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Seis
***
En 1924 se traduce al español «La interpretación de los sueños». El libro
deslumbra al joven pintor catalán Salvador Dalí. Según cuenta en sus diarios,
Dalí viajó en tres oportunidades a Viena pero en todas se le negó una
entrevista con Freud, con argumentos más o menos convincentes.
Finalmente, el 19 de julio de 1938, Freud, exiliado en Londres, acepta una
cita con el máximo representante del surrealismo; del encuentro participan
además el poeta Edward James y el escritor Stefan Zweig. El biógrafo de
Freud, Ernest Jones, relata que Dalí inmediatamente bocetó un retrato del
maestro y afirmó que el secreto morfológico de Freud era que su cerebro se
asemejaba a un caracol. En su Diario de un genio, Dalí ofrece su visión del
encuentro. Según cuenta, antes de retirarse de la residencia de Maresfield
Gardens, le enseñó a Freud una revista donde se publicaba un artículo
firmado por Dalí sobre la paranoia. Le rogó que lo leyera pero Freud no atinó
a reaccionar. Entonces, “tratando de interesarle, le expliqué que no se
trataba de una diversión surrealista, sino que era realmente un artículo
ambiciosamente científico y repetí el título, señalándolo al mismo tiempo
con el dedo”. La indiferencia de Freud fue glacial.
El desencuentro de Freud con las vanguardias artísticas fue extensamente
comentado. La hostilidad entre Freud y André Breton, el gran teórico del
surrealismo, nutren las mitologías del siglo XX. El surrealismo y el dadaísmo
encontraron en la joven ciencia del inconsciente ciertas garantías para sus
programas estéticos y políticos. Freud, por su parte, las ignoró y el “universo
artístico” que incorporó a sus desarrollos teóricos desdeñó los movimientos
contemporáneos a favor de una abundancia de referencias al renacimiento y
al romanticismo. Esta interferencia entre el psicoanálisis y las vanguardias
llama la atención. En el despuntar del siglo nuevo, se cristalizaron como dos
discursos-prácticas (analítica y artística) de avanzada, que contenían las
críticas más lúcidas a la decadencia del proyecto de la modernidad. De la
misma voluntad de ambición y provocación, a menudo de insolencia, con
que las vanguardias artísticas contemporáneas al nacimiento del
psicoanálisis reclamaron la disolución de la tradición, de ese mismo
material, de esa misma textura desmesurada y voraz, está compuesta La
interpretación de los sueños, obra con la que Freud inaugura oficialmente su
programa de pionero.
A pesar de su contemporaneidad, de haber compartido una misma voluntad
de provocación y ruptura, de haber constituido dos grandes artefactos de
denuncia de la decadencia del proyecto moderno, la crónica entre Freud y las
vanguardias artísticas del siglo XX es un desencuentro anémico y algo
histérico. Freud –cuanto menos- las ignoró. Del lado del arte, se verifica el
contagio del discurso psicoanalítico sobre el paisaje cultural europeo. (La
palabra freudiana se infiltra en el Sistema del Sentido Común, se recicla y
remixa con algunos salmos marxistas, y se vuelve promesa de nueva
libertad.) Habíamos dicho que pese al escaso (o nulo) interés de este punto,
sirve como recurso narrativo: los encuentros Dalí-Freud y Dalí-Lacan.
Fuentes: los diarios de Dalí y la biografía de Ernest Jones.
Al día siguiente del encuentro con Dalí, Freud le escribe Stefan Zweig, testigo
del convite:
Hasta ahora me inclinaba a pensar que los surrealistas, que parecen
haberme elegido como santo patrón, eran unos locos absolutos (pongamos
que el 95% como el alcohol). Pero el joven español, con sus ojos cándidos y
fanáticos y su innegable maestría técnica, me ha sugerido otra apreciación
y a reconsiderar mi opinión. Efectivamente, sería muy interesante estudiar
analíticamente la génesis de un cuadro de este tipo. Desde el punto de vista
crítico, sin embargo, siempre se podría decir que la noción de arte rechaza
cualquier extensión cuando la relación cuantitativa, entre el material
inconsciente y la elaboración preconciente, no se mantiene dentro de
determinados límites. Hay allí, en todo caso, serios problemas psicológicos.
