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DOS CUESTIONES: SI EL “DERECHO A LA VIDA” ES EL

DERECHO SUPREMO. SI LA VIDA HUMANA ES EL MÁS VALIOSO DE LOS BIENES TERRENALES DEL HOMBRE

Camilo Tale

Introducción

¿Existe un orden de mayor a menor importancia entre los diversos derechos subjetivos? Esta cuestión puede plantearse
tanto desde la perspectiva axiológica (o sea si hay unos derechos que de suyo, de acuerdo con la consideración de la razón, son
de mayor rango que otros), como desde la perspectiva legal (si es que en el sistema de la legislación patria o en las
convenciones internacionales se indica una jerarquía entre los derechos), o con respecto al criterio jurisprudencial
predominante, o según el consenso social.
En el presente artículo consideramos la cuestión desde el punto de vista axiológico.
En caso de responderse afirmativamente la pregunta anterior, cabe interrogarse ¿es el denominado “derecho a la vida”
el que ocupa el lugar de máxima prioridad?
Las dos cuestiones anteriores se vinculan con la cuestión de si pueden darse colisiones entre derechos subjetivos de
distintos seres humanos (o entre derechos subjetivos de la comunidad política y derechos subjetivos de las personas
individuales o de asociaciones o entes colectivos cualesquiera), que también abordaremos en nuestro artículo.
Los autores suelen referirse al orden de valor entre los derechos y el orden de valor entre los bienes humanos como si
se tratase de un solo tema; adelantamos que ambos asuntos, aunque están relacionados, son diversos; por tanto, la cuestión de la
jerarquía que haya entre los bienes humanos, y la cuestión de si el bien de la vida humana es el que tiene la mayor valía entre
los bienes de este mundo (sea para las decisiones morales, sea para el derecho), son una cuarta y quinta cuestión,
respectivamente.
En toda esta temática nos referiremos a todas las especies de derechos subjetivos; por tanto quedan comprendidos los
denominados “derechos constitucionales”, “derechos fundamentales” y “derechos humanos” en lo que atañe a la posible
colisión que haya o no haya entre ellos y a la prioridad que deba reconocerse o no entre ellos.

Aclaración sobre la denominación

Ante todo, advertimos que aquí usamos la expresión “derecho a la vida” por ser muy común, pero la hemos colocado
entre comillas para significar que es una locución incorrecta, o al menos inexacta, como ya han señalado varios autores 1. La
preposición “a” da a entender que se trata de un derecho a que se otorgue la vida 2, un derecho a obtener la vida, y en realidad
este derecho pertenece a quien ya posee la vida (sea la vida postnatal, sea la vida prenatal). La misma objeción se aplica a la
expresión “derecho a la existencia”. Si se dice “derecho sobre la vida” también se emplea una frase inadecuada, porque la
preposición “sobre”, si bien puede ser sinónimo de la preposición “acerca de”, puede asimismo entenderse en el sentido de
superioridad o dominio sobre algo 3; de modo que en este caso puede significar que el titular del referido derecho tiene facultad
de disponer acerca de su propia existencia, lo cual sólo puede ser correcto en parte, por ej. en cuanto que el ser humano tiene la
facultad moral y jurídica de arriesgar su vida para alcanzar un fin loable, en caso que éste sea proporcionado al valor de aquélla,
y concurran otras circunstancias; pero el hombre no tiene la facultad amplia de “disponer” de la propia existencia, al punto de
que el hombre tenga “derecho al suicidio” 4. Tanto en la moral como en el derecho la propia vida es uno de los bienes
“indisponibles” (que el bien es “indisponible” aquí significa que es irrenunciable, que no es enajenable y que el titular no tiene
la facultad de destruirlo). La destrucción de sí mismo no es acto lícito, ni moralmente, ni jurídicamente: si fuese lícito el
quitarse la vida, no debería ser punible la acción de cooperación con el suicidio ajeno, pues sería castigar a quien ayuda a otro a
ejercer un derecho, pero el Código Penal argentino establece pena de prisión para quien instigare a otro a suicidarse o le
ayudase a hacerlo (art. 83); además, si el hombre tuviese “derecho al suicidio”, habría que sancionar al policía, al bombero o a
cualquiera que coactivamente impidiere a otro el matarse. Tampoco es apropiada la expresión “derecho a conservar la vida”,
referido de toda persona en toda situación, porque ello significa que todos tienen siempre la facultad de exigir que se le brinden
los medios que sean necesarios para prolongar su existencia, lo cual importa, entre otras consecuencias inadmisibles, que todo
individuo tiene derecho al trasplante de un órgano en cualquier momento en que lo requiera imprescindiblemente para
sobrevivir, y dado que a todo derecho corresponde un deber jurídico, que siempre hay alguien jurídicamente obligado a dárselo;
pero esto no es correcto, sino que sólo en ciertos casos una persona puede tener “derecho al trasplante”, por ej. cuando le
corresponde de acuerdo con las reglas sobre asignación de órganos cadavéricos para pacientes en “lista de espera” que rigen en
el país. Un reparo similar suscita la frase “derecho de vivir” 5.
Para expresar con exactitud el derecho que se quiere referir, hay que decir que el hombre tiene el “derecho al respeto
de la vida”, locución que no resulta desorbitada en su alcance, pues respecto de todo ser humano es verdad que todos los demás
tienen el deber de abstenerse de quitarle la vida (salvo los casos excepcionales en que puede ser legítima una acción lesiva de la
vida del prójimo, a saber: la legítima defensa, la guerra justa y la pena de muerte; y en cada uno de estos supuestos, ello es así
solamente cuando concurren los requisitos necesarios que establece tradicionalmente la doctrina).
Asimismo, es adecuada la expresión “derecho a la inviolabilidad de la vida” que contienen algunas leyes 6 y que
prefieren algunos autores 7, pues también expresa la conducta debida de otro que corresponde al derecho de uno, y que aquí es
el deber de no atentar contra la vida ajena. El término “inviolabilidad” no obsta a que existan excepciones, o sea casos en que
1
Entre otros, Carlos I. Massini Correas, Filosofía del Derecho - El derecho y los derechos humanos, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1994, p. 79.
2
Cuando se dice “derecho a la cosa” (que tiene el acreedor en una obligación de dar cosa), “derecho a la información”, “derecho al cadáver”, “derecho al
trabajo”, “derecho a la educación”, tales expresiones son correctas, porque se trata del derecho a que se le dé la cosa, la información, el cadáver, un trabajo, que el
derechohabiente actualmente no posee.
3
“Sobre, prep. 1. Encima de. 2. Acerca de. [...] 6. Con dominio y superioridad”[...?” (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 22ª ed.,
2001, Espasa-Calpe, reimpr., Buenos Aires, 2006).
4
Ricardo D. Rabinovich-Berkman propone y usa la expresión “derecho sobre la vida” (Bioderechos, Dunken, Buenos Aires, 1999, p. 30), y defiende
precisamente la disponibilidad de los derechos personalísimos. Al respecto argumenta que “un derecho del cual no se pueda disponer son es un derecho, sino la falta de
éste”. Y añade: “De allí que, por ejemplo, en mis trabajos no hable, como Cifuentes, de derecho de vivir, sino de derecho sobre la vida, etc.” (Vida, cuerpo y derecho,
Dunken, Buenos Aires, 1998, p. 21).
5
Esta expresión es preferida por Santos Cifuentes, Derechos personalísimos, 2ª ed. actualizada y ampliada, Astrea, Buenos Aires, 1995, p. 231 ss.
6
Por ej. la Constitución de Costa Rica, art. 45; la Constitución de Honduras, art. 30; la Constitución de Portugal de 1976, at. 25.
7
Cfr. Carlos I. Massini Correas, El derecho a la vida como derecho humano, ED, Buenos Aires, 10/12/97, p. 1 y passim.
1
un ser humano deje de tener tal derecho (que son los mencionados en el párrafo anterior, exclusivamente), porque el que algo se
declare inviolable no es incompatible con la admisión de excepciones; así por ejemplo, la Constitución argentina prescribe en el
art. 14 que “la propiedad es inviolable”, y en el mismo enunciado expresa que el propietario puede ser privado de la cosa
mediante sentencia fundada en ley, por ejemplo en caso de expropiación por causa de utilidad pública, de lo cual se habla en el
mismo artículo.
Finalmente, la expresión “derecho a la protección de la vida” es adecuada, pero refiere a un derecho distinto, que es el
que las personas tienen respecto de la comunidad política y de sus representantes, los gobernantes y funcionarios, y que también
se tiene respecto de familiares (por ej. los niños respecto de sus padres), en virtud de ciertos contratos (v. gr. en una guardería de
infantes o en una relación laboral en lo que concierne a las medidas de seguridad para evitar accidentes), y en otros diversos
supuestos.

El estado de la cuestión de la jerarquía de los derechos en nuestro país

Hace quince años tuvo lugar una polémica acerca de la posición del derecho al respeto de la vida dentro de la escala de
importancia de los derechos, entre el iusfilósofo nicoleño Héctor H. Hernández y el constitucionalista Germán Bidart Campos.
El primero, dentro de un artículo sobre el concepto de derecho subjetivo, abordó la cuestión “si el «derecho a la vida» (sic) de
cada uno es su derecho subjetivo supremo”, a la cual respondió negativamente 8. El segundo publicó una nota en la cual adhirió
a la mayoría de las afirmaciones del mencionado iusfilósofo, pero criticó la tesis negadora del rango supremo del “derecho a la
vida” 9, lo cual a su vez suscitó la réplica de H. Hernández, en otro artículo aparecido en la misma revista jurídica 10.
Más tarde, el profesor de Derecho Constitucional Miguel A. Ekmekdjian, en varios escritos sostuvo la proposición de
que existe un orden jerárquico entre los derechos subjetivos, en el cual el “derecho a la vida” ocupa el segundo lugar, y asignó
la posición más alta al que denominó “derecho a la dignidad” 11. Luego de la publicación de los dos primeros de estos artículos,
se dio una discusión entre el mencionado autor y G. Bidart Campos en lo tocante al derecho subjetivo al cual uno y otro le
atribuían la primacía 12. También publicó artículo de respuesta a M. A. Ekmekdjian, Eduardo S. Barcesat, profesor de Filosofía
del Derecho que impugnó que en la escala de derechos afirmada por aquél no figurasen los derechos políticos, económicos,
sociales y culturales 13.
En nuestras Lecciones de Filosofía del Derecho hemos tratado sumariamente las cuestiones de si el derecho al respeto
de la vida es el derecho prioritario y de si puede haber oposición entre dos derechos subjetivos. Consideramos allí los
argumentos de H. Hernández, G. Bidart Campos y M. A. Ekmekdjian y respondimos las dos cuestiones negativamente 14;
asimismo abordamos brevemente el tema de la prelación entre los bienes jurídicos 15.
En su obra orgánica sobre los derechos subjetivos y los “derechos humanos”, Héctor H. Hernández volvió sobre el
asunto, en un capítulo intitulado Jerarquía y «conflictos» de derechos subjetivos. Discusión: ¿El «derecho a la vida» es el
supremo? 16. Allí reafirmó su tesis, que hemos referimos supra, y dedicó una sección a la cuestión de la supuesta
“conflictividad” u oposición entre derechos subjetivos, que calificó como un conflicto puramente aparente 17.
Más tarde el profesor de Derecho Constitucional Fernando M. Toller, en su libro merecidamente laureado, defendió la
misma tesis de H. Hernández, o sea, que no existen oposiciones o conflictos entre derechos subjetivos 18. Respecto de la
cuestión del orden de importancia entre los derechos, afirmó allí, en seguimiento de Carlos I. Massini Correas, que hay igualdad
sustancial entre todos los derechos fundamentales, con excepción del derecho al respeto de la vida, que tiene posición de
primacía sobre los otros 19; pero en un artículo más reciente ha cambiado de opinión en este punto: dice que “los derechos
fundamentales tienen la misma jerarquía, mientras que los bienes humanos que esos derechos protegen tienen distintos niveles
de importancia” 20, pues los derechos, en cuanto derechos, incluido el derecho a la inviolabilidad de la vida, tienen igual
jerarquía, en cuanto reconocen y garantizan el título por el cual algo, un bien humano, es justo para el sujeto 21.

