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OBISPO PREPOSITO.
2
INTRODUCCION
La tarde del viernes Santo nos sobrecoge a todos porque constituye un momento
Universal en el cual nuestra fe entra en comunicación con el sublime misterio de
Cristo que muere en la cruz. Más allá, nos une un Gran Silencio porque la
muerte de Cristo es tesoro inagotable para todo bautizado que quiera vivir con
profundidad los misterios y anhelos del mismo maestro que ha dado su vida en
rescate por todos .
Entremos en este silencio. Dejémonos guiar por esta invitación que nos hace la
tradición cristiana y la iglesia misma. Escuchemos en este silencio las palabras del
Señor desde la cruz. Es el silencio cósmico, es la misma hora en que los elementos
de la naturaleza exclaman que viene un orden nuevo. El cielo se oscureció,
tembló la tierra, el velo del templo se rasgo. Se abrieron los sepulcros y es
presentida la transformación de la creación entera.
Pudiéramos decir, que esta es, en verdad, una tarde ecuménica . Esta tarde no
hace distinciones. La muerte del Señor concierne a todo bautizado, concierne a
toda forma de iglesia y por eso no es tarde para exclusiones para sentirnos mejor
o peor para avasallar en la fe.
El Hijo del hombre confesado por el cristianismo, nos convoca desde todos los
puntos de la Tierra para contemplarlo y saberlo en verdad como el maestro que
ha dado la vida por todos. Que nuestro entendimiento se acerque con humildad y
sencillez, para comprender las palabras del Señor Crucificado en estos últimos
momentos de su vida terrena. Que nuestra voluntad establezca firmes propósitos,
ante una revisión de vida fuerte y total como la que hoy se nos propone desde la
cruz. Que nuestra memoria no olvide el precio que tenemos, con el cual hemos
sido comprados: la sangre de Cristo. El nos ha comprado por su sangre
derramada, El nos ha comprado y nos ha redimido por el misterio de su cruz.
tarde se cumple esta voluntad suya. Con reverencia elevamos los ojos hacia la
cruz para recordar que desde allí nos vienen palabras de vida, palabras que son
una buena noticia de salvación para los que están lejos y también para los que
están cerca.
En la tarde del viernes Santo queda explícita nuestra liberación. Hoy se abre a
nuestros ojos la comprensión de las cadenas que nos atan, de las ataduras que nos
sumergen en las tinieblas de la existencia: La separación que crea el odio. Los
rencores que siembran muerte. La corrupción que engendra pobreza. La
desesperanza que borra los caminos. La ira que aniquila las relaciones humanas.
Las causas del malestar interior que produce fisuras en las relaciones fraternas.
La muerte del Señor es un momento extremo en el cual toda la vida humana entra
en claridad. Esta muerte está al servicio nuestro, antes de nuestra propia muerte.
Es como si nos miramos en en un espejo para dilucidar nuestro propio proceso
del morir. Si hoy fuera ese día ¿Tendríamos la suficiente calma para
entregarnos con paz en las manos de nuestro Dios y Señor? O por el contrario, ¿
estamos tan angustiados por el mundo y por nuestra cotidianidad que, en
verdad, nuestra situación ante la muerte, es de oscuridad total? ¿Sabemos
identificar el camino hacia la muerte provocada, cuando nuestros hermanos
padecen la tiranía, el desplazamiento, la ruina que produce la corrupción, la
exclusión, la segregación, el aborto, la eutanasia, la exclusión por el género?
La muerte del señor es Luz para el mundo. Es Luz sobre tu vida y sobre mi vida.
Al escuchar sus palabras renovemos una vez más el deseo de ser fieles al
Evangelio, a la misericordia que nos ha venido por Cristo.
Actualicemos una vez más nuestra fidelidad al misterio Pascual de Cristo por el
cual somos Salvados. El sermón de las siete palabras es un acto piadoso que debe
motivarnos para vivir con esperanza en este día la muerte del Señor. Vayamos
más allá, no nos quedemos en la sola piedad. Sea hoy este un momento
privilegiado para preparar nuestros corazones, los cuales encontrarán el gozo
inmenso de la celebración Pascual en la noche santísima en la que celebramos el
triunfo de Jesús sobre la muerte.
Renuévanos con espíritu firme, prepara nuestro corazón para celebrarte vivo y
verdadero en la santa Pascua. Pero sobre todo, que mi corazón pueda verte vivo
y verdadero en la vida de los hermanos y en la comunidad creyente que
peregrina en este mundo. Danos a todos entrañas de misericordia, alegría
caridad y solidaridad para que estas palabras resuenen siempre en en lo más
profundo de nuestra existencia.
Quiero adorarte con la santa voluntad de poner en tus manos los destinos de
nuestros pueblos, el dolor de nuestros jóvenes que luchan por su futuro, el amor
de nuestras madres y el esfuerzo de todos por hacer de este mundo, un mundo
más justo y fraterno.
Adorada sea la Palabra del Hijo de Dios, ahora y por todos los siglos.
