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 Introducción

Es muy importante tener en cuenta quién fue Kant y qué desarrollos del pensamiento filosófico
sostuvo como para haber provocado un cambio tan radical, pero para ello nos es
imprescindible anticiparnos desde el vamos al momento histórico que le tocó vivir.
Durante el siglo XVIII, llamado siglo de los iluminados o del iluminismo, claramente un
movimiento cultural pretendió esclarecer o mostrar mediante la razón toda la realidad plena.
Fue una época de confianza en la capacidad de la razón para poder llegar a explicar como
son los aspectos de la vida humana. Esta manera diferente de ver el mundo estuvo inducida
por una crítica a la tradición histórica que se basaba en la fe religiosa, la idea era considerar
que la tradición puede ser cuestionada teniendo en cuenta los sucesos históricos,
acontecimientos nuevos e irreversibles a partir de los cuales la tradición anterior no arrojaba
ninguna explicación coherente a los fenómenos o sucesos del pensamiento.
Uno de los hechos históricos más trascendentales fue en 1789 la revolución francesa, y con
ello una de las manifestaciones de progreso más importante de todos los tiempos, ya que este
tipo de cambios se prolongarían en tiempos futuros hacia toda la humanidad. Ya para esta
época se podía hablar de progreso teniendo en cuenta las investigaciones de científicos tan
reconocidos como Galileo, Kepler, Newton y Copérnico. También el pensamiento político que
en aquella época se alimentaba de algunos filósofos ingleses y franceses que ya habían
dejado atrás la creencia de dios como explicación de todas las cosas.
Para el año 1724 nace Immanuel Kant en Königsberg, Prusia oriental, el cual va a tener una
característica realmente asombrosa, en esa misma ciudad, estudió, enseñó y vivió toda su
vida, realmente increíble. Desde un comienzo dedicó su vida al estudio filosófico, con especial
interés en la física y las matemáticas, también se formó al pensamiento racionalista y
empirista vigente en su época, y adicionalmente adquirió algunos conocimientos del
pensamiento político. Por el año 1770 fue titular la cátedra de Lógica y Metafísica, lo cual
marcó la finalización de lo que fue su período precrítico (llamado por él, sueño dogmático) a
raíz de la lectura e interpretación de la filosofía de Hume. La censura lo condenó a no
ocuparse de sus enseñanzas, como así tampoco de sus escritos acerca de asuntos religiosos,
ya que como voy a describir desarrollaba criterios diferentes a los establecidos por la tradición
cristiana. Entrado en edad y una vez abandonada la enseñanza muere en 1804.

Immanuel Kant
(Königsberg, hoy Kaliningrado, actual Rusia, 1724-id., 1804) Filósofo
alemán. Hijo de un modesto guarnicionero, fue educado en el pietismo. En
1740 ingresó en la Universidad de Königsberg como estudiante de teología
y fue alumno de Martin Knutzen, quien lo introdujo en la filosofía
racionalista de Leibniz y Wolff, y le imbuyó así mismo el interés por la
ciencia natural, en particular, por la mecánica de Newton.
Kant

Su existencia transcurrió prácticamente por entero en su ciudad natal, de la


que no llegó a alejarse más que un centenar de kilómetros cuando residió
por unos meses en Arnsdorf como preceptor, actividad a la cual se dedicó
para ganarse el sustento luego de la muerte de su padre, en 1746. Tras
doctorarse en la Universidad de Königsberg a los treinta y un años, ejerció
en ella la docencia y en 1770, después de fracasar dos veces en el intento
de obtener una cátedra y de haber rechazado ofrecimientos de otras
universidades, por último fue nombrado profesor ordinario de lógica y
metafísica.

La vida que llevó ha pasado a la historia como paradigma de existencia


metódica y rutinaria. Es conocida su costumbre de dar un paseo vespertino,
a diario a la misma hora y con idéntico recorrido, hasta el punto de que
llegó a convertirse en una especie de señal horaria para sus
conciudadanos; se cuenta que la única excepción se produjo el día en que
la lectura del Émile, de Rousseau, lo absorbió tanto como para hacerle
olvidar su paseo, hecho que suscitó la alarma de sus conocidos.

