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Principio de placer

Al.: Lustprinzip.
Fr.: principe de plaisir.
Ing.: pleasure principle.
It.: principio di piacere.
Por.: principia de prazer.

Fuente : Diccionario de Psicoanálisis. Jean Laplanche y Jean Bertrand Pontalis

Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental: el
conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y
procurar el placer. Dado que el displacer va ligado al aumento de las cantidades
de excitación, y el placer a la disminución de las mismas, el principio de placer
constituye un principio económico.

La idea de basar en el placer un principio regulador del funcionamiento mental


dista de ser propia de Freud. Fechner, cuyas ideas ya es sabido hasta qué punto
pudieron influir sobre Freud, había enunciado un «principio del placer de la
acción». Por él entendía, a diferencia de las doctrinas hedonistas tradicionales,
no que la finalidad perseguida por la acción humana sea el placer, sino que
nuestros actos vienen determinados por el placer o displacer producidos en el
presente por la representación de la acción a realizar o de sus consecuencias.
Hace observar también que estas motivaciones pueden no ser percibidas
conscientemente: «[...] es natural que, cuando los motivos se pierden en el
inconsciente, lo mismo sucede con el placer y el displacer».

Esta característica de motivación actual se encuentra también en el centro de la


concepción freudiana: el aparato psíquico viene regulado por la evitación o la
evacuación de la tensión displacentera. Se observará que el principio es
designado primeramente como «principio de displacer»: la motivación es el
displacer actual y no la perspectiva del placer a obtener. Se trata de un
mecanismo de regulación «automática».

El concepto de principio de placer persistió sin grandes variaciones a todo lo


largo de la obra freudiana. En cambio, lo que constituye un problema para
Freud y recibe distintas respuestas, es la situación de este principio en relación
con otras referencias teóricas.

Una primera dificultad, que ya se aprecia en la enunciación misma del


principio, se relaciona con la definición del placer y del displacer. Una de las
hipótesis constantes de Freud, dentro del marco de su modelo del aparato
psíquico, pretende que, en los comienzos de su funcionamiento, el sistema
percepción-conciencia sería sensible a una gran diversidad de cualidades
provenientes del mundo exterior, mientras que del interior sólo percibiría los
aumentos y disminuciones de tensión, que se traducen en una sola gama
cualitativa: la escala placer-displacer. ¿Podemos entonces atenernos a una
definición puramente económica, según la cual placer y displacer sólo serían la
traducción cualitativa de modificaciones cuantitativas? Por otra parte, ¿cuál es
la correlación exacta entre estos dos aspectos, cualitativo y cuantitativo? Freud
subrayó cada vez más la dificultad que él había encontrado en dar una
respuesta sencilla a este problema. Si bien, en una primera etapa, se contentó
con enunciar una equivalencia entre el placer y la reducción de tensión, y entre
el displacer y el aumento de esta última, muy pronto dejó de considerar esta
relación como evidente y simple: «[...] no olvidemos el carácter altamente
impreciso de esta hipótesis, mientras no logremos descubrir la naturaleza de la
relación existente entre placer-displacer y las variaciones en las cantidades de
excitación que actúan sobre la vida psíquica. Lo que es seguro es que, si tales
relaciones pueden ser muy diversas, en todo caso no pueden ser muy simples».

Apenas hallamos en Freud unas cuantas indicaciones referentes al tipo de


función de que se trata. En Más allá del principio del placer (Jenseits des
Lustprinzips, 1920), señala la conveniencia de distinguir entre displacer y
sentimiento de tensión: existen tensiones placenteras. «La sensación de tensión
no podría relacionarse con la magnitud absoluta de la catexis, eventualmente
con su nivel, mientras que la gradación placer-displacer indicaría la
modificación de la cantidad de catexis en la unidad de tiempo». Asimismo un
factor temporal, el ritmo, se toma en consideración en un texto ulterior, al
mismo tiempo que se vuelve a conceder valor al aspecto esencialmente
cualitativo del placer.

