Está en la página 1de 15

SOÑAR LA IGLESIA

En un sentido figurado, soñar es permitir que nuestros anhelos y esperanzas


afloren al pensamiento a pesar de una realidad que les es adversa o
antagónica. Soñar la iglesia implica atreverse a ir más allá de la iglesia
existente. Implica abrir un espacio para que emerja esa iglesia tantas veces
reprimida y censurada, esa iglesia que el Espíritu quiere parir de mil maneras
en nosotros. De esa iglesia queremos hablar aquí.

Es cierto que a veces nuestros sueños son puramente especulativos.


Fantaseamos con que todo sería más fácil para nosotros si —en lugar de
pertenecer a la iglesia actual— nos hubiera tocado pertenecer a aquella
primera comunidad de discípulos que formó Jesús. Solemos leer «las bellas
palabras de Jesús» sin tener en cuenta los conflictos históricos de su
pronunciamiento, y fabulamos situaciones idílicas, atoradas de éxtasis.
Frecuentemente olvidamos que Jesús plasmó sus sueños respecto a sus
discípulos en imágenes provocativas, que sacuden nuestros conceptos mejor
aceitados sobre la iglesia. Los Evangelios muestran lo difícil que fue para los
discípulos aceptar los sueños que Jesús les propuso. Un ejemplo de ello lo
tenemos en el relato del lavatorio de los pies, en Juan 13:1-17.

Informe sobre un sueño subversivo de Jesús

El texto mismo presenta dos interpretaciones o lecturas del acto realizado por
Jesús. En primer lugar, el lavatorio de los pies es símbolo de una limpieza que
reciben los discípulos por parte de Jesús —cuya contraparte es la traición de
Judas—, sin la cual ellos no pueden participar en el proyecto que Jesús les
propone (vv. 8-11). En segundo lugar, el lavatorio es un acto ejemplar que
señala las características del servicio que deben prestarse recíprocamente
aquellos que participan de la comunidad de discípulos (vv. 12- 16). Nos
interesa ahora este segundo nivel, en función de la propuesta de soñar la
iglesia.
Los discípulos tuvieron oportunidad de ver cómo el Reino que proclamaba su
Maestro se extendía hasta convertirse en algo prometedor y auspicioso. Pronto
surgieron expectativas y ambiciones. En cierta oportunidad, discutieron sobre
quién sería el «capo» (Lc 9:46). En otra oportunidad, Jacobo y Juan le pidieron
a Jesús ser sus lugartenientes en el Reino. La respuesta de Jesús fue
contundente: ser grande en el Reino de Dios se mide por el criterio del servicio,
a la inversa de los gobernantes de las naciones, que actúan bajo la lógica de la
dominación (Mr 10:35-45).
Los Evangelios muestran con todo realismo que entre los discípulos hubo
polémicas por lugares de prestigio y poder. Por eso, en el contexto afectivo de
su inminente pasión, Jesús les propuso el sueño de una comunidad cuyo
principio de articulación fuera el servicio. Y no presentó su sueño sólo con
palabras sino que realizó una acción cuya fuerza de impacto sería inolvidable:
lavó los pies de sus discípulos. Mientras Jesús realizaba la acción, ocurría un
mensaje que ninguna cantidad de palabras podría suplantar. Es preciso
analizar este acto para darnos cuenta de su potencial transformador:
1. Lavar los pies era un acto necesario. Se realizaba al finalizar el día y era
común en las culturas orientales. Las largas caminatas por caminos de tierra y

