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E l . SURGIMIENTO l>EI. ESTADO


V IO S INTERSTICIOS DEL PARENTESCO

A PROPÓSITO l)K I A RKVOIKIÓN IRBVW KN F.CílPTOV IN Ml_SOPOT\MI\

\ fa r c e lo C a m p u g n o *

Hacia mediados del cuarto milenio a.C .. y de modo prácticamente simultáneo,


el valle del Nilo al norte de la primera catarata y la llanura en torno de los tramos
t íñales del Tigns y el Eufrates serian escenarios para una serie de decisivas trans­
formaciones sociales. Se trata de la constitución de formas de organización esta­
tal. las primeras a escala regional y también las primeras en términos históricos
absolutos. Se trata de la emergencia de un tipo de prácticas desconocidas con ante­
rioridad con suficiente capacidad para hender el terreno social y producir un
nuevo tipo de trama, dotado de un nuevo tipo de lógica.

Tempranamente. Veré Ciordon C'hildc advirtió que esos procesos que se habian
desencadenado en el valle del Nilo y en la Mesopotamia. tanto por su magnitud
como por sus homologías, merecían un nombre especifico: el de revolución urba­
na. Por cierto, en su tiempo, semejante denominación despertó el escepticismo de
los egiptólogos, que sostenían que el antiguo Egipto había sido una “civilización
sin ciudades" y que. en consecuencia, la condición urbana no parecía convenir
para la caracterización del proceso acaecido en el valle del Nilo1. Ahora bien, las
transformaciones a las que C'hildc denominaba revolución urbana no se limitaban
únicamente a la aparición de ciudades, ni eran éstas la causa de aquel proceso de
cambio: antes bien, según el autor, las ciudades eran e l protlu clo y e l .símbolo J e
la revolución-.

¿Qué criterios definían, entonces, a semejante proceso? En 1950. C'hildc propu­


so la existencia de diez indicadores que. en conjunto, permitían una caracteriza­
ción de la revolución urbana. Enunciados de modo sintético, esos diez criterios
eran: 11 la aparición de las primeras ciudades, diferenciables de los poblados pre­
vios por extensión y densidad: 2) la división del trabajo, con la aparición de espe-

Universidad de Dueños Aires Universidad Nacional de Formosa C’ONICT I

2‘J
El surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco

cialistas a tiempo completo; 3) la canalización clcl excedente de producción como


tributo impuesto a los productores; 4) la construcción de edificaciones públicas
monumentales; 5) la división de la sociedad en clases, con una “clase gobernan­
te” (sacerdotes, jefes militares y civiles, funcionarios) concentradora de la mayor
parte del excedente; 6) la aparición de la escritura como sistema de registro; 7) la
elaboración de ciencias exactas y prcdictivas, tales como la aritmética, la geome­
tría o la astronomía; 8) la elaboración y expansión de nuevos y más homogéneos
estilos artísticos; 9) la importación por vía comercial de materias primas no acce­
sibles localmente; y 10) una organización estatal basada más en la residencia que
en el parentesco3.

Consideremos los criterios de Childe un poco más de cerca. I labida cuenta de


que su aplicación al valle del Nilo fue considerada “problemática”, pospongamos
por el momento el análisis del primer indicador, es decir, el que se refiere a la apa­
rición de las ciudades. ¿Qué sucede con los restantes nueve criterios? Kn primer
lugar, se podría reconocer un grupo de tres indicadores que remite a las caracte­
rísticas básicas de la configuración socioeconómica de las sociedades que se
constituyen como efecto de la revolución urbana. Por una parte, Childe conside­
raba que, a partir de la existencia de economías exccdentarias, se generaban posi­
bilidades para la aparición de especialistas fu ll-tim e (criterio 2), desgajados del
proceso primario de producción de alimentos. Entre tales espccializaciones, cabe
destacar la presencia de un artesanado de tiempo completo, pero también todo tipo
de profesiones al servicio de la clite estatal, desde los más humildes sirvientes
hasta los más encumbrados funcionarios, igualados en el hecho de que “todos
ellos eran mantenidos del excedente producido por los campesinos”4. Por cierto,
buena parte de tales especialistas -sacerdotes, jefes militares y civiles, altos fun­
cionarios- constituían lo que Childe denominaba “clase gobernante” (criterio 5).
“exceptuados de todas las tareas manuales” y con funciones “en el rubro de la pla-
ncación y la organización’”'. En todo caso, tanto las actividades de esta clite domi­
nante como las de los especialistas a su servicio dependían de un criterio decisi­
vo: la extracción de excedente a los productores primarios en concepto de tributo
(criterio 3). En efecto, la capacidad coactiva de la elite estatal para extraer el tri­
buto de la mayoría social es indudablemente un aspecto determinante para la exis­
tencia misma de este modo de organización social, pues es a partir de ella que la
clite puede reproducirse como tal.

Tanto en el valle del Nilo como en la Mesopotamia, estos criterios se pueden


advertir o, al menos, intuir con cierta facilidad desde épocas tempranas. Para
Egipto, los ajuares funerarios de las élites de la fase Nagada llc-d (3600-3300
a.C.) dejan ver la presencia de objetos manufacturados cuya elaboración debía
requerir de artesanos de tiempo completo6. Desde el punto de vista iconográfico.

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Marcelo Campagnn

se liace cada vez más frecuente la representación de líderes, especialmente en


escenas de muy probable significado ritual. En particular, los denominados
'documentos de la unificación” abundan en la descripción del monarca rodeado
ile funcionarios y sirvientes7. A parlir de la Dinastía 1 (3050-2900 a.C.), por lo
demás, existe evidencia escrita que menciona funcionarios y sirvientes de la más
diversa Índole, desde aquellos que cumplen funciones sacerdotales y administra­
tivas, hasta los encargados de asistir a la clite en el servicio doméstico, incluidos
quienes producen al rey las shm ltw -ib, las “dulzuras del corazón”8. Con respecto
a la extracción de excedentes, la iconografía del período Predinástico tardío pre­
senta una escena de “portadores” de bienes, con probable sentido tributario. Sin
embargo, donde mejor puede sospecharse la existencia de prácticas de extracción
tributaria es en los contextos en que éstas se hallan implícitas: en efecto, tanto en
las grandes cantidades de bienes de procedencia extranjera en las tumbas de la
élite temprana -que presuponen algún tipo de intercambios- como en la construc­
ción de erandes recintos funerarios y de culto -que en Saqqara alcanzan hasta
5.000 m - durante la Dinastía 1- es posible advertir, respectivamente, la existen­
cia de un excedente en especie y en trabajo extraído a la mayoría de la población
campesina17.

En la Mcsopotamia de la fase Uruk o Calcolítico tardio 2-5 (aprox. 3800-3100


a.C.) se advierte una situación homologa. Por una parte, la profusa presencia de
un tipo de cerámica estandarizada de bordes biselados (heveled-rim how ls) que
era producida en serie y que probablemente era utilizada como cuencos para reci­
bir raciones, implica no sólo la existencia de un artesanado especializado sino
también la de un personal que cumplía funciones al servicio de la clite y recibía
su mantenimiento a través del dispositivo administrativo estatal10. Por otra parte,
también aquí la iconografía, especialmente la glíptica, permite notar la presencia
de diversos personajes asociados a monarcas o a grandes sacerdotes, en activida­
des bélicas, rituales o de caza y en vinculación con grandes edificios” . Desde el
punto de vista de la evidencia escrita, uno de los primeros tipos de testimonios que
procede de Uruk refiere, precisamente, a lo que se conoce como la “lista de pro­
fesiones”, en las que, por debajo del rey, se enumeran los líderes de la ciudad, del
arado.-de los corderos, así como sacerdotes, cocineros, joyeros, ceramistas y
otros12. Por último, la existencia de prácticas de tributación puede inferirse tanto
iconográficamente - a partir de la representación de filas de personajes que portan
bienes hacia ciertos edificios, probables templos- como en función del trabajo
que debió ser extraído para construir las edificaciones correspondientes a la fase
IV del sitio de Uruk (por ejemplo, el recinto de F.anna, con un área de 300 m2) y
de los bienes primarios que debieron afluir hacia el centro de Uruk desde sus peri­
ferias rurales para abastecer a la numerosa población urbana” . En tal sentido, ya
durante la segunda mitad del IV milenio a.C., tanto Egipto como Mcsopotamia
ofrecen inequívocas evidencias de un tipo de organización socioeconómica sensi­
blemente diversa de la que debió corresponder a las comunidades aldeanas asen­
tadas en ambas regiones en las épocas previas.

