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El rico y el pobre

Leer Lucas 16:19-31

Si comparamos la vida de un pordiosero con la del magnate Bill Gates,


obviamente daríamos preferencia a vivir como un rico. No se compara la
comodidad y los placeres que ofrece a la persona una vida opulenta:
millones de dólares en la cuenta bancaria, mansiones en varios lugares
pintorescos del mundo, popularidad, muchos amigos, siervos, etc.

Hay en los Estados Unidos una publicidad donde aparece una pareja en
un carro. De repente ambos empiezan a hablar a la vez, intentando
anunciar algo muy importante. Después de un intercambio de palabras es
el hombre quien habla primero y sus palabras son breves: “Cariño, creo
que debemos separarnos”. Después de una pausa es la mujer quien hace
el anuncio: “Querido, quería decirte que ayer gané el premio mayor de la
lotería federal con más de un millón de dólares”.

El pordiosero, en su mayoría enfermo, ciego o cojo, depende de la


misericordia de los demás, vive de los centavos que sobra de la persona
que le encuentra en la calle. Se alimenta mal y no tiene amigos. Su futuro
es morir como un indigente.

El pobre de la parábola de Jesucristo (Lc. 16:19-31) se llama Lázaro y es


el único personaje de todas las anécdotas de Cristo que lleva nombre, creo
que para hacer la narrativa más realista. En ella vemos la posición de
Lázaro en la tierra: sentado a la puerta de la mansión, su apariencia era
tan repugnante que solo los perros se acercaban. Aun lo que cayese de la
mesa del rico sería magnífico para el pobre Lázaro, pero de allá no le
sobraba nada.

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La disparidad en que ambos vivían era muy grande. El rico con todo y con
todos el pobre sin nada y perros como amigos. El pobre anhelando las
sobras del rico que se hartaba él y sus amigos con los platos más
exquisitos.
 Aquí la historia de Jesucristo tiene una transición muy repentina.
 Ambos se mueren: al mendigo lo llevan los ángeles y al rico los
enterradores.

El destino eterno de aquellos hombres se invirtió: Lázaro, que toda su vida


fue un pordiosero, al pasar a la eternidad se hizo millonario. Su paz y
tranquilidad en el paraíso o el “seno de Abraham” era algo inestimable,
algo que cualquier magnate hubiera dado toda su fortuna con la finalidad
de obtenerla. Los judíos antiguos creían que la salvación era privilegio de
los ricos. Creían que por sus grandes ofrendas, por el respeto y la dignidad
que recibían de los líderes religiosos parecía que eso les garantizaba un
lugar en el cielo. Es por eso que Jesucristo cuenta la parábola escrita por
Lucas.

Indignado por el lugar eterno que le tocó, el rico empieza a hacer sus
“contactos” para que cambiaran su situación. Según opinaba él, era obvio
que habían cometido un gran error haberle enviado al infierno. Pide
misericordia a Abraham, todavía trata a Lázaro con desprecio al decir:
“manda a Lázaro...” como si el pobre pordiosero fuera todavía su siervo
o alguien inferior al rico. Ya no le importaba que Lázaro tenía llagas en
los dedos, lo importante era que le mitigara la sed al rico. Pero Lázaro, de
aquel momento en adelante estaría disfrutando, según los judíos, lo mejor
del cielo o del paraíso, en el seno de Abraham.

Aquí vemos algo interesante en la confianza que tenían los israelitas.


Creían que serían salvos por el mero hecho de ser descendientes de

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Abraham. No señor. La salvación y la misericordia la recibimos
solamente al rendirnos a Jesucristo. Buscar la salvación a través de
cualquier otro ser humano es una contradicción directa de la enseñanza de
las Escrituras. Leamos los siguientes pasajes:
 Solamente él es mi roca y mi salvación.
 Es mi refugio, no resbalaré. (Salmos 62:6)
 No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para
salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también
del griego, (Romanos 1:16)

Abraham le explica que los papeles se habían invertidos y que durante la


vida en la tierra el rico tenía de todo y Lázaro nada, en la eternidad hubo
un cambio radical en sus posiciones. Lo peor era que la situación del rico
jamás cambiaría y estaría eternamente en tormentos ya que había
separación entre los dos lugares eternos. Mientras Lázaro continuaría en
el mismo lugar eternamente, disfrutando el cielo.