Examen de las tesis de que hay un orden jerárquico entre los derechos y de que el “derecho a la vida” es el derecho supremo.
Remisión a la cuestión de si existe oposición o “conflicto” entre derechos subjetivos. Remisión a la cuestión del orden de
importancia de los bienes humanos

Es una afirmación muy repetida, tanto en artículos de doctrina como en sentencias judiciales, que el “derecho a la vida”
es el primer derecho que tiene una persona, el más importante de todos.

8
Héctor H. Hernández, Acerca del derecho subjetivo (Reflexiones con motivo de un caso judicial, 2ª parte), LL 1982-C-959 ss. Ya había expresado esta tesis,
incidentalmente, en su tesis doctoral la justicia en la “teoría egológica del derecho”, Buenos Aires, 1980, p. 151, nota.
El entrecomillado y el adverbio sic están en el texto citado.
9
Germán Bidart Campos, Algo sobre el derecho a la vida, LL 1983-A-701.
10
Héctor H. Hernández, Valor de la vida y doctrina del derecho subjetivo, LL 1983-D-810
11
Miguel A. Ekmekdjian, Jerarquía constitucional de los derechos civiles, LL 1985-D-847; De nuevo sobre el orden jerárquico de los derechos civiles, ED
114 (1985)-945; Nuevas reflexiones acerca del orden jerárquico de los derechos individuales, ED 117 (1986)-29; Temas constitucionales, La ley, Buenos Aires, 1987,
cap. 1; Manual de Derecho Constitucional argentino, 3ª ed., Depalma, Buenos Aires, 1997, p. 78 ss; El valor dignidad y la teoría del orden jerárquico de los derechos
individuales, en AA. VV., Los valores de la Constitución argentina, Ediar, Buenos Aires, 1999, p. 9; Tratado de Derecho Constitucional, 2ª ed., Depalma, 2000, p. 477
ss. En general, estos escritos son reiterativos con respecto al tema.
12
Germán Bidart Campos, ¿Hay un “orden jerárquico” en los derechos personales?, ED 116 (1985)-800. Una discusión semejante ha tenido lugar en otros
países, por ej. en Alemania, cuya Ley Fundamental establece en su art. 1º, párr. (1): “La dignidad del hombre es intangible. Respetarla y protegerla es obligación de
todo poder público”. Cfr. Ingo von Münch, La dignidad del hombre en el Derecho Constitucional, trad. Jaime Nicolás Muñiz, Revista española de Derecho
Constitucional, año 2, nº 5, mayo-agosto 1982, p. 3.
13
Eduardo S. Barcesat, A propósito del “orden jerárquico de los derechos”, ED 116 (1985)-802. Esta crítica fue improcedente, porque M. A. Ekmedkdjian no
se propuso presentar una escala jerárquica de todas las clases de derechos subjetivos, como expresamente lo indica el título de sus artículos, ya desde el primero:
Jerarquía constitucional de los derechos civiles, LL 1984-D; De nuevo sobre el orden jerárquico de los derechos civiles, ED 114 (1985)-945.
14
Camilo Tale, Lecciones de Filosofía del Derecho, Alveroni, Córdoba, 1995, p. 127 ss.
15
Camilo Tale, Lecciones..., cit., p. 129 ss.
16
Héctor H. Hernández, Derecho subjetivo. Derechos humanos. Doctrina solidarista, Abeledo-Perrot,Buenos Aires, 2000, cap. VIII, p. 217 ss.
17
Héctor H. Hernández, der3echo subjetivo..., cit., p. 240 ss.
18
Fernando M. Toller, Libertad de prensa y tutela judicial efectiva, La ley, Buenos Aires, 1999, p. 412 ss.
19
Cfr. Fernando A,. Toller, Libertad de prensa..., cit., p. 396 ss. y 425 s. “Puede sostenerse la imposibilidad de establecer un orden de prelación entre los
derechos, pero siempre que se excluya de esta afirmación el derecho a la inviolabilidad de la vida, el que se encuentra en un rango superior al del resto de los derechos”
(Carlos I. Massini Correas, El derecho a la vida como derecho humano, El derecho, Buenos Aires, 10/12/97, p. 5).
20
Fernando A. Toller, “El bien de la vida humana tiene una jerarquía superior al resto de los bienes, mientras que el derecho a la vida está en pie de igualdad
con el resto de los derechos” (Fernando A. Toller, Jerarquía de derechos, jerarquía de bienes y posición de la vida en el elenco de los derechos humanos, JA 2006-I-
1034).
21
Cfr. Fernando A. Toller, Jerarquía de derechos..., cit.
2
Antes de analizar la validez de esta aseveración, conviene reparar cuál sea la relevancia o consecuencia práctica de la
posición de superioridad que se atribuye a dicho derecho, y en general, cuál sea la trascendencia de una ordenación jerárquica
entre los diversos derechos subjetivos.
Las consecuencias que pueden derivarse del orden de prioridad entre los derechos son:
a) que en caso de que surgiere oposición o conflicto entre dos derechos subjetivos, el criterio para determinar cuál debe
prevalecer, es que el derecho investido de mayor rango desplaza al de menor rango;
b) que la violación de un derecho que es más importante que otro importa una injusticia mayor, un daño más grave del
derechohabiente; esto a su vez, más allá de servir de criterio para determinar cuáles actos ilícitos son más graves en su
deshonestidad y en su antijuridicidad, b´) funda el mayor o menor celo, esfuerzos y gastos que debe poner la autoridad pública
para prevenir las vulneraciones de unos y otros derechos subjetivos y b´´) sirve de pauta para fijar las sanciones penales y de
otra clase que deben aplicarse a quienes sean responsables de la conculcación de un derecho, sanciones que han de ser más
severas cuanto más importante sea éste. Ahora bien, dado que el daño en el derecho es la destrucción o menoscabo de un bien
humano (individual o colectivo), el daño es más grave cuando el bien que se agrede es más valioso; por consiguiente, esto nos
remite a la cuestión del orden de valía que exista entre las diversas especies de bienes humanos.

¿Existe oposición o “conflicto” entre derechos subjetivos?

Algunos autores afirman que existen conflictos entre derechos subjetivos de distintas personas 22.
Sin embargo, hay que advertir que nunca existe una verdadera oposición o conflicto entre dos derechos subjetivos,
como explicamos a continuación.
Quienes sostienen que hay oposición o conflicto entre derechos, no pueden admitir otra solución que el sacrificar total
o parcialmente alguno de ellos. Pero hablar de un derecho que puede ser legítimamente “sacrificado” es lo mismo que negarlo;
es una contradicción en los términos 23.
Consideremos algunas situaciones en que parezca suscitarse una oposición entre dos derechos subjetivos. Sea el
supuesto del daño justificado en “estado de necesidad”. En el supuesto de urgente necesidad, y siempre que se cumplan ciertos
requisitos, la ley autoriza a causar un daño a un bien de otra persona para salvar un bien propio o de un tercero que sea más
valioso, por ej. el caso del “hurto famélico”, en que se admite que uno disponga de cosas que pertenecen a otro si se halla
próximo a perecer o a sufrir un grave perjuicio a su salud, o el lancinante dolor de una hambre torturante; o cuando uno
destruye el muro del vecino para conjurar el incendio en el propio fundo. En estos ejemplos no hay en realidad una colisión
entre el derecho del propietario del bien que se sacrifica y el derecho del necesitado, sino que en esta situación especial el
primero carece del derecho y el segundo lo tiene. Así, en el segundo ejemplo, el propietario del inmueble en esta situación deja
de tener con respecto a esa porción del inmueble una de las facultades usuales de la propiedad, que es poder deóntico de excluir
a todos los otros en el uso y disposición de la cosa 24. Mariano Aramburo criticaba con razón la teoría que considera tal
situación como un conflicto o colisión de dos derechos que se resolvería en favor del derecho de orden superior; el ius filósofo
cubano enseñaba que en el caso del hurto famélico hay solamente un derecho: “el del menes teroso al comestible” 25; “toma lo
suyo, porque suyo es por participación de bienes, que en tal situación se han hecho comunes” 26. Negaba Aramburo, con acierto,
la colisión de derechos, no sólo en el status necessitatis, sino en general 27.
Nuestros repertorios jurisprudenciales –y los de cualquier país- abundan en sentencias en las cuales los tribunales han
debido resolver una controversia entre un periodista o una empresa de prensa, de radio o televisión y una persona que ha sido el
objeto de una noticia, por causa de una información falsa, o una información verdadera pero que la segunda reputa calumniosa
o injuriosa o lesiva de su privacidad. Una de las más conocidas es la que emitió la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la
causa Indalia Ponzetti de Balbín c/ Editorial Atlántida S.A., por causa de una fotografía publicada en la tapa de una revista del
conocido político en estado de agonía, en la sala de terapia intensiva, entubado, etc. 28.
En algunos supuestos lo razonable y conforme a derecho es que se dé la razón a quien ha demandado a la empresa
periodística, porque ésta había lesionado injustificadamente el honor de aquél (porque ha publicado una noticia falsa que lo
injuria o desacredita, o porque ha publicado un hecho verdadero, pero que estaba oculto y no había ningún interés público que
justificara la revelación del hecho). En otros casos, lo razonable y conforme a derecho es que se rechace la demanda contra la
empresa periodística, porque el hecho informado es verdadero y si ha lesionado el honor o la intimidad de alguien, ello está
justificado por el interés público, por ej. si se han publicado hechos pretéritos de deshonestidad en los negocios de una persona
que suena como candidata para ser designada en un cargo público.
¿En todos estos casos, se trata de una colisión entre el derecho de publicar informaciones o “libertad de prensa” de una
empresa periodística y el “derecho al honor” o el “derecho a la intimidad” de la persona que es materia de la noticia? No. El
modo correcto de explicar estas situaciones jurídicas es: A veces la empresa de prensa o el periodista tienen derecho de publicar
determinada información acerca de una persona, y ésta carece de derecho a que no se publique para preservar su privacidad u
honor, y en otros casos la persona afectada por la noticia tiene derecho a que ella no se publique, y la empresa de prensa o el
periodista carecen de derecho a publicarla.
Así por ej. en la causa judicial mencionada Ponzetti c/ Editorial Atlántida, en que el tribunal acertadamente dio la
razón a la demandante, no es que se reconociera allí la preferencia al “derecho a la intimidad” por sobre la “libertad de prensa”,
como expresa Bidart campos en el artículo mencionado supra 29, sino que en rigor se reconoció que en tal situación el enfermo