1
pedregullo —con sandalias o con los pies descalzos— dejaban los pies en
condiciones miserables, no sólo en cuanto a la higiene sino también a las
irritaciones, golpes y llagas. Lavar los pies era un acto que ofrecía aseo,
salubridad y alivio a los pies del caminante. Era un acto necesario.
2. Lavar los pies era un acto eminentemente profano. ¡Y el misterio del Dios
hecho carne agarró un fuentón y una toalla y lavó los pies de un grupo de
mortales! Lavar los pies no era un servicio «sagrado» para la comunidad
religiosa judía. Jesús no está proponiendo a los discípulos que incorporen a su
religión o culto una nueva acción de carácter sacramental. Más bien, sugiere
que lo sagrado también está presente en servicios «profanos», «comunes» y
«mundanos». Con su acción, cuestiona nuestra idea de comunidad cerrada,
dedicada a actos religiosos y litúrgicos, y da impulso a una comunidad con
vocación por el mundo, que ve en cada necesidad humana una oportunidad de
servicio santo. Hay quienes practican el lavatorio de los pies en un sentido
ceremonial. Precisamente, una de las acepciones de «lavatorio» según el
Diccionario de la Real Academia Española dice: «Ceremonia de lavar los pies a
algunos pobres, que se hace el Jueves Santo». No obstante, frente al peligro
de limitar la propuesta de Jesús a la práctica ritual, debemos recordar que la
acción simbólica representa un valor que debe concretarse en la totalidad de la
vida.
3. Lavarse los pies era un acto cotidiano. En efecto, Jesús no está
procurando que los discípulos se reúnan una vez al año a lavarse los pies. Por
el contrario, la atención debida a los pies era un acto cotidiano. Podríamos
clasificarlo entre ese tipo de actos que sostienen la vida, sin los cuales ésta se
entorpece y deja de desarrollarse con normalidad, hasta hacerse imposible.
¿Imaginamos lo que sucedería si dejáramos de realizar por unos pocos días
actos sencillos y cotidianos como barrer, lavar los platos o sacar la basura? Lo
cierto es que la vida humana digna es posible gracias a una suma de acciones
cotidianas que le sirven de sostén.
4. Lavar los pies era un acto francamente desagradable. Que lo hiciera otro
en lugar de la persona interesada era una comodidad que se habrá ido
imponiendo poco a poco. Pero convengamos que no es cosa fácil ver desfilar
los pies ajenos con sus heridas, infecciones, hinchazón, barro, pus, cayos y
hongos, por no hablar del clásico «olor», que no es precisamente una
desgracia moderna. ¡Había que soportar todo esto! Y este carácter
desagradable de la tarea es la principal razón de su desplazamiento social
«hacia abajo». ¡Que lo haga el esclavo!
5. Lavar los pies era un acto despreciado, asignado, en efecto, a los
esclavos. Lavar los pies del señor de la casa, como también los de sus
invitados eventuales, era una tarea que correspondía a los esclavos no judíos
(cf. 1S 25:41). Según los rabinos, era humillante exigirle a un esclavo judío que
hiciera tal trabajo. Lavar los pies era una tarea despreciable, propia de aquellos
que eran el último orejón del tarro social. Hoy también en muchos lugares se
dejan tareas como limpiar baños a gente excluida de las posibilidades que
ofrece la educación y la cultura, gente considerada por la «sociedad bien»
como «lo vil del mundo». Sin embargo, el Reino de Dios invierte los parámetros
de «prestigio» social establecido. Esto provoca la reacción negativa de Pedro,
para quien la condición mesiánica de Jesús no debía «rebajarse» para brindar
un espectáculo tan patético. ¿Dónde se ha visto que un rey haga las tareas del
esclavo? Jesús invierte el imaginario social: se presenta como Rey-Siervo que

2
asume voluntariamente los servicios que nadie quiere hacer y que se relegan
para que los hagan aquellos que ni siquiera se pueden rehusar...
Jesús eligió el servicio de menos status o prestigio para mostrar lo que es una
verdadera disponibilidad para servir. Por supuesto, el acto evoca no sólo la
disposición al servicio sino el «lugar social» desde el cual debemos comenzar.
En el contexto de las desigualdades sociales de la época, Jesús propone una
regla de reciprocidad mediante la cual destaca que la acción despreciada
involucra a todos: «También ustedes deben lavarse los pies los unos a los
otros» (y. 14). La exigencia de reciprocidad cuestiona el clásico desplazamiento
social de las tareas desagradables hacia «abajo», hacia aquellos que carecen
de recursos y de poder, los explotados y sometidos a esclavitud. Jesús
contradice los intentos humanos de escapar del «trabajo sucio» para que lo
haga otro y propone una nueva y equitativa «división social del trabajo».

Invita a llevar el «sacerdocio de todos los creyentes» de la Reforma protestante


al punto de un «diaconado de todos los creyentes».
A muchos cristianos les cuesta asociar el Dios Todopoderoso con el fuentón y
la toalla, aunque servir como lo hizo Jesús pertenece a la esencia más íntima
de Dios. El servicio a los demás se gesta en el misterio de un Dios que es
amor. El «Dios con autoridad» de la Biblia es el «Dios con fuentón y toalla», no
un «Dios capataz» como el que domina en la mentalidad de tanto liderazgo con
aires de importancia. Y el ser humano puede aceptar esta perspectiva y cultivar
la correspondiente actitud a medida que se va renovando a imagen de su
Creador (Col 3:10; Fil 2:5-11).

3
¿Y Cómo nos queda el sombrero?

