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Presupuestos teológicos de la teología de los sacramentos.

Experiencias divinas y revelación de Dios los sacramentos constituyen,


indudablemente, una parte de la relación entre los hombres y Dios. Esta
constatación, algo trivial, debería alertar acerca del hecho de que toda reflexión
sobre los sacramentos presupone de entrada una reflexión sobre la relación de
Dios con los hombres. Tal como ha reconocido la tradición judeo-cristiana, Dios es
siempre el gran misterio, impenetrable e incomprensible. Es, en su esencia íntima,
tan distinto de los hombres que el pensamiento que avanza tanteando no puede
abarcarlo ni el lenguaje humano puede describirlo plenamente.

Estas afirmaciones son válidas también en la dirección opuesta: dada la total


disparidad de los dos “socios”, no parece posible establecer una comunicación
directa e inmediata entre los hombres y Dios. Ahora bien, a diferencia por ejemplo
de las ideas griegas sobre lo divino, la tradición judeocristiana afirma que Dios
tuvo y tiene un gran interés por su creación, que quiso y quiere relacionarse con
los hombres. Esta tradición entiende la creación del universo y Dios quiere
manifestarse desde sí mismo a los hombres, necesita en razón de la imposibilidad
de establecer una comunicación inmediata una intermediación para llegar hasta la
capacidad de recepción humana. En este punto, la concepción judía acudió a la
idea de que Dios permaneciendo siempre en sí y cabe sí puede comunicarse de
una doble manera: mediante su palabra y mediante la “morada” o “presencia”.

Hasta donde nos es posible analizar y decir algo sobre los procesos en los que
Dios se deja percibir (se “revela”), podemos afirmar lo siguiente: a los hombres.se
les abre una visión interior, o son arrastrados por un impulso que no pueden
atribuir a sus experiencias ordinarias, sino que más bien se sienten arrebatados
por encima de sí mismos (sobrepasados, trascendidos). Y como estos sucesos
encierran algo que estremece a los hombres, que es contrario a sus deseos
normales, no puede tratarse de ilusiones o proyecciones.

Se los puede calificar, ciertamente, de «experiencias de sí mismo», pero


añadiendo la precisión de que el “sí mismo” queda desbordado, en virtud de una
dinámica que no ha sido producida por él, sino que le ha sido dada. Estas
experiencias que trascienden a los hombres están siempre necesitadas de
interpretación. Hay ya una interpretación cuando el hombre se explica
conceptualmente tales sucesos y también cuando intenta ponerse de acuerdo con
otros sobre ellos. Pero nadie está obligado a aceptar la interpretación de que
Dios haya compartido con el hombre su propia dinámica, que Dios mismo haya
pronunciado la palabra interior en el hombre.
La imagen y los símbolos de Dios.

Dios manifiesta su presencia y voluntad cuando emprende un camino que se


cruza con el de los hombres y/o de los acontecimientos. Su comunicación no
consiste en dar “conocimiento de”, “información” o “noticias sobre”. Su
comunicación es él mismo. Dios es inmanente a los hombres y a los
acontecimientos para estar cerca de los hombres con amor, para cambiarlos, para
empujarlos a nuevas acciones.

Ésta es la “estructura sacramental” o el “principio sacramental” que guía la historia


entera de Dios con los hombres, que impregna también la vida de todos y cada
uno de los individuos, se tenga o no conciencia de ello.

Dado que la palabra “sacramento” procede de “sacramental”, concepto técnico


acuñado por la Iglesia, los sacramentos, debemos preguntarnos en este lugar si
existen otros conceptos con los que poder poner en claro lo que se entiende por
“estructura sacramental” o “principio sacramental”.

Ha surgido de una venerable herencia cultural la concepción de que en una


imagen puede hacerse presente el representado (sobre todo cuando se trata de
santos, de ángeles o del mismo Dios). Esta concepción tuvo repercusiones en el
cristianismo no sólo a través de la influencia de la filosofía de Platón en la visión
platónica lo representado, el modelo primigenio, está presente en la copia sino que
adquirió vigencia gracias sobre todo a la teología de la imagen del Nuevo
Testamento, cuyas expresiones concretas se han prolongado hasta nuestros días
en la teología y en el culto a los iconos de las Iglesias orientales.

