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\ fa r c e lo C a m p u g n o *
Tempranamente. Veré Ciordon C'hildc advirtió que esos procesos que se habian
desencadenado en el valle del Nilo y en la Mesopotamia. tanto por su magnitud
como por sus homologías, merecían un nombre especifico: el de revolución urba
na. Por cierto, en su tiempo, semejante denominación despertó el escepticismo de
los egiptólogos, que sostenían que el antiguo Egipto había sido una “civilización
sin ciudades" y que. en consecuencia, la condición urbana no parecía convenir
para la caracterización del proceso acaecido en el valle del Nilo1. Ahora bien, las
transformaciones a las que C'hildc denominaba revolución urbana no se limitaban
únicamente a la aparición de ciudades, ni eran éstas la causa de aquel proceso de
cambio: antes bien, según el autor, las ciudades eran e l protlu clo y e l .símbolo J e
la revolución-.
2‘J
El surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco
30
Marcelo Campagnn
.11
/ / \m í'iinifitln d el lisiado y los intersticios d el paren tesco
11
Más allá ilc estos criterios, es posible aislar otro grupo de indicadores de la lista
de < Inlile aeerea de las características de las sociedades que atravesaron la revo
lución urbana. Aquí se trata de cinco criterios que remiten a varias de las princi
pales actividades que la clite realiza a partir del excedente que obtiene de los pro
ductores primarios. Hn efecto, por un lado, aparece la ya mencionada construcción
de edificaciones públicas monumentales (criterio 4) que, ya sean palacios y tem
plos o tumbas y otros recintos de índole funeraria, todos relacionados con la élite
dominante, implican una sustancial modificación del paisaje, que se lleva a cabo
a partir de la obtención de tributo en trabajo. Por otro lado, la extracción y gestión
eficaz del excedente se conecta con otros dos criterios apuntados por Childc: la
aparición de la escritura en tanto sistema de registro (criterio 6) y de “ciencias
exactas y predictivas” (criterio 7). Por cierto, tanto la escritura como las prácticas
"adivinatorias” se relacionan asimismo con las esferas de la realeza y de la reli
gión, y cumplen aquí también un papel central al servicio de la reproducción sim
bólica de la clite. Pero la escritura tiene un lugar quizás más decisivo en el ámbi
to de la gestión burocrática, en tanto dispositivo de registro de unas variedades y
volúmenes de bienes y personas que exceden a los sistemas de control disponibles
en las comunidades aldeanas. Y los conocimientos asociados tanto a la aritmética
y a la geometría como a la astronomía tienen un efecto relevante, los primeros
sobre la posibilidad de construir obras monumentales y los segundos sobre la ela
boración de calendarios de notable precisión. En un sentido similar, la creación y
expansión de estilos artísticos homogéneos (criterio 8) implica la disponibilidad
por parte de la élite estatal, de un conjunto de artesanos capaces de atenerse a una
serie cánones iconográficos constituidos a partir de la recodificación de estilos
preexistentes o la introducción de nuevos principios. Por último, la importación
por la vía de los intercambios de bienes no producidos localmcntc (criterio 9 ) reto
ma un tipo de prácticas conocidas con anterioridad pero que se expandirán deci
didamente a partir de las capacidades logísticas y de disposición de excedentes de
la sociedad estatal.
Con respecto a las tradiciones artísticas, puede notarse que ya durante la Dinastía
1 se advierte la constitución de un canon iconográfico llamado a durar a lo largo de
los siguientes milenios, con la codificación de determinados motivos, tales como
el de la masacre ritual del enemigo por el rey, ya visible en la Tumba 100 de
I licracómpolis y reproducido hasta tiempos de Dioclcciano17. Del mismo modo
que sueedería con la escritura, la iconografía codificada desde entonces tendería a
transmitir un mensaje centrado en la potencia sin par del monarca, que garantiza
mediante sus actos que el cosmos prevalezca sobre las fuerzas del caos.
