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EL ENIGMA DE LOS MAPAS DE PIRI REIS. P. GUIRAO
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P. 6UIRAO
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lilnexpres
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© Libroexprés
Avda. . Sarriá, 137 08017 Barcelona España
ISBN:84-741'2-178-0 •
, Depósito Legal: B· 34.960-89
Impreso en España
Printed in Spain
GRAFIC-CAS
Teodoro Llerente, 14 · D Barcelona •
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Ensayo histórico-arqueológico.
orig:itw de:
• P. Gu,r40
P. Guirao .
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PROLOGO
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cuestión de las mapas de Piri Reis.
La Historia, que tantas veces ha sido deformada, pue�
de, no obstante, hallar su sendero clarificador y más si,
como en este caso, interesa conocer la verdad, porque
afi1·mar que en un remoto pasado existían cartógrafos
que conocían la Geografía del planeta en que viv·imos
tanto o más que nosotros es una declaración muy seria.
¿Comprenden lo que queremos decir con todo esto?
Por otra parte, el señor I. Walters, agregado al Servi-
cio Hidrográfico de la U.S. Navy, en unas declaraciones
radiofónicas difundidas en 1956 desde la Universidad de
Georgetown, dijo con respecto a uno de los mapas
de .Piri Reís: «Este mapa del mundo tiene 5.000 años y
aí1n más. Pero contiene datos todavía anteriores en va
rios miles de años. »
En honor a la verdad, el profesor Charles H. Hapgood
ha demostrado que esto es cierto. El mapa de Piri Reis,
compuesto de otros mapas mucho más antiguos, de
muestra que en el pasado, muchísimo antes de que Cris
tóbal Colón descubriera América, alguien navegaba por
las costas del Nuevo Mundo y... ¡ hasta trazaba mapas
del litoral sudamericano con una exactitud sorpren
dente!
Nosotros hemos venido manteniendo reiteradamente
que la Humanidad es más antigua de lo que se ha pre..
tendido hacernos creer. Incluso hemos llegado a decir
que, posiblemente, los primeros hombres vinieron de al-
8Wl planeta y se instalaron en la Tierra como explora
dores o colonos. Y la cuestión del famoso mapa de Piri
Reis o los mapas de los que fueron copiados podría
ser una prueba más a favor de nuestra teoría. Pero... '
¡ Ah! Las cosas no son tan fáciles. Con la cronología
prehistórica, tal y como ha sido admitida por la Ciencia,
11
. hay tiempo más que suficiente para que sumerios, aca
dios, caldeos, egipcios,· cananeos, fenicios o griegos, ·pon-
. gamos por caso, pudieran lanzarse a la aventura de
cruzar · los tenebrosos mares, y no precisamente en frá
giles embarcaciones, piraguas o cáscaras de nuez, sino
en naves de grandes velas, doble o triple hilera de· re
mos, bodegas para almacenar la mercancía o los víveres
y unos hombres capaces de orientarse por las estrellas y,
si mucho nos apuran, ¿por qué no utilizar también la
brújula de hierro magnético? ¿O era esto imposible tre�
o cuatro mil años antes de J. C.?
Hay más. La Biblia, un documento antiguo y serio,
nos dice en I Reyes (9, 26 ): «Hizo también el rey Salo
món naves �n Ezion-geber, que está junto a Elot,' en la
ribera del mar Rojo, en la tierra de Edom. Y envió Hiram
en ellas a sus siervos, marineros y diestros en el mar,
con··1os siervos de Salomón, los cuales fueron a Ofir y•
tomaron de allí oro, cuatrocientos veinte talentos, y se
los trajeron al rey Salomón.»
Nadie sabe exactamente dónde estaba Ofir, pero de la
pericia. náutica de los fenicios no tenemos la menor
duda. Y tampoco concebimos que expertos navegantes
no sintieran la necesidad de dibujar mapas del litoral •
volver. · · ·=
ante el que navegaban, ya que debían tener obligación de
· · ·
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tos y semillas para subsistir. Y de esto }1ace muchos mi·
les de años, probahlen1ente en el Paleolítico. Par� ir de
un lugar a otro, el mapa era imprescindible
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Por qué?
El mapa de Piri Reis se limita a decirnos cómo era la
orografía de parte de Africa, Europa y América hace tinos
diez mil años. Y en esto parece no existir duda para los
científicos norteamericanos, que han examinado no sólo
el mapa de Piri Reis, sino portulanos antiguos como los
de Eratóstenes, Claudia Ptolomeo, Dulcert, Mercator o
el .no menos enigmático mapa de Oronteus Finaeus, don
de aparece la Antártida con muy significativos detalles,
¡ a pesar de que fue trazado en 1531 !
Si hemos de creer al poeta e historiador indio Valmi
ki (siglo IV antes de J. C.), los mayas de Yucatán fueron
auténticos navegantes, ya que, cruzando el océano Pací
fico, arribaron a Birmania, el Valle del Indo y a otros
lugares del sudoeste de Asia muchísimo antes de que se
construyeran las pirámides de Egipto.
Y si creemos al profesor Cyrus H. Gordon, de la Uni
versidad de Brandeis, de Boston, los fenicios estuvieron
en América, donde dejaron inscripciones cuya autentici
dad no está del todo clara y los indios de piel blanca del
oeste de Tennessee, los melangeons, descienden de aque
llos famosos navegantes a los que se atribuye también la
invención de la escritura.
De los fenicios, s11merios, egipcios y griegos hablaremos
aquí como posibles cartógrafos y de los que el almirante
turco Piri Reís pudo copiar su mapa, ensamblando pe
dazos de aquí y allá y confeccionando algo que llevó de
cabeza al profesor Hapgood y a su equipo de la Univer·
sidad de New Hampshire durante varios años. Hablare
mos de Piri Reís, que en idioma turco significa «Señor
13
Admirable» y de su libro de 1Vlemorias, o Bahriye, que
quiere decir El Libro del mar.
Ahora bien, creemos necesario este preátnbulo para
aclarar la cuestión más importante del tema,. como son.
en sí, los mapas de Piri Reís y que se dibujaron alrede·
dor de 1513, o sea unos veinte años después del primer
viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo. De hecho,
América, oficialmente, ya estaba descitbierta cuando Piri
Reis compuso sus mapas ..., ¡pero aún no estaba explora·
da! La labor de cartografía que se realizó en años pos·
teriores, entre la que cabe destacar la de Américo Ves
pucio, el navegante italiano nacido en Florencia en 1451 y
muerto en Sevilla en 1512 ¡ y rogamos retengan bien
estas fechas, porque más adelante volveremos a hablar
de ello!= ,, al que el geógrafo Waldseemüller inmortalizó
en su Cosmographiae introductio al dar el nombre de
América al Nuevo Continente, se inició antes de la del
almirante turco, el cual, obviamente, no visitó las tierras
allende el Atlántico, pero sí poseía mapas que el supues
tamente genovés Colón o Vespucio no habían visto ja·
más.
Y aquí está el meollo de la cuestión. En los trece pri·
meros años del siglo XVI, Piri Reís, almirante de la flota
otomana, pudo hacerse con mapas de italianos, portu·
gueses o españoles y escribir su Bahriye, donde incluyó
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cuales es: «¿Quién conocía América antes de la llegada
de los descubridores españoles?»
Esto es lo que trataremos de aclarar aquí. Sabemos
que el mundo es muy antiguo... ¡ mucho más de lo que
creen1os!
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rráneo, donde el saqueo, el pillaje y la captura de escla-
vos estaba asolando los dominios del cristianismo.
En cierta ocasión, el tío de Piri Reis, Kemal Reis, cap
• turó a un <<infiel», como se llamaba al que no practicaba
la ley coránica, que había navegado con Cristóbal Colón
y· que poseía un mapa que había pertenecido al gran al
mirante de la Mar Océana. El propio Piri Reis lo men�
· ciona así en la <<Inscripción V.,, de su Bahriye:
<�Cómo ft1eron descubiertas estas costas y estas islas.
Se las llama costas de las Antillas. ·Fueron descubiertas
el año 896 del calendario árabe. Se dice que un genovés
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panto.
Este breve bosquejo histórico nos permite deducir
que Piri Reis, el <<señor admirable o sublime>> no fue
almirante en 1,1na época oscura o de ignorancia náutica,
sino en circt1nstancias realmente importantes de la His
toria y del desarrollo de la navegación en el Medite
rráneo.
Se nos ha dicho, además · ,Paul-Emile Victor y Ar
lette Peltant, en El enigma de Piri Reís (Revista Hori
zotzte, núm. 16, Plaza & Janés, 1971)-, que «su cono
cimiento del griego, del italiano, del catalán, del caste·
llano y del portugués le ayudó mucho a sacar el mayor
partido de las indicaciones contenidas en todos los ma-
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Trirreme fenicio (siglo v a. J. C.), según reconstrucci6n
artística de Fred Frceman. En ella podían viajar hasta 400 hombres
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Mapa de «Sánches•, con la representación de la I�1a de Quisqueia (La Española, ele C.016n,
o la Actual Santo Domi ngo )
�
López Flores, dice �sí:
«Muy altos y muy poderosos señores, (yo), Alonso
Sáncbez, ( de la ciudad) de Huelva, jefe de tripulación de
la carabela que Dios presen'e y que lleva el nombre
de Atlante... voy a informarles sobre las tierras descu
biertas por mí en el ,riaje que emprendí por la mar
océano... Desembarqué en una isla nombrada por los
indígenas con el nombre de Quisquei... que se encuen
tra en las extremidades del océano occidental, rodeada
de gran nt'imero de islas, que no son conocidas y des
critas por los cosmógrafos que se han ocupado de este
océano ... Añado que me enteré por los indígenas de esta
tierra de que más allá, hacia Poniente, se encuentra una
gran extensión de tierra fir·me. •
Pierre Camac, que nos recuerda estos datos en LA
historia empieza en Bimini, añade que, efectivamente, el
nombre de Quisqueia fue el que oyeron los navegantes
del descubrimiento en 1492. Y dice:
«Si esta carta publicada en 1962 por Manuel López
Flores es auténtica,. constituye pura y simplemente el
relato del verdadero descubrimiento de América por los
españoles. Sin embargo, pe1·manecen oscuras las condi
ciones de este descubrimiento, y conviene observar la
mayor reserva en lo tocante a este documento. Sólo es
cierta la navegación de Sánchez. No faltan las referen
cias a este último. Treinta y siete autores españoles.
cuatro portugueses y cinco de diversos países escribieron
sobre él en el siglo XVI. Originario de Huelva, trans
portaba mercancías hacia las Canarias cuando fue apar
tado de su ruta y ar1astrado por las corx·ientes oceáni·
cas, que lo llevaron, tras diecisiete días de navegación.
a las costas de una tierra desconocida que, verosímil-
mente, era Haití.•
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l1 a1·ecc se1·, además, que Alonso Sánchez e:,taba rela
cionado con M¡1rtín Alo11so Pinzón, que fue piloto de
Cristóbal Colón. Y Bartolomé de las Casas no oculta la
sorpresa de los descubridores cttando, tras haber desem
barcado en Cuba, s11pieron por los indígenas q11e, pocos
años antes, un grupo de l1ombres blancos y barbudos.
habían desembarcado en una isla vecina.
Hay más, ¡ muchísimo más! En Centro y Sudamérica,
los españoles se encontraron indígenas de piel blanca y
cabellos rubios ... ¡ Y hasta ame1·icanos de piel negra que
nadie había llevado allí desde Africa, porque la esclavi-
tud y la trata de negros no empezó hasta más tarde!
Y los árabes, según el cronista Ibn Fadlallah el-Omari
\
( 1301-1348), también 1�ealizaron excursiones en dirección
a América., por orden de Muza, el sultán de Malí.
Y no debe extrañar a nadie que los navíos fenicios,
griegos, persas o cualquier otro pueblo de la antigüedad,
al pasa1· del Mediterráneo al Atlántico, como le ocurrió
a Alonso Sánchez, fuesen atraídos por las corrientes ma
rinas del Gulf Stream y transportados hacia el otro lado
del Atlántico, ya que ese río marítimo, por lo que sa
bemos, existe desde tiempos inmemoriales.
Por todo esto, por los mapas que Piri Reís consultó
para realizar los suyos, por su experiencia propia, los •
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mas antiguos.
Poco más podemos decir ar:crca de Piri Reís. sal\i O,
r1aturalmentc, estudiar sus n13]J,,s, como l1jcieron Arling
Jon H. Mallor}' �, el profcso1· CJ1arles 11. Hapgood, c<Jn
los que pronto \'amos a ent1·a1· en coi1 tactc), ya en época
moderna, partiendo del principio en que se «redescu
brieron» los mapas de Piri Rcis, el día 9 de noviembre
de 1929, en el Museo Topkapi.
Y es en el estudio de esos enigrniticos 1napas, }' en
otros, donde los científicos se han da(lo cuenta de la
sorprendente verdad: ¡p.ay regiones, com,> en la Tjerra
de !a Reina Maud, en la Antártida, que el mapa del almi
rante tttrco es más perfecto qtte los nuestros actuales,
tal vez porque debió ser trazado en una época en qt1c
aquella región no estaba cubierta por los hielos!
Las consecuencias que podrían extraerse de estos des
cubrimientos son muy singulares. Ncsotros hemos en1pe
zado a explorar la Antártida a partir de 1820-1821, cuan
do el norteamericano Palmer estuvo allí por vez prime
ra, aunque el continente, propiamente dicho, ya había
sido descubierto por James Co·ok, en 1774, aunque no
llegó a tocar tierra. Pero ]a conquista de la Antártida.
en su totalidad, no se llevó a cabo hasta el año 1957, coi,
la participación de Edmund Hilla11' y el doctor Vivian
Fuchs.
Es obvio, por tanto, que a Piri Mt1hyi 'I Din Re 'is, se
le debía hacer un respetuoso ht1eco en Ja Historia por
su contribución al descubrimiento del globo terráat1eo.
por aquello de que nunca es tarde si la dicha es buena,
mientras nos esforzamos en averigt1ar de dóncle obtuvo
los datos que dibujó en sus mapas. De todas forrnas, a
Piri Reis ya poco le puede importar ¡ y a Crist'óbal
Colón muchísimo menos, porque stt descubrimiento 1
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de los mapas de Piri Reís al i11gcniero jefe de la Oficina
Hid1·ográfica de la Arn1ada de los Estados Unidos. Y así,
casualmente, el especialista Arlington H. Mallery se en.
contró con algo sorprendente.
