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APRENDER A SERVIR
El primer efecto de la afluyente fuerza del alma, factor principal que conduce a
prestar servicio, es integrar la personalidad y unir los tres aspectos inferiores
del hombre en una sola unidad de servicio.
Quizás la sugerencia más valiosa que puede hacerse al hombre o a la mujer que
tratan de actuar como verdaderos servidores, es pedirles que pronuncien
diariamente, poniendo detrás de las palabras el corazón y la mente, la
dedicación del Catecismo Esotérico que se halla al final del libro Iniciación
Humana y Solar.
Si así ocurriera indicaría la capacidad mental del servidor para buscar medios
que justifiquen su propia ambición. Ello se debe a que su mente reconoce el
Plan de Dios que corresponde al mundo en ese momento particular en que vive
el servidor, y la parte que él puede desempeñar para desarrollar los objetivos
de quienes son responsables de llevar a cabo ese Plan.
Se pone en contacto con un concepto mucho más vasto del Plan, y su humildad
y sentido de proporción permanecen inmutables.
Una personalidad integrada e inteligente es la adecuada para ejecutar la parte
que le corresponde al servidor en el trabajo activo mundial, siempre y cuando
su visión no sea empañada por la ambición personal ni su actividad degenere
en acciones precipitadas y en un despliegue de febril actividad. Le corresponde
al alma trasmitir las ideas que revelarán a la mente equilibrada y pacífica el
próximo paso que debe dar en la tarea de la evolución mundial. Tal es el Plan
para la humanidad.
Cuando esto sucede, vuelve al plano físico ilusionado por la idea, por ejemplo,
de los asombrosos contactos personales que ha hecho, aunque sólo sea el
contacto con una forma mental grupal de los Grandes Seres.
Estará bajo la ilusión de que ha sido elegido como agente transmisor o portavoz
de la Jerarquía, cuando lo que sucede en realidad es que ha sido engañado por
las innumerables voces, porque la Voz del Silencio ha sido apagada por el
clamoreo del plano astral; entonces lo engañará la idea de que no existe otro
camino más que el suyo.
Tlacaélel
https://tuul.tv/…/cinco-arqueologos-pusieron-nombre-mexico-…
Nassim Haramein
LA COMPRENSIÓN DE LA DUALIDAD.
LA CREACIÓN DEL TERCER PRINCIPIO.
(G.I. Gurdjieff).
El hombre, en su estado ordinario, es considerado como una dualidad.
Está enteramente constituido de dualidades, o de «parejas de contrarios».
Todas las sensaciones del hombre, sus impresiones, sus emociones, sus
pensamientos, están divididos en positivos y negativos, útiles y dañinos,
necesarios y superfluos, buenos y malos, agradables y desagradables.
Todo el trabajo de los ‘centros’ se hace bajo el signo de esta división. Los
pensamientos se oponen a los sentimientos. Los impulsos motrices se oponen a la
sed instintiva de tranquilidad.
Es en esta dualidad donde se efectúan todas las percepciones, todas las reacciones,
toda la vida del hombre. Y quienquiera sea capaz de observarse, aunque sea un
poco, podrá reconocer esta dualidad en sí mismo.
Pero esta dualidad aparece como una alternación; el vencedor de hoy es el vencido
de mañana; lo que nos domina actualmente, pronto será secundario, subordinado.
Y todo es igualmente mecánico, igualmente desprovisto de voluntad, igualmente
despojado de meta.
La comprensión de la dualidad en nosotros mismos comienza desde que nos
damos cuenta de nuestra ‘mecanicidad’, y desde que llegamos a captar la
diferencia entre lo que es automático y lo que es consciente.
Esta comprensión debe estar precedida por la destrucción de este mentirse a sí
mismo, que para un hombre consiste en tomar sus acciones, aun las más
mecánicas, por actos voluntarios y conscientes, y en considerarse a sí mismo un
ser uno y entero.
Cuando esta mentira es destruida el hombre comienza a ver en sí la diferencia
entre lo mecánico y lo consciente, entonces comienza una lucha para la realización
de la conciencia en la vida, y para la subordinación de lo automático a lo
consciente, es decir la creación en Sí Mismo de un tercer principio.
Con este fin, el hombre se pone a hacer esfuerzos para tomar una ‘decisión’
definida, basada en motivos conscientes, de luchar contra los procesos
automáticos que se efectúan en él, según las leyes de dualidad.
La creación de este tercer principio, principio permanente, será para el hombre la
‘transformación de la dualidad en trinidad’.
No debemos olvidar nunca que el destino del ser humano es uno de los más
gloriosos. Dios lo ha creado para que viva en la armonía, en la luz, para que
manifieste el amor, la sabiduría, la fuerza.
Os preguntaréis: «Pero entonces, ¿por qué resulta tan difícil alcanzar este
estado de perfección al que estamos predestinados?
Porque no sabéis como rechazar a los enemigos interiores que intentan llevaros
hacia otra dirección.
Estos enemigos son todos aquellos malos hábitos por los que os dejáis
llevar, porque vuestra conciencia no ha despertado todavía.
Pero deciros: estos enemigos sienten muy bien si tenéis o no una conciencia
clara de vuestra predestinación.
http://with-omraam.com/es/category/acceso-a-todo/
Instintivamente, los humanos tienen tendencia a compararse con los demás, pero
en general es para subrayar que son mejores, más honrados, más inteligentes, más
capaces que ellos. Pero ¿qué puede aportarles tal comparación? No mucho. No es
con las personas ordinarias, mediocres, con quienes debemos compararnos, sino
con aquellos que nos superan. ¡Y han habido tantos en la historia de esos seres
superiores que, si estudiamos su vida y su filosofía, pueden servirnos de criterio!
Es con ellos con quienes debemos compararnos para evolucionar.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
http://with-omraam.com/es/category/acceso-a-todo/
1. El miedo
2. La claridad
3. El poder
4. La vejez
"Un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira, es
como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo
control.
Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier
acto y lo actúa como si le importara.
Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar
como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando
completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran
buenos o malos, o tuvieran efecto o no.
Por otro lado, un hombre de conocimiento puede preferir quedarse totalmente
impasible y no actuar jamás, y comportarse como si el ser impasible le importara
de verdad; también en eso será genuino y justo, porque eso es también su desatino
controlado".
Una Realidad Aparte.
Cualquiera puede tratar de llegar a ser Hombre de Conocimiento; muy pocos
llegan a serlo, pero es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el
camino para llegar a ser un Hombre de Conocimiento son formidables, de verdad
poderosos.
Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar.
Su propósito es diferente; su intención es vaga.
Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que
cuesta aprender.
Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus
pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada.
Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía.
Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera.
Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimente
empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un
campo de batalla.
Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡El miedo!
Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en
cada recodo del camino, acechando, esperando.
Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto
fin a su búsqueda.
- ¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
- Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser un hombre de
conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre
inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer
enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
- ¿Y qué se puede hacer para superar el miedo?
- La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a
él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente.
Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla!
Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a
sentirse seguro de sí. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea
aterradora.
Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido
a su primer enemigo natural.
- ¿Ocurre de golpe, Don Juan, o poco a poco?
- Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente.
- ¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
- No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto
de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad.: una claridad de
mente que borra el miedo.
Para entonces un hombre conoce sus deseos; sabe como satisfacer esos deseos.
Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo.
El hombre siente que nada está oculto.
Y así ha encontrado su segundo enemigo: ¡La claridad!
Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también
ciega.
Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí.
Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo
ve con claridad.
Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad.
Pero todo eso es un error: es como si viera algo claro pero incompleto.
Si el hombre se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y
será torpe para aprender.
Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y
tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.
- ¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en
consecuencia?
- No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de
hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un
guerrero impetuoso, o un payaso.
Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y
miedo.
Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
- Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
- Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para
ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe
pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error.
Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto
delante de sus ojos.
Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada
puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión.
No será solamente un punto delante de sus ojos. Ese será el verdadero poder.
Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin.
Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la
regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con
su tercer enemigo: ¡El poder!
El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es
rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible.
Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque
es el amo del poder.
Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él.
Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla.
Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso.
- ¿Perderá su poder?
- No, nunca perderá claridad ni su poder.
- Entonces: ¿qué le distinguirá de un hombre de conocimiento?
- Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente como manejarlo.
El poder es solamente una carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio
de sí mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usa su poder.
- La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos, ¿es definitiva?
- Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay
nada que hacer.
- ¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se
corrija?
- No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.
- ¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?
- Eso quiere decir que la batalla sigue.
Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un
hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.
- Pero entonces, Don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo
durante años, pero finalmente lo conquiste
- No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo, nunca lo conquistará, porque se
asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba.
Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará
conquistándolo, porque nunca se ha abandonado a él en realidad.
- ¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, Don Juan?
- Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el
poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad.
Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento y con fé todo lo que ha
aprendido.
Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que
los errores, llegará a un punto en el que todo se domina.
Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer
enemigo.
El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del
conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡La vejez!
Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por
completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.
Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad
impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el
tiempo en que siente un deseo constante de descansar.
Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga,
habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja.
Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede
entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea sólo por esos
momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible.
Esos momentos de claridad, poder y conocimiento, son suficientes.
Cuando un ser está viviendo experiencias, sus manifestaciones son la única forma
de comunicación.
Lo subjetivo en mí, nunca se convierte en lo objetivo del espectador; él sólo puede
ver mis manifestaciones y comprender solamente lo que yo mismo manifiesto.
En el teatro antiguo se enseñaba al alumno a “actuar conscientemente”, es decir,
no a dar rienda suelta a una manifestación inconsciente de sus sentimientos,
pensamientos y deseos, sino a transmitir la impresión que deseaba.
Se puede decir que sí hacemos esto en la vida se trata de una falta de sinceridad; lo
es si por sinceridad se quiere decir una incapacidad para controlar las
manifestaciones…
Mundo Mágico
Una vez leí un libro delicioso, “The Mists of Avalon”. Las nieblas de Avalon son una
alusión mítica a las leyendas del rey Arturo.
Avalon es una isla mágica que permanece oculta tras unas tupidas e impenetrables
nieblas. A menos que se desvanezcan, no hay manera de que un barco se abra paso
hasta la isla, y sólo se desvanecen cuando uno cree que la isla está allí.
Avalon simboliza un mundo que está más allá del mundo que percibimos con los
sentidos físicos. Representa un sentimiento milagroso de las cosas, el ámbito
encantado que conocíamos de niños. Nuestro yo infantil es el nivel más profundo
de nuestro ser. Es aquel o aquella que realmente somos, y lo que es real no
desaparece. La verdad no deja de serlo simplemente porque no estemos
mirándola. El amor sólo puede quedar oculto tras las nubes o las nieblas mentales.
Avalon es el mundo que conocíamos cuando todavía estábamos conectados con
nuestra ternura, nuestra inocencia, nuestro espíritu. En realidad, es el mismo
mundo que vemos ahora, pero configurado por el amor, interpretado con ternura,
fe y esperanza, y con un sentimiento de admiración y de asombro. Es fácil de
recuperar, porque la percepción es una opción. Las nieblas se desvanecen cuando
creemos que detrás de ellas está Avalon.
Y en eso consiste un milagro: en la desaparición de las nieblas, en un cambio de la
percepción, en un retorno al amor.
Volver al Amor de un curso de Milagros
MARIANNE WILLIAMSON Los Ángeles, California
Gurdjieff-Discípulos de C.M.
Atención a la atención
Un discípulo fue a visitar a su maestro y solicitó que le impartiera alguna
enseñanza importante para su desarrollo. El maestro contestó irónicamente:
-Atención.
-¿Y qué más? -preguntó el discípulo.
-Atención, atención -repitió el maestro.
El discípulo insistió.
-Pero ¿qué más?
-Atención, atención, atención -dijo el maestro.