Jesús soñó su comunidad de discípulos en términos de servicio recíproco


mediante actos necesarios, profanos, cotidianos, desagradables y
despreciados. Y muchos en la historia del cristianismo han pronunciado con su
vida el veredicto:
«! Los pies de mi prójimo representan un obstáculo psicológico, olfativo y táctil
imposible de superar! ¡Una experiencia tan desagradable no puede venir del
Espíritu Santo!»
Sin duda, si nos atenemos a los hechos, a buena parte de la iglesia hoy le
parece mucho más llevadero y estimulante hacer su «experiencia» del
Espíritu a partir del debate que enfrenta desde hace un tiempo a
«conservadores» y «renovados», el cual recorre de manera transversal
varias denominaciones. Desde la óptica de los desafíos que propone el acto de
Jesús, es evidente que se trata de un debate conformista entre
«conservadores» y... «Conservadores», que afecta mayormente el eje litúrgico
y la concepción del liderazgo. Ambas partes involucradas promueven y
practican modalidades de liderazgo verticalistas y autoritarias, ¡aunque algunos
dicen que son «apostólicas»!, pero sin fuentón ni toalla... Surgen entonces las
preguntas:
¿Somos acaso incapaces de continuar el sueño de Jesús de una comunidad
de discípulos sin «patrones», ni «caudillos», ni «notables»? ¿Por qué
permitimos que figuras «sin fuentón ni toalla» secuestren aquello que nos
pertenece como pueblo de Dios, es decir, el derecho de definir juntos —ante
Dios— un proyecto de comunidad de servicio igualitaria, solidaria y participativa
como la que propone Jesús?
A buena parte de la iglesia hoy también le resulta más llevadero soñar
con el obelisco o con Plaza de Mayo, preocupada como está por exhibir el
capital de influencia política de los evangélicos. Sin embargo, esta iglesia
preocupada por su «influencia» en las altas esferas de la vida pública nacional
es la misma que evita preguntarse seriamente qué capital de respeto y apoyo
social tienen las iglesias locales en sus propios barrios, cosa que sólo podrían
adquirir con una actitud de servicio solidario, centrado en las necesidades
concretas de los vecinos. ¿Por qué no soñar con una iglesia «Lavapiés», capaz
de descubrir la relevancia profética y política del fuentón y la toalla en favor de
los más pobres de la tierra? ¿Por qué no sonar con una iglesia capaz de lavar
el barro y las llagas de los caídos en el camino de esta globalización asimétrica
y monolítica que impulsa el amor al dinero?
En fin, a buena parte de la iglesia hoy también le parece más
reconfortante soñar según los nuevos «ministerios» con formato
posmoderno. El crecimiento constante de un mercado «cristiano» —en el cual,
entre otros «productos», se ofertan diversos «ministerios» diseñados según el
imaginario de Operación Triunfo o Escalera a la Fama— muestra la tendencia
del ambiente evangélico a reproducir en la iglesia el modelo antropológico
hegemónico: el consumidor. ¡El Corpus Christi resultó ser horno consumens!
¿Por qué no soñar con una iglesia capaz de distinguir entre el servicio activo y
el consumo pasivo? Juan 13 «pincha» el globo de la iglesia soñada según el
eje del rnarketing. El lavatorio de los pies como estilo de vida no es nada
fashion que se pueda vender mejor con una buena estrategia de
posicionamiento del producto en el mercado. Frente a la frustración que

4
produce el consumo «cristiano», Jesús propone la práctica activa de un modelo
de servicio recíproco que comienza su tarea por donde cuesta más:
Acciones necesarias, profanas, cotidianas, desagradables y despreciadas.
Paradójicamente, Jesús coloca la alegría (Jn 13:17) en este registro. Yen pleno
acuerdo con Jesús lo expresa un Premio Nobel de literatura nacido en la India,
Rabindranath Tagore:

Yo dormía y soñaba que la vida era alegría...


Desperté y vi que la vida era servicio...
Serví y vi que el servicio era alegría.

Preguntas para trabajar con grupos en la iglesia.

1) ¿Qué tipo de servicios prevalecen en tu iglesia?


¿Tienen las características del que propuso Jesús?
2) ¿Qué servicios con las características del que propuso Jesús podría
desarrollar tu iglesia?
3) ¿Cómo modificaría la práctica propuesta por Jesús la relación de tu
iglesia con el barrio?
4) ¿Por qué Jesús relaciona la dicha o alegría con este tipo de servicios?