Los nombres de las personas que tomaron parte en
el «affaire>> desde aquellos tiempos de 1953 fueron Mr.
l. Walters, agregado al Servicio I-Iidrográfico de la Ma
rina norteamericana; el R. P. Linehan, jesuita y sismó
logo, perteneciente al Observato1·io astronómico y geo-
lógico de Boston, y miembro de las expediciones que
la Armada había enviado al Antártico, y, por último, el
profesor Charles H. Hapgood. Se menciona también el
nombre del R. P. Hayden, compañero de Lineham, y to
dos ellos, con ligeras variaciones, confirman lo expuesto
por Mallery.
�ste había declarado, sin paliativos, qu� Piri Reís, en
su 1napa de 1513, describía la costa oriental de América,
que todavía era desconocida en aqt1ella época, pero iba
más lejos aí1n y mo�traba el te1·ritorio de la Antártida
�.,, especialmente, la Tierra de la Reina Maud... ¡ ANTES
DE HABER SIDO CUBIERTA POR LOS GLACIARES!
• Y como nos dice Pierre Duval en La cie11cia ante lo
c.1::t1-ai10 ( op. cit.), << ••• por lo tanto, posible es suponer
que el mapa de Pi1·i Reis e1·a una copia de otros docu
mentos de ttn origen fabulosamente remoto, ya que, si·
gttiendo las st1posiciones más optimistas, el Polo Sur }'ª
se hallaba bajo el hielo diez 1nil años antes de J. C. » .
Obsér,,esc el meticuloso cuidado que ponemos en es
tas comprometedoras palabras, poniéndolas en las pltt·
n1as correspondientes y autorizadas, para evitar caer en
el cepo tendido por los que no quieren, ¡ o no pueden!,
pasar por donde nosotros pasamos.
Arlington H. Mallery se encontró con un mapa « has·
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>>No comprendemos �ómo esos mapas pudieron sec·
trazados sin ayuda de la aviación. Además, las longitu·
des son absoluta1nente exactas, lo que nosotros mismos
no sabemos hacer sino desde hace apenas dos siglos.,,
Alguien podrá decir: « ¡ Apaga y vámonos! ,. }p no nos
sorprendería nada. Estamos como apabullados ante es·
tas afirmaciones que nos apresuramos a decir de dónde
las hemos obtenido antes de que alguien crea que, por
exceso de celo, nos las hemos inventado y puesto en
boca de Mallel)p para causar efecto. No; las hemos co
piado literalmente del trabajo de Paul-Emile Victor y
Arlette Peltant. Nosotros no llegamos a la osadía de
mezclar la a,,iación en esto, pero tampoco desca1·tamos
la posibilidad que se nos aptinta.
Lo que Arlington H. Mallery señala es la posibilidad
de que, en un remoto pasado, existiera una civilización
técnica muy avanzada, posiblemente extendida por todo
el globo, pero coexistiendo con pueblos atrasados, capaz
de trazar sobre papel o pergamino los litorales de islas
y continentes.
Los lectores que sigan esta colección y l1ayan leído El
e1tigma de Tiahiw11aco no habrán olvidado lo que allí
decimos sobre los descubrimientos lle,1ados a cabo en
una mina de hierro de Ngwenya (Sv.1azilandia) por
P. Beaumont y Raymond A. Dart, utilizando las propie
dades del carbono 14, gracias a lo cual existían indicios
de que la mina estaba siendo explotada hace ¡ nada me
nos que cuarenta y tres mil años!
Si alguien tiene duda de esto, sólo debe dirigirse a
Mr. Raymond A. Dart, del lnstitute for Achievement of
Human Potencial, 8801 Stenton Avenue, Philadelphia.
Estados Unidos. Nosotros, dando por bueno los info1··
mes de los laboratorios de Física de las Uni,1ersidade ·
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utilizando los datos de la biblioteca de Alejandría, con
feccionó un mapamundi que, a] parecer, estaba plagado
de errores. Sin emba1..go, Erc.tóstenes dete1.. minó la am
plitud del arco de meridiano comprendido entre Siena
y Alejandría, estableciéndolo en 252.000 estadios {unos
39.700 l{ilómetros), •v las modernas mediciones han con-
firmado que su error es inferior al 1 % .
Pe1·0 ... ¡ Ah, aquí aparece el profesor Charles H. Hap
good y nos asegura que los mapas de Piri Reis son a11te
riores a Eratóstenes!
Entramos, por tanto, en una zona escabrosa y ár·ida.
Podríamos aceptar la tesis de Arlington H. Mallery de
que nuestro planeta estuvo habitado hace muchos mile
nios por seres que conocían muy bien la Tierra y las es
trellas y hasta hacer hincapié en nuestras propias teo
rías de que el Hombre no nació 2quí, sino que llegó, ya
adulto, de otr·o planeta y se instaló en este mundo cam-
hiante iniciando una civilización que hn st1frido múlti-
ples contratiempos, altibajos, progresiones y recesiones
y, si nos apuran, que hasta llegó a estar al borde mismo
de la extinción o el aniquilamiento· y cuya mejor prueba
sería la ]ejrcnda, mito o hecho históri�o del Diluvio Uni
versal, del que sólo se sal\·arían los arcanos (habitantes
del Arca de Noé).
Hay motivos más que sobl·ados para aceptar esta hi
pótesis. El hombre debía se1· na,:cgante en un rnu11do
en donde ]as aguas pred9minan sobre las tierras. La
Atlántida, de haber existido, porecría ttna flota enorme.
y de hecho así nos lo explica Platón: barcos de pesca,
mercantes ,, ele co1nbf\.te. 1Y cómo se realizaba la na,·e-
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tantes. Eso es lo que hemos venido haciendo desde que
tenemos uso de razón y el presunto descubrimiento de
América nos lo confirma.
Las estrellas, el Sol y la Luna, sirvieron de puntos de
orientación. El Sol, qtte nosotros sepamos, ha salido
siempre por el Este y se ha puesto por el Oeste, varian.
do ligeramente su curso en el horizonte terrestre, según
sea verano o invierno. Y antes que los hombres de tierra
firme, como los enigmáticos constructores de megalitos,
los marinos hubieron de aprender estas señales celestes
para poder orientarse al perder de vista los litorales co
nocidos.
Ahora sabemos a ciencia cierta que, arrastrado por
· la corriente del Golfo, o Gulf Stream, cualquier objeto
flotante que se arroje al mar en el litoral portugués se�
guirá las corrientes de las Canarias y acabará entrando
en la Norecuatorial, con lo que, en pocas semanas, al
canzará las costas de América o bien regresará a Euro
pa. Lo mismo sucede en los diferentes océanos del gl�
f
bo. Corrientes marinas surcan el océano Pacíico de Este
a Oeste y viceversa, sobre las que cualquier embarcación
puede deslizarse o dejarse llevar y sólo es cuestión de
tiempo el alcanzar el otro extremo de los mares.
Pero,¡ ah!, se debe conocer el arte de marear, manejar
la corredera, el sextante y haber estudiado longitudes y
latitudes para, alcanzado el punto al que se pretende lle
gar, saber dar el golpe de timón y enderezar la nave ha
cia el puerto señalado en la carta.
¿Comprenden por qué la navegación marítima es una
ciencia tan antigua? Efectuar un viaje por mar desde Bar
celona a Tarragona, aquí en España, pongamos por caso,
es sencillo y simple. Se trata de seguir la línea de la
costa a prudente distancia y, conocedores de la silueta
•
50
litoral, virar bacía puerto antes de llegar al cabo de Salou
o pasado los acantilados de Altafulla. Pero efectuar la
travesía desde Barcelona a Mallorca no es igual de sen
cillo, porque la costa no nos servirá de p11nto ,
de refe-
rencia y habremos de fijar 11n rumbo si no queremos
pasar de largo e irnos al norte de Africa o a I talla.
Por esto decíamos que los primeros navegantes tuvie
ron que regirse por el curso del Sol, durante el día, y
por las estrellas, durante la noche. Naturalmente, los na
vegantes se dieron cuenta hace muchos siglos de un he
cho incuestionable, pero que hasta nuestros días ha es- •
tado en discusión, ¡ y es que la Tierra era redonda!
El Sol se ponía siempre por el Oeste y asomaba por
el Este. Situándose de cara al lugar por donde salía el
Sol, el brazo izquierdo señala al Norte y el derecho, al
Sur. Así se trazó la cruz que luego ha servido para tan
tísimas cosas, unas veces litúrgicas y otras geométricas.
Subdividiendo el círculo en nuevas cruces. se llegaron a
º
obtener 360 que son otros tantos rumbos para la na
vegación.
Naturalmente, el curso del Sol y la sombra que de
jaba en su inmutable· trayectoria sirvió también para
dividir el día en horas la sombra de 11n palito nos da
la hora solar y de esta forma se obtuvo el concepto
del tiempo. Por la noche, y de fo1·ma más sofisticada, se
recurrió a la Luna, a la Estrella Polar y a otros puntos
de referencia, pero hay que tener en cuenta que la na
vegación se había transforrnado ya, dejando de ser de
bajura para convertirse en altura, y, forzosamente, se
requer1a un mapa.
Cuando Piri Reis trazó los suyos, en 1513, los hom
bres llevaban muchos siglos navegando. Sabemos que
hace cuarenta y tres mil años. se explotaban minas de
51
•
l
1
I
•
1
Corrientes marinas principales que hacen posible la navcgaci6n
mundial en todos los tiempos
•
52 •
•
los temporales pud.iero11 c1r1·astrarlos lejos de sus Utora·
les conocidos.
Esto ocurrió. Unos murieron y otros sobrevivieron.
quedándose en las nuevas tierras descubiertas o regre
sando a su punto de partida y explicando dónde habían
estado. Pero, ¿cuándo?
Podemos estar plenamente convencidos de que esto
ocurrió muchísimo antes de que el almirante turco Piri
Reis copiase sus mapas de otros anteriores. Platón, Dio
doro de Sicilia, Herod9to, Josefa,· Apolonio de Rodas y
muchos otros autores clásicos nos lo explicaron a su
modo.
Pero hay más, ¡ muchísimo más! El investigador nor
teamericano Alexander Marshack ha establecido que los
«cavernícolas» de la gruta de Placard, los del refugio de
Blanchard y los de Lartet, todos ellos del Paleolítico,
habían estudiado las fases l11nares ... ¡ nada menos que
hace veintiocho mil años!
Se podría establecer que debido a circunstancias gla
ciales, monzónicas o diluviales, hombres de algunas de
tern1ioadas regio.nes se vieron obligados a buscar refu
gio en grutas y cavernas, ¡pero no q!-,le estuvieran tan
atrasados como para acabar de salir de la animalidad!
La idea de supervivientes de una civilización destruida
por algún cataclismo es la que más se va abriendo paso,
ya que no impide que hubiesen muerto sabios, stimos
sacerdotes o grandes filósofos o científicos y hubiesen
sobrevivido campesinos o simples marinos.
En Glozel, por ejemplo, se encontró tina escritura pri
miti,,a, anterior a la fenicia, según parece, que se co
rresponde con caracteres similares hallados en Karano
vo (Bulgaria), en Petra Frisgiada (Córcega), en Puygravel
(Francia), y hasta en San Agustín {Colombia). Pero hay
53
•
r11ás: esta escritura, llamada )'·a <<glozeli.�r:ia>> por los ar
queólogos seguidores del doctor M-0rlet, corresponde,
nada menos que con cuarenta }' tres de los ciento once
signos hallados en la famosa Piedra Pintada de Parahiba
(Brasil).
¿Qué hemos de deducir de todo esto?
En primer lugar, de ser cierto todo lo que nos cuen
tan arqueólogos e il1vestigado1�es de «lo extraño», hu
·• bo unos hombres en un remotísimo pasado que de
jaron huellas de idéntica escritura eu distintos lugares
del planeta. Debieron ser los mismos o haber asistido
a idéntica <<escuela», ya que las tablas comparativas que
nos presenta el doctor Morlet 110 admiten dudas, ¡ al
menos a nosotros!, y por dejarlas en lugares tan sepa
rados hemos de deducir que viajaron de iin lado a otro ,
54
•
5
•
• ••
.,
.... ••
56
•
11et1·ar en u11 túnel del tit:111po y desandar el camino de
los hombres, tratando de 1·egresar a los orígenes, ir más
allá que nadie en el pasado, conscientes de lo resbaladi.
zo, inseguro y poco fiable que es e] terreno en donde nos
proponemos pisar. No obstante, nos tienta la aventura.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado quiénes fue-
1·on los que le,,antaron los menhires, crómlechs o dól·
menes a lo largo y ancho de la Tierra y por qué? La res
puesta, á pesar que llevamos ya bastantes años tratando
de hallarla, aún no la hemos encontrado, pero podría.
mos dar versiones amplísimas �e hecho ya las hemos
dado en obras anteriores y, posiblemente, podríamos
dedicar el resto de nuestros días a ello sin agotar el
tema.
Suponemos que los constructores de megalitos fueron
un pueblo de marinos: atlantes, uighures, mayas, vedas,
arios, celtas, etc. Pero estos nombres están tan confun
didos con las leyendas, tan desprestigiados por la Hister
ria, que es imposible «reflotarlos». Y, sin embargo, ya
dentro de la Historia clásica, encontramos a un pueblo
de marinos de los que se ha hablado muy poco. Nos
referimos a los pelasgos, de los que algunos filólogos
• han pretendido relacionar la farma Pelag-skoi, que sig
nifica gente del mar, con elementos etruscos llegados del
Este a través del mar.
Los pelasgos están considerados como una civiliza
ción prehelénica y se habla de ellos en la Odisea y la
llíada. Pero fue Herodoto quien dijo que eran aborí
genes de Grecia y que habían aprendido el griego en su
contacto con los helenos. La mitología tampoco aclara
mucho la cuestión de Pelasgo, ya que hay dos versiones
acerca del héroe epónimo: una dice que nació en el mon·
te Arcadia, y era hijo de Niobe y Zeus, así como padre
57
de Licaón; e11 cambio, la ot1 a di�c qul! Pelasgo e14 a
hijo de Triopas y Sosis.
,
Se sabe que los pelasgos vivieron· en Tesalia y en el
Epiro, así como en las mmedíaºciones de Troya, la actual
Turquía y rec.ordemos que aquí fue donde vino al
mundo Piri Reis--- y en Creta. Y Ho1nero nos dice que lo�
pelasgos lucharon con los troyanos contra los grjegos.
Pierre Ca1:nac ·nos habla también de los pelasgos y
como seguimos rumbos paralelos, le dejamos que nos
guíe, al decirnos: «La idea que tenían los griegos de
estos 110 g1·iegos ha provisto del material necesario a
todas las ext1·avagancias de los exégetas modernos. Un
erudito como Busolt ve en ellos semitas; Herman-Thum
ser, esclavos, o sea, polacos. Para Jean Cserep serían
húngaros; para Gluje, antiguos fineses, J. A. R. Munro
les as�gna una patria que, desde el Adriático hasta Cri
mea y desde los Cárpatos polacos hasta Creta, cubría
toda la península balcánica. Aún podemos observar ta
les lucubraciones... y firmadas por eminentes historia
dores. ¿Qué podemos decir, en fin, del pobre E. D. Sch
neider, de París, que, al dirigirse, en 1894, a sus lectores
franceses, escribía: «Los pelasgos, nuestros antepasados>>?
