PLAN ZETA

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Juan Pe

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PLAN ZETA Desvío Cósmico

bolsa mundial de valores, el peronismo, y el power metal.

Me la fuman los talibanes, me la fuman los punk. Me la
fuma culiar, cagar, comer, amar. Me la fuma el Papa y las
satanistas, me la fuman los demócratas, los moderados, y
los anarquistas. Me la fuma extrañarte, me la fuma
encerrarme solo en la soledad, me la fuma esta mañana
que se vuela, me la fuma esta tuca que se va.
……………………..

Desvío Cósmico Ediciones

Impreso en el tercer milenio

1° Edición - 100 ejemplares

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resucitado. El sol brillaba como nunca, los árboles estaban
más verdes, la cerveza más helada. En fin, la cosa es que
la semana pasada iba a laburar y me crucé al Pinchafoco
en la terminal. Le reconocí la cara tajeada y los dientes
rotos. Entré en pánico, la paranoia me volvió a invadir y
durante un instante me vi cocinado a balazos, quince años
después, por una bronca de pendejo. A medida que me
acercaba a la cara que me había acosado durante media
adolescencia, el miedo fue diluyéndose en un océano de
pena. Un púber con cara de monaguillo pobre -el hijo que
tuvo con la Lucero, supuse- lo llevaba en silla de ruedas
por las plataformas de los bondis internacionales. El
Pinchafoco iba con la mirada perdida. Llevaba una camisa
desprendida, una cadenita de oro, y una bermuda de playa.
Debajo de la bermuda nada, solamente las medias del
Barcelona ocultándole los muñones del lugar en que alguna
vez tuvo las piernas.
……………………..
PUCA DICE: Me la fuma el manual de instrucciones… Me
la fuma la garantía extendida… Me la fuman los
fundamentos del derecho penal. Me la fuma tu estabilidad
mental. Me la fuman los filósofos alemanes. Me la fuman
los ingenieros orientales y la poesía avant garde. Me la
fuma el dolor, la muerte, la enfermedad. Me la fuma
Gandhi, la distribución de la renta, y los acuerdos de paz.
Me la fuma el miocardio, el hígado, o la incontinencia renal.
Me la fuman los escritores malditos, y las promociones de
navidad. Me la fuman la bomba atómica, las drogas
sintéticas, y el sexo anal. Me la fuman los derechos
humanos y las resoluciones de la OTAN. Me la fuma la
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Desvío Cósmico
“No hay tiempo para nada” fue lo último que me dijo mi
abuela antes de morirse con casi 90 años. Y esa frase en
alguien que había vivido tanto tiempo me convenció para
siempre: el tiempo es una patraña, y la muerte una
promesa de la medicina para aplacar el deseo que late en
todo lo humano.
Yo ya lo sabía de pibe. Lo había intuido desde siempre.
Cuando todavía era un púber, juré que si cumplía 35 me
mataba. Caminaba por la subida de ripio hacia la pileta del
club mientras ensayábamos nuestras primeras definiciones
existenciales con los pibes del barrio. Tenía 14 años
entonces, una novia que se llamaba Diana, y una obsesión
masturbatoria con sus tetas de la que nunca pude
recomponerme. No sé porque, pero esa tarde calurosa de
enero del 94 quedó como una marca indeleble en mi
memoria hasta que, finalmente, cumplí los 35 y decidí
evitarme aquella predicción.
Desde entonces tengo la certeza de que me voy a morir a
los 74. Hoy tengo 37, estoy en la mitad de mi vida y todavía
no puedo parar de pajearme. De cualquier manera, mí
muerte, no debería preocuparte a vos: a veces la intuyo en
la ruta, mientras manejo sobre el asfalto húmedo y veo
venir los camiones en dirección contraria; otras veces la
siento en el pecho o la cabeza, como coágulo letal que
viaja por mis venas y está a punto de dejarme seco; a
veces temo quedarme dormido y dejar de respirar.
Nunca había leído un libro, hasta que un día caminaba por
el centro con mí vieja, y algo me llamó la atención desde la
vidriera de una librería: la cabeza de un pelado que
sostenía un micrófono gritando furioso. El pelado era Luca
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Prodan, y el libro una biografía que tenía como subtítulo
una frase: “un ciego guiando a los ciegos”. Lo leí en una
siesta de corrido bajo un trance hipnótico al que todavía no
sabía definir: era leer. Yo había estado enamorado de la