22
Así por ejemplo Ramón D. Pizarro, Responsabilidad civil de los medios masivos de comunicación, Hammurabi, Buenos Aires, 1991, p. 106 ss.
23
Cfr. Mariano G. Morelli, Conflictos de derechos y utilitarismo. Consideraciones a propósito de las objeciones de John Finnis, ponencia en II Jornadas
Nacionales y III Jornadas Puntanas de Derecho Natural, San Luis, set. 2003, inéd., p. 3.
24
Cfr. Héctor H. Hernández, Algunas cuestiones sobre el derecho subjetivo, Prudentia iuris, Buenos Aires, nº XXI-XXII, 1989, p. 43.
25
Mariano Aramburo, Filosofía del Derecho, T. I, Instituto de las Españas en los EE.UU., Nueva York, s/f., p. 472.
26
Mariano Aramburo, ibíd.
27
Mariano Aramburo, Filosofía del Derecho, T. I, p. 465 ss.
28
CSJN, 11/12/84, , Indalia Ponzetti de Balbín c/ Editorial Atlántida S.A., en Fallos 306-1908; ED 112-242.
29
Cfr. Germán Bidart Campos, ¿Hay un “orden jerárquico...?, cit., p. 801.
3
agonizante y sus familiares tenían derecho a la privacidad respecto de la imagen referida, y que la empresa periodística carecía
del derecho de publicar dicha imagen, ya que no había ninguna razón de bien público para invadir la intimidad de aquéllos, y
menos aún para difundir tal imagen entre la gente.
Aunque dentro del orden jurídico la salvaguarda de ciertas clases de bienes suele ser preferida a la preservación de otra
clase de bienes, ello no tiene alcance general absoluto; así por ejemplo, la protección de la vida suele ser preferida a la
protección de los bienes económicos (así sucede en la legislación penal en el quantum de las penas y también en el daño
justificado causado en estado de necesidad), pero en ciertos casos se admite el sacrificio de la vida de uno para la salvaguarda
de la propiedad económica de otro, por ej. en el caso de la legítima defensa que ejerce el guardia, que si concurren los debidos
requisitos está jurídicamente facultado para usar armas mortíferas en defensa de los bienes materiales del establecimiento cuya
custodia se le ha confiado. Si se dice que a la escala jerárquica de bienes según la cual la vida es más valiosa que las cosas
materiales, corresponde un orden de prelación entre los derechos, según el cual el derecho al respeto de la vida tiene más valor
que el “derecho de propiedad”, el supuesto que hemos considerado, así como el caso del soldado que arriesga su vida y destruye
vidas para defender un territorio, que es un bien material, o el caso del bombero que por deber de su oficio está obligado a
arriesgar su vida para preservar bienes materiales, y otros muchos, no pueden armonizarse con dicha tesis.
De acuerdo con lo expuesto, tiene razón Fernando M. Toller cuando expresa que “la diferente jerarquía de los bienes
humanos no sirve para dilucidar quién tiene razón en caso de un supuesto «conflicto» entre derechos humanos 30 y que “la
importancia de cada bien jurídico podrá llegar a tener alguna utilidad en la decisión, pero absolutamente subordinada a las
circunstancias concretas del caso y a las legítimas exigencias de los derechos invocados, aunque parezca posible resolver el
litigio simplemente por la posición más elevada de uno de los bienes invocados, o por ser éste presuntamente absoluto” 31.
Otro caso que suele mencionarse como ejemplo de conflicto entre dos derechos es el derecho de la persona de practicar
su culto, y en su consecuencia, el derecho que tiene de adoptar en su vida las conductas que son impuestas como normas
obligatorias dentro de la comunidad religiosa a la cual pertenece, y de educar y hacer practicar a sus hijos menores tales
normas, que en el caso de los Testigos de Jehová incluyen la prohibición de recibir transfusión de sangre (que supuestamente
surge de varios pasajes del Antiguo Testamento), aun cuando sin tal medida terapéutica exista grave y urgente peligro de perder
la vida, y de otra parte, el derecho de un niño, hijo de un miembro practicante de esa secta, a que se le suministre la transfusión
sanguínea necesaria para la conservación de su vida. El conflicto de derechos es aparente, porque el segundo derecho
mencionado en este caso, es el derecho que existe, y no existe el primero. Como ha sido el criterio pacífico de los tribunales
argentinos en este supuesto, nadie tiene derecho de impedir los medios ordinarios de la medicina imprescindibles para la
supervivencia del prójimo, en base a una propia creencia religiosa.
A veces sucede que hay dos enunciados legales que se contradicen, al menos en sus términos generales, y prima facie.
Para resolver la contradicción entre ellos es necesario interpretar el alcance de cada uno, o en su caso, determinar cuál de ambas
reglas prevalece y desplaza a la otra; dicha interpretación permite conocer quién tiene el derecho subjetivo a qué cosa; el
resultado de la interpretación es que X tiene derecho a tal cosa y que Z no tiene el derecho que parecía tener.
La respuesta de la cuestión de la supuesta oposición o colisión entre derechos subjetivos se vincula estrechamente a la
concepción que se asuma acerca de la índole de los derechos subjetivos, como explicáramos en otra obra 32. Hay dos
concepciones diametralmente opuestas al respecto. Si éstos se conciben como facultades jurídicas derivadas de un orden previo
(el orden de lo justo, que es un orden en parte jurídico natural y en parte jurídico positivo, y que es un orden concreto), cada
derecho tiene ya desde el inicio su límite propio, determinado precisamente por ese orden en que se asigna a cada uno lo que le
corresponde –en general y en diversos supuestos particulares-. Primero es el orden de lo justo, y de allí se originan las
facultades que tienen las personas de reclamar que se les dé o respete lo que les corresponde de acuerdo con ese orden previo,
que son los “derechos subjetivos”. De este modo no hay riesgo de que el derecho de uno choque con derechos de otros, porque
los derechos subjetivos desde el inicio tienen ya una medida adecuada, surgen ya ajustados unos con otros, y ajustados con el
bien común político, y en consecuencia, con los derechos subjetivos de la comunidad política. En cambio, la idea de oposición
entre derechos subjetivos es admisible dentro de una visión –errónea- del mundo jurídico que parte de concebir los derechos
como si fuesen pertenencias o poderes originarios de los individuos, como si fuesen “atributos congénitos” 33 que ellos tienen
independientemente de los demás hombres y de su vinculación con éstos, y con los que vienen a este mundo así como vienen
con cierto color de piel, determinado sexo y otros accidentes ontológicos. En este segundo modo de pensar los derechos
subjetivos, se concibe que cada individuo está dotado de un haz de derechos subjetivos, y a partir de ellos se construye la
realidad jurídica; de acuerdo con esta concepción los derechos de los individuos tienden de suyo a una ilimitada expansión, y
sólo en un segundo momento se limitan, a causa de las interferencias con los derechos semejantemente ilimitados de los demás
individuos 34. Dentro de esta segunda y falsa concepción, puede hablarse de una colisión de derechos subjetivos.
En realidad, si se consideran los derechos subjetivos en cada situación, a partir de las normas jurídicas que rigen la
situación (y que son previos a los derechos subjetivos, pues éstos se desprenden de las normas jurídicas, ya sean naturales, ya
sean positivas; dentro de estas normas jurídicas naturales están las que prohiben obrar lo que es intrínsecamente malo, sin
excepción posible por ej. la prohibición de destruir directamente la vida humana inocente), puede verse que alguno de los dos
aparentes derechos en conflicto en rigor no es un derecho, en tales circunstancias.
En verdad, todo derecho subjetivo surge de una norma jurídica, ya sea de derecho positivo (legal, consuetudinario,
etc.), ya sea de derecho natural. Si aparece prima facie una oposición entre derechos subjetivos emanados de diversas reglas
30
Fernando M. Toller, Jerarquía de derechos..., cit., JA 2006-I-1032.
31
Fernando Toller, Jerarquía de derechos..., cit. p. 1033.
32
Cfr. Camilo Tale, Lecciones..., cit., p. 99. Las fuentes de nuestra explicación sobre este punto han sido los esclarecedores trabajos de Michel Villey, Estudios
en torno a la noción de derecho subjetivo, Edit. Universitaria de Valparaíso, Valparaíso, 1976; Alejandro Guzmán Brito, Presentación a la obra anterior; Leon Husson,
Droits de l´homme et droits subjectifs, una confrontation nécessaire, en Archives de Philosophie du Droit, T. 26, París, 1981.
33
Expresión de Leon Husson, al criticar esta doctrina (Droits de l´homme..., cit., p. 359 s.).
34
Según esta concepción individualista, “el derecho subjetivo tendería de suyo, en un primer momento verdaderamente constitutivo, a una ilimitada expansión.
Sólo en un segundo momento se limitaría. Se vislumbra aquí la vieja doctrina del estado de naturaleza previo al pacto social. Los derechos subjetivos se poseerían ya en
dicho estado de naturaleza y por lo tanto no serían constitutivamente sociales o constitutivamente políticos” (Héctor H. Hernández, Hacia una doctrina «solidarista»
del derecho subjetivo, ED 108 (1984)-829).
4
jurídicas, tal discordancia puede ser una discordancia aparente (en el sentido de que una norma prescribe algo distinto de lo que
parece expresar a primera vista) o una discordancia real. En el primer caso, la situación se aclara con la adecuada
interpretación; en el segundo caso el problema debe resolverse aplicando los criterios que se aplican para remediar las
contradicciones normativas, como es el hacer prevalecer, de las dos normas que llevan a resultados opuestos, la que lleve al
resultado más justo y más acorde con el bien público. Por consiguiente, tras el proceso de interpretación o de solución de la
contradicción normativa, se establece que X tiene derecho a tal cosa, y que Z no tiene el derecho que parecía tener.
Los autores que siguen la doctrina individualista, y que ponen así en el propio sujeto derechohabiente el fundamento de
los derechos, y construyen a partir del individuo el mundo jurídico, no pueden evitar los "conflictos de derechos", y además
dentro de la concepción individualista referida que asumen, no pueden sacar criterios para conciliar los derechos en pugna. Esto
ya lo señaló Jeremy Bentham en su opúsculo de crítica a la doctrina de los derechos del hombre de la Revolución Francesa 35.
Fernando M. Toller, en el libro mencionado supra, muy meritorio en lo que hace al análisis de la tutela judicial de los
derechos individuales y públicos que sean atacados por los medios de prensa, afirma rotundamente la misma tesis que hemos
defendido, o sea la inexistencia de colisiones entre los derechos subjetivos, y la ilustra a lo largo del libro con la explicación de
los conflictos aparentes, en una profusión de casos judiciales argentinos y extranjeros, que sirven de confirmación intuitiva de
la tesis. Sin embargo falta en la obra la correcta fundamentación de tal doctrina. El autor apela a la teoría del “contenido
esencial de los derechos fundamentales”, en seguimiento de Antonio L. Martínez Pujalte 36, y así intenta explicar los límites
intrínsecos de cada uno de los derechos subjetivos desde la misma entidad de ellos y dice que al determinar su contenido
mediante la consideración de los fines del hombre, no se dan colisiones entre derechos 37. Con esto, permanece en una
concepción individualista del derecho, en tanto pretende fundar el alcance de los derechos subjetivos a partir del individuo, en
lugar de admitir un orden de lo justo concreto previo.
En suma, nunca puede haber real colisión entre dos derechos subjetivos; puede suceder en cambio colisión entre los
intereses de dos personas o conjuntos de personas, y también entre sus respectivas pretensiones.

