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El texto mismo presenta dos interpretaciones o lecturas del acto realizado por
Jesús. En primer lugar, el lavatorio de los pies es símbolo de una limpieza que
reciben los discípulos por parte de Jesús —cuya contraparte es la traición de
Judas—, sin la cual ellos no pueden participar en el proyecto que Jesús les
propone (vv. 8-11). En segundo lugar, el lavatorio es un acto ejemplar que
señala las características del servicio que deben prestarse recíprocamente
aquellos que participan de la comunidad de discípulos (vv. 12- 16). Nos
interesa ahora este segundo nivel, en función de la propuesta de soñar la
iglesia.
Los discípulos tuvieron oportunidad de ver cómo el Reino que proclamaba su
Maestro se extendía hasta convertirse en algo prometedor y auspicioso. Pronto
surgieron expectativas y ambiciones. En cierta oportunidad, discutieron sobre
quién sería el «capo» (Lc 9:46). En otra oportunidad, Jacobo y Juan le pidieron
a Jesús ser sus lugartenientes en el Reino. La respuesta de Jesús fue
contundente: ser grande en el Reino de Dios se mide por el criterio del servicio,
a la inversa de los gobernantes de las naciones, que actúan bajo la lógica de la
dominación (Mr 10:35-45).
Los Evangelios muestran con todo realismo que entre los discípulos hubo
polémicas por lugares de prestigio y poder. Por eso, en el contexto afectivo de
su inminente pasión, Jesús les propuso el sueño de una comunidad cuyo
principio de articulación fuera el servicio. Y no presentó su sueño sólo con
palabras sino que realizó una acción cuya fuerza de impacto sería inolvidable:
lavó los pies de sus discípulos. Mientras Jesús realizaba la acción, ocurría un
mensaje que ninguna cantidad de palabras podría suplantar. Es preciso
analizar este acto para darnos cuenta de su potencial transformador:
1. Lavar los pies era un acto necesario. Se realizaba al finalizar el día y era
común en las culturas orientales. Las largas caminatas por caminos de tierra y
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pedregullo —con sandalias o con los pies descalzos— dejaban los pies en
condiciones miserables, no sólo en cuanto a la higiene sino también a las
irritaciones, golpes y llagas. Lavar los pies era un acto que ofrecía aseo,
salubridad y alivio a los pies del caminante. Era un acto necesario.
2. Lavar los pies era un acto eminentemente profano. ¡Y el misterio del Dios
hecho carne agarró un fuentón y una toalla y lavó los pies de un grupo de
mortales! Lavar los pies no era un servicio «sagrado» para la comunidad
religiosa judía. Jesús no está proponiendo a los discípulos que incorporen a su
religión o culto una nueva acción de carácter sacramental. Más bien, sugiere
que lo sagrado también está presente en servicios «profanos», «comunes» y
«mundanos». Con su acción, cuestiona nuestra idea de comunidad cerrada,
dedicada a actos religiosos y litúrgicos, y da impulso a una comunidad con
vocación por el mundo, que ve en cada necesidad humana una oportunidad de
servicio santo. Hay quienes practican el lavatorio de los pies en un sentido
ceremonial. Precisamente, una de las acepciones de «lavatorio» según el
Diccionario de la Real Academia Española dice: «Ceremonia de lavar los pies a
algunos pobres, que se hace el Jueves Santo». No obstante, frente al peligro
de limitar la propuesta de Jesús a la práctica ritual, debemos recordar que la
acción simbólica representa un valor que debe concretarse en la totalidad de la
vida.
3. Lavarse los pies era un acto cotidiano. En efecto, Jesús no está
procurando que los discípulos se reúnan una vez al año a lavarse los pies. Por
el contrario, la atención debida a los pies era un acto cotidiano. Podríamos
clasificarlo entre ese tipo de actos que sostienen la vida, sin los cuales ésta se
entorpece y deja de desarrollarse con normalidad, hasta hacerse imposible.
