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Pontificia Universidad Católica de Chile

Facultad de Letras

Introducción a los estudios literarios

Sobre La literatura como fenómeno


comunicativo
de Fernando Lázaro Carreter

Matías Quezada

Profesor: Paula Miranda

28 de marzo del 2014


I. Tynianov adviertía de la dificultad de precisar la noción de lo literario, ya que esta sólo
puede ser detectada dentro de una contemporaneidad. Además, agrega Carreter, tampoco
pueden intervenir en su caracterización supuestos estéticos, por la potencialidad de “cualquier
acontecimiento, cualquier fenómeno verbal o no, de naturaleza humana o no, [para] ser
portador de la función estética” (152), y considera esto, aparte de grandes áreas que, no siendo
consideradas por nosotros como bellas, sí pueden ser calificadas de literarias. De todas
maneras, lo literario, admite éste, “es lo que a una persona parece literario”, solución, aunque
extremadamente amplia, no incorrecta.

Sería de primordial importancia la necesidad de superar el fantasma de la “esencia


intemporal de la literatura” de Barthes, esa lucha “contra una entelequia que se produce
justamente por identificar literatura con valor literario” (154), trasladando al hecho literario, en
su calidad de signo, al campo de la semiótica y dejando de lado el argumento estético por su
tendencia a los juicios de valor. Para alcanzar la definición –término arriesgado–, sería preciso
abandonar los aspectos dinámicos o evolutivos del arte y concentrarse en lo común y
característico.

Como signo, corresponde considerar actos de comunicación: lo literario existe


únicamente entre un emisor y un lector, como acertadamente explica Mukarovsky, “destinada a
servir de intermediaria entre emisor y la colectividad” (Mukarovsky 3)1. Habrá de diferenciar el
signo estético de los demás signos, para lo que recurre al modelo de funciones del lenguaje de
R. Jakobson. En ésta, la literatura es caracterizada exclusivamente con la función poética, en la
que el mensaje refiere a sí mismo; deficiente, sin embargo, pues “considera el texto artístico
como un mensaje cuya idiosincrasia reside sólo en su lengua” (Carreter 156), comparado por
M. Marghescou con buscar la humanidad del hombre en su composición celular. Se llegaría,
probablemente, a una delimitación más o menos definida, pero incompleta por sí sola. Carreter
estudia el fenómeno desde (1) un mensaje y (2) un sistema de significante.

En cuanto al mensaje como transmisión de información, aún en la literatura más


informativa no es éste el objetivo de ésta. De hecho, como cita Carreter de G. Steiner, “la
literatura es lenguaje liberado de su responsabilidad suprema de información” (157). No habría
nada que obligue a emisor ni a receptor a establecer contacto, estableciéndose en una especie de
gratuidad comunicativa. El contacto implica una distancia, un espacio donde puede efectuarse.
En un polo de este espacio encontramos al emisor en posición de auctoritas, un creador distante
en ausencia de necesidades evidentes o inmediatas de interacción, que se dirige a un receptor
no específico con un mensaje que no espera respuesta (“comunicación centrífuga”).
Simplemente busca expresarse; y, sin embargo, la literatura no puede existir hasta su encuentro
con un lector, con la iniciativa del contacto. Ésta también, dice Carreter, es prácticamente
desinteresada; se acude a la literatura por azar y ocio o devoción y búsqueda, no buscando un
conocer.

Además, para el receptor la literariedad de un texto dependería, en cuanto a su situación,


a la actualidad del texto en el propio contexto del lector. El mensaje, a pesar de su carácter
inmutable e intangible, solo llega a existir como vía de comunicación a través de la iniciativa
del receptor, donde es por él que la frontera de lo literario, como dice Carreter, queda marcada.

La inasistencia del autor al momento comunicativo implicaría un no-contexto para el


acto. Un no-contexto por la ausencia física del interlocutor en la emisión y la recepción del
mensaje, pero no una ausencia total: ambos se encuentran en la misma obra. Ésta recibe toda su
significación de sí misma, es su propio referente. Al acceso del lector, se produce lo que
Carreter llama “situación de lectura” (161), el estado contextual e interior de quien recibe el
mensaje y debe decodificarlo. De este estado depende entonces la significación final del
mensaje. Como escribe Richards en su Practical criticism, en ese momento es “nuestra propia
naturaleza, y la naturaleza del mundo en que vivimos, deciden por nosotros”, donde incluso el
ruido producido por los desajustes de intelección puede ser considerados como información –
como el hecho estético de Borges. Y, sin embargo, Carreter le admite una perfecta
intangibilidad al mensaje literario.

El autor fija “las correspondencias entre sustancia y expresión” (163), las cuales
permanecen, volviéndose así significativos todos y cada uno de sus elementos. El mismo
cuerpo material del mensaje se vuelve significativo. Pero, ¿es el autor consciente de cada una
de esas combinaciones de significaciones?

Por otro lado, se repasa la forma. Se pregunta por el lenguaje literal –también tratado
como norma–, por el no literal; busca la literariedad de la misma manera en que su criticada
Hamburger busca: en la comunicación como traspaso de información, el pragmatismo antiguo
del que pretende escapar. Para Todorov no existía género más moderno que el que traspasa su
naturaleza de género, de clase, de separación. Es decir, es justamente en la relatividad del factor
estético donde se ha de buscar la idea de arte.
Sabemos que no puede haber valor literario sin un lector o sin un autor. El arte, entonces,
no puede surgir sin la existencia de al menos dos sensibilidades. Y es en esta reciprocidad
donde la “lucha de la humanidad por una verdad que le resulta necesaria” (I. Lotman, La
estructura del texto artístico, 9-10) donde se pierde la gratuidad comunicativa: el arte es, ante
todo, un contacto con un ser diferente al propio. Y esta es básicamente una definición de
comunicación.

Existen cuatro estadios que el mensaje debe atravesar. Un ser –humano, absolutamente
incomunicado, sin contar unos precarios cinco sentidos– codifica a través de una sensibilidad
un mensaje que deberá ser percibido a través de sentidos por otra sensibilidad, y alcanzando así
a otro ser. El segundo sujeto, en presencia de un movimiento ajeno a sí mismo, verifica que
existe realmente otro sujeto (y comprueba a la vez su propia existencia, pero eso no concierne a
este trabajo). Pero esto sería inherente a cualquier acto comunicativo. El otro sujeto podría ser
parte de un espejismo más, una ilusión de los sentidos. El arte se transforma en arte en el
momento en que en la imagen del otro que percibimos en torno al mensaje deviene ser, el
momento en que participamos de su sensibilidad y percibimos su existencia, atravesando el
vacío que nos separa de él. Es un intento de negación o superación de la soledad. Para el autor
no es posible controlar las significaciones que alcanzará su obra, y por lo tanto el intento de
contacto trasciende al intento por comunicación. Para establecer una idea, siempre
aproximativa, de literariedad, sería necesario entonces fijarse como centro el estudio de los
rasgos que indiquen la presencia nunca inmediata de otra sensibilidad.

Y por tanto, al depender de una sensibilidad, no puede lo literario, en tanto arte, separarse
de lo estético, del estudio del efecto de objetos sobre la sensibilidad. Por un lado, habría que
estudiar el objeto literario en cuanto capaz de transportar rasgos sensibles, y por otro, no menos
importante, a la misma sensibilidad como puerto de comunicación del ser. No se puede separar
al hecho estético del sujeto sensible.

Bibliografía

1
Mukarovsky, Jan,“L’art comme fait sémiologique”, (1934), Poétique, 3, 1970.

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