En el pensamiento de Kant suele distinguirse un período inicial,


denominado precrítico, caracterizado por su apego a la metafísica
racionalista de Wolff y su interés por la física de Newton. En 1770, tras la
obtención de la cátedra, se abrió un lapso de diez años de silencio durante
los que acometió la tarea de construir su nueva filosofía crítica, después de
que el contacto con el empirismo escéptico de Hume le permitiera, según
sus propias palabras, «despertar del sueño dogmático».

fallecido el 12 de febrero de 1804

Obras
Se suele dividir la obra de Kant en dos períodos: el precrítico y el crítico.
El primero de ellos abarcaría toda la actividad filosófica kantiana hasta la
"Disertación" de 1770, y el segundo su actividad filosófica posterior, en el
que desarrolla su pensamiento en una dirección distinta, cuyas líneas
fundamentales expone en la "Crítica de la razón pura". Algunos
estudiosos de Kant, no obstante, distinguen dos fases en el periodo
precrítico: la primera, hasta 1755, según unos, o 1760, según otros, en la
que predominaría en Kant el interés por la física y las ciencias en
general; la segunda, hasta 1770, coincidiendo con su actividad
como Privatdozent en la Universidad de Königsberg, dominada por
preocupaciones metafísicas.

Período precrítico
"De igne" ("Sobre el fuego", presentada como tesis doctoral)
"Historia natural general y teoría del cielo"Para Kant, nuestro sistema
solar es una versión en miniatura de los sistemas observables de las llamadas estrellas fijas,
como por ejemplo nuestro sistema de la Vía Láctea y otras galaxias. Así, en su opinión, los
sistemas solares y las galaxias nacen y desaparecen periódicamente a partir de una
protonebulosa, proceso en el que se condensan los planetas separados. Con esta teoría, se
acerca a las ideas actuales sobrecosmogonía más que su contemporáneo Pierre-Simon
Laplace (1796). De todos modos, a menudo se habla de ambas teorías como una sola,
la teoría de Kant-Laplace sobre el origen del sistema solar, también conocida como la teoría
de la nebulosa protosolar.

En la tercera parte el libro, «Sobre los habitantes de los astros» («Von den Bewohnern der
Gestirne»), Kant desarrolla una teoría de la vida extraterrestre.
Período crítico
"Crítica de la razón pura"Se trata de una indagación trascendental (acerca de las
condiciones epistémicas del conocer humano) cuyo objetivo central es lograr una respuesta
definitiva sobre si la metafísica puede ser considerada una ciencia, así como fundamentar la
validez tanto de la experiencia ordinaria como de las ciencias matemáticas y físicas. Tanto la
fundamentación de la metafísica como la del resto de los conocimientos exige, para que sea
decidida su posibilidad, que se determine en cada caso si son posibles juicios que sean a
priori (es decir, independientes de la experiencia, lo que implica para Kant que sean
necesarios y universales, absolutamente ciertos) y a la vez sintéticos (que no sean, como los
analíticos, meras tautologías, sino que añadan información no contenida ya de antemano en el
concepto que se considera). En este sentido, es fundamental el intento de Kant de superar la
crítica al principio de causalidad (y por lo tanto al saber científico) que había hecho David
Hume, crítica que no tenía una respuesta satisfactoria hasta su época y que implicaba que
tanto aquel principio como el saber científico sobre el mundo eran meramente a posteriori,
esto es, dependientes de la experiencia y por ende carentes de necesidad, universalidad y
certeza.2

En esta obra, Kant intenta la conjunción de racionalismo y empirismo, haciendo una crítica de
las dos corrientes filosóficas que se centraban en el objeto como fuente de conocimiento, y
así, dando un «giro copernicano» al modo de concebir la filosofía, estudiando el sujeto como
la fuente que construye el conocimiento del objeto, a través de la representación que el sujeto,
mediante la sensibilidad inherente a su naturaleza toma del objeto.3

"Sobre los volcanes de la luna"conocimientos a través de sus estudios e


incluso empíricamente y mediante todos estos saberes han cambiado el mundo;
énfasis en el filósofo prusiano Immanuel Kant, cuyos aportes han sido muy
significativos para el desarrollo de nuevos conocimientos. Con este trabajo se
pretende persuadir y dar a conocer...

conocimientos a través de sus estudios e incluso empíricamente y mediante todos


estos saberes han cambiado el mundo; énfasis en el filósofo prusiano...