¿Imaginamos lo que sucedería si dejáramos de realizar por unos pocos días
actos sencillos y cotidianos como barrer, lavar los platos o sacar la basura? Lo
cierto es que la vida humana digna es posible gracias a una suma de acciones
cotidianas que le sirven de sostén.
4. Lavar los pies era un acto francamente desagradable. Que lo hiciera otro
en lugar de la persona interesada era una comodidad que se habrá ido
imponiendo poco a poco. Pero convengamos que no es cosa fácil ver desfilar
los pies ajenos con sus heridas, infecciones, hinchazón, barro, pus, cayos y
hongos, por no hablar del clásico «olor», que no es precisamente una
desgracia moderna. ¡Había que soportar todo esto! Y este carácter
desagradable de la tarea es la principal razón de su desplazamiento social
«hacia abajo». ¡Que lo haga el esclavo!
5. Lavar los pies era un acto despreciado, asignado, en efecto, a los
esclavos. Lavar los pies del señor de la casa, como también los de sus
invitados eventuales, era una tarea que correspondía a los esclavos no judíos
(cf. 1S 25:41). Según los rabinos, era humillante exigirle a un esclavo judío que
hiciera tal trabajo. Lavar los pies era una tarea despreciable, propia de aquellos
que eran el último orejón del tarro social. Hoy también en muchos lugares se
dejan tareas como limpiar baños a gente excluida de las posibilidades que
ofrece la educación y la cultura, gente considerada por la «sociedad bien»
como «lo vil del mundo». Sin embargo, el Reino de Dios invierte los parámetros
de «prestigio» social establecido. Esto provoca la reacción negativa de Pedro,
para quien la condición mesiánica de Jesús no debía «rebajarse» para brindar
un espectáculo tan patético. ¿Dónde se ha visto que un rey haga las tareas del
esclavo? Jesús invierte el imaginario social: se presenta como Rey-Siervo que
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asume voluntariamente los servicios que nadie quiere hacer y que se relegan
para que los hagan aquellos que ni siquiera se pueden rehusar...
Jesús eligió el servicio de menos status o prestigio para mostrar lo que es una
verdadera disponibilidad para servir. Por supuesto, el acto evoca no sólo la
disposición al servicio sino el «lugar social» desde el cual debemos comenzar.
En el contexto de las desigualdades sociales de la época, Jesús propone una
regla de reciprocidad mediante la cual destaca que la acción despreciada
involucra a todos: «También ustedes deben lavarse los pies los unos a los
otros» (y. 14). La exigencia de reciprocidad cuestiona el clásico desplazamiento
social de las tareas desagradables hacia «abajo», hacia aquellos que carecen
de recursos y de poder, los explotados y sometidos a esclavitud. Jesús
contradice los intentos humanos de escapar del «trabajo sucio» para que lo
haga otro y propone una nueva y equitativa «división social del trabajo».
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¿Y Cómo nos queda el sombrero?
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produce el consumo «cristiano», Jesús propone la práctica activa de un modelo
de servicio recíproco que comienza su tarea por donde cuesta más:
Acciones necesarias, profanas, cotidianas, desagradables y despreciadas.
Paradójicamente, Jesús coloca la alegría (Jn 13:17) en este registro. Yen pleno
acuerdo con Jesús lo expresa un Premio Nobel de literatura nacido en la India,
Rabindranath Tagore:
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LA IGLESIA LOCAL Y LA UTOPIA DEL REINO DE DIOS.
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¿Que acciones debe generar, entonces, el pueblo cristiano con rostro
evangélico en nuestro continente hispano a fin de trazar un camino nuevo en
pro de un pueblo que merece vivir un evangelio integral? Ruptura con la
tradición “espiritualista” enajenante que reina en varias denominaciones, que
tiene la Biblia bajo cautividad, no permitiendo que la misma sea una
herramienta hermenéutica para la liberación integral de nuestros pueblos, que
perecen por la inoperancia y los intereses mezquinos de sus «líderes».