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/ / \m í'iinifitln d el lisiado y los intersticios d el paren tesco

11

Más allá ilc estos criterios, es posible aislar otro grupo de indicadores de la lista
de < Inlile aeerea de las características de las sociedades que atravesaron la revo­
lución urbana. Aquí se trata de cinco criterios que remiten a varias de las princi­
pales actividades que la clite realiza a partir del excedente que obtiene de los pro­
ductores primarios. Hn efecto, por un lado, aparece la ya mencionada construcción
de edificaciones públicas monumentales (criterio 4) que, ya sean palacios y tem­
plos o tumbas y otros recintos de índole funeraria, todos relacionados con la élite
dominante, implican una sustancial modificación del paisaje, que se lleva a cabo
a partir de la obtención de tributo en trabajo. Por otro lado, la extracción y gestión
eficaz del excedente se conecta con otros dos criterios apuntados por Childc: la
aparición de la escritura en tanto sistema de registro (criterio 6) y de “ciencias
exactas y predictivas” (criterio 7). Por cierto, tanto la escritura como las prácticas
"adivinatorias” se relacionan asimismo con las esferas de la realeza y de la reli­
gión, y cumplen aquí también un papel central al servicio de la reproducción sim­
bólica de la clite. Pero la escritura tiene un lugar quizás más decisivo en el ámbi­
to de la gestión burocrática, en tanto dispositivo de registro de unas variedades y
volúmenes de bienes y personas que exceden a los sistemas de control disponibles
en las comunidades aldeanas. Y los conocimientos asociados tanto a la aritmética
y a la geometría como a la astronomía tienen un efecto relevante, los primeros
sobre la posibilidad de construir obras monumentales y los segundos sobre la ela­
boración de calendarios de notable precisión. En un sentido similar, la creación y
expansión de estilos artísticos homogéneos (criterio 8) implica la disponibilidad
por parte de la élite estatal, de un conjunto de artesanos capaces de atenerse a una
serie cánones iconográficos constituidos a partir de la recodificación de estilos
preexistentes o la introducción de nuevos principios. Por último, la importación
por la vía de los intercambios de bienes no producidos localmcntc (criterio 9 ) reto­
ma un tipo de prácticas conocidas con anterioridad pero que se expandirán deci­
didamente a partir de las capacidades logísticas y de disposición de excedentes de
la sociedad estatal.

Nuevamente, este grupo de criterios se halla notablemente respaldado por el


tipo de evidencias que proceden de las riberas del Nilo y de las del Tigris y el
Eufrates. En lo que se refiere a Egipto, no es necesario aguardar a la época de las
grandes pirámides de la Dinastía IV para detectar obras de porte monumental,
especialmente en el ámbito funerario. En efecto, desde la Tumba 100 de
llieracómpolis de Nagada 11c (que, con sus 10 m2, su tabique interior y su deco­
ración mural, excede todo lo conocido para la época en materia sepulcral), pasan­
do por la Tumba IJ-j de Abidos, de Nagada Illa (de 7,30 m de ancho por 9,10 m
de largo y 12 cámaras internas), hasta los grandes complejos sepulcrales de la clite
del período Dinástico temprano ( c a . 3050-2700 a.C.) en Abidos y Saqqara, con
tumbas de hasta (>30 m2 y 2405 m2, respectivamente, y recintos funerarios aún
mayores, la expansión de las obras funerarias alcanza dimensiones indudablemen-
Marcelo Campando

le monumentales14. En relación con la escritura, documentada precisamente en el


marco de la evidencia funeraria, ésta se remonta al menos a unos 3300 años a.C.
y se halla sobre etiquetas que identificaban el contenido, la procedencia o el pro­
pietario de las jarras con ofrendas que se colocaban en las tumbas reales15. Por
cierto, la escritura sería utilizada también para identificar al monarca y pronto se
transformaría en un recurso central para referirse a las actividades que testimonia­
ban la potencia del rey-dios y su relación con las divinidades del valle del Nilo.
ayudando así a sostener discursivamente la conexión directa entre el estado egip­
cio y el cosmos. En cuanto a las “ciencias exactas y predictivas” de Childe, es evi­
dente que -aunque no hay registros específicos de la época- los egipcios debie­
ron disponer de conocimientos matemáticos suficientes para construir obras de
gran porte y, en cuanto a las actividades de medición del tiempo, el calendario
civil de 365 días se hallaba en uso desde la Dinastía I, lo que permitía una plani­
ficación sistemática de los momentos en que debía efectuarse la tributación. De
acuerdo con los registros de la Piedra de Palermo (Dinastía V), se efectuaba un
minucioso control de las crecidas del Nilo, que también debía ser tomado en con­
sideración a la hora de prever el rendimiento agrícola de cada año16.

Con respecto a las tradiciones artísticas, puede notarse que ya durante la Dinastía
1 se advierte la constitución de un canon iconográfico llamado a durar a lo largo de
los siguientes milenios, con la codificación de determinados motivos, tales como
el de la masacre ritual del enemigo por el rey, ya visible en la Tumba 100 de
I licracómpolis y reproducido hasta tiempos de Dioclcciano17. Del mismo modo
que sueedería con la escritura, la iconografía codificada desde entonces tendería a
transmitir un mensaje centrado en la potencia sin par del monarca, que garantiza
mediante sus actos que el cosmos prevalezca sobre las fuerzas del caos.
Finalmente, en lo que hace a las prácticas de intercambio y a la obtención de bie­
nes exóticos destinados a la reproducción simbólica de la élite, existe evidencia de
bienes procedentes de Nubia así como de Asia en los ajuares de las élites de
Nagada II y, do hecho, es probable que la disputa por tales bienes haya sido uno de
los motivos básicos de los conflictos intcrcomunales que desembocaron en la apa­
rición de las primeras prácticas de tipo estatal en el Alto Egipto1x. La búsqueda de
bienes exóticos podría haber determinado tempranamente el establecimiento de
sitios más allá del territorio políticamente controlado (por ejemplo, Minshat Abu
Ornar en el delta y Elefantina en el área de la primera catarata). Con la consolida­
ción de una única entidad estatal, esas avanzadas parecen ir aún más allá (especial­
mente hacia la región del sur del Levante), y la cantidad y variedad de bienes
importados no harían sino expandirse: desde los centenares de jarras cananeas
(probablemente conteniendo vino) en la Tumba U-j de Abidos hasta el sinfín de
bienes elaborados con materias primas exóticas (ébano y marfil del Africa subsa­
hariana, cedro libanés, plata anatólica, lapislázuli afgano), pasando por ciertas
influencias iconográficas que atestiguan algún tipo de contactos con Mesopotamia,
todos esos bienes serían indicativos de la capacidad del estado egipcio para la pro­
visión de bienes de prestigio para la elite19.

