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LO QUE SON
LOS PAPAS.
EL PODER TEMPORAL
DE LA SANTA. SEDE
D.D. INRIQUEPRESBÍTERO,
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Es propiedad.
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AL LECTOR.
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INTRODUCCION.
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IX
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PRIMERA ÉPOCA.
I.
Persecuciones.
Hasta 311.
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estampar sus labios sobre la pulcra mano del César. ¡Su juris
diccion, su poder!! Escritas están sus crónicas con la sangre
que vertieron; buscadlas, leedlas, enseñadlas á los pueblos, y
decidles que suspirais sin cesar por la vuelta de aquellos tiem
pos de infamia y de crímen sin término ni fin. ¡Su jurisdic
cion, su poder!! Con caractéres brillantes de imperecedera glo
ria, que nunca podrá oscurecer el hombre, aparecen entre el
fango de la maldad gentílica, orladas por el amor, circunda-
das del respeto, rodeadas de la filial sumision de millares de
personas que han menester su creencia para escuchar con ve
neracion y ejecutar al punto las órdenes de paz y de obedien
cia que, como debidos á los Césares, que buscan su sangre con
un indecible afan, recomiendan constantemente á los hijos de
la Iglesia que Dios puso á su cuidado. Sí; mal que pese á la
impiedad desbordada de nuestros dias, por mas que el espíri
tu de Lucifer, que parece animar al mundo en estos tiempos
de corrupcion y de escándalo, se agite y se revuelva, siempre
será una verdad que, ademas del supremo poder espiritual,
ejercieron los Papas desde su principio, por una admirable dis
posicion de la Providencia eterna, cierto género de jurisdic
cion temporal que en vano se podrá negar. No dominaron so
bre los pueblos paganos, pero hicieron respetar sus decisiones
de la sociedad cristiana, que á su autoridad recurriera en todo
tiempo; no tenian Estados temporales, como tampoco tuvie
ron una existencia oficial en materias religiosas, como care
cieron en la Iglesia, tan cruelmente perseguida entonces, del
esplendor de que el Pontificado ha gozado desde la paz de
Constantino á nuestros dias; mas es un hecho innegable que
tuvieron súbditos que mas se reputaban hijos suyos que va
sallos del César, y que á su prudencia y autoridad acudian
los que jamás hubieran pisado lostribunalesgentiles, á no ser
para confesar sufe. Y no era solo entre los cristianos entre
los que se admiraba y bendecia aquella autoridad protectora
y justa: los mismos paganos, que á su patria amaban, odian
do el incesto, el asesinato, la embriaguez y el crímen, que á
su vez se sentaron en el trono del imperio, admiraban las vir
tudes de los cristianos y confesaban la grandeza de sus Pon
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II.
Constitucion.
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(1) Ubà autem Spiritus Domini, ibàlibertas. (S. Pablo, Ep.2ºá los
Corint, cap. III, v. 17.)
(2) Llamábanse así los recien nacidos que sus padres abandonaban,
y que durante la noche solian ser devorados por los lobos que bajaban
de los Abruzzos.
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(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo I, cap. II, pág. 49.
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III.
Exarcado ó Vicariato.
(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tono I, cap. III, pág. 87.
(2) Misericordia et veritas obviaverunt sibi: justitia et pax osculatae
sunt. (Salmo LXXXIV, v. 11.)
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nueva faz á los sucesos futuros, por las grandes empresas á que
diera feliz cima. Pero ¡ay! las lágrimas del mundo todo que
hizo así el elogio fúnebre del último Papa no se habian enju
gado aun, cuando nuevos acontecimientos vinieron á turbar
el dolor universal. Poco avezados los lombardos al yugo se
vero del Catolicismo; poco acostumbrados á la represion legal
los que siempre tuvieron por regla de conducta su capricho y
mudable voluntad; mal avenidos con la igualdad en que se
encontraban ellos, los hijos de la victoria, con aquellos otros
siervos de la desgracia y el llanto, la exaltacion de sus béli
cas pasiones algun tiempo reprimidas, y la poca conciencia que
de sus deberes tenian, produjeron un movimiento estraño,
precursor de nuevas y de terribles desgracias, mas tambien de
no pequeños triunfos para la Sede de Pedro.
La descendencia directa de Theodelinda se habia estin
guido, y subido al trono su pariente Ariperto, de orígen ente
ramente bárbaro, pero de grandes y profundas creencias orto
doxas. Mostráronse estas muy en breve con motivo del Tipo (1)
ó formulario que Constantino II, Emperador de Oriente y
muy dado á las discusiones teológicas, acababa depromulgar.