Necesitamos afirmar una nueva espiritualidad para una iglesia peregrina que
trabaja en preparar a las personas para ser cristianos en un mundo en guerra,
y no soldados que se involucran en una «lucha espiritual», con matices bélicos,
por la «paz» del mundo. La iglesia local tiene como tarea preparar a las
personas para hacer del acto de congregarse un espacio de práctica de paz y
armonía. Este paso tiene su base en la fidelidad a la tradición de resistencia
que ha existido dentro de la historia de la fe cristiana en personas y
movimientos que han encarnado este ideal, resistiendo las fuerzas totalitarias y
creando brechas en los controles hegemónicos de los colonialismos teológicos,
que usan los textos bíblicos para legitimar su causa e intereses. En este
contexto, la iglesia peregrina está llamada a producir el cambio, es decir, a
plantar textos bíblicos entre el pueblo y a trabajar en el abono y cultivo de late y
la vida, a fin de que llegue el día de los frutos de paz y justicia para una nueva
tierra.
Llegará el día.
En ese día no sólo se hablará de la utopía del reinado de Dios entre los seres
humanos sino que el pueblo palpará y disfrutará de su presencia amorosa y
justa. Ese reinado no se nos impone sino que se descubre. En realidad, Dios
está reinando y, tal como ocurrió con Jesús, no hace falta reclamar su Reino
por la fuerza, sino apelar al corazón y al uso correcto de la razón. Los
discípulos descubrieron este misterio.
¿Que podemos hacer para que ese día sea «hoy» para nuestro pueblo? Crecer
en el conocimiento y la práctica de la misión de la iglesia local como «misión
integral», para así ejercer una función crítica respecto a la sociedad, una
función profética que se comprometa en la defensa de los miembros más
débiles de la sociedad y exhorte a todos a practicar la justicia social y
económica. ¿Que significa concretamente esto para la vida cotidiana de la
congregación local? Significa transformación. El Reino de Dios se hace
presente con justicia y equidad, lo cual implica pasar:
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los recursos humanos y materiales para el desarrollo integral de la
comunidad.
De una situación donde «la educación dejo de ser promesa indudable de
futuro y reservorio de puros valores», a la formación de una conciencia
crítica frente a los modelos exógenos de educación, que sirven a los
intereses del sistema capitalista y hacen del sujeto un objeto de a
educación.
De una situación donde el gobierno o instituciones privadas imparten
servicios, y la población permanece pasiva en una actitud infantil o
ingenua, a una actitud adulta y responsable, donde la iglesia local, como
parte de la comunidad, colabora y participa en el control de la gestión
pública.
Sueño con una iglesia donde Renzo, con sus doce años y una capacidad
diferente de la nuestra, pueda compartir la dirección de la liturgia del domingo.
Una iglesia en la que Juan pueda alabar a Dios con toda su voz, sin que le
importe si desafina, porque su hija consiguió un transplante. y luego pueda
desafiarnos a donar los órganos. Una iglesia donde Pedro, en el tiempo de
confesión, pueda pedir perdón por sus arrebatos de violencia, y donde los
hermanos, al terminar el culto, lo animen a participar en un grupo de autoayuda
y se ofrezcan a orar por él o a acompañarlo a una consulta psicológica. Una
iglesia donde se ore e interceda por la vida y ministerio de Fanny en la
militancia política, donde se acompañe a los ancianos sin familia y donde nadie
se quede solo por no tenerla...
Sueño con una comunidad en la cual María, travestida por fuera, y José,
por dentro, quienes creen que Jesús de Nazaret es el Cristo, puedan
compartir el pan y el vino como anticipo de la fiesta que tendremos cuando el
Reino se complete. Una comunidad en la que Marta pueda gritar en el
momento de intercesión porque en el hospital donde trabaja no hay gasa ni
alcohol, ni fuerzas para servir, pero ella permanece allí por amor al Amado.
Una comunidad donde se reciba con brazos abiertos a quien lucha contra el
SIDA, el rencor o la adicción al juego.