5
LA IGLESIA LOCAL Y LA UTOPIA DEL REINO DE DIOS.

Quien no quiere el cielo en la tierra, produce el infierno”. Quien hace de


la iglesia local un espacio fraterno, inclusivo y alternativo al deshumanizado
andar de nuestro mundo, trabaja para que Dios reine armoniosamente entre los
seres humanos y para que se vea su justicia y buena voluntad para con ellos y
con la creación. Sin embargo, quien no quiere el reinado justo de Dios en la
iglesia toma a ésta cautiva y ata su destino a controles que benefician al
sistema imperial que somete hoy a nuestro mundo. Así se pierde la pertinencia
que tiene la iglesia para la vida de los seres humanos. Entonces ocurre que la
relación con Dios se torna difícil y mediada por los intereses de quienes la
dirigen.
¿Es posible que esta imagen de un reinado de Dios justo a partir de la iglesia
local se concrete en el imaginario y el corazón de sus discípulos hoy? ¿Es
posible que la iglesia local pueda al menos emanciparse de este dominio
humano? Parece ser que la vida y la fe en la iglesia local se reducen,
simplemente, a un acto de asistir una o más veces por semana en busca de un
supuesto «encuentro espiritual», y no de trabajar para que Dios reine para bien
de todos. La realidad nos muestra que distintos modelos de iglesias viven su
realidad de acuerdo con las costumbres, hábitos y posturas ideológicas que
emanan de la vida cotidiana. Un ejemplo de lo que digo puede verse reflejado
en que una determinada congregación, en un contexto de clase media,
organiza su vida eclesial de acuerdo con las normas, costumbres e intereses
de su propia clase social, y una congregación en sectores populares lo hace de
acuerdo a gustos, desafíos, posibilidades y elementos de su relación asimétrica
con el poder (cargos, espacios, distribución de roles). Los dos modelos
sostienen e imponen con fuerza su condición de clase, antes que el dar lugar al
reinado de Dios. ¿Como superar estas realidades de la fe que nuestra gente
expresa, y qué lugar ocupa entonces la iglesia local en su respectivo contexto?
Mi reflexión está orientada a pensar que se puede articular esta buena
voluntad de congregarse en nombre de Dios con la de colaborar y trabajar
juntos en la construcción de un mundo mejor y más justo para todos, es
decir, hacer de cada congregación local ese espacio donde se manifieste
la presencia de Dios en justicia y equidad. ¿No es acaso esa la utopía del
Reino de Dios para la humanidad?

Ruptura, fidelidad y cambio

Estos tres conceptos hacen referencia al pasado y al futuro de la fe cristiana,


un buen principio teológico que permite ver a la congregación local en
constante proceso de transformación y también reconocer su capacidad de
responder a los desafíos del presente sin dejar de lado la fidelidad a sus
orígenes. En este sentido, «la iglesia será siempre algo inacabado: un pueblo
en peregrinaje, comprometido a trabajar en una serie de talleres, des chantiers,
en los que la gente responde conjuntamente al evangelio en las condiciones de
su vida cotidiana”. Es que la iglesia local atraviesa distintas etapas en su
intento de descubrir su lugar en este mundo, y, como parte de este proceso,
desarrolla su propia historia.

6
¿Que acciones debe generar, entonces, el pueblo cristiano con rostro
evangélico en nuestro continente hispano a fin de trazar un camino nuevo en
pro de un pueblo que merece vivir un evangelio integral? Ruptura con la
tradición “espiritualista” enajenante que reina en varias denominaciones, que
tiene la Biblia bajo cautividad, no permitiendo que la misma sea una
herramienta hermenéutica para la liberación integral de nuestros pueblos, que
perecen por la inoperancia y los intereses mezquinos de sus «líderes».
Necesitamos afirmar una nueva espiritualidad para una iglesia peregrina que
trabaja en preparar a las personas para ser cristianos en un mundo en guerra,
y no soldados que se involucran en una «lucha espiritual», con matices bélicos,
por la «paz» del mundo. La iglesia local tiene como tarea preparar a las
personas para hacer del acto de congregarse un espacio de práctica de paz y
armonía. Este paso tiene su base en la fidelidad a la tradición de resistencia
que ha existido dentro de la historia de la fe cristiana en personas y
movimientos que han encarnado este ideal, resistiendo las fuerzas totalitarias y
creando brechas en los controles hegemónicos de los colonialismos teológicos,
que usan los textos bíblicos para legitimar su causa e intereses. En este
contexto, la iglesia peregrina está llamada a producir el cambio, es decir, a
plantar textos bíblicos entre el pueblo y a trabajar en el abono y cultivo de late y
la vida, a fin de que llegue el día de los frutos de paz y justicia para una nueva
tierra.

Llegará el día.

En ese día no sólo se hablará de la utopía del reinado de Dios entre los seres
humanos sino que el pueblo palpará y disfrutará de su presencia amorosa y
justa. Ese reinado no se nos impone sino que se descubre. En realidad, Dios
está reinando y, tal como ocurrió con Jesús, no hace falta reclamar su Reino
por la fuerza, sino apelar al corazón y al uso correcto de la razón. Los
discípulos descubrieron este misterio.
¿Que podemos hacer para que ese día sea «hoy» para nuestro pueblo? Crecer
en el conocimiento y la práctica de la misión de la iglesia local como «misión
integral», para así ejercer una función crítica respecto a la sociedad, una
función profética que se comprometa en la defensa de los miembros más
débiles de la sociedad y exhorte a todos a practicar la justicia social y
económica. ¿Que significa concretamente esto para la vida cotidiana de la
congregación local? Significa transformación. El Reino de Dios se hace
presente con justicia y equidad, lo cual implica pasar:

 De una situación donde unas pocas personas deciden por el resto de la


gente, a organizar la vida en comunidad y recién ahí tomar las
decisiones más apropiadas para el bien común, guiados por el Espíritu
de Dios.
 De una situación de relaciones desiguales que proponen ciertos líderes,
quienes argumentan tener una “dependencia directa” de Dios, a la
gestión comunitaria de relaciones igualitarias y saludables.

