengua, se romperá vuestro silencio, y por
mi consejo (que sin duda alguna será admitido), se igualarán
vuestros deseos, (p. 346)

Pero, como los lectores saben, lejos de haberse producido un


acto de adivinación, en realidad lo que ha sucedido es que ella ha
sido previamente informada por Periandro de los deseos de los
enamorados, de manera que, entre las muchas cualidades de Au-
ristela no estaban, al parecer, ni la sinceridad, ni, por lo que pa­
rece, tampoco la humildad.
Caso muy distinto es el de la adivinación de Constanza, en el
que, más que dotes de este tipo, cabe apreciar una excelente
capacidad deductiva que la convertiría en un magnífico detective,
si fuera su contexto el de la novela negra contemporánea. Al cru­
zar los peregrinos un rio, Constanza encuentra en la otra orilla a
una joven, vestida a la manera española, que se dirige a ella en
castellano, feliz por ver a unos compatriotas. Y, apenas le dice su
interlocutora que es de Talavera de la Reina, comienzan a cal­
zarse en su mente una serie de datos que le permiten suponer que
se trata de Luisa, la esposa fugitiva de Ortel Banedre. No cabe
duda que algunos de los términos que emplea Cervantes (y que
destacamos en cursiva) predisponen a considearla así, pues más
que adivinar, parece que está planteando una hipótesis científica:

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Apenas hubo dicho esto, cuando a Constanza le vinieron
barruntos que debía ser la esposa de Ortel Banedrc el polaco,
que, por adúltera, quedaba presa en Madrid; cuyo marido, per-
suadido de Periandro, la había dejado presa y idose a su tierra.
Y en este instante fabricó en su imaginación un montón de cosas
que, puestas en efecto, le sucedieron casi como ¡as había
pensado, (p. 584)

El hecho de que ella misma explique que su "ciencia" no


atañe a las cosas que están por venir (privilegio que ella reserva
exclusivamente a Dios), sino a cosas ya pasadas, invita a pensar
que, más que ante una postura adivinatoria, nos hallamos ante un
proceso de deducción científica. Es más, su "ciencia" parte de
unos hechos conocidos y los asocia, sacando posibles conclu­
siones, en la línea de trabajo utilizada en las ciencias experi­
mentales, de manera que aquí, como en la situación previa, tam­
poco hay nada que tenga que ver con la hechicería.
Muy distinto es el conjunto de los que podemos denominar
adivinos científicos, pues lo primero que apreciamos es que se
trata de tres ancianos venerables (Mauricio tiene unos sesenta
años, Soldino más de ochenta y suponemos que el abuelo del ja-
draque del pueblo costero valenciano no sería ya ningún mucha­
cho) que suscitan respeto, pese a lo pintoresco de sus vestiduras,
en cuanto que de Mauricio se nos dice que viste un traje talar de
terciopelo negro y que se cubre con un gorro cónico forrado del
mismo tejido, con un aspecto que recuerda al de los típicos magos
de los relatos medievales; mientras que Soldino va ataviado con
un hábito, que está entre los que llevaban los monjes y los de los
peregrinos, tiene largos cabellos y barba blancos y se apoya en un
bastón. De los tres sabemos que cultivan la astrología judiciaria,
(que equivale a la Astrología actual), y que ellos consideran una
ciencia, en cuanto que utilizan un método científico: deducen
datos (que en su caso son adivinaciones) a través de la obser­
vación de las estrellas y de la ubicación en sus casas astrológicas,
y conviene añadir que sus predicciones se suelen cumplir. Así,
del abuelo del jadraque, del que apenas conocemos que "era
famoso en el astrología" (p. 547), sabemos que, según su nieto,
había vaticinado la total implantación del cristianismo en todos

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los pueblos de España, así como la expulsión de los moriscos ba­
jo un rey de la casa de Austria, y ambos hechos se habían cum­
plido ya cuando Cervantes escribe su novela en 1616. Cabe, pues,
tomar tales vaticinios como muestras de adhesión del autor al
catolicismo y de su admiración personal a Felipe II.
Mauricio, al igual que otros personajes del libro cuyas pala­
bras o hechos podrían suscitar el recelo de la Inquisición, trata de
curarse en salud, ya de entrada, al declararse cristiano católico "y
no de aquellos que andan mendigando la fee verdadera entre opi­
niones" (p. 213); aspira así a salvaguardar su integridad física y
espiritual, aunque su pronunciamiento parece contradecirse con
las actividades heterodoxas que practica y de las que habla con
pasión, pues con ellas consigue unos resultados capaces de satis­
facer la curiosidad humana de saber esas cosas a las que no se
tiene acceso normalmente:

...mis estudios y ejercicios, entre otros muchos gustosos y


loables, me llevaron tras sí los de la astrologia judiciaría, como
aquellos que, cuando aciertan, cumplen el natural deseo que to-
dos los hombres tienen [de saber] no sólo lo pasado y presente,
sino lo por venir, (p.219)

Tras describir su método de trabajo, basado en la observación


de los astros y planetas, advierte que ninguna ciencia (y la
Astrologia lo es para él), engaña; y añade algo que, si antes no su
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hubiera declarado cristiano católico, podría acarrearle serios
problemas con la Inquisición, en cuanto que afirma que no existe
mejor astrólogo que el Demonio

...porque no solamente juzga de lo por venir por la ciencia


que sabe, sino también por las premisas y conjeturas. Y como ha
tanto tiempo que tiene experiencia de los casos pasados y tanta
noticia de los presentes, con facilidad se arroja a juzgar de los
por venir, lo que no tenemos ¡os aprendices desta ciencia, pues
hemos de juzgar siempre a tiento y con poca seguridad, (p. 220)

Muestra Mauricio aquí una admirable discreción (en el senti­


do clásico), propia de un científico que no duda en reconocer sus

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posibles errores frente a la experiencia dilatada del Demonio, y
del mismo modo, resulta ejemplar su actitud, humilde y preca­
vida, siendo como es un buen astrólogo que acierta casi siempre,
frente al descarado aplomo con que algunos que actualmente se
llaman adivinos y videntes expresan sus conjeturas, tantas veces
fallidas. Recuérdese que Mauricio hace su aparición en la peque­
ña isla donde las estrellas le han anunciado que encontrará a su
hija Transila, perdida desde hace mucho tiempo (p. 221); y, cuan­
do se disponen a salir de allí, sigue dando muestra de sus capa­
cidades adivinatorias al vaticinar que sufrirán "un peligro de
agua", en el que insiste (p. 238), hasta que se produce el nau­
fragio que soportan por la traición de unos marineros, deseosos
de gozar a Transila y Auristela. Por otra parte, cuando los pere­
grinos intentan escapar de la isla de Policarpo y de las asechanzas
amorosas de sus moradores, vuelve Mauricio a presagiar nume­
rosas dificultades que retrasarán la llegada a su patria, como así
ocurre: su viaje se pospone por la enfermedad del joven Antonio
y luego deben llegar hasta la isla de las Ermitas y marchar desde
allí hasta Francia, para saltar a su isla natal. Y no acaban aquí sus
viajes, pues, por Rutilio, que llega a Roma casi acabando la
novela, sabremos que Mauricio acaba sus dias en Inglaterra,
adonde marchó en busca de una vida más pacífica (p. 679).
También Soldino, con su singular atuendo y los elogios que
de él hace la posadera, tiene una espectacular entrada en escena
en el lugar donde se celebran las bodas de Ruperta y Croriano. Y,
apenas habla, es para anunciar una catástrofe de fuego, que
empañará las bodas, como así sucede (pp. 598-600). Tras invitar
a los peregrinos a su casa, se presentará como un español que en
su juventud había servido a Carlos V como soldado (al igual que
Cervantes), pero que luego habia preferido dedicarse al estudio de
las matemáticas y la astronomía, aunque aclara que

No soy mago ni adivino, sino judiciario, cuya ciencia, si bien


se sabe, casi enseña a adivinar, (p. 599)

De manera que también él es un adepto a la astrología judi-


ciaria, con todo lo que ello implica de posibles previsiones de fu­
turo. Y, en efecto, tras mostrar a sus invitados el maravilloso