Por otra parte, el arqu·eólogo alemán Adolf Schulten,
creía que Tartessos era la capital de la misteriosa Atlán
tida desc1·ita por Platón, y aseguró que había sido fun •
58
•
a 01�illas del mar Egeo: Lidia. Según dice Herodoto, los li
dios, al morir su rey Manes, sufrieron un han1bre que
los obligó a emigrar. Guiados por su rey Tyrrhenus,
hiciéronse a la mar, y bajo los nombres de tirrenos, ra
seni y luego de etruscos los hallamo!, a su vez, a unos
en Argos (la cual rodearon de murallas megalíticas), a
otros en Albania, a otros (los más numerosos) en Italia,
donde fundaron Alba, la rival de Roma, y civilizaron el
país; algunos, por último, rechazados de Egipto en el
año 1227 antes de J. C. por el joven faraón Meneptah,
inventor. de los primeros carros de asalto, hubieron de
reembarcarse rápidamente y emigraron más al Oeste.
»Estos últimos hall&ron en la Penínst1la Ibérica una
civilizaci611 ya antigua y que seguía floreciendo. Proce
dentes de África del No1"te, los íberos habían pasado las
Columnas de Hércules desde la época neolítica. A co
mien.zos del segundo milenio, extraían oro, plata y co
bre de las minas andaluzas. A los fundadores de Tar
tessos, mineros y metalúrgicos sin par, Iberia les recor
dó seguramente su Lidia, en la que las arenas auríferas
del Pactolo enriquecieron al rey Creso. Pronto, los ibe
roetruscos llevaron sus naves a la conquista del valioso
estaño hasta Bretaña, Irlanda y Albión. sembrando di
chas tierras de templos megalíticos del Sol, colosales
y enigmáticos libros de piedra a imagen de los que se
encuentran en España en la cue,,a de Menga (Antequc
ra) y Los Millares. >>
Nos gustaría seguir citando a Gérard de Sede porque
nos maravilla su sapiencia, aunque, el1 algunas cosas,
no estemos de acuerdo con él ni con ot1·os protobisto
riadores. Nosotros nos hemos sentido sien1pre vinculados
con el Jardín de las Hespérides, el Atlas y la Atlán
tida, y nos costará mucho evadir110� de esta imp1·esión.
9
•
60
i
•
61
•
o puertos naturales, lo más lógico es trazar un mapa,
por muy tosco que sea .
· Poseemos mapas antiguos que son auténticas alego-
rías y gue nos hacen sonreír, como el Mapamttndi de
· la Biblioteca Reale, de Turín, considerado del siglo x,
en donde aparece incluso el Paraíso Perdido, con Adári
y Eva junto � la serpiente. Y otro, llamado Mapa del
Mundo antiguo, según San Beato de Liébana, que perte-
nece al siglo XI.
En la Antigüedad, cabe admitir, podían existir los
mapas «orales», o sea los que la tradi9ión transmitía de
padres a hijos entre las far11ilias marineras. Pero no du
damos que alguien debía poseer mapas dibujados, tanto
de las constelaciones zodiacales, para poder regirse en
la noche por las estrellas, como de las costas, o de islas
'
situadas en algún distante lugar.
El famoso mapa del padre Kircher, •
aunque pertene-
ce al siglo XVII, nos muestra, incluso, la isla continente
de la Atlántida y lleva consigo una leyenda, en donde se
•
•• dice: <<Lugar donde se hallaba la is�a de la Atlántida, aho
ra sumergida en el mar, según la creencia de los egipcios
V
y la descripción de Platón.»
Diodoro Sículo (o de Sicilia), un historiador griego
que nació en Agyrion en el año 90 antes de J. C. y mu
rió alrededor del 21, ídem, escribió una historia de cua
renta libros que al?arca desde la prehistoria de los pue
blos asiáticos hasta la guerra de las Galias. Y no vamos
a reproducir aquí esos cuarenta tomos, pero sí un frag
mento que se ha interpretado de muy distintas maneras
y que los atlantófilos no podían pasar por alto. Dice así:
•
« En lo más profundo de Libia hay una isla de consi
derable tamaño que, situada como está en el océano, se
halla a 11na distancia al oeste de Libia de ,,arios días
62
• •
•
63
.
tnerciaron desde muy antiguo por toda Libia y muchos
lo hicieron también con la parte occidental de Europa.
Y puesto que sus aventuras resultaron bien según sus •
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•
1
•
•
65
caricos, carihos, caripunos, cara}'as, caras, carus, caris,
carais, caribos, carios, carannas, caribocas, cariocas, cara
toperas, carabuscos, cauros, caricoris·, cararaporis, cara-
•
rar1s, e.te.»
Puede que esto, señala P. Carnac, no signifique una
prueba, pero sí resulta significativo que en todas las •
66
•
1
•
Algunos, tal vez muchos, optarían por embarcarse en
Cádiz hacia las islas paradisíacas de allende el Atlántico,
porque ya se les habían cerrado todos los puertos del
Mediterráneo. Y existe una razón de mucho peso para
creer que esto fue así. Los fenicios eran tirios, sidonios,
giblitas, cartagineses, motios, carios, etruscos o pelas
gos, sin exceptuar los «bíblicos>> cananeos, edomitas,
moabitas, amorreos, hititas, fereceos o jeveos que Jeho
vá, en el I!xodo (11 ), prometió a Moisés expulsar. Y a
pesar de tantas expulsiones y persecuciones, retroce
diendo siempre desde Canaan (e] actual Líbano), los fe
nicios conservaron el dominio del Mediterráneo durante
muchos siglos. Si Alejandro Magno los expulsó de Sidón
o Tiro, ellos se instalaron en Túnez o en España; y cuan
do los expulsaron los romanos de estos últimos refugios,
¿dónde fueron?
Hay autores que han asociado la retirada de los pen
takóntores fenicios (naves enormes, en donde _podían
viaiar hasta quiniei:itos pasajeros, sin contar la tripula
ción) del Mediterráneo con la aparición en La Venta,
Oaxaca y Morelos, en México, de la enigmática civiliza
ción olmeca, cuyo nombre significa «gente del país del
hule,..
Nos agradaría mucho poder aceptar a pie� juntillas, o
sea sin rechistar, todas las teorías que ya llevamos ex
puestas ¡ y las que todavía nos quedan por exponer! -
sobre viajes, exploraciones y travesías atlánticas en épo
cas remotas. Nosotros creemos en ellas, pero las prue
bas científicas o irrefutables no existen, a pesar de las
inscripciones, restos aislados, huellas más o menos du
dosas y hasta hallazgos, porque si se han encontrado
monedas fenicias en las islas Bahamas alguien, en f -
chas muy posteriores, ha podido dejarlas allí con la
67
•
68
embarcaciones prehistóricas, llamadas «barcas del Sol>>,
y que se han encontrado en Egipto, Sumer, California.
España, Suecia, etc.
Nos inclinamos por creer que fueron cretenses o fe.
nicios los que viajaron «más allá del ilustre Océano ci
tamos aquí a Hesíodo, que vivió entre los siglos VIII y VII
y escribió la Teogonía y Los trabajos y Los días, sobre
el origen de los dioses mitológicos donde habitan las
Gorgonás y las Hespérides de voz sonora, habitantes de
bellos jardines».
Estos pueblos, junto a otros del Mar Egeo, formarían
la llamada talasocracia, cuyo dominio del Mediterráneo
está fuera de toda duda. Y es el propio Hesíodo, con-
temporáneo de Homero al parecer, quien recogió anti
guas leyendas de marineros y nos habló de los viajes de
Heracles o Hércules, « que dio muerte._ a Orthos y al bar
quero Euritión en la isla Erytheia, situada en medio de
las olas cuando el héroe atravesó el océano>>.
Estrabón, por su parte, al hablar de Tartessos, ]a re�
gión del sur de España que, según algunos historiado
res fue fundada por los fenicios, nos cuenta que se em
pleaba el alfabeto y que poseían antiquísimos escritos
en prosa, poemas y leyes en verso, que según los tarte
sios tenían «más de seis mil años de antigüedad».
¿ Y por qué hemos de intuir que Tartessos o Tarshish
no fue fundada por fenicios, sino por atlantes, cuyos
descendientes, los íberos de El Argar, Menga (Málaga),
Los Millares, crearon una metalurgia y una cultura que
los aborígenes del mítico país de Punt exportaron por
todo el Mare Nostrum?
Ya estamos tirando chinitas y escondiendo la mano,
pero no disparatando. ¡ No lo crean! Si hemos de hacer
caso a las fechas, alguien extraía oro y plata en Sierra
69
•
•
•
70
•
IV. EL DESCIFRAMIENTO
71
•
•
auténticos personajes. Nosotros aquí son1os simples cro-
nistas.
Las consecuencias que se derivan de las investigacio
nes llevadas a cabo, tanto por Arlington H. Mallery, como
por el profesor Charles H. Hapgood o el propio Paul
Emile Victor, son desconcertantes para los que sigue�
aferrados a la ciencia oficial, puesto que los conocimien
tos adquiridos a costa de tantos desvelos no se corres
ponden con la realidad. Y es que, como bien dijo Roger
Bacon, «si los malintencionados conocieran el secreto... »
el «status>> actual sería muy distinto. Muchos creen que
•
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•
•
•
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•
•
•
74 •
Durar1te las 4ltin1a� guerra , hcn1os \i'isto que los co
mandantes de buque, al ser alcanzadas sus naves por los
torpedos, destruían los códigos secretos para impedir
que las claves cayeran en pode1.. del enemigo. A pesar
de ello, los servicios secretos navales lograron apoderar
se de códigos y burla1· la «cifra» del contrario, hacién
dole creer cosas inexis�entes o dirigirse a trampas de
las que no podrían librarse:
Los mapas, en el siglo xx, ya son conocidos de todo
el m1indo y la navegación pór los océanos no representa
un secreto para los oficiales de navegación. Sin embar
go, durante la II Guerra Mundial se colocaron campos
de minas en numerosas rutas y estos lugares sólo los
conocían los que habían ordenado su colocación.
Durante más de mil años, naves cretenses, fenicias,
griegas y cartaginesas pugnaron por el dominio del Me
diterráneo, acrecentando su poderío naval para conser·
var así los secretos de las rutas del estaño, el cobre, la
plata y el oro. La rivalidad, la ambición o el deseo de
librarse de 11n poder hegemónico avasallante hacía que
la astucia y el secreto fuese el ar1na más empleada. Pese
a ello, todos los países acabaron por conocer las rutas
del mar y pronto el secreto de los mapas dejó de guar
darse con tanto celo. Pero esto no ocurriría hasta des·
pués del descubrimiento de América.
¿Comprenden el mérito de los mapas de Piri Reis,
ya que reproducían tierras desconocidas en su época?
Pero ¿ qué puede ocurrir si tin mapa es inexacto y los
marinos que lo utilizan confían plenamente en él, como
ocurre en la actualidad? Los resultados, como bien sa-
ben los navegantes, pueden ser desastrosos.
Pierre Duval, en La ciencia ante lo extraño ( op. cit.),
nos dice a este propósito: «Voy a detenerme un poco
75
, • •
76
•
•
mapas. Y es a finales del siglo 1v antes de J. C. cuandú
se inició en Grecia el estudio cartográfico sobre bases
científicas. Destacaron notablemente en esta labor Di·
cearco de Mesina, Eratóstenes e Hiparco, entre los que
se calculó el radio terrestre ¡ dejando bien sentado
que la Tierra era esférica! y se establecieron las. re
glas que per1nitían representar en un plano la superficie
curva del planeta.
Destacó también el griego Claudio Ptolomeo (90-168
después de J. C.), que perfeccionó los sistemas carto
gráficos de su tiempo y t.razó nuevos mapas, inexactos
y confusos, pero que sirvieron para los descubrimientos
realizados en el siglo XVI. Su Geografía recoge el mundo
conocido durante el Imperio Romano, pero son muchos
los lugares citados por este autor que no se han podido
localizar, pese a que sus mapas representaban lugares
situados más allá de la India, en Oriente, las islas Cana
rias, en Occidente, el Mar Báltico, al Norte, y Zanzíbar,
al Sur.
Con la caída del Imperio Romano, la invasión de los
pueblos del Norte y la expansión musulmana desde el
Oriente Próximo hasta la Península Ibérica, la ciencia
cartográfica cayó en la oscuridad medieval y la ignoran
cia difundió el mito de que la Tierra era plana, ya que
más allá del Estrecho de Gibraltar se consideraba que
existían abismos terroríficos y bestias fabulosas capaces
de acabar con los temerarios que osaran aventurarse en
las aguas del Océano Tenebroso.
La navegación, sin embargo, que había experimenta·
do un considerable retroceso, empezó a recuperarse a
partir de la Baja Edad Media y pronto hicieron su a�a
rición los llamados portulanos. Primero fueron los ára
bes, adoptando los métodos de la antigua Grecia, y des-
77
.
f>ués, en Occide11te, apa1·ecieror1 los \'iejos 111..ipas de
Ptolomeo.
Hubo cartógrafos genoveses, venecianos y catalanes
de gran prestigio, como el ya mencionado Angelino
Dulcert, Paolo Dal Pozo Toscanelli, físico y astrónomo
florentino (1379-1482), que fue quien dijo a Cristóbal
Colón que se podía llegar a Asia navegando hacia el
Oeste, como Juan de la Cosa, que acompañó al descu
bridor en su primer viaje, Sebastián Cabot, Gerardo
Mercator ( 1512-1594 ), que fue el inventor de un sistema
de proyección de lJDa superficie curva sobre tina super
ficie plana, y cuyo nombre quedó unido a la Cartografía
como el de Américo Vespucio quedó unido al del Nuevo
Continente, y muchos otros que mencionaremos.
Ahora, permítasenos significar algunos datos biográ
ficos de este Américo Vespucio, nacido en Florencia,
en 1451, y muerto en Sevilla en 1512, o sea un año antes
de que Piri Reis hubiera trazado su mapa del mundo.
Los biógrafos nos cuentan que este navegante italiano,
amigo del sabio Toscanelli, fue nombrado agente de la
familia Médici en Sevilla y tuvo relación muy directa
con el descubrimiento de América. Esto ocurrió en 1487,
o sea t1nos años antes del primer viaje de Colón.