Sobre la diversa gravedad de las violaciones de los diversos derechos

Retornemos ahora a la cuestión de si hay un orden de importancia entre los derechos (desde la cual nos habíamos
dirigido al tema del supuesto conflicto de derechos). Hay que considerar ahora la segunda consecuencia o trascendencia de una
escala jerárquica de los derechos: el servir de rasero para medir la gravedad relativa de las transgresiones contra las diversas
clases de derechos subjetivos. Precisamente un argumento que suele darse en pro de la existencia de un orden de mayor a menor
importancia entre los derechos es el siguiente: Premisa - Unas clases de bienes son más importantes que otras (en relación con
la realización y felicidad del ser humano), como lo capta el sentido intuitivo y lo reconocen el derecho natural y el derecho
positivo; así por ejemplo la vida y la integridad física valen más que las cosas materiales, y por ello el homicidio es punido en
todas las sociedades con mayor pena que el hurto; así también, en el daño justificado en estado de necesidad, a lo cual hicimos
referencia supra, uno de los requisitos es que el bien que se sacrifica sea de menor valor que el bien que se preserva. Segunda
premisa y conclusión - Y dado que los derechos tienen por objeto bienes humanos, si existe una jerarquía entre los bienes,
existe una jerarquía entre los derechos respectivos 38. Pero este argumento es objetable, como sigue.
No es verdad que exista correspondencia entre cada clase de derechos y cada clase de bienes. Adviértase que aunque un
derecho subjetivo se refiera inmediatamente a determinada clase de bien, a menudo su satisfacción puede servir para alcanzar
mediatamente otro bien de mayor valía, lo cual también hace a la importancia de tal derecho. Así por ej. el derecho a percibir
una cantidad de dinero tiene como objeto inmediato un puro valor económico, pero éste a su vez puede servir para fines muy
varios, o sea para clases de bienes muy diversos, entre ellos, para la conservación de la propia vida humana, por ej. en el caso
de la remuneración de un padre de familia muy indigente; si este derecho subjetivo patrimonial no es satisfecho, en un supuesto
concreto puede acentuarse la desnutrición que padece un hijo suyo, con resultado fatal. La suma de dinero a que tiene derecho
el acreedor puede servirle para recuperar su salud, o su libertad deambulatoria, si se usa para pagar una fianza y cesar así su
prisión preventiva... Si a una asociación de protección a las madres solas no le cumplen con una donación hecha a su favor, no
puede abrir una nueva casa para nuevas beneficiarias de sus labores de caridad, con lo cual se impiden bienes espirituales que
resultarían de la acción de dicha asociación... Por tanto, la violación de un derecho determinado puede entrañar la pérdida de
bienes de diversas clases.
Además, hay que ver que no siempre la lesión a un bien humano más importante en su género que la lesión a otro
menos importante en su género entraña un perjuicio mayor para la víctima. Así por ej. una conducta negligente que causa la
muerte de un enfermo en estado terminal y con pronóstico de muerte de algunas semanas puede ser más perjudicial que el
secuestro de una persona durante dos años. Así también, aunque el daño a la salud es generalmente más grave que el daño al
patrimonio, una estafa por la cual una persona pierde una suma dineraria importante es un perjuicio mayor que transitorias
afecciones a la salud causadas por un producto nocivo. En suma, no siempre la conculcación del derecho al respeto de la vida
importa un daño más grave que la violación del derecho al respeto de la libertad deambulatoria; y no siempre la vulneración de
derecho al respeto de la salud entraña un perjuicio más grave que la violación del derecho de propiedad económica; y lo mismo
podría verse en muchas otras comparaciones.

Conclusiones de las cuestiones abordadas

35
Cfr. Jeremy Bentham, Sophismes practiques – Examen critique des diverses déclarations des droits de l´homme et du citoyen , en Tactique des assemblées
législatives, suivies d´un traité des sophismes politiques. Ouvrages extrais des manuscrits de..., por E. Dumont, 2ª ed., , T. II, París, 1822, p. 255 ss.

36
Cfr. Fernando A. Toller, Libertad de prensa..., cit., p. 420. Cfr. Antonio L. Martinez Pujalte, La garantía del contenido esencial de los derechos
fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997; Antonio L. Martinez Pujalte, Posición constitucional de los derechos fundamentales y garantía del
contenido esencial, en Anuario de Derecho de la Universidad Austral, Abeledo Perrot, nº 4, Bs. As., 1998.
37
Cfr. Fernando M. Toller, Libertad de prensa..., cit., p. 420.
38
“Dado que los derechos subjetivos se refieren a bienes, y los bienes no poseen todos igual valiosidad, entonces hay un orden jerárquico entre los derechos”
(Germán Bidart Campos, ¿Hay un “orden jerárquico”...?, cit., p. 800.
En el mismo sentido, expresaba Miguel A. Ekmekdjian: “Cada derecho subjetivo es la cobertura jurídica de uno o más valores. En otras palabras, el derecho
subjetivo es un medio de brindar protección (jurídica) a un valor [...] Que los valores están ordenados jerárquicamente es principio aceptado pacíficamente por los
autores que se han ocupado del tema. Se discute el orden y la posición relativa que cada valor ocupa en la escala jerárquica, pero no la existencia de ella. Los valores
serían impensables sin estar ubicados en un escalafón jerárquico. Si los derechos individuales son medios en relación a los valores, y si los valores están ordenados
jerárquicamente, por medio de un simple silogismo se puede afirmar que los derechos individuales también están ordenados jerárquicamente” ( Tratado de Derecho
Constitucional, cit., p. 478 s.).
5
Según dijimos, la significación de una jerarquización de los derechos es que si existiese, a) serviría como criterio para
decidir cuál derecho tiene prioridad en caso de “conflicto de derechos”, y b) valdría como criterio para determinar el grado de
gravedad de la conculcación de cada especie de derecho subjetivo y la magnitud de la pena o sanción jurídica correspondiente a
la respectiva violación del derecho. Dado que, como se ha expuesto y justificado en la exposición precedente, en realidad no
existe en ningún caso “conflicto de derechos”, y por ende hay que descartar que un derecho desplace a otro, la primera función
no se cumple. Y dado que, como se mostró con ejemplos, no siempre la lesión de derechos de determinada clase es más grave o
injusta que la lesión de derechos de otra clase determinada, tampoco se cumple la segunda función referida.
No existe orden de prelación de alcance general y absoluto entre los derechos subjetivos, aunque la haya entre los
bienes humanos. Puede discernirse un orden de prioridad según el cual algunas especies de derechos son más importantes que
otras especies (en el sentido de que la violación de una clase de derecho es más perjudicial que la vulneración de otra clase de
derecho) en la mayoría de los casos, pero no siempre.
Negada la tesis de la escala de prioridad absoluta entre derechos, al menos con alcance absolutamente general, queda
obviamente negada también la prioridad general y absoluta del “derecho a la vida” respecto de todos los demás derechos.

Argumentos en pro del “derecho a la vida” como derecho siempre prioritario

Los autores que han sostenido un orden de importancia o prelación entre los derechos subjetivos, ¿cuál de éstos han
ubicado en la cúspide? Las respuestas han sido variables. En la literatura jurídica argentina muchos autores han colocado al
inicio de la escala el “derecho a la vida”. Un constitucionalista ha publicado varios artículos con un orden que pone en el primer
lugar un denominado “derecho a la dignidad”, acerca de lo cual nos explayaremos luego. Y hay quienes han atribuido el rango
de “libertad preferida” (preferred freedom) a la libertad de expresión en general, o solamente a la libertad de expresión por la
prensa y de la prensa (“libertad de prensa”), la cual está así por encima de los demás derechos individuales. Como fundamento
de esta última posición sus expositores dicen que más allá del interés individual en expresarse, la libertad de prensa y, en
general, la libertad de expresión, sirven para que la gente tenga un mejor conocimiento de la cosa pública, para la formación de
la “opinión publica” mediante el debate de los temas que importan a la vida en sociedad, para el control de los actos de
gobierno y para que haya una mejor información del ciudadano que debe votar en el régimen “democrático”. También los
autores que le confieren prioridad sobre todos los demás derechos suelen calificarla como ·”libertad institucional”, a diferencia
de las demás libertades que son individuales y como “libertad estratégica”, porque de ella dependería la vigencia efectiva de los
otros derechos civiles y políticos, según esta doctrina 39. De tal modo, el carácter de “libertad preferida”, “institucional” o
“estratégica” aparece fundada en una razón de “bien común político”, su fin se exhibe “sub specie boni commune”. Pero, dado
que los aspectos mencionados son sólo una parte de todo el contenido del bien común, lo cierto es que en diversas situaciones
aspectos muy valiosos del bien común político pueden verse vulnerados por la libertad de expresión, por ej. la divulgación de
ciertos secretos diplomáticos y de otros secretos de Estado, la publicación de imprudente de noticias sobre suicidios que pueden
generar imitación, la perturbación de la administración de justicia mediante el adelantamiento de noticias sobre investigaciones
de delitos en el momento del “secreto del sumario”, la revelación de nombres de denunciantes de delitos de una mafia, etc.
El conocido constitucionalista Germán Bidart Campos, entre otros, aducía el siguiente argumento a favor de la primera
respuesta: “si no se está vivo no se puede gozar de los demás derechos; la primera condición para ser titular de estos derechos
es estar vivo. Y en este sentido, la vida es el valor supremo” 40.
La misma opinión ha expuesto Carlos I. Massini Correas: “En rigor, es cierto que no pueden establecerse a priori
jerarquías objetivas entre los bienes y entre los derechos humanos, pero con una importante excepción: el derecho a la
inviolabilidad de la vida, el cual se encuentra en un rango superior al de los demás derechos” 41. Argumenta que “tal derecho
tutela a la misma sustancia, mientras que el resto de los derechos tutelan perfecciones humanas que revisten la condición de
accidentes; y, siendo en el plano ontológico siempre superior la sustancia a cualquiera de sus accidentes –que sin aquélla
carecen de sujeto en el cual inherir-, se sigue que el derecho a la vida es superior a todos los demás derechos”.
En el mismo sentido, expresa Julio César Rivera: “La vida es el bien supremo, y el derecho a la vida es el primero entre
todos los derechos, no sólo por la magnitud del valor que protege, sino porque para ser titular de los demás bienes es condición
indispensable tener vida” 42.
Puede verse que estos razonamientos se refieren al mismo tiempo a la prioridad del bien de la vida y a la prioridad del
derecho al respeto de la vida. Analizaremos su validez más adelante, al tratar de la cuestión de la jerarquía entre los bienes
humanos. De todos modos, adelantamos el error que entraña el razonamiento: entre dos cosas que se hallan entre sí en la
relación de medio a fin, este argumento le atribuye a la que es medio (la vida humana) una mayor valía que a la que es fin, por
el hecho de ser medio necesario para el fin; cuando en verdad el criterio de estimación es el opuesto, o sea la superioridad de lo
que es fin en relación con lo que es medio, pues esto se ordena a aquello. Explicaba H. Hernández: “La experiencia no nos
muestra que aquello que sea condición o medio para alcanzar otra cosa, sea como regla general más importante que aquello en
función de lo cual adquiere su importancia la condición o el medio. Algunos ejemplos: debo viajar (a) para dar clases (b); debo
operarme quirúrgicamente (a) para vivir (b); debo comer (a) para pensar (b). No se ve en los tras ejemplos citados que (a) sea
más importante que (b), sino lo contrario” 43.