Ideas filosoficas
Al principio, cuando en clase estudiamos a Kant, tuve
que hacer un esfuerzo de concentración para
comprender sus ideas filosóficas y su vocabulario.
Quiero mencionar algunas de sus ideas más
interesantes que he aprendido y por las que todavía es
un filósofo importante en el siglo XXI, por ejemplo,
reflexionó sobre la importante relación que existe en el
ser humano entre el mundo abstracto y el mundo
empírico y llegó a la conclusión de que se necesita la
razón (racionalismo) y tener datos concretos del
mundo natural (empirismo),
si las personas quieren tener conocimientos
verdaderos y una buena vida moral. En los seres
humanos, la razón es la parte más importante y actúa
como juez de nuestros actos. Pero, además del
pensamiento, también se necesita la información que
nos dan los sentidos y que haya una buena relación
entre la razón y estos datos empíricos y materiales:
“Todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa
al entendimiento y termina en la razón”.

Para Kant, conseguir el conocimiento verdadero (lo


que es) y tener una buena moral (el deber ser, el deber
por el deber) son los objetivos más importantes para la
persona, lo que le da sentido a su vida y le hace más
evolucionada. La educación es un instrumento para
lograrlo:
“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a
ser hombre. El hombre no es más que lo que la
educación hace de él”.
Ética del autor
Para Kant es un hecho que lo único objetivamente bueno es una buena
voluntad. La inteligencia, el valor, la riqueza y todo lo que solemos
considerar valioso dejan de tener valor y se vuelven incluso cosas
perniciosas si van acompañados de una voluntad torcida. También la
felicidad, meta de muchas teorías éticas, tiene un valor relativo frente a la
buena voluntad ya que la felicidad del malvado genera repulsión al
observador objetivo como si solo fuéramos dignos de ser felices cuando
poseemos una buena voluntad.
Que la buena voluntad es buena incondicionalmente podemos demostrarlo
como sigue. La naturaleza no hace nada en vano, si un ser natural posee
un órgano para satisfacer una función ese órgano es adecuado y perfecto
para esa función. El hombre posee razón e instinto y la razón no tiene solo
una función teórica sino también práctica que busca el bien moral. Pero la
razón difícilmente nos puede hacer felices, el hombre sabio descubre pronto
que todas las preocupaciones que nos muestra nuestro intelecto (muerte,
enfermedad, pobreza, incertidumbre…) y que los actos buenos de nuestra
razón práctica no conducen a la felicidad; sin embargo, el hombre sencillo
haya la felicidad sin necesidad de su razón con su mero instinto. Concluye
Kant que si el fin del hombre fuera la felicidad la naturaleza no nos hubiese
dotado de una razón práctica que elabora juicios morales que no conducen
por sí mismos a la felicidad. De este modo sostiene Kant que el hombre ha
sido dotado por la naturaleza de razón práctica para otro fin más alto que
la felicidad: el bien moral.
El bien moral se manifiesta claramente en el concepto de deber. La
búsqueda de la felicidad o de la riqueza nos fuerza a acciones cuyo valor
está condicionado a la consecución de un fin mientras que los actos del
deber impuestos por nuestra razón práctica tienen valor por sí mismos. De
este modo concluimos que los actos morales no son evaluables por sus
resultados porque no son elegidos para alcanzar algo sino por ellos mismos.
El resultado de un acto bueno puede ser perjudicial pero el acto seguirá
siendo bueno porque lo importante de un acto moral es el principio por el
que se realiza.
Para mostrar esto Kant habla de tres tipos de actos: los actos por deber,
conforme al deber o contra el deber. Utilizando el famoso ejemplo del
tendero Kant nos explica que un tendero puede actuar conforme al deber al
no engañar a un niño en su comercio para defender su negocio de la mala
fama. ¿Es este acto por deber? No, porque no se ha hecho por sí mismo, no
se ha realizado por respeto al deber sino buscando algo; el acto tampoco es
contra el deber ya que el tendero no engaña sino que es un acto conforme
al deber, es decir, hecho “como si” se obrase guiado por el deber pero
realmente guiado por fines espurios. Kant criticará de este modo muchas
de las teorías éticas cristianas ya que ser bueno para ser recompensado por
Dios en el cielo es igualmente un comportamiento conforme al deber pero
no por deber.
Los actos mandados por el deber tienen forma de imperativo categórico.
Además del imperativo categórico existen imperativos hipotéticos que
mandan algo para conseguir otra cosa, “si quieres ser famoso haz X”, son
mandatos condicionados por un fin. El imperativo categórico manda por sí
mismo sin fin alguno, por respeto al deber. Si el hombre es capaz de
mandarse a sí mismo es claro que es un ser libre; mientras que los demás
entes se guían por leyes naturales de causa-efecto el hombre es capaz de
ser autónomo, es capaz de decidir por si mismo como actuar con
indiferencia del mundo natural de leyes. En esta libertad reside la dignidad
específica del ser humano.
El imperativo categórico debe mandar por sí mismo, sin mirar otros
objetivos que él mismo por lo que debe ser universal más allá de cualquier
circunstancia. De este modo Kant enuncia este imperativo como “obra de
tal manera que puedas querer que el principio que guíe tu acción sea un
principio universal”. Por ejemplo, si decido eludir las deudas con excusas
para no pagar ¿puedo querer que este principio sea universal, es decir,
puedo querer que todos los hombres lo sigan? Dice Kant que no es posible
querer un mundo así ya que nadie confiaría en nadie y el principio “es
bueno eludir las deudas si se puede” se autodestruiría.
El hombre es un ser autónomo y libre, no es por lo tanto un eslabón más
de la cadena de causas sino que su libertad moral lo convierte en algo
valioso en sí mismo. Mientras que los objetos son “cosas para algo” el
hombre es principio de la cadena de causas por lo que tiene dignidad. Así
otro modo de enunciar el imperativo categórico podría ser “obra de tal
manera que te relaciones con los hombres siempre como fin y nunca sólo
como medio”. En el ejemplo anterior veríamos que no es legítimo usar a las
otras personas como instrumentos para obtener dinero, las estaríamos
usando como medios no como seres valiosos en sí.
Naturalmente la voluntad del hombre busca la felicidad mientras que la
razón moral busca el bien por lo tanto en muchas ocasiones se produce el
conflicto entre nuestro deseo de felicidad y nuestro deber; cuando esto
ocurre el instinto usa de todo tipo de argumentos capciosos para seducirnos
e imponerse a nuestros sentimientos morales. Generalmente el hombre
vive atrapado en este conflicto por lo que es necesaria la reflexión filosófica
sobre el bien moral, para delimitar con claridad la naturaleza del deber
frente a los intentos del deseo de felicidad de confundirnos.
La ética de Kant es una ética formal porque mientras que otras teorías
éticas han buscado el modo de alcanzar un fin (la felicidad, la tranquilidad,
el Cielo…) y son por lo tanto “instrucciones para”, la ética kantiana propone
que nos centremos en la forma de nuestras decisiones éticas. A pesar de su
rigorismo la ética de Kant no deja de ser una meta noble y un firme alegato
a favor de la libertad y la dignidad intrínseca de todos los seres humanos.
Artículo relacionado:

Inclinación política
Kant no escribió nunca una gran obra sobre filosofía política, al
estilo de las tres Críticas, sino lo que se han considerado
siempre "obras menores" en las que, con frecuencia, no se ha
querido ver una filosofía política, como Ideas para una historia
universal en clave cosmopolita (de 1784), La paz perpetua, un
esbozo filosófico (de 1795), y Metafísica de las costumbres (de
1797), entre otras. Y todo ello pese a que con su escrito de
1784 ¿Qué es la Ilustración?, ha quedado fuertemente
asociado a los ideales políticos y emancipatorios de la
Ilustración, conocedor ya de la declaración de Independencia
de los Estados Unidos de 1776, y a quien se presenta con
frecuencia, además, como un firme defensor de los ideales de
la Revolución Francesa de 1789, siguiendo las opiniones de
Heine, primero, y de Marx y Engels, después.
El pensamiento político de Kant está dominado, en efecto, por
los ideales de libertad, igualdad y valoración del individuo,
propios de una Ilustración a la que Kant se suma y defiende en
sus escritos políticos. Al igual que en la ética, -donde se le
confiere al individuo, en cuanto sujeto moral, la capacidad de
convertirse en legislador de lo moral, desde su autonomía-, en
la política el individuo será considerado también, en cuanto
ciudadano, el sujeto creador del campo de la actividad pública
común.

SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS


DE IMMANUEL KANT
Mucho se ha dicho sobre la influencia de creencias religiosas en el pensamiento ético de
Kant. Esto suele ir de la mano con mencionar su crianza pietista. Pero, ¿qué tan fidedigna
es esta imagen?