-Pero ¿qué es la atención?
El maestro contestó:
-Atención es atención.
Una enseñanza desconocida
https://www.facebook.com/cgskaizen/posts/1030206690468950
Kal Fulcanelli
Bóveda de Luz
La llave de los misterios
Pitá goras dijo que el Creador Universal había hecho dos cosas a Su propia imagen:
la primera, el sistema có smico con sus miríadas de soles, lunas y planetas; la
segunda, el hombre, en cuya naturaleza existe todo el universo en miniatura.
Mucho antes de la introducció n de la idolatría en la religió n, los sacerdotes
primitivos, para facilitar el estudio de las ciencias naturales, trazaban la figura de
un hombre y la colocaban en el santuario de sus templos, pues la figura humana
simbolizaba el Poder Divino en todas sus intrincadas manifestaciones.
Es así como los sacerdotes de la antigü edad tomaban al hombre como libro de
texto, y mediante su estudio llegaban a comprender los mayores y má s abstrusos
misterios del plan celestial del cual ellos formaban parte.
No es improbable que esa misteriosa figura levantada en los primitivos altares
fuera algo así como un maniquí y que, como ciertas manos emblemá ticas en las
Escuelas de Misterios, estuviera cubierta con jeroglíficos, bien sea grabados en su
superficie o pintados con pinturas eternas.
La estatua podía abrirse para mostrar así la relativa posició n de los ó rganos,
huesos, mú sculos, nervios y demá s partes.
La presente generació n está siempre dispuesta a desdeñ ar los conocimientos
anató micos que poseían las antiguas razas.
Debido a la acció n destructiva del tiempo y del vandalismo, los documentos
existentes no pueden revelarnos la sabiduría de la antigü edad.
El profesor James H. Breasted, arqueó logo de la Universidad de Chicago, afirmó
recientemente que sus investigaciones habían demostrado que los sabios mé dicos
egipcios durante la XVIII dinastía esto es, unos diecisiete siglos antes de Cristo
tenían un conocimiento científico comparable al que poseemos en pleno siglo XX.
El profesor Breasted dice textualmente “Por ejemplo, en é l (el papiro de Edwin
Smith, un documento científico antiquísimo) aparece por primera vez registrada
en lenguaje humano la palabra “cerebro”, y hay pruebas de que los egipcios
conocían las localizaciones cerebrales que dominan los mú sculos, cosa que só lo ha
sido redescubierta en la ú ltima generació n.
”El conocimiento de los sacerdotes-mé dicos egipcios relativo a las funciones de las
diferentes partes del cuerpo humano no só lo igualaba al de muchos hombres de
ciencia modernos, sino que, con respecto a aquellas funciones y poderes
relacionados con la naturaleza espiritual del hombre y a los ó rganos y centros por
medio de los cuales las esencias espirituales controlan el cuerpo, excedía al que
poseemos en el mundo actual.
Durante siglos de investigaciones mucho se contribuyó en favor de los principios
fundamentales de los filó sofos primitivos, y cuando Egipto alcanzó la cumbre
gloriosa de su civilizació n, el maniquí era una masa de intrincados jeroglíficos y
figuras simbó licas.
Cada una de sus partes tenía un significado secreto. Las medidas de esta figura de
piedra correspondían a un modelo bá sico por medio del cual resultaba posible
medir todas las partes del cosmos. Era un glorioso emblema compuesto por el
conocimiento de los sabios y hierofantes de Isis, Osiris y Serapis.
Luego vino el tiempo de la idolatría.
Los Misterios decayeron internamente. Los significados secretos se perdieron y
nadie conocía la identidad del hombre misterioso que se erigía en el altar.
Só lo se recordaba que esa figura era un símbolo sagrado y glorioso del poder
universal. Esta figura llegó a ser considerada un dios, a cuya imagen había sido
creado el hombre.
Habié ndose perdido el conocimiento secreto del objeto para el que había sido
construido ese maniquí, los sacerdotes veneraron la madera y la piedra de las que
estaba hecho, hasta que finalmente su falta de comprensió n espiritual derribó el
templo, cuyas ruinas cayeron sobre sus propias cabezas, y la estatua se desmoronó
junto con la civilizació n que había olvidado su significado.
En nuestros días la gran fe de nuestra raza - el cristianismo - es profesada por un
gran nú mero de hombres y mujeres sinceros, devotos y honrados.
Y aunque todos está n dedicados a sus tareas, só lo en parte son eficientes, porque la
mayoría de ellos ignoran absolutamente el hecho de que el llamado cristianismo
bíblico es só lo una alegoría del verdadero espíritu del cristianismo y de esa
doctrina esoté rica creada en el templo por las mentes iniciadas del paganismo y
promulgada para satisfacer las inclinaciones religiosas de la raza humana.
Hoy en día esta gran fe es profesada por millones de almas, y comprendida só lo
por un puñ ado, porque si bien ya no existen los templos de Misterios como
instituciones en las esquinas de las calles, como ocurría en la antigü edad, la
Escuela de Misterios todavía existe como una estructura filosó fica invisible.
Só lo confía el conocimiento de sus secretos a unos pocos, dejando que la gran masa
entre solamente en su recinto externo y haga sus ofrendas sobre el altar de bronce.
El cristianismo es esencialmente una Escuela de Misterios, pero la mayoría de sus
adherentes no lo comprenden lo bastante bien como para darse cuenta de que hay
secretos en sus pará bolas y alegorías que constituyen importante parte de su
dogma.
¿Por qué no habría de ser el cristianismo una Escuela de Misterios? Su fundador
fue un iniciado en los Misterios Esenios. Los esenios fueron discípulos del gran
Pitá goras y estaban tambié n en contacto con las Escuelas Secretas de la India.
El Maestro Jesú s fue un hierofante profundamente versado en el antiguo Arcano.