La escala jerárquica que proponía Miguel Ángel Ekmekdjian. Consideración crítica


El profesor de Derecho Constitucional Miguel A. Ekmekdjian sostenía la siguiente escala de mayor a menor valor entre
los derechos subjetivos, de la cual decía que ella corresponde a “las preferencias de la sociedad argentina, determinadas según
sus expresiones jurídicas y no jurídicas” 44:
“1) derecho a la dignidad humana y sus derivados (libertad de conciencia, intimidad, prohibición de vejámenes y
humillaciones, torturas, mutilaciones, etc.); 2) derecho a la vida y sus derivados (derecho a la preservación de la salud, a
la integridad física y psicológica, etc.); 3) derecho a la libertad física; 4) derecho al honor; 5) los restantes derechos
personalísimos (propia identidad, nombre, imagen, domicilio, etc.); 6) derecho a la información; 7) derecho de asociación; 8)
los restantes derechos personales, primeramente los “derechos fines” (v. gr. el derecho de aprender) y luego los “derechos

39
Cfr. Gregorio Badeni, Libertad de prensa, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1991, p. 85.
40
Germán Bidart Campos, Algo sobre el deecho a la vida, LL 1983-A-702.
41
Carlos I. Massini Correas, El derecho a la vida en la sistemática de los derechos humanos, en AA. VV., El derecho a la vida, EUNSA, Pamplona, 1998, p.
207.
42
Julio César Rivera, Instituciones de Derecho Privado, Lexis nexis, 2008, doc. nº 9204/003295.
43
Cfr. Héctor H. Hernández, Valor de la vida..., cit., p. 812.
44
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 479 y 482.
6
medios” (v. gr. el derecho de enseñar); 9) los derechos patrimoniales” 45. M. A. Ekmekdjian aseveraba la siguiente proposición,
que calificaba como axioma: “Cuando los derechos en conflicto son de distinto rango, la solución se obtiene conservando el
derecho de rango supremo y sacrificando el de rango inferior, cuando el sacrificio de éste sea condición necesaria y suficiente
para la preservación del otro” 46.
Aclaraba que, dado que su teoría estaba en plena elaboración, se limitaba a tratar del rango entre los “derechos civiles”,
sin incluir los “derechos políticos”, los “derechos sociales” y los denominados “derechos de la tercera generación” 47.
En nuestra apreciación crítica, consideraremos solamente lo que concierne al primer miembro de este elenco (“derecho a la
dignidad”) y haremos una apostilla con respecto al “derecho a la salud”, que se menciona en el segundo nivel.
Es un error decir que el “derecho a la salud” es un derivado del “derecho a la vida”. Es una regla básica de lógica jurídica que
de la prohibición de lo más, no se sigue la prohibición de lo menos (del imperativo de no matar no puede deducirse el imperativo de
no dañar la salud). En las prohibiciones nunca es procedente el argumento “a maiore ad minus”, o sea de la norma que prohibe lo
más no se puede deducir que está prohibido lo menos (en el caso, de la prohibición de atentar contra la vida ajena, no se deduce la
prohibición de atentar contra la salud ajena; salvo que se trate de causarle una enfermedad mortal o una dolencia que lo predispone a
perder la vida, en cuyo caso se trata en realidad de un atentado contra la vida). Y si se trata de normas que prescriben mandatos
positivos, nunca es lógicamente concluyente el argumento a “minore ad maius”, o sea de la norma que manda hacer algo no se
puede deducir que se manda hacer más (en este caso, del deber de un sujeto de hacer lo necesario para preservar la vida ajena, no se
deduce el deber suyo de hacer lo necesario para preservar la salud ajena). Claro está que existe el deber de respetar la salud del
prójimo (y el deber de obrar para su preservación, en ciertos casos como el del médico ante un paciente y el del juez que debe resolver
una demanda de amparo), y también es verdad que se trata de uno de los “derechos fundamentales” de la persona, pero ello no se
obtiene por deducción del imperativo que manda respetar la vida humana, sino que se trata de otro imperativo del derecho natural, que
es concreción del principio más universal del orden jurídico natural, el que manda no dañar injustamente a otro (alterum non laedere),
o también de un principio enunciado en alguna Constitución o en un pacto de “derechos humanos” . En cambio, la inferencia inversa
es correcta: del derecho al respeto de la salud, se colige el derecho al respeto de la vida, pues de la prohibición de lo menos debe
inferirse la prohibición de lo más (del imperativo de no dañar la salud se deduce el imperativo de no matar).
El error señalado es bastante común entre los autores 48.
Analicemos ahora el “derecho a la dignidad” que defendía Miguel A. Ekmekdjian como derecho de mayor valía que los
demás. Sostenía que tal derecho tiene vigencia absoluta, o sea que no admite excepciones, que no es reglamentable ni
restringible 49. Al respecto, argüía que puede a veces justificarse una acción que ataca el honor de una persona por causa del
interés público (por ej. cuando se acusa a uno que ha cometido un delito), pero que en cambio nunca puede justificarse so
pretexto del interés general un ataque a la dignidad de la persona (como sería por ej. el caso de torturar a alguien, o de
humillarlo) 50.
En los diversos artículos en que se hubo referido al tema y que conocemos, no indicó ninguna definición que denote
una realidad propia de este “derecho a la dignidad”, un contenido específico de él. La misma ausencia hemos notado en todos
los autores que hemos leído que afirman un derecho así denominado 51.
Explicaba el profesor M. A. Ekmekdjian que “es el derecho que tiene todo hombre a ser respetado como tal, es decir
como ser humano y con todos los atributos de su humanidad” 52. Pero adviértase que el derecho al honor es precisamente el
derecho a ser respetado como hombre, y en su elenco el autor ubicaba el “derecho a la dignidad” y el derecho al honor como
dos derechos distintos, y de distinta valía. Véase también que en el derecho al respeto de la vida, el derecho al respeto de la
integridad psicosomática, el derecho a la integridad moral (que el autor mencionado presentaba como derechos distintos y de
diverso nivel que el “derecho a la dignidad”), también se trata de que el hombre sea respetado como hombre, que es la nota que
puso para caracterizar el supuesto “derecho a la dignidad” 53.
Decía el mismo autor que el que él denominaba “derecho a la dignidad” puede también ser definido como “el derecho
que tiene cada hombre a ser considerado como un fin en sí mismo, y no como un medio o instrumento de los otros hombres” 54.
Pero tal utilización de una persona para los meros fines de otra, puede suceder en la violación de muchas clases de derechos.
Cuando a una persona se la toma como objeto de burla en un programa televisual, se lo toma como puro medio para el fin de
otros, esto es, para la diversión más o menos malsana de unos (los televidentes) y para el lucro de otros (el productor, el
conductor y los colaboradores del programa). En la institución de la esclavitud, en que se priva a un ser humano de su libertad
física y de varios otros derechos, si se hace servir la existencia del esclavo para los exclusivos fines de su amo, con desprecio de
su propios fines humanos, tenemos otro ejemplo de aplicación. Cuando en una relación laboral se arriesga la vida de un obrero,
en tanto no se ponen las medidas de seguridad, con el objetivo de ahorrar costos de la empresa, por lo cual se aumenta el riesgo
de accidente mortal o de discapacidad, se toma al trabajador como puro medio para los fines ajenos. Lo mismo sucede cuando
se utiliza a un ser humano como “cobayo” 55, o sea se lo somete a una experimentación médica o científica con importante
peligro para su vida o su integridad corporal, con el objetivo de obtener conocimiento útil para los demás, pero sin ningún
provecho cierto ni probable para el propio sujeto del experimento. Y también cuando se le exige a uno el cumplimento de un
contrato de trabajo según el cual debe laborar “de lunes a lunes”, esto es, sin ningún día de descanso semanal, sacrificándose así
su reposo físico y mental, el cultivo de su espiritualidad, su tiempo de reflexión, su vida familiar y amical... En suma, el tratar a
una persona como mero instrumento para la obtención de los fines de otro u otros, puede suceder normalmente en la
vulneración de diversos derechos específicos, como ocurre en los ejemplos expuestos, en que se violan, respectivamente, el
derecho al honor, el derecho a la libertad física, el derecho al respeto de la integridad psicofísica, el derecho a la vida familiar,
45
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit.,.p. 489.
46
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 480.
47
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit.,.p. 481.
48
Así por ej. leemos en Néstor P. Sagüés: “El derecho a la vida es también un derecho constitucional no enumerado, insertado en el art. 33 de la Constitución,
y en el fondo es una consecuencia del derecho a la vida” (¿Derecho constitucional a no curarse?, LL 25/8/93, p. 2). También el juez Pedro Hooft, en una sentencia: “el
derecho a la vida y su corolario el derecho a la preservación de la salud”(Juzg. Crim. Nº 3 de Mar del Plata, 3/5/91, Navas, Leandro c/ Inst. de Obra Médico
Asistencial, LL 30/7/91).
49
Cfr. Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit.,p. 490.
50
Miguel A. Ekmekdjian, El derecho a la dignidad. La libertad de prensa y el derecho de réplica, LL 1987-C-138.
51
Con respecto a los juristas alemanes, advierte Ingo von Münch: “La doctrina jurídico-constitucional no ha llegado todavía a una definición satisfactoria del
derecho a la dignidad humana” (La dignidad del hombre..., cit., p. 11).
52
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 484.
53
Con respecto a la violación del derecho que se comete mediante la tortura, ella agrede en realidad un bien del cuerpo, aunque carece de un término
específico para designarlo; Teófilo Urdanoz ldenominaba este bien “quietud y bienestar de los sentidos” (Introd. a la q 65, en Tomás de Aquino, Summa theologiae,
edic. bilingüe, B.A.C., Madrid, T. VIII, 1966, p. 458).