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vergel que ha construido con sus propias manos, según cuenta, y
en el que se solaza con sus observaciones y estudios, predice a
cada uno de ellos, llamándolos por su nombre, a pesar de que has-
ta muy poco antes eran unos perfectos desconocidos, lo que le
depara su destino: augura muchos años de felicidad a Croriano y
Ruperta; a Periandro un cambio en sus relaciones con Auristela,
hasta entonces fraternales; para Antonio, el reconocimiento de su
valor, y a Constanza un ascenso de condesa a duquesa (que no se
cumple); y termina con la mala noticia de que Bartolomé, el mo-
zo de equipajes, huirá con una moza, llevándose todos sus ense-
res; pero los tranquiliza diciéndoles que no tardará en regresar y
lo devolverá todo (tal como va a suceder). Y junto a estos
vaticinios personales, Soldino hace otros dos de carácter patrió-
tico: uno es la victoria de Lepanto, con la decapitación de un
pirata (Alí Pacha) por un joven de la casa de Austria, y el otro es
la dolorosa derrota y muerte de un joven rey por manos sarra-
cenas (aludiéndose aquí a don Sebastián de Portugal") (pp. 6 0 1 -
606). El hecho de que acabe su parlamento con una clara defensa
del catolicismo, refuerza, una vez más, lo que hemos venido
apuntando en este trabajo acerca de la preocupación de Cervantes
por contrarrestar lo que pudiera ser tomado como apología de lo
diabólico oponiéndole un contrapunto de firme adhesión católica,
y así vemos como finaliza su disertación diciendo que se siente
feliz de vivir en Francia, cerca de unas gentes católicas y santas,
para concluir con una muestra de esperanza en la vida eterna:

...cuando conviene, recibo los sacramentos y busco lo que no


pueden ofrecer los campos para pasar la humana vida. Esta es la
que tengo, de la cual pienso salir a la siempre duradera, (p. 604)

Apuntábamos, por otra parte, un tercer grupo, el de relatores


de historias extraordinarias, referidas a lobos dotados de cuali-
dades humanas, y tenemos que quien inicia esta serie es Antonio
de Villaseñor, un español que es conocido como Antonio el Bár-
baro, el cual refiere que, como consecuencia de ciertos altercados
con algunos de los miembros del barco en el que viajaba, fue
arrojado a su suerte en un pequeño bote, con algo de comida y
agua, y, tras vagar varios días en alta mar, llegó a una isla nórdica

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en la que halló numerosos lobos que "discutían" entre ellos, y al
llegar la noche

Uno de ellos (como es la verdad) me dijo en voz ciara y


distinta y en mi propia lengua: "Español, hazte a lo largo y
busca en otra parte tu ventura, si no quieres en ésta morir hecho
pedazos por nuestras uñas y dientes. Y no preguntes quién es el
que esto te dice, sino da gracias al cielo de que has hallado
piedad entre las mismas fieras. " (pp. 169-170)

Hay aquí varios puntos que comentar: por un lado, el que el


narrador puntualice, como resaltamos, que lo que cuenta "es la
verdad", descartando, así posibles dudas sobre su carácter fantás­
tico, o que lo que cuenta sea producto de las alucinaciones de un
náufrago.que ha estado tantos días a la intemperie y sin comer;
luego, que el lobo hable y además (pese a hallarse en una isla
nórdica), lo haga en la misma lengua de Antonio; luego, que sien­
do aquéllas fieras violentas que se pasaban el día discutiendo
(peleando) entre sí, respetaran su vida; y, por otra parte, el que
semejante personaje trate de permanecer en el anonimato, da pie
a una serie de especulaciones, entre las que cabe barajar desde
que fuera un brujo o una bruja transformada en lobo, como más
adelante cuentan a Rutilio que ocurre, o bien que sea el mismo
Diablo, tan políglota, como se dice que era e, incluso, hasta pu­
diera ser una reencamación del individuo que retó a Antonio en
su pueblo y al que éste replicó con dos cuchilladas mortales en la
cabeza, de manera que, convertido ahora en fiera, preferiría per­
manecer en un discreto anonimato, antes que su paisano llegara a
saber en qué había llegado a transmutarse; eso explicaría que ha­
blase su lengua, así como ese pudor por que se conociera su
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identidad .
Y no deja de ser llamativo que, por separado y sin conocer el
relato de Antonio, también Rutilio toque de nuevo el tema de los
lobos, con ocasión de contar la historia de la hechicera que lo
transportó en volandas hasta una tierra desconocida y allí se
transformó en loba. Como quiera que sobre ella hablaremos más
adelante, vamos a considerar ahora la información que aporta el
bailarín italiano a sus compañeros sobre los lobos, la cual coin-

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cide, en buena parte con la que ya antes les había ofrecido
Antonio. Refiere el profesor de danza que, tras dar muerte a la
bruja, vagó por aquellas tierras hasta tropezar con un hombre que,
al preguntarle que dónde estaban, le aclaró que se hallaban en
Noaiega y, al saber su historia, mostró su sorpresa porque hubiera
logrado escapar ileso, a pesar del grave peligro que había corrido:

Puedes, buen hombre, dar infinitas gracias al cielo por ha-


berte librado del poder destas maléficas hechiceras, de las cuales
hay mucha abundancia en estas setentrionales partes. Cuéntase
deltas que se convierten en lobos, asi machos como hembras,
porque de entrambos géneros hay maléficos encantadores. Cómo
esto pueda ser, yo lo ignoro y como cristiano que soy católico, no
lo creo; pero la experiencia me muestra lo contrario. Lo que
puedo alcanzar es que todas estas transformaciones son ilusiones
del demonio y permisión de Dios y castigo de ¡os abominables
pecados deste maldito género de gente (p. 189)

Vemos aquí, por una parte, la confirmación de la teoría de


que las brujas se transformaban en lobos, que coincide, como se
ha visto, con la que ha expuesto Antonio anteriormente y que no
se encuentra muy lejos de la que Cervantes propone, a su vez, si
bien esta vez en canes, en su novela ejemplar El coloquio de los
lj
perros ; pero, de todo el párrafo, quizá lo más llamativo sea su
final, en el que el personaje, después de manifestar a Rutilio,
primero su sorpresa y luego su admiración porque hubiera
escapado de tan maléficas fieras, de inmediato, en una actitud que
deja bien claro el pavor que existía ante las represalias inqui­
sitoriales, proclama su firme adhesión al cristianismo católico y,
del mismo modo que vimos que sucedía en los textos que men­
cionamos más arriba, al hablar de santa Teresa y de fray Luis,
niega que esto pueda ser cierto, aunque, en una de esas contra­
dicciones de las que ya hemos hablado y que no acaban de enca­
jar con lo expuesto previamente, añade que, aunque él no cree en
estas cosas, "la experiencia me muestra lo contrario", de manera
que cabe más bien pensar en el temor de quien expone estas cosas
de ser alcanzado por la larga garra implacable de la Inquisición y
de la necesidad de protegerse de sus consecuencias.

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Y también sobre este tema opina Mauricio, quien, con la
perspectiva del hombre de ciencia practicante de la astrología ju-
diciaria, trata de ser lo más objetivo posible, y comienza recha­
zando las teorías aportadas por sus dos antecesores, con un lacó­
nico

-Eso de convertirse en lobas y lobos algunas gentes dcstas


setentrionales es un error grandísimo (...), aunque admitido de
muchos, (p.243)

y, tras corregir a Arnaldo, que cree que Inglaterra está llena


de manadas de lobos errantes, a consecuencia de que hay huma­
nos que se transforman en ellos, le aclara que allí no hay alimaña
que entre, porque muere al instante, y de inmediato expone su
teoría sobre la metamorfosis de humanos en lobos contem­
plándolo como una enfermedad:

Lo que se ha de entender desto de convertirse en lobos es que


hay una enfermedad, a quien los médicos llaman manía lupina,
que es de calidad que, al que la padece, le parece que se ha con-
vertido en lobo, y aulla como lobo, y se junta con otros heridos
del mismo mal, y andan en manadas por los campos y por los
montes, ladrando ya como perros ova aullando como lobos; des-
pedazan ¡os árboles, matan a quien encuentran y comen la carne
cruda de los muertos, y hoy día sé yo que hay en la isla de Sicilia
(que es ¡a mayor del mar Mediterráneo) gentes desde género, a
quien los sicilianos llaman lobos menar, los cuales, antes que les
dé tan pestífera enfermedad, lo sienten y dicen a los que están
junto a ellos que se aparten o huyan dellos. o que los aten o
encierren, porque si no se guardan, los hacen pedazos a bocados
y los desmenuzan, si pueden, con las uñas, dando teiribles y
espantosos ladridos, (pp. 244-245)

Se trata, pues, de la Licantropía, esa enfermedad que el Dic­


cionario de la Real Academia define como 'un trastorno mental
en que el enfermo se cree transformado en lobo e imita su com­
14
portamiento' . Y, a pesar de que Cervantes intentaba, segura­
mente, ofrecer una información objetiva, es evidente que se han

