Huesca, 14 de marzo de 2019 Los gurús que pronosticaron que la gratuidad de los contenidos periodísticos en Internet multiplicaría los ingresos de los medios llevan veinte años sin pedir disculpas por ese enorme error de cálculo. Los editores y los periodistas con cargos ejecutivos en los medios somos también responsables de la crisis del negocio periodístico. No pudimos, no supimos o no quisimos advertir el desastre que se avecinaba. Cada vez que escucho eso de que “no se pueden poner puertas al campo” me llevo la mano a la cartera y a la conciencia. El periodismo tiene un coste y un valor. Regalarlo supone relegarlo a puro entretenimiento. Si nos empeñamos en tratar a los lectores como simples clientes o usuarios, y si veneramos a unos empresarios de la comunicación cuya absoluta prioridad es el beneficio rápido, despidámonos entonces del periodismo. En el año 2000, las Redacciones estaban condicionadas por constructores, políticos y accionistas interesados en influir en los políticos. Hoy, las Redacciones trabajan condicionadas por la precariedad laboral y la guerra del clic. Sostiene Don Winslow que “hoy Shakespeare trabajaría en Netflix”, y probablemente tiene razón. Si medios y periodistas pusiéramos en valor el periodismo como Netflix lo hace con el cine, nuestro presente sería muy distinto. El buen periodismo no cabe en un tuit, como nunca cupo en un titular sensacionalista, pero medios y periodistas estamos obligados a combatir la desinformación en Twitter, en Facebook, en Instagram o en WhatsApp. Allí donde acudan los lectores, en cualquier red social donde podamos encontrarlos, debemos hacer periodismo, aportar datos contrastados y transmitir valores que a su vez atraigan a los lectores a nuestros medios. La política del odio y el impacto de la falsedad se extienden. Somos ciudadanos antes que periodistas, y en ambas condiciones estamos obligados a contribuir a elevar la convivencia y la calidad democrática “Noticias falsas” es un oxímoron. Si algo es noticia no puede ser falso, y si es falso no debe ser noticia. Recuperemos los principios del buen periodismo para que la ciudadanía lo perciba como un oficio imprescindible. Tenemos más lectores que nunca. El reto consiste en recuperar o ganarnos su confianza, y en lograr que distingan la información contrastada y la pura banalidad, lo que es periodismo de lo que es espectáculo. Tenemos más y mejores herramientas que nunca para hacer buen periodismo. Se trata de usarlas pensando más en los intereses, la confianza y la fidelidad de los lectores que en los clics inmediatos que cada pieza va a generar. Medios y periodistas tenemos que aprovechar las enormes ventajas de la tecnología para ponerla al servicio del mejor periodismo, pero no sacrifiquemos el buen periodismo por la velocidad y el impacto de la tecnología. Hace veinte años, un gran ‘scoop’ marcaba la agenda mediática durante días o semanas. Hoy una exclusiva deja de serlo a los tres minutos en la Red. Importa tanto o más la credibilidad del medio o el periodista que el propio ‘scoop’. El talento individual siempre suma, y hace veinte años podía garantizar el éxito en este oficio. La marca personal tiene un valor, pero hoy importa más que nunca el trabajo en equipo, la capacidad de sumar miradas y lenguajes. Cronistas con calidad literaria o escritores con dotes periodísticas son absolutamente necesarios, pero su valor se multiplica cuando son capaces de entenderse con infógrafos, expertos en datos o en lenguaje audiovisual. La revolución digital en estos veinte años ha democratizado la transmisión y el acceso a la información. Estupenda noticia, siempre que logremos superar el ruido y no actuar como locos hablando solos por la calle. Un periodista con una buena historia hoy puede triunfar en las redes, en un blog o en las tertulias televisivas. Un medio necesita algo más: crear una comunidad que comparta intereses, valores y hasta emociones. Para el oficio del periodismo, han sido dos décadas de viaje vertiginoso por la incertidumbre, la precariedad, el miedo al vacío. También un laboratorio permanente en el que sólo cabe probar, caer y levantarse. Lo único que debemos prohibirnos es el ejercicio inútil de la melancolía. “Ahora que de casi todo hace veinte años”, como escribió Gil de Biedma, es hora de reivindicar el valor del periodismo en la era digital.