San Juan mismo, por sus escritos, prueba que estaba familiarizado con el
ritualismo de los cultos egipcios, y se sostiene que San Mateo fue el maestro de
Basílides, el inmortal sabio egipcio, fundador, juntamente con Simó n el Mago, del
Gnosticismo, el sistema de misticismo cristiano má s elaborado que jamá s surgiera
del tronco principal de la iglesia de San Pedro.
Durante su historia primitiva en Roma, el cristianismo estuvo en constante
contacto con el Mitraísmo, la filosofía del fuego, en Persia, de la cual extrajo no
pequeñ a parte de sus rituales y ceremonias.
Si se contemplare al cristianismo menos como iglesia y má s como Escuela de
Misterios, el mundo moderno obtendría rá pidamente una comprensió n má s clara
de sus principios. Cada sacerdote del cristianismo, cada ministro del Evangelio,
debería ser un anatomista y un fisió logo, un bió logo y un químico, un mé dico y un
astró nomo un matemá tico y un mú sico, y sobre todo un filó sofo.
Por filó sofo entendemos aqué l que puede estudiar inteligentemente todas estas
diferentes líneas de pensamiento y descubrir la relació n mutua existente entre
ellas, y usar todas las artes y las ciencias como medios para interpretar la
magnífica representació n emblemá tica y el misterioso drama de la fe cristiana.
Si ellos pudieran considerar inteligentemente los secretos transmitidos por los
sacerdotes de la antigü edad pagana (cuyo estupendo genio se remontó muy por
encima de los prejuicios rutinarios del pensamiento moderno), podrían hacer una
serie de importantes descubrimientos.
En primer té rmino, descubrirían que en las actuales traducciones del Antiguo y
Nuevo Testamento hay numerosos errores, debido al hecho de que sus traductores
no fueron espiritualmente competentes para interpretar los sagrados misterios de
las lenguas hebrea y griega.
Encontrarían innumerables contradicciones debidas a malentendidos, y
descubrirían tambié n que los llamados libros apó crifos (rechazados como no
inspirados) contienen algunas de las claves má s importantes que nos haya legado
la antigü edad.
Aprenderían que el Antiguo Testamento no debió ser considerado literalmente:
que entre líneas existen ciertas enseñ anzas ocultas sin cuyo conocimiento no
puede descubrirse el verdadero significado de las escrituras hebreas.
No ridiculizarían má s a los paganos por su pluralidad de dioses, pues descubrirían
que ellos mismos, si son fieles a su escritura, son politeístas. La palabra “Elohim”
tal como se emplea en los primeros capítulos del Gé nesis, y que ha sido traducida
como Dios, es una palabra plural, masculino-femenina, que designa a cierto
nú mero de dioses andró ginos y no a una Suprema Deidad.
Tambié n comprenderían que Adá n no fue un hombre sino una especie, una raza de
criaturas, y que el Jardín del Edé n no estaba en el Asia Menor.
Pero, aunque algunos hombres supieran que estas cosas son verdaderas, una gran
parte de la humanidad todavía las rechazaría, porque no concuerdan con las
tradiciones aceptadas y veneradas no por ciertas, sino por haber sido admitidas
durante generaciones.
Ellos coronarían sus descubrimientos al darse cuenta de que la Tierra de
Promisió n de todas las naciones es el cuerpo humano, y que é sta es la tierra santa
consagrada a los dioses.
Comprenderían que sus propios cuerpos son los Santos Sepulcros, que tanto
tiempo han permanecido en manos de los infieles, y que no hay infiel de raza
alguna la mitad de malvado que el que mora en el corazó n del mismo hombre; que
no hay enemigo mayor de la fe que la propia naturaleza inferior individual; ni
Judas compararle al egoísmo, ni traidor como la ignorancia, ni tirano como el
orgullo, ni Mar Rojo que deba ser cruzado como el que comprende la naturaleza
emocional del hombre, que brota de los rojos centros creadores de sangre en el
hígado humano.
Si los teó logos modernos pudieran ver el antiguo maniquí sobre el altar,
comprenderían claramente todo esto, pero como no saben que existe una doctrina
secreta, no la buscan.
Sin embargo, ¿quié n puede leer el Libro de Ezequiel o la Revelació n y no darse
cuenta de que el bien amado discípulo Juan, trascendiendo a todos los demá s en su
visió n, fue indudablemente exaltado o “elevado”, como podría decir el masó n
moderno, y contempló el fasto de los Misterios?
Las alegorías de San Juan son extraídas de todas las religiones de la antigü edad.
El drama que é l desarrolla en la Revelació n es sinté tico y, por consiguiente,
verdaderamente cristiano, porque incluye las grandes enseñ anzas de todas las
edades.
Algunos creen que Dios no ha querido que el hombre comprendiera el misterio de
su propio destino, pero permítasenos recordar aquellas inmortales palabras: “No
hay nada oculto que no será revelado, ni nada escondido que no será dado a
conocer”. Si esto es cierto, emprendamos la tarea de resolverlo, revelarlo o
reconstruirlo.
Tras las huellas de los iluminados de todas las é pocas, nosotros tambié n
descubriremos la verdad si continuamos el ascenso por las escaleras en espiral por
las que han subido los aspirantes de todas las naciones y religiones, dejando
marcados sus pasos en las piedras.
El espíritu del hombre es un pequeñ o anillo de fuego invisible del cual emergen
corrientes y rayos centelleantes de fuerza. Por un proceso místico, estos rayos
construyen cuerpos en torno de ese germen central informe, y el hombre mora en
el medio de esos cuerpos, goberná ndolos mediante ondas de energía en una forma
muy difícil de apreciar a menos de estar familiarizados con la constitució n oculta
del hombre.
Este anillo de fuego invisible es el fuego eterno, la chispa de la Rueda Infinita, sin
nacimiento ni muerte, centro eterno que incluye dentro de é l mismo todo lo que ha
sido, todo lo que es y todo lo que perpetuamente será .
Este gérmen mora, en el estado llamado Eternidad, porque para esta chispa
inmortal el tiempo es ilusorio, la distancia no existe, la alegría y la tristeza son
desconocidas, porque en lo concerniente a su funció n y conciencia todo lo que
puede decirse es que ES.