Estoy empezando a leer la más reciente —y probablemente la más completa— biografía de


Kant, escrita por Manfred Kuehn, y justamente empieza con una reflexión en torno a la
muerte del gran filósofo, así como sobre sus creencias religiosas, y me pareció imperativo
reproducirla en este blog. Ahí va.

Kant, el hombre, se había ido para siempre. El mundo estaba helado, y no había esperanza
— no para Kant, y quizás tampoco para el resto de nosotros. Scheffner tenía bastante
presente que Kant creía que no cabía esperar nada después de la muerte. Aunque en su
filosofía había sostenido la esperanza de una vida eterna y de un estado futuro, en su vida
personal se había mantenido indiferente a tales ideas. Scheffner había escuchado a Kant,
no pocas veces, mofarse de las oraciones y de otras prácticas religiosas. La religión
organizada lo llenaba de ira. Resultaba claro para cualquiera que conoció a Kant
personalmente que no tenía fe alguna en un Dios personal. Habiendo postulado la
existencia de Dios y de la inmortalidad, él mismo no creía en ni una ni la otra. Su opinión
considerada era que tales creencias eran un asunto de “las necesidades de cada
individuo”. Kant mismo no sentía necesidad tal[1].

Será motivo de la investigación que empiezo para mi tesis de Maestría examinar


exactamente qué papel ha de jugar una Religión racional para la eticidad en su
pensamiento ético (sí, Kant ya conocía esa palabra). Aunque una rápida mirada a su
escrito “El fin de todas las cosas” concuerda bastante con lo citado.

anecdotas
“Kant no sudaba nunca, ni de día ni de noche. Era asombroso el calor que podía soportar en
su estudio, y llegaba a sentirse mal si disminuía un solo grado. En verano se ponía ropa ligera
y llevaba calcetines de seda; pero como esa ropa no impedía que sudara al realizar alguna
actividad física, empleó otro medio para evitarlo, se desplaza a un lugar con sombra y allí
permanecía estático (en la actitud de un hombre que escucha o que espera) hasta que
quedaba restablecido su sequedad habitual. Y en la noche de verano más sofocante, cuando
el sudor había manchado ligeramente su camisa al dormir, resaltaba esa circunstancia como
si fuese un grave accidente que lo había conmocionado profundamente.

Ya que estamos comentando nociones fisiológicas de Kant, añadiré una peculiaridad: por
miedo a impedir el flujo sanguíneo jamás llevaba ligas para sujetar las medias. Como no podía
mantener sin ellas sus medias a la altura deseada, ideó un refinado artilugio que quisiera
describir. En unos bolsillitos, situados a la altura del muslo y más pequeños que un reloj,
llevaba unas cajitas, también como las de un reloj, pero más pequeñas, que contenían una
rueda de relojería, a la que estaba fijada una cinta elástica, cuya tensión estaba regulada por
otro mecanismo. A los dos extremos de la cinta elástica había unos ganchos que pasaban por
una pequeña abertura abierta en los bolsillos y, a continuación, bajando por la cara interna y
externa de los muslos, fijaban las medias por medio de presillas.