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mezclado la ciencia y la superstición popular, para traer aquí la
figura del hombre-lobo, esa fantasmagórica transformación que,
según el mito, sufren algunos humanos para convertirse en lobos
15
y hacer fechorías atroces .
Y consideremos ya el cuarto grupo, el de quienes practican la
hechicería. De entrada, parece conveniente explicar, primero, qué
entendemos por hechicería y a tal respecto consideramos que
podría resultar ilustrativa la definición que sobre esto propor­
ciona Rafael Martín Soto en su análisis sobre la Magia y la Inqui­
sición en el reino de Granada. Para este investigador, la hechi­
cería consiste en un conjunto de prácticas que pretenden la
manipulación de la naturaleza por medios no naturales; quienes la
practican, se sirven de las propiedades ocultas de las plantas, de
minerales y fluidos animales, con los que fabrican remedios
terapéuticos, filtros amorosos o venenos que pueden provocar
enfermedades e incluso la muerte. Además, aparte de estos
recursos naturales, los hechiceros utilizan unas fórmulas orales
llamadas conjuros, que recitan durante la ceremonia o ritual
16
mágico, para cargar o aumentar el poder de sus preparados .
Pues bien, al aproximarnos a este grupo, hallamos un claro
contraste con el de los adivinos, pues mientras en aquél todos
eran hombres, aquí son todas mujeres (la enamorada de Rutilio,
Cenotia, la esclava de Lorena y la judía romana); y, si los adi­
vinos eran aficionados a estudiar las matemáticas y la astrología
judiciaria, las hechiceras no parecen haber seguido estudios al­
gunos (salvo en el caso de Cenotia, que dice haber estudiado tam­
bién algo de astrología), por lo que hay que pensar que sus cono­
cimientos los han adquirido o heredado fuera del ámbito cien­
tífico. Otro detalle que llama la atención es que se trata de mu­
jeres que en su mayoría (salvo la esclava de Lorena) vive en
ciudades: Cenotia habita en la corte de Policarpo, en el palacio
real; la hechicera judía, en Roma, la enamorada de Rutilio en
Sena o Siena y sólo la esclava de Lorena vive en el campo, aun­
que cerca de su señora, posiblemente en un palacio.
Y si a ellos se los describía como ancianos y hasta sus atuen­
dos, no deja de ser llamativo que Cervantes, tan proclive a dar
detalles sobre sus personajes femeninos (como puede apreciarse,
por ejemplo, en las Novelas ejemplares), escatime aquí todo tipo

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de datos (salvo el apunte de la supuesta y aproximada edad de
Cenotia, de la que se dice que podría tener hasta cuarenta años,
pero que con su brío y donaire podría encubrir otros diez (p. 329),
y deje al lector total libertad para imaginar a estas figuras a
caballo entre el mundo real y el mundo de la fantasía, en el que
han sido tan diversamente representadas, pero casi siempre de
forma negativa. Eso sí, y ésta es otra nota importante, todas ellas
pertenecen a colectivos marginales: pues una es esclava, otra
musulmana, otra judía y de la cuarta sabemos que está en la
cárcel por hechicerías. De manera que forman un cuadro bastante
especial.
Breve, pero efectiva, es la intervención de la primera, la
esclava de Lorena sabemos que "estaba en opinión de maga", que
es como decir que se reconocían sus habilidades como tal.
Despechada su señora, una aristócrata francesa, por la boda con
otra mujer, de su primo el conde Domicio, del que estaba ena­
morada, le regala unas camisas "ricas por el lienzo y, por la labor
vistosas", que habían sido embrujadas por esta esclava. Los
resultados son tan trágicos como contundentes, pues, apenas
Domicio estrena una, queda dos días como muerto, y al quitár­
sela, da tales muestras de demencia, que deben atarlo, y aun así se
escapa y provoca su propia muerte y heridas graves a Periandro
(pp. 573-579). Cervantes, en un gesto de honestidad que lo enal­
tece, cita en el propio texto la fuente referencia!, que no es otra
que la historia clásica de la camisa que Deyanira, ignorando que
estaba envenenada por la sangre de la hidra, regaló a Hércules,
17
causándole dolorosas y mortales heridas . Cabe, además, la posi­
bilidad de que existiera también alguna historia medieval con este
mismo tema, derivada, a su vez, de la clásica.
Más rica y compleja es la historia de la enamorada de Rutilio,
cuya historia se mencionó al hablar de los relatores de historias
de lobos. Al estar éste prisionero en la cárcel de Sena (o Siena),
por haber gozado de los favores de una de sus alumnas de baile
sin el permiso parterno, conoce en tal lugar a una mujer que había
ido a parar a la prisión, acusada de "hechicerías" (y C e n a n t e s
utiliza el término italiano), pero que, incluso allí es admirada por
su arte y gozaba de gran libertad, por haber sanado "con yerbas y
palabras" a la hija de la alcaidesa de una enfermedad que los