El lenguaje de la teología y de la Iglesia utiliza desde antiguo otros conceptos para


designar los sacramentos: se les llama “simbólico”. Por símbolo se entendía
originariamente, en la antigüedad, un signo o una señal de reconocimiento. Así,
pues, símbolo puede entenderse, al igual que “señal”, como simple indicación,
como una especie de señalización o de indicador de algo distante, de una persona
ausente. Pero, tomado en este sentido, no podría expresar la “estructura
sacramental”.
La economía sacramental de la salvación

El “pensamiento sacramental” es un modo de comprensión. En esta frase, la


palabra “sacramental” se emplea en un sentido amplio. Quiere expresar la
experiencia de fe de que una situación o circunstancia concreta, aprehendida a
través de los sentidos, una realidad o un acontecimiento exterior, es “más”,
encierra algo “más profundo” que lo que aparece en la superficie y a primera vista.
Dado que aquí nos ocupamos de un modo de ver propio de la fe cristiana, se ha
elegido, a ciencia y conciencia, la palabra “sacramental”, porque la realidad interior
y más profunda, que se sirve, como de medio, de la realidad exterior, es la
realidad del Dios trascendente.

En nuestro contexto, la palabra “sacramental” es más una concepción


específicamente católica, la historia de Dios con los hombres tiene estructura
sacramental, en el sentido de que el movimiento que parte de Dios y que, a lo
largo y ancho de toda la historia humana, retorna a Dios, va adquiriendo rasgos
sacramentales cada vez más precisos.

Este modo de ver las cosas se apoya en la concepción de la acción histórico


salvífica cristo céntrica de Dios, que hunde sus raíces en la teología
neotestamentaria y tiene en el Símbolo es decir, en la confesión de fe su
expresión más exacta y concisa. Dicha acción histórico salvífica de Dios, se
encuadra por supuesto en un marco teológico: tiene su punto de partida en el
amor del Padre, que se difunde y derrama y vuelve a él, glorificándolo, para que
sea “todo en todos”.

Jesucristo como sacramento originario.

La convicción de fe de que Jesús es el sacramento de Dios tiene hondas raíces en


el Nuevo Testamento. Los testimonios sobre los acontecimientos de su vida, sobre
su trato y relaciones con los hombres, muestran hasta qué elevado punto su
persona fue un “signo”, una demostración de la presencia de Dios Toda su vida,
especialmente los momentos culminantes, y en primer lugar su muerte, son
símbolos reales de la presencia concreta de Dios. Unido a ello, aparece la
interpretación dada por el propio Jesús: También el acontecimiento de la palabra
que sucedió en él tenía carácter sacramental, actualizador de Dios.

La denominación de Jesús como sacramento se apoya en la teología


neotestamentaria del misterio. En las cartas a los Efesios y a los Colosenses la
palabra misterio no se refiere a un misterio, sino a los propósitos salvíficos de
Dios, tal como los reveló y los llevó a cabo en el curso de su oikonomia. Su
revelación plena y su realización total acontecieron en Jesucristo.
El concilio Vaticano II ha expresado la sacramentalidad de Jesucristo de la mano
de la cristología de Calcedonia y en la línea de pensamiento de Tomás de Aquino,
pero sin recurrir a los conceptos de «sacramento» o de «sacramento originario».
En la reciente teología católica se acepta generalmente, a cuanto yo sé, la
concepción de Jesucristo como el sacramento originario.

Los sacramentos en general.

No existe un concepto general de sacramento totalmente satisfactorio, porque no


hay sacramentos en general, sino sólo sacramentos concretos. Se han registrado
algunos intentos por expresar bajo un solo concepto lo que tienen de común todos
los sacramentos. Aunque insuficientes, estos intentos han aportado una cierta
contribución a la comprensión de las relaciones de Dios con los hombres.
Comenzaremos por exponer algunos de los hitos más importantes de estas
tentativas de formación del mencionado concepto la Iglesia es la figura en la que
sigue realizándose y revelándose este designio divino. La meta de este mysterion
es la unidad plena de todos los hombres con Dios y entre sí, la realización de
aquello de lo que Jesucristo puso los cimientos, la creación de una humanidad
justa y reconciliada en la que queden suprimidas las diferencias que separan, en
resumen, aquello que en la predicación de Jesús se denomina “reino de Dios”. En
este concepto de mysterion se encierra ya la economía sacramental de la
salvación, en cuanto que dicha economía abarca a Jesucristo y a la Iglesia y sus
realizaciones vitales.

