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Historia de la literatura

Historia
EDAD MEDIA
Cantar de mio Cid

Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayor


y con él ambos sus yernos, los infantes de Carrión.
Acostado en un escaño dormía el Campeador,
ahora veréis qué sorpresa mala les aconteció.
De su jaula se ha escapado, y andaba suelto el león,
al saberlo por la corte un gran espanto cundió.
Embrazan sus mantos las gentes del Campeador
y rodean el escaño protegiendo a su señor.
Pero Fernando González, el infante de Carrión,
no encuentra dónde meterse, todo cerrado lo halló,
metióse bajo el escaño, tan grande era su terror.
El otro, Diego González, por la puerta se escapó
gritando con grandes: "No volveré a ver Carrión.
"Detrás de una gruesa viga metióse con gran pavor
y, de allí túnica y manto todos sucios los sacó.
Estando en esto despierta el que en buen hora nació
y ve cercado el escaño suyo por tanto varón.
"¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis aquí alrededor?"
"Un gran susto nos ha dado, señor honrado, el león."
Se incorpora Mío Cid y presto se levantó,
y sin quitarse ni el manto se dirige hacia el león:
la fiera cuando le ve mucho se atemorizó,
baja ante el Cid la cabeza, por tierra la cara hincó.
El Campeador entonces por el cuello le cogió,
como quien lleva un caballo en la jaula lo metió.
Maravilláronse todos de aquel caso del león
y el grupo de caballeros a la corte se volvió.
Mío Cid por sus yernos pregunta y no los halló,
aunque los está llamando no responde ni una voz.
Cuando al fin los encontraron, el rostro traen sin color
tanta broma y tanta risa nunca en la corte se vio,
tuvo que imponer silencio Mío Cid Campeador.
Avergonzados estaban los infantes de Carrión,
gran pesadumbre tenían de aquello que les pasó.

Fragmento sacado del tercer cantar: La


afrenta de Corpes
EDAD MEDIA
Beowulf

Podrá de este modo vencer al maligno,


si es que el destino consiente que tengan
sus males remedio, que le vuelva la paz
y encuentre un alivio en sus muchas desgracias.
Sufrirá en otro caso constantes ultrajes,
violentas matanzas, en tanto se eleve
y mantenga en el alto el hermoso palacio".
Allá en su caballo el osado vigía,
el guardián, respondió: "El guerrero avisado
que juzga prudente se forma opinión
atendiendo a lo dicho o también a los hechos.
He oído que es ésta una tropa leal
al señor skildingo. ¡Pasad adelante
con armas y cotas! ¡Yo seré vuestro guía!
A los hombres que mando la orden daré
de que guarden a salvo de todo enemigo
la nave que os trajo, el bien embreado
navío en la costa, hasta el día en que el leño
de proa curvada de nuevo os devuelva
a través de la mar al país de los wedras:
al hombre animoso la suerte le ayuda,
salva la vida en la dura batalla".
Se pusieron en marcha. Firme quedaba,
amarrado con cuerdas, el amplio navío,
sujeto en el ancla. Coronaban sus yelmos4
brillantes verracos forjados en oro,
templados al fuego: protegían las vidas
de aquellos valientes. Tras rápida marcha
-ceñida la tropa- alcanzaron a ver
la ensamblada mansión de dorados adornos.5
En la más excelente de todas las salas
debajo del cielo el famoso vivía:
su reflejo llegaba hasta muchas naciones.
El guardián señaló la morada del rey,
la muy reluciente, de modo que a ella
pudiesen llegar. Entonces la vuelta
se dio en su caballo y así les habló:
"Yo ahora me vuelvo. ¡Que Dios Poderoso
os conceda su gracia y haga que a salvo
salgáis de la empresa! Yo corro a la costa
a guardarla de nuevo de gente enemiga".

Fragmento sacado del primer


capítulo: gréndel
BARROCO
Romances (Lope Félix de Vega Carpio)
A mis soledades voy.
De mi soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué, tiene la aldea
Donde vivo y donde muero,
Que con venir de mí mismo
No puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo;
Mas dice mi entendimiento
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
Y solamente no entiendo
Cómo se sufre a sí mismo
Un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
Fácilmente me defiendo;
Pero no puedo guardarme
De los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy,
Pero con falso argumento;
Que humildad y necedad
No caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
Porque en él y en mí contemplo,
Su locura en su arrogancia,
Mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza
Más que supo en otro tiempo,
O tantos que nacen sabios
Es porque lo dicen ellos.
Fragmento de Romances: romace sin título