Finalmente, en lo que hace a las prácticas de intercambio y a la obtención de bie
nes exóticos destinados a la reproducción simbólica de la élite, existe evidencia de
bienes procedentes de Nubia así como de Asia en los ajuares de las élites de
Nagada II y, do hecho, es probable que la disputa por tales bienes haya sido uno de
los motivos básicos de los conflictos intcrcomunales que desembocaron en la apa
rición de las primeras prácticas de tipo estatal en el Alto Egipto1x. La búsqueda de
bienes exóticos podría haber determinado tempranamente el establecimiento de
sitios más allá del territorio políticamente controlado (por ejemplo, Minshat Abu
Ornar en el delta y Elefantina en el área de la primera catarata). Con la consolida
ción de una única entidad estatal, esas avanzadas parecen ir aún más allá (especial
mente hacia la región del sur del Levante), y la cantidad y variedad de bienes
importados no harían sino expandirse: desde los centenares de jarras cananeas
(probablemente conteniendo vino) en la Tumba U-j de Abidos hasta el sinfín de
bienes elaborados con materias primas exóticas (ébano y marfil del Africa subsa
hariana, cedro libanés, plata anatólica, lapislázuli afgano), pasando por ciertas
influencias iconográficas que atestiguan algún tipo de contactos con Mesopotamia,
todos esos bienes serían indicativos de la capacidad del estado egipcio para la pro
visión de bienes de prestigio para la elite19.
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El surgimiento deI Estado y los intersticios d el paren tesco
34
Martelo t'umpagiio
III
Así pues, todo este conjunto de características relativas a las actividades que
comandan las élites de las sociedades que resultan de la revolución urbana es
notoriamente visible tanto en el valle del Nilo como en la Mesopotamia de fina
les del IV milenio a.C. Ahora bien, de los dos indicadores propuestos por Childc
que restan considerar existe uno que merece una consideración específica. Se trata
del criterio 10, que subraya el hecho de la conformación de una organización de
tipo estatal que se diferencia de aquella que corresponde al p aren tesco. Kste cri
terio es decisivo porque la lógica que instituye la práctica estatal basada en el
monopolio legitimo de la coerción por parte de una minoría- resulta abiertamen
te divergente respecto de los principios reciprocilarios que sostienen a la lógica
del parentesco, dominante en la organización de las sociedades no-estatales. Lo
que equivale a decir que, con la configuración de lo estatal, emerge un tipo radi
calmente diverso de organización social que no se deduce de las dinámicas socia
les prc-estatales27. Es precisamente esta radical diferencia entre la lógica del
parentesco y la lógica del estado la que es subestimada por las estrategias evolu
cionistas aún imperantes como modos de interpretar los procesos en los que surge
el estado. En efecto, la mirada evolucionista tiende a suponer que, allí donde tal
proceso tiene lugar, los jefes de las sociedades prc-estatales se transforman lenta
m ente en reyes como resultado de una exitosa y siempre creciente acumulación de
poder. Sin embargo, tal camino hacia el estado constituye, en rigor, un callejón sin
salida: los jefes de las sociedades pre-cstatales no constituyen figuras de lideraz
go homologas, aunque en pequeña escala, respecto de las de los monarcas estata
les. Antes bien, como ha destacado Pierre Clastres, la condición diferencial de
tales jefes se basa en el prestigio2!i. Y el prestigio no deviene naturalm ente en
poder, porque las normas que operan según la lógica del parentesco impiden que
tal cosa suceda en el interior de una misma trama social parenta!.