La Santa Sede condenó esta obra, como sospechosa de herejía
monotelita, en un Concilio celebrado en San Juan de Letran,
cabeza y madre de todas las Iglesias del mundo, y en el cual
pronunciaron anatema contra el referido formulario los ciento
cinco Obispos, algunos de ellos lombardos, que asistieron al
citado Sínodo, remitiendo el Papa al Emperador las actas de
él, para que en su vista se abstuviese de patrocinar errores
que la Iglesia condenaba. A fuerza de engaños y supercherías
indignas logró el César arrancar de Roma al sucesor de San
Pedro y llevarle á Constantinopla, haciendo sufrir al Santo
Pontífice, afligido entonces con una grave dolencia, todo gé
nero de indignos tratamientos en una travesía de quince me
ses, en que muchas veces no tuvo ni aun ropa con que cubrir
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IV.
Poder temporal.
(1), Et subitô facta est cum angelo multitudo militiae colestis, lau
dantium Deum et dicentium: Gloria in altissimis Deo, et in terra
pax hominibus bonae voluntatis. (S. Lúc., cap. II, versículos 13 y 14.)
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za, que nacia entonces; que en todo ese tiempo jamás acudie
ron en su favor cuando vieron la Italia combatida por sus
muchos enemigos, enviando cortos y miserables auxilios una
sola vez, á instancias del Pontífice Pelagio; que ya tenian
perdido el imperio en Italia desde las insurrecciones de la
Península, en tiempos de Leon Isauro; y que los Papas, aman
tes de aquella hermosa region en todas épocas, se mostraron
grandemente patriotas al arrancarla de las garras de aquellos
señores degradados, para ponerla bajo el amparo de un pro
tector eficaz; y, por último, que los Césares de Oriente acep
taron y reconocieron el hecho consumado, que admitió la
Emperatriz Irene, entonces reinante, enviando sus plácemes
al nuevo Emperador, que mereció conjusticia el sobrenombre
de Padre que la Península y la Francia le otorgaron (1).
Catorce años despues de su coronacion como Emperador
de Occidente, el dia 28 de enero de 814, Carlo-Magno no era
mas que un cadáver sobre el que lloraba el mundo, y al que
bendecia la Iglesia.
Plenitud de autoridad.
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nacion entre sí? ¡Vergüenza para el siglo XIX, que tales cosas
olvida, y baldon para aquellos que en actitud criminal se co
ligan contra el bienhechor del mundo!
No fueron estos los únicos beneficios que á manos llenas
prodigó Leon IV en su Pontificado. Destruidos los muros de
Centumcelas y temerosos sus moradores de verse acometidos
por los osados enemigos del nombre cristiano, acudieron al
Papa rogándole atendiese su afliccion, hartos ya de vagar por
los campos y los bosques. El Sumo Pontífice, compadecido de
aquellos infelices y sencillos habitantes, marchó al punto á
visitarles, haciendo construir sobre la marcha y en una altu
ra de difícil acceso, no distante de Centumcelas, una ciudad
nueva, que el pueblo agradecido llamó Leópolis. Algun tiem
po despues, y cuando el peligro hubo desaparecido por com
pleto, volvieron á sus antiguas moradas, que reedificaron, lla
mando á la ciudad primitiva Civita-Vecchia. Apenas puede
formarse una idea ni comprender el egoista esclusivismo de
nuestros grandes hombres cómo en ocho años pudieron ha
cerse tan costosas y admirables obras; y, sin embargo, todo
lo llevó á cabo y á todo dió feliz cima un Papa; uno de esos
fantasmas con que el espíritu mentiroso de nuestra época in
tenta asustar sin duda á las generaciones del siglo XIX.
Algunos años han trascurrido; y por mas que los Papas
hayan continuado impasibles en la línea de conducta que su
piedad y su patriotismo les ha dictado, se desmorona la obra
de Carlo-Magno y el imperio se hunde lentamente. El magní
fico ejemplo del gran Pontífice Nicolao I y el esquisito celo
de Adriano II, ni han conmovido á Cárlos el Calvo, ni han
enseñado la ciencia del gobierno á Carloman, ni han podido
sostener la diadema imperial en las débiles sienes de Cárlos el
Gordo. La Península ha perdido su antiguo esplendor, á pesar
de los esfuerzos de la Santa Sede ; y una Dieta de grandes y
magnates ha pronunciado una sentencia de deposicion sobre el
último descendiente de aquel que formó un imperio con su
victoriosa espada y con su genio activo y civilizador. La dia
dema de los Césares ha dejado de pertenecerá la raza carlo
vingia; los Papas no aspiran á cubrir sus hombros con el
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(1) ¡Cuánto mas racional y mas justo era esto que el sistema de las
revoluciones modernas ! Si los pueblos supiesen que sobre la autoridad
de los Reyes hay otro poder que aun en esta vida les toma cuenta de
sus desafueros y desmanes, mas tranquilos estarian, y la historia no
registraria ese cúmulo de revoluciones que tantos Tronos han derro
cado, y tantos paises han desmoralizado y degradado. Y si los Reyes,
acatando la suprema autoridad de la Santa Sede, inclinasen sus frentes
ante su justo arbitraje, ni Cárlos I de Inglaterra hubiera sucumbido
bajo el hacha del verdugo, ni Luis XVI de Francia hubiese perecido
en la guillotina.