Posteriormente, Vespucio cuidaría del equipamiento
de las naves que tomaron parte en el tercer viaje de
Colón, en 1498, pero también hizo un viaje al· Nuevo
Mt1ndo, en compañía de Juan de la Cosa y Alonso de
Ojeda, en el transcurso del cual se exploraron las des
embocaduras del río Orinoco y el río Amazonas.
En otro segundo viaje, bajo los auspicios del rey de
Portugal, Manuel I, el Afortunado, Américo Vespucio
•
llegó hasta el extremo sur de la Patagonia y exploró la
bahía de Río de Janeiro. Fue este influyente italiano
• •
78
•
quien demostró que las Indias Occidentales no fo1ma
ban parte del continente asiático, y, precisamente, a 1·aíz
de este \riaje, que tuvo lugar entre 1501 y 1502, el geó
•
grafo alemán, Martin Waldseemüller, dio el nombre de
América al continente recién descubierto en su Cosmo-
graphie introductio, nombre que ha prevalecido y no el
de Colombo, como seria lógico. Pero eso es otra historia.
Lo que pretendemos significar aquí, dentro de esta
bre,�e biografía de Vespucio, son las fechas y los luga
res que reco1-rió, acompañado por J11an de la Cosa y
Alonso de Ojeda, que eran expertos en cartografía.
Y piénsese que Martín Waldseemüller hizo imprimir su
Cos,,zographie introductio en 1507. Seis años más tarde,
Piri Reis puso la fecha de su primer mapa.
Esto no significa nada más que 11na cosa: al gun o de
los mapas que Piri Reis copió piulo ser el de Américo
Vespucio, debidamente corregido, a11nque no exacto, ni
mucho menos, según han comprobado los miembros del
equipo del profesor Hapgood, en Nc,v Harnpshire, como
pronto veremos. Y pudo, también, copiar los del propio
Colón, como él mismo asegura en el Bahri}·e. O sea que,
bien mirado, la costa oriental sudamericana no ofrece,
a nuestro juicio, el mayor enig111a, aunque ya no poda
mos decir lo mismo de la región antártica o de Groen
landia, que es otro cantar.
Ahora bien, cuando obsen·amos el mapa de Piri Reis,
lo primero que nos llama Ja atención son dos círculo
de cada ,,no de los cuales parten treinta y dos líneas y
que se entrecruzan con otro círculo más pequeño que
podríamos situar en la línea ecuatorial. Los antiguos .,
debemos aclarar, no utilizaban longitudes ni latitud
Esta técnica la empleó por ,,ez primera 110 tal De Ca
nerio, en 1502, para realizar el entramado de un mapa
79
de Africa por medio de la trigonometría esférica.
Parece ser que el sistema de los portulanos y el que
aparece en los mapas de Pit"i Reis ya era utilizado e11
tiempos de los griegos, en la época de Timóstenes, y su
manejo era bastante simple, con la ayuda de un compás,
si se conocía el radio de un círculo central.
Atengámonos a las explicaciones de Pierre Duval,
quien dice:
« El cartógrafo comenzaba trazando un gran círculo
que abarcaba la mayor parte de la zona que intentaba
reproducir (copiando un documento). Luego trazaba los
ocho (dieciséis o treinta y dos) diámetros equidistantes,
º
que debían ser obligatoriamente de un ángulo de 22,5
º
(11,25 o 5,625º, ya que hemos introducido esas subdivi·
siones, como aparecen en el mapa de Piri Reís). No le
hacía falta más que unir las extremidades de dos diá
metros, de modo que pudiera trazar un cuadrado que
luego . sería fácil subdividir en otros cuadrados todos
iguales. Después se colocaban en cada cuadrado los de
talles geográficos correspondientes. Si se deseara aumen
tar o disminuir la escala, bastaría con trasladar a la
copia un círculo con un radio más grande o más peque
ño, y así tendríamos, con el mismo sistema, los cuadra
dos pequeños de una talla también proporcional. Ahora
bien, los radios que part'en de las rosas de los vientos
º
tienen siempre entre ellos un ángulo de 22,5 {pero en
el caso de Piri Reís es 11,25 º ). La construcción geomé
trica descrita más arriba es, por lo tanto, la misma que
empleaba Piri Reis.» · .
. El profesor Charles H. Hapgood, cuando inició el es
tudio de los mapas del almirante turco, ignoraba el cen
tro del gran círculo que utilizó aquél, ya que las líneas
que partían de las cinco rosas de los vientos conver-
80
•
•
gían, precisamente, hacia la parte que faltaba al mapa.
Los vericuetos y entresijos que empleó Hapgood para
localizar aquel punto geográfico merecían todo un tra
tado de análisis sintético-histórico que, inevitablemente,
debía conducirle a Egipto y, concretamente, al meridiano
que pasa por Alejandría, lugar de residencia y estudios
de Eratóstenes, Claudio Ptolomeo y otros no menos in
signes cartógrafos de la Antigüedad. Y donde el meri
diano se cruza con el trópico de Cáncer, en un lugar muy
próximo a Asuán (antiguamente Siena, ciudad egipcia
de Tebaida, cercana a la frontera nubia), aquél era el
punto buscado, centro de una gran circunferencia cuyo
radio se perdía al otro lado de continentes y mares.
Insistimos en recordar que el mapa de Piri Reis no
estaba completo y, además, ofrecía otra peculiaridad:
una línea pasaba a través de la rosa de los vientos del
Norte y luego a través de Brasil. Hapgood y sus cola
boradores pensaron que podía tratarse de la línea de
demarcación establecida en 1494, según el acuerdo de
Tordesillas, firmado entre los Reyes Católicos, Isabel y
Fernando, y el rey Juan 11 de Portugal.
Pierre Duval, aunque muy esquemático, nos resume
el acuerdo de Tordesillas, en el que fue preciso la inter
vención del papa Alejandro VI, del modo siguiente: «Los
portugueses debían ]imitar sus conquistas a uno de los
lados de la línea y los españoles al otro lado. La línea
corría de Norte a Sur, a 370 leguas marítimas al oeste
de la isla de Cabo Verde y, según los modernos, debía
pasar a 46 º 30' de latitud Oeste. Si tomamos esa línea
como extremo, el círculo que tiene por radio la distancia
º
de Siena a la mencionada línea mide, por lo tanto, 79 .
Fue después de numerosas sesiones nocturnas dedicadas
al mapa, cuando uno de los colaboradores de Hapgood,
81
John Malsbenden, lanzó un rugido de indignación al
mostrar una inscripción de Piri Reis que había pasado
inadvertida.
«Los infieles portugueses no podrtan pasar al Oeste
( de esta línea). Toda esta parte pertenece a Españ�. Am
bos se han puesto de acuerdo para que una línea a dos
mil millas del Estrecho de Gibraltar, en su lado occi-
dental, sea tomada como frontera ... »
P. Duval señala que esa línea era la primera, o sea
la establecida en 1493, la cual se encuentra mucho más
cerca de Europa y Áfri9a que la establecida, después,
en 1494.
Aquí es, precisamente, donde hemos de dejar a Pierre
Duval y saltar a la palestra, dejando a un lado el papel
de cronista para tratar de «hacer historia». Veremos que
la investigación de Charles H. Hapgood se deslizó a par
tir de entonces por senderos más llanos, pero la «la
guna,> de la brújula, el polo magnético, las fechas del
Tratado de Tordesillas y los «incidentes» entre Cristóbal
Colón y el rey Juan II, han quedado diluidos y oscuros
y entendemos que, para ser un almirante turco, enemi
•
82
•
83
pusimos el criterio de algunos autores modernos sobre
que el viaje en busca del Vellocino de Oro no se hizo
�acia el interior del Bósforo, el Mar Negro y las estriba
ciones del Cáucaso, sino que los griegos atravesaron las
Columnas de Hércules Herakles viajaba con Jasón y
•
84
•
85
•
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• •
Cristóbal C.016n, el «descubridor>> de un cononente qt1e ya
era conocido por los fcnicios
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•
•
a la parte oriental de Brasil , ·I oficialmente aún no des
cubierto! y por lo que Juan 11 de Portugal pugnó con
los de Castilla. ¿ Por qué?
Sabemos muy bien que Cristóbal Colón, nacido en
Génova en 1451 ,esto es un supuesto , se enroló en una
flota corsaria francesa la cual atacó a naves italianas
ante la costa de Portugal, en 1476·.
La mala suerte se cebó con Colón, ya que su barco
se incendió, y tuvo que nadar hasta la costa para salvar
la vida. De haberle capturado los italianos, su fin habría
sido peor que el de morir ahogado, seguramente, porque
el futuro Almirante de Castilla estaba peleando contra
sus propios compatriotas. ¿O era- mallorquín y los ita·
lianas le importaban un bledo? De todas fo1·mas, esto
nos dará una idea de la clase de caballero castellano
que fue don Cristóbal.
En Portugal, Colón se enroló en las naves portuguesas
y, como él mismo escribiría, visitó Thule o Islandia, las
islas Madeira, Porto Santo y las costas de Guinea, así
como las islas Canarias y las Azores. ¿Qué le faltó para
cruzar el Atlántico? ¿Medios? ¿Se los pidió en verdad
al rey Juan 11 o fue otra la historia, si es que los por
tugueses ya iban y venían de Brasil y mantenían celo
samente guardado su secreto?
La historia que contamos anteriormente, sobre el
«piloto anónimo», Alonso Sánchez, que murió en brazos
de Colón, en Porto Santo, puede ser verdad y no haber
sucedido. El caso es que, informado o no, iluminado o
intuitivo, Colón trató de interesar al rey de Portugal en
su aventura y, ya sea porque exigía demasiado o porque
Juan 11 no necesitaba descubrir lo que ya estaba desc;u
bierto, se le dio con la puerta en las narices, a pesar de
que el ·genovés se casó con una noble dama portuguesa,
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•
' •
•
lo que le facilitó varias entrevistas con el monarca, el
cual accedió al trono en 1481, o sea cuando Colón llevaba
ya cinco años viviendo en Portugal.
Rechazada su proposición, como nos han contado,
en 1482, por un consejo de sabios, Colón, que había que
dado viudo.y con un hijo, se fue a Españ� y habló con
los franciscanos de La Rábida. Sus argumentos podrían
ser que Portugal «ya iba y venía» de un país rico en
plata y oro, o especies, sin divulgar su secreto. Y que
j aquellas tierras podían ser anexionadas a la Corona de
Castilla, o algo parecido.
Históricamente, esto no es cierto. Pero, en realidad,
hay muchas pruebas que podrían aportarse y el mapa
de Piri Reis, con sus exactos conocimientos de las costas
de Sudamérica, podría ser una de ellas.
En España, los Reyes Católicos estaban combatiendo
contra los últimos reductos árabes en la península y
apenas si prestaron atención al aventurero llegado de
Portugal. Se intentó también convencer al rey de Ingla
terra, Enrique VII, y no se obtuvo nada. •
Pero en el m·es de enero de 1492 las cosas cambiaron.
Los Reyes Católicos escucharon a Colón y patrocinaron
su idea con tal entusiasmo que, en agosto de aquel mis
mo año, las tres carabelas se encontraban dispuestas
para zarpar del puerto de Palos. Eran la Santa María,
de 35 metros de eslora y 18,5 de manga, la Pinta y la
Niña, mandadas por los hermanos Alonso Pinzón, Mar
tín y Vicente.
Una vez descubierta América, Colón regresó a... Por
tugal. El día 4 de marzo de 1493, la Niña, mandada por
el almirante después del desastre de la Santa María, la
• víspera de Navidad en la isla La Española, enfilaba la de·
sembocadura del Tajo y, poco después, cursaba un de�-
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pacho al rey Juan, pidiéndole ser recibido en audiencia.
El rey de Portugal accedió y Colón no desaprovechó
la oportunidad de echarle en cara la negativa recibida
en 1482. Parece ser que hubo palabras muy fuertes
y Colón estuvo a punto de morir a manos de uno de los
cortesanos del rey. Medió Juan II, apaciguó los ánimos
y se mostró amable con el almirante castellano, aunque
por dentro llevase su procesión.
¿A qué fue Cristóbal Colón a Portugal, si, costeando,
podía llegar a Palos de Moguer en pocos días? ¿ Sólo a
<<frotar ante las narices del rey>> su éxito? Aquí hay ma
teria de indagación, pero no resultará fácil. El caso es
que el día 1-5 de marzo, Colón llegó a Palos y, a finales
de abril, se entrevistó, en Barcelona, con los Reyes Ca·
tólicos, quienes le acogieron con júbilo y le colmaron de
recompensas.
Portugal, sin en1baigo, no se quedó con los brazos cru
zados y envió barcos hacia el Nuevo Mundo, como, posi
blemente, ya venía haciendo desde mucho antes. La prisa
porque Cristóbal Colón volviera a La Española no parece
justificada, salvo qt1e, en la e11trevista de los Reyes Ca
tólicos y el almira11te, se viera la necesidad de ello. Y esto
queda confirmado por el hecho de que antes de que Colón
emprendiera su precipitado segundo viaje, los Reyes Ca
tólicos ya se habían dirigido al Papa Alejandro VI, soli
citando el derecho exclusivo de las exploraciones transa
tlánticas, lo que concedió el Papa el 3 de mayo de 1493.
Juan 11 protestó, ¡y sus motivos tendría para ello!, por
lo que fue preciso entablar negociaciones que duraron
hasta el 7 de junio de 1494, fecha en la que se firmó el
Tratado de Tordesillas, con lo que el n1onarca lusitano
quedaba en posesión de Brasil, y que debía conocer muy
bien, porque es obvio que nadie discute por algo que
89
no existe o, en su defecto, no se había dado a conocer.
El rey lusitano murió en octubre _de 1495, llevándose
a la tumba muchos secretos que bien pueden estar ar
chivados o desaparecieron por razones de Estado. Le su
cedió Manuel 1, que luego se conocería como El Afortu
nado, y durante su reinado se ·realizaron todos los pro
yectos que iniciaron Enrique el Navegante, Alfonso V y
Juan 11.
Aparte del famoso viaje de Vasco de Gama, iniciado
el 8 de julio de 1497, y que se efectuó en aguas del Atlán
tico sur, llegando· muy cerca de América, pero partiendo
del golfo de Guinea, la Historia nos dice que el 19 de
marzo del año 1500 partió de Lisboa 11na flota de trece
naves bien ar·madas y pertrechas que mandaba el. no
ble Pedro Alvarez Cabral, al que secundaban el veterano
Bartolomé Días, descubridor. del Cabo de Buena Espe-.
ranza, y Nicolás Coelho, capitán de la nave Berrio, de la
expedición de Vasco de Gama.