.13
El surgimiento deI Estado y los intersticios d el paren tesco

En referencia a estos criterios de gestión del excedente, el cuadro de situación


que procede de Mesopotamia no es demasiado diferente. Por cierto, dada la índo­
le de la evidencia disponible, se reduce drásticamente la importancia del ámbito
funerario y, como contrapartida, se destaca intensamente el papel del complejo
económico-ideológico asociado al templo. La información acerca de la realiza­
ción de obras monumentales es contundente en lo que se refiere al ya menciona­
do sitio de Uruk. Para el período Uruk medio-tardío (3500-3100 a.C.), el llamado
recinto de Eanna constituía un área de alrededor de 9 ha, con una serie de edifi­
cios sobreelevados que superaban los 30 m de lado y que probablemente hayan
alcanzado 10 m de altura. En el cercano distrito de Attu, una plataforma sobreele­
vada de 11 m de alto contenía otra construcción, de unos 6 ó 7 m de altura. Tales
edificios debieron combinar actividades de culto y de gestión política y económi­
ca20. En relación con estas últimas, en Uruk se ha recuperado una gran cantidad
de cilindros-sellos y tablillas de arcilla con escritura, que “han sido interpretadas
como medios de control de las transacciones económicas”21. En efecto, el 80% de
las tablillas escritas se refiere a actividades administrativas (el resto corresponde
a las llamadas “listas lexicales”, entre las que se cuenta la ya indicada “lista de
profesiones” ) y señala un vinculo inescindiblc entre la escritura y los comienzos
de la gestión organizativa a escala estatal. En lo que hace a la dimensión asociada
a las “ciencias exactas”, tanto la arquitectura monumental como las necesidades
contables de la administración demandaban ciertos conocimientos matemáticos, y
en cuanto al control del tiempo, al menos desde finales del IV milenio a.C., las
ciudades-estado disponían de diversas variantes de un mismo calendario de 360
días, lo que constituía una “sistematización burocrática”22 de la división del año
en doce meses lunares.

La elaboración y expansión de nuevos y más homogéneos estilos artísticos


puede apreciarse especialmente en la glíptica de la fase Uruk. Allí se advierte la
plasmación y codificación iconográfica de una serie de motivos por ejemplo, el
del “héroe que domina a los animales”- que serán representados a lo largo de los
siglos venideros. Tales motivos enfatizan el papel central de las divinidades, sus
templos y sus representantes, así como las actividades asociadas al ritual, la obten­
ción de bienes y el conflicto211. De hecho, a pesar de la fragmentación política que
introduce el patrón de ciudades-estado, toda la región sumeria compartirá un tipo
de criterios artísticos que implica una comunidad cultural -o, en palabras de
Norman Yoffcc, una “civilización”24- de mayor alcance que cada trama estatal.
Por último, en cuanto a los intercambios entre la Baja Mesopotamia y otras regio­
nes, frecuentemente se señala la escasez de metales, madera, piedras duras y pre­
ciosas y otras materias primas en el área mcsopotámica, que forzaba a las élites
locales a procurarse esos bienes en el exterior. En particular, y de modo aun más
acusado que el que se advierte en relación con el valle del Nilo, el periodo de Uruk
medio-tardío conoce un fenómeno -la llamada “expansión Uruk”25- que implica
la aparición de sitios en regiones alejadas del sur mcsopotámico (llabuba Kabira
y Tel Brak en Siria, Arslan Tepe en el sur de Turquía), cuya cultura material ofre-

34
Martelo t'umpagiio

11 características asociadas al horizonte cultural de Uruk. Tales sitios son corrien­


temente interpretados como avanzadas establecidas por migrantes de la cultura
I tfuk. con el propósito principal de ‘"asegurar el acceso” de las materias primas
demandadas por las ciudades del sur “a través de la interacción con las poblacio­
nes locales"26.

III

Así pues, todo este conjunto de características relativas a las actividades que
comandan las élites de las sociedades que resultan de la revolución urbana es
notoriamente visible tanto en el valle del Nilo como en la Mesopotamia de fina­
les del IV milenio a.C. Ahora bien, de los dos indicadores propuestos por Childc
que restan considerar existe uno que merece una consideración específica. Se trata
del criterio 10, que subraya el hecho de la conformación de una organización de
tipo estatal que se diferencia de aquella que corresponde al p aren tesco. Kste cri­
terio es decisivo porque la lógica que instituye la práctica estatal basada en el
monopolio legitimo de la coerción por parte de una minoría- resulta abiertamen­
te divergente respecto de los principios reciprocilarios que sostienen a la lógica
del parentesco, dominante en la organización de las sociedades no-estatales. Lo
que equivale a decir que, con la configuración de lo estatal, emerge un tipo radi­
calmente diverso de organización social que no se deduce de las dinámicas socia­
les prc-estatales27. Es precisamente esta radical diferencia entre la lógica del
parentesco y la lógica del estado la que es subestimada por las estrategias evolu­
cionistas aún imperantes como modos de interpretar los procesos en los que surge
el estado. En efecto, la mirada evolucionista tiende a suponer que, allí donde tal
proceso tiene lugar, los jefes de las sociedades prc-estatales se transforman lenta­
m ente en reyes como resultado de una exitosa y siempre creciente acumulación de
poder. Sin embargo, tal camino hacia el estado constituye, en rigor, un callejón sin
salida: los jefes de las sociedades pre-cstatales no constituyen figuras de lideraz­
go homologas, aunque en pequeña escala, respecto de las de los monarcas estata­
les. Antes bien, como ha destacado Pierre Clastres, la condición diferencial de
tales jefes se basa en el prestigio2!i. Y el prestigio no deviene naturalm ente en
poder, porque las normas que operan según la lógica del parentesco impiden que
tal cosa suceda en el interior de una misma trama social parenta!.

Si el estado no puede surgir en el interior de tramas parcntalcs como las que sue­
len constituir a las comunidades aldeanas, se abre la posibilidad de pensar en el
exterior de esas tramas, en los espacios intersticiales entre tramas parentalcs,
puesto que allí no rige la lógica del parentesco y por ende no existe esc tipo de
límites para la configuración de prácticas regidas a partir de criterios sociales
divergentes. Ahora bien, la condición específica de esos ámbitos intersticiales qui­
zás pueda variar considerablemente en función de las situaciones singulares a ser
abordadas. En principio, y tomando especialmente en cuenta las particularidades

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El surgimiento deI Estado y los intersticios deI pitrén leseo

que proceden de la información disponible acerca de la aparición del estado en


Egipto y en Mesopotamia, es posible pensar en dos grandes escenarios en los que
podría advertirse esta cuestión de lo intersticial.

Por un lado, los intersticios entre tramas de parentesco pueden ser señalados res­
pecto de los ámbitos intercomunales. Ciertamente, si se parte de asumir teórica­
mente que cada comunidad aldeana constituye mui trama parental, los espacios
cxtracomunalcs son, por fuerza, espacios extraparcntales. Se trata de una asunción
lícita, pues no implica suponer que la comunidad constituya uncí única gran fa m i­
lia sino una trama social que se rige por una misma lógica. O dicho de otro modo,
de lo que se trata es de asumir que el parentesco opera como práctica dominante
a escala de la comunidad, lo cual no significa que todas las prácticas de la comu­
nidad sean prácticas de parentesco sino que todas son compatibles con los princi­
pios que sustentan las prácticas parentales29.