 De una situación donde hay una mínima relación o cooperación con la


comunidad circundante, a una relación de estrecha colaboración con ella
incluida la población pobre y marginada, sin paternalismo, aprovechando

7
los recursos humanos y materiales para el desarrollo integral de la
comunidad.
 De una situación donde «la educación dejo de ser promesa indudable de
futuro y reservorio de puros valores», a la formación de una conciencia
crítica frente a los modelos exógenos de educación, que sirven a los
intereses del sistema capitalista y hacen del sujeto un objeto de a
educación.
 De una situación donde el gobierno o instituciones privadas imparten
servicios, y la población permanece pasiva en una actitud infantil o
ingenua, a una actitud adulta y responsable, donde la iglesia local, como
parte de la comunidad, colabora y participa en el control de la gestión
pública.

La gente común espera encontrar en nuestras comunidades la posibilidad de


acceder a un evangelio integral, sin tener que someterse al cobro de «nuevas
indulgencias» con que la religión evangélica ofrece la gracia de Dios. Hay que
reformar nuestras estructuras y convertir nuestras congregaciones en espacios
alternativos, espacios donde las personas puedan recuperar su condición de
sujeto, apropiarse de las verdades salvíficas del evangelio y generar nuevas
comunidades de fe, aun dentro de las estructuras existentes, para que la
libertad sea una realidad y la superación de las condiciones de vida sea un
hecho. Quien no quiere que Dios reine, quiere tener su propio reino, pierde
así el cielo, preparado por Dios para el pueblo.

Soñar no Cuesta Nada

Sueño con una iglesia donde Renzo, con sus doce años y una capacidad
diferente de la nuestra, pueda compartir la dirección de la liturgia del domingo.
Una iglesia en la que Juan pueda alabar a Dios con toda su voz, sin que le
importe si desafina, porque su hija consiguió un transplante. y luego pueda
desafiarnos a donar los órganos. Una iglesia donde Pedro, en el tiempo de
confesión, pueda pedir perdón por sus arrebatos de violencia, y donde los
hermanos, al terminar el culto, lo animen a participar en un grupo de autoayuda
y se ofrezcan a orar por él o a acompañarlo a una consulta psicológica. Una
iglesia donde se ore e interceda por la vida y ministerio de Fanny en la
militancia política, donde se acompañe a los ancianos sin familia y donde nadie
se quede solo por no tenerla...

Sueño con una comunidad en la cual María, travestida por fuera, y José,
por dentro, quienes creen que Jesús de Nazaret es el Cristo, puedan
compartir el pan y el vino como anticipo de la fiesta que tendremos cuando el
Reino se complete. Una comunidad en la que Marta pueda gritar en el
momento de intercesión porque en el hospital donde trabaja no hay gasa ni
alcohol, ni fuerzas para servir, pero ella permanece allí por amor al Amado.
Una comunidad donde se reciba con brazos abiertos a quien lucha contra el
SIDA, el rencor o la adicción al juego.

8
Sueño con una familia donde se fortalezca la tarea con matrimonios, se la
promueva y consolide como diseño del Creador. Una iglesia donde los niños
sean bienvenidos y donde los adolescentes canten con guitarra eléctrica y
batería, y Cristina, con armonio. ¡Un lugar donde haya espíritu de compromiso
y de fiesta!

Sueño con un pueblo que enfatice y viva el hecho que todos somos misioneros,
y que algunos son enviados a lugares especiales. Un pueblo que reconozca a
los estudiantes como misioneros en sus lugares de estudio, y ellos vayan allí
con la bendición de la comunidad toda. Sueño con un lugar donde se estimule
el leer, el aprender a leer, y el compartir la buena noticia de un Dios que no se
olvidó de su creación ni la dejó a la deriva.

Sueño con una iglesia que preste el edificio y el patio para hacer deportes en
un barrio que carece de plazas. Una comunidad que abra sus puertas para una
merienda reforzada o que clame y reclame para que la Municipalidad del lugar
abra las suyas, a fin de responder a las necesidades de la gente.

Sueño con una iglesia donde el estudio de la Palabra de Dios sea tan nutritivo
como el mejor plato de la abuela o de Blanca Cofta, y nadie quiera perdérselo.
Un lugar donde haya agua fresca para las vidas resecas y cansadas de esta
gran ciudad. Un lugar donde se ore por sanidad física, emocional y espiritual,
así como también por trabajo, y se acompañe al hospital a quien lo necesite y
se busquen opciones solidarias de trabajo conjunto.

No sé si estoy de acuerdo con el refrán popular:


“Soñar no cuesta nada”. El Dios de la Biblia que conozco en Jesucristo llamó
“novia” a la iglesia y se dio por amor a ella. Soñar la iglesia le significó la
entrega de sí mismo por los demás. Sí, mejor que revise junto con mis
hermanos y hermanas mi entendimiento de la iglesia, ¿no?