Si el estado no puede surgir en el interior de tramas parcntalcs como las que sue
len constituir a las comunidades aldeanas, se abre la posibilidad de pensar en el
exterior de esas tramas, en los espacios intersticiales entre tramas parentalcs,
puesto que allí no rige la lógica del parentesco y por ende no existe esc tipo de
límites para la configuración de prácticas regidas a partir de criterios sociales
divergentes. Ahora bien, la condición específica de esos ámbitos intersticiales qui
zás pueda variar considerablemente en función de las situaciones singulares a ser
abordadas. En principio, y tomando especialmente en cuenta las particularidades
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El surgimiento deI Estado y los intersticios deI pitrén leseo
Por un lado, los intersticios entre tramas de parentesco pueden ser señalados res
pecto de los ámbitos intercomunales. Ciertamente, si se parte de asumir teórica
mente que cada comunidad aldeana constituye mui trama parental, los espacios
cxtracomunalcs son, por fuerza, espacios extraparcntales. Se trata de una asunción
lícita, pues no implica suponer que la comunidad constituya uncí única gran fa m i
lia sino una trama social que se rige por una misma lógica. O dicho de otro modo,
de lo que se trata es de asumir que el parentesco opera como práctica dominante
a escala de la comunidad, lo cual no significa que todas las prácticas de la comu
nidad sean prácticas de parentesco sino que todas son compatibles con los princi
pios que sustentan las prácticas parentales29.
En otros trabajos se ha sugerido que tal podría haber sido la situación de parti
da para la aparición del estado en el valle del Nilo. En efecto, la evidencia proce
dente de diversas necrópolis predinásticas permite advertir una serie de indicios
en materia de distribución del espacio mortuorio en función de probables grupos
ciánicos, de continuidad simbólica entre las formas de las viviendas y las tumbas,
de prácticas reciprocitarias en la constitución de los ajuares funerarios- que apun
talan la posibilidad de que el parentesco haya operado como práctica dominante
en las comunidades aldeanas de tiempos prc-cstatales30. Por otra parte, la riqueza
de ciertos ajuares, sumada a la presencia de algunas “insignias de liderazgo" en
ciertas tumbas y de la iconografía de ciertos personajes destacados, permite pen
sar en la existencia de un conjunto de sociedades de jefatura en el Alto Egipto,
hacia comienzos de la láse Nagada II. Desde un punto de vista antropológico, las
sociedades de jefatura son organizaciones basadas en el parentesco como prácti
ca dominante, en las que los líderes detentan un prestigio especial por las prácti
cas específicas que ejercen en el seno de sus comunidades31. En tal sentido, y en
sus términos más generales, es admisible pensar que cada sociedad de jefatura del
Alto Egipto predinástico haya constituido una trama parental y que, por ende, los
escenarios intersticiales más propicios para detectar la emergencia de lo estatal
deban buscarse en los espacios que se establecen entre las comunidades.
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Marcelo < iin11>it)jini
IV
Pero, según se sugería más arriba, los espacios intcrcomunalcs podrían consti
tuir uno de los escenarios para pensar la cuestión de lo intersticial. En tren de con
siderar el segundo posible escenario, puede ser decisivo abordar ahora el criterio
1 de Gordon C'hilde para identificar la revolución urbana: la aparición de las pil
meras ciudades, diferenciables de los poblados previos por extensión y densidad
La situación en torno del surgimiento del estado en la Mcsopolanna ptesenla lili
sesgo decididamente asociado a la aparición del fenómeno urbano, muy espei tal
mente en torno del vasto sitio de Uruk. ¿Qué relación puede tra/arse entie la nota
ble concentración poblacional que se advierte en Uruk y la aparición del estado?
U
El surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco
O bien, en los términos que importa enunciar aquí la cuestión, ¿puede el urbanis
mo inicial ser un escenario intersticial que permita la emergencia de una nueva
lógica social? Conviene considerar esta cuestión con cierto detenimiento. De
acuerdo con Hans Nissen:
“La importancia del sitio [de Uruk en la segunda mitad del IV milenio
a.C.] se revela por el asombroso tamaño tanto del asentamiento como
del distrito central. El área más densamente cubierta por cerámica de
Uruk tardío y más probablemente habitada en este período cubría al
menos 250 ha o 2,5 km2, con la posibilidad de extenderse aún más
allá”33.