Mientras las demá s cosas vienen y van É L ES.
Este germen de inmortalidad entra en el embrió n en el momento de la vivificació n
y sale al producirse la muerte. Con su venida se genera el calor; con su partida, el
calor desaparece.
Así como la llameante esfera del Sol se encuentra en el centro del sistema solar,
este flamígero anillo del espíritu está en el medio de los cuerpos del hombre. Es el
fuego del altar que jamá s se extingue y a cuyo servicio se han consagrado los
sabios de todas las naciones, porque en esta llama reside toda perfecció n y la
posibilidad del logro definitivo.
Esta llama se manifiesta en individualidades y personalidades, pero, las esencias
extraídas de la experiencia, inteligencia y actividad acumuladas en dichas
individualidades y personalidades son finalmente absorbidas por esta llama,
suministrá ndole el combustible con el cual luce y arde má s brillantemente.
De este fuego ú nico del altar se encienden todos los fuegos del cuerpo humano,
igual que las innumerables llamas que han sido originadas por los fuegos sagrados
de los Parsis.
Comparad el llameante espíritu del hombre con la llama de una vela. Primero, en el
centro de la vela, junto al pabilo, se ve un resplandor azul casi incoloro.
Alrededor de é ste hay un anillo de luz dorada, y má s hacia la periferia, rodeando la
parte amarilla, se produce una llama de color anaranjado oscuro o rojo ladrillo,
que despide má s o menos humo.
Estas tres luces - azul, amarilla y rojiza - está n estrechamente relacionadas con la
llama del hombre, porque hay una azul, que da luz sin combustible, y una amarilla,
alimentada por ó leo puro, que arde con firme fulgor sin producir humo.
Despué s hay una llama roja, que consume combustible má s basto.
A é sta se la denomina el fuego aniquilador de los antiguos, porque en el cuerpo
humano la llama azul es el fuego del espíritu aspirante y trascendente.
La llama amarilla es la clara y ardiente luz de la razó n que ilumina la mente y
alumbra la oscuridad de la noche, mientras que la llama roja es la falsa luz, el fuego
de la pasió n y la lujuria.
É sta es humeante como el campo de batalla, en que los odios y temores se elevan
juntos en un bullir, llama rojo-ladrillo que es una mortaja espeluznante.
É stos son los tres fuegos: el fuego de la divinidad, el fuego de la humanidad, el
fuego de los demonios. Los tres está n encerrados dentro de la naturaleza humana,
de donde su brillo sale afuera como la sagrada palabra trisilá bica mediante la cual
se crearon los cielos, se formó la Tierra y se destruyeron las obras del mal.
Los discípulos de la Antigua Sabiduría sabían que, en la alborada de este esquema
terrestre, ciertas instrucciones fueron depositadas en lugares seguros por los Hijos
de la Aurora, o como nosotros los llamamos, los Dioses, quienes despué s de
haberse asegurado de que estas doctrinas quedarían preservadas para la salvació n
final de la raza, penetraron en la constitució n del hombre y perdieron su identidad.
Por esta razó n se dice que el Reino de los Cielos está dentro de nosotros, porque é l
incluye al Padre Divino, su Trinidad y sus serafines, querubines, poderes,
dominaciones, principados, tronos, á ngeles y arcá ngeles.
Cada una de estas criaturas celestiales ha aportado algo a la naturaleza del
hombre. Por medio del poder de uno, siente; por el poder de otro, ve; a travé s del
poder de un tercero, habla; gracias al poder de un cuarto, comprende; por el poder
del Padre Divino, es inmortal; por el poder de la Trinidad, es triple en su
constitució n - espiritual, intelectual y física - por medio del poder de los serafines,
le fueron dados los grandes fuegos, mientras que por el de los querubines obtuvo
su forma compuesta.
De ahí que estos espíritus esté n confinados dentro de su propia naturaleza hasta
que el hombre haya logrado elevarla al punto en que libere a esos poderes
có smicos dá ndoles una expresió n adecuada y dejando de limitarlos o esclavizarlos
má s con su propia ignorancia y perversió n.
En realidad, el Reino de los Cielos está dentro del hombre mismo, mucho má s de lo
que é l imagina; y así como el cielo está en su propia naturaleza, así tambié n la
tierra y el infierno se encuentran en su constitució n, porque los mundos
superiores circunscriben e incluyen a los inferiores, y la tierra y el infierno está n
incluidos dentro de la naturaleza del cielo.
Como hubiera dicho Pitá goras: “Los mundos superiores e inferiores está n
comprendidos dentro del á rea de la Esfera Suprema." Así todos los reinos de la
naturaleza terrestre, minerales, vegetales, animales y su propio espíritu humano,
está n incluidos en su cuerpo físico y é l mismo ha sido designado espíritu guardiá n
del reino mineral, siendo responsable ante las jerarquías creadoras del destino de
las piedras y los metales.El mundo infernal es tambié n una parte de é l mismo,
porque dentro de su naturaleza se encuentran Lucifer, la Bestia de Babilonia,
Mammon, Belzebú y todas las otras furias infernales.
En la base de su espina dorsal arde un fuego infernal, y el Sá bath de las Brujas, tan
esplé ndidamente descripto por Eliphas Levi, puede ser seguido hasta su origen en
los centros emocionales inferiores del cuerpo humano.
Así el hombre es en sí mismo cielo, tierra e infierno, y su salvació n es un problema
mucho má s personal de lo que é l imagina. Sentado que el cuerpo humano es una
masa de centros psíquicos, que durante la vida esa estructura es cruzada por
incesantes corrientes de energía y que a travé s de toda su constitució n se
encuentran vó rtices de fuerza elé ctrica y poder magné tico, el hombre puede ser
contemplado, por aqué llos que saben có mo verlo, como un sistema solar
compuesto de estrellas y planetas, soles y lunas, con cometas que giran en ó rbitas
irregulares a travé s de ellos.