II
“En Kant comenzaron a apreciarse poco a poco los achaques de la edad y estos se mostraron
de un modo variado. Si por una parte disponía de una memoria asombrosa para todo lo
intelectual, por otra había padecido desde su juventud de una inusual debilidad de esa
capacidad cuando se trataba de asuntos de la vida diaria. Algunos ejemplos memorables de
su niñez han llegado hasta nosotros, y entonces, en el comienzo de su segunda niñez, ese
defecto se hizo mucho más perceptible. Uno de los primeros signos fue que comenzó a contar
diariamente las mismas historias. La debilidad de su memoria era algo demasiado ostensible
para que le pasase inadvertida. Empezó, por consiguiente, a tomar medidas, y para evitar la
preocupación de aburrir a sus amigos, escribía un índice o una lista de temas para la
conversación diaria: esto lo hacía en tarjetas, sobres de carta o en cualquier papel que cayera
en sus manos. Pero esos apoyos para la memoria aumentaron tanto, se perdían con tanta
facilidad o tardaba tanto en encontrarlos y sacarlos que le convencí para que utilizase un
cuaderno que aún se conserva hoy y en el que se encuentran algunos recuerdos emotivos de
su debilidad, de la que él mismo era consciente. Como ocurre con frecuencia en estos casos,
conservaba una memoria espléndida sobre acontecimientos lejanos de su vida y podía recitar,
con asombrosa exactitud, largas estrofas de poemas alemanes y latinos, especialmente de
la Eneida, mientras que se olvidaba de las palabras que acababa de decir. El pasado aparecía
en primer plano con la vivacidad y claridad de una experiencia inmediata, mientras que el
presente se hundía en la noche de los tiempos.
Otro signo de su decadencia intelectual fue la debilidad con que comenzó a argumentar. La
electricidad le ofrecía una explicación para todo. Por aquel tiempo se estaba produciendo en
Viena, Basilea, Copenhague, y otras ciudades distantes una inusitada mortandad de gatos.
Como los gatos eran animales especialmente eléctricos, atribuyó naturalmente esa epidemia a
la electricidad. En aquella misma época se convenció a sí mismo de que dominaba un tipo
especial de nubosidad, lo que valoró como una prueba complementaria a sus hipótesis
eléctricas. Sus dolores de cabeza, que probablemente no eran más que causa indirecta de su
avanzada edad, y directa de su incapacidad de pensar con la penetración y ligereza de antes,
los atribuyó al mismo origen. Sus amigos, sin embargo, no pusieron ningún empeño en
rectificar sus opiniones, pues como pueden producirse ciclos de ciertas situaciones
meteorológicas (y, por consiguiente, también de la correspondiente distribución de la energía
eléctrica), esto suponía la posibilidad de una mejora para sus dolencias. Así pues, un engaño
que ofrecía el consuelo de mantener la esperanza era lo mejor que se podía conseguir
después de una mejora real. Y si se pretende sacar a alguien bajo esas circunstancias de su
error, «cui demptus per vim mentis gratisimus error», este podrá exclamar con todo derecho:
« Pol, me occidistis, amici ».

El lector podría pensar que si Kant atribuyó su decaimiento a la atmósfera que le rodeaba, se
debía a la debilidad causada por la vanidad o el rechazo de enfrentarse al hecho innegable de
su pérdida de facultades. Pero no es así. Él conocía perfectamente su estado y ya en 1779 les
dijo a unos amigos en mi presencia: «Señores, soy viejo y débil. Me tienen que considerar un
niño.» También se podría creer que temía a la muerte, la cual podía aparecer en cualquier
instante, pues sus dolores de cabeza hacían temer un derrame cerebral. Pero tampoco era
esto. Vivía con una tranquila resignación y estaba preparado ante cualquier decisión de la
Providencia. «Señores», dijo un día a sus huéspedes, «no temo a la muerte y sabré morir. Les
aseguro ante Dios que si sintiese esta noche que voy a morir, levantaría mis manos, las
doblaría y diría: ¡Dios sea alabado! Pero todo sería muy distinto si un demonio se pusiera
sobre mi hombro y me susurrase: «¡Has hecho infeliz a mucha gente!». Quien haya
escuchado hablar a Kant sobre su muerte, atestiguará su expresión de severa sinceridad, tan
propia de sus facciones y de su actitud en esas ocasiones.

Un tercer signo de la disminución de sus facultades fue que perdió el sentido del tiempo. Un
minuto, incluso menos, se extendía en su imaginación de un modo infinito. De ello puedo
mencionar un ejemplo curioso, que se repetía regularmente. En el comienzo de su último año
de vida, adoptó la costumbre de beber una taza de café después de las comidas,
especialmente en aquellos días en que yo era su huésped. A este pequeño placer le atribuía
tal importancia, que incluso mucho tiempo antes anotaba en el cuaderno que le había dado,
que yo comería con él al día siguiente y que por lo tanto se serviría café. A veces ocurría que
el hechizo de la conversación le hacía olvidar el instante que dedicaba a su objeto de deseo,
lo que yo no lamentaba, pues me parecía que el café, al que no estaba acostumbrado, le
podía quitar el sueño. Pero cuando este no era el caso, comenzaba una escena relevante. Se
tenía que traer el café «al instante» (una de sus expresiones favoritas en sus últimos días), de
inmediato. Y su gesto de impaciencia era tan intenso, aunque, como siempre, amable, y tan
infantil, que ninguno de nosotros podía reprimir su risa. Como yo ya sabía lo que iba a ocurrir,
lo había preparado todo con antelación: el café estaba molido, el agua hirviendo y, en cuanto
se producía el requerimiento, su criado salía disparado para echar el café en el agua. Sólo
había que aguardar a que cociera, pero esa mínima demora a Kant le parecía insoportable.
Cualquier consuelo era en vano. Fuera cual fuese el modo en que nos expresásemos, siempre
encontraba una réplica. Si se le decía:«Señor profesor, el café vendrá en seguida», objetaba:
«¡Vendrá! Ese es el quid, que vendrá. El hombre no es feliz, sino que siempre lo será.»
Cuando otro decía: « ¡El café llegará pronto!». Solía responder: «Sí, pronto, una hora también
es pronto, y ya ha pasado un buen rato desde que se dijo pronto.» Luego recobraba la
compostura y decía con un semblante estoico: «Bien, uno puede morirse con toda
tranquilidad; el otro mundo no hay café y, por lo tanto, no habrá que esperar a que lo traigan».

