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Historia de La Literatura
Historia de La Literatura
Historia
EDAD MEDIA
Cantar de mio Cid
BARROCO
Soledades (Luis De Góngora)
El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, segu?n que la
ocasio?n se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no
pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen
pri?ncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo,
cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su
autoridad a uno y lo hace pri?ncipe para que lo defienda. Pero el que llega al
principado con la ayuda de los nobles se mantiene con ma?s dificultad que el que ha
llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus
iguales, y en tal caso se le hace difi?cil mandarlos y manejarlos como quisiera.
Mientras que el que llega por el favor popular es u?nica autoridad, y no tiene en
derredor a nadie o casi nadie que no este? dispuesto a obedecer. Por otra parte, no
puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los dema?s; pero, en
cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es ma?s honesta
que la de los grandes, queriendo e?stos oprimir, y aque?l no ser oprimido.
Agre?guese a esto que un pri?ncipe jama?s podra? dominar a un pueblo cuando lo
tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se
trata de pocos, le sera? fa?cil. Lo peor que un pri?ncipe puede esperar de un pueblo
que no lo ame es el ser abandonado por e?l; de los nobles, si los tiene por enemigos,
no so?lo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra e?l; pues, ma?s
astutos y clarividentes, siempre esta?n a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que
no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultara? vencedor. Por
u?ltimo, es una necesidad para el pri?ncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero
no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que
teni?a, y quitarles o concederles autoridad a capricho.
RENACIMIENTO
Hamlet (William Shakespeare)
ILUSTRACIÓN
Cartas Marruecas (José Cadalso)
En Europa hay varias clases de escritores. Unos escriben cuanto les viene a la pluma;
otros, lo que les mandan escribir; otros, todo lo contrario de lo que sienten; otros, lo
que agrada al público, con lisonja; otros, lo que les choca, con reprehensiones. Los de
la primera clase están expuestos a más gloria y más desastres, porque pueden producir
mayores aciertos y desaciertos. Los de la segunda se lisonjean de hallar el premio
seguro de su trabajo; pero si, acabado de publicarlo, se muere o se aparta el que se lo
mandó y entra a sucederle uno de sistema opuesto, suele encontrar castigo en vez de
recompensa. Los de la tercera son mentirosos, como los llama Nuño, y merecen por
escrito el odio de todo el público. Los de la cuarta tienen alguna disculpa, como la
lisonja no sea muy baja. Los de la última merecen aprecio por el valor, pues no es poco
el que se necesita para reprehender a quien se halla bien con sus vicios, o bien cree
que el libre ejercicio de ellos es una preeminencia muy apreciable. Cada nación ha
tenido alguno o algunos censores más o menos rígidos; pero creo que para ejercer
este oficio con algún respeto de parte del vulgo, necesita el que lo emprende hallarse
limpio de los defectos que va a censurar. ¿Quién tendría paciencia en la antigua Roma
para ver a Séneca escribir contra el lujo y la magnificencia con la mano misma que se
ocupaba con notable codicia en atesorar millones? ¿Qué efecto podría producir todo
el elogio que hacía de la medianía quien no aspiraba sino a superar a los poderosos en
esplendor? El hacer una cosa y escribir otra es el modo más tiránico de burlar la
sencillez de la plebe, y es también el medio más poderoso para exasperarla, si llega a
comprender este artificio.
ILUSTRACIÓN
El sí de las niñas (Leandro Fernández de Moratín)
DON DIEGO.- Muy bien. Siéntese usted... Y no hay que asustarse ni alborotarse
(Siéntanse los dos) por nada de lo que yo diga; y cuenta, no nos abandone el juicio
cuando más lo necesitamos... Su hija de usted está enamorada...
DOÑA IRENE.- Pues ¿no lo he dicho ya mil veces? Sí, señor, que lo está; y bastaba que
yo lo dijese para que...
DON DIEGO.- ¡Este vicio maldito de interrumpir a cada paso! Déjeme usted hablar.
DOÑA IRENE.- Bien, vamos, hable usted.
DON DIEGO.- Está enamorada; pero no está enamorada de mí.
DOÑA IRENE.- ¿Qué dice usted?
DON DIEGO.- Lo que usted oye.
DOÑA IRENE.- Pero ¿quién le ha contado a usted esos disparates?
DON DIEGO.- Nadie. Yo lo sé, yo lo he visto, nadie me lo ha contado, y cuando se lo
digo a usted, bien seguro estoy de que es verdad... Vaya, ¿qué llanto es ése?
DOÑA IRENE.- (Llora) ¡Pobre de mí!
DON DIEGO.- ¿A qué viene eso?
DOÑA IRENE.- ¡Porque me ven sola y sin medios, y porque soy una pobre viuda,
parece que todos me desprecian y se conjuran contra mí!
DON DIEGO.- Señora doña Irene...