BARROCO
Soledades (Luis De Góngora)

Era del año la estación florida


en que el mentido robador de Europa,
media luna las armas de su frente,
y el Sol todo los rayos de su pelo,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla, delfín no fue pequeño
al inconsiderado peregrino
que a una Libia de ondas su camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano, pues, antes sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que lo expuso en la playa dio a la roca,
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas,
y al sol lo extiende luego,
que, lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
lento lo embiste, y con suave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien, pues, de su luz los horizontes
que hacían desigual, confusamente,
montes de agua y piélagos de montes,
desdorados los siente,
cuando, entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal, volando,
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso, escala. Fragmento de soledades: “Soledad I”
RENACIMIENTO
El Príncipe (Nicolás Maquiavelo)

El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, segu?n que la
ocasio?n se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no
pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen
pri?ncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo,
cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su
autoridad a uno y lo hace pri?ncipe para que lo defienda. Pero el que llega al
principado con la ayuda de los nobles se mantiene con ma?s dificultad que el que ha
llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus
iguales, y en tal caso se le hace difi?cil mandarlos y manejarlos como quisiera.
Mientras que el que llega por el favor popular es u?nica autoridad, y no tiene en
derredor a nadie o casi nadie que no este? dispuesto a obedecer. Por otra parte, no
puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los dema?s; pero, en
cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es ma?s honesta
que la de los grandes, queriendo e?stos oprimir, y aque?l no ser oprimido.
Agre?guese a esto que un pri?ncipe jama?s podra? dominar a un pueblo cuando lo
tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se
trata de pocos, le sera? fa?cil. Lo peor que un pri?ncipe puede esperar de un pueblo
que no lo ame es el ser abandonado por e?l; de los nobles, si los tiene por enemigos,
no so?lo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra e?l; pues, ma?s
astutos y clarividentes, siempre esta?n a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que
no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultara? vencedor. Por
u?ltimo, es una necesidad para el pri?ncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero
no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que
teni?a, y quitarles o concederles autoridad a capricho.

Fragmento de “el príncipe”: capítulo ix

RENACIMIENTO
Hamlet (William Shakespeare)

Ser o no ser… He ahí el dilema.


¿Qué es mejor para el alma,
sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,
o levantarse en armas contra el océano del mal,
y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir…
Nada más; y decir así que con un sueño
damos fin a las llagas del corazón
y a todos los males, herencia de la carne,
y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir… ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño
de la muerte ¿qué sueños sobrevendrán
cuando despojados de ataduras mortales
encontremos la paz? He ahí la razón
por la que tan longeva llega a ser la desgracia.
¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas [del mundo,
la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio,
la angustia del amor despreciado, la espera del juicio,
la arrogancia del poderoso, y la humillación
que la virtud recibe de quien es indigno,
cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso
en el filo desnudo del puñal? ¿Quién puede soportar
tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga
tan pesada? Nadie, si no fuera por ese algo tras la [muerte
—ese país por descubrir, de cuyos confines
ningún viajero retorna— que confunde la voluntad
haciéndonos pacientes ante el infortunio
antes que volar hacia un mal desconocido.
La conciencia, así, hace a todos cobardes
y, así, el natural color de la resolución
se desvanece en tenues sombras del pensamiento;
y así empresas de importancia, y de gran valía,
llegan a torcer su rumbo al considerarse
para nunca volver a merecer el nombre
de la acción. Pero, silencio… la hermosa Ofelia ¡Ninfa,
en tus plegarias, jamás olvides mis pecados!

Fragmento hamlet: acto iii, escena i

ILUSTRACIÓN
Cartas Marruecas (José Cadalso)

En Europa hay varias clases de escritores. Unos escriben cuanto les viene a la pluma;
otros, lo que les mandan escribir; otros, todo lo contrario de lo que sienten; otros, lo
que agrada al público, con lisonja; otros, lo que les choca, con reprehensiones. Los de
la primera clase están expuestos a más gloria y más desastres, porque pueden producir
mayores aciertos y desaciertos. Los de la segunda se lisonjean de hallar el premio
seguro de su trabajo; pero si, acabado de publicarlo, se muere o se aparta el que se lo
mandó y entra a sucederle uno de sistema opuesto, suele encontrar castigo en vez de
recompensa. Los de la tercera son mentirosos, como los llama Nuño, y merecen por
escrito el odio de todo el público. Los de la cuarta tienen alguna disculpa, como la
lisonja no sea muy baja. Los de la última merecen aprecio por el valor, pues no es poco
el que se necesita para reprehender a quien se halla bien con sus vicios, o bien cree
que el libre ejercicio de ellos es una preeminencia muy apreciable. Cada nación ha
tenido alguno o algunos censores más o menos rígidos; pero creo que para ejercer
este oficio con algún respeto de parte del vulgo, necesita el que lo emprende hallarse
limpio de los defectos que va a censurar. ¿Quién tendría paciencia en la antigua Roma
para ver a Séneca escribir contra el lujo y la magnificencia con la mano misma que se
ocupaba con notable codicia en atesorar millones? ¿Qué efecto podría producir todo
el elogio que hacía de la medianía quien no aspiraba sino a superar a los poderosos en
esplendor? El hacer una cosa y escribir otra es el modo más tiránico de burlar la
sencillez de la plebe, y es también el medio más poderoso para exasperarla, si llega a
comprender este artificio.