Y aquí es cuando se nos comunica oficialmente q�e
Cabral ha descubierto el Brasil, en la costa oriental de
América del Sur, pero mucho más al Sur del viaje efec
tuado por Colón en 1498.
¡ Y en los mapas de Piri Reis vemos que faltan 900 mi
llas de la costa Este de América del Sur, así como que
el Amazonas está trazado dos veces!
Para desentrañar el enigma del mapa de Piri Reis,
Charles H. Hapgood hubo de repasar muy bien la histo
ria del descubrimiento de América y deducir, como no
sotros, que una cosa es lo que ocurrió después de la Se
gunda Guerra Mundial y otra muy distinta lo que se
•
acordó en Yalta, o lo que es lo mismo, lo que se escribió
sobre el descubrimiento de Colón y lo que ocurrió en rea
lidad. Pero, ¡ sigamos estudiando la Historia!
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•
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•
93
•
pararlos con los de Colón, Ojeda, Vespucio, Toscane
lli, etc.
Charles H. Hapgood, el investigado.r moderno de los
mapas d·e Piri Reis, debía tener muy en cuenta estas cues
tiones, y muchas otras. Por ejemplo, la cuestión de la
brújula también era importante.
De un libro de <<Aldus Books» titulado Historia de los
descubrimientos y exploraciones, y cuya parte de la His
toria del Descubrimiento de América firma un tal Felix
Barker, en colaboración con Anthea Barker, extraemos
el caso de la brújula del almirante de la mar Océana.
« Entretanto se presentó otro motivo de ansiedad. A lo
largo de la costa atlántica de Europa la aguja de la brú
jula apuntaba siempre un poco al este del Norte. Pero
sólo a los cuatro días de desaparecer Ferro (la isla de
Hierro, en las Canarias) de su vista, Colón empezó a
comprobar que dicha aguja apuntaba considerablemente
al oeste del Norte. Ahora, sin previo aviso, resultaba esa
aguja inexacta. No podía haber encontrado peor momen
to, para darse a conocer, el problerna hasta entonces des
conocido del magnetismo de la Tierra.
»Colón debió estremecerse ante el descubrimiento de
que ya no podía confiar en la brújula y podemos estar
seguros de que, a partir de ese momento, fió principal •
94 •
•
su atracción sobre la aguja de la brújula.»
¡Ah, la brújula! Otro grao enigma histórico que debía
tratar de desentrañarse, y que, como en todo lo que de
importancia nos atañe, habría que remontarse a lugares
y tiempos que se pierden en las brumas del pasado, a11n
que, a decir verdad, no podría ir más allá de la Edad del
Hierro. Lo malo es que el hierro no tiene edad y la mag
netita tampoco.
Sin émbargo, como siempre hay quien busca el origen
de las cosas, parece ser que se ha podido averiguar
que los chinos utilizaban la aguja imantada allá por el
año 211, y también conocían la atracción del hierro por
parte de la piedra imán.
Se dice también que los chinos emplearon la «aguja
marca sur>> y se guiaron por ella para sus viajes por tie
rra, pero serían los árabes los que, copiando a los orien
tales, la introducirían en Occidente.
Otras fuentes aseguran que fue Aristóteles el primero
en señalar que el hierro dulce se imanta en su roce con
la piedra imán.
La primera aguja náutica, propiamente dicha, fue ex
tendida primero en Europa por los árabes y consistía en
una aguja imantada dispuesta sobre dos briznas de paja
que flotaban en 11n recipiente de agua.
Positivamente, se sabe que a principios del siglo XIII,
los marinos venecianos, genoveses y catalanes utilizaban
la brújula, y, lógicamente, la debían utilizar también sus
rivales, los árabes, a los que se la copiarían los occiden
tales.
Sería en 1483 cuando el portugués Ferrande colocó ia
aguja imantada sobre una rosa náutica que llevaba los
nombres de los vientos de su correspondiente sector' geo
gráfico.
95
Cristóbal Colón, por supuesto, se guió por la brújula
en los primeros días. Pero ya hemos visto que hubo de
renunciar a ella, pese a haber descubierto la declinación
magnética, como corroboraría posteriormente el físico
inglés William Gilbert ( 1544-1603 ), que fue quien esta
bleció la distinción entre la atracción magnética y la
eléctrica y descubrió que la Tierra actúa como un gigan
tesco imán.
Lógicamente, como los viajes hacia América eran prác
tic2mente desconocidos antes del siglo xv salvo las ex
cepciones antes mencionadas, y que suponemos se reali
zaron sin brújula , el fenómeno de la desviación magné
tica, a medida que se avanza hacia el Oeste, se ignoraba, y
ello se debe a que el polo magnético no corresponde con
el polo terrestre. •
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que todos sabemos muy bien. ¡ Ignoramos si Ja conoció
Horacio!
Dejémonos ele bobadas y volvan1os con Piri Reis.
Pierre Duval nos cuenta que en el mapa famoso apa
rece la isla de Marajó, que separa la desembocadura del
río Pará (Brasil), y añade que <<es imposible encontrar
esa isla en ningún mapa del siglo X\7! hasta 1543, año en
que la isJa fue descubie1·ta. Y también ha sido, a menu
do, mal ubicada. En el ma¡Ja de América del Sur de Mer
cator, fechado en 1569, se la puede distinguir en la de
sembocadura del Orinoco ... >>
Llegados aquí, se nos ocurre una pregunta: ¿Hubo al
guien en aquellos incipie11tes tiempos náuticos que se de
dicó a trazar dos ti pos de cartas marinas, una buena,
correcta, y otra inexacta, desorientadora o con la mala
uva suficiente para que pudieran const1ltarla los compe
tidores e ir a romperse la crisma sobre desdibujados
arrecifes?
Parece absurdo a primera vista. En buena lógica, la
inexactitud de los mapas debía atribuirse a impericia
cartográfica y no a mala fe. Pero si recordamos que Es
paña y Portugal estu,1ieron a punto de acometerse por
la cuestión de una <<hipotética>> línea de demarcación
atlántica, la cosa ya no nos parece tan absurda.
Luego, hay otras cuestiones, y una de ellas ha hecho
consumir ríos de tinta. Nos estamos refiriendo a la isla
llamada Antilia, en donde algunos han creído ver los res
tos de la Atlántida.
¡ Ah, sugestivo y fascinante nombre!
Pierre Duval nos cuenta: << Una isla de g1·a11 tan1año, que
Piri Reis llama Antilia, se encuentra en el mapa entre
América del Sur y África. Esta isla, evidentemente, no
existe; lo único que hay son dos islotes peqt1eños, el de
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San Pedro y el de San Pablo, al norte del ecuador y a
700 millas de la costa del Brasil. Un mapa de 1737, he
cho por el geógrafo francés Btiache, representa también
esta isla e incluso otra isla más, ubicada entre la primera
y la costa de África. Pero Buache señala que allí hubo
unas islas y no que las islas sigan existiendo. Todo lo que
puede decirse es que esas islas fantasmas se encontrarían
sobre la gran cadena que atraviesa todo el Atlántico, de
Norte a Sur, entre el continente americano, Europa y
África. Como era de esperar, muchos imaginaron que es
tas islas eran un resto de la Atlántida, sobre todo admi.
tiendo la antigüedad fabulosa de la carta de Piri Reís.•
Añade Pierre Duval que en el mapa se pueden apreciar
unas enormes montañas situadas en la costa este de Amé
rica del Sur, lugar en donde se encuentran los Andes.
Y nos recuerda muy atinadamente que esta cordillera
a1'1n no había sido descubierta en tiempos de Piri Reís,
ya que fueron Francisco Pizarro y sus compañeros los
que primero avistaron la cordillera, a principios de 1525.
Tenemos dos datos significativos: la isla Antilia y los
Andes, dos nombres geográficos cuyo prefijo es «ant» y
«and». Sabemos que Aristóteles (384-322 antes de J. C.),
discípulo que fue de Platón y de éste no vale la pena
mencionar lo que habló sobre la Atlántida , dijo no creer
en el continente desaparecido, pero escribió sobre una
gran isla atlántica, a la que los cartagineses llamaban An
tilia.
Diodoro Sículo ya nos explicó en el capítulo 11 de esta
obra lo que sabía de una «isla de considerable tamaño
que, situada como está en el océano, se halla a una dis-
tancia al oeste de Libia de varios días de viaje».
Plutarco nos descubrió 110 continente que él llamó Sa
turnia y la famosa isla Olygia, que se encontraba a cinco
103
días de navegació11 hacia el oeste de Inglaterra, y Home-
ro, en la Odisea, hace decir a Atenea: <<Mi corazón está
destrozado por el sabio Odiseo, hombre desgraciado,
que abandonó hace tanto tiempo a sus amigos y que vive
tristemente en u11a isla situada en el centro mismo del
mar. En esta isla boscosa habita una diosa, hija del ha
bilidoso Atla�, que conoce la profundidad del mar... >>
Charles Berlitz, autor de El misterio de la Atlá11tida
(op. cit.), un erudito en las cuestiones que aquí nos ocu
pan, dijo acerca de esta enigmática isla: «Antilla, que es
el mismo nombre si no la misma isla que los carta
gineses con tanto afán procuraron mantene1· en secreto,
fue considerada por los pueblos hispánicos como el lugar
de refugio durante la conquista de España por los ára
bes. Se cree que los refugiados que escapaban de ellos
navegaron hacia Occidente, conducidos por un obispo, y
llegaron sanos y salvos hasta Antilla, donde construyeron
siete ciudades. En los antiguos mapas se la sitúa gene
•
ralmente en el centro del océano Atlántico. >>
Y este notable autor añade, a contint1ación, algo que
nosotros estamos repitiendo aquí desde un pr·incipio:
«Los esfuerzos de fenicios y cartagineses por cerrar el
Atlántico a otros pueblos marineros dieron como resul
tado la perpetuación de la idea de que el Atlántico era un
mar condepado. Sin embargo, la Humanidad nunca ol
vidó las islas Afortunadas y otros territorios perdidos.
En los mapas anteriores a Colón aparecen una y otra
vez, ya sea cerca de España o en el borde occidental del
mundo: Atlántida, Antilla, las Hespérides y las '' otras is
las'' . Como dijo Platón1 ''y desde las islas se podría pasar
hacia el continente opuesto, que bordea el mar océano''.•
•
Es indudable, por tanto, que la isla Antilia debió ser
copiada por Piri Reís de algún mapa griego, fenicio, ere-
104
•
•
•
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1
106
•
Esta epopeya, como es lógico, data de tiempos anti·
quisimos, seguramente. Y hasta quizá sea de la que ha
bló Platón en Critias. Recordémoslo:
.:Han transcurrido en total nueve mil años desde que
.estalló la guerra, según se dice, ent1·e los pueblos que ha
bitaban más allá de las Columnas de Hércules y los
que habitaban al interior de las mismas. Esta guerra es
Jo que hemos de referir ahora desde su comienzo a su
fin. De Iá parte de acá, como hemos dicho, esta ciudad
era la que tenía la hegemonía y ella fue quien sostuvo
la guerra desde su comienzo a su tern1inación. Por la
otra parte, el mando de la guerra estaba en manos de
los reyes de la Atlántida. Esta isla, como ya hemos di·
cho, era entonces mayor que la Libia y el Asia jt1ntas.
Hoy en día, sumergida ya por los temblores de tierra,
no queda de ella más que un fando limoso infranquea
ble, difícil obstáculo pa.ra los navegantes que hacen sus
singladuras desde aquí hacia el gran mar.»
Hace, pues, más de once mil años, que se enfrentaron
los pueblos de «más allá de las Columnas de Hércules»
contra los que vivían «al interior de las mismas». Pero
los combatientes atlantes (o gigantes, según la mitolo
gía griega) no fueron vencidos por sus adversarios, sino
por las fuerzas desencadenadas de la Naturaleza, contra
las que ningún ejército, por grande que sea, puede com
batir.
Platón, en Timeo, asegura que fueron los griegos los
que vencieron a los atlantes, «un poder insolente que
invadía a la vez toda Europa y toda Asia y se lanzaba
sobre ellas al fondo del mar Atlántico.
«En aquel tiempo añade Platón , en efecto, era
posible atravesar este mar. Había tina isla delante de
este lugar que llamáis vosotros las Columnas de Hér-
107
cules. Esta isla tr� n1ayo1· que la Libia y el Asia unidas.
Y los viaje1·os de aquellos tiempos podían pasar de esta
isla a las demás islas y desde estas islas podían ganar
todo el continente, en la costa opuesta de este mar que
merecía realmente su nombre. Pues, en uno de los la
dos, dentro de este estrecl10 de que hablan1os, parec.e
que no habí� más que un puerto de boca muy cerrada
y que, del otro lado, hacia afuera, existe w1 verdadero
mar y la tierra que lo rodea, a la que se puede llamar
realmente un continente, en el sentido propio del tér-
mino.»
Nos asombra la precisión de Platón, cuatro siglos
antes de J. C., al descubrir que <<desde estas islas po
dían ganar todo el continente, en la parte opuesta de
este mar que merecía realmente su nombre>>. Es decir,
que de�de la Atlántida se podía ir a las islas que estaban
próximas al continente, en <<la costa opuesta >>, o sea al
Nuevo Mundo, según la terminología actual.
En muchos lugares, como en Yucatán, cuando los es
pañoles desembarcaron por vez primera, preguntaron a
los nativos cuál era el nombre del lugar. Y de la incom
prensión entre aborígenes y recién llegados surgió el
nombre que ha pasado a la cartografía. Pero, en otros
lugares, no hubo incomprensión y se respetó el nombre
original. El Atlántico, por ejemplo, -es un nombre cuyas
raíces etimológicas se remontan a tiempos inmemoria
les, a11nque se hayan dado distintas versiones sobre su
ongen.
•
Y haciendo caso a Evémero, suponen1os que los grie-
gas, mandados por Hércules o Herakles, atacaron a los
atlantes. Primero fue Gerión, un gigante que cuidaba
•
bueyes, y después se atacó a Anteo, el que cuidaba el
paso al Jardín de las Hespérides. Se trató por tanto, de
•
108
•
dos ejércitos, como nos cuenta Platón, y vencieron los
griegos. Luego, ocurrió aquello del cataclismo, se h,in·
dió la isla Atlántida y se «separó Calpe de Abila » cuando
los griegos se encontraban por allí, por lo que se dice
que fue la maza de Hércules la que separó las coltJmnas,
cosa que nosotros no vamos a creer, •
así por las buenas .