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Sueño con una familia donde se fortalezca la tarea con matrimonios, se la
promueva y consolide como diseño del Creador. Una iglesia donde los niños
sean bienvenidos y donde los adolescentes canten con guitarra eléctrica y
batería, y Cristina, con armonio. ¡Un lugar donde haya espíritu de compromiso
y de fiesta!
Sueño con un pueblo que enfatice y viva el hecho que todos somos misioneros,
y que algunos son enviados a lugares especiales. Un pueblo que reconozca a
los estudiantes como misioneros en sus lugares de estudio, y ellos vayan allí
con la bendición de la comunidad toda. Sueño con un lugar donde se estimule
el leer, el aprender a leer, y el compartir la buena noticia de un Dios que no se
olvidó de su creación ni la dejó a la deriva.
Sueño con una iglesia que preste el edificio y el patio para hacer deportes en
un barrio que carece de plazas. Una comunidad que abra sus puertas para una
merienda reforzada o que clame y reclame para que la Municipalidad del lugar
abra las suyas, a fin de responder a las necesidades de la gente.
Sueño con una iglesia donde el estudio de la Palabra de Dios sea tan nutritivo
como el mejor plato de la abuela o de Blanca Cofta, y nadie quiera perdérselo.
Un lugar donde haya agua fresca para las vidas resecas y cansadas de esta
gran ciudad. Un lugar donde se ore por sanidad física, emocional y espiritual,
así como también por trabajo, y se acompañe al hospital a quien lo necesite y
se busquen opciones solidarias de trabajo conjunto.
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A la luz de Mateo 16:13-20, no es suficiente decir: «Creo en la
Iglesia’>. Tenemos que poder responder a la pregunta: ¿En qué iglesia creo?
Hecha la pregunta, presento un intento de respuesta:
Las llaves del reino abren cerraduras de doble vuelta: obras y palabras. A
veces usamos las llaves, pero le damos una sola vuelta y la puerta no se abre.
Hacemos obras, pero no anunciamos; o anunciamos, pero no hacemos obras.
Obras y palabras: esa es la misión integral de la iglesia, que abre las puertas
del Reino.
Las llaves del Reino abren puertas para que pasen todos: los más débiles, los
indefensos y los desahuciados del mundo son los primeros en pasar, pero
también llegan el Nicodemo, el José de Arimatea, los poderosos que se dan
cuenta de su pequeñez.
Creo en una iglesia que tiene una misión profética (juicio: «atar») y una
misión pastoral (perdón: «desatar»).
El profeta ata con juicio, el pastor desata con el perdón. Creo en la iglesia que
hace oír su voz profética y denuncia todo sistema de injusticia, de corrupción y
opresión; la iglesia que ata con juicio a los poderosos que dictan leyes, hacen
negocios e invaden países aun creyendo que hacen un servicio a Dios, o en
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nombre de Dios. Creo en la iglesia que se para frente a la casa de los Herodes
y ata con juicio, cuando dice: «No es lícito lo que estás haciendo’». Atar con
juicio es denunciar. Pero también creo en la iglesia que perdona, que sana, que
desata, que lleva vendas y aceite para aliviar las angustias de los que se
vuelven a Dios.
Conclusión
Creo en la iglesia que sabe donde está parada: sobre el fundamento que es
Cristo. Creo en la iglesia que por su estilo de vida llega hasta las puertas del
mal y las derriba. Creo en la iglesia que va abriendo puertas aquí y allá, a los
gentiles, a los pobres, a los ricos, a los ancianos, a los niños. Creo en a iglesia
que ata con juicio a los que hacen el mal, pero desata y sana y libera a los que
se vuelven a Dios.
Creo en una iglesia que levanta su voz profética y no pasa por alto al caído.
Argentina necesita de una iglesia que desarrolle una misión profética y
pastoral: en una mano la balanza para pesar las acciones de sus habitantes, y
en otra mano las vendas para curar las heridas.
Por años, los cristianos hemos sido como la cenicienta de este país. Hermanos
y hermanas, no estamos «dibujados>» para ser un adorno institucional. Dios
nos ha puesto como protagonistas de la historia. Que Dios, nos ilumine y
renueve nuestras fuerzas, para que podamos ser esta iglesia.