Fragmento cartas marruecas: carta lxvi (del mismo al mismo)

ILUSTRACIÓN
El sí de las niñas (Leandro Fernández de Moratín)

DON DIEGO.- Muy bien. Siéntese usted... Y no hay que asustarse ni alborotarse
(Siéntanse los dos) por nada de lo que yo diga; y cuenta, no nos abandone el juicio
cuando más lo necesitamos... Su hija de usted está enamorada...
DOÑA IRENE.- Pues ¿no lo he dicho ya mil veces? Sí, señor, que lo está; y bastaba que
yo lo dijese para que...
DON DIEGO.- ¡Este vicio maldito de interrumpir a cada paso! Déjeme usted hablar.
DOÑA IRENE.- Bien, vamos, hable usted.
DON DIEGO.- Está enamorada; pero no está enamorada de mí.
DOÑA IRENE.- ¿Qué dice usted?
DON DIEGO.- Lo que usted oye.
DOÑA IRENE.- Pero ¿quién le ha contado a usted esos disparates?
DON DIEGO.- Nadie. Yo lo sé, yo lo he visto, nadie me lo ha contado, y cuando se lo
digo a usted, bien seguro estoy de que es verdad... Vaya, ¿qué llanto es ése?
DOÑA IRENE.- (Llora) ¡Pobre de mí!
DON DIEGO.- ¿A qué viene eso?
DOÑA IRENE.- ¡Porque me ven sola y sin medios, y porque soy una pobre viuda,
parece que todos me desprecian y se conjuran contra mí!
DON DIEGO.- Señora doña Irene...
DOÑA IRENE.- Al cabo de mis años y de mis achaques, verme tratada de esta manera,
como un estropajo, como una puerca cenicienta, vale al decir... ¿Quién lo creyera de
usted?... ¡Válgame Dios!... ¡Si vivieran mis tres difuntos!... Con el último difunto que
me viviera, que tenía un genio como una serpiente...
DON DIEGO.- Mire usted, señora, que se me acaba ya la paciencia.
DOÑA IRENE.- Que lo mismo era replicarle, que se ponía hecho una furia del infierno,
y un día de Corpus, yo no sé por qué friolera, hartó de mojicones a un comisario
ordenador, y si no hubiera sido por dos padres del Carmen, que se pusieron de por
medio, lo estrella contra un poste en los portales de Santa Cruz.
DON DIEGO.- Pero ¿es posible que no ha de entender usted a lo que voy a decirle?
DOÑA IRENE.- ¡Ay, no, señor; que bien lo sé, que no tengo pelo de tonta, no, señor!...
Usted ya no quiere a la niña, y busca pretextos para zafarse de la obligación en que
está... ¡Hija de mi alma y de mi corazón!

Fragmento sí de las niñas: escena xi

ROMANTICISMO
Rimas (Gustavo Adolfo Bécquer)

Espíritu sin nombre,


indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro


de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube


que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,


soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,


perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,


susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos


del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos


que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta. Fragmento de rimas: rima v

ROMANTICISMO
Canción del pirata (José Espronceda)

Con diez cañones por banda,


viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman


por su bravura el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,


en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.