38
Marcelo ('¡impugno
Como quiera que haya sido y estos factores podrían haberse rctroal imentado
de diversos modos-, el sitio de Uruk habría alcanzado en la segunda mitad del IV
milenio a.C. una numerosa población cuya procedencia sería sensiblemente hete
rogénea. Y esa heterogeneidad en la composición social trac aparejada la posibi
lidad de que Uruk haya operado como un ámbito de convergencia de tramas
parentales antes desvinculadas entre sí. En efecto, desde un punto de vista analí
tico. las migraciones podrían producirse a nivel individual, de unidades domésti
cas o de grupos de parentesco más extensos. En cualquiera de tales alternativas,
el o los recién llegados serían -al menos, en principio n o-parien tes respecto de
la trama parcntal preexistente en la región de acogida. Por cierto, especialmente
en referencia a migrantes individuales, las comunidades organizadas a partir del
parentesco pueden disponer de procedimientos de homologación de los forasteros
por la vía de diversos modos de adopción78. Sin embargo, tales procedimientos no
tienen por qué operar de manera automática, y probablemente sean de más difícil
implcmcntación cuando se trata de la llegada de grupos numerosos por ejemplo,
familias extensas , máxime si tales procesos migratorios estaban produciéndose
simultáneamente y desde diversas regiones, de modo tal que ya no se tratase de
una comunidad parcntal que integraba a un nuevo individuo (o a un pequeño
grupo) en su seno, sino de la llegada de múltiples grupos, quizás numéricamente
superiores respecto de la comunidad autóctona.
¿Qué tipo de prácticas podrían entablarse entre tales tramas parentales o entre
grupos de parentesco y-forasteros? No es posible responder tal cuestión de un
modo taxativo. En relación con los forasteros que evcntualmcntc hubieran llega
do a Uruk de modo individual, en caso de que los dispositivos de adopción no
hubieran operado, se podría pensar en modos de subordinación afines a las prác
ticas de p atron azg o7‘\ esto es, un tipo de integración en la trama patenlal preexls-
W
I I surgimiento de! Estado y los intersticios de! parentesco
tente, pero no por la vía de una incorporación de pleno derecho, como un parien
te más, sino en una posición dependiente40. En cuanto a las relaciones entre gru
pos, es aún más difícil de formular una respuesta. Estas relaciones también po
drían haber convocado un elemento de patronazgo, si el líder de una de las tramas
admitiera su condición de cliente de otro líder, de modo que la práctica de patro
nazgo entre líderes de tramas parentalcs implicara cierta subordinación de una
trama de parentesco a la otra. Pero los vínculos entre tales tramas también po
drían haber alcanzado ribetes más asociados al conflicto, de modo de constituir un
escenario más proclive a ser interpretado en términos de disputas /a cció n a les4 1.
El eventual predominio de una facción sobre otra podría haber desembocado en
otro tipo de lazos sociales. Si ese predominio se hubiera instituido de modo per
manente, quizás estarían dadas las condiciones para la emergencia de una prácti
ca estatal en el corazón mismo del mundo urbano de Uruk.
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Martelo Campagno
miil'ii» 'iiiimt iones en las que emerge el estado puede ser ilustrativa acerca del
i altli lt i un incompatible tic las dos formas intersticiales.
