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Revista CHAKANA, Volumen 1, 2017
egipcio o el australiano, que motiva dos poemas en los cuales la voz lírica se
identifica con la naturaleza: “Viniendo al Culanda, en Cairns, Australia,/ no
estoy soñando ni soy Chuang-Tse,/ pero transformado en una “Ulises”/ ¡me
veo!, me veo volar aleteando” (SO Chongju, 2000, p.33).
La concepción de la poesía de SEO Jeongju parte de ese deambular ocioso
ya señalado. El poeta es un viajero que se afirma en la plenitud del secreto que
aguarda en las profundidades: “Ni siquiera la buceadora de la Isla Cheju/ se
atreve a tocar la mejor y más grande de las orejas marinas,/ pegada en la roca
del mal… Si la sacas toda, vagarás con el corazón vacío./ El que la deja en
el mar esperando es verdaderamente un poeta” (p.109). En otras palabras, el
poeta es aquél que toma de la vida, de la poesía, solamente lo necesario para
que su secreto permanezca oculto en lo infinito, siempre por ser descubierto.
Esta austeridad de la poesía recuerda el “Arte poética” de Borges: “ver en
la muerte el sueño, en el ocaso/ un triste oro, tal es la poesía/ que es inmortal
y pobre”. A la vez, su sencillez está arraigada en un profundo conocimiento
de la naturaleza del tiempo, a cuyo paso todas las cosas se transforman sin
dejar de ser ellas mismas. Inconstantes, son las mismas y son otras, como el
río de Heráclito, que coincide con uno de los pilares del pensamiento budista:
la impermanencia. Es por ello que el poeta recibe la vejez como una ocasión
más para la poesía, siguiendo el refrán coreano que afirma que la vejez es un
retorno a la infancia, ese lugar mítico donde las cosas se revelan con todo el
brillo y la frescura de la primera mirada.
SEO Jeongju, que leyó a Nietzsche durante sus años de formación, coincide
con él en su visión de la infancia como el último estado del espíritu. En la vejez
del poeta, el descubrimiento de la naturaleza representa no solamente una
vivencia activa de esa inocencia reencontrada, sino también la visualización
de la propia naturaleza, del propio ser imbuido en el espacio y los objetos que
lo rodean. Observando la fragilidad de su existencia en aquello que encuentra
a su paso, una flor o una roca, la voz del poeta puede permanecer aún después
de la muerte, como los ojos de su padre en una orquídea. Así, la infancia y
la vejez son solamente los extremos de la espiral de un tiempo que retorna, y
dentro del cual la poesía transita como vaga el viajero por su tierra.
De igual manera, como se mencionó al inicio, aparecen en el libro temas
asociados al pensamiento oriental y a la tradición e historia coreanas, que el
propio poeta ha reconocido como “el elemento más importante de mis valores
y de mi vida poética” (p.151), sobre todo a partir de 1945, cuando su quehacer
poético comienza a coincidir con coyunturas bélicas en el Este Asiático. Fue
así como, por ejemplo, se interesó por la historia y las leyendas de Sil-La, reino
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Mauricio Chaves
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