A veces saltaba de su asiento, abría la puerta y exclamaba hacia el exterior con voz
quejumbrosa, como si apelase al último resto de humanidad entre sus congéneres: « ¡El café!
¡El café!» Cuando por fin escuchaba los pasos del criado en la escalera, se volvía hacia
nosotros y anunciaba con la alegría de un marinero en la cofa: «Tierra a la vista! ¡Tierra!
¡Queridos amigos, veo tierra!»

III

Hacía varios años que Kant había manifestado en una disposición especial sus deseos del
modo en que quería ser enterrado. En ella establecía que su entierro se celebrase por la
mañana temprano, en silencio y de forma modesta, en el círculo íntimo de sus amigos.
Cuando una vez ordené sus papeles siguiendo sus consejos, di con esa disposición y le
confesé abiertamente que ese deseo, como ejecutor del testamento, me causaba gran
confusión, pues las circunstancias harían prácticamente imposible que se cumpliera su
voluntad. Entonces Kant rompió el papel y lo dejó todo bajo mi responsabilidad. Yo preveía
que los estudiantes no se privarían de la oportunidad de mostrar su admiración en un funeral
público. Se demostró que yo había tenido razón, pues un entierro tan solemne y espléndido
como el de Kant no lo ha visto ni lo verá la ciudad de Königsberg. En los periódicos y en los
suplementos especiales hubo una descripción tan detallada que aquí sólo mencionaré los
rasgos más importantes de la ceremonia.

El 28 de febrero, a las dos de la tarde, se reunieron en la iglesia del palacio no sólo las
autoridades eclesiásticas y estatales, sino otras desplazadas hasta allí desde las regiones
más lejanas de Prusia. Desde ese lugar fueron escoltados hasta la casa del profesor fallecido
por la corporación académica, vestida de gala para la ocasión, así como por muchos oficiales
superiores, que siempre sintieron gran afecto por Kant. Sus restos mortales fueron conducidos
a la luz de las antorchas, mientras tañían todas las campanas de Königsberg, hasta la
catedral, iluminada por innumerables velas. Una multitud enorme los seguía a pie. En la
catedral, después de la ceremonia funeraria, a las que se añadieron las expresiones de
veneración popular por el finado, se celebró un solemne servicio religioso acompañado con
unas cantatas espléndidamente interpretadas, al término del cual los despojos mortales de
Kant se depositaron en la cripta académica. Allí descansa entre los patriarcas de la
universidad.

Conclusiones
Kant es, sin duda, uno de los grandes de la filosofía. Pero como pasa con todos ellos, nuestro
reconocimiento a su labor no implica una adhesión absoluta a sus sitemas.

Lo que hace que un filósofo sea grande no es el cúmulo de soluciones que da a los problemas que
ha planteado, es decir, su doctrina, sino la forma en que los ha planteado y en que ha intentado
resolverlos, en el cambio de conciencia que nos obliga a hacer. Los grandes filósofos nos hacen
ver el mundo de otra manera, aunque sea por un instante, y eso es lo que los mantiene útiles a las
generaciones por venir.

El caso de Kant, tiene sus particularidades. Kant nos enseña que antes de hacer sistema y
pretender que hemos dado con la verdad, hay que examinar si nuestras facultades alcanzan para
ello. La esencia del kantismo, su espíritu crítico, es ya parte imprescindible del filosofar del futuro.

A Kant debemos, por otra parte, la separación bien definida de la Estética como disciplina
filosófica. Antes de él, se hablaba de estética mezclándola con otras cosas, enturbiando sus
problemas con otras materias.
Kant es autor complicado, pero que nos deja una actitud provechosa, que es lo que ocurre al leer a
un Platón, aun Aristóteles, a un Descartes, etc.

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