En odio á la Iglesia, que dió derechos é hizo libres á los pueblos,
hicieron los espíritus inquietos y malévolos un tirano de cada Rey; es
citaron á los Monarcas á no sufrir el yugo de la Santa Sede yá romper
las brillantes tradiciones del pasado, destruyendo los fueros de las ciu
dades y la independencia señorial y municipal. El siglo XVIII vió en su
última mitad cómo se realizó todo esto; pero vió tambien el castigo.
Ese siglo vió déspotas en todos los Tronos de Europa; vió el reparto
inicuo de una gran nacion por tres tiranos que, al mismo tiempo que
se decian liberales, oprimian á sus pueblos, destruian la
polaca y se burlaban del Papa. Ese siglo vió á Clemente XIV martiri
zado por las potencias que se llamaban católicas, y á Pio VI cobarde
mente abandonado al desprecio de un aleman grosero y á los ultrajes
de una república que se bañaba en sangre. Pues bien: cuando esto su
cedió; cuando vieron esos genios malos que estaban los Reyes solos,
acometieron á ellos, y la cabeza del desgraciado Luis XVI, la de la
de Francia y la de la Santa princesa de Lamballe rodaron por el
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(1) Sobre esta época de la historia de los Papas, tan notable por la
fuerza de majestad y de grandeza que desplegaron en su lucha con el
imperio, copiamos á continuacion lo que Luis Veuillot ha dicho en su
magnífica obra El Perfume de Roma, hablando de los dos siglos que
abraza esa titánica lucha, en que el imperio germánico contó tantas
derrotas como batallas presentó á la Santa Sede:
GREGORIO VII.
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VII.
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(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. xv, pág. 40.
italiana, fue llamado á los consejos del Papa, que vió con
gran placer á los pueblos todos de Italia formar una liga, para
la cual pidieron la presidencia y la proteccion pontificia, gri
tando con el citado Giberti: ¡Esta guerra va á decidir de la
libertad ó de la esclavitud de la Italia! Pero los Colonna,
pidiendo insidiosamente al Santo Padre el licenciamiento de
sus tropas como medio de desarmar la cólera de los enemigos,
destruyeron cuanto se hacia en pro de la Península y cuanto
se intentaba para la defensa de la Ciudad Eterna. Al fin ellos,
los traidores, los serviles esclavos del estranjero, á quien ven
dian su patria, se quitaron la máscara con que sus innobles
rostros encubrian, y el 20 de setiembre de 1526, Pompeyo
Colonna, con ocho mil paisanos, sorprendió las puertas de
San Juan de Letran y se dirigió hácia el Vaticano, atravesan
do la ciudad, en que no se encontraba ya un solo soldado. En
vano llamó el Pontífice al pueblo á las armas, escitándole á
combatir contra el siervo infiel que venia á abrir al estranjero
las puertas de Roma: desde el castillo de San Ángelo pudo
presenciar el saqueo horrible y sacrílego del Vaticano, de la
iglesia de San Pedro, de los palacios de los Cardenales y del
Buorgo Nuovo : desde allí pudo observar la indiferencia de
aquel pueblo, que, gritando libertad é independencia, no
sabia defender en el momento supremo tan queridos objetos,
por mas que á la lucha le escitaban el clero y los monges,
que anunciaban grandes calamidades para Roma. ¡Y no se hi
cieron esperar! El condestable de Borbon no podia contenerá
sus tropas, que, despues de triunfar en el Milanesado, desea
ban una presa, como Florencia ó la ciudad de los Papas. In
decisos se hallaban, cuando los luteranos se unieron al ejér
cito imperial, bajo el mando de Jorge Frunsberg, y arrastraron
á las huestes del César, pidiendo con todo el furor de los secta
rios destruirá hierro y fuego á la nueva Babilonia, que, segun
decian, se recostaba impura en los siete collados, solazándose
con la posesion del antecristo. En vano los jefes intentaron
contener su rabiosa aspiracion: sublevados, y creyendo eje
cutar una obra meritoria, asesinaron á los oficiales, amenaza
ron de muerte al de Borbon, y pasando el Po, acamparon bajo
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VIII.
Sufrimientos.
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(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. XVIII, pág. 152.
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(1) JulioZeller: Historia de Italia, tomo II, cap. xvIII, pág. 173.
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IX.
Reino italiano.
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(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. XIx,pág. 197.
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(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. XIX, pág. 204.
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cia (1). ¡Confesion preciosa que una vez mas viene á demos
trarnos que han sido ahora, como antes y despues, los Sobe
ranos Pontífices el grande, el invencible tropiezo en que han
chocado los déspotas que en todo tiempo quisieron tiranizar á
Italia!
