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El Trabajo GRADA1, (Entre)Tensiones para la discusión: un aporte a la

reflexión sobre Políticas Sociales de Juventud

Numerosos autores ligados al trabajo y al estudio de la realidad juvenil (particularmente la


urbano popular) en nuestro país y en el mundo, hacen manifestaciones de alerta respecto a la
dramática situación de exclusión que viven los jóvenes y el peligro que ello conlleva a corto y
mediano plazo para la estabilidad del sistema democrático; “en América Latina, tras un largo
período durante el cual aumentaron las desigualdades sociales, nos encontramos ante una
amenaza muy concreta de escisión de la sociedad en dos mitades y de relegación de muchos
jóvenes a una situación de marginalidad que no lleva a ningún tipo de movilización política (...) Y
esto podría llevar a una tranquilidad política artificial que desembocaría en un agravamiento de
formas no políticas de marginalización, de la violencia urbana al consumo de drogas (...) Y hasta
tal vez en un debilitamiento cada vez mayor de la democracia” (Alain Touraine, 1998, p. 87).

En definitiva, la construcción de políticas sociales en materia de juventud es de vital


importancia para generar un marco lógico-conceptual, ideológico y metodológico para enfrentar
la problemática de la exclusión juvenil (social, política, económica y cultural) 2 y con ello
favorecer y fortalecer el desarrollo democrático de nuestro país.

Para generar políticas sociales en dirección a aumentar la participación de los jóvenes


social, política, económica y culturalmente, se debe en primer lugar acordar ciertos supuestos
básicos o resolver ciertas tensiones que se reflejan en el trabajo directo con jóvenes.

(Entre) tensiones

En términos generales el trabajo de GRADA intenta promover y facilitar procesos que


apuntan al mejoramiento en la calidad de vida de jóvenes que viven en sectores poblacionales de
Santiago, desarrollando en ellos destrezas para idear, sentir, orientar, organizar y llevar adelante
en conjunto esos cambios. Creemos fundamental que para que estos cambios operen de manera
efectiva, deben vincularse con el desarrollo de un proceso reflexivo y afectivo en la acción, en
torno a la cotidianeidad de los sujetos, a su condición individual y colectiva, a su subjetividad.

Distinguimos entonces de manera gruesa y con fines más bien didácticos, un sujeto con
respecto a la acción del modelo GRADA: los jóvenes, y un espacio social en el que se
desenvuelve su cotidianeidad: el mundo urbano popular. Es en la relación del modelo GRADA
-en sus dimensiones teórica, metodológica e ideológica- con la realidad, con el sistema social,
económico y político, que aparecen ciertas tensiones en estas dos dimensiones que acabamos de
distinguir: el sujeto y el espacio social. Hacer un intento por resolverlas sería el primer paso para
construir políticas sociales dirigidas hacia la juventud.

1
GRADA, Grupo de Apoyo al Desarrollo Autogestionado, es una ONG que trabaja desde 1987 en pos del desarrollo
juvenil poblacional.
2
Una buena reseña temática acerca de la exclusión juvenil puede encontrarse en Dávila (1995 y 1998 a y b) y
Touraine (1998) entre otros.
1. El sujeto disociado

La primera tensión que podemos distinguir dice relación con las representaciones sociales
que tiene la sociedad chilena del sujeto juvenil. Como dice Alain Touraine (1998) (consultor para
el gobierno de Chile en el tema juventud); los jóvenes, por una parte representan el porvenir del
país, la confianza en la continuidad, un instrumento de modernización, la esperanza; y por otra,
representan un elemento marginal y hasta peligroso, una imagen de discontinuidad y ruptura con
respecto al resto del país.

Esta dicotomía tiene repercusiones directas sobre el trabajo con jóvenes populares. Las
políticas sociales del Estado en el tema Juvenil (si es que existen) se debaten entre estas imágenes
así como el quehacer de agencias internacionales y nacionales, no gubernamentales, religiosas,
etc. La inconsecuencia se trasluce...Cuando se utiliza el término de moda “jóvenes en riesgo
social”, ¿Qué se expresa con ese lenguaje en realidad: que el joven está permanentemente en
peligro o más bien que ese joven desescolarizado, cesante, tal vez consumidor y abusador si no
adicto a las drogas, probablemente también delincuente, es un riesgo para la sociedad así como
está hoy?