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Primera palabra
"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen". (Evangelio de San Lucas
capítulo 23, 34)
Jesús ha sido crucificado. Los evangelios nos muestran algunos rasgos de lo que
sucede en la intimidad humana y espiritual de Jesús. Y es sobresaliente, su actitud
ante el padre Dios. Ante él, reconstruye sin vacilación, cada uno de los momentos
de su vida, en especial estos últimos momentos llenos de desprecio y de crueldad.
En el calvario, y desde la Cruz, Jesús ora. Toda su vida ha sido un caminar en el
amor del Padre. Su diálogo con él es intenso, marcado por la inmensa sinceridad
de quién está próximo a partir de este mundo.
Esta primera palabra es oración por cada uno de aquellos que han traicionado a
Jesús o que han contribuido para que se encuentre clavado en la cruz. Es oración
por quienes le han condenado, por quienes han omitido la justicia, desconociendo
su dignidad de ser humano.
En Jesús se encuentran los rostros de todos los seres humanos qué son condenados
a todas las formas de inhumanidad y violencia. Rostros que a veces nos parecen
sin importancia, muy cotidianos, pero que caminan a nuestro lado en nuestras
ciudades, que atraviesan nuestras plazas, que luchan desde la mañana hasta el
atardecer en nuestros campos. Rostros en los cuales no descubrimos batallas y
miedos. Rostros a los cuales no damos la suficiente importancia, porque están
ahí, porque son los mismos de todos los días. Rostros que expresan la depresión y
la tristeza. Rostros de un largo caminar. Rostros en los cuales la esperanza ha sido
aniquilada. Rostros que nos obligan a interrogarnos, porque también nosotros
hemos contribuido con nuestra injusticia a las huellas que llevan, a las marcas que
los acompañan. Y esos rostros nos miran, nos interpelan. Lo hacen con la misma
mirada de Jesús. Mirada que en algún momento se desvía hacia la eternidad, hacia
la plenitud para orar y suplicar.
Jesús ora con una oración de fe y esperanza. Sus ojos se desvían de lo qué es
evidente, la injusticia, para pedir perdón." Padre, perdónales porque no saben lo
que hacen". Acude a la paternidad de Dios, a su misericordia. Eleva su corazón al
padre en oración ascendente.
Con esta oración, Jesús pone en evidencia nuestra incapacidad y nuestra torpeza
para reconocer el plan de Dios, su voluntad, su querer para con nosotros. Sí pide
perdón es porque nuestra insensatez es grande, ha hecho daño, ha destruido
mancillado, ha dejado de lado lo importante. Si pide perdón, es porque Jesús es
sabedor de nuestra maldad, de nuestra incapacidad para ver en los
acontecimientos y en los hechos el mismo acontecer de Dios. Y más grave aún,
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Esta primera palabra, es un verdadero acto penitencial presidido por Jesús desde
la cruz. Es el primer acto penitencial a las puertas del nacimiento de la Iglesia. Por
eso, ante esta palabra quedan al descubierto todas nuestras actitudes inhumanas e
injustas. Con razón Jesús dice que no sabemos lo que hemos hecho. Jesús mismo
nos disculpa. Es sabedor de nuestra condición y fragilidad.
Pero esta súplica de Jesús entraña, igualmente, una gran esperanza. Se pide perdón
porque hay esperanza. Porque la esperanza es el horizonte de lo nuevo. Es camino
de renovación. Jesús pide perdón porque sus ojos están llenos de esperanza. Su
corazón es la fuente de toda esperanza. Y la esperanza no defrauda. Y está
esperanza es el camino de lo posible. En Dios todo es posible. El perdón de Dios
es la posibilidad de Vida nueva. Comienzo de la vida nueva. El perdón inaugura
el mundo de la fraternidad, de la comunidad que se construye, de la sociedad
que asegura sus valores en la reconciliación.
El perdón de Dios es camino renovador. Jesús entonces pide para nosotros ser
renovados en actitudes, en pensamientos, en injusticia, en nuestra propia
conciencia.
Con la esperanza surge un nuevo pacto, una nueva manera de ver el mundo.
Estamos aquí, ciertamente, para dejarnos conducir por el amor misericordioso que
todo lo perdona que todo lo puede, pero que, sobre todo, nos lleva a caminar con
la madurez de quien se ha comprometido en el seguimiento de Jesús para en todo
amar y servir.
Acudimos al perdón, porque este es un gran tesoro que está reservado para
nosotros en la plenitud de Dios, tesoro que también llega a las manos de
nuestros hermanos cuando lo compartimos. Perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos, decimos con frecuencia en la oración del Padre
nuestro.