DOÑA IRENE.- Al cabo de mis años y de mis achaques, verme tratada de esta manera,
como un estropajo, como una puerca cenicienta, vale al decir... ¿Quién lo creyera de
usted?... ¡Válgame Dios!... ¡Si vivieran mis tres difuntos!... Con el último difunto que
me viviera, que tenía un genio como una serpiente...
DON DIEGO.- Mire usted, señora, que se me acaba ya la paciencia.
DOÑA IRENE.- Que lo mismo era replicarle, que se ponía hecho una furia del infierno,
y un día de Corpus, yo no sé por qué friolera, hartó de mojicones a un comisario
ordenador, y si no hubiera sido por dos padres del Carmen, que se pusieron de por
medio, lo estrella contra un poste en los portales de Santa Cruz.
DON DIEGO.- Pero ¿es posible que no ha de entender usted a lo que voy a decirle?
DOÑA IRENE.- ¡Ay, no, señor; que bien lo sé, que no tengo pelo de tonta, no, señor!...
Usted ya no quiere a la niña, y busca pretextos para zafarse de la obligación en que
está... ¡Hija de mi alma y de mi corazón!
ROMANTICISMO
Rimas (Gustavo Adolfo Bécquer)
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.
ROMANTICISMO
Canción del pirata (José Espronceda)
Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que
me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece más
chico, mucho más chico, pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa
de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es sin duda una gran casa de un rico
labrador, pero más pequeña que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo
mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo son deliciosas. ¡Qué sendas tan
lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato
murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de
mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a
estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los
vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.
(...)
He pensado muchas veces sobre dos métodos opuestos de educación: el de aquéllos
que procuran conservar la inocencia, confundiendo la inocencia con la ignorancia y
creyendo que el mal no conocido se evita mejor que el conocido, y el de aquéllos que,
valerosamente y no bien llegado el discípulo a la edad de la razón, y salva la delicadeza
del pudor, le muestran el mal en toda su fealdad horrible y en toda su espantosa
desnudez, a fin de que le aborrezca y le evite. Yo entiendo que el mal debe conocerse
para estimar mejor la infinita bondad divina, término ideal e inasequible de todo bien
nacido deseo. Yo agradezco a usted que me haya hecho conocer, como dice la
Escritura, con la miel y la manteca de su enseñanza, todo lo malo y todo lo bueno, a fin
de reprobar lo uno y aspirar a lo otro, con discreto ahínco y con pleno conocimiento de
causa. Me alegro de no ser cándido y de ir derecho a la virtud, y en cuanto cabe en lo
humano, a la perfección, sabedor de todas las tribulaciones, de todas las asperezas
que hay en la peregrinación que debemos hacer por este valle de lágrimas y no
ignorando tampoco lo llano, lo fácil, lo dulce, lo sembrado de flores que está, en
apariencia, el camino que conduce a la perdición y a la muerte eterna.
(...)
Y, sin embargo, no sé qué extraño temor, qué singular escrúpulo, qué apenas
perceptible e indeterminado remordimiento me atormenta ahora, cuando tengo,
como antes, como en otros días de mi juventud, como en la misma niñez, alguna
efusión de ternura, algún rapto de entusiasmo, al penetrar en una enramada frondosa,
al oír el canto del ruiseñor en el silencio de la noche, al escuchar el pío de las
golondrinas, al sentir el arrullo enamorado de la tórtola, al ver las flores o al mirar las
estrellas. Se me figura a veces que hay en todo esto algo de delectación sensual, algo
que me hace olvidar, por un momento al menos, más altas aspiraciones. No quiero yo
que en mí el espíritu peque contra la carne; pero no quiero tampoco que la hermosura
de la materia, que sus deleites, aun los más delicados, sutiles y aéreos, aun los que
más bien por el espíritu que por el cuerpo se perciben, como el silbo delgado del aire
fresco cargado de aromas campesinos, como el canto de las aves, como el majestuoso
y reposado silencio de las horas nocturnas, en estos jardines y huertas, me distraigan
de la contemplación de la superior hermosura, y entibien ni por un momento, mi amor
hacia quien ha creado esta armoniosa fábrica del mundo.
Fragmento pepita jiménez: capítulo I
REALISMO
Doña Perfecta (Benito Pérez Galdós)
Es extraño que hasta ahora no hayamos hecho una afirmación muy importante, y es
que Doña Perfecta era hermosa, mejor dicho, era todavía hermosa, conservando en
su semblante rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta absoluta de
presunción, el no vestirse, el no acicalarse, el odio a las modas, el desprecio de las
vanidades cortesanas eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase
muy poco. También la desmejoraba mucho la intensa amarillez de su rostro,
indicando una fuerte constitución biliosa.
Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha y despejada la frente, todo
observador la consideraba como acabado tipo de la humana figura: pero había en
aquellas facciones cierta expresión de dureza y soberbia que era causa de antipatía.
Así como otras personas, aun siendo feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar,
aun acompañado de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas extrañas la
infranqueable distancia de un respeto receloso; mas para las de casa, es decir, para
sus deudos, parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era maestra en
dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar el lenguaje que mejor cuadraba a cada
oreja.