El problema que surge en lo concreto es intentar relacionarse con un sujeto del cual se
tienen imágenes no integradas. Por una parte, uno debería potenciar sus propios recursos, y por
otra, uno debería intentar controlar sus conductas. Uno podría trabajar de igual a igual con él
creando en conjunto soluciones para sus problemáticas o bien podría seducirlo para integrarlo a
un programa previamente definido por la autoridad pertinente que no tiene posibilidades de ser
re-definido. Grada trabaja desde la primera perspectiva, pero se enfrenta constantemente con la
dificultad de tratar con poderes y financistas que asumen el trabajo con jóvenes más bien desde la
segunda. Cuando se tiene que concursar por recursos para solventar un proyecto se exige entrar
en una lógica que establece que para trabajar con jóvenes se deben presentar actividades
previamente definidas y objetivos y resultados esperados con énfasis en el control de conductas
de desviación. Cuando se les expone que aquéllos serán definidos en conjunto con los “jóvenes
beneficiarios” –en el lenguaje de las políticas sociales- entonces, automáticamente se pierde la
posibilidad de acceder a los fondos. Así nace la obligación de quienes trabajamos con los jóvenes,
y no sólo para ellos, de maquillar nuestros proyectos y enfatizar aspectos de nuestro trabajo que
no consideramos los más centrales.

Uno de esos aspectos centrales para Grada y que se relaciona con lo tratado hasta aquí es la
necesidad de trabajar en la construcción de identidad juvenil. Según un estudio realizado por
Grada en 1998 financiado por CONACE, el proceso de construcción de identidad de los jóvenes
urbano populares se funda en lo que no son, es decir, no son estudiantes, ni trabajadores, ni
responsables, etc. Esta definición negativa crea una tensión en la vida de los jóvenes que es
resuelta por ejemplo con un embarazo precoz (“soy mamá”) o con la incursión en conductas
desviadas (“soy malo”). El trabajo de Grada apunta a integrar las imágenes del sujeto juvenil,
intentando construir con él una identidad positiva y propositiva.
2. El espacio social fragmentado

La representación de la juventud no es la única que sufre de una disociación en nuestro


país, también lo es la imagen que se tiene del país mismo. Estas tensiones, si bien no son ajenas a
la sociedad en su totalidad se manifiestan y se viven con especial dramatismo en el mundo
urbano popular: la representación que se tiene de estos sectores y la identidad que se construye en
base a ella ha sufrido en la última década una fragmentación creciente.

La conceptualización de los sectores populares no ha sido a lo largo de la historia de


nuestro país una tarea fácil, no obstante, siempre han estado presentes, y uno de sus rasgos
distintivos ha sido su presencia de carácter colectivo (Dávila, 1998). Sin embargo, las grandes
categorías para comprender los sectores populares han ido quedando atrás y han sido
reemplazadas por categorías parciales y particulares, con sus propios problemas y necesidades
parciales y particulares y, por supuesto, con posibles soluciones parciales y particulares. Lejos
queda, por ejemplo, la noción de proletariado, categoría que aglutina a todos aquellos individuos
que cuentan nada más que con su fuerza de trabajo, y además, se caracterizaba por la posibilidad
y la potencialidad de su accionar colectivo en función de esta identidad (op cit).

Es esta una tensión que funda las dificultades de llevar a cabo proyectos de índole
comunitaria, pues la identidad popular se encuentra, desde el discurso oficial, profundamente
fragmentada, y desde esta identidad fragmentada, se fragmentan también las necesidades del
colectivo y las posibilidades de acción ante tales necesidades. Los sectores populares se
encuentran desentendidos de sus propias necesidades y capacidades, al hablar -por la boca de este
sujeto social- el discurso de otro.

