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La escuela puede entenderse como una instancia para la mediación cultural de significados,
sentimientos y conductas de una comunidad social y el desarrollo particular de las nuevas
generaciones. Es acá donde se produce un fenómeno de renombre: la socialización, la cual
constituye un conjunto de acciones por las cuales una comunidad enseña a descubrir a sus nuevos
integrantes, las normas, los valores y las creencias que ellos mismos guardan en lo más profundo de
su ser, como signo de su individualidad, y que invariablemente coinciden con las normas, valores y
creencias que profesa la comunidad en que habitan. Cuando por alguna causa el aprendiz no logra
descubrir tales correspondencias, entran en funcionamiento otros mecanismos que le enseñan la
conveniencia de seguir buscando. En la literatura sociológica esto se denomina control social. (De
los Campos, H (2003): "Diccionario de Sociología")
Hoy en día es bastante común y cotidiano ver jóvenes en busca de una identidad, una imagen, un
ícono social, todo esto mediado por la influencia potente de los medios de comunicación. Su
distribución (limitada a los beneficios comerciales), la ha hecho accesible y cercana, en lo que puede
suponer, a la vez, tanto la pérdida de identidad, aparentemente lograda, al mezclarse las
experiencias y los modos de vida, como el fortalecimiento de la individualización cultural
(CASTELLS, 1994).
Sin lugar a dudas, estamos siendo invadidos por una cultura neoliberal, ajena a nuestra idiosincrasia,
heredada de países y sociedades capitalistas, con otras culturas y costumbres, produciendo un
rebote y repercusión directa en la cultura escolar. Bajo el alero educacional poco a poco se están
formando mentes dirigidas por el más preciso estímulo social que hayan recibido en ese momento,
desfigurando en parte el modelo educativo que se pretende moldear. Se genera una reformulación,
respecto al sentido de la vida, del rol en sociedad, de la compatibilidad sexual, social y familiar. A
pocos les causa sentido estos conceptos, los adolescentes ven su existencia como un mero
acontecer finito, un paso por la tierra e irremediablemente extinguible, así como muchas cosas que
ocurren en nuestro entorno le son indiferentes, como la política, las causas sociales, los hechos
delictivos, etc., amparados en la tan vilipendiada frase "no estoy ni ahí". Fácilmente los jóvenes caen
en conformismos que sólo les permiten sobrevivir; son muy pocos los que reaccionan ,
transformándose en obsesivos, deseosos del éxito económico, del estatus social, esclavo de la
eficiencia para ser ante sus circundantes un sinónimo de calidad, interesado en su bienestar propio,
cultivando la apariencia física y también emocional, en donde es un mero títere para sentirse
aceptado por sus pares.
En este escenario, es inevitable pensar que el rol docente se muestra sin iniciativa, arrinconados,
desplazados o simplemente superados por la arrolladora fuerza de los hechos, por la vertiginosa
sucesión de acontecimientos que han convertido en obsoletos sus contenidos y sus prácticas.
Nuestros maestros parecen carecer de iniciativa para afrontar exigencias nuevas porque en
definitiva, se encuentran atrapados por la presencia imperceptible de una cultura escolar adaptada a
situaciones pretéritas.
Necesitamos recuperar la iniciativa de la escuela, para esto es necesario entenderla como un cruce
de culturas, que provocan tensiones, aperturas, restricciones y contrastes en la construcción de
significados y en la formación de conductas. Si la cultura evoluciona, ¿por qué el modo de enseñar
no? Hasta ahora el centro de la enseñanza es el profesor, y el alumno cumpliendo un rol pasivo,
escribiendo, anotando, estudiando. No es la idea que el profesor pierdasu rol principal, pero con toda
esta vorágine de tecnología, se puede experimentar un cambio hacia nuevos modos de desarrollar la
actividad docente. Lamentablemente, a muchos profesores no les interesa aplicar en su sistema
educativo el uso de tecnologías e innovar. La "vieja escuela" se niega a probar otros métodos, pues
con el que emplean les ha otorgado sendos resultados. Pero todo cambia, y es de esperar que la
"nueva escuela" del magisterio expanda su mente, sus habilidades y destrezas, para así otorgar a
los alumnos el conocimiento, a través de varias alternativas, de modo de plantearles el saber por
atractivos caminos. En esencia, ser facilitadores del conocimiento y no un diccionario que tiene
respuestas a todo. Mas esta idea no es descabellada, un modelo único que ha funcionado es bueno,
pero también es válido, interesante y constructivo la variación en base a una misma idea
fundamental que nos mueve: El enseñar.
