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A principios del siglo V de nuestra era había en la India un joven monarca, muy
poderoso y arrogante, el rey Shirham. Éste, aburrido de los juegos de azar
superfluos, ordenó a su ministro, el sabio Sisa, inventar un juego de ingenio digno
de su realeza. Sisa le mostró el ajedrez y aprovechó para darle una lección de
humildad al rey. Le demostró, conforme le enseñaba las reglas del juego, que era
imposible derrotar a los ejércitos enemigos sin el total apoyo de su séquito. Cada
pieza en el ajedrez y cada soldado de su ejército debían armonizar sus fuerzas para
la victoria final, siempre protegiendo la vida del rey, la pieza más vulnerable del
juego. El rey Shirham, que comprendió la alegoría, se maravilló del nuevo juego y
ofreció la recompensa que su ministro considerase adecuada. Sisa no solicitó oro
ni diamantes sino una cantidad de trigo distribuido del siguiente modo: un grano de
trigo por la primera casilla del tablero de ajedrez, dos por la segunda, cuatro por la
tercera, ocho por la cuarta, 16 por la quinta, 32 por la sexta y, en ese orden
progresivo, hasta cubrir los 64 cuadros. Al monarca le pareció muy modesta esta
extraña petición y ordenó a sus tesoreros que fueran por el trigo. Sin embargo, al
hacer los cálculos necesarios se dieron cuenta de la fabulosa cantidad de granos
de trigo que debían conseguir, muy superior a todos los tesoros del Imperio. El rey
no pudo cumplir su compromiso y así se consumaba la segunda lección, esta vez
de prudencia y sagacidad.
Resulta que todo el trigo de la India no era suficiente para recompensar a Sisa, pues
se necesitaban nada menos que 18.446.744.073.709.551.615 (dieciocho trillones,
cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y
tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince
granos de trigo, resultado de la suma de la progresión geométrica: 2 elevado a 64,
menos 1).
Entre los siglos IX y X acaba de desarrollarse, salvo que algunos elementos son
diferentes, por ejemplo, el alfil es un elefante, y en lugar de reina tenemos a un visir
que solo puede avanzar una casilla. El ajedrez entra en Europa de la mano de
los árabes españoles.
El califa Harun al-Rashid le regala un ajedrez fabricado a finales del siglo IX a
Carlomagno que aún se conserva en la Biblioteca Nacional francesa. Hacia 1475,
en España, la pieza de la reina, que sustituye al consejero o visir árabe, adquiere
los movimientos actuales.
EL AJEDREZ MODERNO
El ajedrez con las reglas actuales nació a finales del siglo XV en España, muy
probablemente en Valencia. La diferencia con el que trajeron los musulmanes es la
incorporación de la dama, que da un gran dinamismo al juego porque es la pieza
más potente, en homenaje a Isabel La Católica.
El ajedrez arábigo o antiguo era una magnífica excusa para ligar en la Edad Media;
más concretamente, para entrar en los aposentos de una mujer sin ser etiquetado
de indecente. Tenía su lógica: el juego era mucho más lento que ahora, menos
dinámico, porque la pieza que ocupaba el lugar de la dama, alferza, sólo podía ir a
una casilla contigua en diagonal. Es decir, las partidas eran muy largas, y se iban
mezclando con bailes, conversaciones y requiebros. En realidad, lo más frecuente
no era jugar una partida entera, sino algo parecido a los diagramas con la leyenda
"Blancas juegan y ganan" que se ven ahora en los periódicos: se partía de una
posición determinada que obligaba a buscar una combinación brillante, casi siempre
difícil de encontrar, lo que también generaba tiempo para el lisonjeo y el cortejo
paciente.
Sea como fuere, está muy claro que el ajedrez moderno nació en España, un gran
imperio entonces, que lo exportó a gran parte de Europa y a América. Sin embargo,
la inmensa mayoría de los españoles desconocen ese hecho, lo que seguramente
no ocurriría si el país inventor fuera Francia, Alemania o el Reino Unido. No parece
descabellado sugerir que el ajedrez –cuya imagen está ligada a la inteligencia–
forme parte de la marca España, pero la probabilidad de lograrlo no es muy grande,
a juzgar por lo que Agustí Mezquida, director del documental La Dama del Ajedrez,
ha sufrido durante ocho años hasta estrenarlo el pasado miércoles en Madrid, horas
después de que los partidos políticos acordasen por unanimidad impulsar el ajedrez
como asignatura. "En TVE prefieren comprar documentales de la BBC al por mayor,
porque son más baratos, que uno español como el mío. También lo ofrecí a la
Semana Internacional de Cine (Seminci), de Valladolid, pero lo rechazaron. Luego
comprobé que todas las películas aceptadas versaban sobre hechos posteriores a
la Guerra Civil. Y me pregunto si los organizadores consideran que lo anterior a la
Guerra Civil es prehistoria", explicó Mezquida tras la proyección.
La incorporación de la dama como pieza muy poderosa –la reina Isabel también lo
era– tuvo importantes consecuencias sociológicas. La nueva versión del ajedrez era
un juego de guerra muy dinámico, que exigía mucha concentración; por tanto, ganar
y ligar durante la partida ya eran difícilmente compatibles. Quizá esté ahí el inicio de
la tremenda desigualdad de sexos actual en cuanto a calidad y número de
practicantes –sólo hay una mujer entre los cien mejores del mundo–, porque los
ambientes del ajedrez empezaron a ser muy masculinos.
Además, se decidió que cuando el peón llegaba a la última fila podía transformarse
en dama; es decir, un hombre se transformaba en una mujer, algo inaceptable y
sacrílego para el rígido catolicismo de la época. Pero la pasión que despertó el
nuevo ajedrez era demasiado grande para ser frenada por esa idiotez; de modo que
los italianos encontraron la solución: el pedone pasó a llamarse pedona, y asunto
resuelto. Hoy, más de 500 años después, esa pasión sigue enardeciendo a muchos
millones de personas en todo el mundo. Y España es el país que más torneos
internacionales organiza, y el más vanguardista en las aplicaciones pedagógicas y
sociales del ajedrez, aunque sus ciudadanos lo desconozcan.