«Como Hércules no era marino nos cuenta Lo11is
Charpentier en Los gigantes y el misterio de los orígenes
(Plaza & Janés, 1971)- ni tenía naves, intimó al Sol si·
gue diciendo la leyenda a que le cediera la barca· que
lo transportaba a través del océano y de la noche ,
hasta Occidente. Habiéndose negado a ello el Sol, el hé
roe tendió su arco y lo amenazó - con dispararle una
flecha, lo que hizo capitular al astro. Entonces, Hércu
les pudo embarcarse -en el esquife solar. »
Y Charpentier, que opina como Evémero y nosotros,
concluye: «Sin forzar demasiado la leyenda, puede creer
se que· pediría prestada la nave ,con la dotación ne-
. cesaría a alguna tribu de la costa más o menos adora
dora del Sol y habituada a orient�rse según el recorrido
de éste, es decir, hacia el Oeste ... Barca pedida a prés·
tamo, desde luego, bajo amenazas ... »
Esto prueba que, desde muy antigllo, los griegos qui
sieron viajar hacia Occidente, ¡ seguir el curso del Sol,
hacia su ocaso! ¿O no?
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Vinjes de fenicios y cartogjnescs a América
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CJ,. M. Bolond
113
Los toponimios, según el alemán Schnetz, pueden lle
gar a detertninar qué lengua corresponde a los habitan
tes de u� lugar, región o país. Claro que esto no signi
�ca mucho para la arqueología, pero puede ser impor
tante. Y a nosotros se nos antoja que el nombre de
Melgar puede tener relación con Melqart, que era el dios
adorado por los tirios. Aclaremos, de paso, que el pan
teón fenicio se componía de algo así como una tríada
o Santísima Trinidad que se adoraba tanto en Biblos
como en Tiro, Sidón, Arvad o Ugarit. El principal era
el dios-padre, llamado El, al que los griegos identifica
ron con Cronos.. A El acompañaba Aserá o Astarté, y les
seguía el hijo de ambos, llamado Baal, pero al que los
giblitas, o sea los naturales de Biblos, dieron el nom
bre de Adon, Adoni, y los griegos, más tarde, llamaron
Adonis.
Añadamos que Aserá o Astarté no era una diosa autén
ticamente fenicia, sino una divinidad vinculada con otras
deidades· anteriores del Próximo Oriente. Así, se la iden
tifica con la lnniu de los sumerios, la Ishtar de asirios
y babilonios y con la Isis de los egipcios. Y Baal-Adon
Asmun-Melqart era una deidad que... ¡ moría y resucitaba
cada año!
Ahora bien, la Historia nos cuenta que mil años antes •
114
•
• •
115
nombre qtie lleva una isla del lago Titicaca, llamada
Amantani, no podría significar algo así como el «servidor
amado de Tani» o Tanit.
Es curioso todo esto. Nombres que, como Teo (dios,
en griego), o Atl (agua en nahuatl) aparecen indistinta
mente en Europa y América. Y curioso que hubiese ne-
gros en América cuando los pintores mayas dibujaron
los frescos de sus templos, allá por el siglo primero de
nuestra Era. Y no menos significativo es que los olme
cas fueran los escultores más grandes de la América
precolombina, como demostró Matthew Stirling, el cé
lebre americanista, al descubrir, en 1940, varias cabezas
montimentales, maravillosamente cinceladas, y ante las
que el escultor inglés Henry Moore, exclamaría: «No
conozco sobre la Tierra nada tan grandioso como estas
cabezas, tanto en su espíritu como en su for,na. »
Recordemos, de paso, que el Antiguo Testamento nos
dice que fueron artistas fenicios los que construyeron
el Templo de Salomón, allá por el año 950 antes de J. C.
Escultores, navegantes, comerciantes, hombres de la piel
cobriza o rojiza ... ¿Por qué no podían· ser también car-
tóg1·afos, si iban a Ofir o Parvaim en busca de oro? ¿ O en
la Antigüedad no se necesitaban mapas para recorrer los
mares?
Aquí, alguien podría preguntar: Pero ¿es en serio esto
de que fueron los olmecas los que descubrieron Europa
y el Mediterráneo mil años antes de J. C.? Y la respuesta
ha de ser negativa. Nadie podía descubrir lo que ya
estaba descubierto desde siglos antes.
Erich van Daniken, en su obra Pro/eta del pasado
(Ediciones Martínez Roca, 1979) nos menciona al «colec
cionista» de grabados rupestres, Oswaldo O. Tobisch,
quien, para tratar de demostrar lo que nosotros asegu-
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118 •
tesis no deben hacernos olvidar el problema planteado:
¿se puede admitir la existencia de una civilización diez
mil años anterior a Jesucristo? Estamos aquí en el punto
de unión de la arqueología y de la prehistoria. La civili
zación propiamente dicha no cesa de retroceder en el
tiempo. En el transcurso de los últimos años, ·el arqueó
logo J. Mellaart ha puesto al día, en Catal Huyuk (Ana
tolia), los restos de una civilización que se habría desa
rrollado siete mil años antes de nuestra era. Se aproxima
uno, pues, progresiv�mente, aº los atlantes, y su existen
cia se hace cada vez menos imposible. »
Ante esta exposición tan meticulosa como cauta, no
podemos por menos que asentir. Sabemos que los pue
blos, al igual que las personas y las cosas, nacen, crecen
y mueren. Incluso cabe la posibilidad de una «resurrec
ción», pero jamás será lo mismo que antes, ya que se
habrán aglutinado nuevas formas, conceptos, ideas o
personas. Los imperios del pasado han muerto, pero los
pueblos que los formaron, habitados por otras gentes,
descendientes unos de aquéllos y otros no, todavía sub-
•
s1sten.
Si existió la Atlántida, algo debemos llevar en nues
tra herencia genética de aquellos llombres; tal vez el
recuerdo intuitivo o una «memoria subyacente ». Y todo
esto nos permite casi asegurar qt1e en un planeta cubier
to de agua en sus dos terceras partes, la navegación
atlántica no pudo empezar hace apenas cinco siglos, ha
bida cuenta de la cantidad de vínculos existentes entre
América y Europa o Africa, como es el desarrollo de la
arquitectura piramidal, tan sorprendentemente similar
en México y Egipto, o la existencia de razas no oriun
das en el Nuevo Mundo, que se consideraba, en cierto
modo, «separado» del Viejo.
119
Y esto, unido a los hechos ciertos, incontrovertibles,
de la pericia náutica de los misteriosos navegantes fe
nicios y la influencia que ejercieron en el Mediterráneo
durante ·siglos, nos vuelve, de nuevo, a nuestro tema
principal, o sea a la cartografía, sin la que
· es imposible
realizar viajes marítimos. ·
Suponemos que si Platón, Diodoro Sículo, Herodoto,
Donnally, Churchward, etc., entre otros muchos, tenían
razón en sus teorías o exposiciones, aquellos antiguos
atlantes, uighures, carios, olmecas o fenicios depen
diendo de la época o la ubicación , debieron ser unos
magníficos navegantes, como debió serlo Noé, el primer
arcano. Nuestra base de sustentaci9n podría ser la de
que el hombre aprendió a navegar casi al mismo tiempo
que a caminar, ya que, al convertirse en Horno sapiens,
se vio rodeado de agua casi por todas partes.... ¡ Y crú
zar el Atlántico a nado nos parece un poco exagerado!
Damos por sentado que los fenicios pudieron haber
estado en América y hasta que, tal vez, fuesen origina
rios de allí. Sobre esta cuestión aún hay mucho que
investigar. Admitimos también que, mu�hísimo antes,
• pudo existir una éivilización marítima cuyas naves re
corrieran los siete mares y hasta hubieran trazado ma
pas de lugares que hoy_ se nos ofrecen cubiertos con gla- •
121
,
Reloj astron6mico de Petrus ºApiano, astrónomo y matema-
tico de lngelstad ( siglo XVI)
122
• 1
•
123
•
78,5 : 38 2,06
-- - ---
. ...... -
...........
.
129 : 73 1,73
124 •
•
º
corresponde al paralelo 80 y se confunde casi exacta
mente con el viejo mapa.
Este error hace que el tamafio de la Antártida se mul
tiplique casi por cuatro, cosa que imitaban ca�i todos
los mapas de su tiempo.
•
Hechas estas rectificaciones, el mapa era casi exac·
to. Y Hapgood comprendió que Fineaus, al igual que
otros cartógrafos, se había servido de mapas o fragmen
tos de mapas anteriores agrupados con mejor o peor
suerte.
«Es posible hacer coincidir fragmentos de las costas
de Oronteus Finaeus explica Pierre Duval con 110
mapa moder110, y esta operación se realiza con una exac
titud total. Pero no es posible hacer coincidir todas las
• •
costas a un mismo tiempo. »
Aquí es preciso detenerse y hacer constar que no to
dos los que han investigado los mapas de Piri Reis y
otros, respecto a la Antártida, están de acuerdo. Cientí
ficos soviéticos, entre los que hemos de destacar al pro
fesor L. D. Dolguchín, del Instituto Geográfico de la
URSS, han asegurado que «el trazado de Piri Reís no
corresponde al Antártico, sino a la extremidad sur de la
Patagonia y de la Tierra de Fuego». Y este hombre de
ciencia añade que si la infor1nación que expone fuese
correcta, habría sido recogida antes de la última glacia·
ción, la cual, supone él, tuvo lugar hace un millón de
años. Y es aquí donde no estamos de acuerdo nosotros,
puesto que de la cuestión de la inclinación del eje polar,
de paleoclimatología, glaciaciones u otros «desmanes»
geológicos del pasado, como la deriva de los continentes
o los desplazamientos ecuatoriales, podríamos empezat
v no acabar.
El prof. N. Y. Mepert nos dice Paul-Emile Víctor ,
•
12
secretario del Instituto de Arqueología, declaró: «En la
Historia han de esperarse sorpresas tan grandes como
en física nuclear. Por ello es necesario estudiar esos
mapas.J>
Y eso hizo Charles H. Hapgood, con ayuda de la ·Nova
et Integra Universi Orbis Descriptio, que es el título que
ostenta el map·a de Oronteus Fineaus, volcándose ávi
damente sobre él y dándos_e cuenta de que la Antártida
se representaba libre de hielos en su mayor parte. Estu
dió los ríos y los fiordos, observando que la costa estaba
más recortada que en nuestros mapas actuales, donde
observó la ausencia de la península de Palmer. Y esto
dejó perplejo a Hapgood hasta dars� cuenta de que di
cha península, en realidad, no existe... ¡ y no es otra cosa
que un banco de hielo que une una isla con el conti·
nente!
Entonces surgió la pregunta alarn1ante. Ante estos
resultados, ¿cómo y cuándo se trazó el modelo en el
que se «inspiró» Oronteus Fineaus?
A falta de una respuesta concreta, los científicos que
han investigado el casquete glaciar antártico ya no creen
que los hielos date11 de varios millones de años, ya que,
durante el último millón, por lo menos ha habido tres
períodos de clima templado. Los sondeos geológicos así
lo han confir1nado. Y se sabe que el último período cá
lido acabó alrededor de cuatro mil años antes de J. C.,
habiendo durado largo tiempo.
Esto no coincide con lo que se suponía de que los
casi cuatro kilómetros de espesor del hielo llevaban allí
varios millones de años. Y nos sitúa en condiciones de
afir111ar que hace más de seis mil años... ¡ alguien pudo
cartografiar las costas de la Antártida sin el obstáculo
de los hielos!
.- 126
•
•
127
un �norme ejército y haber conquistado gran parte del
mundo antiguo y expulsado a los fenicios de sus ciuda
des-estado y de casi todo el Mediterráneo, también po
seía una . enorme flota naval. Y lo singular es que esta
gran flota se hallaba dispuesta para iniciar 110 viaje ha
cia lo desconocido cuando murió Alejandro .. ,
Dejemos que sea Pierre Carnac, el autor de La histo
ria empieza en Bimini ( op. cit.), cuente su versión:
<<En la época de la 113.1' Olimpiada ocurrió algo que
llamaría poderosamente la atención con el tiempo. Sa
bemos que Alejandro Magno, hacia el año 323 a. J. C. con
centró una nutrida flota en la 1·egión del golfo Pérsico.
Algunos autores hablan incluso de ochocientos navíos y
de una dotación de cinco mil hombres. Pero también
sabemos que dicha flota. desapare·ció inmediatamente
después de morir el gran rey. La víspera de la muerte
de Alejandro, los navíos habían sido preparados para
zarpar hacia un destino desconocido. Sea como fuere,
•
128 •
•
•
129
• •
130
•
las que ahora contemplamos el pasado, hurgando entre
lo que nos contaron y lo que verdaderamente ocurrió.
Y, por todo esto ¡ y mucho más que omitimos!
estamos convencidos de que, además de revisar la His·
toria, es necesario volverla a escribir desde nuevos fun
damentos. Si hace cuarenta y tres mil años se explotaba
una mina de hierro en Africa del Sur, �i los fenicios
fueron los olmecas, o sus parientes o amigos próximos,
si los griegos, imitando a sus adversarios mediterrá·
neos, viajaron también hacia el Nuevo Mundo... ·¿Por
qué no pudo haber alguien que, además de trazar los
planos de los grandes y enigmáticos templos de la An
tigüedad, como las Pirámides de -Egipto o las de Teoti
huacán o Tiahuanaco, no hiciese también mapas de las
costas del mundo entero?
Piri Reis no se inventó todo lo que puso en sus ma
pas y que en su época aún no estaba «oficialmente» des
cubierto. Asegura que lo copió de otros mapas. Pudo
estar equivocado en cuanto al auténtico origen de su
información, ¡ vale! Pero no hay duda de que los inves
tigadores modernos están desconcertados de la sabiduría
de aquellos misteriosos cartógrafos que, por ejemplo,
sabían de la Antártida casi tanto �orno nosotros.
¿Quiénes somos, en realidad? ¿De dónde venimos?
131
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VII. ¿UNA CIVILIZACIÓN DESCONOCIDA?
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<,¿Era esa civilización de origen
extraterrestre? En cuanto a los ma·
pas de Piri Reís, afortunadamente, no
vemos cómo hacer in ter venir a venu
sianos o cualesquiera otros extraterres·
tres ...»
133
•
'134
L:\·ulucio11a<la ya para que, sin más ayuda que la selec·
ció11 natural, haya pasado de ca,,ernícola a supertécnico
en un período tan corto. Creemos que, por el contrario,
el hombre llegó del exterior y tras una larga historia de
v·icisitudes, retrocedió a lo qt1e llamamos la Era Antro
pozoica o Cuaternaria.
Supongamos que durante esos dos o tres millones de
años llegó la astronave que hemos aludido antes. Los
seres que vi,1ían en la Tierra eran antropoides, primates
o simples simios, lo que no es óbice para que alguno de
ellos, o muchos a la vez, fuese <<educado>> por los visi
tantes. Luego, o se fueron los alienígenas o se mezcla
ron con los aborígenes. Pero la <<mutación>> genétiéa ya
se había producido.