En otros trabajos se ha sugerido que tal podría haber sido la situación de parti­
da para la aparición del estado en el valle del Nilo. En efecto, la evidencia proce­
dente de diversas necrópolis predinásticas permite advertir una serie de indicios
en materia de distribución del espacio mortuorio en función de probables grupos
ciánicos, de continuidad simbólica entre las formas de las viviendas y las tumbas,
de prácticas reciprocitarias en la constitución de los ajuares funerarios- que apun­
talan la posibilidad de que el parentesco haya operado como práctica dominante
en las comunidades aldeanas de tiempos prc-cstatales30. Por otra parte, la riqueza
de ciertos ajuares, sumada a la presencia de algunas “insignias de liderazgo" en
ciertas tumbas y de la iconografía de ciertos personajes destacados, permite pen­
sar en la existencia de un conjunto de sociedades de jefatura en el Alto Egipto,
hacia comienzos de la láse Nagada II. Desde un punto de vista antropológico, las
sociedades de jefatura son organizaciones basadas en el parentesco como prácti­
ca dominante, en las que los líderes detentan un prestigio especial por las prácti­
cas específicas que ejercen en el seno de sus comunidades31. En tal sentido, y en
sus términos más generales, es admisible pensar que cada sociedad de jefatura del
Alto Egipto predinástico haya constituido una trama parental y que, por ende, los
escenarios intersticiales más propicios para detectar la emergencia de lo estatal
deban buscarse en los espacios que se establecen entre las comunidades.

En lo que refiere a los espacios intercomunalcs predinásticos, de acuerdo con la


evidencia disponible, sobresalen dos tipos de prácticas, y ambas tienen algún tipo
de relación con la cuestión del surgimiento del estado egipcio. Por un lado, como
ya se ha mencionado, las p rá ctica s d e in tercam bio constituían una forma de inter­
acción entre comunidades, sustancialmente pacífica, a través de la cual esas
comunidades podían acceder a diversos bienes no disponibles localmente. Si bien
no parece posible que tales prácticas pacíficas desemboquen p e r s e en la imposi­
ción del monopolio de la coerción que caracteriza a lo estatal, vale la pena desta­
car que los principales bienes en circulación -tanto materias primas como objetos
manufacturados- constituían bienes de prestigio demandados por las élites de las

36
Marcelo < iin11>it)jini

sociedades de jefatura para subrayar su condición diferencial respecto del resto de


los integrantes de las comunidades. En particular, es necesario enlati/ar la condi­
ción e s c a s a de tales bienes, que es lo que los inviste como objetos útiles para
resaltar el prestigio de quienes los ostentan, y que puede ser un motivo más que
suficiente para que una comunidad entrara en conflicto con sus vecinas, que tam
bien los apetecían. Precisamente, las p rá ctica s d e con flicto constituyen el otro Upo
de práctica intercomunal que atestiguan los testimonios de la época. Y si bien esos
testimonios no son explícitos acerca de los motivos de las luchas, es posible supe
rir -habida cuenta de que otras hipótesis se han revelado inconsistentes'2 una
relación directa entre tales conflictos y la búsqueda por acaparar los bienes de
prestigio escasos que circulaban por el Alto Hgipto durante la fase Ñapada II.

Lo decisivo de los conflictos intercomunales por los bienes de prestigio en rela­


ción con el surgimiento del estado no radica en el mero hecho de la guerra que,
en sociedades no-estatales, suele asumir la forma del ataque y la retirada, con la
consecuente restauración del statu q u o previo sino en el objetivo de tales dispu­
tas. Dado que una comunidad vencida en la guerra pero mejor ubicada respecto
de las rutas de donde procedían los bienes estaría en mejores condiciones estraté­
gicas de obtener nuevos bienes que las que dispondrían los vencedores en el con­
flicto, éstos últimos tendrían -en términos teóricos dos posibilidades: emprender
continuas guerras de saqueo o intentar el control permanente de los competidores.
Si, en algún momento, se hubiera optado por la segunda alternativa, el vinculo
transitorio entre vencedores y vencidos resultante del conflicto podría haber sido
rccategorizado como un vínculo permanente entre dominadores y dominados, Y
aunque esto sólo no implique la constitución automática de una sociedad estatal,
puede indicar su preludio: el vínculo a entablar con los nuevos dominados, en
tanto que no-parientes, no tendría por qué regirse por la lógica parcntal que orga­
niza la trama social de cada comunidad. En ese espacio intersticial, este tipo de
conflictos podría abrir las puertas para la instauración de otra lógica, ya no basa­
da en los principios de la reciprocidad parcntal sino en aquellos de la coerción
estatal.

IV

Pero, según se sugería más arriba, los espacios intcrcomunalcs podrían consti­
tuir uno de los escenarios para pensar la cuestión de lo intersticial. En tren de con
siderar el segundo posible escenario, puede ser decisivo abordar ahora el criterio
1 de Gordon C'hilde para identificar la revolución urbana: la aparición de las pil
meras ciudades, diferenciables de los poblados previos por extensión y densidad
La situación en torno del surgimiento del estado en la Mcsopolanna ptesenla lili
sesgo decididamente asociado a la aparición del fenómeno urbano, muy espei tal
mente en torno del vasto sitio de Uruk. ¿Qué relación puede tra/arse entie la nota
ble concentración poblacional que se advierte en Uruk y la aparición del estado?

U
El surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco

O bien, en los términos que importa enunciar aquí la cuestión, ¿puede el urbanis­
mo inicial ser un escenario intersticial que permita la emergencia de una nueva
lógica social? Conviene considerar esta cuestión con cierto detenimiento. De
acuerdo con Hans Nissen:

“La importancia del sitio [de Uruk en la segunda mitad del IV milenio
a.C.] se revela por el asombroso tamaño tanto del asentamiento como
del distrito central. El área más densamente cubierta por cerámica de
Uruk tardío y más probablemente habitada en este período cubría al
menos 250 ha o 2,5 km2, con la posibilidad de extenderse aún más
allá”33.

Se trata, ciertamente, de una aglomeración poblacional sin precedentes no sólo


en la región sino en términos absolutos para su época: se calcula que pudieron
residir en Uruk no menos de 20.000 habitantes34. De hecho, no se trata únicamen­
te de mayor cantidad de población o de superficie ocupada. Los ya referidos dis­
tritos de Launa y de Anu, con sus complejos monumentales asociados al templo y
a la élite, las estructuras de almacenamiento, la evidencia de talleres, de disposi­
tivos administrativos (especialmente indicados por el uso de la escritura), la mura­
lla que delimitaba el perímetro urbano, todo indica que había en la ciudad una
minuciosa división del trabajo y que existía allí una tangible estratificación social.

¿Cómo se produjo semejante concentración poblacional? Algunos investigado­


res subrayan el hecho de que la expansión de la población urbana de Uruk se pro­
duce paralelamente al despoblamiento de sus áreas periféricas33. Kn tal sentido, el
proceso de urbanización en Uruk sería correlativo al proceso de ruralización de su
hinterland. Ahora bien, tales procesos paralelos indican que la población urbana
de Uruk no se constituyó simplemente a través del crecimiento vegetativo sino
que debió producirse como efecto de lo que Yoffee reconoce como una verdadera
“implosión demográfica”36. Los factores que condujeron a que distintos grupos
poblacionales abandonaran sus antiguas aldeas y se dirigieran a la ciudad en
expansión pueden haber sido de muy diversa índole. Por un lado, se ha destacado
que los templos de Uruk podrían haber constituido núcleos de atracción religiosa,
que habrían inducido en los pobladores de las periferias la idea de vivir más cerca
de la protección que ofrecían las divinidades. Esa protección podría interpretarse
en términos más materiales, en tanto necesidad de buscar sitios más seguros para
afrontar amenazas de tipo bélico. Por otro lado, la posibilidad de intercambiar
bienes de los diversos nichos ecológicos (productos agrícolas de las cercanías de
los ríos, ganado de las áreas de estepa, recursos salvajes de las zonas pantanosas)
podría haber contribuido al nucleamiento poblacional. También se ha destacado
que la concentración de la población podría ser un efecto buscado por los líderes
locales para disponer más eficazmente de la mano de obra necesaria para la rea­
lización y mantenimiento de las obras de regadío. Por último, se ha propuesto que
las migraciones hacia los centros urbanos se relacionarían con ciertas variaciones
climáticas de largo plazo (como resultado de la subida de la cota marítima del

38
Marcelo ('¡impugno

pollo Pérsico y de menor cantidad de lluvias), que habrían ocasionado un tciulcn-


cial abandono de las regiones menos favorecidas y una consecuente rclocalización
de su población en los núcleos de la Baja Mesopotamia77.