El Papa era el único Monarca que por derecho propio se
conservaba en Italia, como habia sido el único en prever con
tiempo los males que los italianos atraian sobre sí. Á su con
ducta noble y á su proceder sincero y franco, recto y justo,
debia sin duda alguna aquella estabilidad, que los demas Sobe
ranos le envidiaban, y que miraba con enojo el Emperador
francés. Bonaparte se introdujo por su mal en el terreno sa
grado de la Religion, buscando así un pretesto para hundir la
soberanía temporal de la Santa Sede, la cual le avisó su intru
sion. Napoleon no escuchó la voz del Vaticano, y nombró los
Obispos italianos, que no podia en modo alguno nombrar, ca
reciendo del derecho de patronato en Italia, segun el Concor
dato celebrado con la república Cisalpina, y el Papa les rehusó
la confirmacion. En vano Bonaparte, llamándose Emperador,
pretendia reasumir en su persona el señorío feudal de los
Césares, que pertenecian á la historia, con sus deberes y con
sus privilegios todos: Pio VII le hizo ver que la Santa Sede
no reconoce superior mas que en Dios; le recordó que jamás
habia habido ningun Emperador con derechos reales ni con
dominio útil sobre la Ciudad Eterna; y, por último, negó la
existencia actual del santo imperio, que el mismo Napoleon
deshizo en Alemania, pretendiendo vestirse con sus despojos
para esclavizará Roma. Un ejército penetró en los Estados
Pontificios, y un decreto imperial unió al reino de Italia á An
cona, Urbino y Camerino, al mismo tiempo que los soldados
franceses se posesionaban del castillo de San Ángelo y asesta
ban sus cañones contra el Palacio del Papa. El Santo Padre
protestó; los cañones se retiraron; pero Bonaparte exigió que
se cerrasen los puertos pontificios á los ingleses, porque, de
cia, sivos sois el Soberano de Roma, yo soy el Emperador, y
(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. XIx, pág. 213.
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X.
Reformas.
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XI.
Peregrinacion.
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(1) Con este nombre eran designados los verdaderos católicos, fieles
servidores de la Santa Sede. Reputábase como una afrenta este dicta
do, que como una injuria arrojaba el populacho al rostro de los Carde
nales y Prelados que desempeñaron altos puestos durante el Pontifica
do de Gregorio
(2) En efecto; el abate Gioberti y el P. Ventura, que tantas lágrimas
vertió despues al recordar, como San Pedro, su debilidad y su apos
tasía, sostenian que siendo el gobierno popular, y teniendo una fuerza
popular, como lo era la Milicia urbana, debia licenciarse á los suizos,
que eran una fuerza gubernamental. Esto mismo defendian con gran
calor los asiduos tertulianos del estanquero Piccioni, en cuya casa, si
tuada en el Corso, se reunian los anarquistas de la Ciudad Eterna.
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volverse con las tropas, que por otra parte se hacian indispen
sables para pacificar la Sicilia. El general napolitano creyó po
der desobedecer el precepto de su Soberano; mas tan pronto
como los batallones entendieron las órdenes recibidas, volvie
ron con sus banderas en direccion al suelo patrio, sin que los
ofrecimientos ni las amenazas del general en jefe fuesen sufi
cientes á detener mas que un corto número de infantes y al
gunos pocos caballos.
Radetzky tuvo noticias de todos estos sucesos, y tomó en
consecuencia sus medidas. El 28 entró en la fortaleza de Man
tua al frente de cuarenta mil hombres, y el 29 por la mañana
empezó sus operaciones sobre el Goito, que concluyeron con la
batalla de Custozza el 25 de julio. El Austria triunfaba, y
Cárlos Alberto, derrotado en aquella triste jornada, veia con
espanto cómo el mundo le pediria cuentas de la sangre verti
da por una ambicion mezquina, marchando á ocultar su afren
ta y su dolor en Villafranca. ¡Qué de horribles fantasmas de
bieron agitar el sueño de aquel Rey aventurero, que veia
maldecir su nombre en el mismo punto en que juzgó llegará
hacerlo inmortal! ¡Cuán terribles sufrimientos debieron acon
gojará aquel corazon real, viendo su espada de Soberano rota,
allí donde creyó cubrirla de gloria y de fama secular. Y lue
go, aquel adolescente que debia trocar la corona ducal de la
republicana Génova por la diadema real de la constitucional
Sicilia, ¿qué diria? ¿No se destrozaria su jóven corazon al
verse tan cruelmente burlado en sus mas caras esperanzas?