¡Qué gran promesa tienen los cristianos! La vida eterna con Dios jamás
cambiará. Si aquí en la tierra tememos que no seremos salvos, en el cielo
no tendremos dudas de nuestra salvación. De la misma manera en que no
se puede pasar del infierno al cielo, de los tormentos a las bendiciones,
tampoco se puede pasar del cielo al infierno.

Pero el rico insiste con Abraham diciendo que aunque no goce él la


eternidad, que sus hermanos sean advertidos y que cambien de vida, que
estén más atentos a los pobres y les ayuden y así eviten la misma dicha
que fue victima. Pero Abraham le contesta diciendo que se negaba hacer
cualquier cosa por sus hermanos. Si ellos no hacían caso a la doctrina
conocida por todos los judíos, tampoco harían caso de un testigo de entre
los muertos.

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Son así los pecadores que no quieren arrepentirse. Si el rico se hubiera
arrepentido no estaría enfrentándose a la destrucción eterna. Para alguien
que no quiere rendirse a Dios siempre le falta algo: o le falta evidencias
de la existencia de Dios, o le falta oportunidad o le falta misericordia, o
quizás le falte poner su vida en orden antes de entregarse a Dios. Aun
después de Cristo haberse colgado en la cruz y después de ver la evidencia
de su divinidad en los milagros que operó al recobrar la vida de algunas
personas, la nación de Israel todavía clamaba:
—A otros salvó; sálvese a sí mismo, si este es el Cristo, el escogido de
Dios. (Lucas 23:35)

Siempre que leo este pasaje y otros semejantes me quedo atónito. Pienso
en la muchas veces en que fui indiferente a las necesitados, a los que me
pidieran dinero para comprar un pedazo de pan y no les di pensando que
comprarían alcohol o drogas. Un amigo latino me aconsejó diciendo: “Si
les das dinero estarás animándoles a que no trabajen, a que continúen
pidiendo”. Hay mucha verdad en esa lógica. Pero hay que tener en mente
las respectivas responsabilidades, o sea, mi responsabilidad delante Dios
que es la de ayudar a los pordioseros en cuanto que la responsabilidad del
pordiosero es saber cómo gastar lo que recibe.

¿Cuál fue el pecado que llevó el rico al infierno? Primero veamos lo que
no fue:
· El ser rico en sí no es pecado. La avaricia o el amor al dinero si es
pecado.
· El vestirse bien no es pecado. Al hacer de la ropa un ídolo sí es pecado.
· El comer bien no es pecado; el habito de comer demasiado o la
glotonería sí es pecado.

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Entonces, qué fue que llevó el rico al tormento? La indiferencia. Al rico
no le importaba si había o no mendigos en su puerta. Lo que era
importante, en su manera de ver, era él y los demás como él.

Lamentablemente en nuestros países, aparte de los prejuicios de raza y


color de la piel, también hay los prejuicios de las clases sociales. Sentirse
superior por tener más que otra, menospreciar a los pobres por el simple
hecho de que sean pobres, esos no conocen a Cristo.

El Señor siempre fue pobre – nació en un pesebre y murió en una cruz.