Luego, pudimos sufrir la <<invasión» de otros seres
antropomorfos. Incluso hay quien asegura que «descen
demos>> de seres que, previamente, se habían ido de la
Tierra· y a su regreso, por esa misteriosa ley de la relati
,,idad temporal, ¡fueron los continuadores de la especie!
Hay muchas posibilidades de que el Universo esté
más densamente poblado de lo que -suponemos y hasta
de que los <<dioses>> del pasado hayan e.xistido, en forma
de superhombres, magos, rC)'es o hasta gigantes de entre
dos o tres metros de estatura, cosa que la biogenética
no desca1·ta en absoluto, ya que se trata de una simple
cucs tión de hormonas.
Ya te11emos al hombre ,,iviendo en la Tierra, tutelado
por sí mismo o por alienígenas. Para subsistir es pre-
ciso obtener alimentos y el mar ofrece abundancia pro
teínica en los peces. Embarcaciones y redes son los útiles
necesarios, como el arado lo es para la agricultura. Si
los ·dioses enseñaron o no a los hombres la navegación,
la pesca y la agrict1ltura, no importa. Lo importante ocu-
135
rrió cuando, en algún lugar, la tierra te1nbló, se hundió
o se inundó. Esta catástrofe se está repitiendo continua.
mente durante siglos. La muerte i11di\1idual o colccti,·a
es el tributo que el hon1bre paga poi· la ,rida.
¿ Y pues? I-Ienos aquí ante la ignora11cia de cuántas
civilizaciones han surgido e11 nuestro planeta. De tres ·o
cuatro mil años antes de J. C. tenemos noticias de algu.
nas, así como de vestigios inclasificables aún que podrían
testimoniar la existencia de otras. Y l1enos también en
la ignorancia de lo que nos ocul ta11 las aguas oceánicas
en sus profundidades, }·a que el mito de la Atlántida no
ha sido descartado aquí, como señalan1os. Los diálogos
de Platón son un argun1ento tan válido co1no cualquier
•
otro, si estuviese apoyado poi· algún otro testimonio, de
lo contrario, sólo puede quedar en l1ipótesis.
Ahora bien, en lo tocante a civilizaciones anteriores
a la sumeria, acadia, babilónica, fenicia o griega, ponga
mos por caso, las que l1ubie1..an podido existir anterior
mente, o sea más allá de ocho o diez mil años, poca
huella podrían l1abernos dejado res1Jecto a .una descrip
ción más o menos fidedigna de las costas y litorales,
puesto que de sobra sabemos que hay regiones que se
están hundiendo paulatinamente bajo las aguas, mien
tras que en otros lugares afloran tierras o islas. La Tie
rra está en ininterrumpida transfor1nación. Pero mapas
del Mesozoico o el Neozoico poco podrían interesarnos.
¿Con qué los íbamos a comparar?
No podemos, por tanto, suponer tina edad muy anti
gua a los mapas que sirvieron de paLita para que Piri
Reis trazase los suyos, tan parecidos a los nuestros. Su
poner que hace más de diez mil años el. mundo era
como es aho1·a es tanto como decir que la glaciación de
Würn1 III es un cuento inventado por los glaciólogos.
136
Pero, además, la Arqueología nos apoya al asegurarnos
que, cuando el mt1ndo era poco más o menos como es
ahora, o sea cuatro o seis milenios antes de J. C., el
hombre vivía de 11na forn1a más o menos primitiva en
casi todas partes menos en el Oriente Próximo.
�ste habría de ser, por tanto, nuestro punto de par
tida para iniciar este capítulo de la Historia de la Nave
gación, a no ser que descartemos la posibilidad de 11na
cultura precolombina en tierras del Nuevo Mt1ndo y que
los acontecimientos históricos hubiesen hecho desapare
cer como tantas otras culturas y civilizaciones.
Por tanto, si en 11n remoto pasado existió t1na civiliza
ción creada por seres extraterrestres, escasa o ninguna
relación debía tener con mapas de litorales que, como
máximo, pueden remontarse a diez mil años atrás, aparte
de que, como señalaron Paul-Emile Victor y Arlette Pel
tant, ¿para qué querían 11n mapa sólo de las costas los
que podían contemplar la Tierra desde el aire? Ahora
sabemos que interesan tanto los mapas de «tierra aden
tro• como los marítimos. Pero los de Piri Reis están en
la línea de estos últimos.
Descartada la posibilidad extraterrestre y de una ci
vilización anterior a los diez mil años ¡ como podría
ser la de Atlántida o Mu, si es que existieron! , sólo
nos quedan civilizaciones relativamente recientes, pero
anteriores, con mucho, al siglo xv.
Ya hemos visto que sumerios, acadios, fenicios, grie
gos pudieron haber reco1·rido las costas americanas.
Y hasta hemos barajado la posibilidad de que algun os
pueblos enigmáticos americanos, como los olmecas, hu
biesen podido trazar los primeros mapas . y gt1ardar ce
losamente el secreto de los lugares en donde obtenían el
cobre, el estaño, el oro Y. la plata. Ir por todos los puer-
137
·-u
•
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-...,
(.)
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......
(.)
C)
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138
tos del 1\'lediterráneo revelando a las gentes de dónde
traían la mercancía es tanto como incitar a la compe
tencia. Y ya ,·irnos a naves romanas seguir a las carta
ginesas pa1·a enterarse de la situación de las misteriosas
islas Casitérides.
Por lo tanto, 11uest1�a opinión es que los mapas en que
se inspiró Piri Reis fueron hechos por navegantes que re
corrieron. el mundo antes de J. C., pero después de
que el .hipotético hundimiento de la Atlántida se hubiese
producido. Esto es tanto como decir que durante el
transcurso de los diez mil años anteriores a J. C., nave
•
gantes desconocidos visitaron la Antártida, Groenlandia
•
y la costa sur de América.
Como, por otra parte, retroceder mucho en el tiem
po no nos conduce a nada seguro, lo más lógico es su
poner que estos navegantes pudieron existir sólo unos
miles de años antes de J. é., ya en un período relativa
mente histórico, en el cual entran perfectamente gentes
como los fenicios o los griegos.
¿ Qué posibilidades tuvieron éstos de· haber realizado
viajes transatlánticos? Al· parecer, todas. Poseían naves
que, sin llegar a ser el Titanic o el Queen Mary, podían
transportar hasta quinientas o más personas. Utilizaban
velas y remos. Pero las corrientes del Gulf Stream han
demostrado incuestionablemente que hasta sin arboladu
ra se puede viajar de Europa a América y viceversa. Ese
enigmático «Dragón>> que se muerde la «cola», como
simbólicamente llamaron los antiguos a la corriente del
Golfo, llevó a celtas, bretones, escandinavos, árabes,
portugueses y españoles, al otro lado del océano.
¡ Y sabemos que mil años antes de J. C. los fenicios
ya comerciaban en Gades, Tartessos, Lixur y las Islas
Afortunadas!
139
•
141
•
142
•
143
gas que nos aseguran algo verdaderamente digno de
tener en cuenta: cuatro mil años antes de J. C., los egip
cios efectuaron la primera navegación a vela. Pero mil
años antes, o sea en el 5000 antes de J. C., ¡ ya se extraía
cobre en Isle Royale, Lago Superior (Estados Unidos)!
De creer al egiptólogo André Pochan, el faraón Keops
vivió entre los años 4829 y 4766 antes de J. C. Pero otros
arqueólogos nos aseguran que la primera gran pirámide
fue construida allá por el año 2500 antes de J. C. La Histo
ria es confusa a este respecto, pero tenemos el dato des
concertante de la minería, que nos facilita James Bailey
en Los dioses reyes y los titanes ( op. cit.), coincidente
con hallazgos paleolíticos, tanto �n Oriente Medio como
en Europa, que sugieren algo así como ritos funerarios
. . .
y creencias metemps1qu1cas o reencarnat1vas, ¡ya que a
�
144
•
•
145
•
146
•
•
147
táculo que se oponga a las empresas del hombre y ha
quedado bien demostrado. Por ello estamos seguros de
que hace mucl1ísiruo tiempo, segura1nente en los albores
de la Humanidad, alguien cruzó el Atlántico, aunque no
podamos decir en qué dirección.
Por lo tanto, estamos en la obligación de reconocer
que, en tiempos mucho más remotos de lo que algunos
están dispuestos a admitir, el hombre se hizo a la mar
y cruzó los océanos en todas direcciones. Se alimentó
de peces y bebió del hielo derretido de los «icebergs»
-aunque bien pudo llevar odres de agua consigo-, y
cuando las corrientes lo desviaban posiblemente utiliza
ría el remo. Así se llegó a Australia, a América y, tal
vez, procedente de Centroamérica, siguiendo las corrien
tes surecuatoriales del Pacífico, se alcanzó las islas Fili
pinas, el surdeste de Asia y pudo establecerse en el Valle
del Indo, como aseguró Valmiki, al referirse a las expe
•
riencias náuticas de los mayas o sus antepasados .
Naturalmente, creemos que no fueron aquellos los
tiempos en que se trazaron los mapas de los que, trans
curridos los siglos, copiaría el almirante Piri Muhyi 'I
Din Re'is, entre otros motivos porque la escritura no
surgió hasta mucl10 después.
•
Lo que �inceramente opinamos es que los mapas de
Piri Reis fueron copiados de 'ºs que, sin duda al·guna,
trazaron los marinos de la llamada talasocracia, los pue
blos del mar, o sea los fenicios, los cretenses o los aqueos,
sin olvidar por un instante que desconocemos cuál fue
el verdadero origen del pueblo egipcio.
Y, por supuesto, no olvidamos que en Santa Rita, jun
•
to al lago Maracaibo (Venezuela), se ·encontró una pin
tura «rupestre>> en donde aparecían el nombre y los tí
tulos de Sargón �e Akad, correspondiente al año 2370
148
•
149
•
- •
'
•
•
•
•
VIII. WS CRETENSES
151
que la miceniense, y que, evidentemente, ejerció una ac
ción enor111e en toda la cuenca del mar Aigeus, se com
prenderá la importancia de esta isla, y por ella la de
Minos, su rey héroe histórico, legendario.»
Precisamente, en Creta, según la leyenda mitológica,
fue donde nació Zeus, en una gruta del monte Ida. Zeus
«tuvo amores» con Europa y de esta unión «divina»
-¡ vayan los mitólogos modernos o los evemeristas a
interpretar esto como quieran! , nació Minos, el legen
dario rey de Creta-, que no sólo es el hijo, sino también
el amigo del Dios Padre (Zeus = Júpiter = Dios).
La mitología clásica griega nos cuenta que Minos fue
a visitar a su padre a la gruta y allí Zeus le instruyó y le
facilitó un código legal. Contrajo matrimonio; con Pasi
fae, hija de Helios ( el Sol) y Perseis. El trono de Creta,
según la leyenda, lo consiguió con ayttda de un gran toro
que Poseidón hizo surgir de las agt1as y que fue guardado
por Minos ·para mejorar la raza de sus rebaños. Pero
Poseidón dio al toro tal acceso de rabia que sólo Hércu-·
les pudo acabar con él.
Pasifae, esposa de Minos, tu\'O contacto carnal con el
toro y el resultado fue el nacimiento del Minotauro, al
que Minos �ncerró en el Labe1·into construido por Déda
lo. Parece ser que el rey Minos fue un auténtico muje •
1.52 •
f
153
ateniense, Teseo, fue a Creta a poner término a este hu
millante tributo, y tuvo la suerte de «caer bien• a la hija
de Minos, Ariadna, la que le ayudó a entrar y salir del
Laberinto, dándole 11n ovillo de hilo. Teseo mató al Mi·
notauro y regresó a Atenas, no sin antes arrojarse al mar
a recobrar el anillo de oro que el rey de Creta había arro-·
jado al agua.
Y José Pijoan nos dice: <<He aquí otra fase de la le-
•••
1'4
•
Y allí aparecería el famoso disco de Festas, todavía in
descifrado, que está dividido en palabras.
Parece ser que ab11ndan los escritos de los antiguos
cretenses. En el palacio de K.nosos se hallaron archivos
de tablas de arcilla con incisiones que todavía no han
podido ser descifradas. Son dos los sistemas de escritura
cretense: 1100 es jeroglífico, con representaciones de ob
jetos reunidos por sílabas y el otro el de escritura cunei
forrne o incisiones en barras de plomo, que fue encon.
trado en Creta y en la propia Grecia.
José Pijoan nos dice que «estas marcas lineales agru
padas como sílabas han sido descifradas recientemente
por 11n arquitecto londinense_, y por lo que se desprende
de sus estudios algunas veces son análogas al lenguaje
griego más primitivo y otras reproducen nombres de
personajes homéricos. »
Desde Creta se comerció con Asia Menor, en donde
habitaban frigios, lidios e hititas. Se trató además con
los egipcios, quienes han dejado constancia de los «pue
blos de la isla», llamados también «kafti», y que han
aparecido en muchas pinturas sepulcrales faraónicas.
Sabemos, también, que los marinos cretenses estuvie
ron en Sicilia, Venecia, Marsella, Mallorca y en la Penín
sula Ibérica. «Minos y los reyes tartesios de Andalucía
- ,asegura José Pijoan debieron de sostener relaciones
que dejaron indelebles huellas en los pueblos españoles
de raza mediterránea. La cerámica ibérica tiene influen
cias de las cerámicas prehelénicas. »
Y no es necesario que añadamos nosotros el singular
culto al toro de lidia que tanto practicaron los creten
ses, rafees imborrables en España y que, según Platón,
tuvieron su origen en la mítica Atlántida. La «tauroka·
thapsia» o salto del toro, una suerte de la lidia que aún
practican los for�ados portugueses, nos sugiere un ori-
gen comúi1 a estos. pueblos de la Antigüedad.
La civilización minoica desapareció hace muchos años
y no es descabellado pensar que sus gentes hubieran
«huido» o emigrado hacia Occidente, en busca de las.
Hespérides, la Atlántida o las costas de América, ya que
sus naves estaban en condiciones de cruza1· el Atlántico.
Y tampoco es un disparate sugerir que los constructores
del Palacio de Knosos, obra verdaderamente impresio
nante en una época en que alin no se habían alzado las
piedras de Stonel1enge, bien pudieron ser los que instn1-
yeron ¡ o realizaron por sí mismos! las grandes obras
arquitectónicas de México y Yuca�án, o, quizá, las de
Tiahuanaco. ¿Por qué no?
