Cuando era niño, mi madre me enseñó a inclinarse cuando el sacerdote
elevando la hostia exclama «Aquí está el Cordero de Dios» y a repetir en voz baja «Mi Señor y mi Dios», las palabras pronunciadas por el apóstol Tomás mientras reticente con sus dedos toca las heridas del Jesús resucitado. Fue precisamente desde esta escena desde donde comenzó el Cardenal Tagle abriendo el debate en el que durante tres días participaron los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo para tratar la dolorosa cuestión de la protección de los menores. El arzobispo de Manila en su intensa conferencia dijo que nadie puede decir «Mi Señor y mi Dios», la más fuerte afirmación de fe de todo el Evangelio, si no tiene el coraje de mirar y tocar las heridas de Cristo. Quien, por miedo, cierra los ojos ante las heridas, no puede reclamar el derecho a ser enviado a proclamar el Evangelio. Y las heridas de Cristo coinciden con las de los hombres, con las de las pequeñas víctimas de la violencia.
Sin esta lectura bíblica que se abre a la dimensión espiritual, todo el
trabajo del encuentro extraordinario deseado por el Papa en estos tres días en la sala del Sínodo, aun llevando a la puesta a punto de estrategias operativas y prácticas concretas para responder a la crisis relacionada con los abusos sexuales, resultaría una operación tan grandiosa como privada de sentido. En su discurso del segundo día, el cardenal Cupich de Chicago lo reafirmó: «Ninguno de los elementos estructurales que adoptamos como Iglesia sinodal, por importante que sea, puede guiarnos fielmente en Cristo a menos que unamos todas nuestras medidas al dolor penetrante de aquellos que han sido maltratados y de las familias que han sufrido con ellos».
Para un católico viene primero la metanoia, la conversión y luego los
procedimientos más o menos efectivos; de lo contrario, se cae en el riesgo temido por el Papa Francisco en el discurso de hace un mes ante los obispos centroamericanos reunidos en Panamá, el riesgo de «funcionalismo eclesial y clericalismo -tan tristemente extendido, que representa una caricatura y una perversión del ministerio». En ese discurso del 24 de enero, el Papa ya había centrado el tema que el cardenal Tagle ha desarrollado, sin nombrarlo, en su intervención, el tema de la kenosis.
Sin el conocimiento de este concepto, no podemos entender la visión
de la Iglesia de Bergoglio, que es esencial para comprender lo que está sucediendo en estos tres días en la sala del Sínodo. Escuchemos de nuevo las palabras del discurso de Panamá: «En la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis […] Es importante, hermanos, que no tengamos miedo de acercarnos y tocar las heridas de nuestra gente, que también son heridas nuestras y esto hacerlo al estilo del Señor. El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo; es más, podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad de dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas». Kenosis es un término que en teología sirve para indicar el misterio de la encarnación de Cristo, del Dios que «baja» y se convierte en hombre, asumiendo la naturaleza humana. Es lo que debe hacer la Iglesia fiel a Jesús: rebajarse: bajarse. Hacerlo siempre, y especialmente hoy, en presencia de menores abusados con sus heridas que claman justicia. Esta es la razón por la cual el aspecto más importante de la enseñanza de mi madre no está en las palabras de Tomás que deben repetirse, sino en esa pequeña reverencia que debe hacerse frente al cuerpo de Cristo.
FRANCISCO I, EL PAPA QUE COLABORÓ CON LA DICTADURA ARGENTINA (Vídeo) - Canarias-Semanal - Org, Digital Informativo de Actualización Diaria, de Lunes A Viernes