rubiecita del barrio hasta que escuché a Luca: “La rubia,
tarada, bronceada, aburrida…” No podía creerlo, ese
pelado desquiciado que aparecía como un mártir en las
revistas de rock se burlaba de todo lo que yo deseaba. En
algún párrafo de la biografía se aludía a una sentencia que
yo asociaría siempre al punk hasta que, varios años
después, supe que la había pronunciado el actor
norteamericano James Dean algunos instantes antes de
morir: “Vivir rápido, morir joven, y dejar un cadáver bonito”.
Dean se estrelló con su Porsche en una desolada ruta
norteamericana a los 24 años. La última actuación de Luca
fue el 20 de diciembre de 1987. Fue una noche caótica, y
antes del final, Luca eligió hacer un bis del tema Fuck You.
“Chau, fue la última…” dijo antes de bajarse del escenario.
Una semana después, se fue completamente borracho por
el resumidero de la bañera. El agua todavía estaba tibia
cuando lo encontraron. Luca sonreía como un Buda.
……………………..
Matusalén vivió casi mil años. Dice en el génesis que
“…vivió Matusalén ciento ochenta y siete años, y engendró
a Lamec. Después de engendrar a Lamec, vivió otros
setecientos ochenta y dos años engendrando hijos e hijas
hasta que murió. Fueron, pues, todos los días de
Matusalén, novecientos sesenta y nueve años”. Eso es
todo lo que sabemos de Matusalén por el génesis. La
moraleja, se supone, es que si te entregas al plan divino,
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Desvío Cósmico
Me dijo “Prestame eso...” y me sacó el caño de la mano.
“Por atrevido y vigilante te voy a dar...”-decía el Carozo
mientras le sacudía con el caño al Pinchafoco por todos
lados. Se entretuvo un rato más con el bate hasta que se
cansó. Se secó el sudor y la sangre, y, antes de encarar
para el barrio de vuelta, levantó la cajita de vino del suelo y
le exprimió hasta la última gota. “Están muertos chupapijas,
están muertos...”, balbuceaba el Pinchafoco mientras se
revolcaba entre los yuyos doblado de dolor. Caminamos
hasta la Carmela y nos gastamos los pocos pesos que
tenía el Chino en el bolso tomando porrón. Yo me guardé
un tiempo porque sabía que si me encontraban me la iban
a dar. Tuve mucha suerte. A la semana, el Chino cayó en
cana. Lo engancharon en la cupé fuego de los hermanos
Reynoso con merca, dólares y un par de fierros. Creo que
todavía está preso. El Pinchafoco terminó en el hospital. Le
enyesaron todo el tronco por los cañazos que le habíamos
metido. Como al mes me lo encontré en el bondi. Todavía
tenía toda la cara rota por la paliza. Venía re escrachado,
me encaró, se levantó la remera mostrándome la
empuñadura de un 22 medio oxidado, y me dijo: “No te
cago matando porque están los pacos, pero estás muerto
hijo de puta. Estás muerto”. Yo era pendejo y ahí aprendí lo
que significa estar paranoico. Cada vez que bajábamos
caminando de los boliches del Challao, o nos tomábamos
un porrón en el Petete me recontra perseguía. La imagen
del Pinchafoco cagándome a corchazos me acosaba día y
noche. Pero el tiempo pasó, y el chabón se clavó con la
Lucero más chica. Se mandó no sé qué cagada, y se piró
con la mina embarazada a Chile. Todavía me acuerdo el
día que me enteré, salí a la calle como si hubiera
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de que se iba todo a la mierda. El vino cayó al suelo en el
manoteo, y el Carozo, que ya estaba medio copete, saltó
de la piedra en la que estaba sentado, y madrugó al Chino
con un piñazo desde el cielo que lo dejó trastabillando. Lo
midió otra vez, y lo puso de lleno en la nariz. Se lo fue
llevando a los bollos hasta que el Chino cayó como una
bolsa de papas sobre un racimo de cactus. Yo pensé que
ahí iba a parar, pero el Carozo se cebaba fácil con las
piñas. Le saltó encima y le empezó a pegar como tonto. “Te
voy a dar por atrevido hijo de puta, te voy a dar...” -le decía
mientras lo boxeaba. Yo, mientras tanto, lo medía al
Pinchafoco que corría alrededor de la pelea tratando de
buscar un hueco para ponerlo al Carozo. Cuando encontró
un espacio, tomó coraje y se le tiró por atrás. Se fueron los
tres a los cactus y en la caída, el Chino logró zafarse.
Escupió sangre y empezó a caminar tambaleándose hacia
el bolso en que tenía las herramientas. Recién entonces,