Con las mismas palabras de Jesús hemos de pedir perdón a Dios por todo aquello
que no es de Dios en nuestra vida: Perdón por nuestra mediocridad, perdón por
nuestra irresponsabilidad, perdón por nuestra insensibilidad, perdón por dejar
dejar pasar lo importante en la construcción de nuestra vida y comunidad, perdón
por juzgar inicuamente, perdón por no ser solidarios con el hermano, perdón por
promover a los artífices de la guerra, perdón por no oponernos a los traficantes de
la vida, perdón por no decir no ante los males anunciados o previstos, perdón por
nuestra vida familiar caracterizada por el egoísmo individualista, perdón por
nuestra relaciones sociales indiferente ante el dolor del hermano, perdón por la
corrupción política, perdón por no ser profesionales es honestos, perdón por una
iglesia acomodada al tiempo, perdón porque los consagrados en tu iglesia están
llenos de cobardía ante la inmoralidad generalizada, perdón por no discernir lo
que es humano, perdón por no asumir lo que nos da identidad de hijos de Dios,
perdón por nuestra ireflexión, perdón porque queremos hacer de la naturaleza
humana una caricatura jugando con el género de nuestros niños y niñas de esta
generación, perdón por apostarle al aborto, a la eutanacia, al desplazamiento y a la
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Gracias, Cristo Jesús, porque nos presentas en esta tarde ante el padre Dios
implorando por nosotros. Tu súplica es ardiente y misteriosa. Tu súplica nos ha de
estremecer siempre. Sabedor de nuestras maldades, no nos abandonas a nuestra
suerte sino que nos lanzas a la búsqueda del perdón esperanzador. Tu súplica por
nosotros es invitación al retorno.
Segunda palabra:
" Hoy estarás conmigo en el paraíso". (Evangelio de San Lucas 23, 43)
Con Jesús también son crucificados dos malhechores. Uno a su derecha y otro a su
izquierda. Nos pareciera que estos son simples datos. Pero estar a la derecha o a la
izquierda de Jesús significa haber tomado una opción, Y ¿ por qué no?, una
posición radical frente al seguimiento de Jesús. En el juicio definitivo, serán
bendecidos los que estaban a la derecha porque procedieron según el amor y la
misericordia. Venid benditos de mi padre a poseer el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo.
Los malhechores se dirigen a Jesús, y cada uno muestra esta radical opción. Es lo
mismo que sucede en la comunidad humana y cristiana. Hay quienes desean
signos extraordinarios de la presencia actuante de Dios, signos inmediatos, que al
no verlos, llevan a pensar que Dios está distante, que es sólo un mito, una de
tantas ideologías. Piden intervenciones de Dios, aún sin la fe. Intervenciones sin el
compromiso humano, actos cercanos a la magia y por encima de lo humano. Estos
son los que critican a los creyentes, a los que todos los días escrutan la voluntad
divina para construir, amar y servir a la humanidad.
Uno de los malhechores reconoce en Jesús algo más qué a un hombre crucificado.
Ve en Jesús al hombre condenado injustamente. Sus ojos ven más allá y reconocen
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El paraíso es una promesa a los que se esfuerzan diariamente por el amor, para los
constructores de la Paz en medio de adversidades, para los promotores de la
justicia en medio de desigualdades, incomprensiones e intolerancias.
El paraíso es la gran verdad que está hoy ya con nosotros en la alegría de saberse
los acogidos y bendecidos por Jesús. No quedaremos confundidos ni defraudados
cuando construimos una humanidad justa, centrada en los verdaderos valores que
defienden la vida, la ternura, la infancia, a la mujer, a los trabajadores, a los
pequeños. a los inmigrantes, a los explotados.
Hoy nos regalas una palabra para luchar contra la desesperanza. Los corazones
que luchan sin tregua por el bien y por la paz, por la justicia y el amor, encuentran
un motivo para seguir esperando. Hoy estarás conmigo en el paraíso. Hoy las
cadenas se rompen, hoy no estamos solos. Nos das la seguridad de que con tigo
avanzamos en el tiempo a puerto seguro, con rumbo determinado. Los paraísos
construidos por nosotros nos engañan, falsean nuestro ser, nuestra esperanza y
nuestra alegría
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Gracias, porque con tus palabras encontramos motivos para seguir luchando. No
nos vencerá el pecado, no nos vencerá la mentira, no nos vencerá la injusticia. No
nos vencerá nuestro propio remordimiento, no nos vencerá nuestra propia
imagen tantas veces prefabricada por una cultura enferma, saturada de imágenes
peregrinas, amañadas según el comercio y la publicidad, según los intereses
oscuros del poder, de los regímenes políticos, de los ideólogos de la muerte. No
nos vencerá la alienación en la que hemos sido criados e instruidos.
Que nunca me avergüence de ti, que acoja el testimonio del malhechor que reclamó
desde la cruz reconociéndote como hombre justo.
Que ante el mundo y los hombres yo pueda indicar qué tú eres el Salvador y el
Mesías en quién la historia tiene su verdadero significado. Sálvame, Jesús, de la
tiranía que hoy quiere suprimir tu nombre y tu cruz, que hoy quiere ocultar tu
palabra salvadora desde la cruz, que hoy quiere vanagloriarse de sus
consecuciones humanas, sin tenerte en cuenta y sin tener en cuenta al Dios
altísimo.
