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lectura del evangelio de S. Lucas, que será el evangelista que nos acompañe,
fundamentalmente, en las eucaristías del año que comenzamos. Iniciar un nuevo
ciclo o año litúrgico no significa o no debe significar repetir lo que ya sabemos.
La finalidad del Adviento está en buscar y descubrir a Jesucristo en el mundo
real en el que vivimos, no en el que nosotros quisiéramos. Celebraremos
realmente el Adviento si somos conscientes de nuestras pobrezas y limitaciones
y nos abrimos a la Palabra de Dios, que en Adviento resume las esperas y las
búsquedas del hombre; que nos asegura que esperamos a alguien que va a
llegar y a colmar con su presencia nuestras más profundas aspiraciones.
Iniciemos, por tanto, un nuevo año, despiertos y vigilantes.
San Pablo insta a los cristianos de Tesalónica, que pensaban que la llegada del
Señor era inminente, a que llevaran una vida digna de Cristo, en la que
prevaleciera la caridad por encima de todo, para cuando llegara ese momento
(1Tes 2,12). La generosidad es la virtud que nos conduce a dar y darnos a los
demás de una manera habitual, firme y decidida, buscando su bien y poniendo
a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como
cualidades y talentos.
Porque es enriquecer a los que nos rodean con nuestros propios valores,
colaborando en la transformación de la sociedad, sin permitir que se
desperdicien los dones y cualidades que Dios ha dado a cada uno.
Porque compartir implica estar atento y saber reconocer la necesidad del otro,
abriéndose a los demás y abriendo el propio interior al amor de los otros.
Porque al vivir esta virtud no desde un punto de vista teórico, sino práctico,
lograremos una mayor armonía en la familia y en la sociedad, trabajando y
luchando juntos y capacitaremos a los demás a formar la propia familia con más
posibilidades de estabilidad, éxito y felicidad.