Y así como se supone que la Vía Lá ctea es un embrió n có smico gigantesco, así
tambié n el hombre mismo es una galaxia, cada una de cuyas estrellas se convertirá
en constelació n algú n día.A dondequiera que dirijamos la mirada, encontramos la
vida.
En cualquier lugar que hallemos la vida, descubrimos la luz, porque en medio de
todas estas cosas vivientes hay tenues chispas de esplendor inmortal. Aqué llos
cuyos ojos está n encadenados por las limitaciones, terrenas, só lo ven las formas,
pero para los que pueden trascender la materialidad, cada vida aparece como un
destello de inmortal brillantez. Hasta la misma atmó sfera está llena de luces, y el
clarividente cruza, a travé s de esferas de llama.
Hay luces de miles de colores y matices irisados que sobrepasan en brillantez la
luminosidad del Sol, luces mil veces má s variadas que las del espectro que
conocemos, colores ni siquiera soñ ados, luces tan brillantes que no pueden ser
vistas sino sentidas como repiques sonoros en la cabeza; unas, luces que deben ser
oídas, y otras, como só lidas columnas de fuego que deben ser sentidas. A
dondequiera el vidente dirija la mirada, contempla fuego.
Surge de la piedra; relampaguea en estrellas geomé tricas desde los pé talos de las
flores y se irradia en ondas desde la piel de los animales. Rodea al hombre con una
aureola brillante y a la tierra con el halo de un arco iris cuyas franjas se extienden
por millas desde su superficie.
El fuego irradia luz hacia arriba a travé s de la superficie de la Tierra; envía luz
hacia abajo desde el inmenso espacio; irradia luz hacia afuera desde el centro de
todas las cosas y hacia adentro desde la circunferencia de cada cosa.¿Es extrañ o
que este viviente esplendor universal fuera dorado?
Es el símbolo humano má s perfecto de Dios, porque esta luz es la manifestació n
primaria del Eterno Inmanifestado.Este fuego eterno, que arde sin combustible en
el alma de todas las cosas, ha sido desde el comienzo de los tiempos el símbolo má s
sagrado en todo el mundo, porque si bien las imá genes de madera o piedra, los
cuadros sobre lienzo y aun los cantos son má s o menos expresiones de la forma, el
lado físico de la Naturaleza, esta luz radiante, este esplendor flamígero, simboliza
el espíritu, la vida, el germen inmortal encerrado en el corazó n de la forma.
Estaba consagrado a la Deidad Superior y todos lo adoraban y le hacían ofrendas.
Era la causa, y los hombres adoraban la causa, intentando mediante la secreta
cultura legada a travé s de las edades y basada en las enseñ anzas de los mismos
dioses, que la luz brillara má s intensamente desde el interior de ellos mismos.
É ste es el origen del simbolismo de la luz y el fuego.
La luz no só lo es sagrada porque dispersa las tinieblas en las que se esconden
todos los enemigos de la vida humana.
Es tambié n sagrada porque es el vehículo de la vida. Esto lo evidencia el efecto de
la luz solar sobre la vida vegetal, animal y humana. La luz es tambié n el vehículo
del color, pues el Sol es quien imparte a toda materia terrestre su color.
Es igualmente el vehículo del calor, y segú n la antigua sabiduría, lleva consigo el
esperma de todas las cosas, procedente del Sol. A travé s de la luz tambié n pasan
todos los impulsos del Gran Hombre.
De acuerdo con los Misterios, Dios gobierna Su universo por medio de impulsos de
inteligencia que É 1 proyecta mediante rayos de luz visibles o invisibles. Esta luz
desempeñ a en el universo el mismo papel que el sistema nervioso en el cuerpo.
Pitá goras dijo que “el cuerpo de Dios está compuesto por la substancia de la luz”.
Donde hay luz está Dios. El que adora a la luz, adora a Dios. El que sirve a la luz,
sirve a Dios.
¿Qué símbolo má s adecuado podría concebir el hombre del eterno y latente Padre
Divino que el viviente, vibrante y radiante fuego?
El fuego es el má s sagrado de todos los elementos y el má s remoto de todos los
símbolos. Siendo así, los antiguos no dejaban de tener razó n cuando adoptaron el
fuego, o la luz, como su símbolo supremo y eligieron como emblema de la luz
universal la gloria central del Sol.
Al hacerlo así, se convirtieron no en adoradores del Sol, sino en adoradores de Dios
tal como É l se manifiesta mediante la luz de la verdad.Los filó sofos del fuego
adoraban tres luces - la luz del sol, de la Tierra y la del alma -, siendo esta ú ltima la
luz que hay en el hombre y que ellos creían sería finalmente reabsorbida en la
Divina luz, de la que se encontraba temporalmente separada por los muros de la
prisió n de la naturaleza inferior del hombre.
Los Misterios de todas las é pocas estuvieron dedicados a facilitar la reunió n de esa
pequeñ a luz con la Gran Luz, su Padre y Fuente. Para los Gnó sticos, Cristo fue la
incolora Luz Divina que asumió la forma de un radiante esplendor (la Verdad),
atendiendo así a las necesidades de la pequeñ a luz que luchaba por expresarse en
el alma de cada criatura humana.
Esta Divina luz entraba en la luz de la Naturaleza y, fortalecié ndola, ayudaba a
vitalizar todas las cosas vivientes.
La luz que existe en el hombre, el Dios en miniatura, era salvada - o mejor dicho,
liberada - por medio de un proceso llamado regeneració n.
El mé todo secreto usado para lograr esta regeneració n sin tener que seguir el
largo sendero en espiral del progreso evolutivo, fue el grande y supremo secreto
de los Misterios, revelado ú nicamente a aqué llos que habían demostrado ser
merecedores de poseer el poder de la vida y de la muerte.
