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Testamento de Los Años 70 PDF
Testamento de Los Años 70 PDF
de
Fundación TP
para la recuperación
del pensamiento
más o menos normal.
©2012 Héctor Ricardo Leis para
el texto y Huili Raffo para las
ilustraciones.
Karl Marx
1818-1883
introducción
Hannah Arendt
1906-1975
1. terrorismo,
guerrilla y
revolución
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fácil ver que cuando el terror se introduce en el medio de la guerra,
la racionalidad de los actores tiende a eclipsarse y la importancia
de los factores morales y políticos a disminuir, ya que aumenta el
deseo inmediato de venganza. La cual, paradójicamente, se hace
más insaciable cuanto más avanza por el camino del terror. El terror
genera sentimientos profundamente negativos como el miedo y el
resentimiento, que alimentan el círculo vicioso de la venganza de
las fuerzas combatientes afectadas. Así, el terrorismo lleva la guerra
a los extremos del exterminio cruel del enemigo, dejando cada vez
más lejos a los factores políticos y morales iniciales. Sólo la rendi-
ción incondicional de uno de los lados —y no siempre— puede
evitar este exterminio. En algunos casos, como en los estados tota-
litarios, incluso después de la eliminación del supuesto enemigo, el
terror sigue retroalimentándose a lo largo de los años.
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En su conocido manual, La Guerra de Guerrillas, publicado en el
calor de los combates en Cuba, Che Guevara receta la guerrilla ru-
ral para toda América Latina, rechazando explícitamente el terro-
rismo por considerarlo una acción que dificulta el trabajo político
con las masas. Su opinión reflejaba el consenso del viejo marxismo,
que identificaba al terrorismo tradicionalmente con la derecha
y repudiaba la atracción que ejercía sobre los anarquistas. Tras el
fracaso de los intentos de guerrilla rural en los años 60, en América
Latina se cambia el curso de la dinámica revolucionaria del campo
a las ciudades. En este nuevo contexto Carlos Marighella publica,
en 1969, el Manual del Guerrillero Urbano, un libro de referencia
para los distintos grupos del continente, incluso los argentinos. El
líder brasileño caracteriza las ejecuciones, los secuestros y el terro-
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la Guerra contra el Terror del gobierno Bush, que utilizó el concep-
to como una etiqueta para identificar a la mayoría de los enemigos
de los Estados Unidos, complicando aún más la comprensión del
fenómeno.
s
En América Latina, no todas las guerrillas urbanas fueron igual-
mente terroristas. Los Montoneros de Argentina fueron proba-
blemente el grupo que más adoptó este modelo de acción en los
años 70, y los Tupamaros de Uruguay, los que menos. Por lo tanto,
también será distinta la responsabilidad histórica de cada grupo por
la instalación de la dialéctica de violencia de cada país.
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Onganía y adversario de Perón), del general Aramburu en 1970
(arquitecto de la Revolución Libertadora que derrocó a Perón y
presidente del gobierno de facto de 1955 a 1958), del sindicalista
peronista Rucci en 1973 (secretario general de la CGT y aliado
muy próximo de Perón), y del ex-ministro Mor Roig en 1974
(político ajeno al peronismo que como ministro del gobierno del
general Lanusse articuló el pacto que permitió el retorno de la
democracia en 1973). Todas estas operaciones fueron realizadas
por comandos Montoneros (o que se integrarían después en la or-
ganización, como en el caso de Vandor). Los dos últimos asesinatos
fueron perpetrados a pesar de que el país estaba bajo un régimen
democrático, varios años antes de la llegada de la dictadura militar.
Entre otras cosas, el uso del terrorismo fue facilitado entre los
16 Montoneros por la amalgama de componentes ideológicos contra-
dictorios que impedían pensar en estrategias políticas realistas y
coherentes. Al mismo tiempo, estos grandes gestos terroristas eran
funcionales para el crecimiento de la organización, permitiendo
sumar militantes de diversas corrientes ideológicas. Ellos podían
venir tanto del catolicismo nacionalista de derecha, como de la
teología de la liberación marxista, del peronismo revolucionario
de derecha, del comunismo, y de otras variantes de la izquierda.