Que no tema levantar mi mano para mostrarte como el camino que lleva a la vida
plena y verdadera, que no me avergüence de tu cruz, que no la oculte, que no la
deje guardada en el rincón de los olvidos o de los signos caducos. Hoy soy el
malhechor que implora fortaleza, porque la alegría que tú me das hoy, es, con
todo, el anuncio, el reflejo de la alegría sin fin, cuando tú me abraces en tu reino.
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Tercera palabra
" Mujer: ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo:" ahí tienes a tu madre".
(Evangelio de San Juan 19, 26 - 27)
La condena de Jesús pone ante nuestros ojos el desprecio al que eran sometidos los
ajusticiados en la época del Imperio Romano. Jesús es arrancado de los suyos,
también los suyos lo han abandonado.
En razón de los otros evangelios, Mateo, Marcos y Lucas, sabemos muy bien que
el nombre de la madre de Jesús es María, y por San Ireneo de Lyon
afirmamos que el autor del cuarto evangelio es Juan. Ya desde la época post
apostólica, transmitimos este nombre y lo identificamos con uno de los primeros
apóstoles seguidores de Jesús.
A pesar del silencio arrollador de esta hora definitiva, junto a la cruz hay una
verdadera comunidad de amor en el Calvario. La madre de Jesús, María, nos
lleva a pensar en el gran amor materno qué siempre la unió a su hijo. En Jesús
vemos al hijo que ama a su madre con corazón fiel. El discípulo al que Jesús
tanto quería es el amigo fiel y el seguidor incondicional hasta la cruz, las
mujeres no son meras acompañantes, son también seguidoras de Jesús. Ellas
también configuran esta comunidad.
En la cruz, entonces, no hay sólo personajes, están unidos por un amor que se
hecho más fuerte que la muerte. Con toda razón comprendemos el por qué de esta
palabra: “ahí tienes a tu madre, ahí tienes a tu hijo”, es lo lógico. Surgen de un
amor fresco y vivo, inagotable que está por encima de la muerte y por encima de
la separación que ha desatado con la condena a muerte de Jesús. Este amor es el
origen de la verdadera comunidad cristiana que sabe amar y acoger a los de
cerca y a los de lejos, amor que ha de iluminar a la comunidad humana, luz para
todos los pueblos y agua para la sed en todos los caminos de la historia. Este
amor no tiene medida. No tiene miramientos. No hace acepción de personas. Es
como si el evangelista, nos quisiera regalar, en el testimonio de Jesús, de María su
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"He ahí a tu hijo". Esta es una palabra indicativa para todo grupo humano que en
la humanidad y en la fe se constituye como comunidad, en servicio y protección
de otros. En la cruz, es la madre la que recibe esta palabra, en la historia de
todos los tiempos y de todos los pueblos, es palabra para aquellos que, en
nombre de Dios y en nombre de la iglesia, acogen, reciben, sirven, aman y son
ministros de la reconciliación y servidores del pan y de la Santa Eucaristía. Son los
grupos de hermano que oran, son la experiencia de la vida religiosa que sirve con
el ánimo y el corazón limpio de lucros. Son las comunidades parroquiales que
viven en el día a día la proclamación, la alabanza, la liturgia, la acogida y la
peregrinación, acogiendo a los pobres, llevando el aliento de la esperanza,
especialmente a los abatidos y abandonados de los hombres.
Qué gran misericordia para que él que recibe esta palabra y no la olvida, para
hacerla viva en la comunidad cristiana, en la iglesia de Dios, que la obedece
haciendola efectiva en el corazón de la iglesia, de la humanidad, para con todos
aquellos que han sido excluidos, abandonados, conducidos al olvido y a la
inhumanidad. Todos somos la faz de la iglesia que peregrina en el tiempo. Todos
somos, especialmente en comunidad, el rostro maternal de Dios, el mismo rostro
de la madre de Jesús que acoge al hijo triste, al hijo abandonado, al hijo venido a
menos.
“He ahí a tu hijo”. Palabra que cierra los lazos de la comunidad, que nos hace
fuertes, sólidos ante el lobo disfrazado de oveja que viene a destruir al rebaño.
Esta es la cara de la misericordia, del perdón, de la acogida, de la comensalidad
"He ahí a tu madre". Palabras que convoca la madurez del discípulo, para
coger a la madre de Jesús. Desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Palabra dirigida al varón, al hombre honesto y limpio que sabe a coger con
ternura y dignidad a la madre, a la mujer, a la esposa, a la compañera. No es la
palabra para un niño, es palabra para quién racionalmente puede servir en el
camino de la vida como protector de la mujer, con respeto, con altura. Esta es la
palabra que rechazan los feminicidas, los tratantes de blancas, los explotadores
de la mujer, los que no la reconocen en su capacidad e inteligencia, los que
delinquen con la mujer convirtiéndola en contenedores de droga, en objetos para
el placer.
Junto a la cruz, también hay mujeres piadosas que acompañan a Jesús. Sus
corazones y vida han estado siempre dispuestos a seguirlo y acompañarlo.
