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...mientras la Loba no está.

Reflexiones sobre el juego y las intervenciones a la luz de un caso clínico.

Por Carolina Bianco: biancocarolinag@gmail.com


Artículo publicado en ​Lapsus
15-03-2019

Demasiada madre
Daniel pega. Así lo presenta su madre en la primera entrevista. Le pega a los compañeros en el
colegio, le pega a ella cuando se enoja. Durante nuestros primeros encuentros Dani siempre
quiere que juguemos a las cartas. Jugamos manos y manos de Chin-chon y voy notando que
para él los dos momentos privilegiados del juego son el inicio de la partida y el final. Al
inicio, para poder empezar a jugar uno de los dos mezcla las cartas y le ofrece el mazo al otro
para que ​corte. ​Al final, el juego termina cuando uno de nosotros ​corta. ​Las reglas que aplica al
desarrollo del juego son las tradicionales y siempre se mantenían fijas, pero para los momentos
de ​corte propone reglas particulares, realizando variantes entre un juego y otro, se ríe, me
enseña distintas formas de ​cortar. ​Son dos instancias del juego que le divierten muchísimo.
Unas veces quien perdía al momento del corte tiene que sumar todas sus cartas, otras sólo
aquellas que habían quedado fuera de los juegos. Primero se podía cortar con cualquier carta,
luego comenzó a ser necesario cortar con alguna carta menor a 6. Así vamos probando y
ensayando distintos tipos de ​corte​. Algo que no cambia en relación al cierre del juego era que
la persona que corta no sumaba sus cartas o se anotaba “menos diez” como ocurre en el
Chin-chon. Quien cortara tiene que anotarse en la grilla de puntos una “L”.
-¿Y eso, cómo es eso? - le pregunté la primera vez que jugamos.
-Es una L, de Loba.
-Ah ¿y para qué sirve?
-Me enseñaron a jugar a la Loba y en el Chin-chon también se anota así.
Dani hace una fusión de juegos de cartas. Jugamos al Chin-chon, pero al final aparece la Loba,
podríamos decir que ​esta Loba empieza a presentarse ocupando espacios que no le
corresponden.
Un día, mientras yo mezclaba las cartas, Dani estaba armando la grilla de puntos para el
Chin-chon. Dibujó las columnas y anotó nuestras iniciales, mientras decía:
-D de Daniel, C de Carolina…- y agregó - M de mamá...ella juega con la M.
- ¿Vas a anotarla a mamá? - pregunté
-No, porque no está.
-Ah…¿entonces?
Levantó los hombros y se quedó un rato en silencio. Después, hablando bien bajito, dijo:
-Ella escucha. El otro día salí y me preguntó si había jugado al fútbol... porque se escuchaba
desde afuera..
No está en el consultorio, pero escucha. No va a jugar, pero aparece nombrada en el juego. Ella
se encarga de hacerle saber que, por más que no esté presente en este espacio, escucha
y sabe lo que está haciendo. ​Y esto él lo manifiesta en el juego, trayéndola, nombrándola,
haciendo presente a la Loba en lugares en los que no debería estar. Él sabe que su madre está
presente hasta donde él no la quiere y busca alguna forma de lidiar con esta “demasiada
presencia”.

Intervención no sabida.
Decíamos que hay dos momentos privilegiados del juego, el corte de finalización y el corte del
mazo que da inicio a la partida. Cuando yo mezclo dejo el mazo sobre la mesa para que él corte.
En lugar de dividirlo en dos, él siempre le da un golpe con la mano al mazo. Me explica que ese
golpe indica que yo debo tomar la primera carta y ponerla al final del mazo, y así el ​corte ​queda
hecho. Durante una sesión yo estaba mezclando las cartas mientras hablábamos y comencé a
repartir olvidando darle el mazo para que corte.
- ¡Tengo que cortar! - me dijo enseguida.
- ¡Cierto! Para empezar a jugar hay que cortar.
Le ofrecí el mazo y él, como siempre, lo golpeó con la palma de la mano.
- Vos más que cortar, pegás.
- Sí, me gusta pegar.