Siguiendo a Dávila, la asociación entre sectores populares y sectores pobres es inmediata,


pero son necesarias algunas precisiones, pues en función de la mencionada fragmentación
identitaria, los sectores populares que antes fueron el proletariado o la clase popular, conscientes
y capaces de la importancia y la posibilidad de su actuar colectivo hoy no existen y se van
constituyendo -obra y gracia del discurso oficial y de su juego lingüístico que como bien sabemos
crea realidades- en sectores carenciados, en los que se desfigura la posibilidad de reflexión y
acción colectiva y autogestionada, y los convierte en un objeto necesitado de una acción externa,
que por cierto ofrece soluciones parciales a problemas también parciales. Las problemáticas
sociales han sido despojadas de su carácter estructural.

Con lo anterior, el proceso de democratización de los espacios locales se obstaculiza, pues


en su lugar opera una lógica proteccionista. El actor social popular se desintegra y con éste el
protagonismo que el mismo pueda tener en la dirección de su propia vida. El protagonismo y la
capacidad de acción colectiva de antaño, en cuanto sectores populares, da paso a la caridad y a la
desesperanza reinante en los sectores pobres de hoy que han extraviado su condición de clase
social.

Este problema de identidad disociada no es exclusivo, como ya dijimos, de este sector. La


clase media habla por teléfonos celulares de palo y se endeuda para ir a Miami; Chile vende su
imagen de Jaguar en el exterior cuando el 40% más pobre de los hogares del país participa sólo
del 13% de los ingresos mientras el 10% más rico de los hogares concentra más del 39% de los
ingresos (Naciones Unidas, Comisión Económica Para América Latina y El Caribe, NU- CEPAL,
1998). Lo que nos parece grave es que ese sector menos privilegiado no se reconozca a sí mismo
en sus necesidades, no se mire, se asocie y se organice en pos de sus intereses. Lo grave es que
hoy, a pesar de sufrir hambre y cesantía, en las poblaciones a la gente le de vergüenza organizar y
participar de una olla común.

Frente a la esquizofrenizante realidad presentada hasta aquí Grada constata lo fundamental


de trabajar en el tema de la identidad, facilitando procesos colectivos de autoreconocimiento, de
interpretación del mundo social por parte de los protagonistas de nuestros proyectos: los jóvenes
urbano populares.

Asociadas a las polaridades representacionales anteriormente expuestas, reconocemos otras


dicotomías y tensiones ante las cuales, a veces nos inclinamos hacia uno de los polos así como,
otras veces, intentamos superar la ilusión de alternativas, la dicotomía misma, pretendiendo crear
una síntesis nueva.

3. Lo comunitario v/s lo privado

En la actualidad es fácil apreciar que la lectura que se hace de la realidad, y qué decir de los
problemas sociales y sus soluciones, es parcializada, privatizadora e individualizadora. Es decir,
los problemas (como la violencia, por ejemplo) son asuntos puntuales, pertenecientes a los
individuos y por lo tanto de incumbencia y responsabilidad privada y no pública. Todo lo anterior
tiene una raíz histórica que no cabe aquí analizar, pero halla sustento en el modelo económico
neoliberal, y conlleva como efectos la desmovilización, y el privilegio de lo privado en vez de lo
comunitario.

Como dice Sarmiento refiriéndose a las democracias latinoamericanas de los noventa: “ante
un Estado ausente en materia de protección social y la centralidad del mercado para la
reproducción de la vida social, la población se retira cada día más del escenario público para
replegarse sobre la vida privada. Esta privatización es inseparable del sentimiento de que la
acción política tiene una eficacia limitada en la transformación de las condiciones de vida frente a
la potencia que, en el mismo sentido, muestra la acción del mercado. Así las democracias pierden
rápidamente substancialidad asumiendo, como contrapartida, una mera formalidad de ejercicio
del poder” (Sarmiento, 1998, p.66).

Despolitización. Desmovilización. Privatización de la vida cotidiana... ¿Qué es primero?


Aparentemente se trata de fenómenos que se alimentan mutuamente en un círculo, para nosotros
vicioso, que cuesta mucho romper.

La privatización es tan grave que alcanza incluso a los espacios comunitarios ya instalados
en las poblaciones, que comienzan a ser usados y administrados desde el prisma de la propiedad
privada (por ejemplo los centros de madres, las sedes vecinales, los clubes, etc.).