Algunas, hasta ayudaban a Jesús con sus bienes. Corazones nobles. Amigas
inseparables. Escuchas atentas de la palabra de Jesús y testigos fieles del reinado
de Dios. Ellas no son un dato curioso en el relato. Su presencia nos dice de una
fidelidad que no teme al tirano del imperio, al gobernador, que tampoco teme a
los sacerdotes del templo. Están allí por encima de todo miedo, por encima de
toda autoridad. Retan con su proceder todo lo instituido. Si están cerca de Jesús
rechazan y protestan la injusticia cometida en Jesús. Lo aman, le sirven están con
él pase lo que pase. Esto es el verdadero seguimiento. También consuelan con su
presencia a Jesús, cómo lo consuela a su madre y el discípulo al que tanto quería.
Ellas también forman parte de esta comunidad amorosa en el Gólgota.
Hoy estamos llamados a discernir el Gólgota. Son tantos los lugares donde se
sufre, donde se padece la desesperanza, donde se sufre la inhumanidad, donde
se padece la ruina, donde son arrojados tanto seres humanos a los que se
considera sin valor.
Tu rostro está llamado a ser bendecido por el rostro de María siempre virgen.
Porque en tu, comunidad, eres llamada a tener un rostro virginal sin mancha ni
arruga, fresco como el alba, para que todos se alegren contigo y todos quieran
estar contigo bebiendo de la leche y de la miel qué surgen de tu abundancia en el
amor y en la caridad, porque tus brazos son el signo de la bendición y del perdón,
porque tus manos, son las manos que expresan el amor de Dios, porque tu corazón
noble, comprometido y tierno es el terreno donde Dios sembró la palabra para
hacerla germinar en tremenda cosecha de paz y justicia.
¡Qué gran regalo nos ha hecho Jesús al darnos a su madre desde la cruz como
madre! En María, virgen y madre, se no da la fortaleza para la comunidad que
en todo debe amar y servir a sus hijos, a sus miembros debe mostrar el rostro
misericordioso de Dios mismo que habita en ella.
¡Qué misión tan grande nos ha entregado Jesús al darnos a su madre para
proteger con la ternura, con la bondad, con el servicio y con el cuidado diligente
todo lo que favorece la vida, todo lo que promueve la ternura, todo lo que es
acogida. brazo abierto, palabra fraterna, amor desinteresado, reconciliación, y
cercanía. Los miembros de la comunidad cristiana somos los hijos de la
comunidad que hemos de defender a la madre, a la mujer, y a todo lo que es
digno de ser amado y respetado por los hijos de Dios, en y para los hijos de Dios
Danos tu entereza madre bendita, Santa María, madre fuerte, madre virginal,
madre sincera, madre valiente al pie de la Cruz. Que sepamos recoger el
valor de Juan y de las Santas mujeres para llevarlo a nuestro corazón cuando
tantos nos quieren alienar y usar en beneficio de sus intereses particulares
Danos ser fieles como el discípulo al que tanto querías, para no salir huyendo ante
los poderosos que condenan, ante los poderes del mundo que inclusive hablan en
tu nombre, buscando intereses egoístas y personales. Hoy, en la cruz, te alabamos,
te bendecimos y te glorificamos por María, nuestra madre, Santa Señora, virgen de
la ternura, vestida del sol y coronada de estrellas.
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Cuarta palabra
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Evangelio de San Mateo 27, 46).
Las palabras de Jesús en la cruz son palabras benditas. Ellas son el faro luminoso
que ilumina a la humanidad y la comunidad y cristiana que hoy mira hacia el
calvario. Sus palabras son camino verdad y vida, esperanza para todo aquel que
experimenta soledad tristeza y muerte.
Las palabras y las actitudes de Jesús desde la cruz son esperanza para las tinieblas
que envuelven los corazones desgarrados por la injusticia y por la maldad. Este
grito de dolor y de angustia por parte de Jesús, iguala a Jesús con toda la
humanidad, la de todos los tiempos. La que suplica hora pidiendo misericordia.
Si esto fuera, así la Santísima Trinidad sería una fábula, una mentira inventada
los teólogos y por la iglesia. El hombre Jesús, que también es Dios, hora
suplica y exclama. Pide ayuda, porque esta es la situación de todo aquel que ha
sido cercado, burlado, humillado, y despreciado.
¡Cómo nos cuesta sentir a Dios cuando puerta se nos han cerrado, cuando somos
alejados de los nuestros, cuando la injusticia nos cierra el paso a la felicidad!.
¡Cómo nos cuesta sentir la misericordia cuando el ultraje y la explotación hacen
de las suyas en la existencia humana. Así comprendemos negrito repetido de
tanto y de tantas en la historia! ¿Por qué, Dios mío?.
Jesús recibe todas las maldades posibles, habidas y por haber, estando en la cruz.
¡Qué baje de la cruz y se salve, qué baje de la cruz y nos salve! A otros has
salvado y ¿no se puede salvar a sí mismo?