Como quiera que haya sido y estos factores podrían haberse rctroal imentado
de diversos modos-, el sitio de Uruk habría alcanzado en la segunda mitad del IV
milenio a.C. una numerosa población cuya procedencia sería sensiblemente hete­
rogénea. Y esa heterogeneidad en la composición social trac aparejada la posibi­
lidad de que Uruk haya operado como un ámbito de convergencia de tramas
parentales antes desvinculadas entre sí. En efecto, desde un punto de vista analí­
tico. las migraciones podrían producirse a nivel individual, de unidades domésti­
cas o de grupos de parentesco más extensos. En cualquiera de tales alternativas,
el o los recién llegados serían -al menos, en principio n o-parien tes respecto de
la trama parcntal preexistente en la región de acogida. Por cierto, especialmente
en referencia a migrantes individuales, las comunidades organizadas a partir del
parentesco pueden disponer de procedimientos de homologación de los forasteros
por la vía de diversos modos de adopción78. Sin embargo, tales procedimientos no
tienen por qué operar de manera automática, y probablemente sean de más difícil
implcmcntación cuando se trata de la llegada de grupos numerosos por ejemplo,
familias extensas , máxime si tales procesos migratorios estaban produciéndose
simultáneamente y desde diversas regiones, de modo tal que ya no se tratase de
una comunidad parcntal que integraba a un nuevo individuo (o a un pequeño
grupo) en su seno, sino de la llegada de múltiples grupos, quizás numéricamente
superiores respecto de la comunidad autóctona.

Tanto si se tratase de relaciones entre diversos grupos de parentesco o entre gru­


pos de este tipo c individuos procedentes de otras tramas parentales, la concentra­
ción poblacional que se estaría produciendo en Uruk facilitaba la posibilidad de
que se registraran interacciones permanentes entre no-paricntcs. En tal sentido, la
aglomeración de población en Uruk podría haber constituido un escenario para la
existencia de intersticios entre tramas parentales, de muy diversa índole respecto
del que se presentaba en el marco de las relaciones intercomunales. Tal posibili­
dad analítica implica, de hecho, la posibilidad correlativa de considerar el fenó­
meno urbano en Uruk no como la mera expansión cuantitativa de una comunidad
aldeana -organizada como una única trama social- sino como el punto de con­
fluencia de diversos grupos y, por ende, como un conglomerado de tramas que
sólo en un momento posterior accederían a una forma de unificación por la vía
estatal.

¿Qué tipo de prácticas podrían entablarse entre tales tramas parentales o entre
grupos de parentesco y-forasteros? No es posible responder tal cuestión de un
modo taxativo. En relación con los forasteros que evcntualmcntc hubieran llega­
do a Uruk de modo individual, en caso de que los dispositivos de adopción no
hubieran operado, se podría pensar en modos de subordinación afines a las prác­
ticas de p atron azg o7‘\ esto es, un tipo de integración en la trama patenlal preexls-

W
I I surgimiento de! Estado y los intersticios de! parentesco

tente, pero no por la vía de una incorporación de pleno derecho, como un parien­
te más, sino en una posición dependiente40. En cuanto a las relaciones entre gru­
pos, es aún más difícil de formular una respuesta. Estas relaciones también po­
drían haber convocado un elemento de patronazgo, si el líder de una de las tramas
admitiera su condición de cliente de otro líder, de modo que la práctica de patro­
nazgo entre líderes de tramas parentalcs implicara cierta subordinación de una
trama de parentesco a la otra. Pero los vínculos entre tales tramas también po­
drían haber alcanzado ribetes más asociados al conflicto, de modo de constituir un
escenario más proclive a ser interpretado en términos de disputas /a cció n a les4 1.
El eventual predominio de una facción sobre otra podría haber desembocado en
otro tipo de lazos sociales. Si ese predominio se hubiera instituido de modo per­
manente, quizás estarían dadas las condiciones para la emergencia de una prácti­
ca estatal en el corazón mismo del mundo urbano de Uruk.

Por cierto, todas estas posibilidades no son documentabas de modo directo. La


evidencia disponible, como se ha podido notar a partir de los indicadores plantea­
dos por Childc, permite pensar en el carácter estatal que adquiere el núcleo de Uruk
durante la segunda mitad del IV milenio a.C. Sin embargo, no permite establecer
taxativamente el modo en que se establecieron las relaciones entre las eventuales
tramas paténtales que pudieron vivir intramuros. Ahora bien, el hecho de que no
sean documentales no implica que haya algo que desacredite estas posibilidades.
Como bien se sabe, ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. Y más aún,
es la ausencia general de evidencias la que más compele a plantear el problema, en
profundidad en el plano teórico.

Respecto de la cuestión de lo intersticial, lo que aquí resulta decisivo es que la


situación de Uruk permite pensar en el urbanismo como un escenario sensible­
mente diverso del que se ha considerado respecto de las relaciones intercomuna­
les en el valle del Nilo y. sin embargo, equivalente en cuanto a las condiciones que
se registran para establecer prácticas que no se rigen por la lógica del parentesco.
Así, el campo intersticial podría presentar dos grandes modalidades: por un lado,
podría ser indicado en el plano regional, en el marco de las interacciones entre
comunidades, entendidas cada una de ellas como una trama parcntal; por otro,
podría presentarse en el espacio mucho más acotado de un medio urbano, enten­
dido este último no como una entidad socialmcnte homogénea sino como ámbito
de composición heterogénea, a partir de la convergencia de grupos (de tramas
parentalcs) de procedencia diversa. Ahora bien, estas dos modalidades de intersti­
cios no tienen por qué ser históricamente incompatibles o cxcluyentes. Es cierto
que, en este análisis, se ha privilegiado uno de ellos para analizar el surgimiento
del estado egipcio y se ha considerado el otro para pensar en la cuestión de la apa­
rición de lo estatal en la Mesopotamia. Se trata de aproximaciones que intentan
producir una intervención a partir de aquello que resulta más “visible” en térmi­
nos de evidencia: los intercambios y el conflicto para el valle del Nilo; el fenóme­
no urbano para Mesopotamia. Sin embargo, una última consideración sobre

40
Martelo Campagno

miil'ii» 'iiiimt iones en las que emerge el estado puede ser ilustrativa acerca del
i altli lt i un incompatible tic las dos formas intersticiales.

I lili* i|iie se refiere al mundo mesopotámico en el que emerge el estado, es cier­


to i|in' el Icnúmeno urbano parece permearlo todo. Pero es necesario tomar en
i iii nía dos aspectos que conectan a la ciudad de Uruk con lo que estaba más allá
de mis miiiullas. Por un lado, se calcula que una población en torno de los 20.000
liiiliiiiinics no podría haberse sustentado únicamente con la producción primaria
ib los i ampos que circundan el núcleo urbano. En tal sentido, se supone que Uruk
di bió icnei algún control sobre las aldeas de su periferia para canalizar el exce­
dí lile allí producido hacia la ciudad. Y si bien no es posible documentar el modo
es.ii lo de lal extracción de excedentes, la via de la tributación parece la más razo-
iiul'le1’ lal situación implicaría el ejercicio de la coerción por parte de Uruk hacia
m is peí llenas, y por allí habría espacio para pensar en vínculos propiamente csta-

Inli s cuite la ciudad y su liinterland.