Los Montoneros surgieron y consolidaron su organización en el
culto a la violencia. Ellos fueron capaces de matar a todos los que
se cruzaron por delante de su voluntad política, sin importarles su
condición, ya fueran peronistas o antiperonistas, militares, políti-
cos o sindicalistas.
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triste saga comenzó en 1930 con el anarquista Penina, durante el
gobierno del general Uriburu; siguió en 1955, con el comunista
Ingalinella, en el gobierno del General Perón; continuó en 1962
con el peronista Vallese durante el gobierno provisional de Guido
(que asumió tras el derrocamiento de Frondizi por los militares);
hasta llegar al cuarto de la lista, el general Aramburu, cuyo cadáver
permanecería desaparecido un mes y medio. El imaginario de los
autores de la larga lista desaparecidos que vendría después se cons-
truyó con base en estos antecedentes.
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Soy testigo de las complicidades ocurridas en 1973.
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mi foto ilustraba una nota en un diario de gran circulación. Yo
aparecía con la pistola en la mano, el subtítulo me acusaba de
ser el asesino. El diario pasó la foto a la policía de la Provincia
de Buenos Aires y a varios grupos de derecha y del sindicalismo
peronista que juraron vengarse. Eso no me preocupó tanto como
la posibilidad de que mi foto fuera identificada por terceros y los
diarios publicasen mi nombre; con el tiempo descubrí que no ha-
bían sido pocos los amigos que me identificaron. Estaba afligido
por mis padres, recién había salido de la cárcel y pensarían que ya
estaba complicado nuevamente.
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es sólo una convención moral que, en todo caso, podría identificar
a aquellos grupos pasivos e impotentes frente a la violencia, pero
nunca a los que participan activamente en los conflictos armados,
como pasó en el caso argentino, donde hubo, sí, víctimas inocentes
y ajenas al conflicto, pero que no fueron el objetivo principal del
terror, ni de un lado ni del otro. Los museos “de la memoria” cons-
truidos durante el gobierno de los Kirchner registran solamente a
las víctimas de un lado, pero no del otro, ocultando el hecho de la
beligerancia compartida. Y para intentar una mejor construcción
del supuesto crimen contra la humanidad de los militares, sus
víctimas son transformadas en inocentes sin ningún tipo de iden-
tificación o vínculo con las organizaciones guerrilleras. En algunos
casos este vínculo pudo no existir, pero cuando existe, en nombre
de los derechos humanos el gobierno está suprimiendo la identidad
24 revolucionaria de los “compañeros”. No le hace justicia a la historia,
ni al compañero o la compañera, que se recuerde como estudiante
o empleado a quien, por ejemplo, enfrentó a la muerte con el grado
de oficial de los Montoneros.
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o legalidad alguna en ningún tipo de régimen político o ideología
política. Esto vale tanto para el Estado liberal como para el socialis-
ta, ya sean democráticos o autoritarios. La principal obligación del
Estado es defender su existencia con los medios a su alcance. Como
afirma Hegel en su Filosofía del Derecho (1821), el Estado, aunque
imperfecto en su realización particular, sigue siendo la institución
superior de la historia humana civilizada. El terrorismo contra el
Estado es extremadamente peligroso porque fomenta fuerzas anti-
estatales en su seno que lo degradan rápidamente en la dirección
de la barbarie. Paradójicamente, la única alternativa que resta a los
grupos subversivos y terroristas de izquierda para ganar legitimi-
dad, antes de la toma del poder, viene de la mano del liberalismo
que ellos tanto desprecian. John Locke, fundador reconocido de esa
corriente y cuyas ideas fundamentan las concepciones de derechos
26 humanos y democracia moderna desde el siglo 17, justifica clara-
mente la revuelta de los ciudadanos contra el abuso de poder de los
gobernantes. En el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690),
Locke afirma que los hombres tienen derechos naturales antes de la
existencia del Estado, lo que hace posible la rebelión cuando ellos le
son negados, a fin de recuperarlos. Dicho de otro modo: la revolu-
ción solamente es legítima para restaurar los derechos perdidos, no
para imponer nuevos derechos u obligaciones.