Pot otro lado, si bien -en el estado actual de la documentación las dimensio
nes de I liuk son únicas para toda la Mesopotamia, tal situación no implica que no
hilván aparecido otros núcleos de índole urbana, a partir de los cuales se consti-
liililnn luego las ciudades-estado del período Dinástico temprano. De acuerdo con
Nlssen
I n lo que se refiere al valle del Nilo, y para completar ahora las consideracio
nes sobre el criterio I de Childe, el fenómeno urbano resulta modesto si se lo com
para con lo que sucedía contemporáneamente en Uruk. Sin embargo, no deja de
tegisiiarse cierta tendencia a la concentración poblacional. Si consideramos los
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/■.'/surgimiento d el Estado y los intersticios d el parentesco
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Marcelo Campagno
lie esle modo, ni el carácter intersticial a nivel regional pudo estar del todo
mínenle en la Mesopotamia de la segunda mitad del IV milenio a.C., ni el carác-
lu liiii i sin ul del medio urbano pudo ser absolutamente imposible en el contcm-
pnunrn s .ille del Nilo. Por cierto, en términos comparativos, la evidencia dispo
nible pniece sugerir una mayor importancia de las interacciones entre
i oiiiiinid.ules aldeanas en el Alto Egipto y un mayor protagonismo del fenómeno
Itibiiim en referencia a Uruk. Y es muy probable que asi haya sucedido. Sin
enibaigo, aunque fuera de modo subsidiario, la otra posibilidad intersticial podría
liiibei operado en los procesos en los que surge el estado en una y otra región, de
Muulii tal que las prácticas surgidas de ambas dimensiones intersticiales podrían
liiil •cise rctruulimcntado. Sólo por proponer un par de ejemplos virtuales de tal
ii linnlimciitación, en cuanto a Mesopotamia, la constitución de lazos estatales o
palimíales en el núcleo de Uruk podría haber fortalecido la capacidad de la ciu
dad pata someter al modo estatal a las aldeas rurales periféricas; la obtención de
Hiliuios de las aldeas, por su parte, reforzaría la capacidad de gestión y el pode-
llo de la élite urbana-cstatal. Y en cuanto a Egipto, las guerras de conquista de
Iiin núcleos periféricos habrían conducido al establecimiento de vínculos de tipo
estábil entre la élite vencedora y las periferias vencidas; al mismo tiempo, los
nuevos recursos procedentes de las áreas sometidas potenciarían la capacidad de
la chic vencedora para ejercer prácticas de patronazgo en el interior de su propia
i uinuuidad.
t orno quiera que hayan sido las combinatorias especificas, lo que importa des
bu ai aquí es que las prácticas no-parentales no emergen en el seno de las tramas
de parentesco sino en sus intersticios. Y que estos intersticios pueden ser rccono-
i idos entre comunidades asentadas en lugares distantes así como en el más com-
pai lo medio urbano. Porque lo determinante no es la distancia g eo g rá fic a sino la
distancia s o c ia l y por ello, aun conviviendo en el mismo ámbito urbano, la distan-
t la entre dos individuos podría ser tan amplia como la que'podía separar a quie
nes vis tan en dos alejadas aldeas. Es que aquí, lejos y cerca se dicen socialmente.
N está cerca el pariente, y está lejos el que no lo es.
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El surgimiento d el Estado y los interstic ios d d parentesco
VI
Retornando ahora a la lista de diez criterios propuestos por Ciordon Childc para
establecer su revolución urbana, esos indicadores están planteados en un plano
que permite pensar similitudes y diferencias entre diversas situaciones en las que
tal proceso sucede. Childe reservó para el final de la lista el criterio que, desde el
punto de vista que se sostiene aquí, resulta decisivo: la emergencia de una prácti
ca estatal que no opera en torno de la preexistente lógica del parentesco sino que
instala una lógica nueva, sobre la base del monopolio legitimo de la coerción en
manos de una minoría. Asignó, en cambio, el primer lugar de la lista a la caracte
rística que él consideraba como el símbolo por excelencia del proceso: la apari
ción del urbanismo. En lo que se ha tratado de sugerir aquí, el medio urbano -del
mismo modo que el exterior de la comunidad aldeana constituye un medio pro
picio para pensar la emergencia de lo estatal, en la medida en que puede consti
tuir un ámbito para la convergencia entre diferentes tramas de parentesco y, por
ello, para la existencia de intersticios no-parentales en los que pueden emerger
nuevas prácticas no regidas por la lógica del parentesco. Dicho en estos términos,
y por paradójico que parcz.ca, si la comunidad aldeana constituye una trama de
parentesco, la ciudad es su exterior: es tan exterior como una tierra ele n ad ie por
que allí hay otra gente, pero esa gente no es pariente. En la ciudad, Childc había
visto el símbolo de un proceso al que no dudó en asignar un carácter revoluciona
rio. Ciertamente, con la emergencia del estado no se trataba del corto plazo de una
revolución política sino de un cambio de magnitudes mucho más profundas y
decisivas: se trataba de un cambio en la lógica social dominante.