Y la Península, que le oyó esclamar con gran fiereza Italia
fara da se, ¿no le arrojaria sobre su frente gota ágota aque
lla sangre que los campos de Custozza cubre, como recuerdo
eterno de la derrota que la Península sufrió? Y el universo y
los Reyes y los pueblos y los partidos todos en hórrido con
sorcio, ¿no le maldecirian á él, cuya espada de soldado no supo
guiará Italia al campo de la victoria?... Forzoso era luchar de
nuevo; y pues no contaba con recursos suficientes para lavar
se de su pasada vergüenza,invocará el apoyo del estranjero;
la patria perecerá, su honor de Monarca se empañará con el
aliento republicano; pero su ambicion se verá al fin satisfe
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camente, como un hombre de Estado que sabe hasta dónde puede ir;
como un hombre honrado que no quiere sospechar la traicion y la in
gratitud; como un hombre resuelto á arrostrarla en los límites estremos
de la prudencia, con tal que pueda ganar en ello el poner de relieve su
propia lealtad. Es esta una política grande y sana; pero es una política
que solo pueden seguir los justos, únicos hombres fuertes y pacientes;
política tradicional de los Papas, con la cual han conquistado siempre,
mas pronto ó mas tarde, la adhesion de la conciencia humana.
Es verdad que, en cierto sentido, ninguna de las concesiones, nin
guno de los beneficios de Pio IX ha tenido buen éxito. Sus gracias y
sus favores han recaido en ingratos; y locos y traidores se han armado
con sus concesiones, sirviéndose de ellas. Los políticos han sonreido á
vista de su candor; se le ha acusado de debilidad, al mismo tiempo"
que de temeridad; y por cierto que este último reproche aun puede sor
prenderse en ciertos : que hoy deploran, si no su temeridad, su
tenacidad. Así son los vanos juicios de los hombres; pero, y esto se está
viendo hoy al hacer generosamente esta esperiencia, que, como hemos
dicho, gran número de sus amigos pedia con una insistencia igual á la
de sus adversarios, el Pontífice se aseguró la estimacion del género
humano. Pio IX creyó que el bien era posible, y se ha obstinado en ha
cer el bien; creyó en la libertad, y la tendió los brazos; creyó en el agra
decimiento y en el honor, y descansó sobre la fe juroda. Es verdad que
ha sido víctima de esto; sin embargo, nada prueba todavía que los
traidores y los hábiles hayan ganado con eso tanto como él ha ganado.
Tienen, sin razon, por muy poca cosa la adhesion de la conciencia pú
blica, y se prefiere traficar con lo que se llama la OPINION, poder mas
fácil de formar y de manejar; pero la adhesion de la conciencia pú
blica es un fondo que no se agota; que, cuando una vez se adquiere,
dura; y cuyas protestas, aunque hechas en voz baja, no dejan de apa
gar, temprano ó tarde, los clamores calculados, arreglados y pagados de
la opinion.
A la abundancia de los beneficios de Pio IX respondieron los revolu
cionarios con el lujo de sus traiciones, distinguiéndose en ellas los amnis
tiados. Al firmar el compromiso de honor de no emprender nada contra
el poder legítimo, la mayor parte de esos amnistiados añadió protestas
que á ninguno de ellos se pidieron; la mayor parte de ellos tambien,
apenas entraron en Roma, reanudaron y prosiguieron sus complots
con tanta habilidad como diligencia. Esos hombres hicieron del entu
siasmo popular un motin permanente, y la sedicion, llevando flores en
sus manos, se postraba ante el Pontífice y le pedia rugiendo que la
bendijera. Con eso contaba seducirle, y no hizo otra cosa que desper
tar su prudencia; creyó despues intimidarle, y le encontró tan firme
como dulce habia sido. Entonces emprendió la tarea de violentarle, y
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para ello le mostró el puñal; pero tampoco con eso consiguió otra cosa
sino desgarrar su corazon sin hacerle menos clemente.
n Pio IX habia resuelto dar ensanche á la libertad, sin cesar de ser
Pontífice, Rey y Padre. La Revolucion, enseñoreada primero de Suiza
por la impericia de los gobiernos; despues de Francia; mas tarde de
Alemania, y ya preparada para triunfar en Italia, se habia hecho so
berana en Roma. La Revolucion exigia del Papa que sancionara sus
doctrinas, y que, tomando sus banderas, combatiera por ella. El Papa
condenó las doctrinas y las obras de la Revolucion; mantuvo altamente
los derechos que ella pretendia hacerle abdicar, y se negó á declarar la
guerra al Austria. Ese Non possumus, que despues ha repetido á otros
adversarios, le opuso desde luego firmísimamente á la sedicion, que
le hablaba, por decirlo así, frente á frente: Non posso, non debbo, non
voglio, no puedo, no debo, no quiero. La traicion, que aun fingia
halagos, se atrevió á interpretar sus actos y sus palabras como otros
tantos aplausos para los revolucionarios. El Papa la castigó con el
mentís indignado de su honor y de su fe. Declaró altamente que sus
esfuerzos, "completamente estraños á toda mira de política humana,
solo tendian á la difusion de la Religion santísima del Crucificado."