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llamó “imberbes” cuando expulsó a los militantes Montoneros de
la Plaza de Mayo en 1974. Perón siempre supo de la relevancia de
distintas generaciones en la historia política; al llamarlos de imber-
bes los encuadró deliberadamente en este contexto. Cuando estos
“apurados” —otra de las caracterizaciones de Perón— un año antes
le habían tirado el cadáver de Rucci, el viejo líder supo de inmedia-
to que ellos deseaban su muerte. Querían ocupar su lugar.
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Nunca me olvidaré de las expresiones en las caras de algunos
de estos compañeros, hablaban de matar con una facilidad que
parecía forzada. Matar para hacer justicia era algo que yo acepta-
ba, pero matar para convencer a Perón de que nosotros éramos
los buenos y ellos los malos me parecía un delirio. Me di cuenta
entonces de que la mayoría de los que estaban en la reunión eran
más jóvenes que yo, sin mucha experiencia política anterior a su
ingreso a los Montoneros.
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-¿Quién no desea la muerte de su padre?
Fedor Dostoiewski
1821-1881
2. generaciones
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años, que acabó sorpresivamente en 2011 cuando el hijo adoptivo,
acusado de enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, desvío de
recursos públicos y asociación ilícita, apuntó a su madre adoptiva
como responsable de todo.
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Mi generación fue llevada a creer que los militares eran los padres
de la Patria. Y lo eran de verdad: cuando festejé mi 40ª aniversario
la Argentina había vivido durante 30 años bajo el mando de presi-
dentes de extracción militar. La guerrilla desafió ese supuesto, en el
cual los militares creían más que nadie. Cuando el terror los amena-
zó, la ceguera se transformó en resentimiento y delirio. Al contrario
de los militares golpistas anteriores, que traían en sus mochilas
proyectos relativamente estructurados para gobernar el país, los que
acompañaron a Videla en 1976 subordinaron todo a la venganza;
eran animales heridos dispuestos a exterminar sin piedad a aquellos
que los habían desafiado en su propio territorio existencial, el de la
violencia de las armas. Ni siquiera después de derrotar a la guerrilla
consiguieron esos militares refrenar su pulsión de muerte, e inten-
taron una guerra contra Chile en 1978 –abortada por la mediación
36 papal– y otra contra Inglaterra, por las Islas Malvinas/Falklands,
que llevaron hasta las últimas consecuencias en 1982 pero cuyos
planes de acción habían sido diseñados por la Marina en 1978.
Parte en los años 60, pero sobre todo en los 70, los argentinos
asistieron a la lucha sin tregua entre la vanguardia guerrillera de
una generación más nueva y la retaguardia militar de otra genera-
ción anterior, con la edad de sus padres. Los jóvenes ansiaban el
poder para realizar sus objetivos, con un espíritu tan intelectual y
libertario como autoritario y narcisista, dispuestos a hacer lo que
fuese necesario, incluso matar. Los viejos defendían el poder con un
espíritu autoritario y ciego, sabían que no podían ser derrotados mi-
litarmente. En el límite, sus pulsiones inconscientes les daban una
potestad ancestral e incondicionada sobre sus desafiantes. En los
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Héctor Jouvé, uno de los tenientes de la fracasada tentativa del Ejér-
cito Guerrillero del Pueblo –guerrilla rural guevarista que actuó en
el noroeste de Argentina, a mediados de los 60, durante el gobierno
democrático de Illía– dio una entrevista reveladora del espíritu
militar de la represión en aquel momento, cuatro décadas después
de los acontecimientos.
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No pretendo reducir las muertes y desapariciones de los 70 a una
lucha generacional. Pero una cosa es cierta: la represión de la dic-
tadura militar de Videla, aun siendo espantosa, tuvo un método;
su violencia fue cruel y excesiva pero no indiscriminada, algo que
se ve claramente ejemplificado en el hecho de que las guerrilleras
embarazadas no eran ejecutadas antes del parto, para entregar des-
pués a sus bebés en adopción clandestina.No ocurrió lo mismo en
otras experiencias históricas de exterminio. Los nazis, por ejemplo,
mataban sin distinciones de este tipo. La acción de los militares
argentinos tenía la originalidad de las locuras sagradas. Ellos creían
que estaban condenadas las almas de sus “hijos”, pero no las de sus
“nietos”. Frente a hechos como estos, me parece insustentable la
hipótesis de que todos los militares hayan sido personas intrínseca-
mente enfermas y malvadas, como supone el sentido común vigen-
40 te. De ambos lados beligerantes se cometieron crímenes que deben
ser juzgados y castigados de acuerdo con la ley, pero sus autores no
eran todos necesariamente criminales patológicos, aunque sin duda
existió un pequeño grupo con trastornos severos de conducta.
