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NUÑO DOMÍNGUEZ
Para los médicos ha supuesto un enorme misterio, y para los pacientes, una versión
real y devastadora de la metamorfosis de Kafka. En 1692, el médico francés Guy
Patin la describió por primera vez sin ocultar su sorpresa: “Vi a una mujer hoy cuyo
cuerpo acabó por volverse tan duro como la madera”. Siglos después, otros médicos
hablaron de “la enfermedad del hombre de piedra”, de pacientes cuyos esqueletos
crecían “como el coral” y acaban formando un opresivo “corpiño de hueso”.
Harry Eastlack es el paciente más conocido. Donó su cuerpo a la ciencia tras morir
en 1973, poco antes de cumplir 40 años. Para entonces ya tenía gran parte de los
huesos de la espalda y el cuello paralizados. Su esqueleto, que se conserva en el
Museo Mütter del Colegio de Médicos de Filadelfia (EE UU), ha sido indispensable
para comprender mejor esta dolencia, llamada fibrodisplasia osificante progresiva
(FOP) y que actualmente no tiene tratamiento ni cura.
Hoy se sabe que afecta aproximadamente a una persona de cada dos millones, por lo
que es rara incluso dentro del grupo de enfermedades raras. Su causa no puede ser
más universal, pues radica en el mecanismo que gobierna hasta dónde deben
desarrollarse los huesos y cuándo debe parar este proceso. En 2006 se descubrió que
una sola mutación en un gen es la delgada frontera que separa el desarrollo normal
del enloquecido crecimiento óseo en el que músculos, tendones y otras partes
blandas del cuerpo son reemplazadas poco a poco por una especie de armadura que
acaba paralizando todas las articulaciones.
Trama complicada
Frederick Kaplan lleva más de dos décadas investigando esta dolencia y actualmente
dirige el Centro de Investigación del FOP adscrito a la Universidad de Pensilvania.
En 2006 lideró el estudio que identificó el gen causante de la enfermedad. “Los
investigadores creen que el anticuerpo totalmente humanizado contra la activina A
puede ser una opción terapéutica a corto plazo para los pacientes, pero antes es
necesario hacer más trabajo de laboratorio, probar su toxicidad en animales y su
seguridad en humanos antes de que este descubrimiento fortuito pueda llevarse a
ensayos clínicos sobre su efectividad en pacientes”, explica en un editorial
comentando el trabajo.