Añadió que sí deseaba que los príncipes, guardando la ley de la jus
nticia, marchando segun la voluntad de Dios, y defendiendo los dere
nchos y la libertad de la Santa Iglesia, no cesaran nunca, tanto por
ndeber de Religion como por humanidad, de trabajar en la dicha y
prosperidad de los pueblos; pero que no por eso habia dejado de
recordar la obediencia que es debida á los poderes; obediencia de la
ncual nadie puede separarse sin cometer un crímen, como no sea en el
ncaso de que se ordene alguna cosa contraria á las leyes de Dios y de
la Iglesia." Finalmente, Pio IX protestó sobre todo contra aquellos
que de su caridad con las personas deducian su tolerancia con las doc
trinas, y suponian que, á sus ojos, no solo los hijos de la Iglesia, sino
- todos los demas hombres, por que estén de la unidad cató
lica, se hallan igualmente en la via de la salvacion y pueden conseguir
la vida eterna. "Las palabras Nos faltan, decia, para espresar nuestro
nhorror y condenar esta nueva injuria. Sí; Nos amamos á todos los
hombres con el mas profundo afecto de nuestro corazon; pero no de
otro modo que en el amor de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo,
ha enviado á sus discípulos por el mundo entero para predicar el
n Evangelio á todas las criaturas; declarando que aquellos que creye
sen y fuesen bautizados se salvarian, y que aquellos que no creyesen
nserian condenados. Que aquellos, pues, que quieran salvarse, se ape
nguen á este fundamento de la verdad; á la verdadera Iglesia de Cristo,
nque en los Obispos y en el Pontífice Romano, Jefe Supremo de to
ndos,posee la sucesion no interrumpida de la autoridad Apostólica;
277
(1) Bresciani: El Hebreo de Verona, tomo II, cap. XVI, pág. 285.
282
XII.
Triunfos y ovaciones.
(1) Julio Zeller: Historia de Italia, tomo II, cap. XXI, pág. 319.
(2) Al mismo tiempo que el general polaco Chrzanowskyperdia la
causa italiana en Novara, otro polaco, Mierolawsky, perdia la de Sici
lia en Catana.
En medio de la refriega, y viendo áCárlos Alberto espuesto al fue
go de los austriacos, que perseguian muy de cerca á las fugitivas tropas
sardas, agarró al Rey uno de los generales, llamado Jacobo Durando,
para sacarle á viva fuerza fuera del lugar del combate. "No,no: quiero
morir aquí, decia el desgraciado Monarca rechazándole; ¡dejadme mo
rir, general! ¡Dejadme! / Hoy es mi último dia/
fin le retiraron con mil esfuerzos de entre las bombas y balas
que silbaban á su alrededor. Al llegar á los muros de Novara, se volvió
á los que le acompañaban, entre los cuales estaban sus hijos los duques
de Saboya y de Génova, sus ayudantes de campo, el ministro Cordona
y el general en jefe polaco,y les dijo repentinamente: "Ya no soy Rey;
abdico; mi hijo esvuestro Soberano, y abrazó á sus hijos, de los cuales
se separó á media noche para marchará Oporto, lugar de su volunta
rio destierro. (D'Arlincourt, La Italia roja, cap. XI, pág. 181.)
288
295
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XIII.
Non possumus.
Desde 1858 á 1862.
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si Napoleon habia dicho que la Italia debia ser libre desde los
Alpes al Adriático, no habia asegurado que iba á establecer su
unidad, se hicieron nobles esfuerzos por realizar el deseo cons
tante de la Italia y la aspiracion suprema de los Romanos
Pontífices. Y convenia para ello que hubiese una Confedera
cion italiana, en la cual cada Estado conservase su autonomía
particular, ayudándose mutuamente para todo; y se establecia
la unidad rentística y se echaban los cimientos de una sólida
amistad por medio de una sabia trabazon que á todos agrupa
se en derredor de la Santa Sede, representante de las glorias
y libertades de Italia, cuya Confederacion debia presidir el
sucesor de San Pedro. Hé aquí los preliminares de la paz de
Villafranca. Un Congreso estaba llamado á ampliar aquestas
primeras bases, y Zurich lo vió reunirse en su seno, á despe
cho de Turin y de Inglaterra, confirmando lo hecho en Villa
franca, en tanto que, proclamada la paz, el ejército francés
regresaba á sus hogares.
Pero si la lucha entre los dos imperios cesaba, no sucedia
lo mismo con la innoble guerra que la Revolucion hacia á la
eausa del órden y la justicia. Fermentaba en el seno de Italia
la devoradora lava, que todo lo habia de arrasar y destruir en
el momento en que la erupcion estallase; y era que la dema
gogia se agitaba, y que el radicalismo trabajaba sin tregua y
sin descanso por vengar la gran derrota que en 1849 sufrió
en los bellos campos de la Península. Bandas asquerosas de
criminales osados recorrian el pais, que asolaban, en tanto
que venales diplomáticos pedian la caida del Justo, y su de
posicion y su sentencia de muerte. Y se evocaba el recuerdo
del niño Mortara, salvado de la perdicion y el fanatismo por
Pio IX, á fin de hacer odiosa la causa de la Santa Sede;y se
decia que era un tirano el Papa, que todo lo concedió á sus
súbditos; y con orgulloso acento se traian á la memoria las
victorias de Crimea, donde el ejército sardo ocupó el puesto
de la mosca de la fábula, y se ensalzaban sin fin los laureles
recogidos en los campos de Lombardía, merced á la espada
de la Francia. Así en Italia, dice Bresciani, el fuego de la
Revolucion ardia en parte, y en parte estaba bajo cenizas,
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chos para doblegar su conciencia. Tiene aun que vencer ese último ad
versario que todavía ni aun conmover ha logrado y que protesta contra
el mal llevado á cabo, mientras Dios cumple su justicia.