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Marcelo C'ampagno
Nhi
I At 11>¡i ili tu del unción ilcl Antiguo Egipto como “civilización sin ciudades", VVilson
I l'n.iii | <| itop i i to de la maplicabilidad del concepto de revolución urbana al valle del
•tilo I h v , k h >i'I t l'*S9>, ‘>7. n. 2. quien pensaba que “en lo que hace al término «revolu-
t mu mi lian,i......... puede en ningún modo ser aplicado a Egipto, aun cuando deberíamos
«i piulo i on lis i al il'icac iones establecidas en nuestro texto, para la transición de la prc-
I iilutla a la In uoi la en Mesopoiamia”. La percepción de un Egipto “sin ciudades” ha sido
iIhii aliada ......... Ignitos egiptólogos (cf. K emp [1995], 6X7): sin embargo, la diversa impor-
lain la qui 1 1 uibaiusino ha tenido en la Mesopolamia y el valle del Kilo es corrientemen-
If i nlaii / .id i |i I Haini-s it Yoitee [1998], 209). Sobre el significado de la interpretación
ihlldi ana nolae el surgimiento del estado egipcio en términos de revolución urbana,
• tMi'AiiNiii.’lldl), 207-27.
) I luniii in l un ia <19X1), 265.
I //u ,/ , ; 12 77. Acetca de la lista de Childe, Redman (1990), 281-83.
I i linonis ( un ni (1981), 272.
' /fu./,.'74
6 Ni la deeoi ación de ciertas cerámicas podría involucrar la presencia de especialistas a
paiiu de la lase Nagada I (3900-3600 a.C). tal situación parece aun más probable para el
lliiliiipi del metal y. especialmente, de las piedras duras. Al respecto, cf. Davis (1983). 122-
J /, \........... o n a (1993), 70-83; W ii.kinson (1999), 34-35.
/ Sobie la iconografía de los líderes y los “documentos de la unificación” correspon-
ilh'iilm n i males de la fase Nagada II (3600-3300 a.C.) y Nagada Illa-b (3300-3050 a.C.),
i l mu,' olios, Monm t-S ai.eh (1986), 227-38; (1990), 259-66; Midant-R f.ynes (1992),
)) I I.'iiot). 347-75; Menú (1996). 35-48.
M I n lelneión con los funcionarios y demás asistentes en el periodo Dinástico temprano
IIOMl.’ /oo a.C.), cf. Kapi.ony (1963); IIki.ck (1987); W ii.kinson (1999), 109-49;
l AMpaiiNii (2002), 238-250. En cuanto a los integrantes de la corte (enanos, danzarinas)
que piodiu tan las shmhw-ib del monarca, Kapi.ony (1963), 372-73.
9 Respecto de la escena de “portadores de dones”, procedente de la tumba U-127 de
Aludos (Nagada lid), Dreyer el al. (1993), 27 y pl. 6 d. Acerca de las tumbas y recintos
hineiai ios de élite desde la fase Nagada II hasta el periodo Dinástico temprano, ver el com
pendio de Midan i-Re.ynes (2003), 191-236, con abundante bibliografía.
10 < I I kan<iiPANi*. (1996), 196-97; W rkíht (2001), 134-36; van df. M ikroop (2004),
■I' .'4. Y......... (2005), 1 0 1 ,2 1 1 .
II Al respecto, L ivhrani (1995), 113, 120; F rangipane (1996), 190-91; PirrMAN
<20011, 426-41; Wrkíht (2001), 142-43.
• t l I kangipane (1996), 187-90; Nissen (2001), 156-57; van de Mikroop (2004), 26-
)>
I 1 Acerca de las representaciones de filas de individuos con bienes, ver, por ejemplo, el
«> (Muido registro del vaso de Warka (N issen [2001], 157) o diversas escenas en la glíptica
di la lase tlruk (I. iverani [1995], 120, fig. 2). En relación con la necesidad de abastcci-
'"U'nio de Uruk desde las regiones periféricas, Pollock (2001), 194-95. Respecto de las
inundes edificaciones correspondientes a la fase Uruk IV, cf. infra, n. 20.