Este grito de Jesús, esta pregunta al Padre, ha tenido la respuesta mayor que
pudiera esperarse. La respuesta más grande y sublime con la cual el Padre Dios
ha respondido: Dios al tercer día lo resucitó y no lo dejó bajo el poder de la
muerte. No lo dejó bajo el poder y triunfo del Imperio Romano. No lo dejó bajo la
estructura religiosa que lo condenó por blasfemia. No lo dejó bajo el dominio de
los sacerdotes manipuladores de los sacrificios y de las ofrendas. No lo dejó bajo
el dominio de los intérpretes de la ley llamados saduceos y fariseos. No lo dejo
bajo el dominio de la cruz, signo del poder imperial, patíbulo en el que eran
condenados los enemigos del imperio. No lo dejó en la tumba, lo liberó de la
corrupción. La muerte, por el amor de Dios Padre no tuvo dominio sobre él.
Ha sido así para decirnos, de manera profética, que todo aquel desamparado
tiene motivos para seguir esperando. Que todo aquel que está atado por cadenas
mortales, puede esperar su liberación. Que la muerte, ni los secuaces de la
muerte, tienen poder sobre la vida y El mismo es la vida. Después de la tormenta
viene el remanso de la paz. De las tinieblas ha de surgir una luz maravillosa para
todo aquel que se siente aturdido, abrumado, oprimido, solo y desesperado. La
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Hoy Jesús desde la cruz inaugura para nosotros un tiempo nuevo de esperanza.
Por encima de tu angustia y de tu clamor al Padre está la vida nueva de la
resurrección. Gracias a ti, que esperaste las maravillas de Dios, porque esta se
hicieron vivas y encarnadas en tu amor salvador.
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Quinta palabra
La pasión de Jesús tiene la lentitud propia los actos humanos que calificamos
como maldadosos y crueles. Porque así es la maldad humana. Se complace en ver
sufrir al enemigo, en ver sufrir a la víctima.
La sed de Jesús, es la analogía real de la sed que Dios tiene de nuestra vida. Dios
tiene sed de nuestro amor, de nuestra solidaridad universal. La sed de Jesús nos es
presentada hoy cómo palabra Santa, cómo palabra que calcina nuestra avidez de
goce, del disfrute de placer, tras placer. De alegría barata. El placer nos es dado
como don de Dios para experimentar su gratuidad. Hacemos del placer una burla
cuando lo llenamos de fango, de humillación y manipulación en la persona de los
hermanos por su pobreza y carencia. Lo hacemos tiniebla cuando los usamos para
derrocar nuestra propia dignidad y altura moral.
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La sed de Dios también es la demostración de cómo nos quiere crear. Nos quiere
conformar con el proceder de su hijo. Tengamos los mismos sentimientos y las
actitudes de Jesús.
La sed de Jesús está presente hoy en todos los rincones de la Tierra dónde hay
calamidad humana por desastres naturales, por accidentes, desvío de fondos, por
prevaricato, por corrupción indolente.
Esta esta sed nadie la puede calmar, sólo Dios con su amor. sólo Dios con su
ternura, sólo Dios con su acogida.
Los brazos de Dios están esperándote para dulcificarte, para hacer de tus días
mares de esperanza. Sus brazos te están diciendo que nada te podrá calmar sino
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Dios nos acoge y quiere que comamos y bebamos con El. Esto es lo que hacen los
amigos. Los amigos calman su sed unos a otros. Los amigos comparten la mesa, y
en el compartir se expresa la ternura, el calor humano, se sacia nuestra hambre y
nuestra sed. Vayamos a Jesús, comamos con él, el cenará con nosotros y servirá el
vino de su amistad para calmar nuestra sed, nuestra soledad, nuestra ansia de
sentirnos queridos y estimados. ¿ Quién como Dios?, sólo Dios. ¿Qué puede haber
más grande que el amor misericordioso?: sólo el amor de Dios en Jesús.
La sed de Jesús nos invita a dialogar con seriedad y verdad ante nuestro Dios.
Quién es humilde y reconoce su sed podrá recibir los consuelos que vienen de
Dios. La soberbia humana nos dice que todo lo podemos, que todos lo hemos
alcanzado. Quien tiene sed se sabe peregrino y acude a Jesús la fuente de agua viva
para calmar la sed de su existencia.
Ante esta palabra de Jesús, hemos de pedir, suplicar, implorar el don de la fe, pues
sabemos que la fe calma nuestra sed. Con ella vivimos la radicalidad del Evangelio
y de la vida nueva que nos ha traído Jesús.
Si tenemos sed de la fe, si tenemos sed del Evangelio, resucitará en nosotros la sed
del servicio. Sirviendo hemos de calamar la sed de una vida que a veces nos parece
inútil, sin rumbo, sin sentido. Esta sed me ha de llevar al hermano para
encontrarme con su real necesidad, con su humanidad maltratada. Me llevará a
promover todo lo bueno, todo lo justo, todos lo santo que hay en la comunidad
cristiana. Esta sed es la misma sed de la justicia por la cual recibimos el
experimentar muy de cerca el amor misericordioso y la acogida del Padre Dios
Tiene sed quien busca a Jesús, quien no se conforma con la sola experiencia
religiosa, quien desea hablar con Jesús, seguir tras sus huellas, caminar con él, vivir
con él. Aquí se hace la diferencia entre una vida religiosa cultural y una vida en
seguimiento de Cristo. De esta manera se calma la sed de quienes comprenden y
saben del valor de las aguas bautismales. Sólo así es posible una humanidad
nueva. La vida cristiana como seguimiento es compromiso permanente, es oración
sin tregua, es caridad permanente y sin límites, es perdón y reconciliación en todo
momento, es acogida, es responsabilidad en lo grande y en lo pequeño, es pan
partido y vino generoso.