El ministro considera la sedicion de las Romanías como un movi
miento espontáneo de los pueblos, que no ha sido provocado por nin
guna intriga, ni interior ni esterior. Esta es una ilusion de que nadie
participa en Italia bajo ningun pretesto.
En Bolonia, como en Roma, se cree que si los piamonteses se retira
sen, el obstáculo que se opone al restablecimiento de la autoridad legi
tima desapareceria por completo; porque el hecho es que los revolucio
narios de las Romanías están bajo la proteccion del estranjero. Las
tendencias de la época actual tratan de falsear hasta lo que ya es real
mente falso. Se erige un pretendido príncipe con una intervencion
nula,y, apenas erigido, setrata de derribarle. Es verdad que se le erige
contra el derecho, y que se le derriba porque así conviené á los intere
ses de la injusticia. La pobre conciencia humana no puede hacerse, ni
por un solo instante, la ilusion de ser respetada.—/Sí, yo soy la menti
ra, y yo seré mas fuerte que tú, y te insultaré á mi placer/
Por otra parte, esa teoría de la no-intervencion es contraria al inte
res general de los pueblos. Es verdad que, segun ella, solamente los de
rechos de los Soberanos son los amenazados; pero tambien lo es que en
el mundo cristiano esos derechos representan las leyes, las costumbres, las
tradiciones, la propiedad, en una palabra, todo órden legítimo. Los So
beranos tienen aliados para defendersus bienes de los enemigos intes
tinos y esteriores,y esos aliados lo son tambien de la nacion; y el prin
cipio de no-intervencion reduce necesariamente á los pueblos á no tener
aliados, á no contar mas que consigo mismos.
mEste sistema es aun mucho mas inadmisible en Roma que en nin
guna otra parte. El Papa ni tiene, ni puede, ni quiere tener un ejército
que reduzca á suspueblos á una obediencia mecánica ó inspirada por el
miedo. Gobierna, no con las armas, sino con la persuasion y la dulzura,
y rige á sus pueblos mas bien con las costumbres que con las leyes. En
sus dominios no hay mayoría ni minoría, ni hay ambiciones que traten
de levantarse con ayuda de las armas; por eso no tiene necesidad de ar
sus súbditos unos contra otros, porque, ante todo, todos ellos son
sus hijos.
mAdemas, siendo el Papa el Padre comun de los fieles, en las alian
zas, que forma, no encuentra jamás aliados á los cuales se pueda llamar
estranjeros en la verdadera acepcion de esta palabra. Allí no entran
esos aliados como conquistadores, nipara permanecer ó instalarse, ni
para imponer Constituciones, ni para quitar al pueblo su nombre, sus
hogares, sus altares y sus costumbres. Por el contrario, van á mantener
el órden, á defender la ley, áproteger los intereses de la justicia; y, al
hacerlo así, obran como verdaderos hijos de la Iglesia,y aseguran una
parte de su propia y legítima herencia.
Porque el buen órden en los Estados-Pontificios, es decir, la inde
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Obispos que, así de Italia como de todas las partes del mundo, juzguen
conveniente emprender un viaje á Roma, sin perjuicio para los fieles
y sin ningun obstáculo, áfin de asistir á los Consistoriosy presenciar
aquellas grandes solemnidades.
Por lo demas, este viaje á Roma, en caso de que podais verificar
le siguiendo los deseos del Padre Santo, se considerará como hecho
para cumplir con la obligacion de la visita Sacrorum liminum.
mRecibid, etc.—Roma 18 de enero de 1862—Firmado.--Cardenal
Caterini, prefecto.
1) Historia de la canonizacion de los mártires japoneses, pág. 51.
2) Id.id. id., pág. 58.
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Pero no debemos estendernos mas sobre tan grave materia los que
hemos escuchado, no solo vuestras palabras, sino vuestras enseñanzas
acerca de la misma.
Vuestra voz, en efecto, semejante á la trompeta sacerdotal, ha pro
clamado en todo el orbe que el Pontífice Romano, designado por Jesu
cristo como Jefe y centro de toda su Iglesia, ha obtenido una soberanía
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XIV,
La ciudad y el orbe.