Estos Misterios han sido perpetuados hasta nuestros días por la
Francmasonería.La Orden Masó nica está basada en las Escuelas Secretas de la
antigü edad pagana, muchos de cuyos símbolos han sido preservados hasta
nuestros días en los diversos grados de la Logia Azul y del Rito Escocé s.
Respecto al origen del termino “Francmasó n”, que constituye en sí mismo una
clave de las doctrinas de la Orden, Robert Hewitt Brown, Grado 32, escribe:
“Mucho antes de la construcció n del Templo del rey Salomó n, se conocía a los
masones con el nombre de Hijos de Luz.
La Masonería era practicada por los antiguos bajo el nombre de Lux (luz), o su
equivalente en los diversos idiomas de la antigü edad. Hemos sido informados por
varios autores eminentes de que la palabra Masonería es una corrupció n del
termino griego Mesouraneo, que significa “yo estoy en el medio del cielo”,
aludiendo al Sol, el cual, “encontrá ndose en el medio del cielo”, es la gran fuente de
luz. Otros la derivan directamente del antiguo egipcio Phre, el Sol, y Mas, un hijo, o
sea Phre- Massen - Hijos del Sol o Hijos de la Luz.
”El verdadero secreto de la regeneració n del fuego en el alma humana es revelado
por el ritual del tercer grado de la Logia Azul, bajo la alegoría de la muerte de
Hiram Abiff.
El nombre Hiram está , como ya se ha hecho notar, estrechamente relacionado con
el elemento fuego. Su descendencia directa de Tubal-Caín, el primer gran artesano
en metales mediante el uso del fuego, relaciona aú n má s a este diestro operario
con la inmortal llama de vida en el hombre.
En su obra Secreta Societies of All Ages (“Las Sociedades Secretas de todas las
é pocas”), Charles W. Heckthorne expone una antigua leyenda cabalística referente
a la relació n de la primitiva Masonería con la adoració n del fuego.
Segú n esta leyenda, Hiram Abiff no era descendiente de Adán o Jehová , como los
hijos de Set, sino de má s noble estirpe, porque por sus venas corría el fuego de
Samael, uno de los Elohim. Ademá s, hay dos clases de hombres en el mundo: los
que tienen aspiraciones y los que no las tienen. Aquéllos sin aspiraciones son los
hijos de Set, verdaderos hijos de la Tierra, que se apegan a su madre con tenacidad,
siendo Terrenalidad la palabra clave de su naturaleza.Hay otra raza, la de los Hijos
del Fuego, descendiente de Samael, el regente del fuego.
Estos hijos de la llama está n siempre animados por la ambició n y la aspiració n. Son
los constructores de ciudades, los que erigen monumentos, los conquistadores de
mundos, los precursores, los que trabajan los metales, verdaderos hijos de la llama
eterna.
Sus almas son vehementes y tempestuosas, y la Tierra para ellos es una carga,
Jehová no contesta sus sú plicas, porque ellos son hijos de otra estrella. La
Aspiració n es la nota clave de sus naturalezas, y muchas veces ellos resurgen como
nuevos Fé nix, de las cenizas del fracaso.
Jamá s descansan, como el elemento del cual forman parte: andan errantes sobre la
faz de la Tierra, con los ojos fijos en la flamígera estrella de la cual vinieron.
Esta diferencia fundamental es claramente visible en la vida diaria.
Algunos está n siempre contentos; otros, jamá s llegan a la meta. Unos son los Hijos
del Agua, los guardianes del rebañ o; otros son los Hijos del Fuego, los
constructores de ciudades.
Un grupo es conservador, el otro es progresista. Uno es el rey, el otro el sacerdote.
Pero dentro de la naturaleza de todas las cosas vivientes coexisten los Hijos del
Fuego y los Hijos del Agua.
En las Sagradas Escrituras, a los nacidos de la llama se los denomina Hijos de Dios,
y los nacidos del agua son llamados Hijos de los Hombres, porque el nacido de la
llama es la divinidad en el hombre y el nacido del agua es la humanidad en el
hombre.
Estos dos hermanos son enemigos mortales, pero en los Misterios se les enseñ aba
a cooperar el uno con el otro, y está n simbolizados en la Francmasonería por el
á guila de dos cabezas del Grado 33.
Segú n la antigua sabiduría, llegará un tiempo en que el hombre tendrá dos
sistemas espinales completos, ambos igualmente desarrollados, y su vida estará
gobernada por dos poderes que trabajará n juntos y en armonía.
Para expresar esto, los antiguos alquimistas simbolizaron esta realizació n con una
figura bicé fala, una de cuyas cabezas era masculina y la otra femenina. El
hermafrodita Ishwar, el señ or planetario de los Brahmanes, tiene la mitad derecha
del cuerpo masculina y la izquierda femenina, para simbolizar así que é l es el
arquetipo de la raza humana final.
El hombre, una vez que sea positivo y negativo a la vez, no se reproducirá má s
como actualmente.Uno de los antiguos Misterios enseñ aba que el fin de todas las
cosas es igual a su principio má s la experiencia del ciclo, y algú n día la raza
humana dará nacimiento a sus nuevos cuerpos por propia generació n, como lo
hacen todavía ciertos animales primitivos.
Entonces, indudablemente, el hombre será su propio padre y su propia madre,
completo en sí mismo.
La iniciació n hace posible este proceso en el hombre mucho antes de lo que
permitiría el curso natural de la evolució n humana.
Tal es el verdadero misterio de Melquisedec, rey de Salem, el rey sacerdote
(sacerdote, agua; rey, fuego), que fue su propio padre y su propia madre y
cuyas huellas siguen todos los iniciados.
Só lo la má s elevada de todas las ó rdenes ocultas que existen ú nicamente en el
mundo interno puede ser llamada “Orden de Melquisedec”, aunque en otras
naciones tenga otros nombres.
Esta Orden está compuesta internamente por los graduados de otras Escuelas de
Misterios que hayan alcanzado ya ese punto en que les es posible darse nacimiento
a si mismos de sus propias naturalezas, al igual que la misteriosa ave Fé nix, la cual,
al morir, deja salir de adentro de sí misma otra ave que sale volando.