Entre el pesebre y la cruz hizo una obra incomparable sin gastar un
centavo. Aunque los que acompañaron a Cristo (sus discípulos, apóstoles)
utilizaron dinero, no hay ningún registro en el Nuevo Testamento que
pruebe que el Maestro haya manoseado dinero en los tres años de su
ministerio. Aun al explicar que era licito pagar impuestos, le mostraron el
dinero sin que él lo tocase. Así lo explica Mateo: “Mostradme la moneda
del tributo. Ellos le presentaron un denario”. (Mt.22:19)

En la película titulada “Wall Street”, cuya trama se desarrolla en el mundo


de los grandes negocios en la bolsa de valores, al hablar a un gran numero
de personas sobre su filosofía respeto al dinero el actor principal hace esta
declaración: “¡La avaricia es buena!” Lamentablemente esa es la manera
que piensan o actúan grandes comerciantes en todo el mundo. Cuando
preguntaron al sr. Rockfeller, heredero de una gran fortuna, cuánto dinero
necesitaba una persona para que fuera satisfecho, contestó: “Un poquito
más...”
Tanto los comerciantes como las demás personas tienen una necesidad
enorme de llenar el vacío que existe en ellas. Los hombres y mujeres de
negocios creen que si se llenan de dinero, llenarán también el vacío de sus
vidas, pero no es así. El vacío solo lo llena Jesucristo. No importa la

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cantidad de dinero que tenga la persona continuará vacía sin creer en
Cristo como el Hijo de Dios.

Los fariseos de la época de Cristo tenían amor al dinero y creían que con
una buena cantidad podían adquirir de todo, inclusive su salvación. Con
razón Jesucristo menciona 34 veces en 34 versos de los evangelios la
palabra “dinero”. El verso que sigue es el que mejor comunica esta verdad.
“Oían también todo esto los fariseos, a quienes les encantaba el dinero,
y se burlaban de Jesús”. (Lucas 16:14 NVI)

Muchas veces despreciamos a los que se visten pobremente. Hace veinte


años que hago obra voluntaria a una organización en nuestra ciudad que
se dedica a repartir alimentos preparados a personas en su mayoría
ancianas. Todos los jueves paso una hora, mientras recojo los alimentos y
los reparto. Muchos de los que reciben son mujeres ancianas que viven
solas en sus departamentos. Algunas están olvidadas y sus departamentos
descuidados y es difícil entrar en su cuarto para darle el alimento. Algunos
tienen varios perros y gatos que viven con ellos y eso empeora su
situación. El olor es fuerte y desanima cualquiera a entrar. Asimismo,
continuamos tanto yo como los demás que sirven la misma ruta, a llevarles
la comida al mediodía.

Santiago usa palabras muy fuertes para decirnos que el prejuicio de clase
social es algo malo e inadmisible delante de Dios, al decir:
“Si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa
espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con
agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: «Siéntate tú aquí, en buen
lugar», y decís al pobre: «Quédate tú allí de pie», o «Siéntate aquí en el
suelo», ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos y venís a ser jueces
con malos pensamientos? (Santiago 2:2-4)

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No es coincidencia que el hermano de Marta y de María también se
llamaba Lázaro, igual que el pordiosero de la parábola. Parece que el
Señor quiso probar que así como él resucitó al hermano de Marta y María
también salvará, a través de Cristo, a todas las personas, aun las más
pobres.

Conclusión:
En una subasta había un violín viejo, rayado y roto. El martillero lo
sostuvo con una sonrisa y preguntó varias veces: “¿Cuánto me dan por es
viejo violín? ¿Un peso, dos?” Al llegar a los tres pesos, pero antes de dar
el martillazo que terminaría de una vez aquella parte de la subasta, un
señor canoso se acercó al subastador, tomó el violín, luego el arco en sus
manos, afinó el instrumento y sacó unos sonidos preciosos que parecían
venir desde el cielo.

Enseguida, da el violín al subastador, quien empieza nuevamente a


subastar al viejo violín. “¿Cuánto me dan por este violín? ¿Mil pesos, dos
mil pesos, tres mil pesos?” Sorprendido el subastador agarra su martillo y
da dos golpes sobre la mesa y luego exclama: “¡Vendido por tres mil
pesos!”

Una persona, atónita pregunta: ¿Qué pasó? La respuesta es esta: El toque


del maestro cambió el valor del violín. El toque de nuestro Maestro
Jesucristo también te cambiará y te hará más valeroso si lo permites.
Entrégate al Señor.

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