Las antiguas traducciones latinas de la Biblia vertieron mysterion bien con el


préstamo directo de mysterium o bien con la palabra sacramentum.

El concepto.
Este concepto de sacramentum se inserta en el ámbito de vocablos relacionados
con sacrum y sacrare. De acuerdo con las concepciones de la religión pagana
romana, sacrare significa la trasferencia jurídicamente válida de una persona o de
una cosa al ámbito de lo sacrum, de lo santo, y, por consiguiente, su separación
respecto del mundo profano, su asignación a una zona especial en la que tienen
vigor especiales derechos y deberes, establecidos por los dioses.
En este contexto, sacramentum indica el compromiso adquirido por un recluta y
aceptado por la autoridad estatal, en virtud del cual es recibido en la “milicia
sagrada”, en tanto que él se obliga, por su parte, a llevar la adecuada conducta
ética. Sacramentum puede significar asimismo también aquí con el elemento de
una auto obligación de tipo eticorreligiosola suma de dinero que los participantes
en un pleito debían depositar en el templo; la parte aportada por los perde68 dores
correspondía al templo y era destinada al culto.
La teología sacramental de los reformadores

Para la concepción que tenía Lutero de las acciones simbólicas sacramentales de


la Iglesia revestía excepcional importancia la promesa de Dios -que no puede ni
engañar ni ser engañado- de que en la palabra pronunciada en el sacramento se
encuentra la acción salvífica de Dios, en Jesucristo, sobre los hombres. Si el
hombre es creyente, es decir, si acepta la palabra de Cristo como roca y
fundamento, si se deja agraciar sin confiar en las obras humanas, entonces la fe
anunciada en el sacramento produce la salvación.

A pesar de esta preeminencia, es indispensable el signo eclesial-sacramental, y


ello en virtud de la voluntad y de la disposición de Dios. Cuando esta voluntad y
esta disposición son obedecidas, se realiza válidamente el sacramento, incluso
aunque se ejecute sin fe, aunque en este último caso no tiene efectos salvíficos.
Lutero entendía el opus operatum como obra meritoria del hombre y rechazaba,
por consiguiente, este concepto. En cuanto al número de los sacramentos, el
criterio decisivo, en su opinión, era la conexión de una promesa de Jesucristo con
un signo visible. Y, a su parecer, sólo existía certeza acerca de esta conexión en
los casos del bautismo y de la cena, mientras que se mostró vacilante respecto de
la absolución. Tan sólo los testimonios bíblicos sobre Jesús -y, por tanto,
probablemente, sin la tradición eclesial humana- garantizan con seguridad esta
conexión y, en consecuencia, el sacramento.

Según Calvino -y de acuerdo con lo dicho por Agustín invocando la herida del
costado de Cristo- son dos los sacramentos (aunque también los sacramentos
viejo testamentarios fueron verdaderos sacramentos, dotados de eficacia, en
virtud de la fe en las promesas). Con la fe, los sacramentos se convierten por el
Espíritu Santo en medios o instrumentos de la gracia, que causan lo que
significan. Su función consiste en insertarnos en Jesucristo y en los misterios de
su vida; el poder del Espíritu Santo supera la distancia entre él y nosotros. De
acuerdo con su doctrina de la predestinación, Calvino afirmaba que los
sacramentos sólo eran eficaces en los positivamente predestinados. Los
sacramentos serían necesarios no como transmisores de la gracia, sino debido a
la naturaleza sensible de los hombres y a causa de la flaqueza de su fe.

Elementos
El símbolo es, pues, un «signo de conocimiento» o de «reconocimiento» (y así se
comprende por qué al credo o confesión de fe cristiana se le diera, ya desde
fechas muy tempranas, el nombre de symbolon). Así, pues, el símbolo está
esencialmente vinculado al conocimiento, la comprensión y la intelección. No
existe, sin embargo, un concepto unitario de símbolo bajo el que puedan
agruparse las diversas ciencias y los diversos grupos que hoy se ocupan de los
símbolos. A la teología le asiste el indiscutible derecho de atenerse a su propia
concepción del símbolo. Por lo demás, para la intelección de las cuestiones de la
fe es importante analizar los aspectos que tienen en común la concepción cristiana
y la concepción no religiosa del símbolo.