La apropiación privatizadora es exclusiva y excluyente y se refiere al “tener”. El sentido de


apropiación que en Grada favorecemos tiene que ver con la pertenencia y la identidad, con
posicionarse en un espacio físico y social que es posible de transformar y que, al mismo tiempo,
se convierte en un espacio transformador (o al menos potencialmente transformador).
Desde este sentido de la apropiación es posible devolver, al menos en alguna medida, el
carácter político (en el más amplio sentido) a la vida social y cotidiana y devolver con esto a la
gente la posibilidad de tomar su vida y la de su colectivo en sus propias manos. Sólo en este
escenario es posible trabajar desde un marco comunitario intencionando procesos que tienen que
ver con la movilización de una comunidad para responder a sus propias motivaciones.

En otras palabras, nuestro quehacer se hace cuesta arriba porque encuentra su punto de
partida mucho antes de la intervención misma; en el cuestionamiento y la problematización de las
lógicas y representaciones imperantes en el sentido común (que para nosotros no es tan común).

4. La cooperación v/s la competencia

En la misma lógica anterior, el sistema político-económico y social-cultural de nuestros


tiempos promueve la competencia en lugar de la cooperación para abordar los diversos problemas
o intereses. Ya no se vé a la gente creando cooperativas de trabajo sino que ahora inventa
microempresas. Del mismo modo se individualizan y psicologizan los problemas de las personas,
las que absolutamente solas intentan darles solución; soluciones que generalmente pasan por
competir con los pares por ciertos beneficios, evitar que otro igual, quizá el vecino, no le dé
solución al propio problema (sea habitacional, educacional, alimenticio u otro).

La situación anteriormente descrita es enfrentada por el modelo Grada con la misma lógica
antes expuesta, poniendo el énfasis en el reconocimiento de las necesidades, intereses y desafíos
comunes de un colectivo, promoviendo la identidad y la identificación con y en ese colectivo.

5. Legitimación v/s Integracionismo

En dictadura, la participación y la asociatividad (poblacional) encontraban sentido y


legitimidad (en términos psicológicos, sociales y políticos) desde su accionar desde el margen,
desde fuera de la institucionalidad montada y respaldada por el régimen autoritario. Con la
llegada de la democracia, la participación y la asociatividad autónomas e independientes de la
nueva institucionalidad, pierden sentido en virtud de la bondad del nuevo orden democrático, el
cual trae consigo las nuevas formas y espacios de participación, amparadas, por supuesto, por la
institucionalidad y bajo el prisma de la deuda social. Esta realidad se refleja fielmente en las
políticas sociales del Estado, en las que nosotros vemos un afán integracionista.

Un ámbito en el que esta orientación de las políticas sociales se manifiesta es en las


políticas destinadas al mundo juvenil. ¿Cuál es el objetivo de los programas dirigidos a la
juventud?, o dicho de otro modo, cuando las políticas señalan la importancia de invertir en los
jóvenes, ¿qué se está pretendiendo cuando se persigue su integración o su participación?

Nuestra hipótesis es que existe en las políticas sociales incluidas las juveniles un contenido
manifiesto y otro latente y que para comprender esto debemos tener en cuenta los equilibrios
económicos y sociales necesarios para la mantención del modelo y el statu quo además de las
buenas intenciones de desarrollar y apoyar los procesos sociales.
Los objetivos de las políticas sociales orientadas al mundo juvenil tienen principalmente
que ver con que los jóvenes dejen de consumir drogas, que dejen de delinquir, que enmarquen su
vida sexual dentro de familias formalmente establecidas, que vuelvan a la escuela o no la dejen,
que trabajen, que participen de la vida social. ¿Qué alternativas verdaderas se les ofrecen? La
escuela, el registro electoral, los partidos políticos, la oficina de la juventud de su comuna. La
integración de los jóvenes a estos entornos, a nuestro entender es una manifestación institucional
de la madre que deja a su hijo jugar pero “donde mis ojos te vean”. Las alternativas
institucionales no significan siempre un cambio de sus condiciones vitales y muchas veces
implican -como en la mayoría de los ámbitos de su vida (Grada, 1998)- su adaptación sumisa a
las condiciones imperantes sin posibilidad de modificarlas: integran a los jóvenes pero en el
último eslabón de la cadena social.