El ave Fé nix era considerada antes como una verdadera rareza zooló gica, pero
ahora se sabe que jamá s existió , salvo como símbolo de un elevado estado de
desarrollo del hombre.
Ademá s, construía su nido con llamas, lo que es extraordinariamente
significativo.La secreta Orden de Melquisedec no podrá jamá s aparecer en el
mundo físico mientras la humanidad esté constituida de acuerdo con su presente
esquema.
Es la suprema Escuela de Misterios, y só lo unos pocos han alcanzado ese punto en
que se han unido sus naturalezas humana y divina tan perfectamente que han
llegado a ser simbó licamente bicé falos.
Hay que conseguir el perfecto equilibrio del corazó n y de la mente antes que el
verdadero pensar o la verdadera espiritualidad puedan ser logrados.
La funció n má s elevada de la mente es la razó n; la funció n má s elevada del corazó n
es la institució n. Un proceso sensitivo no necesita del trabajo normal de la mente.
La razó n sola es fría; el sentimiento solo carece de razó n, pero ambos juntos
atemperan la justicia con la misericordia y la benevolencia con la fortaleza.
El espíritu no es masculino ni femenino, sino ambas cosas a la vez: una entidad
andró gina. La manifestació n perfecta del espíritu andró gino debe ocurrir a travé s
de un cuerpo andró gino que se genere a sí mismo.
Pero muchos millones de añ os deberá n pasar antes que la raza humana aprenda
las lecciones de polarizació n suficientemente bien como para asumir esta nueva
naturaleza con inteligencia.
Ese día todo estará completo por sí mismo.
El entendimiento estará maduro y será de tal profundidad y amplitud que no
podría manifestarse en un organismo masculino o femenino aisladamente.
Tal es el misterio del rey-sacerdote y tal fue la posició n que Jesú s alcanzó
cuando fue llamado por siempre sacerdote segú n la Orden de Melquisedec.
Todo esto se encuentra simbolizado en los emblemas del Grado 33 de la
Francmasonería.Cuando se lo considera clarividentemente, el cuerpo del hombre
semeja un gran ramo de flores, porque en toda su forma física se encuentran
grupos como pé talos de emanantes rayos de fuerza de diferentes formas y colores.
Hay uno de estos centros misteriosos en la palma de cada mano y en la planta de
cada pie.
Casi todos los ó rganos vitales tienen radiantes vó rtices remolineantes de luz como
bases espirituales. Estas flores girantes y vibrantes son centros ocultos
extremadamente importantes. Cada uno de ellos puede, bajo ciertas condiciones
ayudar al hombre a conseguir una mayor amplitud de conciencia.
Es posible ver con la palma de las manos o la planta de los pies.
En realidad, el hombre llegará a ver finalmente con todas las partes de su cuerpo.
Un símbolo de esta condició n final fue preservado en los Misterios Egipcios, en la
figura de Osiris, a quien suele representá rsele sentado en un trono y con el cuerpo
enteramente formado por ojos.
El dios griego Argos fue tambié n famoso por su habilidad para ver con las
diferentes partes de su cuerpo.
Los buddhas orientales son simbolizados a menudo con dibujos geomé tricos en la
palma de las manos y la planta de los pies. Las famosas huellas de Buddha,
marcadas en la piedra, tienen un Sol en miniatura frente al taló n de cada pie.
Algunos de los artistas japoneses del jiu-jitsu dominan la ciencia secreta de estos
misteriosos centros nerviosos, aunque este conocimiento ha sido ocultado por la
mayoría de esos luchadores.
En el Japó n existen dibujos en los que se muestra la posició n exacta de estos
centros sagrados. La má s ligera presió n sobre alguno de ellos paraliza el cuerpo
entero, tan grande es su dominio sobre el resto del sistema nervioso.
Tambié n se enseñ a a los expertos en jiu-jitsu có mo se puede resucitar a una
persona que esté muerta por medio de presiones producidas en determinados
puntos de las vé rtebras superiores de la espina dorsal.
Este mé todo da resultado en casi todos los casos, aú n despué s que otros han
fracasado.
Los vó rtices de abigarradas luces del cuerpo constituyen los capullos de los lotos
sagrados de la India y de Egipto, y las rosas de los Rosacruces.
Son tambié n las cuentas inmortales del Bhagavad Gitá , ensartadas en un solo hilo.
A travé s de estos centros entraron los clavos de la crucifixió n.
La crucifixió n encierra el secreto de como abrir los centros de las manos, pies,
costado y cabeza. Los tres clavos que realizaron esta obra han sido preservados en
la Francmasonería como los tres principales dignatarios de una Logia y como los
tres asesinos de Hiram Abiff.
El Osiris indio-mexicano, llamado príncipe Coh, murió de tres heridas inflingidas
por sus enemigos, y su corazó n fue encontrado en una urna por Augustus Le
Plongeon, que pasó muchos añ os investigando las antigü edades centroamericanas.
La relació n entre estos centros sagrados y las joyas de la placa pectoral del Sumo
Sacerdote de Israel no debe ser olvidada, porque ambos símbolos tienen un
significado similar.
La parte má s sagrada del cuerpo humano es el cerebro y el sistema espinal,
reverenciado desde la antigü edad y simbolizado una y otra vez en todas las
religiones del mundo.
Mientras otras partes del cuerpo son de gran interé s para el estudiante, la
obra misteriosa de los fuegos espinales, mediante los cuales es lograda la
liberació n, es tan formidable, que hay que emplear muchos añ os aú n en
comprender los principios fundamentales. La espina dorsal es la vara que
floreció , el Arbol Yggdrazil, la espada flamígera, el bá culo de apoyo, la vara del
Mago.
Buscadores de la Verdad
LA LIBERTAD.
LA DESTRUCCIÓN DE LOS "GUARDIANES DEL UMBRAL".
(G.I. Gurdjieff).