54
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 484.
55
Ejemplo que pone el propio M. A. Ekmekdjian para ilustrar la violación del “derecho a la dignidad” (Tratado..., cit., p. 485).
7
el derecho al descanso. Por consiguiente, el aspecto que señalara M. A. Ekmekdjian no constituye la nota definitoria de un
derecho distinto de los mencionados; el intento de conceptuar un “derecho a la dignidad” mediante la definición propuesta,
fracasa.
¿En qué caso se afecta este supuesto “derecho a la dignidad humana”, que no consista en una vulneración del honor, la
libertad física, la integridad psicosomática, o cualquier otro derecho subjetivo determinado? El pretendido “derecho a la
dignidad” es inexistente si se lo concibe como un derecho subjetivo específico, y sin embargo es el derecho que Miguel
Ekmekdjian ponía en la cúspide de la escala jerárquica, y al cual le atribuía vigencia absoluta. Pretendía separar completamente
el “derecho a la dignidad” y el derecho al honor 56, pero en el mismo texto en que afirmaba esta distinción, poco antes había
mencionado, entre los contenidos del derecho a la dignidad, “el derecho a no ser sometido a humillaciones”, o sea a
menoscabos de su honor 57.
Para fundar la superioridad de la “dignidad” sobre la vida, M. A. Ekmekdian argumentaba: “Me pregunto si la vida sin
dignidad merece ser vivida ¿Qué vida es ésa?” 58.
Que la vida sin dignidad no merece ser vivida puede ser una proposición verdadera, si se toma el término “dignidad” en
el sentido de la propia conducta honesta, o sea la persona que se comporta indignamente (que no es el sentido del cual el jurista
viene tratando cuando se refiere al supuesto valor prevalente del “derecho a la dignidad”); por ende, en este argumento hay un
sofisma de equivocidad, que consiste en que en un razonamiento se toma un mismo término una vez con un significado, y otra
vez con un significado diverso. La falacia está en partir de la premisa en que “dignidad” significa “decoro (= honestidad) de las
personas en la manera de comportarse” (tercera acepción del Diccionario de la lengua española) y pretender obtener una
conclusión que contiene el término “dignidad” en el sentido de “cualidad de digno” (primera acepción del mismo Diccionario),
aplicada al trato que recibe la persona 59.
Consideremos ahora que Ekmekdjian en ese pasaje quiso referirse a la dignidad que los demás le dan a una persona en
el trato con ella, lo cual es lo que hay que entender si se tiene en cuenta el ejemplo que pone poco después: “¿Era vida la de los
esclavos tratados como animales que servían sólo para trabajar y reproducirse, dándoles ganancias al amo, como cuando una
vaca tiene crías?” 60. Disentimos del autor: Es un error decir que la vida de quien es tratado indignamente, no vale. Pues puede
ser mejor el ser un esclavo vivo que uno muerto, no sólo desde el punto de vista ontológico (“es mejor ser, en cualquier
condición o con cualquier defeccto, que no ser en absoluto”), sino también en lo que concierne a la perspectiva moral: el ser
humano puede en cualquier situación, al menos mientras conserve el dominio de sus actos interiores, hacer el bien a los demás,
orar por los demás, avanzar en su propia perfección, hacer penitencia por sus faltas, etc. Es verdad que la libertad humana está
limitada por diversas circunstancias condicionantes, que a veces pueden influir intensamente (por ej. la extrema pobreza, las
fuertes presiones en un régimen político totalitario, etc.), pero siempre queda un decisivo resto de autodeterminación de la
propia conducta 61.
Viktor Frankl, el médico psiquiatra que sufrió el injusto cautiverio en campos de concentración durante la segunda
guerra mundial, con la pérdida de sus pertenencias,
que se vio separado quizás para siempre de su familia, con el dolor de su primer libro inédito perdido definitivamente, con
maltratos y humillaciones diarias, estado de desnutrición permanente, sometido a trabajos forzados, en medio de la lucha por la
supervivencia que sucedía entre los prisioneros, sabiendo que la probabilidad de conservar la existencia era bajísima (de 1/30) y
muchos otros padecimientos físicos y psíquicos de toda clase, en su célebre libro El hombre en busca de sentido, además de
relatarnos cómo influían estos crueles sucesos en la psique de los hombres, nos explica cómo la vida siempre tiene un sentido
para cada ser humano, cualquiera sea esa situación en la cual se encuentre, pues en cualquiera al hombre le es posible
autorrealizarse y ayudar a los demás 62.
También argumentaba Miguel Ekmekdjian, en pro de la superioridad del supuesto “derecho a la dignidad” sobre el
“derecho a la vida”, que nunca es lícito privar a nadie de su dignidad, y sin embargo la sociedad puede exigir el sacrificio de la
vida, por ej. para defender la Patria, de acuerdo con el art. 21 de la C.N. 63. Contra esta afirmación, podemos señalar: Si nos
dirigimos al contenido del “derecho a la dignidad”, que según comprobamos supra, no es algo independiente del derecho al
honor y el derecho a la intimidad, advertimos que hay situaciones en que el honor y la intimidad pueden lícitamente sacrificarse
o restringirse, con lo cual la diferencia propuesta es falsa.
Como conclusión del desarrollo precedente, ni el derecho al respeto de la vida ni el presunto “derecho a la dignidad”
son prerrogativas que tengan prioridad general y absoluta sobre las demás clases de derechos subjetivos ni tampoco existe una
jerarquía que rija con alcance general y absoluto entre las diversas clases de derechos subjetivos, como se ha mostrado supra.
Por lo tanto, la cuestión que queda por tratar es si existe jerarquía entre los bienes humanos, y en caso de responder
afirmativamente a dicho interrogante, es pertinente preguntarse ¿es la vida humana el bien humano de mayor rango?

La cuestión de la jerarquía entre los bienes humanos

Hay muchas especies de bienes humanos. Unos de ellos valen solamente por ser medios para otros, por ej. las cosas
materiales y, en general, todos los denominados clásicamente “bienes exteriores” o “bienes temporales” (por ej. riquezas, poder,
fama) no tienen más valor que el hecho de ser útiles para obtener otros bienes del cuerpo o del espíritu (salud, placeres
corporales, conocimientos, justicia, etc.).
Además, están los bienes espirituales o bienes del alma, entre ellos las capacidades intelectuales, los conocimientos, las
cualidades morales y las acciones honestas. Como decía Tomás de Aquino, “la vida del cuerpo es preferible a las riquezas, pero
la honestidad (honestas) es preferible a la propia vida del cuerpo” 64; “entre los bienes humanos, los de menos valor son los
bienes exteriores, pues son inferiores al bien del cuerpo, el cual es inferior al bien del alma” 65.

56
Cfr. Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 487.
57
Miguel A. Ekmekdjian. Tratado..., cit., p. 485.
58
Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit., p. 486.
59
Cfr. Real Academia Española, Diccionario..., cit., voces Dignidad y Decoro.
60
Miguel A. Ekmekdjian,. Tratado..., cit., p. 486.
61
Ricardo D. Rabinovich-Berkman advierte que la falsa tesis de que “la vida en condiciones indignas no es vida” y por ende no es un bien, puede llevar a
justificar el aborto en caso de extrema pobreza y la “eliminación pseudoeutanásica de enfermos mentales” (Bioderechos, cit., p. 29).
62
Cfr. Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, trad. Christine Kopplhuber, y Gabriel Insausti Herrero, Herder, Barcelona, 2004.
63
Cfr. Miguel A. Ekmekdjian, Tratado..., cit.,.p. 487.
64
Tomás de Aquino, Summa theol., II-II, 110, 2 c in fine
65
Tomás de Aquino, Summa theol., II-II, 118, 5 c. También II-II, 85, 3 ad 2; II-II, 104, 3 c; II-II, 152, 2 c.
8
Enseñaba Francisco de Vitoria que “la vida es un bien superior a los bienes temporales, entre los cuales están la gloria,
el honor y la fama” 66 y que “por ello no es lícito el poner la vida en grave peligro por la fama y por la gloria, y el que lo hace
peca gravemente” 67.
La prioridad de valor entre los bienes es un criterio para la determinación correcta de qué debe sacrificar una persona
cuando no pueden coexistir dos bienes suyos.
En realidad, las clases de situaciones en que es menester decidir cuál bien es prioritario, son muchas, entre ellas las
siguientes:
- cuál de dos bienes propios uno está moralmente obligado a preservar y cuál por ende tiene que perder;
- cuál de dos bienes debe uno intentar conseguir, cuando no puede lograr ambos para sí;
- cuál de dos bienes propios uno está jurídicamente obligado a preservar y cuál tiene que perder;
- cuál de dos bienes está uno jurídicamente obligado a intentar obtener, cuando no es posible la consecución de ambos;
- en el caso de que el único modo de preservar un bien propio o de otro sea destruir o dañar un bien de un tercero, cuáles clases
de bienes ajenos es lícito sacrificar para salvar cuáles clases de bienes propios o de otro (en este supuesto se incluyen los casos
de legítima defensa ante injusta agresión inminente y los daños causados en “estado de necesidad” justificado);
- cuáles bienes propios es lícito arriesgar para obtener o intentar otro bien propio;
- cuáles bienes propios es lícito arriesgar para obtener o intentar un bien ajeno (aquí se comprenden los casos de ablación del
órgano de una persona viva que lo da para su trasplante a otra).
Los criterios de prioridad no son los mismos para todas las clases de situaciones del elenco: véase que por ej. en el
supuesto de la legítima defensa, hay bienes de la persona agredida que tienen prioridad sobre la vida del agresor, y por ello
aquélla puede lícitamente causar la muerte del agresor no sólo cuando ello sea necesario para salvar su propia vida, sino
también para impedir la destrucción de otros bienes, como por ej. para evitar ser secuestrada, o violada, o sufrir un robo de
importancia.
Además, aun dentro de cada uno de los supuestos mencionados, las circunstancias pueden hacer variar los criterios de
prioridad; así por ej. dado que la vida vale más que los bienes económicos, en general una persona debe perder un bien de valor
meramente económico cuando ello sea imprescindible para sobrevivir; pero es lícito que se abstenga de una intervención
quirúrgica muy costosa que le permitiría una sobrevida de algunos meses, para cumplir su intención de trasmitir ese valor
económico a los miembros de su familia; asimismo es lícito que se niegue a dar una suma de dinero a los secuestradores que lo
extorsionan, para impedir que el plan inicuo de los malhechores tenga éxito.