9
A la luz de Mateo 16:13-20, no es suficiente decir: «Creo en la
Iglesia’>. Tenemos que poder responder a la pregunta: ¿En qué iglesia creo?
Hecha la pregunta, presento un intento de respuesta:

Creo en la iglesia que tiene como fundamento a Cristo,


“el Hijo de Dios viviente”.

Creo en una iglesia diversa, plural, heterogénea, con diferentes carismas y


énfasis. Creo en una iglesia ecuménica, pero con un solo fundamento:
Jesucristo. Muchas iglesias hoy tienen ese carisma: su diversidad. Sus
miembros vienen de diferentes trasfondos confesionales (metodistas, católicos,
pentecostales, carismáticos, anglicanos, hermanos libres, bautistas, y otros).
Creo en una iglesia cuyo fundamento es Cristo. De allí es de donde nace la
unidad y la diversidad de la iglesia.

Creo en una iglesia santa, que finalmente prevalecerá sobre las


fuerzas del mal.

El mal está instalado en el mundo como las sombras están instaladas en la


noche pero el avance de la iglesia es como la luz de la aurora. Esta luz es el
estilo de vida diferente que empieza a notarse en los creyentes. Esa luz hace
retroceder las fuerzas del mal y aun las mismas puertas del mal, y esas puertas
no prevalecerán sobre la luz de la iglesia. El avance de la iglesia descansa
sobre la santidad de los cristianos.

Creo en la iglesia que proclama el evangelio para dejar entrar al


Reino de Dios a todos los hombres.

La llave de la iglesia es el evangelio. Cada vez que a iglesia proclama el


evangelio usa las llaves del Reino. Las puertas del Reino de los cielos se abren
de par en par para dejar entrar a todos los que creen en la buena noticia.

Las llaves del reino abren cerraduras de doble vuelta: obras y palabras. A
veces usamos las llaves, pero le damos una sola vuelta y la puerta no se abre.
Hacemos obras, pero no anunciamos; o anunciamos, pero no hacemos obras.
Obras y palabras: esa es la misión integral de la iglesia, que abre las puertas
del Reino.

Las llaves del Reino abren puertas para que pasen todos: los más débiles, los
indefensos y los desahuciados del mundo son los primeros en pasar, pero
también llegan el Nicodemo, el José de Arimatea, los poderosos que se dan
cuenta de su pequeñez.

Creo en una iglesia que tiene una misión profética (juicio: «atar») y una
misión pastoral (perdón: «desatar»).

El profeta ata con juicio, el pastor desata con el perdón. Creo en la iglesia que
hace oír su voz profética y denuncia todo sistema de injusticia, de corrupción y
opresión; la iglesia que ata con juicio a los poderosos que dictan leyes, hacen
negocios e invaden países aun creyendo que hacen un servicio a Dios, o en

10
nombre de Dios. Creo en la iglesia que se para frente a la casa de los Herodes
y ata con juicio, cuando dice: «No es lícito lo que estás haciendo’». Atar con
juicio es denunciar. Pero también creo en la iglesia que perdona, que sana, que
desata, que lleva vendas y aceite para aliviar las angustias de los que se
vuelven a Dios.

Conclusión

Creo en la iglesia que sabe donde está parada: sobre el fundamento que es
Cristo. Creo en la iglesia que por su estilo de vida llega hasta las puertas del
mal y las derriba. Creo en la iglesia que va abriendo puertas aquí y allá, a los
gentiles, a los pobres, a los ricos, a los ancianos, a los niños. Creo en a iglesia
que ata con juicio a los que hacen el mal, pero desata y sana y libera a los que
se vuelven a Dios.

Creo en una iglesia que levanta su voz profética y no pasa por alto al caído.
Argentina necesita de una iglesia que desarrolle una misión profética y
pastoral: en una mano la balanza para pesar las acciones de sus habitantes, y
en otra mano las vendas para curar las heridas.

Por años, los cristianos hemos sido como la cenicienta de este país. Hermanos
y hermanas, no estamos «dibujados>» para ser un adorno institucional. Dios
nos ha puesto como protagonistas de la historia. Que Dios, nos ilumine y
renueve nuestras fuerzas, para que podamos ser esta iglesia.

LA IGLESIA QUE NECESITA JESUCRISTO PORQUE LA NECESITAMOS


NOSOTROS.

Escribimos este artículo sobre la iglesia que soñamos y. como es nuestra


costumbre, proponemos una mirada crítica porque amamos la iglesia y
deseamos que sea cada vez mejor. La criticamos, pero la amamos. Sabemos
que las comunidades del Señor son la esperanza de la sociedad (Mt5:13-16).

