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Inclinarse sobre las

heridas
22 de Febrero de 2019

Cuando era niño, mi madre me enseñó a inclinarse cuando el sacerdote


elevando la hostia exclama «Aquí está el Cordero de Dios» y a repetir
en voz baja «Mi Señor y mi Dios», las palabras pronunciadas por el
apóstol Tomás mientras reticente con sus dedos toca las heridas del
Jesús resucitado. Fue precisamente desde esta escena desde donde
comenzó el Cardenal Tagle abriendo el debate en el que durante tres
días participaron los presidentes de todas las conferencias episcopales
del mundo para tratar la dolorosa cuestión de la protección de los
menores. El arzobispo de Manila en su intensa conferencia dijo que
nadie puede decir «Mi Señor y mi Dios», la más fuerte afirmación de fe
de todo el Evangelio, si no tiene el coraje de mirar y tocar las heridas de
Cristo. Quien, por miedo, cierra los ojos ante las heridas, no puede
reclamar el derecho a ser enviado a proclamar el Evangelio. Y las
heridas de Cristo coinciden con las de los hombres, con las de las
pequeñas víctimas de la violencia.

Sin esta lectura bíblica que se abre a la dimensión espiritual, todo el


trabajo del encuentro extraordinario deseado por el Papa en estos tres
días en la sala del Sínodo, aun llevando a la puesta a punto de
estrategias operativas y prácticas concretas para responder a la crisis
relacionada con los abusos sexuales, resultaría una operación tan
grandiosa como privada de sentido. En su discurso del segundo día, el
cardenal Cupich de Chicago lo reafirmó: «Ninguno de los elementos
estructurales que adoptamos como Iglesia sinodal, por importante que
sea, puede guiarnos fielmente en Cristo a menos que unamos todas
nuestras medidas al dolor penetrante de aquellos que han sido
maltratados y de las familias que han sufrido con ellos».

Para un católico viene primero la metanoia, la conversión y luego los


procedimientos más o menos efectivos; de lo contrario, se cae en el
riesgo temido por el Papa Francisco en el discurso de hace un mes ante
los obispos centroamericanos reunidos en Panamá, el riesgo de
«funcionalismo eclesial y clericalismo -tan tristemente extendido, que
representa una caricatura y una perversión del ministerio». En ese
discurso del 24 de enero, el Papa ya había centrado el tema que el
cardenal Tagle ha desarrollado, sin nombrarlo, en su intervención, el
tema de la kenosis.

Sin el conocimiento de este concepto, no podemos entender la visión


de la Iglesia de Bergoglio, que es esencial para comprender lo que está
sucediendo en estos tres días en la sala del Sínodo. Escuchemos de
nuevo las palabras del discurso de Panamá: «En la Iglesia Cristo vive
entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una
Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente,
no es la Iglesia de la kénosis […] Es importante, hermanos, que no
tengamos miedo de acercarnos y tocar las heridas de nuestra gente,
que también son heridas nuestras y esto hacerlo al estilo del Señor. El
pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo; es más,
podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad de
dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas».
Kenosis es un término que en teología sirve para indicar el misterio de
la encarnación de Cristo, del Dios que «baja» y se convierte en hombre,
asumiendo la naturaleza humana. Es lo que debe hacer la Iglesia fiel a
Jesús: rebajarse: bajarse. Hacerlo siempre, y especialmente hoy, en
presencia de menores abusados con sus heridas que claman justicia.
Esta es la razón por la cual el aspecto más importante de la enseñanza
de mi madre no está en las palabras de Tomás que deben repetirse,
sino en esa pequeña reverencia que debe hacerse frente al cuerpo de
Cristo.

A.M
http://www.osservatoreromano.va/es/news/inclinarse-sobre-las-heridas

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