Las políticas sociales, incluidas las juveniles, a nuestro entender revelan su contenido
latente: están más bien orientadas a integrar a las asociaciones y a encauzar la participación
ciudadana hacia objetivos definidos desde arriba que a validar el espacio donde ellas se mueven y
construir una conversación abierta y pluralista.

Esto habla de nociones distintas de asociatividad. En Grada reconocemos dos grandes


formas de asociatividad; una primera ligada a una valoración instrumental de la misma, que
tendría por objeto maximizar los resultados de acciones que podrían efectuarse de manera
individual y que se remiten fundamentalmente a actividades puntuales y concretas
(pavimentaciones, construcción de plazas y canchas, etc.) y otra segunda forma de asociatividad
que se funda en el re-conocimiento con y en el otro, con y en el colectivo en función de una
comunidad de intereses, necesidades y desafíos, que tiene más que ver con procesos de
reconstrucción de un tejido social maltrecho y, en consecuencia, supone un movimiento distinto:
la apropiación e interpretación de la realidad, el desarrollo de conciencia crítica y las
posibilidades de actuar sobre tal realidad.

Pensamos que las políticas sociales del Estado apuntan fundamentalmente a facilitar la
primera forma de asociatividad y a orientar las movilizaciones poblacionales, como dice Dávila, a
“lógicas integracionistas e institucionalistas, las que propenden a centrar la motivación de los
sectores populares a ciertas conquistas y formas de participación de tipo institucional” (Dávila,
1998, p. 66), lo que por cierto, redunda en el control de la movilización social.

Nuestra apuesta apunta a la facilitación del otro modo de asociatividad, el que supone la
validación de los sujetos y de los grupos como actores sociales, en su contexto natural y en
función de la lectura de la realidad que de allí nazca. Nuestra apuesta es buscar la legitimación de
la producción marginal de discurso, particularmente en el mundo juvenil, a recuperar el valor de
la asociatividad juvenil en su lugar: en la esquina. Legitimar la esquina es combatir la
esquinofrenia: el cruce sin salida entre el abandono y la vigilancia (Grada, 1998). Es buscar
alternativas no integracionistas ni institucionalistas, sino más bien fomentar la asociatividad y la
participación independiente y autónoma.
6. La ciudadanía plena y el joven como actor social v/s la ciudadanía protegida y el joven
como beneficiario

La representación actual que se tiene de la ciudadanía se remite a una cierta “adquisición de


derechos de ciudadanía política, entendida como la capacidad de las personas de elegir y ser
elegido en cargos de representación pública” (Dávila, 1998, p. 97). Esto deriva en que la
democracia recobrada tras la dictadura “Fue la recuperación democrática, pero lejos se está de
una construcción de ciudadanos y de pleno ejercicio de la ciudadanía” (op.cit, p. 97)

Esta realidad política es agravada, como vimos, por los efectos del mercado y su
centralidad en la reproducción de la vida social y la percepción de la eficacia limitada de la
acción política sobre las condiciones de vida (Sarmiento, 1998).

Las políticas sociales en general, y en específico las relativas a las temáticas juveniles,
debieran asumirse desde una perspectiva ampliada de ciudadanía donde cada sujeto está llamado
a co-construir el espacio público, las acciones a llevar a cabo para resolver las necesidades,
problemáticas e intereses individuales y colectivos y a participar de ellas. La ciudadanía ampliada
implica que cada sujeto es un actor social legítimo en tanto tiene derecho a hacer escuchar su voz
y a hacerse parte de las iniciativas colectivas que le son atingentes. Para eso debe devolverse a la
ciudadanía la confianza en que la participación social y política es posible y fructífera.

En resumen, las políticas sociales respecto a juventud no debieran construirse ni desde las
problemáticas actualmente asociadas a esta etapa de la vida (embarazo precoz, consumo de
drogas, desempleo, violencia y delincuencia) 3, ni desde el prisma de la deuda social que convierte
al joven en “beneficiario” de las acciones de otros. Deben crearse a partir de una concepción
ampliada de ciudadanía y del reconocimiento del joven como legítimo actor social.

