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Bob Dylan, el eterno hippie

9 Ago 2014 - 9:00 PM


Por: Mariángela Urbina Castilla

Con una capacidad que parece mística, Bob Dylan hace literatura. Varias
veces su obra ha sido candidatizada para el premio Nobel.
Bob Dylan le voló la cabeza a toda una generación a punta de sonidos y
letras. Antes, los rockeros cantaban ‘te amo bebé’ ‘quiero sostenerte las
manos’, ‘oh nena’, ‘oh yeah’. Con él, después de él y para siempre, el rock
empezó a sonar a sentimiento, a protesta social, a confusión, a caos. La
música entendió su poder transformador, ayudó a detener la guerra de
Vietnam, se llenó de sentido, de metáforas. “Cuántas veces deben volar las
balas de cañón antes de ser prohibidas para siempre”, entonó con esa voz
nasal y se inmortalizó sin morir, se inmortalizó siendo joven e hizo de su
juventud una inmortal, porque él nunca tendrá más de 20.
Y sí que le molesta que lo llamen “el portavoz de una generación”. En sus
palabras, él es “un simple trovador” y lo demás son pendejadas. Sus trovas
comenzaron a escucharse en 1960 y, así, casi sin quererlo, cargó en su
guitarra al movimiento hippie de la década. Se lo dijeron el día se ganó el
premio Príncipe de Asturias de las Artes, pues según el jurado es “un mito
viviente de una generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo”.
Quizá, por ese rechazo a ser una leyenda, al escribir su autobiografía,
‘Chronicles, Volume One’, no quiso centrarse en la fama ni en sus discos
más sonados. Le dedicó capítulos enteros a los menos reconocidos, ‘New
Morning’ y ‘Oh Mercy’. Además, habló del encanto de Nueva York, la
maravillosa Nueva York de los artistas, el lugar que lo recibió luego de dejar
Minnesota en 1961 y que lo vio dar sus primeros acordes en la música, una
época difícil, turbia.
En ese primer acercamiento directo a la literatura prefirió narrar su
oscuridad y no su luz. “Detrás de todo lo hermoso existe el dolor”, dijo en
‘Not Dark yet’. La frase podría ser perfecta a él, que pocas veces sonríe para
sus admiradores, que casi no concede entrevistas, que a los 71 años ha
sufrido dos divorcios y ha tenido cinco hijos. Detrás de tanto lirismo hay
una mente atormentada, o al menos, con algo de tormento. En el libro ‘Bob
Dylan, años de Juventud’, de Paul Williams cuenta que “comía poco y rara
vez dormía, procedimiento operativo habitual de un consumidor de
anfetaminas”. Le preguntaron si la droga influía en sus canciones y dijo: “no
la composición de ellas. Pero me mantienen ahí arriba para poder sacarlas
fuera”. En la lista de Dylan, Williams enumera todo tipo de anfetaminas y
consumos ocasionales de opio, cocaína y heroína. También se ha narrado
muchas veces el famoso encuentro de The Beatles y Dylan en un hotel en
Park Avenue, en Nueva York. Dicen que el cantante llegó con una bolsa llena
de marihuana para los otros. “Fumamos hierba, bebimos vino y vivíamos
como rockeros. Estábamos de fiesta”, afirmó John Lennon en una entrevista
y desde ahí Lennon y los demás dejaron de ser niños buenos, de sonar como
buenos.
Desde niño había sido fiel a la lectura de la biblia y la influencia del libro se
le notó en varias de sus letras. “El levítico y el deuteronomio, la ley de la
selva y el mar. Son mis únicos maestros”, siempre en ese tono apologético
o reverencial. Caminó entre una religión y otra, tal vez buscando una
eternidad que ya se ha ganado con canciones. En 1997 hizo evidente su
conversión al cristianismo cuando cantó frente al papa Juan Pablo II
‘Knocking On Heaven’s Door’. Entonces se desató una tendencia espiritual
que lo hizo sonar como pastor o profeta, así él deteste que se lo digan.
Ahora no sé sabe muy bien en qué cree, pero sí lo que lee, lo que ha leído
desde niño y a lo que no renuncia: Shakespeare, Rimbaud, Kerouac,
Dostoievsky, Whitman, Eliot, Blake, Brecht, Alicia en el país de las
maravillas. Todas esas influencias intentó plasmarlas en ‘Tarántula’, un
libro de prosa poética que terminó convertido en una telaraña difícil de
descifrar. Él mismo lo dijo: "Las cosas estaban fuera de control en aquel
momento. No fue nunca mi intención escribir un libro”.
No por ese libro pero sí por los himnos que compone, lo han nominado en
dos ocasiones al Premio Nobel de literatura y así, como siempre lo ha hecho
por una cosa u otra, generó polémica. Esta vez lo hizo entre los puristas que
cayeron alarmados frente a la idea de que un músico terminara
quedándose con ese galardón. Nunca un músico ha estado tan cerca como
él de ganárselo.
Así nunca lo haya dicho, Dylan debe ser consciente de que también quiso
cambiar el mundo. Que creyó en hacer el amor y no la guerra, cuando esas
cosas estaban cargadas de significado y no se habían convertido en las
expresiones prostituidas por rebeldes sin causa, publicistas, ‘hipsters’,
‘vintage’ y medio planeta.
Dylan se quedó detenido en los 60 y cuando queremos algo de esos
tiempos, lo buscamos en Youtube. Ya no con Long Play (LP), ya no en la
radio, pero suena igual, suena a desorden, a pasiones, a buena música, a
marihuana, a literatura de la más sutil y contundente. Porque Bob Dylan es
el eterno joven, el eterno hippie, el eterno poeta.
mariangelauc@gmail.com

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