45
El ungim iento d el E sto jo y los intersticios d el paren tesco
14. Acerca de la tumba 100 de Hieracómpolis, cf. Casi-: & Payni: (1962), 5-18; Adams
& C iaiowicz (1997). 36-40; Midant-R i.ynfs (2003). 331-36. Acerca de la tumba U-j de
Abidos, Drfylr (1998). Acerca de los complejos funerarios de la Dinastía 1. cf. Spksctr
(1993). 71-97; C frvfllo ( 1996). 222-28; Midant-R fynfs (2003), 224-36.
15. Respecto de las etiquetas halladas en la tumba U-j de Abidos. cf. Drfyer (1998),
181-87; Midant-R fynfs (2003), 214-15. En relación con las razones de la aparición de la
escritura egipcia, cf. Barí* (1992), 2 9 7 -3 0 6 ; Vfrnls (1993), 7 5-108; C crvhu.ó (2005),
191-239.
16. Respecto de la temprana elaboración de un calendario “civil" egipcio, de 365 días,
cf. Parker (1950), 51-56: Spalingfr (1 995). 25. Acerca de los registros en la Piedra de
Palermo, cf. B rfastfd (1962), 51-72; W ilkinson (2000). De hecho, la Piedra de Palermo
y otros documentos sugieren también la periódica realización de censos de bienes e indivi
duos (cf. Valuflii [1987J. 33-49).
17. Respecto de la iconografía estatal en el Antiguo Egipto, cf. Bainrs (1989), 471-82;
Davis (1989), 190-91; Kfmp (1992), 61-69; Campagno (1998a), 105-11. Acerca del moti
vo de la masacre ritual del enemigo, cf. Hai.i. (1986). 3-7; Bainfs (1989), 478-79;
C frvfm.ó (1996), 206-8.
18. Se ha considerado la relación entre los conflictos intcrcomunales y la búsqueda de
bienes de prestigio en Campagno (2002), 161-70. Tal cuestión es reabordada tnfiv.
19. Respecto de los bienes de prestigio obtenidos desde el exterior asi como de las avan
zadas estatales más allá del territorio políticamente controlado, C ampagno (2002), 161-64,
187-92, 2 12-17. con bibliografía.
20. Acerca de los distritos de Eanna y de Anu en Uruk, cf. Rfdman (1990), 326-31;
F rangipanf (1996), 179-86; Nissfn (2001). 154-55.
21. Nissfn (2001). 155.
22. Maisfis (1999), 181. En relación con los comienzos de la escritura mcsopotámica,
cf. Rfdman (1990), 348-52; L ivfram (1995), 1 13-18; F rangipanf (1996), 186-90; Nissfn
(2001), 155-57; van df Mieroop (2004), 28-33.
23. Acerca de las representaciones artísticas del período L'ruk, Rfdman (1990), 332-33.
En especial, acerca del vaso de Warka, van df Mii roop (2004), 25-26. Respecto de la glíp
tica. cf. supra. n. 11. En particular, respecto del motivo del "hé*roc que domina a los ani
males” , cf. F rankfori (1939). 62-67; A mift (1980), 38; S mith (1992). 237. n. 5.
24. Yoffff (2005), 17.
25. Respecto de la "expansión Uruk” así como de los bienes demandados por las élites
de la Baja Mcsopotainia, cf. Ai ga/ f (1989), 571-608; (2001), 27-83; Oai fs (1993), 403-
22; L ivfram (1995). 123-40; van df Mifroop (2 004), 35-37.
26. van df Mifroop (2004), 37.
27. Esta perspectiva analítica acerca del surgimiento del estado ha sido planteada m
extenso en C ampagno ( 1998b), 101-13; (2002), 57-94.
28. Ct.ASTRHS ( 19 8 1), 145-49.
29. Al respecto, Campagno (2002). 71-72.
30. Cf. Campagno ( 1998a), 39-45; (2000b ), 35-39; (2002), 137-45, con bibliografía.
31. Respecto de la posibilidad de considerar a las organizaciones sociales del valle del
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Marcelo Campagno
tilín miiHiiih 'i a l.i ii|nitii iini del oslado en términos de sociedades de jefaluia, Campagno
I iiii i 1 1 |s| A*» I'. h a un plaiileo de la cuestión teórica, Campagno (2000a). 137-47, con
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ti .............. |lls hipótesis sobre las razones de los conflictos en el Alto Egipto que des-
............... ... H , | ..mu,míenlo del estado, Campagno (2 005), 6X0-703, con bibliografía.