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esta (1). Clemente VIII erigió algunas de las mas bellas capi
llas de San Juan y San Pedro, y fundó la nueva residencia
del Vaticano. Bajo Paulo V las capillas públicas se construian
como basílicas, las basílicas como templos, y los templos como
montañas de mármol (2). Este Pontífice condujo al Janículo
las aguas paulinas desde una distancia de treinta y cinco mi
llas, y dió la última mano á la Basílica de San Pedro. El nom
bre de Urbano VIII sobrevive, no solo en las iglesias de San
ta Bibiana, de San Quirico y de San Sebastian sobre el Pala
tino, sino principalmente en los palacios y en las fortificacio
nes. Inocencio X, Alejandro VII y los otros Pontífices poste
riores se ocuparon todos en embellecer á Roma; tanto, que
Spon, que estuvo en ella en 1674, esclamaba: ¡Oh! ¡Es necesa
urio tener una naturaleza muy desgraciada, para no encontrar
su propia satisfaccion en cada una de las mil variedades de
nesta ciudad misteriosa!
El celo manifestado por los antiguos Pontífices en la con
servacion de Roma antigua y para magnificencia de la mo
derna, apareció en nuestros dias en el inmortal Pio IX, así
como en los mazzinianos, invasores de Roma en 1849, se vió
renovado el vandalismo de los Lanzi alemanes, que, llenos del
espíritu de Lutero, convertian en cocinas las salas enriqueci
das con las obras maestras de Rafael y de Julio Romano (3).
El general Oudinot, apenas hubo librado á Roma de los revo
lucionarios el 4 de julio de 1849, instituyó una junta, encar
gada de examinar los daños causados en la Ciudad Eterna, en
los monumentos ó establecimientos artísticos por los ejércitos
beligerantes (4), con tanto mayor motivo, cuanto que Mazzini
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(1) , Recordamos haber visto en el Teatro social del siglo xIx, debido
á la pluma del Sr. D. Modesto Lafuente, dos láminas que sintetizan
todo nuestro sistema penitenciario. Representa la una á un jóven á
quien prenden en el acto de perpetrar un robo; y en la otra aparece ya
en la edadviril robando y asesinando en despoblado. Debajo se lee:
"Antes era solo ladron, y ahora es ladron y asesino. Sin embargo,
en nuestras cárceles, en los establecimientos penales de estepais dondë
haytanto político y tantoperiodista que llama á la Santa Sedey á su
gobierno "reaccionario y oscurantista, hay muchos cabos de vara, y mu
chos ayudantes, y muchaguardia, yun comandante,y escribientes,y
ordenanzas; pero, ápesar de todo, se entra en ellos ladron y se sale
ladron y asesino;mientras que en Roma es raro el criminal que pisa
dos veces la cárcel, ni reincide en sus pasados crímenes.
401
(1) Ya terminada.
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(1) En Roma habia hasta el año de 1855 n712 tabernas, 117 cafés,
49 casas de huéspedes y28 albergues." (Marghotti : Roma y Lóndres,
nota, pág. 252)
(2) Motu proprio del 14 de mayo de 1852.
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(1) La Roma de los Papas ha sido la única ciudad del mundo que
de corazon se ha interesado por los pequeños y por los pobres. Ella ha
sidotambien la única que pormedio del Pontífice Sixto Vha dedicado
al pueblouna estatua. En la que Roma cristiana ha dedicado á sus
hijos, se lee estasencilla inscripcion: Sixtus, Episcopus, PLEBI DEI.
Marghotti: Roma y Lóndres, cap. XXV,pág. 252, y cap. X, pági
7
na, 107.
414
(1) Acta hist. Eccl. nost. temp. tomo IV, pág. 434.
(2) Cousin: Curso de 1828: Introduccion á la historia de la filo
sofía.
(3) Babeuf:Manifiesto al pueblo.
424
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425
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-— —====
428
XV.
Conclusion.
Gibbon escribia así: "El dominio temporal del Papa se halla fun
dado sobre mil años de respeto; ysu mas bello título á la soberanía
es la libre eleccion de un pueblo, libertado por él de la esclavitud.
(Historia de la decadencia del Imperio Romano.)
"El poder creciente de los Papas, dice Sismondi, está fundado en
los mas respetables titulos: sus virtudes y sus beneficios." (Historia de
las repúblicas italianas, tomo I, cap. III, pág. 122)
M. Dannon escribia de este modo: "Padres y defensores del pueblo,
mediadores entre los grandes y jefes de la Religion los Papas, reunen
la influencia, que dan las riquezas, los beneficios, las virtudes y el sa
cerdocio supremo." (Eu: historia, tomo I, pág. 29.)
En fin, Voltaire declara que el tiempo ha dado á la Santa Sede
derechos tan reales ypositivos sobre sus Estados, como los demas So
beranos de Europa tienen sobre los suyos. (Voltaire: Ensayos sobre
las costumbres, cap. XIII.)
442
FIN.
INDICE.
, Págs.
.................... m
Al lector.. . . 2” ................................._ ........... ' v
Introduccion. . . ........ . ............... . ................. vu
PRIMERA ÉPOCA.
SEGUNDA ÉPOCA.
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