La cultura académica.
La escuela sólo desarrollará una tarea propiamente educativa, cuando sea capaz de promover y
facilitar el pensamiento autónomo, la reflexión, la reconstrucción del pensamiento, de la conducta...
Aprendizaje relevante y conocimiento disciplinar.
Doyle señala además que la vida escolar es en parte artificial y presidida por el carácter evaluador
de cuantos acontecimientos tienen lugar en ella.
Bernstein señala que la escuela se encuentra recorrida por dos discursos complementarios y
subordinados, el discurso de las competencias y el discurso del orden social y moral. El discurso
pedagógico es la regla que inserta un discurso de competencia en un discurso de orden social, que
confiere sentido y legitimidad al desarrollo de la instrucción y de las competencias correspondientes.
La función social que cumple la escuela en el entramado económico y político es la que proporciona
las claves para entender las modalidades del discurso instructivo y sus efectos en los aprendices. La
evaluación confiere el reconocimiento social a los productos de la escuela.
La estructura de tareas académicas, según Doyle incluye el conjunto de tareas en las que se implica
al individuo, a los diferentes grupos de alumnos y al grupo clase. Hay dos características clave para
definir la estructura de tareas académicas: la ambigüedad y el riesgo, que las definen desde la
perspectiva del alumno.
Para Bernstein, el discurso de competencias es un discurso recontextualizado crucial, que regula la
práctica pedagógica y construye el modelo de competencia pedagógica comunicativa. Distingue
además, dos componentes clave en el discurso, el currículum que define el qué y la pedagogía que
determina el cómo. El currículum mantiene algunos límites entre sus contenidos, según su grado de
aislamiento o comunicación, podemos hablar de un currículum de tipo colección (grado elevado de
aislamiento), o un currículum integrado (grado reducido de aislamiento entre disciplinas).
Bernstein clasifica tres tipos fundamentales de reglas que determinan la lógica interna de la práctica
Pedagógica, las reglas de jerarquía, de sucesión y ritmo y de criterio. La virtualidad educativa o socia
lizadora de las prácticas pedagógicas depende de la definición cualitativa de estas reglas.
Proporciona también una doble clasificación, por un lado diferencia entre pedagogías visibles e
invisibles y por otro el tipo de orientación de dichas pedagogías. Las pedagogías visibles son
aquellas que definen de manera clara y explícita las reglas que rigen la naturaleza de los
intercambios pedagógicos, corresponden mejor con el predominio de la clasificación fuerte de los
curricula academicistas. Por el contrario, las pedagogías invisibles se relacionan con una
clasificación débil, propia de los currículos integrados, flexibles y abiertos, requieren más tiempo y
espacio o al menos una configuración flexible del espacio y del tiempo, y una mayor preparación
personal y académica de los docentes.
La selección última de los contenidos del currículum debe ser siempre contextual y corresponde a la
capacidad del docente para comprender lo que cada estudiante y grupo de alumnos requieren. La
selección de contenido debe hacerse conforme a la cuádruple virtualidad: explicativa, aplicada,
artística, creativa, político, moral y psicopedagógica.
Esta concepción de la enseñanza educativa requiere una forma distinta de definir la función docente,
como agente principal en la configuración de los procesos de enseñanza. La tarea del profesor debe
incluir el propósito claro e irrenunciable de provocar aprendizaje relevante, estimular la activa
participación intelectual del propio aprendiz y facilitar el contraste con las formulaciones alternativas
de las representaciones críticas de la cultura intelectual. El profesor es considerado un profesional
autónomo que reflexiona críticamente sobre la práctica cotidiana para comprender tanto las
características específicas de los procesos de enseñanza aprendizaje, como del contexto escolar en
que la enseñanza tiene lugar.
Como síntesis, las tres funciones básicas de los docentes son: ser el que abra el acceso a la cultura
crítica de los alumnos, facilitar su aprendizaje relevante y ser animador cultural.
El principal artífice de este cambio es el profesor, junto con el resto de profesionales, que debe
adecuar el currículum, para que este tenga por objetivo el logro de seres autónomos y críticos.