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médicos "no acertaban a curar" (p. 187). Esta mujer había prome­
tido a Rutilio la libertad, a cambio de que él fuera su marido, y el
bailarín, sin pensarlo mucho, y sin saber dónde se metía, no dudó
en darle su palabra de matrimonio. A partir de ese instante, el
profesor de baile vivirá una serie de experiencias tan extraor­
dinarias como la de comprobar cómo gracias a una caña, se abren
sus cepos y cadenas y cómo puesto sobre un manto, vuela por los
aires, desde Italia hasta lejanas tierras, que luego se entera de que
resultan ser las de Noruega. Pero antes descubrirá, horrorizado,
que su compañera se transforma en una loba repelente a la que el
dará muerte. Hay en esta historia varios aspectos dignos de ser
destacados, comenzando por el motivo que ha causado el encar­
celamiento de la mujer, esas "hechicerías", en general, de las que
nada se concreta, pero que, fueron, al parecer, motivo suficiente
para encerrarla, si bien se reconoce su capacidad curativa, supe­
rior a la medicina oficial, basada en esas "yerbas y palabras" que,
informándonos de manera objetiva, se dice que han conseguido
curar a la hija de la alcaidesa, de una enfermedad que no consi­
guen afrontar los médicos. Y está, también el uso de esa caña,
que libera de los grilletes al prisionero, y que Christian Andrés
asocia con las varitas mágicas de los cuentos de hadas, y el manto
que les permite desplazarse por los aires, comparado, por el mis­
mo crítico con la alfombra voladora del cuento de La mil y una
18
noches . Además, y reforzando el carácter demoníaco de la he­
chicera, y quizá para justificar su muerte (que así dejaría de ser
un crimen, para convertirse así en una más de las muchas muertes
"ejemplares" promovidas por la Inquisición a modo de escar­
miento para quienes se atrevieran a meterse en actividades simi­
lares), se señala que la mujer, cuando sube a Rutilio en el manto
para emprender tan singular viaje, insiste en que deje sus devo­
ciones, y él, sabedor de que aquel traslado no era en vehículo
bendito, se sobrepone al miedo y dice: "cerré los ojos y déjeme
llevar de los diablos (que no son otras las postas de las hechi­
ceras)" (p. 187), de manera que, también aquí se confirma la exis­
tencia de las hechiceras y sus (malas) artes; pero, junto a esa
constancia va la advertencia para quien las utiliza, del grave
riesgo de sufrir una muerte "ejemplar".

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Y hay situaciones en las que algunas personas malévolas se
sirven de las capacidades de las hechiceras para provocar enfer­
medades, como ya vimos al tratar sobre las Novelas ejemplares
en las historias de Tomás Rodaja (El licenciado Vidriera) o
1
Isabela (en La española inglesa) '', víctimas, ambos de envene­
namientos, pero lo más llamativo es que en el Persiles dichos
envenenamientos son ejecutados por miembros de los dos colec­
tivos expulsados de España por no convertirse al cristianismo.
Así, Cenotia se presenta al joven Antonio como una española, de
estirpe agarena (musulmana, pues) nacida y criada en Alhama
(Granada), que dice haber salido de su tierra "huyendo de la
vigilancia que tienen los mastines veladores que en aquel reino
tienen del católico rebaño" (p.330), aludiendo, sin duda, a los
espías de la Inquisición. Cenotia se ufana de pertenecer a una
saga de magas y encantadoras, así como de su capacidad de
realizar auténticos prodigios, al menos verbales:

Pero nosotras, las que tenemos nombre de magas y encan-


tadoras, somos gente de mayor cuantía: tratamos con las estre-
llas, contemplamos el movimiento de los cielos, sabemos la virtud
de las yerbas, de las plantas, de las piedras, de las palabras, y,
juntando lo activo a lo pasivo, parece que hacemos milagros...
(p. 331)

Puede que Cervantes tuviera noticia de un proceso que se


desarrolló en Toledo, en 1558, en el que fue encausada por bruja
-0
una mujer de A l h a m a ; pero, sea así o no, lo cierto es que supo
trazar en su relato la figura de una hechicera humanizada y con­
tradictoria, pues sorprende que, aunque tuviera tanto poder sobre
la naturaleza y sobre la salud, fuera incapaz de controlar el amor,
de modo que, consciente de ello, se ofrece al joven Antonio, no
como esposa, sino como esclava, y aun así, el inmaduro joven la
rechaza de forma tan despectiva, que provoca la venganza de la
hechicera, que le hace un maleficio que lo deja a las puertas de la
muerte, pues, como se señala en el texto.

