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Canonizar y disciplinar MACIEK W ISNIEWSKI*

Mientras la mayoría de los comentarios (casi todos) acerca de la doble canonización de


Juan Pablo II/Juan XXIII (27/4/14) se centraban en la figura del primero y su merecida
crítica, muy poco (casi nada) se dijo sobre el segundo, e igualmente poco (aún menos)
sobre qué nos decía del papa Francisco esta decisión y de la lógica de su pontificado.

Entre lo poco, con razón, se habló de la bipolaridad –o ambigüedad– del actual pontífice
(¿juntar un papa que abrió la Iglesia con otro que la cerró?), característica que data de los
tiempos en que Francisco aún era Bergoglio.

Pero otra bi o unipolaridad era criticar a Juan Pablo II sin mencionar a Francisco, cuando la
relación entre ellos se entiende más por las similitudes, la cercanía y la continuidad que por
las (supuestas) rupturas y diferencias.

Ya lo dijo también –pero desde la derecha– George Weigel, el biógrafo del papa polaco,
hablando de una continuidad directa –Juan Pablo II/Benedicto XVI/Francisco– y llamando
a no confundir el estilo con el contenido (The Wall Street Journal, 28/11/13).

Recordemos: en el cónclave de 2005, Bergoglio salió segundo; claramente los cardenales


ungidos por Juan Pablo II también lo veían digno de seguir sus pasos.

Si bien el efecto Francisco se nutre del (aparente) contraste con Benedicto XVI (aunque el
actual papa mantiene excelentes relaciones con el papa emérito que concelebraba la doble
canonización; el teólogo que más cita es Joseph Ratzinger; su primera encíclica – Lumen
fidei– fue coescrita con su predecesor, etcétera), su otra fortaleza son las reminiscencias de
Juan Pablo II.

Para devolver la confianza y la legitimidad, la Iglesia necesitaba un Juan Pablo II bis, que
pudiera cautivar a las masas con el mismo canto (doctrina), sólo a un ritmo más vigoroso.

En el imaginario popular la franciscomanía de Bergoglio es heredera de la papamanía de


Wojtyla.

Un franciscomaniaco común: Con Juan Pablo II hubo un avance que se paró en seco con
Benedicto XVI. Si hubiera llegado antes Francisco, la Iglesia estaría ya mucho más cerca
de la gente –¡sic!– (El País, 13/4/14).

Claramente el papa argentino no dice lo mismo que el papa polaco, pero dejar atrás, por
ejemplo, el discurso de la civilización de la muerte (La Civiltà Cattolica, 19/8/13), pilar
ideológico de Juan Pablo II/Benedicto XVI, no fue novedad teológica de Francisco.
Fue urgencia provocada por los curas pederastas: la Iglesia ya no podía continuar con un
discurso de condena a la promiscuidad de la vida sexual consentida/heterosexual, cuando
sus funcionarios seguían violando a menores.

Con Wojtyla lo une el don de actuar: mientras aquél fue un actor y dramaturgo, Francisco
es un político que dominó a la perfección el arte del detalle: manejo de gestos y símbolos.

Rubén Dri, el teólogo y ex cura tercermundista, dice en una entrevista (Krytyka Polityczna,
1/2/14):

“–Cuando Wojtyla llegó a Argentina, en el sur se reunió con mapuches. Éstos llegaron con
una Biblia, diciendo que con ella en la mano los conquistadores les quitaron sus tierras.
¿Qué hizo Wojtyla? Le quitó el sombrero a uno, se lo puso en la cabeza y dijo: ¡Ahora
tienen a un papa mapuche!

“–Con un ‘papa mapuche’ ya no duele tanto la tierra perdida, dice el entrevistador...

“–¡… exacto! Lo mismo hizo Bergoglio en Brasil durante una reunión con los indígenas del
interior: a uno le quitó el sombrero y se lo puso...”

Los mismos gestos, las mismas prácticas.

Veamos sólo lo de la pederastia (incluso sin ahondar que, canonizando a Juan Pablo II,
Francisco encubría al encubridor de Marcial Maciel et al.).

Juan Pablo II en su tiempo, en vez de castigar, premió al cardenal Bernard Law, el


encubridor serial de Boston, poniéndolo al frente de la Basílica de Santa Maria Maggiore
(Roma); hace poco Francisco lo removió –sin más consecuencias–, sólo para premiar luego
al otro encubridor, ex obispo de Santiago, Ricardo Ezzati, protector de Fernando Karadima,
el Maciel chileno, haciéndolo un purpurado.

¿Y no que Francisco pidió el histórico perdón por los abusos de los sacerdotes pederastas?

Juan Pablo II también pidió perdón por varios crímenes de la Iglesia –por ejemplo por la
Conquista–, sin que se haya hecho la más mínima justicia a sus víctimas.

Deteniendo el aggiornamiento, Juan Pablo II revivió la beatificación y la canonización (los


modos de legitimar las opciones ideológicas y conductas en la Iglesia), prácticas religiosas
premodernas, que en el siglo XX ya perdían significado.

Los convirtió en unas de las principales actividades del papado (condujo 147 ceremonias
para proclamar mil 338 beatos y 51 para hacer 482 santos).

En 2000 también mató dos pájaros de un tiro: beatificó juntos a Pío IX y Juan XXIII.
Francisco lo sigue: no sólo canoniza al mismo Juan Pablo II –un ejemplo ideológico para
hoy, ¡sic!– (lo de Juan XXIII merece una mirada aparte), sino va por el récord.

A pocas semanas de la elección beatificó a 58 sacerdotes víctimas de la Guerra Civil


española ( Página/12, 29/3/13); en octubre añadió a 522 –¡sic!– católicos muertos por las
fuerzas republicanas, en una ceremonia bañada en un discurso ahistórico y reaccionario
(Counterpunch, 21/1/14).

¿Y los padres Mugica, Murias o el obispo Angelelli, asesinados por la dictadura argentina,
ahora que resulta que Bergoglio también luchó con la junta? Silencio.

La canonización y la beatificación son ante todo herramientas del poder disciplinario:


promueven e imponen modelos y conductas deseadas.

Disciplina –hoy, en los tiempos de la crisis– es uno de los principales objetivos del nuevo
papa y su neo-franciscanismo (véase La Jornada, 21/6/13).

Su austeridad personal, gestos y símbolos –disciplina como anatomía política del detalle–
parecen sacados de las páginas de Vigilar y castigar (1976), donde Michel Foucault
disecciona el poder disciplinario y sus modestos aparatos.

De la misma manera que las luces que han descubierto las libertades también inventaron la
disciplina –escribe Foucault (p. 225)–, Francisco vino a liberar la Iglesia y a disciplinarla.

Juan Pablo II, enfrentando a su enemigo mortal –el comunismo–, necesitaba una Iglesia
obediente: reprimía las conductas no deseadas y se hacía de la vista gorda sobre los casos
de pederastia para mantener la unidad.

¿A qué encubrimientos y aberraciones llevará la disciplina del papa Francisco?

* Periodista polaco

http://www.jornada.unam.mx/2014/05/09/opinion/020a2pol

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