Muchas veces he golpeado la roca del mundo pidiendo que me de agua, sólo he
obtenido polvo y arena, vientos, tempestades, dolores y callos en mis manos.
Hoy acudo a ti carne sedienta de Jesús qué te has vuelto pan y vino para
alimentarme y alimentar al mundo. Para calmar mi hambre y mi sed. Dame de ti
que eres agua que calma la sed de una existencia llena de angustia, molida por
los por los horrores de la inhumanidad.
Dame de ti, que se cumpla la promesa: que si bebo de ti soy un surtidor de agua
para la vida eterna. Y libérame del miedo qué implica renunciar a todo aquello
que me aparta de ti, que eres la verdad, de tu amistad, de tu ternura. La
humanidad de todos los tiempos te ha acercado una esponja empapada en
vinagre. Yo tampoco puedo calmar tu sed en la cruz. Con tu sed has querido
calmarla mía, satisfacer ese vacío qué va conmigo en mi peregrinación, que
acompaña todos los pueblos a lo largo de la historia.
Dame de ti mismo que eres agua viva. Dame tu palabra que es espada de dos
filos y que llega hasta el fondo del alma.
Hazme humilde para que, como el ciervo vaya veloz a tu encuentro y calme mi
sed de ti en tu corazón manso y pacífico. Saciado en ti, déjame ir a mis
hermanos para calmar también su sed Y sea yo instrumento de tu misericordia
en el consuelo de mis hermanos.
Que las aguas del bautismo fluyan de mi palabra, de mi mirada, de mis manos,
de mis pisadas. Porque estas aguas fueron don tuyo para mi vida verdadera.
Que estas aguas hoy, emerjan de mí como un verdadero manantial de vida para
construir el santuario de tu nombre, tu iglesia, que es una, santa, católica y
apostólica.
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Sexta palabra
Las siete palabras de Jesús en la cruz, nos abren las puertas para comprender el
misterio de Dios creador. ¿Qué mejor manera de entender, desde la fe, el proceder
de Dios en Jesucristo?
Dios se complace en crearnos todos los días de la nada. Por ello es tan importante
discernir en el día a día si nos dejamos crear por Dios, si dejamos que él nos revele
de día en día, de hora en hora, su misericordia infinita. La soberbia consiste en no
dejarse crear, no querer ver este amor misericordioso, el no querer ver el rostro del
Dios viviente en los acontecimientos del mundo, de la historia de los hermanos, en
la comunidad cristiana, en Santa la iglesia de Dios.
En Jesús la humanidad entera llega a su madurez. Con esto se indica hacia dónde
tendemos todos los seres humanos. Cómo caminar y vivir en la verdad. En Jesús
se ha consumado la humanidad. La humanidad alcanza su máxima meta en la
creación en la en la medida de Jesús. Nos preguntamos, entonces, ¿qué esperanza
tiene la humanidad, hacia dónde se dirige?, y la respuesta nos es dada. Nos
encaminamos a tener el modo de ser de Dios en Jesucristo. Y esta es la
consumación.
Esta es la creación de Dios, creación siempre nueva y renovada porque todos los
días, en cada hora e instante, El quiere reinar y, a través nuestro, revelarse a la
humanidad. Esto es lo que está consumado, nos muestra su reino en Jesús. Es más,
cuando la comunidad cristiana predica a Jesucristo no lo puede predicar fuera de
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esta perspectiva del reino. Hablar de Jesús es hablar del reinado de Dios y hablar
de su reinado presente es hablar de la consumación que Dios ha hecho en Jesús, la
cual es ya presente y futuro, peregrinación y meta y que se nos hace palpable en el
seguimiento de Jesús, en su camino glorioso desde de la cruz a la resurrección.
En el Santo Evangelio, el Señor nos ha dicho qué somos llamados a ser luz del
mundo y sal de la Tierra. Si todos los días recordamos esto, entonces nuestra
vida tendrá mucho que dar y que entregar. Es una lástima, que en los caminos de
de la misma religión, preguntemos más por el pecado que por la luz y por el
sabor tiene la vida del seguidor de Cristo. Sí preguntamos por la luz y por el
sabor de la vida del cristiano, es porque éste tiene mucho para dar: alegría,
amistad, fraternidad, compromiso, fidelidad, ternura, esperanza,
discernimiento, sacrificio y el don máximo de la propia vida.