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académico, que acompaña las modas teóricas con la misma perdida
de conciencia con la que la población acompaña las modas.
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Pienso que el concepto de generación se usa habitualmente sin
observar que en el plano empírico puede tener un sentido fuerte o
débil. En un sentido débil la generación recorta (con algún grado
de arbitrariedad) al conjunto de personas que comenzaron a vivir
su vida adulta en determinada década, por ejemplo, en los años 60
o 70. Pero en un sentido fuerte se debe reconocer que existió una
generación en los años 60, pero no en los 70. La generación de los
60 representa una condensación de nuevos valores, paradigmas y
subjetividades que tuvieron fuerte influencia en la vida política,
social y cultural del país, de ahí para adelante. No existe una ge-
neración propiamente dicha si sus integrantes no dejan una marca
original en la historia.
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que no supo tener una identidad definida en los 40 alcanzó ese
triste derecho apoyando a los militares en los 70. Aunque por otros
caminos, la astucia de la razón preparó también un triste destino
para la generación revolucionaria de los 60. Sin la más mínima auto-
crítica, varias décadas después de su catastrófica gesta, numerosos
militantes encontraron la realización de sus anhelos en las políticas
populistas de los gobiernos Kirchner – aprovechando, de paso, la
oportunidad para ocupar cargos públicos.
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gueiredo (1918). Marighela y Amazonas nacieron apenas cuatro o
cinco años después de la media de sus enemigos (1907. Volviendo
a la Argentina, siguiendo también un orden cronológico, los lide-
res militares, políticos y sindicales más destacados que la guerrilla
enfrentó fueron: Onganía (1914), Vandor (1923), Levingston
(1920), Lorenzo Miguel (1927), Lanusse (1918), Lopez Rega
(1916), Isabel Peron (1931), Videla (1925), Massera (1925). Esos
líderes mostraban una relativa cohesión en torno de la media
(1922), pero de cualquier forma representaban una generación
débil, que ni se acercaba a la homogeneidad en torno de grandes
valores y objetivos que tuvo la generación del 60. Esos líderes
ocupaban un lugar que había sido disputado violentamente tam-
bién en el interior de su generación – a título de ejemplo puede
mencionarse que en las filas de la generación del 40 se inscriben
48 también figuras como Eva Perón y el Che Guevara, nacidos en
1919 y 1928 respectivamente, ambos a escasa distancia de la
media de los líderes antes citados.
Emil Cioran
1911-1995
3. Líderes
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absolutamente ausente en Videla. Perón y Lanusse eran maquiavéli-
cos en el buen sentido de la palabra: eran generales políticos, tenían
noción de los límites de violencia que puede ejercer un soberano
para instaurar el orden. No eran militares que se conducían por
el manual de la corporación. Videla, en cambio, era un militar de
carrera insulsa, elegido como comandante en jefe del ejército por
Isabel Perón precisamente por eso, por tener un legajo “limpio” de
acuerdo con el manual. Isabel no debía saber que Videla también
era un fundamentalista, que se sentiría con derecho a hacer cual-
quier cosa en la cumbre del poder: secuestrar, torturar, matar, hacer
desaparecer a los cadáveres y después mentirle a los familiares y a la
sociedad sobre esos crímenes.