Ese día me salió decirle ​vos más que cortás, pegás, ​pero no sabía lo que estaba diciendo
hasta después de decirlo, no fue una intervención calculada. Cuando escuché mi
intervención y la respuesta de Dani, pude comenzar a leer la lógica en el desarrollo de su juego.
Para él, los golpes oficiaban a modo de corte; corte fallido, pero intento de corte al fin.
¿Quizás la demasiada presencia de su mamá no le permitía cortar de otra manera que no fuera
a los golpes? ​A la luz de esta “intervención no sabida” empiezo a leer la lógica de fort-da
en las producciones lúdicas de Dani y cómo él, en el juego, del modo que podía,
ensayaba una separación.
El sujeto es un efecto que surge en ese momento en que se dice algo que no se tenía la
intención de decir. ​Sabemos que nadie tiene al inconsciente “dentro”, sino que el inconsciente
surge en el encuentro entre dos posiciones, en el encuentro con un analista. ¿Qué quiere decir
esto? ¿De cuál de esas dos posiciones que se encuentran surge lo inconsciente? ¿De qué lado
queda el efecto sujeto? No dudamos en catalogar un equívoco del paciente como evidencia del
inconsciente, pero ¿El sujeto inconsciente solo puede emerger por boca del paciente? ¿qué
pasa con las intervenciones del analista? ¿No fue acaso mi intervención un equívoco producto
de la transferencia que da cuenta del sujeto?
En tanto el inconsciente es un ​entre,​ el sujeto ha de surgir también así, como efecto ​entre
esas dos posiciones que ocupamos paciente y analista​. La transferencia nos envuelve a
ambos, por eso no hay unilateralidad. El sujeto emerge, entonces, en la apertura de ese
inconsciente que, como un puente, se tensa entre nosotros. ​En esas coordenadas algo
opera, sin que lo sepamos, también del lado del analista porque ​un puente no se sostiene de un
solo lado.1

Una clave propia


Un tiempo después de la intervención sobre el corte, estábamos jugando con las fichas de las
Damas y Dani señaló un casillero en el tablero, diciéndome:
- Si ponés tu ficha acá ganás.
Inmediatamente puse ahí una de mis fichas.
- No ganaste, te hice trampa.
Entonces comenzó a probar distintas palabras o frases a modo de clave para dar con el casillero
ganador. Cada casillero del tablero representaba una letra de la clave y entonces el último
casillero señalado se convertía en aquel al cual yo debía llevar mi ficha para ver si efectivamente
ganaba.
La primera clave que probó fue DANIEL, moví mi ficha al casillero señalado por la L, pero no
gané. Después probó con el nombre de su madre, que tampoco funcionó y luego con un
diminutivo de su nombre, DANIELITO.
- Así me dice mi mamá. - aclaró
Ese nombre elegido por la madre no fue la fórmula ganadora, por supuesto.
La última clave que probó fue “DANI ES DE RIVER" y esta vez él, sin decir nada, movió su
propia ficha al casillero que esa última R señalaba.
- ¡Gané! Esa era. Vos para ganar tenías que hacer "Carolina es de...y tu cuadro" - me
explicó.
Para acceder al casillero ganador fue necesario poner en juego una clave propia, única
para cada uno y ligada a cierta elección. Una clave que va más allá de la madre, que le da
una vuelta a ese nombre que ella eligió para él al reconstruirlo y hacerlo propio. Freud toma y
comenta una cita de Goethe: “lo que se hereda de los padres, has de apropiártelo otra vez para
que sea en verdad tuyo”2. ​Y ese apropiártelo requiere del corte porque mientras no haya
separación no hay lugar donde lo propio sea posible​. A través del juego, Daniel pudo
producir algo de este corte, para empezar a dejar afuera a esa madre que se filtraba y habilitar
un espacio donde la Loba no está.

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