Enséñanos, Dios y Señor nuestro, el gran valor de la Cruz. Muéstranos tus manos
clavadas al madero y tus pies traspasados para entender que sin la cruz no hay
consumación. Que la cruz de cada día es el distintivo cristiano de quien te
sigue y se adhiere a ti, camina contigo, va contigo hacia el calvario para llevar a
plenitud la obra de Dios en el mundo. Pues quieres que todos los hombres se
salven, que todos, y cada uno, llegamos a la plenitud de la vida, en el amor, en el
servicio, en la resurrección y esto está marcado por la vida que lleva la cruz, sin
escandalizarse del amor.
Hoy, al caer la tarde del viernes Santo, permítenos descubrir cuál es nuestra
Cruz. Cuál es mi cruz. No permitas que salgamos huyendo de ella. Los tuyos
huyeron desde la víspera de la pasión. No permitas que yo huya en este
momento, cuando te veo atado, amarrado y crucificado, unido a la cruz de la
cual ya no te puede separar. Dame llegar a la consumación por el camino
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Gracias, Señor, por los mártires este comienzo del milenio. Su sangre derramada,
como la tuya, es prenda de la consumación que Dios ha querido en tu hijo y que
hoy sigue siendo profecía en tantos hijos tuyos asesinados por causa de la
justicia, por causa de la fe, de la fidelidad a ti y por amor a tu Evangelio. Los
mártires de hoy, Señor, son el evangelio viviente de la consumación. ¿A quién
vamos a ir?, sólo tú tienes palabras vida eterna de vida eterna.
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Séptima Palabra
“Padre en tus manos comiendo mi espíritu” (Evangelio de San Lucas 23,46).
Estas palabras son más que un testamento. El Padre Dios, que es providente, por
el Espíritu Santo, sigue regalándonos su modo de ser, como lo entregó a Jesucristo,
el primogénito de todos los hombres. Nuestro corazón está invitado abrir las
puertas de nuestra humanidad para qué entre el soplo maravilloso y refrescante
que crea un mundo nuevo, una vida nueva, y una comunidad cristiana renovada. S
Jesús nos ha encomendado y, con nosotros, su espíritu que habitar en cada una de
nuestras palabras, obras y pensamiento. De este modo la vida cristiana es
Jesucristo entre nosotros, amando, dándose, mostrándonos su rostro adorable y
pacificador. Su mirada sigue buscando nuestros ojos para interrogarnos y
proponernos la gran parábola de su vida. Sus manos siguen partiendo el pan de su
misericordia y continúa sirviéndonos el vino de su entrega y de su gozo.
reflejo de que no interesa el modo de ser de Jesucristo. Que no se dialoga con El,
que no se aprende de El, que no sabemos dónde encontrarlo. Hoy nos
preguntamos con San Ignacio de Loyola: ¿Qué he hecho por Cristo, qué hago por
Cristo, qué puedo hacer por Cristo? Sólo puedo hacer lo que me inspire su amor, lo
que me inspire su vida, el seguirle y amarlo.
Así como Jesús encomendó su espíritu, nos faltan revisar si nuestra vida se está
conformando a la de Cristo, en seguimiento fiel. A esto corresponde el examen
diario de conciencia. Dar gracias a Dios: pedir que abra nuestros ojos para ver
sus maravillas, realizadas en el día a día. Que abra nuestro entendimiento para
mirar nuestra maldad, y recorrer en un espacio de tiempo nuestro proceder en el
egoísmo, en la discriminación, en la injusticia, en la falta de solidaridad. Mirar
en el día a día cómo nos apartamos de El haciendo de nuestra vida un pantanero
lleno de muerte. Hacer el propósito de lanzar de nosotros todo mal, y pedirle
que nuestro proyecto de vida se ajuste a su vida.
Padre y Señor, mira nuestra vida, no permitas que nos separemos. Llévame de tu
mano, porque sin ti la vida es miseria, la vida se empequeñece, la fraternidad
ruina se vuelve ruina, la comunidad cristiana es sólo un grupo social, a lo
máximo, un club de amigos.
Gracias, Señor, porque tus heridas nos han curado. Gracias, Señor, por tu entrega,
por tus palabras, que ellas revistan de vida esta carne mimada que soy yo y esta
injusticia qué va conmigo, aniquilando la paz, el amor y la ternura. Sondea mi
corazón y llénalo de tu luz para que pueda irradiar en el mundo tu propia luz,
esa que no se apaga, esa que no tiene ocaso, esa que no pudo vencer la muerte ni
la cruz. Esa misma luz que, en la mañana de la resurrección, hizo que
comprendiéramos la cruz y la amaramos, no como instrumento de muerte
sino como signo de la vida verdadera que eres tú mismo.
Gracias, Señor, por tu amor infinito, gracias porque eres la ventana llena de luz
por la cual comprendemos a Dios, por la cual nos acercamos a El para recibir de
El mismo el abrazo de la reconciliación y del perdón. Gracias, Jesús, porque eres
la carne viviente del Dios que camina con nosotros en la historia y en el tiempo.
Gracias porque eres el esplendor del amor y la verdad.
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