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largas espingardas al hombro.

Una gran algarabía llenaba el lugar, y el


Jefe tuvo que repetir varias veces sus palabras para que todos lo oyesen.
-Hay varios hombres y dioses diferentes en el corazón de estos
hombres. Pero mi único Dios es Alá, y por él juro que haré todo lo
posible para vencer una vez más al desierto. Ahora quiero que cada
uno de vosotros jure por el Dios en el que cree, en el fondo de su
corazón, que me obedecerá en cualquier circunstancia. En el desierto,
la desobediencia significa la muerte.
Un murmullo recorrió a todos los presentes, que estaban jurando
en voz baja ante su Dios. El muchacho juró por Jesucristo. El Inglés
permaneció en silencio. El murmullo se prolongó más de lo necesario
para un simple juramento, porque las personas también estaban
pidiendo protección al cielo.
Se oyó un largo toque de clarín y cada cual montó en su animal. El
muchacho y el Inglés habían comprado camellos, y montaron en ellos
con cierta dificultad. Al muchacho le dio lástima el camello del Inglés:
iba cargado con pesadas maletas llenas de libros.
-No existen las coincidencias -dijo el Inglés intentando continuar
la conversación que habían iniciado en el almacén-. Fue un amigo
quien me trajo hasta aquí porque conocía a un árabe que...
Pero la caravana se puso en marcha y le resultó imposible escuchar
lo que el Inglés estaba diciendo. No obstante, el muchacho sabía
exactamente de qué se trataba: era la cadena misteriosa que va uniendo
una cosa con otra, la misma que lo había llevado a ser pastor, a tener
el mismo sueño repetido, a estar en una ciudad cerca de África, y a
encontrar en la plaza a un rey, a que le robaran para conocer a un
mercader de cristales, y...
«Cuanto más se aproxima uno al sueño, más se va convirtiendo la
Leyenda Personal en la verdadera razón de vivir», pensó el muchacho.
La caravana se dirigía hacia poniente. Viajaban por la mañana,
paraban cuando el sol calentaba más, y proseguían al atardecer. El
muchacho conversaba poco con el Inglés, que pasaba la mayor parte
del tiempo entretenido con sus libros.
Entonces se dedicó a observar en silencio la marcha de animales y
hombres por el desierto. Ahora todo era muy diferente del día en que
partieron. Aquel día de confusión, gritos, llantos, criaturas y relinchos
de animales se mezclaban con las órdenes nerviosas de los guías y de
los comerciantes. En el desierto, en cambio, reinaba el viento eterno,

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