Navega, velero mío,


sin temor,
que el enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor (…)

Que es mi barco mi tesoro


Que es mi dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria, la mar…
Fragmento canción del pirata
REALISMO
Pepita Jiménez (Juan Valera)

Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que
me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece más
chico, mucho más chico, pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa
de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es sin duda una gran casa de un rico
labrador, pero más pequeña que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo
mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo son deliciosas. ¡Qué sendas tan
lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato
murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de
mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a
estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los
vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.
(...)
He pensado muchas veces sobre dos métodos opuestos de educación: el de aquéllos
que procuran conservar la inocencia, confundiendo la inocencia con la ignorancia y
creyendo que el mal no conocido se evita mejor que el conocido, y el de aquéllos que,
valerosamente y no bien llegado el discípulo a la edad de la razón, y salva la delicadeza
del pudor, le muestran el mal en toda su fealdad horrible y en toda su espantosa
desnudez, a fin de que le aborrezca y le evite. Yo entiendo que el mal debe conocerse
para estimar mejor la infinita bondad divina, término ideal e inasequible de todo bien
nacido deseo. Yo agradezco a usted que me haya hecho conocer, como dice la
Escritura, con la miel y la manteca de su enseñanza, todo lo malo y todo lo bueno, a fin
de reprobar lo uno y aspirar a lo otro, con discreto ahínco y con pleno conocimiento de
causa. Me alegro de no ser cándido y de ir derecho a la virtud, y en cuanto cabe en lo
humano, a la perfección, sabedor de todas las tribulaciones, de todas las asperezas
que hay en la peregrinación que debemos hacer por este valle de lágrimas y no
ignorando tampoco lo llano, lo fácil, lo dulce, lo sembrado de flores que está, en
apariencia, el camino que conduce a la perdición y a la muerte eterna.
(...)
Y, sin embargo, no sé qué extraño temor, qué singular escrúpulo, qué apenas
perceptible e indeterminado remordimiento me atormenta ahora, cuando tengo,
como antes, como en otros días de mi juventud, como en la misma niñez, alguna
efusión de ternura, algún rapto de entusiasmo, al penetrar en una enramada frondosa,
al oír el canto del ruiseñor en el silencio de la noche, al escuchar el pío de las
golondrinas, al sentir el arrullo enamorado de la tórtola, al ver las flores o al mirar las
estrellas. Se me figura a veces que hay en todo esto algo de delectación sensual, algo
que me hace olvidar, por un momento al menos, más altas aspiraciones. No quiero yo
que en mí el espíritu peque contra la carne; pero no quiero tampoco que la hermosura
de la materia, que sus deleites, aun los más delicados, sutiles y aéreos, aun los que
más bien por el espíritu que por el cuerpo se perciben, como el silbo delgado del aire
fresco cargado de aromas campesinos, como el canto de las aves, como el majestuoso
y reposado silencio de las horas nocturnas, en estos jardines y huertas, me distraigan
de la contemplación de la superior hermosura, y entibien ni por un momento, mi amor
hacia quien ha creado esta armoniosa fábrica del mundo.
Fragmento pepita jiménez: capítulo I
REALISMO
Doña Perfecta (Benito Pérez Galdós)

Ved con cuánta tranquilidad se consagra a la escritura la señora doña


Perfecta. Penetrad en su cuarto, apesar de lo avanzado de la hora, y
la sorprenderéis en grave tarea, compartido su espíritu entre la meditación y unas
largas y concienzudas cartas que traza a ratos con segura pluma y correctos perfiles.
Dale de lleno en el rostro y busto y manos la luz del quinqué, cuya pantalla deja en
dulce penumbra el resto de la persona y la pieza casi toda. Parece una figura
luminosa evocada por la imaginación en medio de las vagas sombras del miedo.

Es extraño que hasta ahora no hayamos hecho una afirmación muy importante, y es
que Doña Perfecta era hermosa, mejor dicho, era todavía hermosa, conservando en
su semblante rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta absoluta de
presunción, el no vestirse, el no acicalarse, el odio a las modas, el desprecio de las
vanidades cortesanas eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase
muy poco. También la desmejoraba mucho la intensa amarillez de su rostro,
indicando una fuerte constitución biliosa.
Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha y despejada la frente, todo
observador la consideraba como acabado tipo de la humana figura: pero había en
aquellas facciones cierta expresión de dureza y soberbia que era causa de antipatía.
Así como otras personas, aun siendo feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar,
aun acompañado de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas extrañas la
infranqueable distancia de un respeto receloso; mas para las de casa, es decir, para
sus deudos, parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era maestra en
dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar el lenguaje que mejor cuadraba a cada
oreja.

Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas y cosas devotas, que


exaltaban sin fruto ni objeto su imaginación, la habían envejecido prematuramente,
y, siendo joven, no lo parecía. Podría decirse de ella que con sus hábitos y su sistema
de vida se había labrado una corteza, un forro pétreo, insensible, encerrándose
dentro como el caracol en su casa portátil. Doña Perfecta salía pocas veces de su
concha.

Fragmento doña perfecta: capítulo xxxi

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