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Son diversas las concepciones que se tienen sobre la filosofía. A veces ésta puede
parecer como un saber arcano, misterioso, propio de personas especiales. Otras veces
puede pensarse que filosofía es cualquier concepción del mundo. Y hasta hay quien la
considera como un saber sospechoso.
La filosofía es un grado de saber muy alto, porque apunta a los principios radicales de
la realidad, y como todo lo valioso exige una gran búsqueda por parte del sujeto que la
quiera poseer. Pero esa búsqueda es algo que corresponde propiamente al ser humano.
Aristóteles sostiene, al comienzo de la Filosofía Primera1, que todo hombre desea por
naturaleza saber. Los seres humanos estamos hechos para el conocimiento, y podemos
conocer no sólo sensorialmente, sino también intelectualmente.
El ser humano está constituido por una tendencia al saber, a la verdad porque estamos
hechos para ella. Desde el período de la niñez, al despertar la inteligencia los niños
preguntan: ¿Por qué? Todos anhelamos saber. Los seres humanos sufren mucho cuando
se encuentran a merced del error o de la ignorancia.
Es conocida la frase de un filósofo, hace unos años que ante la pregunta: ¿qué nos pasa?
respondía: "Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa". Precisamente, lo difícil
de nuestra situación hace que acometamos un conocimiento profundo, que esté a la
medida de los grandes problemas y los retos que se nos presentan.
De otra parte, se puede conocer algo de la Filosofía, pero, del mismo modo que a las
personas sólo se les quiere cuando se les trata y se les conoce, también a la filosofía la
amamos en la medida en que la buscamos y la ejercemos. Uno de los modos de ejercer
la filosofía es volviéndonos a plantear los problemas que los grandes filósofos han tratado
de comprender. De ahí que la filosofía no se conoce con sólo la lectura somera de los
textos, sino que es preciso ejercer la actividad filosófica, es decir realizar los actos de
conocimiento que ha tenido que realizar el filósofo a quien se lee, esforzándose por
ponerse en su situación, de tratar de pensar como él, manteniendo un diálogo a través
de lo cual se conoce la intención de verdad que tal filósofo ha tenido y ver si ha logrado
o no responderse adecuadamente.
Para iniciarse en la filosofía es de gran ayuda el que uno sea introducido en ella, llevado,
por decirlo así, de la mano por alguien que ya la conoce, que la ejerce, que la ama. Ése
es propiamente el filósofo. Pero los filósofos auténticos no abundan, y uno puede tener
un primer contacto con la filosofía que le lleve a acercarse a ella o a rechazarla
alejándose sin siquiera conocerla. Por eso hace falta recurrir a los grandes maestros,
algunos de ellos citaremos en esta introducción a la filosofía, y si bien no es posible
agotar su filosofía en pocas páginas por lo menos tendremos un acercamiento a las líneas
principales de su pensamiento, a sus aportes. Con todo, lo más importante son las
disposiciones interiores, porque de nada serviría tener los mejores maestros de filosofía
si no hay el interés y el esfuerzo para buscarla y ejercerla.
Por lo demás, la filosofía es una búsqueda siempre nueva del saber. El camino de la
filosofía se estrena de un modo nuevo cada vez con cada quién; no es algo rutinario,
nunca se repite; cada uno de sus descubrimientos se viven como si fuera el primero.
Nada más alejado de la auténtica filosofía que la repetición manualística. Lo que tiene
de apasionante la filosofía es esa continua búsqueda y encuentro, en el que al conocer
se entrega la verdad y se goza el sujeto al contemplarla. Aunque la verdad no sólo puede
encontrarse en la Filosofía, éste es un camino bastante adecuado para encontrarse con
la verdad.
En latín, sabiduría se expresa con el término sapientia, que viene de sapere, que significa
en un sentido amplio saber, por lo que sabio es el buen conocedor, el que juzga
acertadamente, gracias a que domina los temas que ha estudiado. Supone un saber
superior al ordinario. En sentido estricto sapere hace referencia al buen gusto, al tener
un paladar fino y delicado. Por ello, quien ejerce el saber filosófico, suele tener un
“paladar” habituado a la verdad.
El término sabio también tiene antecedentes históricos. Según una conocida tradición,
que aunque ha sido discutida tiene valor como ilustración, se afirma que fue Pitágoras
quien empezó a usar la palabra filósofo, cuando se le preguntó acerca de cuál era su
oficio, y él respondió que no sabía ningún arte, sino que era simplemente filósofo; y para
que se entendiera mejor, hizo una comparación con las Fiestas Olímpicas, diciendo que
unos acudían por competir, otros por hacer negocio, y otros sólo por el placer de ver el
espectáculo; éstos últimos serían los filósofos.
Además, como sabemos, el intelecto humano puede ser tanto teórico como práctico, ya
que se puede aplicar al conocimiento de los principios más radicales de la realidad
(sabiduría teórica), o se puede aplicar a los asuntos concretos y prácticos (sabiduría
práctica). Así, la sabiduría teórica tiene por objeto las causas primeras y la filosofía
apuntará en primer y principalísimo lugar a la sabiduría teórica, que no se propone
ninguna aplicación práctica, ninguna utilidad. La sabiduría práctica consiste en saber
aplicar los principios éticos fundamentales a las situaciones concretas. De ahí que sea
clave la virtud de la prudencia.
La sabiduría es también ciencia, como veremos en el capítulo IV, puesto que la ciencia
es el conocimiento de verdades a las que se llega por demostración a partir de unos
principios: la sabiduría filosófica añade a la ciencia la característica de versar sobre los
mismos principios y juzgar sobre todas las cosas.