Pot otro lado, si bien -en el estado actual de la documentación las dimensio­
nes de I liuk son únicas para toda la Mesopotamia, tal situación no implica que no
hilván aparecido otros núcleos de índole urbana, a partir de los cuales se consti-
liililnn luego las ciudades-estado del período Dinástico temprano. De acuerdo con
Nlssen

"Podemos estar seguros de que otros asentamientos que se sabe que se


hallaban habitados a finales del IV milenio a.C., tales como Kish,
Nippur. (¡irsu (Telloh) y Ur, se hallaban organizados de modo similar.
Aunque se conoce demasiado poco de estos lugares, probablemente
serían de igual importancia a Uruk-Warka y habrían actuado como
ceñiros locales”4-*.

A pi/gar por las conflictivas relaciones entre las ciudades-estado sumerias


dinanle el posterior período Dinástico temprano, y considerando el carácter amu-
Inliado de algunos sitios, los frecuentes abandonos de asentamientos y la glíptica
del periodo Uruk tardío -que dispone de representaciones de prisioneros, de sol­
dados en marcha y en pleno conflicto 44, hay espacio para pensar que la guerra
entre esos núcleos urbanos no debió estar ausente en el marco de los procesos en
que tales núcleos estaban deviniendo centros estatales.

I n lo que se refiere al valle del Nilo, y para completar ahora las consideracio­
nes sobre el criterio I de Childe, el fenómeno urbano resulta modesto si se lo com­
para con lo que sucedía contemporáneamente en Uruk. Sin embargo, no deja de
tegisiiarse cierta tendencia a la concentración poblacional. Si consideramos los

41
/■.'/surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco

(res proto-estados que parecen constituirse hacia finales de la fase Nagada II en el


Alto Egipto -de norte a sur. Abidos, Nagada y Hicracómpolis- los testimonios
disponibles son sumamente dispares. No existe evidencia arqueológica de la anti­
gua Tinis, probable núcleo urbano del que Abidos constituye el área do necrópo­
lis, de modo que es difícil señalar algo al respecto, excepto que el nombre de Tinis
permaneció firmemente afincado en la tradición posterior. Respecto de Nagada,
las excavaciones de finales del siglo XIX habían revelado la existencia de algunas
construcciones -la South Town de Pctrie- que se han considerado como residen­
cias de la clite, así como la presencia de restos de un muro de 2 m de espesor que
podría haber delimitado el perímetro urbano45. Sin embargo, es poco lo que puede
reconstruirse de la dinámica urbana con los datos disponibles.

Ahora bien, la situación de Hicracómpolis resulta mucho más instructiva, en


función de las excavaciones que se han venido realizando allí en los últimos 25
años, que han aportado un notable conjunto de evidencias no sólo acerca del ámbi­
to funerario sino especialmente acerca del mundo de los vivos. Así, se ha deter­
minado que, promediando la fase Nagada II. existía un hábitat residencial de 2,5
km de largo, en el que se advierte tanto la presencia de un probable complejo cere­
monial de casi 40 m de largo (1IK.29A) como la de un conjunto de instalaciones
para la producción de cerveza, de pan y de cerámica, que pueden indicar una con­
siderable división del trabajo46. Si bien la población del sitio no es fácil de esti­
mar numéricamente, actualmente se sugiere que tal vez pudo alcanzar los 10.000
habitantes47, lo cual supone un conjunto poblacional que todavía es comparativa­
mente menor que el supuesto para Uruk, pero que implica una concentración
poblacional de singular envergadura.

Acerca de las razones para la concentración de población en Hicracómpolis,


por una parte, se ha señalado que, a partir del VI milenio a.C., el norte de Áfri­
ca ingresaría en una fase climática caracterizada por una tendencia hacia una
mayor aridez, y que tal tendencia habría incidido en la reducción de los recur­
sos disponibles en las áreas al este y oeste del Nilo, con el consecuente replie­
gue de la población de esas áreas hacia el valle. En el marco de tales variacio­
nes climáticas, también se ha señalado que podría haberse registrado un
creciente énfasis en las actividades económicas ligadas al río (tanto en referen­
cia a la agricultura como al intercambio de bienes utilizando la vía fluvial). Por
otra parte, se ha sugerido que los ya referidos conflictos regionales entre los
diversos centros del Alto Egipto podrían haber impulsado la concentración de la
población en núcleos de tipo urbano por razones de protección. Por último, se
ha subrayado también la posibilidad de que algún santuario local hubiera actua­
do como un agente de atracción de población hacia el núcleo hicracompolitano,
lo cual resulta muy verosímil, tomando en cuenta la magnitud del complejo
ceremonial HK29A48.

Lo que importa destacar aquí es que, si el aumento de población también es


efecto de fenómenos que exceden los resultados del crecimiento vegetativo, aun

42
Marcelo Campagno

i tímido <n l.i .u nulidad la concentración de población en Hicracómpolis resulte


Inhiba a ln *|iic parece verificarse en Uruk. es posible pensar que también allí
pndlliiii liabci se enlabiado relaciones entre diferentes tramas de parentesco. Y,
«iiiiin si lia pinpiicsio para Uruk. esos vínculos entre no-parientes podrían haber-
■i i nuli/.ido pm la vía de la adopción, lo que implicaría una asimilación de los
|u ...............i la condición de parientes, pero quizás también por la vía de la subor-
i iiui imi de los recién llegados, de modo individual o grupal, lo cual implicaría la
Hpnin ion de púdicas ya no regidas -o no totalmente regidas- por los principios
iM pnienicseo lampoco aqui es documentable en el plano empírico -¿cóm o
podiia seilo ’ , pero, sin embargo, en el plano teórico, la posibilidad de que hayan
►nn i(inlo púdicas ligadas al patronazgo no puede ser descartada.

lie esle modo, ni el carácter intersticial a nivel regional pudo estar del todo
mínenle en la Mesopotamia de la segunda mitad del IV milenio a.C., ni el carác-
lu liiii i sin ul del medio urbano pudo ser absolutamente imposible en el contcm-
pnunrn s .ille del Nilo. Por cierto, en términos comparativos, la evidencia dispo­
nible pniece sugerir una mayor importancia de las interacciones entre
i oiiiiinid.ules aldeanas en el Alto Egipto y un mayor protagonismo del fenómeno
Itibiiim en referencia a Uruk. Y es muy probable que asi haya sucedido. Sin
enibaigo, aunque fuera de modo subsidiario, la otra posibilidad intersticial podría
liiibei operado en los procesos en los que surge el estado en una y otra región, de
Muulii tal que las prácticas surgidas de ambas dimensiones intersticiales podrían
liiil •cise rctruulimcntado. Sólo por proponer un par de ejemplos virtuales de tal
ii linnlimciitación, en cuanto a Mesopotamia, la constitución de lazos estatales o
palimíales en el núcleo de Uruk podría haber fortalecido la capacidad de la ciu­
dad pata someter al modo estatal a las aldeas rurales periféricas; la obtención de
Hiliuios de las aldeas, por su parte, reforzaría la capacidad de gestión y el pode-
llo de la élite urbana-cstatal. Y en cuanto a Egipto, las guerras de conquista de
Iiin núcleos periféricos habrían conducido al establecimiento de vínculos de tipo
estábil entre la élite vencedora y las periferias vencidas; al mismo tiempo, los
nuevos recursos procedentes de las áreas sometidas potenciarían la capacidad de
la chic vencedora para ejercer prácticas de patronazgo en el interior de su propia
i uinuuidad.

t orno quiera que hayan sido las combinatorias especificas, lo que importa des­
bu ai aquí es que las prácticas no-parentales no emergen en el seno de las tramas
de parentesco sino en sus intersticios. Y que estos intersticios pueden ser rccono-
i idos entre comunidades asentadas en lugares distantes así como en el más com-
pai lo medio urbano. Porque lo determinante no es la distancia g eo g rá fic a sino la
distancia s o c ia l y por ello, aun conviviendo en el mismo ámbito urbano, la distan-
t la entre dos individuos podría ser tan amplia como la que'podía separar a quie­
nes vis tan en dos alejadas aldeas. Es que aquí, lejos y cerca se dicen socialmente.
N está cerca el pariente, y está lejos el que no lo es.