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El carácter del liderazgo de los Montoneros se hizo evidente en
un programa de asesinatos que no era pensado desde la política,
sino desde el deseo, transformando el resultado de la acción en
una ruleta rusa. Las muertes eran elegidas no a partir de debates
políticos o de análisis rigurosos de la realidad, sino de un cálculo
basado en el pensamiento mágico. No se pensaba cuales podían
ser los escenarios posibles como respuesta a una acción; se imag-
inaba apenas cual sería el mejor y se apostaba a eso. Si la realidad
no se correspondía con esa apuesta, nadie era responsabilizado: la
conducción no podía estar equivocada. Nunca hubo autocrítica
pública por los errores estratégicos de esta política terrorista, se
creían infalibles como el Papa. Las víctimas inocentes tampoco
importaban demasiado. Muchas de ellas cayeron por estar en
el lugar equivocado o usar un uniforme particular; las cuotas
54 mensuales de ejecución exigidas por la conducción obligaban a
veces a los combatientes a elegir sus víctimas en la calle, simple-
mente porque llevaban uniforme policial, para enterarse después
—cuando los nombres aparecían en los diarios— de que algunos
de los muertos eran aliados o simpatizantes.
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sin necesidad de esforzarse mucho. Así, centenares de hombres
fueron enviados al matadero en nombre de una organización ya
derrotada, circunstancia que la conducción no podía ignorar, ya
que en el segundo semestre de 1976 los principales comandantes
salieron del país como consecuencia de la falta de condiciones
para su permanencia. Con esas contraofensivas la conducción de
los Montoneros no sólo puso en evidencia su falta de escrúpulos
morales, sino también su incapacidad política. En vez de aceptar
la derrota cuando llega —renunciando unilateralmente a con-
tinuar la lucha armada para entonces retomar la lucha política en
mejores condiciones, sumando su voz y el aparato restante a la
defensa de la vida de los militantes secuestrados y desaparecidos,
así como al cuidado de los sobrevivientes— insistieron ciegos y
sordos en la muerte de más compañeros. No sabían hacer política
56 de otra forma. Aunque hubo algunas tentativas de juicio legal,
ninguno de esos líderes fue condenado, ni siquiera por la opinión
pública. Circulan libremente disfrutando del reconocimiento por
su histórica militancia de comandantes de la muerte.
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pidió que los militares fueran perdonados, sin especificar de
qué o por qué. Para sostener esta política la jerarquía eclesiástica
contó incluso con la ayuda y complicidad del Papa Juan Pablo
II, que debe haber identificado sus luchas con las de su Iglesia en
Polonia contra el comunismo soviético. El Papa era un luchador
incansable por la libertad en el mundo, pero el contexto de la
Guerra Fría lo llevó a no dar importancia al tema de los desapare-
cidos y a concederle al cardenal Aramburu el record nacional de
permanencia en el cargo de primado.
Descubrí más tarde que Juan Pablo II llegó a mentir para pro-
teger la Iglesia Argentina. Cuando visitó la Argentina en 1987,
consciente de las críticas que recibía la iglesia local por no haber
asumido el tema de los desaparecidos, el Papa declaró en un dis-
58 curso público que la misma siempre lo mantuvo informado sobre
esa cuestión, y que sabía de sus esfuerzos frente a las autoridades
militares. Fue una mentira inspirada en la Guerra Fría, no era
piadosa. Los fieles que tuvieron familiares desaparecidos durante
la dictadura saben que sus quejas y denuncias no eran atendidas,
ni tampoco transmitidas al Papa. Yo confirmé esto de una fuente
directa.
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A pesar de todo, el gobierno de Alfonsín (1983-1989), primer
presidente elegido democráticamente luego de la debacle militar
producida por la Guerra de las Malvinas/Falklands un año antes,
demostró que la República todavía tenía reservas morales para
enfrentar la decadencia anterior. Pero esas reservas se agotaron
rápido, fueron el canto del cisne. Lo que siguió a partir del gobierno
de Menem lo demostró de manera cabal. La fiesta de la decadencia
de las elites políticas continuó a su ritmo habitual, invitando a las
figuras más oportunistas, sectoriales y mediocres disponibles para
desempeñar los papeles principales. Más allá del debate sobre el sen-
tido del populismo, es un dato indudable que ni Menem, ni Néstor
o Cristina Kirchner, los presidentes más populares de la democracia
post-dictadura, contribuyeron a la consolidación del Estado de
Derecho. Muy por el contrario. Y eso no fue por falta de tiempo:
60 Menem permaneció en el cargo por dos mandatos, de 1989 a 1999,
y los Kirchner van por el tercero, de 2003 hasta la fecha (2012).
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“La especie humana
no soporta mucho la realidad.”