La cita contiene una advertencia respecto de los límites y posibilidades entre
el arte y el psicoanálisis. En este trabajo se intentó una recapitulación crítica
de las diferentes modalidades de articulación que Freud ensayó entre ambos
campos disciplinares. Cada una de ellas implica el diseño de un dispositivo
teórico de interfaz entre ambos campos, mediante el cual un determinado
objeto perteneciente al dominio artístico -la obra de arte, la creación
artística, el acto de contemplación- es capturado dentro de las coordenadas
conceptuales psicoanalíticas. Pero también, cada uno de estos usos del arte
en el discurso freudiano está circunscripto a una determinada legalidad que
normativiza su extensión en proceso de producción de conocimiento, y en
este sentido Freud, en cada uno de los textos examinados, explicita, con la
honestidad intelectual que lo caracteriza, cuidadosamente los límites,
forzamientos, y conclusiones prematuras o provisorias que se deprenden de
su propuesta.
En este punto es pertinente recordar las palabras de Freud de 1913. En «El
interés por el psicoanálisis», Freud advierte que los aportes psicoanalíticos
no configuran una teoría general del arte: “Sobre alguno de los problemas
relativos al arte y al artista, el abordaje psicoanalítico proporciona una
información satisfactoria; otros se le escapan por completo” (p. 189).
En definitiva, insta al lector a asumir una actitud crítica y exigente respecto
de su propia producción, y también exhorta a la comunidad analítica a
continuar trabajando para superar esos límites.
El concepto de sublimación es de gran voltaje en el edificio teórico
psicoanalítico. De una importancia capital, es también altamente
problemático. Freud vislumbró en el arte, en virtud de su función en la vida
de las sociedades, una posibilidad de acceso a la complejidad
metapsicológica de su dinámica y economía. En este trabajo se intentó dar
cuenta de las profundas raíces y filiaciones filosóficas que contiene el
concepto de sublimación lo que obliga a despojar al concepto de su aparente
sencillez y versatilidad, y a reconstruir el diálogo con la teoría kantiana sobre
el cual Freud modeliza su propia propuesta. Este tejido intertextual de citas y
referencias a menudo no es completamente explicitado por Freud, lo que se
demanda una labor de rastreo y reconstrucción de todos los componentes del
plafón de interlocución con el cual Freud discute su propia producción
teórica. Por otra parte, el concepto de sublimación no es un concepto cerrado
y completamente acabado sino que se abre a la discusión en la medida en
que se enriquezca el universo de discursos que habita al interior de dicho
concepto.
El encuentro entre Dalí y Lacan se produjo en París, en el estudio del
pintor de la calle Gauguet, en 1937. Dalí tenía treinta y tres años, un nombre
enjoyado en el mundo del arte, y acababa de publicar en la revista Minotaure
el artículo «Mecanismo interno de la actividad paranoica». El interés de
Lacan lo hizo sentirse halagado por ser “finalmente tomado en serio en
círculos estrictamente científicos”. La entrevista fue un “constante tumulto
dialéctico”. La anécdota, relatada en La vida secreta de Salvador Dalí,
ilustra la posición ética de Lacan respecto de la intersección entre arte y
psicoanálisis. En Homenaje a Margerite Duras, el rapto de Lol V. Stein,
señala:
“Pienso que un psicoanalista sólo tiene derecho a sacar ventaja de su
posición, aunque ésta por tanto le sea reconocida como tal: la de recordar
que en su materia, el artista le lleva la delantera, y que no tiene por qué hacer
de psicólogo donde el artista le desbroza el camino…”
La proposición de Lacan reordena, bajo la óptica de la ética, las relaciones
entre el campo artístico y el campo psicoanalítico. En su enseñanza, Lacan le
restituye al arte su posición precursora y audaz, inaugural, en la medida en
que ya no se trata de pensar las aplicaciones del psicoanálisis al arte, sino
aquello que del arte se puede extraer como enseñanza para el psicoanálisis.
Como lo señala Recalcati. Esta propuesta de lectura de los desarrollos
freudianos tiene el valor de restaurar el pulso inicial con el que Freud
convocó al arte a su propio discurso –adentrarse en territorios desconocidos,
correr riesgos, combinar rigurosidad y creatividad- y es en este punto donde
arte y psicoanálisis confluyen como dos prácticas del crear y el inventar, del
hacer existir lo que todavía no es.