43
El surgimiento d el Estado y los interstic ios d d parentesco

VI

Retornando ahora a la lista de diez criterios propuestos por Ciordon Childc para
establecer su revolución urbana, esos indicadores están planteados en un plano
que permite pensar similitudes y diferencias entre diversas situaciones en las que
tal proceso sucede. Childe reservó para el final de la lista el criterio que, desde el
punto de vista que se sostiene aquí, resulta decisivo: la emergencia de una prácti­
ca estatal que no opera en torno de la preexistente lógica del parentesco sino que
instala una lógica nueva, sobre la base del monopolio legitimo de la coerción en
manos de una minoría. Asignó, en cambio, el primer lugar de la lista a la caracte­
rística que él consideraba como el símbolo por excelencia del proceso: la apari­
ción del urbanismo. En lo que se ha tratado de sugerir aquí, el medio urbano -del
mismo modo que el exterior de la comunidad aldeana constituye un medio pro­
picio para pensar la emergencia de lo estatal, en la medida en que puede consti­
tuir un ámbito para la convergencia entre diferentes tramas de parentesco y, por
ello, para la existencia de intersticios no-parentales en los que pueden emerger
nuevas prácticas no regidas por la lógica del parentesco. Dicho en estos términos,
y por paradójico que parcz.ca, si la comunidad aldeana constituye una trama de
parentesco, la ciudad es su exterior: es tan exterior como una tierra ele n ad ie por­
que allí hay otra gente, pero esa gente no es pariente. En la ciudad, Childc había
visto el símbolo de un proceso al que no dudó en asignar un carácter revoluciona­
rio. Ciertamente, con la emergencia del estado no se trataba del corto plazo de una
revolución política sino de un cambio de magnitudes mucho más profundas y
decisivas: se trataba de un cambio en la lógica social dominante.

44
Marcelo C'ampagno

Nhi

I At 11>¡i ili tu del unción ilcl Antiguo Egipto como “civilización sin ciudades", VVilson
I l'n.iii | <| itop i i to de la maplicabilidad del concepto de revolución urbana al valle del
•tilo I h v , k h >i'I t l'*S9>, ‘>7. n. 2. quien pensaba que “en lo que hace al término «revolu-
t mu mi lian,i......... puede en ningún modo ser aplicado a Egipto, aun cuando deberíamos
«i piulo i on lis i al il'icac iones establecidas en nuestro texto, para la transición de la prc-
I iilutla a la In uoi la en Mesopoiamia”. La percepción de un Egipto “sin ciudades” ha sido
iIhii aliada ......... Ignitos egiptólogos (cf. K emp [1995], 6X7): sin embargo, la diversa impor-
lain la qui 1 1 uibaiusino ha tenido en la Mesopolamia y el valle del Kilo es corrientemen-
If i nlaii / .id i |i I Haini-s it Yoitee [1998], 209). Sobre el significado de la interpretación
ihlldi ana nolae el surgimiento del estado egipcio en términos de revolución urbana,
• tMi'AiiNiii.’lldl), 207-27.
) I luniii in l un ia <19X1), 265.
I //u ,/ , ; 12 77. Acetca de la lista de Childe, Redman (1990), 281-83.
I i linonis ( un ni (1981), 272.
' /fu./,.'74
6 Ni la deeoi ación de ciertas cerámicas podría involucrar la presencia de especialistas a
paiiu de la lase Nagada I (3900-3600 a.C). tal situación parece aun más probable para el
lliiliiipi del metal y. especialmente, de las piedras duras. Al respecto, cf. Davis (1983). 122-
J /, \........... o n a (1993), 70-83; W ii.kinson (1999), 34-35.
/ Sobie la iconografía de los líderes y los “documentos de la unificación” correspon-
ilh'iilm n i males de la fase Nagada II (3600-3300 a.C.) y Nagada Illa-b (3300-3050 a.C.),
i l mu,' olios, Monm t-S ai.eh (1986), 227-38; (1990), 259-66; Midant-R f.ynes (1992),
)) I I.'iiot). 347-75; Menú (1996). 35-48.
M I n lelneión con los funcionarios y demás asistentes en el periodo Dinástico temprano
IIOMl.’ /oo a.C.), cf. Kapi.ony (1963); IIki.ck (1987); W ii.kinson (1999), 109-49;
l AMpaiiNii (2002), 238-250. En cuanto a los integrantes de la corte (enanos, danzarinas)
que piodiu tan las shmhw-ib del monarca, Kapi.ony (1963), 372-73.
9 Respecto de la escena de “portadores de dones”, procedente de la tumba U-127 de
Aludos (Nagada lid), Dreyer el al. (1993), 27 y pl. 6 d. Acerca de las tumbas y recintos
hineiai ios de élite desde la fase Nagada II hasta el periodo Dinástico temprano, ver el com ­
pendio de Midan i-Re.ynes (2003), 191-236, con abundante bibliografía.
10 < I I kan<iiPANi*. (1996), 196-97; W rkíht (2001), 134-36; van df. M ikroop (2004),
■I' .'4. Y......... (2005), 1 0 1 ,2 1 1 .
II Al respecto, L ivhrani (1995), 113, 120; F rangipane (1996), 190-91; PirrMAN
<20011, 426-41; Wrkíht (2001), 142-43.
• t l I kangipane (1996), 187-90; Nissen (2001), 156-57; van de Mikroop (2004), 26-
)>
I 1 Acerca de las representaciones de filas de individuos con bienes, ver, por ejemplo, el
«> (Muido registro del vaso de Warka (N issen [2001], 157) o diversas escenas en la glíptica
di la lase tlruk (I. iverani [1995], 120, fig. 2). En relación con la necesidad de abastcci-
'"U'nio de Uruk desde las regiones periféricas, Pollock (2001), 194-95. Respecto de las
inundes edificaciones correspondientes a la fase Uruk IV, cf. infra, n. 20.

