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Cuaresma y Pascua han sido tres meses fuertes. Ahora, desde el lunes siguiente
a Pentecostés y hasta el Adviento, tenemos por delante seis meses de tiempo ordinario:
25 domingos "verdes".
No quisiera creer que mi subconsciente me juega una mala pasada, y que lo que pasa
es que no quiero tiempos exigentes que me obliguen a vivir intensamente. Me parece
que, aparte de la necesaria sucesión psicológica de tiempos fuertes y normales, el
Tiempo Ordinario tiene una riqueza propia y unos valores interesantes que también cuentan
en la vida espiritual.
Eso sucede sobre todo siguiendo al evangelista del año. En concreto, en el Ciclo C, a
san Lucas. Lucas, con su estilo de buen narrador, nos ofrece en los evangelios dominicales de
este año una figura de Jesús muy propia de él:
b) un Jesús preocupado de los que, por una razón u otra, estaban marginados en la sociedad
de su tiempo (mujeres, niños, publicanos, enfermos, pobres);
Son aspectos del misterio de Cristo y de la Iglesia que este año, el año de
Lucas, podremos ir asimilando en el Tiempo Ordinario, guiados por esa eficaz pedagogía de
la palabra evangélica.
El domingo es un gesto profético que los cristianos realizamos cada semana en medio
de la sociedad: dejamos el trabajo, nos reunimos, hacemos fiesta, escuchamos la Palabra
de Dios, celebramos el Memorial de Cristo, participamos de su Cuerpo y de su Sangre...
¿Qué celebramos cuando sólo es Tiempo Ordinario? Con sencillez y a la vez con variedad e
imaginación pastoral, ahí tenemos unos meses para ir penetrando en el misterio de Cristo,
según Lucas, y para celebrar nuestra reunión festiva del domingo, como centro de toda
nuestra vida cristiana.