Existen, de hecho, estos aspectos comunes, que consisten en lo siguiente. Los


símbolos no son simples imágenes, señales mudas y estáticas, representación de
algo ausente. Se les considera, más bien, “acontecer relacional”, crean relaciones,
pertenecen a un “campo intencional”, es decir, llevan a una comprensión de la
realidad que está orientada relacional y dinámicamente a procesos.

Tienen, pues, la peculiaridad propia de un acontecimiento o de una acción


consciente, tienden puentes por encima de las distancias temporales, también en
el sentido de que hacen presente el pasado y no se agotan, por tanto, en un mero
actualismo. Son precisamente estas peculiaridades las que muestran los puntos
comunes más relevantes de la concepción religiosa y no religiosa del símbolo.
Mencionaremos a este propósito, en primer lugar, los estudios llevados a cabo por
la ciencia de la religión sobre los símbolos. Aunque es cierto que estos símbolos
se refieren sobre todo a actualizaciones de una trascendencia todavía
indeterminada, el cristianismo puede reconocer en ellos valores genuinos, de los
que no debe separarse abruptamente.

La teología sacramental aquí expuesta desde su dimensión simbólica real entraña


una apertura ecuménica, en cuanto que la acción simbólica debe apoyarse
necesariamente en la fe que sólo Dios concede y halla en esta fe su garantía
última y definitiva.

Jesucristo origen de los sacramentos

El concepto moderno de «fundación» o «institución» de los sacramentos por Dios


en Jesucristo induce a error, porque sugiere la idea de un acto jurídico puntual. Es
indudable, por un lado, que, de acuerdo con el judaísmo de su tiempo, Jesús
adoptó una actitud positiva respecto de las acciones simbólicas, ya que él mismo
las practicó y manifestó sus preferencias por algunas de ellas.

La escolástica, de la que el concilio de Trento tomó la idea de la institución, no


poseía un concepto estricto y puntual de la misma. Insertó, más bien, los
sacramentos en un marco que abarcaba espacios temporales muy anteriores a
Cristo, pues llegaban hasta el inicio mismo de la creación. Los teólogos
escolásticos pusieron el máximo empeño en descubrir en la vida de Jesús
palabras o sentencias “institucionalizadoras”. Y cuando no pudieron hallarlas,
recurrieron a la tradición apostólica. La escolástica pudo también considerar como
institución el hecho mismo de que Dios comunicara a los sacramentos la
capacidad de ser eficaces, aunque tampoco aquí pudiera determinarse el
momento temporal en que lo hizo y, a veces, se atribuía a la acción del Resucitado
por medio del espíritu.

Los sacramentos de la Iglesia.

Los sacramentos de la Iglesia católica, definitivamente fijado en Trento, es el


resultado de un largo proceso de reflexión. No existen argumentos intrínsecos
convincentes que fuercen a admitir este número. Ha surgido con el correr de la
historia y el valor simbólico que se le atribuye (por ejemplo: 3 personas
intratrinitarias + 4 elementos del mundo = 7, como número que indica la plenitud
de la acción salvífica de Dios) no tiene peso como prueba argumental. Tampoco
es un número tan fijo y estable que no se le pueda ampliar de hecho mediante
varios desdoblamientos de un mismo sacramento.

El septenario sacramental la Iglesia encuentra la realización completa de la lógica


de la Encarnación y, al mismo tiempo, su renacer continúo en el corazón de la
persona. El origen de los Sacramentos sólo se puede encontrar en la voluntad de
Cristo, puesto que el poder de crear es exclusivo de Dios. En consecuencia, los
Sacramentos no pueden ser creados por la Iglesia y menos aún pueden ser fruto
de sus aportaciones pastorales.

A esta etapa corresponde en la vida espiritual el bautismo, que es una


regeneración espiritual. La segunda etapa es el crecimiento, por el que uno llega a
la plenitud de su estatura y de su fuerza. Y a esta etapa corresponde, en la vida
del espíritu, la Confirmación, en la que se nos da el Espíritu Santo para
robustecernos, por lo que Jesús dice a los discípulos ya bautizados, en Lc 24, 49:
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos con la virtud de lo alto. La
tercera es la nutrición, con la que el hombre conserva la vida y el vigor, y a ésta
corresponde, en la vida espiritual, la Eucaristía, por lo que dice el Señor en Jn 6,
54: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis
vida en vosotros.

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