A pesar de las dificultades existentes en encontrar equivalentes cuantitativos


exactos a los estados cualitativos que son el placer y el displacer, es evidente el
interés que tiene, para la teoría psicoanalítica, una interpretación económica de
estos estados; permite enunciar un principio válido tanto para las instancias
inconscientes de la personalidad como para sus aspectos conscientes. Así, por
ejemplo, el hablar de un placer inconsciente en relación con un síntoma
manifiestamente penoso puede plantear objeciones a nivel de la descripción
psicológica. Al situarse en el punto de vista de un aparato psíquico y de las
modificaciones energéticas que en él se producen, Freud dispone de un modelo
que le permite considerar cada subestructura como regulada por el mismo
principio que el conjunto del aparato psíquico, dejando en suspenso el difícil
problema de determinar, para cada una de estas subestructuras, la modalidad y
el momento en que un aumento de tensión se vuelve efectivamente motivante
como displacer sentido. Este problema, sin embargo, no fue descuidado en la
obra freudiana. Fue directamente considerado, a propósito del yo, en
Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926)
(concepción de la señal de angustia como motivo de defensa).
Otro problema que, por lo demás, no deja de hallarse en conexión con el
anterior, es el referente a la relación entre placer y constancia. En efecto, incluso
una vez admitida la existencia de una significación económica, cuantitativa, del
placer, persiste el problema de saber si lo que Freud denomina principio de
placer corresponde a un mantenimiento de la constancia del nivel energético o a
una reducción radical de las tensiones al nivel más bajo. Numerosas
formulaciones de Freud, que asimilan principio de placer y principio de
constancia, hablan en el sentido de la primera solución. Pero, por el contrario, si
se hace intervenir el conjunto de las referencias teóricas fundamentales de
Freud (como se desprenden especialmente de textos como el Proyecto de
psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895] y Más allá del principio
del placer), se aprecia que el principio de placer se halla más bien en oposición
al mantenimiento de la constancia, ya sea porque corresponda al flujo libre de la
energía, mientras que la constancia corresponde a la ligazón de ésta, ya sea
porque, en último extremo, Freud llegue a preguntarse si el principio de placer
no se encuentra «al servicio de la pulsión de muerte». Este problema lo
discutimos más extensamente en el artículo «Principio de constancia».

El problema, frecuentemente debatido en psicoanálisis, de la existencia de un


«más allá del principio de placer» sólo puede plantearse con validez una vez
destacada plenamente la problemática que hace intervenir los conceptos de
placer, constancia, ligazón, reducción de las tensiones a cero. En efecto, la
existencia de principios o de fuerzas pulsionales que trascienden el principio de
placer sólo es defendida, por Freud cuando opta por una interpretación de éste
que tiende a confundirlo con el principio de constancia. Cuando, por el
contrarío, se tiende a asimilar el principio de placer a un principio de reducción
a cero (principio de nirvana), no se discute su carácter último y fundamental
(véase especialmente: Pulsión de muerte).