Para esta cuestión de las. fechas queremos apoyarnos
en el prestigio del profesor Pijoan, quien nos dice en su
Historia del mundo:
«Así, pues, hoy distinguimos en la civilización medi
terránea, que floreció primero en Creta y después en la
Grecia propia, tres tipos de cultura: minoano antiguo,
minoano medio y minoano moderno. La cultura micénica
parece pertenecer al minoano tercero; los poemas ho
méricos serían un eco de esta última época, que fijamos
1
hacia el 1300 antes de J. C. Evans dice: ' Nada posterior
al 1200 puede llevar el nombre de minoano." Y como de
esta fecha a ]a primera Olimpíada van seis siglos, ello
explica que se olvidara todo y que cuando Grecia volvió
a tener noción de su existencia como pueblo, ya Minos
era un monstruo o un semidiós, Teseo un héroe legen
dario y el palacio de Knosos m1 laberinto. >>
«Pero si el 1200 antes de J. C. es la última fecha de
las civilizaciones minoanas, ¿ cuál será la de su origen y
cuándo empieza a revelarse esta civilización original me-
•
•
•
157
existía un paraíso terrenal, invadido de exótica y luju
riante vegetación, plagado de caza y cubierto de una ri
queza que había deslumbrado a los marinos cretenses,
minoicos, prehelénicos, carios o egipcios • ·i ya que esto
poco importa! cuando la descubrieron.
Y ante la amenaza continua de los dorios, aqueos o
gentes del Norte, ¿quién se resiste, si la llamada era tan
sugestiva?
No queremos decir que esto fuese así y que los tala
sócratas (pueblos del mar) descubrieran América. Perso
nalmente, intuirnos que América estaba descubierta
muchísimo antes. Pero de algún punto hemos de partir.
O bien los primeros habitantes del Mediterráneo llega
ron de América o de algún continente atlántico interme
dio, o en el trasiego que se produjo durante las últimas
glaciaciones pudieron llegar los americanos hasta el Me
diterráneo. Posiblemente, esto no lo averiguaremos nun
ca. Pero podemos aceptar que durante aquellos años
-3000 antes de J. C. · se iba y venía de América, por
poco ortodoxo que parezca.
Luego... Nuevos pueblos, nuevos estilos, decadencias,
olvidos, silencios y turbios intereses hicieron el resto.
América fue olvidada, aunque no para todos. Los fenicios
pudieron recoger la herencia y aprovecharla mientras les •
fue posible.
Hemos· de tener presente que el mundo no estab·a en
tonces tan poblado como ahora. 3000 años antes de J. C.,
podía haber en todo el orbe de veinte a cincuenta millo
nes de habitantes, que, comparados con los casi cinco
mil millones que somos ahora hay para reflexionar. Los
pueblos, sin embargo, tenían las mismas necesidades que
. hoy y el alimento cotidiano había que buscárselo. La
«reserva» americana, por tanto, debía ser sigilosamente
1.58
•
159
salvó y el Saber, como poder oculto, se había ido trans
mitiendo a templos y conventos, hasta terminar por re
sucitar de nuevo.
Para ·1a Historia, Cristóbal Colón l1abía descubierto
América. Eso es cierto. Para nosotros, sin embargo, lo.
que hizo Colón fue redescubrirla. Y no queremos con
ello quitar mérito a su obra, aunque supiera a ciencia
cierta que al otro lado del Atlántico estaban las Indias
Occidentales.
Todo esto no altera los hechos. Si se sabía de la exis
tencia de un nuevo continente, arrostrar el peligro de
ir hasta él sin experiencia alguna tiene un extraordinario
mérito. Pero si se tiene un mapa meticulosamente deta
llado del lugar a donde se piensa ir, el mérito es menor,
sin duda.
Y nosotros, lo que nos proponemos afirmar aquí, por
que los hechos y las investigaciones modernas realizadas
·e n Estados Unidos por un equipo de científicos lo con
firma, es que ese mapa existía. Ignoramos quién lo hizo.
Tampoco s�bemos cuándo. Pero· sabemos que Piri Reis
copió unos mapas antiguos muy detallados ¡asombro
samente descriptivos! . y tales mapas alguien tuvo que
hacerlos. •
160
•
bemos que esas escrituras existían, aunque no podamos
saber cuándo se emplearon.
Atengámonos a los hechos. Los mayas de Centroamé
rica utilizaban una forma de escritura jero�lífica que, en
parte, ha sido descifrada. La otra parte, por razones que
ignoramos, sigue oscura y enigmática. Pero es que, ade
más, a la cultura maya se le ha dado un período crono
lógico posteI·ior al de las culturas occidentales, porque
no estaría bien visto que unos «bárbaros>> e ignorantes
castellanos conquistaran, o descubrieran, a pueblos mu
cho más cultos y antiguos que ellos. Esto por una parte;
y, por otra, que nuestro Dios era el auténtico, y el de
ellos era falso.
El obispo de Yucatán, don Diego de Landa, ordenó
«purificar» con fuego los códices mayas salvándose
muy pocos de la quema y el resto lo hicieron los sol
dados con la espada. A la galería europea se le dijo lo
que quería saber y el oro fue trasladado a España y
Roma.
¿Y la escritura maya? ¿Y la escritura preinca? Son
dos cuestiones distintas. La primera sigue ahí, revelando
que los sacerdotes ·astrónomos llevaban miles de años
observando el cielo y hasta conocían las fases de Venus.
Poseían un calendario tan perfecto como el egipcio y,
por si fuese poco, sus templos y construcciones eran más
admirables que nuestros viejos castillos. Y, por añadi
dura, más sólidos.
La escritura preinca... ¡ No existía! «Estos indígenas
no saben leer ni escribir dijeron los cronistas castella
nos . Utilizan Hquipos·, o sea cuerdas anudadas, para
recordar ciertas cosas. » Y no era cierto. En Cuzco había
un templo del Sol con inscripciones preincas. En Tia
huanaco hay estelas y esculturas. con escritura jeroglífi-
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ca. Pero no es eso todo. Parece ser que los antiguos pre
incas, hombres blancos que habitaro=°" en las orillas del
lago Titicaca, se fueron hacia el Pacífico, arribando a la
isla de· Pascua, y allí se han conservado tablillas de es
critura llamada <<rongo-rongo». cuya s·emejanza con la
escritura hindú de la Antigüedad es notable.
O sea que. aquellos antiguos pobladorés de América
sabían escribir, conocían la astronomía y, por supuesto,
navegaban sobre las olas. Hemos leído en la obra de Ja
mes Bailey la frase de Beatrice Lillie acerca de las olas.
«Cuando se ha visto una ya se han visto todas.» Pero esta
autora, según Bailey, sostuvo que cuando nuestros ante
pasados del cuarto y quinto milenio hubieron dominado
el océano, lo recorrieron todo, igual que los españoles y
los portugueses mucho más tarde.
Es cierto. Lo recorrieron. Tuvieron tiempo sobrado
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para hacerlo. Pispusieron de medios adecuados: eµibar
caciones para recorrer un mundo cubierto de agua en sus
dos terceras partes. Tenían que averiguar qué cantidad
de tierra les pertenecía y cuál era el territorio más idó
neo para instalarse, dadas las cambiantes condiciones del
suelo que pisaban. Y obvio es decir lo que buscaban.
Pero hicieron más. Lo midieron, lo dibujaron y... ¿Lo
dibujaron?, puede algu ien pregunt. ar. ¿Dónde están los
dibujos? ¡ Vamos, por favor! ¿Puede durar algo más allá
de un tiempo lógicamente razonable? ¿No se cuidaron
en el pasado de que desapareciera el revestimiento que
cubría la Gran Pirámicle porque, al parecer, alií había es
crito algo que los nuevos dirigentes no querían que pa
sase a la posteridad?
Puede que existan esos mapas, aunque en tal caso de
ben estar muy d·eteriorados. Pero la lógica nos hace su
. poner que desaparecieron con el transcurrir del tiempo,
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como la lógica también nos hace suponer que sin mapas
se hace muy difícil la navegación. Los libros antiguos se
reproducían a mano, se copiaban. Y no sería hasta que
Gutenberg inventó la imprenta que ·estas cosas se ven
con óptica distinta.
Y si se copiaba un libro, ¿por qué no iban a copia1·
]os mapas los marinos? Piri Reis lo hizo. Copió regiones
del globo .que sus contemporáneos no conocían por to-
das las razones que llevamos expuestas aquí. Y ya hemos
visto cuáles eran estas razones. Y piénsese también que
un mapa, a bordo de una embarcación, corría ta11to pe
ligro como sus tripulantes.
Precisamente, Pierre Duval, en La cierzcia ante lo e.t:
traño, reiteradamente mencionada aquí, dedica una parte
de su libro a explicarnos el enigma de la Máquina de
Antikythera, hallada entre los restos de una nave que se
hundió alrededor del año 80 antes de J. C., y que, según
el arqueólogo De Solla Price, se trata de un reloj ast1�0-
nómico «sin balancín y sin escape.>>, fabricado en bronce
y en el que se habían practicado soldaduras, posiblemen
te autógenas. ¡ Caramba con los marinos de la Antigüe
dad!
Naturalmente, el objeto estaba hecho 11na lástima �·
fue precisa una labor de restauración meticulosa y ar
dua, pero que per111itió dejar al descubierto números e
inscripciones. El bronce resistió dos mil años de inme1·
sión, pero los mapas, no.
Por otra parte, no son necesarios los mapas de pet·
gamino, papiro o piel. El propio Charles H. Hapgood
pudo examinar un mapa de China, grabado en piedra er1
el año 1137, aunque ya era conocido muchísimo tiempo
antes, y pudo deter1ninar los grados de latitud y longi
tud basándose en referencias fácilmente identificables.
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Y Hapgood quedó convencido de que, en la Antigüe
dad, hubo algu ien que trazaba mapas. del mundo con una
técnica sorprende11temente tecnológica.
Esa civilización tan avanzada, por supuesto, pudo de·
saparecer. Quizás, alguien encontró sus huellas y las con·
servó, reservándoselas para sí, y nosotros hemos estado
en la ignorancia de todo ello hasta que los· mapas de Piri
Reis l1an puesto a un grupo de técnicos y científicos so
bre la pista de lo que, si guiendo el curso conocido del
progreso de los pueblos, era imposible que fuese cierto.
Y, sin embargo, lo es. En un remoto pasado al guien
estuvo en la Antártida y dibujó sus costas. El mismo nom
bre de Antártida parece señalarnos el nombre de Ant, o
And, tan antiguo. Y el hecho de que la cordillera de los
Andes figure en el mapa, ¡ la única! , señala un camino
a seguir, cuyo curso podía ser el río Amazonas o el Pa-
rana.
En los Andes existió una- antiquísima cultura que pudo
extender sus naves hasta más allá del Mediterráneo, en
tiempos que nos estremece pensarlo.
¿Tendrá razón el doctor Javier Cabrera Darquea, de
lea (Perú)?
Sinceramente, creemos que sí.
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ANEXO
P. G ttir,,I)
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•
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,
• •
'
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.....
1
Gl<A.\ 1Jf:'S J'l:.CIJAS DE LA JJJSTORJA
167
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primeros na\'egantes llegan a las islas de!
Pacífico Sur. En China, fundición de escul·
turas ceremoniales en bronce. Se establece
por los hititas el gobierno imperial que in
clu}·e provi11cias distantes. Aparición de 104;
(Iterramares� en Italia del Norte.
1475 Batalla de Mcgiddo.
1450 Explosión de la isla de Tera. Conquista de
Creta por los micénicos.
1400 Empieza el desarrollo de !a civilización mi
cénica. Invención y uso del hierro en Orien
te Medio. Primer alfabeto manuscrito com
pleto (Ugarit, Siria). Los hebreos introdu·
ccn el concepto del monoteísmo.
1380 » Reinado <.le. Suhbiluliuma, rey de los hi·
titas.
1365 » Intento de reforma religiosa de Ameno
fis IV -Akena ton-, en Egipto.
1300 » Aparición del alfab�to. Los arios se insta·
Jan en el valle del Indo.
1269 )' Ramsés 11 impone al Próximo Oriente la
«·Paz egipcia».
1250 Comienzan en Grecia las invasiones dorias.
Saqueo de Troya y la Tróade por los mi
céo icos.
1235 (�ampañas en el Mediterráneo por los pue
blos del mar con aliados terrestres.
1230 '> Colonia fenjcia de Lixo (Marruecos).
1210 » Fundación fenicia de Cádiz. La prime1·a de
las dos colonias fuera del Mediterráneo en
la costa atlántica. Se conquistan los puer
tos que utilizaron los pueblos del mar.
1200 Cultura Chnvín, en el Perú.
1190 » Utilización del hierro. Destrucción de los
1nicénicos, Creta, los hititas, Ugarit y otros
puertos fenicius.
)183 1 ()) r= inal de la gt1cr1·a de Troya.
1180 )1
Hundimiento del Imperio hitita.
1 1 58 �l . J . e. J":'i 11al <.le la dinastja casita de Babilonia.
171
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172
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b6U luve11c;¡ón Je lu mor,e;Ja r,or :lJ:) gr1ego'l,
en Asia.
66) ., Conquisl�1 de Egipto por los asirio� .
660 Fundación de Bizancio.
654 • Colonia fer1icia en Ibiza.
f.50 P1-incipio de cultura ma),a en Guat\!TI'>i.lla.
625 Nacimiento de Tales de Mileto.
622 Redacción del Deuteronomio.
621 7'' Dracón, legislador de Ate11as.
616 Establecimiento de la dinastía de los Ta1·
quinios, en Roma.
612 • Hundimiento del In1perio Asirio .
600 'h Fundación de Marsella.
594 • Legislación de Solón de Atenas.
586-539 )> Cautividad . de los .iudíos e11 Babilonia.
563483 J) (?) Vida de Buda.
560 )) Fundación, en Egjpto. de la colo11ia griega
de Bauc1·atis.
549 » Vida de Confucio. Auge de los persas: Ciro,
rey de medos y persas.
539 Ciro, auténtico dueño de Oriente.
525 l) Conqtústa de Egipto por los persas.
512 » Expedición de Darío a 11 India.
509 )) Caída de los Tarquinios. Instauración de
la República en Roma.
508 Reformas democráticas de Clístencs, en
Atenas.
500 » Primera tragedia de Esquilo.
498 >> Primera oda de Píndaro.
494 » ( ?) Creación de la Magistratura 1·oma11a d\!
los tribct1ales de la plebe.
490 » Batalla de Maratón.
480 » Batalla de Salarnina.
479 » Batalla de Platea.
449-443 » Final de las guerras médicas.
447 ,. Construcción clcl Partenón.
446 )) Paz entre Atenas y Espart:i.
443 a. J. C. Apogeo de Pericles.
442 » Sófocles: Antígona.
173
•
174
•
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•
INDICE
Prólogo • • • • • • • • • • • 9
El desconcierto de la Ciencia . - . • • 37
El desciframiento • • • • • • • • 71
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