¿Es la vida humana el más valioso de los bienes terrenos? Respuesta afirmativa y su refutación

La vida humana es más valiosa que todas las clases de bienes que integran el género de los bienes exteriores; pero ¿es
la vida humana el bien de máximo valor, o cabe afirmar que hay otros más valiosos que ella?
Se trata de una cuestión diversa de la cuestión de la ordenación jerárquica entre los derechos subjetivos. Por ello
Fernando M. Toller da una respuesta distinta para cada una: “El bien de la vida humana tiene una jerarquía superior al resto de
los bienes, mientras que el derecho a la vida está en pie de igualdad con el resto de los derechos” 68. Disentimos de la primera
afirmación, según explicamos continuación.
Analizaremos todos los argumentos que hemos conocido que se alegan para afirmar que la vida humana es el bien más
valioso de entre los bienes terrenales del hombre.
1) El argumento más usual expresa: La vida es el más valioso de los bienes que posee el hombre en este mundo, porque
si pierde la vida, ya no puede tener ninguno de los demás bienes terrenales.
Refutación: El hecho de que una cosa sea medio imprescindible para conseguir otra cosa, no hace que la primera sea
más valiosa que la segunda; al contrario, lo que es fin suele tener más valor que aquello que es medio para obtenerlo. Así como
vale menos la herramienta del orfebre que la mayoría de las cosas que puede hacer con dicha herramienta, y vale más la salud
que el fármaco con que ella se consigue, así también sucede con la vida humana. La vida la tenemos para hacer cosas y
conseguir realizaciones con ella, y algunas de tales realizaciones valen más que la vida.
No negamos que la vida humana tenga un valor en sí misma; tiene de suyo un gran valor. Lo que negamos es la validez
del razonamiento que pretende demostrar que la vida tiene el valor máximo entre todos los bienes porque ella es la condición
necesaria de todos los demás bienes. La vida es condición o medio para otros bienes; pero con esto no se puede tener por cierto
que la vida valga más que todos los segundos: entre éstos puede haber algunos menos valiosos que la vida, y otros más valiosos
que ella.
Como dice José Corts Grau, la vida es un bien transitorio, ordenado a otros fines, que no solamente son más valiosos
por la relación medio-fin, sino que pueden ser más duraderos 69. En efecto, una obra científica o literaria, una obra de bien (v.
gr. la crianza y educación de un hijo o de un huérfano, una escuela, hospital o universidad que se funda o cualquier institución
fructuosa que se crea) y muchas otras cosas son obras valiosas que pueden perdurar mucho más que la vida de la persona que
las ha hecho.
2) Argumenta Carlos I. Massini Correas, con respecto al derecho al respeto de la vida: “tal derecho tutela a la misma
sustancia, mientras que el resto de los derechos tutelan perfecciones humanas que revisten la condición de accidentes; y, siendo
en el plano ontológico siempre superior la sustancia a cualquiera de sus accidentes –que sin aquélla carecen de sujeto en el cual
inherir-, se sigue que el derecho a la vida es superior a todos los demás derechos” 70. Este razonamiento, aunque concluye con
respecto a los derechos subjetivos, se funda en la diversidad de los bienes y entraña la afirmación de la prevalencia de la vida
respecto de los demás bienes; por ello lo hemos incluido en esta parte de nuestra exposición.
Refutación. Los accidentes hacen a la perfección del ente, y por ello la sustancia con determinados accidentes es mejor
que sin ellos, o con otros accidentes. Así por ej. el ser un caballo sano, fuerte, veloz, elegante, es mejor que el ser mero caballo.
Y así sucede en el ser humano, tanto en el aspecto ontológico como en el aspecto moral 71. Compárense por ejemplo los casos
de un hombre de 25 años de edad que ha concretado exitosamente la realización de un proyecto altruista de beneficencia a
personas indigentes, o un aporte para la ciencia, o una obra de justicia, etc. y un hombre que llegó a vivir 88 años, pero sin
66
Francisco de Vitoria, Relección sobre el homicidio, en Francisco de Vitoria, Relecciones, edic. bilingüe, B.A.C., Madrid, 1960, nº 36.
67
Francisco de Vitoria, Relección..., cit., nº 36.
68
Cfr. Fernando A. Toller, Jerarquía de derechos..., cit., p. 1034.
69
Cfr. José Corts Grau, Curso de derecho natural, Editora Nacional, Madrid, 1970, p. 315.
70
Carlos I. Massini Correas, El derecho a la vida en la sistemática..., cit., p. 148 s.
71
“La perfección entitativa primaria (ens simpliciter) inviste al sujeto de una bondad o perfección incompleta (bonum secundum quid) y sólo por adiciones
entitativas secundarias o accidentales (ens secundum quid) el sujeto alcanza su perfección consumada (bonum simpliciter)” (Guido Soaje Ramos, Sobre la politicidad
del derecho, Boletín de Estudios Políticos, Mendoza, 1958, p. 87).
9
frutos de valor para el prójimo. Ahora bien, hay ciertas perfecciones que el hombre logra en sí mismo o en los demás, mediante
una acción que comporta el sacrificio de la propia vida, como acontece con los actos de heroísmo. Aunque en tales casos la
sustancia desaparece, antes de ello el hombre ha alcanzado un grado excelso de perfección.
3) Un tercer argumento: El ordenamiento legal establece una jerarquía de valía entre los bienes humanos, así por ej. en
el Código Penal el delito castigado con mayor pena es el homicidio; por consiguiente la vida humana es el bien de valor
máximo, al menos en el ámbito del derecho.
Refutación. Héctor Hernández se propuso esta objeción contra la tesis negadora de la supremacía absoluta del bien de
la vida, la cual respondió así: a) que la jerarquía de valores que establezca el ordenamiento positivo no es decisiva, porque
podría juzgarse críticamente, a la luz de los principios del derecho natural; b) que el orden jurídico no se limita a lo penal, de
modo que puede haber valores más elevados que los que protege el Derecho Penal, que el legislador reconoce, pero que éste
juzga que no es conveniente castigar las conductas que atentan contra ellos; c) que de todos modos en el Código Penal
argentino la mayor pena que hay no es la que se debe aplicar al homicidio, sino la pena para el delito de traición a la Nación,
que es de reclusión o prisión de diez a veinticinco años o prisión perpetua más inhabilitación absoluta perpetua (art. 214 y 215
C.P.) 72.
Acotamos que la mayor sanción para el delito de traición a la república que para el homicidio no puede explicarse por
el mero hecho de que es más grave atentar contra varias vidas humanas (en el primer delito) que contra una sola (como sucede
en el homicidio), porque la figura de la traición que define el Código Penal no se limita a la situación de guerra, sino que
también comprende las acciones “dirigidas a someter total o parcialmente la Nación al dominio extranjero o a menoscabar su
independencia o su integridad” (o sea el atentado contra la libertad y contra el territorio), para las cuales se ha dispuesto el
castigo máximo (art. 215 C.P.).
4) Un texto de Santo Tomás de Aquino, en la introducción al capítulo sobre el homicidio, dice que “el homicidio es lo
que daña máximamente al prójimo” 73. Por consiguiente, la vida es el mayor bien terrenal del prójimo (ésta es la conclusión del
argumento, que no la dice Santo Tomás).
Refutación. La destrucción de la vida es generalmente el daño más grave que puede recibir un ser humano, en cuanto se
trata de un daño definitivo; pues otros daños que pueden ser más graves en su objeto (por afectar un bien intrínsecamente más
valioso), no son definitivos, por ejemplo la corrupción moral, en sus diversas modalidades, v. gr. la corrupción del ánimo de
justicia de una persona (como cuando se corrompe a un funcionario público y se lo hace aficionado a recibir y exigir sobornos o
a cometer peculados), o la corrupción de la tendencia sexual, por la que se generan en el prójimo inclinaciones sexuales
perversas. Es posible que un ser humano que se ha pervertido, se convierta más tarde, en algún momento, a la vida honesta, o al
menos es posible que abandone las conductas perversas.
Además, como Tomás de Aquino explica en otro lugar, aunque los bienes espirituales de uno son los máximos, no los
puede dañar directamente otro, sino sólo indirectamente, por ej. mediante malos consejos, mientras que los bienes del cuerpo y
las cosas exteriores pueden ser arrebatados por otro; y que por ello, entre los hechos que se cometen contra el prójimo el más
grave es el homicidio 74. Por lo expuesto, aunque en cierto sentido el daño más grave para la mayoría de las personas es la
destrucción de sus vidas, no es verdad que el bien más valioso para ellas sea la posesión de la vida. Así, la integridad moral es
un bien más valioso.
Y hasta aquí hemos considerado el bien espiritual, que está dentro de la persona; pero también están los bienes que el
hombre realiza fuera de sí: las obras de justicia, de caridad, de ciencia, etc. Éstas pueden ser más valiosas que la vida, pero
Santo Tomás no las ha considerado en el lugar citado en el párrafo anterior, porque allí se ha referido solamente a los delitos
que causan un daño al individuo.

La importancia de los bienes según diversos aspectos

Un bien puede ser más importante que otro en diversos aspectos, entre ellos:
En lo que respecta a la valiosidad intrínseca: éste es, obviamente, el principal criterio para jerarquizar los bienes y para
establecer prioridades entre bienes de dos clases diversas, en el caso de que no puedan lograrse ambos, o preservarse ambos.
En lo que concierne a la difusión: el bien de uno solo es menos valioso que el bien de la misma especie que es poseido
por muchos; el bien de uno que puede ser participado de algún modo por otros es más valioso que aquél que no puede ser
participado por los demás.
En lo tocante a la duración: un bien que permanece es de más valor que uno de la misma clase que es efímero o de
duración más corta.
La basicalidad: un bien es básico respecto de otro cuando la posesión del primero es condición necesaria para que
exista el segundo. Así, la vida es un bien básico respecto de cualquiera de los demás bienes humanos, pues destruida aquélla no
pueden existir éstos 75. Decimos aquí que el ser bien básico o presupuesto para otros bienes hace a la importancia del bien; pero
no decimos que por ello sea más importante el bien básico que aquél al cual sirve de base, soporte o condición.
La irreparabilidad de su pérdida: Hay bienes cuya destrucción tiene carácter definitivo, a diferencia de otros que
pueden ser recuperados por quien los perdió. Así, la pérdida de la vida es irreparable, y también suelen serlo ciertas lesiones a la
integridad física. Los menoscabos al honor y la fama suelen ser reparables, aunque no totalmente. En cambio, los daños a los
bienes materiales son casi siempre reparables. Ésta es una distinción relevante a la hora de determinar el grado de protección
que debe darse a un bien, y asimismo para determinar el quantum de la sanción retributiva que deba imponerse a quien ha
destruido el bien.
Otras diversas circunstancias también pueden hacer variar el criterio de prioridad entre los bienes. Así por ej. en un
momento determinado, un avión, aunque es un bien material, a causa de la imposibilidad o dificultad de conseguir
oportunamente otro vehículo en su reemplazo, por su gran costo económico o por otro motivo, puede tener mayor valor que la

