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Una bomba de tiempo.

Por: Marlon Mercado Triana

Este año 2019, se cumplen los veinte años durante los cuales, el pueblo indígena
embera-katío afectado por la construcción de la hidroeléctrica Urra I, debía ser
indemnizado en cumplimiento de lo ordenado por la Corte Constitucional a través
de la Sentencia T-652 de 1998. En dicha sentencia, cuyo ponente fue el magistrado
Carlos Gaviria, se ordenó indemnizar a cada miembro de la comunidad afectada,
“al menos en la cuantía que garantice su supervivencia física, mientras elabora los
cambios culturales, sociales y económicos a los que ya no puede escapar” (Citado
por Rodriguez & Orduz, 2012). De igual forma, agrega la sentencia, se debe
“garantizar la supervivencia física de ese pueblo, mientras adecua sus usos y
costumbres a las modificaciones culturales, económicas y políticas que introdujo la
construcción de la hidroeléctrica sin que los embera fueran consultados, y mientras
pueden educar a la siguiente generación para asegurar que no desaparezca esta
cultura en el mediano plazo”.
De acuerdo con un estudio realizado por el Observatorio de Conflictos Ambientales
de la Universidad Nacional de Colombia (2017), “la monetarización de la cultura a
partir de las compensaciones ordenadas por la Corte Constitucional […] produjeron
–a su vez– descomposición social en una comunidad que, como los Embera, se
debate entre la mendicidad, la delincuencia, la prostitución y el alcoholismo”. La
misma percepción tienen muchos pobladores de Tierralta. Hace poco alguien hizo
un comentario despectivo en redes sociales, al respecto de esta problemática, en el
que alguien manifestaba que “el pueblo se llenó de indios borrachos”.
Hoy, dos décadas después, es evidente que el pueblo embera no se adaptó a los
cambios culturares, sociales y económicos que trajo consigo la construcción de la
represa. Por el contrario, su cultura se encuentra en riesgo de desaparecer. Muchas
de las familias Jarupia, Domicó, Bailarín, Casamá y Pernía, se encuentran viviendo
en el casco urbano del municipio y en otros territorios lejanos al suyo, en
condiciones de pobreza extrema. Esto, sumado a movimientos indígenas (y
campesinos) crecientes en todo el país y con la terminación del periodo de
indemnización, es una bomba de tiempo que inexorablemente explotará y que como
sociedad no estamos preparados para afrontar. El próximo alcalde de Tierralta, el
gobierno nacional y sus diferentes entidades, deberán enfrentar esta problemática;
ojalá no con bolillo y gas lacrimógeno, sino con soluciones de fondo.

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