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...de ahí a dos días, se sintió mal dispuesto y cayó en la cama
con tanto decaimiento que los médicos dijeron que se le acababa
la vida, sin conocer de qué enfermedad, (p. 337)

Y una vez más reaparece esa enfermedad desconocida, tantas


veces presente en estos relatos y, al sospechar Antonio padre que
ha sido provocada por Cenotia, sirviéndose de "algún envoltorio
de agujas sin ojos o de alfileres sin cabeza", la amenaza de muer­
te, en caso de que su hijo no se cure pronto. Y, en efecto, desve­
lando parte del ritual, Cenotia retirará del quicio de una puerta los
hechizos dispuestos, y al poco tiempo el joven recupera la salud.
Y, al igual que le sucedió a la hechicera enamorada de Rutilio,
también esta mujer, de estirpe agarena y heredera de una saga de
brujas, sufrirá un final aleccionador, pues, acusada con Policarpo
del incendio del palacio, a pesar de la admiración y el temor que
suscita, es colgada de una "entena" (de un poste) (p.395).
Mejor panorama gozará la última hechicera, una judía
próxima al hebreo Zabulón, personaje tan marginal y difuso como
el anterior y del que sólo conocemos sus efectos. A instancias de
Hipólita, despechada por el desprecio de Periandro, dispondrá un
hechizo con el que menoscabar la salud de Auristela y ocasio­
21
narle la muerte . Y, al describirnos el deterioro de su belleza, no
podemos evitar el recuerdo del proceso similar que sufría Isabela,
la protagonista de La española inglesa, pues de manera seme­
jante, las hermosas mejillas de Auristela pasan de rosadas a cár­
denas, el carmín de sus labios se hace verde y las perlas de sus
dientes parecen topacios y se nos comenta que hasta sus cabellos
parecían haber mudado de color (p. 684); sólo que, a diferencia
de aquella situación, aquí no hay envenenamiento directo, sino a
distancia. Será el egoísmo, el temor a perderse al ver morir a Pe­
riandro por amor a Auristela, lo que incite a Hipólita a parar el
proceso destructivo y romper el maleficio. Un maleficio que, si
no expuesto con todo lujo de detalles, al menos sí con cierta
delectación, hace que Cervantes, siempre ojo avizor y tan expe­
rimentado de la vida que está escribiendo esta novela cuando ya
se iba de ella, concluya la anécdota de este hechizo con una
coletilla moralizante que, de no producirse en aquellos tiempos
difíciles de libertad en entredicho, se consideraría completamente

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fuera de contexto, ya que, más que en una novela constituye una
página ideal para un devocionario religioso, como puede verse:

Hizolo asi la judia [curar a Auristela] como si tuviera en su


mano la salud o la enfennedad ajenas, o como si no dependieran
todos los males que llaman de pena de la voluntad de Dios, como
no dependen los males de culpa; pero Dios, obligándole (si asi se
puede decir) por nuestros mismos pecados, para castigo dellos
permite que pueda quitar la salud ajena esta que llaman hechi-
cería, con lo que hacen las hechiceras. Sin duda, ha él permitido,
usando mezclas y venenos, que con tiempo limitado quitar ¡a vida
a la persona que quiere, sin que tenga remedio de escusar este
peligro, porque lo ignora y no se sabe de dónde procede la causa
de tan moral efeto; así que para guarecer destos males, la gran
misericordia de Dios ha de ser la maestra, la que ha de aplicar la
medicina, (p.689)

Sabio y precavido discurso, en el que, una vez más, hallamos


que, tras exponer unos hechos que pudieran resultar peligrosos,
por precaución y para evitar el escándalo, se adjunta un añadido
moralizante, que lo arregla todo y reconcilia con Dios el alma
perturbada por el Diablo.
C e n a n t e s , que manejaba una amplia cultura y que había
visto ya muchas cosas cuando escribe el Persiles no deja de
admirarnos por sus conocimientos en general, y muy particu­
larmente los que demuestra sobre estos temas, aquí y en sus otros
escritos. Que creyese o no en ellos, como se han planteado algu­
nos críticos, es difícil de saber, pero lo cierto es que los expone
con una minuciosidad y un lujo de detalles que casi se podría
afirmar que, por lo menos, no le desagradaban.