72
Cfr. Héctor H. Hernández, Derecho subjetivo.. cit., p. 225 s.
Art. 214 – “Será reprimido con reclusión o prisión de 10 a 25 años o reclusión o prisión perpetua y en uno u otro caso, inhabilitación absoluta perpetua,
siempre que el hecho no se halle comprendido en otra disposición de este Código, todo argentino toda persona que deba obediencia a la Nación por razón de su empleo
o función pública, que tomare las armas contra ésta, se uniere a sus enemigos o les prestare cualquier ayuda o socorro”.
Art. 215 – “Será reprimido con reclusión o prisión perpetua, el que cometiere el delito previsto en el artículo precedente, en los casos siguientes:
1) si ejecutare un hecho dirigido a someter total o parcialmente la Nación al dominio extranjero o a menoscabar su independencia o integridad;
2) si indujere o decidiere a una potencia extranjera a hacer la guerra contra la república”.
73
Tomás de Aquino Summa theol., Introducción a la cuestión sobre el homicidio (II-II, q.64), in fine.
74
Tomás de Aquino, Summa theol., II-II, 73, 3 c.
75
El sentido en que aquí usamos el calificativo de “básico” para un bien, es el de ser “soporte” con respecto a otros bienes. Nada tiene que ver con la locución
basic goods que usa John Finnis, y que es uno de los conceptos básicos de su teoría y que mienta aspectos del desenvolvimiento (fluorishing) humano (Cfr. Natural law
and natural rights,Oxford Clarendon press, Nueva York, 1980, passim.
10
vida del piloto, con referencia a la comunidad. Así también la vida de un general en tiempo de guerra puede valer más que la
vida de cien soldados. Por ello es muy razonable que en una situación bélica se intente evitar más la pérdida de un avión que la
de un soldado, y que se tomen mucho mayores recaudos para proteger la vida de un general o de los miembros de un estado
mayor que para proteger la vida de un grupo de soldados.
La salvaguarda de un bien determinado que va a perderse actual y ciertamente tiene prioridad con respecto a bienes de
sujetos indeterminados que ha de perderse en el futuro. Por ello es razonable que los bomberos que son llamados
simultáneamente para salvar a un infante cautivo en un edificio en llamas y para conjurar el incendio de un museo con tesoros
de arte se dirijan prioritariamente a rescatar al niño, y sin embargo sería irrazonable que se suprimiera el presupuesto destinado
a mantener teatros, equipamiento de bibliotecas, subsidio para el cultivo de las bellas artes, etc., para usarlo íntegramente en
adquisición de una mayor cantidad de ambulancias, pulmotores, etc. y habilitación de muchos hospitales de urgencias, para
lograr salvar algunas vidas humanas más a lo largo del año.
También es relevante la proximidad con respecto al bien que puede procurarse o preservarse. Sea el caso de un médico,
padre de varios hijos pequeños y otros preadolescentes, que se aleja de su familia todo un año, para ir a salvar vidas humanas a
un país lejano en que hubo una epidemia. No sólo no está obligado a separarse de su familia, sino que probablemente está
obligado a no hacerlo, para cumplir con sus “deberes de estado”. Aunque el bien de la vida en peligro es de atención más
urgente que el bien de la educación, su deber es atender a la educación de sus propios hijos 76.

La vida no es el más valioso de los bienes humanos. Demostración

Si la vida fuese el máximo bien, la conservación de la vida sería el sumo criterio para la valoración moral de los actos.
Que la conservación de la vida sea el criterio primordial para la estimación de la moralidad de las acciones es falso. La
falsedad de tal proposición se demuestra por reducción al absurdo: De tal proposición se colige que las conductas heroicas que
ponen en riesgo la vida son moralmente ilícitas; pero es evidente que muchas conductas de esa clase son no solamente lícitas,
sino especialmente meritorias, e incluso supererogatorias. Y también algunas acciones heroicas son comportamientos jurídica y
moralmente obligatorios, por ej. en el caso del policía, el bombero, el experto en explosivos que desarma una bomba. Todos
ellos, en ciertos casos, tienen el deber de realizar acciones que los exponen a perder su vida, y no solamente para salvar otras
vidas en peligro, sino también para preservar bienes de otras clases (por ejemplo, si se trata de desactivar un explosivo o de
conjurar un incendio que pueden producir la destrucción de un museo de arte con colecciones muy valiosas).
Si la vida fuese el bien supremo del hombre, y por ende la preservación de ella por sobre cualquier otro bien fuese el
imperativo ético o jurídico, el juez que recibe una amenaza de muerte para el caso de que se negase a dar una sentencia injusta,
tendría el deber de ceder a tal amenaza 77.
A partir de estos ejemplos, explica a Héctor H. Hernández: A veces es lícito, e incluso loable, el arriesgar la vida por
otros bienes, por ej. para defender cosas valiosas propias o de otro. A veces es también obligatorio, como en algunos casos que
se mencionaron. La vida, por tanto, es un bien “sacrificable”. Hay otros bienes que no son sacrificables, por ej. la honestidad o
integridad moral. Para que sea lícito sacrificar algo para lograr otra cosa, debe sacrificarse un bien inferior para lograr o intentar
un bien superior 78.
¿Es lícito hacer cualquier cosa para beneficiar a un amigo? No; sin embargo es lícito dar la vida por los amigos (así,
dice Cristo: "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos"). De manera que hay valores sacrificables -como la vida,
en ciertas ocasiones y de cierto modo- y valores no sacrificables. De modo que la vida no puede ser el valor supremo; más
valía que la vida -que es sacrificable- por lógica tienen aquellos bienes que no son sacrificables.
En coherencia con lo dicho, el art. 21 de la Constitución Nacional prescribe : "Todo ciudadano argentino está obligado
a armarse en defensa de la Patria", lo cual importa el deber del individuo de arriesgar su vida, en ciertas circunstancias. No ha
de pensarse que la primacía del bien común está en que se trata de un mayor número de vidas humanas, porque el deber de
arriesgar la propia vida en caso necesario no existe solamente para salvaguardar la existencia de los compatriotas, sino también
para la libertad del país. Asimismo, es plausible la pérdida de la existencia en la acción de defensa de la integridad del territorio,
en cuanto el reivindicarlo de una usurpación importa, más allá de la índole material de la cosa reivindicada, la lucha por la
justicia, que es un valor axiótico eminente, al cual se ordena rectamente la vida del hombre.
Acota H. H. Hernández que en la cuestión de la jerarquía entre los bienes humanos, el tema nos remite a una
determinada concepción del hombre, de su perfección y de su fin; la respuesta depende de que se siga una concepción
individualista o solidarista, una concepción materialista o espiritualista, que se admita la primacía del bien común político o que
se la niegue 79.
De todos modos, aun quien no asuma una cosmovisión solidarista, tiene que admitir que el acto del policía y el
bombero que se exponen a perder su vida para cumplir con su profesión, y también el caso del juez en la situación particular
que se ha mencionado, son actos lícitos, e incluso, moral y jurídicamente obligatorios.
La naturaleza espiritual y social del hombre implica que su plena realización no puede consistir en la conservación de
su existencia biológica, sino que esa existencia es para que la persona alcance perfecciones del espíritu, y además, para el
servicio al prójimo.
La tesis de que la propia vida no es el bien máximo del ser humano no significa negar que la vida humana es siempre
un bien muy valioso, y no obsta a la validez del principio que prohíbe toda acción que cause o pueda causar directamente la
muerte de un ser humano inocente, ya sea después de su nacimiento, o antes de su nacimiento, y cualquiera sea su grado de
vitalidad y su estado de perfección física o psíquica, sin excepción alguna en razón de fines o de circunstancias, principio que
una vez más reafirmamos categóricamente.
La tesis de que hay bienes más valiosos que la propia vida ha sido también afirmada en la tradición filosófica. La
mayoría de los pensadores, desde la Antigüedad, han sido contestes en sostener que la conservación de la propia existencia del
individuo debe ceder, en ciertos casos, ante la preservación del bien común político.
Sócrates enseñaba, de acuerdo con el testimonio que nos da Platón, que “lo que vale no es el vivir, sino el vivir bien” 80.
Y también adoctrinaba que “se debe respetar la Patria y someterse a ella [...], padecer lo que ella disponga que se padezca [...]
en caso de que lo envíe a uno a la guerra, y pueda caer herido o muerto” 81.
76
El ejemplo es nuestro, pero el supuesto general lo menciona Héctor H. Hernández, Derecho subjetivo..., cit., p. 244
77
Cfr. Héctor H. Hernández, Derecho subjetivo..., cit., p. 232.
78
Cfr. Héctor H. Hernández, Derecho subjetivo..., cit., p. 231.
79
Cfr. Héctor H. Hernández, Acerca del derecho subjetivo..., cit., p. 959; Derecho subjetivo..., cit., p. 222.

80
Platón, Critón, 48 b 4.
81
Platón, Critón, 51 a, b y c.
11
En Santo Tomás podemos leer: “El bien de la república es el más alto entre los bienes humanos” 82. “El bien de la
nación es mejor que aquel de uno solo” 83. “Debe darse la vida por la Patria” 84.
El filósofo alemán Max Scheler, en textos que cita H. Hernández al tratar del asunto, ha señalado: “Los valores
espirituales son una serie de valores más alta que los valores vitales” 85. “El valor de la vida no ha sido nunca dado como el
valor «supremo» para ningún ethos [...] Aún hoy rige como acción buena la entrega de la propia vida a la libertad y el honor de
la Patria y a los valores espirituales (del conocimiento y de la fe); bien se haga esa entrega en un trabajo mortalmente peligroso
o como en el caso de los mártires. Corresponde al ethos común de la humanidad el hecho de que la vida no es el «supremo de
los bienes» [...] la clara evidencia de que el valor de la vida humana no es precisamente el más alto y de que se ha de preferir a
la existencia de ese valor la de otros” 86 .
Max Scheler hace notar que no se trata solamente de su doctrina sobre el punto, sino de una tesis que ha sido asumida
en el “ethos común de la humanidad”.
Dentro de la historia de la filosofía una voz discordante fue Thomas Hobbes, quien sostuvo que el primer imperativo de
la ley de la razón es que el hombre haga lo necesario para conservar su existencia: “Ley natural (lex naturalis) es un precepto o
norma general, establecida por la razón, en virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o
privarlo de los medios de conservarla y se le manda aquello mediante lo cual piensa que puede quedar su vida mejor
preservada” 87. Para ello es que debe convenir con los demás individuos en vivir en una sociedad política, en renunciar a todos
sus derechos y someterse a una autoridad soberana, y la conservación de la vida segura es el fundamento de la existencia del
Estado y de la autoridad política (“obedientia finis est protectio” 88) La idea de que la propia vida es el bien más valioso del
hombre fue afirmada por Hobbes, y es ajena a la tradición filosófica grecolatina y cristiana.-

82
Tomás de Aquino, Summa theol., II-II, 124, 5 ad 3.
83
Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, L. II, cap. 42.
84
Tomás de Aquino, Summa theol., II-II, 5 ad 3.
85
Max Scheler, Ética. Nuevo ensayo de fundamentación de un personalismo ético, trad. Hilario Rodríguez Sanz, T. I, Revista de Occidente, Madrid, 1941.
86
Max Scheler, Ética ..., cit., T. II, 1942, p. 90 s.
87
Thomas Hobbes, Leviathan, P. I, cap. 14, in princ.
88
Thomas Hobbes, Leviathan, P. II, cap. 21.
12

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