La iglesia de Jesucristo es llamada a ser una comunidad alternativa en medio


de la sociedad en que se encuentra. Está formada por una red de relaciones de
personas que tienen como centro de su existencia su relación con Jesucristo y
han decidido consagrar su vida al servicio de él, por medio de acciones
concretas que trasunten amor al prójimo. Se trata de personas que encuentran
en Jesús su modelo de vida y pensamiento.

Los evangélicos de la Argentina realizan concentraciones en el obelisco.


Somos más que hace cincuenta años! Esto es una muestra de lo que ha venido
sucediendo últimamente en Argentina: un movimiento de cúpulas eclesiásticas
que consiste en mostrar a los medios de comunicación y a los gobiernos que
ya no somos una < (minoría». Por supuesto, algunas actitudes de los políticos
han cambiado. Somos apetecibles electoralmente y nos van a prestar atención.
También ha aumentado cierto tipo de concentraciones evangélicas alrededor
de algunos «líderes-estrella», que pueden convocar «multitudes» alrededor de
sus carismas y organizaciones. Hay cada vez mayor cantidad de estructuras
evangélicas de todo tipo: editoriales, periódicos, fundaciones, seminarios,

11
hogares para chicos y ancianos, centros de rehabilitación y otras. Merece un
reconocimiento especial la participación solidaria de las iglesias que ayudaron
a los habitantes que sufrieron las inundaciones en la Provincia de Santa Fe.
Hay iglesias que funcionan bien y son felices.

Sin embargo, detrás de todo este panorama aparentemente alentador. Existe


una realidad diferente: la de los ex-evangélicos y de un gran número de
personas que ya no se reúnen en ningún templo. La de otros que deciden
visitar congregaciones, pero ninguna satisface su necesidad y siguen dando
vueltas. La de aquellos que son visitantes consuetudinarios y van boyando de
lugar en lugar. Hay muchos heridos por diversas situaciones de la vida y por
personas.

¿Cuáles son los motivos? Demasiados líderes y congregaciones están


enfocando su ministerio bajo criterios muy materialistas. Se concentran en
lograr mayor asistencia a los cultos, mayor fama, más dinero y poder terrenal.
Copian el estilo de la sociedad circundante y valoran lo que ella considera
«éxito». Tanto tenéis, tanto vales. Cantidad es calidad. Dinero es poder. ¿Salís
en la «tele»?, existís. Fama. Lo cómodo y lo light es mejor. ¡En la vida hay que
pasarla bien!

Mientras estoy escribiendo estas líneas sucede algo muy importante para mí:
mi esposa sufre un problema de salud muy delicado. Esto cambia mi
perspectiva. Comienzo a pensar y a comprender en carne propia la importancia
de la iglesia como comunidad alternativa capaz de solidarizarse con nuestro
dolor. En momentos límite, no importan las teorías. Necesitamos ayuda,
oración, visita y solidaridad. Y en medio de nuestros problemas, ¡qué bien nos
hace una comunidad que nos acompañe y lo haga bien!

Resuenan en mi ser pasajes bíblicos como la parábola del Samaritano (Lc


10:25-37), porque allí el que hereda la vida eterna es el que se solidariza con el
moribundo, invierte su tiempo, gasta su dinero en alojamiento, se esfuerza,
mancha el tapizado de su cabalgadura y se preocupa por sanar al que está en
desgracia. El sacerdote y el levita esquivan su responsabilidad.

Espiritualizan. Jesús nos desafía a seguir los pasos del samaritano: «Anda
entonces y haz tú lo mismo» (Lc 10:37).

Construyamos la iglesia como comunidad alternativa y no como centro de


entretenimientos. Edifiquemos una iglesia que sirva al prójimo en sus
necesidades concretas, porque el prójimo necesita de esa iglesia.

12
YO TE CONOZCO

Pero yo conozco otra iglesia…

La conocí en Honduras, en la cara de mis hermanos que fueron a vivir al barrio


marginal al que querían servir; en el rostro de los que lloraron y acompañaron a
quienes perdieron TODO en un huracán y los ayudaron a reconstruir material,
psíquica y espiritualmente su vida.

La conocí en Colombia, en el dolor de los hermanos por la situación de


violencia que está viviendo. En los que ayudan a los desplazados de las zonas
militarizadas por la guerrilla y los paramilitares y lo pierden todo, hasta la vida.

La conocí en la cara de Pascuala, una hermana de Chamula, Chiapas,


perseguida y atacada por ser cristiana. Le quemaron la casa y asesinaron a su
familia, como sucedió con tantísimos otros cristianos más de la región.

La conocí en Perú, en el trabajo por convertir la injusticia en justicia, por


defender los Derechos Humanos, por guardar la vida frente a la muerte.

La conocí en Buenos Aires, en la cara de dolor de los hermanos que aun sin
tener demasiado, comparten y piden el pan para los desnutridos, el abrigo para
el desnudo, el techo para los sin techo, y hacen suyo el dolor del otro.