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hogares para chicos y ancianos, centros de rehabilitación y otras. Merece un
reconocimiento especial la participación solidaria de las iglesias que ayudaron
a los habitantes que sufrieron las inundaciones en la Provincia de Santa Fe.
Hay iglesias que funcionan bien y son felices.
Mientras estoy escribiendo estas líneas sucede algo muy importante para mí:
mi esposa sufre un problema de salud muy delicado. Esto cambia mi
perspectiva. Comienzo a pensar y a comprender en carne propia la importancia
de la iglesia como comunidad alternativa capaz de solidarizarse con nuestro
dolor. En momentos límite, no importan las teorías. Necesitamos ayuda,
oración, visita y solidaridad. Y en medio de nuestros problemas, ¡qué bien nos
hace una comunidad que nos acompañe y lo haga bien!
Espiritualizan. Jesús nos desafía a seguir los pasos del samaritano: «Anda
entonces y haz tú lo mismo» (Lc 10:37).
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YO TE CONOZCO
La conocí en Buenos Aires, en la cara de dolor de los hermanos que aun sin
tener demasiado, comparten y piden el pan para los desnutridos, el abrigo para
el desnudo, el techo para los sin techo, y hacen suyo el dolor del otro.
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SALUD EN LA FAMILIA Y EN LA IGLESIA
En una familia saludable cada uno de sus miembros tiene el mismo valor y
recibe la misma consideración, no importa la edad que tenga o el rol que
ocupe. En la iglesia que sueño también. «Ámense los unos a los otros con
amor fraternal, respetándose y amándose mutuamente» (Ro 12:10).
En una familia saludable la unidad no pasa por falsas lealtades, ni porque todos
piensen o actúen igual, sino simplemente por pertenecer y amarse. En la
iglesia que sueño también. «Porencima de todo, vístanse de amor, que es el
vínculo perfecto» (Col 3:14).
En una familia saludable se puede hablar francamente sobre los conflictos y las
diferencias (normales en todas las relaciones humanas), en un clima de mutua
aceptación y de búsqueda conjunta de las soluciones mejores para todos. En la
iglesia que sueño también. «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y
oren unos por otros, para que sean sanados...» (Stg 5:16).
«Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad»
(Ef 4:25).
En la iglesia que sueño también. «... de modo que se toleren unos a otros y se
perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdono,
perdonen también ustedes» (Col 3:13).
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En una familia saludable también hay administración de una disciplina justa
como expresión de amor. En la iglesia que sueño también. «Hermanos, si
alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben
restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también
puede ser tentado» (Gá6:1).
En una familia saludable los puentes de amor siempre están extendidos para
recibir sin reproche al que se ha extraviado, pero vuelve arrepentido. En la
iglesia que sueño también. « Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se
compadeció de éL solio corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó (Lc
15:20).
En una familia saludable hay flexibilidad para adaptarse y cambiar, cuando las
circunstancias de la vida lo requieran. En la iglesia que sueño también. «He
aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias...» (Fil 4:12).
En una familia saludable los límites y los roles son claros y flexibles, y la
autoridad se ejerce sin abusar del poder, para permitir el sano crecimiento de
los miembros. En la iglesia que sueño también.
«A los ancianos que están entre ustedes... les ruego esto: cuiden como
pastores el rebaño de Dios que está a su cargo... con afán de servir. Como
Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean
ejemplos para el rebaño. Así mismo jóvenes, sométanse a los ancianos.
Revístanse todos de humildad en su trato mutuo...» (1P 5: 1. 2,3. 5).
En una familia saludable hay disposición para salir de las propias fronteras para
ser solidarios con otros. En la iglesia que sueño también. No se olviden de
hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen...» (Heb 13:16).
Cómo se parece una familia saludable a la iglesia que sueño! ¿Será sólo un
sueño o el sueño puede transformarse en realidad? La respuesta depende de
cada uno de nosotros.
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