T. S. Eliot
1888 - 1965
4. MEMORIA Y
CONDIción
humana
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plano simbólico como el de sus acusados en el plano material. Los
militares mataban y borraban los rastros de las personas. Aunque
los movimientos de derechos humanos no hayan matado a nadie,
se mimetizaron con las intenciones de sus antagonistas al pretender
borrar los rastros de una parte de la verdad histórica de las víctimas.
La supresión del lado “oscuro” del pasado revolucionario fue com-
pleta: en los altares de la “patria democrática” está ahora registrado
que los guerrilleros siempre lucharon contra las dictaduras militares
y en defensa de la democracia. De la misma manera, está registrado
que nunca hubo terrorismo por parte de la sociedad civil, solamente
del Estado.
Existe una fuerte dosis de cinismo cuando una sociedad juzga las 65
acciones de un bando de acuerdo con un presupuesto y a las accio-
nes del bando contrario de acuerdo con otro. En otras palabras: dos
varas y dos medidas son la peor receta para hacer justicia desde que
nuestros ancestros salieron de las cavernas. Si hay amnistía debe
existir para todos, si hay juicios de responsabilidad individual deben
existir igualmente para todos. La memoria histórica que justifica la
aplicación del paradigma marxista-colectivista para disculpar a los
revolucionarios y del liberal-individualista para culpar a los milita-
res no es inocente: es intencionalmente perversa con la comunidad
como un todo.
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extrema derecha como de la extrema izquierda”. Esta visión, a veces
denominada “teoría de los dos demonios”, fue ridiculizada sobre
todo por la izquierda (peronista y no peronista) por pretender igua-
lar las responsabilidades de los actores involucrados. Comenzaron
diciendo que hubo más terror del lado de los militares y terminaron
afirmando que sólo hubo terrorismo de Estado. No concuerdo con
la teoría de los dos demonios, y mucho menos con la de un único
demonio. La CONADEP sugiere implícitamente que se trata de
demonios relativamente nuevos. Pienso, por el contrario, que los
demonios argentinos habitan y se procrean en la larga duración del
tiempo histórico, son de una jerarquía mayor. Mi hipótesis es que
la nación fue acunada en una guerra civil que se internalizó en el
inconsciente colectivo, que los argentinos se acostumbraron a vivir
en estado de guerra permanente, manifiesto o latente, que la paz los
66 aburre.
y
El aspecto más notable para un observador externo de la realidad
argentina es la tensión que se expresa en la superficie de las relacio-
nes sociales y humanas. Mi hipótesis es que detrás de esa tensión
existe un resentimiento de larga duración que está presente en la
mayoría de los argentinos, independientemente de sus diferencias
de clase, de corporaciones o de ideología política. El origen de ese
resentimiento no residiría en las supuestas intenciones perversas de 67
determinados actores de la historia reciente, va más allá. Los pue-
blos no construyen su historia de forma consciente o racional, son
portadores de valores y sentimientos que sus ciudadanos heredan
del pasado de la nación, así como de la experiencia de su generación.
Los valores y sentimientos que los individuos heredan de su familia
o grupo étnico-social de pertenencia no son capaces, en la mayoría
de los casos, de avanzar a contramano de aquellos que provienen del
espíritu del tiempo.
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de Rusia y otra de Inglaterra. Obtienen nuevos nombres y nada les
permite sospechar que son adoptados o extranjeros. El lector será
llevado a concluir que el resultado más probable a observar en los
años 30 y 40 será que uno de los trillizos habrá ganado el kit de los
valores y sentimientos de los nazis, otro el de los comunistas y el
restante de los liberales.
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en muchas de las atrasadas provincias del interior del país no ocu-
rría lo mismo. Cuando la situación económica en esas provincias se
volvió insostenible se creó una fuerte corriente migratoria interna
en la dirección de Buenos Aires. Principalmente a partir de 1930,
el interior del país sumó una nueva ola poblacional a la anterior de
los inmigrantes europeos, trayendo nuevos conflictos y tensiones.
Los nuevos emigrantes tenía otro color de piel y otras costumbres
civilizatorias, sus raíces indígenas eran inocultables. Si los europeos
habían sido mal recibidos, ellos lo serían peor todavía. Esa masa de
argentinos era el recuerdo vivo de una guerra civil mal resuelta.