GRADA hace una apuesta por el desarrollo ciudadano que, de acuerdo a lo expuesto, centra
sus esfuerzos en las condiciones previas al ejercicio de la ciudadanía: la recuperación de las
confianzas. Esta recuperación de confianzas se da en distintos niveles; en primer lugar, en la
generación de espacios para que los grupos de jóvenes se involucren activamente en la
construcción e interpretación de su propia realidad, facilitando el desarrollo de un discurso
individual y colectivo. En segundo lugar, si ya se tiene un grupo relativamente capaz de
comprender su realidad, favorecer procesos que apunten a la identificación de líneas de acción
para enfrentarla. En tercer lugar, planificar conjuntamente el trabajo, recogiendo todas las
variables del discurso; pensamos que esta planificación debe contemplar actividades que reporten
satisfacción a los miembros del grupo, experiencias de logro para reforzar las confianzas en el
actuar propio, individual y colectivo.

3
Al revisar el Catastro de Programas y Proyectos Gubernamentales para Jóvenes (SERPLAC, INJUV, FOSIS,
SENCE) parece evidente que ellos apuntan principalmente a la solución parcializada de estas problemáticas.
7. Conciencia Crítica v/s Alienación o, lo que es lo mismo, Necesidades Sentidas v/s
Necesidades Normativas.

El tejido de tensiones y dicotomías hasta aquí presentado va dibujando una realidad


alienante en la que los sujetos no reconocen sus propias necesidades, sino más bien, viven
“metidos” como dibujos animados en un comic escrito por otro. El sentido común les impone, a
través del discurso oficial, bien marketeado gracias a los medios masivos de comunicación,
necesidades normativas e interpretaciones de su realidad y los problemas que los aquejan.
Cuando un profesional de las ciencias sociales se aproxima a una población la gente espera
encontrarse con intervenciones que toquen el tema de la droga, la delincuencia, el embarazo
adolescente; en otras palabras, se pide a los profesionales que atiendan y disminuyan sólo los
síntomas de un tejido social enfermo.

Por todo lo anterior, el trabajo de Grada tiene como un aspecto central el desarrollo de
Conciencia Crítica. A través de la problematización constante de las tareas que convocan a los
grupos de jóvenes específicos de cada proyecto, vamos facilitando el autorreconocimiento, la
comprensión del entorno psicosocial y político y las posibilidades de transformación.

En síntesis, nuestra labor parte del cuestionamiento del sentido común en el desarrollo de
conciencia crítica, identidad personal, grupal y social, el reconocimiento de las propias
necesidades y la interpretación propia de la realidad. El medio es legitimar las formas y espacios
donde la participación y el propio discurso se dan. El fin es favorecer la asociatividad, la
autodeterminación y la autogestión. Sólo así las acciones colectivas podrían convertirse en
semillas transformadoras.

A modo de corolario, el trabajo de Grada y su posible aporte a la construcción de políticas


sociales de juventud, supone un profundo esfuerzo por situar nuestro quehacer, en su contexto
político, económico, social y cultural y, por cierto, orientarse, en la medida de lo posible, a
transformarlo. Es por esto que pensamos que se trata de una apuesta difícil de ganar, pues
constituye un trabajo contracultural que apunta a la reconstrucción del tejido social y a un
desarrollo democrático que incluya a los jóvenes y no sólo a paliar los síntomas propios de esta
desintegración de la que somos tan actores como testigos.

REFERENCIAS
Dávila, O. (1998). Exclusión social y juventud popular. Última Década, 8, 89-107.
Dávila,O. (1998). Sectores populares: entre los claroscuros de la integración y la humanización. Viña del Mar:
Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas (CIDPA).
GRADA (1998). Mirarnos y pensarnos para actuar: Una propuesta metodológica. Santiago: GRADA, Servicio de
Salud Metropolitano Sur Oriente, Comisión Nacional para el Control de Estupefacientes.
Naciones Unidas, Comisión Económica Para América Latina y El Caribe, NU- CEPAL (1998). Panorama social de
América Latina. Santiago: Author.
Sarmiento, J. (1998). Exclusión social y ciudadanía política: perspectivas de las nuevas democracias
latinoamericanas. Última Década, 8, 55-70.
Touraine, A. (1998). Juventud y democracia en Chile. Última Década, 8, 71-87.

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