La conocí en la cara de mis hermanos del interior que, frente a la necesidad y


el desastre, salieron a responder con lo que podían a la desesperanza, el
hambre, el frío, el descreimiento y el abandono.

...y me siento bendita.

En el silencio de mi corazón, agradezco a Dios porque en medio de tanta


confusión, de tanta moda, de tanta globalización, de tanta necesidad de fama,
l me mostró su iglesia. Su iglesia que, para la mayoría, es anónima, pero no
para él.

13
SALUD EN LA FAMILIA Y EN LA IGLESIA

Familia e iglesia. Dos realidades muy cercanas a nuestro corazón. Tan


cercanas, que Dios reunió a sus hijos en la «familia de la fe». Familia e iglesia.
Pueden formarnos o deformarnos, ayudarnos a crecer o impedir el sano
desarrollo, causarnos gozo o sufrimiento. ¿De qué dependen estas
alternativas? De la salud —incluida en un concepto más amplio de
«salvación»— de cada una de ellas. Surgen entonces las preguntas: ¿Cómo es
una familia saludable? ¿Cómo es la iglesia-familia de Dios saludable?
¿Algo más que un sueño?

En una familia saludable cada uno de sus miembros tiene el mismo valor y
recibe la misma consideración, no importa la edad que tenga o el rol que
ocupe. En la iglesia que sueño también. «Ámense los unos a los otros con
amor fraternal, respetándose y amándose mutuamente» (Ro 12:10).

En una familia saludable se alienta y ayuda al crecimiento y la madurez de


cada uno de sus miembros sin distinción, y ello no constituye una amenaza al
vínculo. En la iglesia que sueño también. «Al vivir la verdad con amor,
creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.
Por su acción, todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado
por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro»
(Ef 4: 15-16).

En una familia saludable la unidad no pasa por falsas lealtades, ni porque todos
piensen o actúen igual, sino simplemente por pertenecer y amarse. En la
iglesia que sueño también. «Porencima de todo, vístanse de amor, que es el
vínculo perfecto» (Col 3:14).

En una familia saludable se puede hablar francamente sobre los conflictos y las
diferencias (normales en todas las relaciones humanas), en un clima de mutua
aceptación y de búsqueda conjunta de las soluciones mejores para todos. En la
iglesia que sueño también. «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y
oren unos por otros, para que sean sanados...» (Stg 5:16).

En una familia saludable no hay mentiras ni secretos que impidan la sana


construcción de la identidad sino que las relaciones son transparentes y
genuinas. En la iglesia que sueño también.

«Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad»
(Ef 4:25).

En una familia saludable existe la posibilidad de equivocarse pidiendo y dando


perdón como forma de verdadera restauración.

En la iglesia que sueño también. «... de modo que se toleren unos a otros y se
perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdono,
perdonen también ustedes» (Col 3:13).

14
En una familia saludable también hay administración de una disciplina justa
como expresión de amor. En la iglesia que sueño también. «Hermanos, si
alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben
restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también
puede ser tentado» (Gá6:1).

En una familia saludable los puentes de amor siempre están extendidos para
recibir sin reproche al que se ha extraviado, pero vuelve arrepentido. En la
iglesia que sueño también. « Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se
compadeció de éL solio corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó (Lc
15:20).

En una familia saludable se protege al más débil y vulnerable. Pudiendo cada


uno de sus miembros ocupar este lugar alternativamente según sus
circunstancias de vida. En la iglesia que sueño también.

«Hermanos, también les rogamos que... estimulen a los desanimados, ayuden


a los débiles y sean pacientes con todos (lTs 4:14).

En una familia saludable hay flexibilidad para adaptarse y cambiar, cuando las
circunstancias de la vida lo requieran. En la iglesia que sueño también. «He
aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias...» (Fil 4:12).

En una familia saludable los límites y los roles son claros y flexibles, y la
autoridad se ejerce sin abusar del poder, para permitir el sano crecimiento de
los miembros. En la iglesia que sueño también.

«A los ancianos que están entre ustedes... les ruego esto: cuiden como
pastores el rebaño de Dios que está a su cargo... con afán de servir. Como
Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean
ejemplos para el rebaño. Así mismo jóvenes, sométanse a los ancianos.
Revístanse todos de humildad en su trato mutuo...» (1P 5: 1. 2,3. 5).

En una familia saludable se comparten y se aceptan todos los sentimientos. En


la iglesia que sueño también. «Alégrense con los que están alegres; lloren con
los que lloran» (Ro 12:15).

En una familia saludable hay disposición para salir de las propias fronteras para
ser solidarios con otros. En la iglesia que sueño también. No se olviden de
hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen...» (Heb 13:16).

Cómo se parece una familia saludable a la iglesia que sueño! ¿Será sólo un
sueño o el sueño puede transformarse en realidad? La respuesta depende de
cada uno de nosotros.

15

También podría gustarte