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‘Augé, Marc, “La escritura’. En: El oficio de antropélogo. Sentido y
Barcelona, 2007, pp. 51-60.
La escritura
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La cuestién del humanismo y la de la escritura es-
tén intimamente ligadas-Efantropélogo no se en-
trega a gjercicios espirituales sntimos; pretende
producir un Conocimiento dirigidg a un péblico,
Un piblico especializado, gtal vez profesional? ¢O
un piblico mas amplio? Es una de las apuestas en
la cuesti6n de la‘escritura, cuestién que se plantea
al antropélogo del mismo modo que se plantea al
fil6sofo y el historiador.
La cuestién de la escritura‘Ho es ni accesoria ni
periférica. Radicaen el corazén de adisciplina antro-
polégica. Al escribir, el antropdlogo presenta ante
otros la realidad que deseriby; la transform: en un
‘Objeto antropol6gico que expone para una discusidn
y que propone para la comparacidn} Se ve de esa for-
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Vvma obligado a sistematizar datos que, en la vida dia~
ria, se presentan de manera dispersa y discontinua, a
solicitar que sus interlocutores establezcan relacio-
nesique no hubiesen establecido anteriormente por
sfmismos o a inferirlas él mismo a partir de observa-
ciones dispersas. Asi, los datos que se encuentran en
ciertos textos antropolégicos muchas veces no exis-
tenen las sociedades reales mis que de forma virtual.
“En definitiva, el antropdlogo suele construir uina co-
herencia de la que esta seguro que es subyacente a
fos hechos, pero que conserva sin embargo el cardc
ter de una hipétesis inductiva; literalmente, no hay
nada que traducir. El antropélogo no traduce, trans-
_pone. ¥ en mi opinién, tiene razén al hacerlo. —
Tal afirmaci6n no se adapta exactamente a la ac-
tualidad. Recibe, en efecto, dos criticas de las que
deseo rechazar de entrada tanto las premisas como
las conclusiones.
La primera, de estilo epistemolégico, se remonta
al antropélogo britanico Edmund Leach, en los afios
cincuenta;y ha encontrado en Estados Unidos un elo-
cuente poeta en la persona de Clifford Geertz y sus
antiguas dicipulor, quienes han radicalizado ellos
mismos su pensamiento critico y practicado al mis-
mo tiempo alegremente el asesinato del padre. Con-
siste, en resumen, en decir que la literatura antropo-
logica tiene que ver con Ja ficci6n, Bl interesante
iiimero que L’Homme ha dedicado recientemente a
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racismo. Sustancialmente dic
Jas «Verdades de la ficcién» ha recordado las dife-
rentes acepciones que revestia esta nocién dentro de
tuna literatura critica que entiende, a través de ella,
denegaro relatvizar la pertinencia eferencial dela
aitcopotog; es deck ou paid ara dar ccna”
de maneiaobjetiva de ia determinado estado de la
~orgiiizacidin humana en un lugar y en'un momento
dados. Esta critica de la sak sa aoe
&ednea Nrivial al empecinarse en «redescubrir Amé-
rica» y hacer alusién al cardcter construido de to-__
do texto escrito, al hecho de que, en este sentido,
todo texto e5 una fcci6n tal y como ya lo habia su- /-?
rayado Sartre en 1948 en su critica del realismo y
Foucault en 1966 distinguiendo fabula y ficcién. A \_47
¢s0, pura y simplemente, dentro de la formulacién
definitiva de Leach (ciertamente, en forma de pro-
vocacién): «Los textos antropolégicos son intere-
santes por si mismos y no porque nos digan algo
acerca del mundo exterior», una afirmacién que sé-
ia perfectanienté rebatible incluso si se aplicase ala
literatura novelesca. n
La segunda critica se refiere al moralismo bien |“
pensante en progresin constanté hoy por hoy, as{)
como a una forma sutil y sin duda inconsciente de
: gobmo atrevers | 7
hablar de los demés en el lugar de los demés? Se-
mejante objecién, que a través de sus formulacio-
nes més extremas no es sino una invitacién eviden-
53tardn seguramente reencarnadas. ¢Hacia quién diri-
gir entonces las oraciones y los cantos?».
Y Gedegbe responde:
«Hiacia los recuerdos que nos resulten entrafia~
bles»
Esta respuesta puede parecernos bella, y de he-
cho lo es, porque despierta un eco en cada uno de
nosotros, pero también es necesario comprenderla
como resumen de una concepcién inmanente para
la cual la vida no se opone a la muerte en mayor me-
‘ida que el presente al pasado, el simismo al otro, el
dios al antepasado o la naturaleza ala cultura.
Si muchos grandes antropélogos, especialmente
en Francia, han sucumbido a aquello que a veces de-
nominamos, como para reprochérselo, la tentacién
de Ja escrivura, sin duda se debe a que el grado suple-
mentario de exterioridad y libertad que se concediant
de ese riodo a través de su'propio estilo les permitia
+ relatar su experiencia, distinguir la parte de sombra
+ ydeincertidumbre que ninguna investigacién jamés,
hha llegado nunca a disipar completamente, aunque
también, en sentido inverso, rebasar sus limites es~
+ trictos para ampliar el campo de la reflexién. De eso
_ se trata estar fuera y dentro, estar distanciado y par-
ay ticipar. La experiencia antropolégica no es igual que
‘en un espacio cerrado. El Africa fantasma, Tristes
tropicos, Africa ambigua 0 Nos hemos comido el bos-
que son libros que pertenecen tanto a aquellos que
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los léen 0 los comentan como a aquellos de los
que hablan. Por derecho, pertenecen.azodos.
Mediante una nota al final de La literatura en el
estémago, Julien Gracq recuerda que es el compro-
miso irrevocable del pensamiento en la forma el
Gee prestaareto aa eras ¥ que este com
no». Y concluye: «{...] tan seguro como Nietzsche
Pertenece a la literatura, Kant no le pertenece». El
nuimero 50 de la excelente revista Rue Descartes re-
toms esta cuestién bajo el titulo de la «La escritura
de los filésofos». Nos encontramos especialmente
con una apasionante entrevista entre Bruno Clé-
ment y Michel Deguy que plantea interrogantes
anélogos a aquellos a los que acabamos de respon
der acerca de la antropologia (:Existe cierta subje-
tividad del discurso filos6fico? ;Existe cierta espe-
Cificidad de la escritura filoséfica? ¢ Acaso la verdad
no se basta a si misma con independencia de la for-
ma bajo la que se manifiesta?) y que concluye con
una sugerencia en forma de definicién: «Asi puede
ser la escritura de los fildsofos:_una subjetividad
trasmitida al idioma, aunqite-emancipada por si
inte ese paso por él idioma [...]>.
que el filésofo eT la escritura, y que
tiende obviamente a acercar su obra a la del artista,
no deja de evocar la capacidad de objetivar indefini-