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entre peronistas y antiperonistas. Igual que las familias, las princi-
pales instituciones y clases sociales del país fueron atravesadas por
esa división.
y
La guerra civil no es un invento peronista, obviamente, pero su
fantasma asoló a sus dos gobiernos emblemáticos: el de Perón y
Eva (1946-1955) y el de Perón e Isabel (1973-1976). Tanto en 1955
como en 1973 el país vivió al borde de la guerra civil, con grupos
de civiles y militares armados matando gente por la calle. No es
casualidad. La historia del peronismo y de las fuerzas armadas es
concomitante, ambos actores se resienten por igual de su destino, se 73
sienten incomprendidos e sujetos a injusticia por parte de sus adver-
sarios, los cuales no merecen ni la ley. “Al amigo, todo; al enemigo,
ni justicia”, según una conocida sentencia de Perón pronunciada
frente a las cámaras en 1971, que sirve para ilustrar tanto el com-
portamiento histórico del peronismo, como el de las dictaduras
militares.
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continúa dividida. Es importante entender la sobredeterminación
del presente por el pasado en la Argentina. Eso ocurrió en los 70
y continuará ocurriendo en el futuro, por lo menos hasta que los
argentinos se sientan parte otra vez de una historia común.
2012
nos y quizás no hubiera habido ni siquiera un Videla, ¿quién sabe?
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ser superado u olvidado, transformando a los seres humanos en
rumiantes de la memoria. Esto trae consecuencias que el análisis
político y social contemporáneo no sabe todavía como enfrentar.
En las últimas décadas, las ciencias han reivindicado el valor de la
memoria como una parte esencial de la condición humana. Pero el
congelamiento de un sufrimiento vivido amenaza al futuro con la
espada de la venganza. El recuerdo y registro de los hechos histó-
ricos es tan deseable como el olvido de los sentimientos negativos
asociados a esos mismos hechos. ¿Qué hacer, entonces, cuando
determinadas sociedades o grupos humanos quedan presos de un
resentimiento que se retroalimenta, estableciendo un círculo vicioso
que amenaza no tener fin? Para no caer en el abismo de la barbarie,
vencedores y vencidos deberán buscar algún tipo de reconciliación.
El perdón y el sacrificio son los únicos caminos para eso. El tiempo
78 por sí solo no cura el resentimiento; por el contrario, lo aumenta.
La reconciliación no llega si los actores (o los descendientes de estos
actores) no quieren perdonar ni ser perdonados.
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—quien en 1995 confesó arrepentido su participación en los lla-
mados “vuelos de la muerte” de la Marina, que arrojaban personas
vivas al mar— rápidamente es denigrado por todos, organizaciones
de derechos humanos, actores políticos, opinión pública y gobierno.
¡No sea el caso que su actitud sea imitada! En la Argentina son in-
centivadas y premiadas las acusaciones y la justicia punitiva, nunca
las confesiones y la justicia reparadora
Parece que los agravios, de palabra y de hecho, que cada uno de los
actores hizo contra el otro en el pasado, no pudiesen ser olvidados.
¿Qué hacer para salir de esta situación? La reconciliación es la única
solución existente. Pero la misma tiene un fondo trágico que para
ser superado necesita del perdón y de la verdad. Y sin embargo,
el perdón no siempre es posible, posee un aspecto existencial que
supera las posibilidades de la política. ¿Como se podría perdonar
2012
lo imperdonable? se preguntaba Jacques Derrida a propósito del
Holocausto. No obstante, el perdón es imaginable como posibili-
dad siempre que la verdad sea revelada para todos. Sin verdad no
hay qué perdonar. ¿Pero qué hacer entonces cuando la verdad no es
consensual y, por lo tanto, ni siquiera existe la eventualidad de una
reconciliación por el perdón? En este caso sólo restan las confe-
siones. Una muestra de la degradación de quienes hoy reclaman el
perdón para los militares o defienden la amnistía que protege a los
guerrilleros es el hecho de que no reivindican en ningún caso la
debida confesión de los mismos.
2012
memorias vigentes en la Argentina, que rechazan la confesión y
el perdón, dos términos que en el vocabulario político vigente
equivalen a malas palabras.
Ernst Jünger
1895-1998