NOTAS

1
A modo de referencia, citaremos entre las clásicas, la obra de James
George Frazer. The Golden Bough. A study in Magic and Religión. Mc-
Millan Press, 1976. (traducción española. La rama dorada. Fondo de
Cultura Econónúca. México. 1997)

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' Julio Caro Baroja. Las brujas y su mundo. Revista de Occidente.
Madrid. 1961. (Reedición en Alianza Editorial. Madrid. 1997. con pró­
logo y álbum de Francisco J. Flores Arroyuelo). pp. 40 y ss.
' Manuel Fernández Álvarez. Casadas, monjas, rameras y brujas.
(La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento). Espasa
Calpe. Madrid. 2002. También en Círculo de Lectores. Barcelona. 2002.
4
Véase M. Fernández Alvarez, obra citada, p. 304 y Christian
Andrés. "Figures de la Sorcière chez Cenantes et Lope de Vega". Iris.
Centre de Recherche sur l'Imaginaire de 1' Université de Grenoble. III rï's
8-9. segundo semestre 1989-primer semestre 1990. pp. 89-109.
?
Fernando de Rojas (y "antiguo autor"). La Celestina. Tragicomedia
de Calisto y Melibea. Edición y estudio de Francisco J. Lobera y
Guillermo Seres. Paloma Díaz-Mas. Carlos Mota e Iñigo Ruiz Arzálluz y
Francisco Rico. Editorial Crítica. Barcelona. 2000. p. 62.
6
Anónimo, Libro de suertes (Edición de Rosa Navarro Duran).
Editorial Interpress' S.L. Barcelona. 1994.
Teresa de Jesús. Libro de la vida (edición de Dámaso Chicharro).
Cátedra. Madrid. 1990.
8
Ángel Alcalá (edición crítica y notas). Proceso inquisitorial de fray
Luis de León. Salamanca. 1991.
' Véase el capítulo segundo del libro primero de Los trabajos de
Persiles y Sigismundo (edición de Carlos Romero Muñoz). Cátedra.
Madrid. 2002. Colección Letras Hispánicas, 427. Todas las citas que
hacemos en este trabajo siguen esta edición.
10
De ser un personaje real y no literario, claro está.
" Véase las notas a pie de página que incluye sobre estos aspectos
Carlos Romero en su edición.
'" Y en relación con estas figuras, entre lobos y humanos, no deja de
resultar curioso lo que nos cuenta Jurgis Baltrusaitis. en // Medioevo
fantastico. Antichità ed esotismi nelT arte gotica. Oscar Studio
Mondadori. Milán. 1977. de que Hades, el señor del Infierno, y. por tanto,
el equivalente del Demonio cristiano, llevaba una cabeza de lobo que
difundía la oscuridad, (p. 49)
" Donde queda patente que el hecho de que los perros hablen es
consecuencia de su vinculación con la brujería, pues en este caso uno de
ellos es hijo de una bruja, como señalábamos en nuestro trabajo
"Reflexiones sobre la figura de la Mujer en las Novelas ejemplares de
Cervantes". ìólver a Cenantes. Actas del II' Congreso Internacional de
Cervantistas. (Lepanto. 1 8 octubre 2000). Universität de les Ules Balears.
Palma. 2001. Vol. II. pp. 797-807.
14
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española.
a
Espasa Calpe. Madrid. 2001 (22 ed.). Vol. II, p. 1375.

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13
Véase a este respecto el trabajo de Christian Andrés. "Fantasías
brujeriles. metamorfosis animales y licantropía en la obra de Cenantes".
Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas.
Anthropos. Barcelona. 1993. pp. 527-540.
16
Rafael Martín Soto, Magia e Inquisición en el antiguo Reino de
Granada (siglos A7 7-.YI III). Editorial Arguval. Málaga. 2000, p. 34.
1
' Vid. Ovidio, Metamorfosis, libro IX.
IS
Vid. Christian Andrés, artículo citado.
" Véase la nota 13.
"° Del que da noticia M. Fernández Álvarez. en Casadas, monjas...
pp. 313-314.
Véase a este respecto el trabajo de Antonio Ruiz Casado. "Au-
ristela hechizada: un caso de maleficio en el Persiles". Cervantes XII. 2
(1992). pp. 91-104.

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