La noción de principio de placer interviene principalmente en la teoría


psicoanalítica en conexión con el de principio de realidad. Asimismo, cuando
Freud enuncia en forma explícita los dos principios de funcionamiento
psíquico, lo que propone es este gran eje de referencia. En un principio las
pulsiones sólo buscarían descargarse, satisfacerse por los caminos más cortos.
Progresivamente efectuarían el aprendizaje de la realidad, que es el único que
permite, a través de los rodeos y aplazamientos necesarios, alcanzar la
satisfacción buscada. En esta tesis simplificada se ve cómo la relación placer-
realidad plantea un problema que a su vez depende de la significación que se
atribuya, en psicoanálisis, a la palabra placer. Si entendemos esencialmente por
placer la satisfacción de una necesidad, cuyo modelo lo constituiría la
satisfacción de las pulsiones de autoconservación, la oposición principio de
placer-principio de realidad no ofrece nada de radical, tanto más cuanto que
fácilmente puede admitirse la existencia en el organismo vivo de una dotación
natural, de predisposiciones que hacen del placer una guía de vida,
subordinándolo a comportamientos y funciones adaptativas. Pero si el
psicoanálisis ha situado en primer plano la noción de placer, lo ha hecho en un
contexto totalmente distinto, en el que aparece, por el contrario, como ligado a
procesos (experiencia de satisfacción), a fenómenos (el sueño) cuyo carácter
arreal es evidente. Dentro de esta perspectiva, los dos principios aparecen como
fundamentalmente antagonistas, por cuanto la realización de un deseo
inconsciente (Wunscherfüllung) respondería a diferentes exigencias y
funcionaría según otras leyes que la satisfacción (Befriedigung) de las
necesidades vitales (véase: Pulsiones de autoconservación).

Placer

Fuente: Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis


El aporte Freudiano

Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis.

Si la actividad psíquica consiste en primer lugar en evitar el displacer y buscar


el placer, se trata de que ella apunta por una parte a esquivar el dolor o el terror
y descargar la excitación, y por la otra a repetir la experiencia de satisfacción
primaria y suprimir de tal modo la tensión pulsional. Esta concepción de la que
parte Freud es influida por el modelo de la acción refleja, y complicada en
cuanto hay un rodeo por el recuerdo y la representación. En lo que respecta a la
vida sexual, ella da testimonio del hecho de que el placer no se reduce a la
satisfacción de la necesidad: en efecto, el erotismo infantil aparece como
suplemento del apuntalamiento sobre las funciones vitales; todas las partes del
cuerpo, y no sólo el lugar genital, pueden constituir zonas erógenas, y el placer
preliminar demuestra que una tensión puede ser a la vez placentera e
incitadora, lo que pone en juego una dimensión distinta que la del «placer de
órgano». Además, si soñar y fantasear llevan a obtener placer, sucede en estos
casos que lo útil en sí es desviado para orientarlo en el sentido de una
realización de deseo.

De modo que el placer se produce en la confluencia del goce del cuerpo y la


actividad representativa, lo cual vale por otra parte en el campo de lo erógeno,
pero también para el placer de la agresión. Esto supone que hubo un tiempo de
constitución de un «yo-placer» (Lust-Ich) con aceptación y ligadura psíquica de
lo pulsional. En consecuencia, este estado da lugar a reencuentros, tanto cuando
el placer acompaña al reconocimiento de lo conocido como cuando surge ante
lo nuevo. En otras palabras, se trate de una reducción de las tensiones o de la
reactivación de un deseo, el placer parece ser función de la variación de
intensidad de las excitaciones, con la condición de que éstas no superen un
cierto umbral, marcado por la señal de la angustia.
No obstante, cada pulsión parcial sigue su propia vía hacia la satisfacción que lo
real está lejos de garantizar. ¿Qué sucede entonces cuando persiste el empuje de
las pulsiones sofocadas y retorna lo reprimido? Allí donde se esperaba placer, el
yo experimenta displacer. Además, las experiencias primarias de displacer
también se repiten, y esta compulsión hace aparecer lo pulsional en obra, como
agente de muerte. De ahí los síntomas como compromiso entre el goce
imposible y la satisfacción exigida. De ahí las formaciones del inconsciente
como modo sustitutivo de realización del deseo. Y de ahí también el juego de la
lengua en tanto que posibilidad de reencontrar las fuentes del placer interdicto,
de remontar la represión y de acceder al libre empleo de las palabras y los
pensamientos. Queda por decir que el placer no carece de límites, y que el goce
que los excede es rechazado en parte en tanto que extraño al sujeto. Lacan
insiste también en el modo en que la regulación del placer refrena el goce
corporal; no obstante, la falta de este último deja lugar a lo que causa el deseo
en el inconsciente.

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