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del trabajo del hogar, así como las doncellas desocupadas y las
sus borricos, son los que mejor y más pronto tienen conocimiento de
les hacían, acerca de las últimas noticias. Con lo cual ese pozo se
suya propia.
Entre los aguadores que, en los tiempos en los que se sitúa nuestra
cargar la mercancía.
y a todos les gustaba intercambiar unas frases con él, porque tenía
y que por esa razón ganaba más dinero que ninguno, pasaba muchos
con el dinero que «Peregil» ganaba con tanto esfuerzo pan y otros
acercara.
decidido:
llevase.
así, condujo al moro hasta su casa. Los chiquillos, que al oírle llegar
ofrecerle como lecho una humilde estera que extendió sobre el suelo,
- ¿Qué sucederá ahora? ¡La justicia dirá que fuimos nosotros los que
así pudo comprobar que quedaba una luz encendida. También vio
chismes.
realidad...?
a orillas del Genil. Y todo en unas horas. ¡Yo mismo lo he visto, con
- Explícate bien - dijo el alcalde-. Quiero saber con detalles todo eso
de que hablas.
que jamás haya existido. Y así, en lugar de pensar que si hubo delito,
había que prender al delincuente y llevarle ante la justicia, él se decía
naturalmente.
alguacil más fiel, un hombre tan ambicioso y malo como él, y cuya
negra figura, pues siempre solía llevar una ancha capa y un sombrero
Pues bien, ¡no te creo! En tu cara leo que eres un hombre codicioso.
oro ni joya alguna, le dejó marchar. Incluso le dejó que se llevara con
propias espaldas los cántaros de agua, que hasta el día antes llevara
una vez más la hospitalidad que había ejercido en beneficio del moro.
Hasta que una noche, cuando los niños lloraban porque tenían
hechizo.
tristemente el aguador.
Todo aquel día y también gran parte de la noche, meditó una y otra
ningún valor.
su busca.
Al poco rato ya estaba de vuelta, llevando en la mano la cajita de
luz de esa vela, se abrirán los muros más espesos y las cavernas más
ocultas, Esto nos permitirá llegar hasta el tesoro, repito, pero, ¡ay del
quedará encantado junto con el tesoro y jamás volverá a ver la luz del
Suelos, para llegar a la cual tuvieron que subir por el sendero que lleva
a la Alhambra.
Llegados al lugar, sintieron temor. Aquello estaba desierto y rodeado
tierra tembló bajo sus pies y al punto se abrieron las losas de piedra,
apareciendo el comienzo de una escalera, por la que se apresuraron a
pasadizo, hasta llegar a las ruinas exteriores. Allí, iluminados por la luz
buena fe y evitar que uno de los dos pudiera volver sin contar con el
lugar seguro. No olvides que existe gente mala y ambiciosa, ¡el mismo
sentada en un rincón.
has andado! ¡Sin duda te has malgastado todo el dinero que habías
Era tanta la aflicción de la mujer, que el pobre «Peregil», que era muy
cantidad que al pobre aguador le pareció una suma fabulosa y que, sin
moneda, que era antiquísima y con una inscripción árabe que aún la
valorizaba más.
Hasta que por fin, una mañana, vio cómo la mujer se asomaba unos
diadema de brillantes.
alcalde para contarle lo que había visto. Al poco rato, el alguacil salió
a presencia de la autoridad.
¡Mereces la muerte!
- Aceptad, señor. Así nos quedaremos no sólo con lo que ellos tienen
hechiceros! -afirmó.
podáis escapar.
Y así se hizo, con gran contento por parte de los dos amigos, seguros
pura verdad.
que esos dos últimos, iban armados, porque temían que sus
del aguador, con el fin de poder cargar sobre sus espaldas parte del
las jarras que había junto al cofre, repletas como ya dijimos de joyas y
viendo, al colocárselas una a cada lado, que era todo cuanto el animal
podía llevar.
piedras preciosas.
que tenemos es más que suficiente. ¡La ambición es una mala cosa!
compinches:
- ¡Desde luego que no! En el libro del Destino está escrito que deben
el moro.
Y apenas acabó de decir estas palabras, tomó el trozo de vela que aún
de perdonarles la vida, sino que, para no tener que repartir con ellos el
frases amables que el moro llegó a pensar que estaba más satisfecho
Los apuros que por culpa de los tres ambiciosos habían pasado, les
natal.
sombrero con plumas. Por eso, dejando aparte aquel apelativo familiar
tesoro, debajo de la gran Torre de los Siete Suelos, sin que nadie