11 Ni vil n |.'m il), 154.
11 |,|| 1111 ,i Mnjie "aceptando la (conservadora) estimación tradicional de 100 habitan-
I, a |tiii Iti'i i,(i en" ( Nissi n 120011. 15X). Acerca de tal estimación, Adams (1981). 349-50.
I> i i i'ui 111, k (2001). 210-21, quien contrasta la volatilidad de las aldeas en la región
tle I bul. 11 , i imitaste con el patrón más estable que se advierte en la contigua región de
Ni|i|iui Ad ib Al icspeeto, cf. también Yoffek (2005), 54.
Ib ........ i (7005), 54. Cf. también Bainfs & Yoffhh (1998), 215.
I / lo *.|iv, i,, de estas razones para la concentración poblacional en Uruk, cf. Ri dman
tlU'iO) tío 11, llm i (1994), 136-41: Pollock. (2001), 192-94; van di Mieroop (2004),
; i ( Smni (7005), 54.
OI \, i pm eiemplo, los modos de adopción de forasteros entre los nuer, señalados por
I vab*i l'ioo iiMd) (1977). 236-47. Acerca de diversos modos de parentesco espiritual y de
rtilnpi imi t ni \s moas (1996). 188-89. 217-23. En la Antigua Mcsopotamia. la práctica de
la iidi'|n a ni se advierte frecuentemente en los contratos de cesión inmobiliaria (cspecial-
iin niv i lililíes durante el II milenio a .C ), en los que las comunidades que ceden sus tierras
iiiiii n i.......... dopiar al adquisidor para poder efectuar la operación en el marco de la misma
i uiiiiiiiid.id paiental. Al respecto, cf. C assin (1982). 77-88; L ivf.rani (1995), 388: van ih-.r
|i ii ni1 ( I u'ib), 75-26.
!'! I n leí muios de L imoih (1995), 111, el patronazgo implica "una organización verti-
i ni de ai ueido con la cual a la cabeza encontramos al patrón, un miembro de un linaje
doiiiiiiiiiiie, y debajo de él sus clientes, normalmente hombres y sus familias. El lazo entre
id pailón v el cliente es personal, el cliente habiendo jurado lealtad al patrón y el patrón
liableiido pirado protegerlo”. Al respecto, cf. también E isenstadt & Rqnigür (1984);
( ii 11 ni ii A Waii riiury (eds. 1986).
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El Miixiniiiniu d el Estado v los intersticios d el paren tesco
45. Ver l'l ikii & Quiblu . (1896). Cf. también Kf.mp (1977). 198; Tricícíer (19859, 56,
1 1a n s a s
(1988), 156; ÜARD (1994). 77.
46. Acerca del complejo ceremonial, cf. A dams (1995). 36-41; F riedman (1996), 16-35,
Sobre las instalaciones productivas, cf. Gi :i.u :r (1989), 41-52; A dams (1995), 45-46. lili
relación con el proceso de urbanización, Hoi-i man, Hamroish & Al u-.N (1986), 175-87.
47. Cf. I'iui dmax, en Yokfee (2005), 43, y comunicación personal en el 2005. Los cál
culos de Hoitman (1982). 143-44, basados en las dimensiones y tipos de áreas ocupadas
en el asentamiento, arrojaban cifras entre 2.544 y 10.922 habitantes para la primera mitad
del IV milenio a.C. Otros cálculos, básicamente centrados en la cantidad de tumbas, arro
jaban cifras bastante menores: Hassan (1988), 161, por ejemplo, estimaba que la pobla
ción de Hieraeómpolis sólo debía rondar los 1.500-2.000 habitantes.
48. Acerca de las razones para la concentración poblacional en Hieraeómpolis, Hoffman
(1982). 132.
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