45
El ungim iento d el E sto jo y los intersticios d el paren tesco

14. Acerca de la tumba 100 de Hieracómpolis, cf. Casi-: & Payni: (1962), 5-18; Adams
& C iaiowicz (1997). 36-40; Midant-R i.ynfs (2003). 331-36. Acerca de la tumba U-j de
Abidos, Drfylr (1998). Acerca de los complejos funerarios de la Dinastía 1. cf. Spksctr
(1993). 71-97; C frvfllo ( 1996). 222-28; Midant-R fynfs (2003), 224-36.
15. Respecto de las etiquetas halladas en la tumba U-j de Abidos. cf. Drfyer (1998),
181-87; Midant-R fynfs (2003), 214-15. En relación con las razones de la aparición de la
escritura egipcia, cf. Barí* (1992), 2 9 7 -3 0 6 ; Vfrnls (1993), 7 5-108; C crvhu.ó (2005),
191-239.
16. Respecto de la temprana elaboración de un calendario “civil" egipcio, de 365 días,
cf. Parker (1950), 51-56: Spalingfr (1 995). 25. Acerca de los registros en la Piedra de
Palermo, cf. B rfastfd (1962), 51-72; W ilkinson (2000). De hecho, la Piedra de Palermo
y otros documentos sugieren también la periódica realización de censos de bienes e indivi­
duos (cf. Valuflii [1987J. 33-49).
17. Respecto de la iconografía estatal en el Antiguo Egipto, cf. Bainrs (1989), 471-82;
Davis (1989), 190-91; Kfmp (1992), 61-69; Campagno (1998a), 105-11. Acerca del moti­
vo de la masacre ritual del enemigo, cf. Hai.i. (1986). 3-7; Bainfs (1989), 478-79;
C frvfm.ó (1996), 206-8.
18. Se ha considerado la relación entre los conflictos intcrcomunales y la búsqueda de
bienes de prestigio en Campagno (2002), 161-70. Tal cuestión es reabordada tnfiv.
19. Respecto de los bienes de prestigio obtenidos desde el exterior asi como de las avan­
zadas estatales más allá del territorio políticamente controlado, C ampagno (2002), 161-64,
187-92, 2 12-17. con bibliografía.
20. Acerca de los distritos de Eanna y de Anu en Uruk, cf. Rfdman (1990), 326-31;
F rangipanf (1996), 179-86; Nissfn (2001). 154-55.
21. Nissfn (2001). 155.
22. Maisfis (1999), 181. En relación con los comienzos de la escritura mcsopotámica,
cf. Rfdman (1990), 348-52; L ivfram (1995), 1 13-18; F rangipanf (1996), 186-90; Nissfn
(2001), 155-57; van df Mieroop (2004), 28-33.
23. Acerca de las representaciones artísticas del período L'ruk, Rfdman (1990), 332-33.
En especial, acerca del vaso de Warka, van df Mii roop (2004), 25-26. Respecto de la glíp­
tica. cf. supra. n. 11. En particular, respecto del motivo del "hé*roc que domina a los ani­
males” , cf. F rankfori (1939). 62-67; A mift (1980), 38; S mith (1992). 237. n. 5.
24. Yoffff (2005), 17.
25. Respecto de la "expansión Uruk” así como de los bienes demandados por las élites
de la Baja Mcsopotainia, cf. Ai ga/ f (1989), 571-608; (2001), 27-83; Oai fs (1993), 403-
22; L ivfram (1995). 123-40; van df Mifroop (2 004), 35-37.
26. van df Mifroop (2004), 37.
27. Esta perspectiva analítica acerca del surgimiento del estado ha sido planteada m
extenso en C ampagno ( 1998b), 101-13; (2002), 57-94.
28. Ct.ASTRHS ( 19 8 1), 145-49.
29. Al respecto, Campagno (2002). 71-72.
30. Cf. Campagno ( 1998a), 39-45; (2000b ), 35-39; (2002), 137-45, con bibliografía.
31. Respecto de la posibilidad de considerar a las organizaciones sociales del valle del

46
Marcelo Campagno

tilín miiHiiih 'i a l.i ii|nitii iini del oslado en términos de sociedades de jefaluia, Campagno
I iiii i 1 1 |s| A*» I'. h a un plaiileo de la cuestión teórica, Campagno (2000a). 137-47, con

|l||l||Mp|,|||l|
ti .............. |lls hipótesis sobre las razones de los conflictos en el Alto Egipto que des-
............... ... H , | ..mu,míenlo del estado, Campagno (2 005), 6X0-703, con bibliografía.
11 Ni vil n |.'m il), 154.
11 |,|| 1111 ,i Mnjie "aceptando la (conservadora) estimación tradicional de 100 habitan-
I, a |tiii Iti'i i,(i en" ( Nissi n 120011. 15X). Acerca de tal estimación, Adams (1981). 349-50.
I> i i i'ui 111, k (2001). 210-21, quien contrasta la volatilidad de las aldeas en la región
tle I bul. 11 , i imitaste con el patrón más estable que se advierte en la contigua región de
Ni|i|iui Ad ib Al icspeeto, cf. también Yoffek (2005), 54.
Ib ........ i (7005), 54. Cf. también Bainfs & Yoffhh (1998), 215.
I / lo *.|iv, i,, de estas razones para la concentración poblacional en Uruk, cf. Ri dman
tlU'iO) tío 11, llm i (1994), 136-41: Pollock. (2001), 192-94; van di Mieroop (2004),
; i ( Smni (7005), 54.
OI \, i pm eiemplo, los modos de adopción de forasteros entre los nuer, señalados por
I vab*i l'ioo iiMd) (1977). 236-47. Acerca de diversos modos de parentesco espiritual y de
rtilnpi imi t ni \s moas (1996). 188-89. 217-23. En la Antigua Mcsopotamia. la práctica de
la iidi'|n a ni se advierte frecuentemente en los contratos de cesión inmobiliaria (cspecial-
iin niv i lililíes durante el II milenio a .C ), en los que las comunidades que ceden sus tierras
iiiiii n i.......... dopiar al adquisidor para poder efectuar la operación en el marco de la misma
i uiiiiiiiid.id paiental. Al respecto, cf. C assin (1982). 77-88; L ivf.rani (1995), 388: van ih-.r
|i ii ni1 ( I u'ib), 75-26.
!'! I n leí muios de L imoih (1995), 111, el patronazgo implica "una organización verti-
i ni de ai ueido con la cual a la cabeza encontramos al patrón, un miembro de un linaje
doiiiiiiiiiiie, y debajo de él sus clientes, normalmente hombres y sus familias. El lazo entre
id pailón v el cliente es personal, el cliente habiendo jurado lealtad al patrón y el patrón
liableiido pirado protegerlo”. Al respecto, cf. también E isenstadt & Rqnigür (1984);
( ii 11 ni ii A Waii riiury (eds. 1986).

lu Aunque su observación ha pasado generalmente inadvertida, F rilíd (1979), 145-46,


Inibl,i advenido que en las relaciones entre grupos ya asentados y forasteros podía haber
una i lave para el surgimiento de la estratificación social y del estado. Cf. también W i-ustf.r
llnuil). (45-46; Campagno (2002), 38-39. Para la situación mcsopotámica, Maishls
( Iuh /), 114, ha sugerido que los comienzos de la estratificación social deben buscarse en
id miel mi de las «casas» (househokls) estructuradas en torno de un linaje parental, pero con
la iipiepación de individuos que no pertenecen a la misma trama de parentesco, integrados
iipaiiu de una posición de subordinación al líder del linaje. Cf. también Maisf.l.s (1990),
liib. (1999), 156-57.
II Al respecto. B rumfikl (1994), 3-13; también (1989), 128-32; Fox (1994), 199-206.
17 Al respecto, Pot.LOCK (2001). 194-95. Tal situación podría haber sucedido también
i i i iiim núcleos urbanos de la época; al respecto, VV'rigiit (2001), 141.
II Nissi n (2001). 158.
II Al respecto, cf. Johnson (1987), 124; L ivkrani (1995), 119-20; Piitman (2001).
I W. 17; Wkigii i (2001), 143-44.

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El Miixiniiiniu d el Estado v los intersticios d el paren tesco

45. Ver l'l ikii & Quiblu . (1896). Cf. también Kf.mp (1977). 198; Tricícíer (19859, 56,
1 1a n s a s
(1988), 156; ÜARD (1994). 77.
46. Acerca del complejo ceremonial, cf. A dams (1995). 36-41; F riedman (1996), 16-35,
Sobre las instalaciones productivas, cf. Gi :i.u :r (1989), 41-52; A dams (1995), 45-46. lili
relación con el proceso de urbanización, Hoi-i man, Hamroish & Al u-.N (1986), 175-87.
47. Cf. I'iui dmax, en Yokfee (2005), 43, y comunicación personal en el 2005. Los cál­
culos de Hoitman (1982). 143-44, basados en las dimensiones y tipos de áreas ocupadas
en el asentamiento, arrojaban cifras entre 2.544 y 10.922 habitantes para la primera mitad
del IV milenio a.C. Otros cálculos, básicamente centrados en la cantidad de tumbas, arro­
jaban cifras bastante menores: Hassan (1988), 161, por ejemplo, estimaba que la pobla­
ción de Hieraeómpolis sólo debía rondar los 1.500-2.000 habitantes.
48. Acerca de las razones para la concentración poblacional en Hieraeómpolis, Hoffman
(1982). 132.

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