reaccioné. Salté entre los yuyos manotié el bolso del Chino
y tantié lo que había adentro. Sentí el frió de un caño de
hierro recortado. Era perfecto. El Chino se me vino encima
pero ya estaba medio turuleco. Lo atajé con un batazo
sobre las costillas, y mientras caía le metí una patada en el
estómago que lo dejó boqueando. Giré y vi al Pinchafoco
dándole al Carozo con una piedra en la nuca. El Carozo
estaba boca abajo y no podía moverse por las espinas. Di
tres o cuatro pasos hasta el racimo de cactus. Repasé el
caño con la mano izquierda y saqué al Pinchafoco de
combate a sablazos en la espalda. El chabón quedó tirado
en el suelo revolcándose como un chimango envenenado.
Levanté al Carozo, y el enfermo mental ni siquiera atino a
sacarse las espinas que tenía clavadas en los antebrazos.
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Desvío Cósmico
Dios te premia con la longevidad. Y aunque para muchos
de nosotros casi diez siglos de vida sin computadoras, ni
pava eléctrica, sin faso, ni música de rock, serían una
auténtica condena, la vida de Matusalén ha sido elevada a
modelo de virtud: el sistema te transa longevidad por
obediencia. La aritmética del miedo te obliga a pensar la
vida como una cantidad de años a ser vividos. El terror a la
muerte y la devoción por el becerro médico de “la salud y el
bienestar” de nuestra era se inscriben bajo ese precepto:
forjar lameculos rentables que descubran dignidad en la
explotación, amor en la extorsión emocional y sexual, y
realización personal en el consumo de la chatarra sobrante.
Una vida Matusalén condenada a la cría de cerdos para las
guillotinas sagradas de su majestad: trabajo, familia, birrita,
y propiedad. El capital y la muerte son antagónicos. Todos
los suicidas son terroristas para el mercado. La muerte es
el terror de las empresas, las familias, y los estados.
Constituye la irrupción del cero, el fin del ciclo de
reproducción ampliada, un índice estancado del que hay
que deshacerse de la forma más higiénica y rentable
posible.
La matematización de todas las dimensiones de la vida
constituye la máxima imposición de nuestra época: Somos
la civilización del número. Desde el núcleo pulsional que
anima nuestra vida psíquica, pasando por los gustos y las
costumbres, las modas y las preferencias sexuales, las
rutinas de trabajo y de ocio, los ejes de identificación
imaginaria e ideológica, el entretenimiento y la vida privada,
cada una de las dimensiones de la vida colectiva está
matematizada. Somos un rebaño de androides alienados
en la misión de ser productivos, proactivos, éticos, compro-
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metidos. Ganado menor que corre ciego tras la campanita
tramposa de la ONU: un suicidio asistido de 74 improbables
años para esta parte del mundo. Llevamos esa promesa
clavada en la espalda, fiados siempre al mejor postor,
encerrados en los límites de una ecuación inestable que
nos modela la mente, huele a dinero, y llena de miedo cada
rincón de nuestras celdas de confort. Sacamos cuentas
todo el tiempo porque hemos olvidado que la vida latiendo
en nuestro pecho es la única fuente de rentabilidad del
capital, nuestras tripas retorcidas de miedo son el único
argumento de la autoridad social, bajo los tratados de
cálculo y álgebra que asfixian nuestros deseos, laten
todavía dos verdades insurrectas que nos juramos
muchísimo antes de inventar la aritmética y el cero final: La
vida es hoy, y el tiempo mentira.
…………………
PUCA DICE: Sabés que te hace mal. Te lo enseñaron
desde tus orígenes más lábiles. La inmensa red de
complicidades sociales que apañó tus nanas estaba ahí
sólo para que lo aprendieras. Te vas a enfermar, te vas a
morir y te vas a ir al infierno. Padres mecánicos, curas
villeros, doctores de sien, todos alimentaron al gusanito
ansioso que te recorre las vísceras recordándotelo: te hace
mal. En el fondo les crees. Firmaste el empate. Se te
subieron a peteco, y con una caña de pescar, le dieron al
ril, y te pusieron una zanahoria delante de los ojos que te
pega latigazos mientras estiras los brazos intentando
tocarla. Pero no te das cuenta. Porque es el poder. Si algo
interrumpe esa línea entre el ojo y la zanahoria, te hace
mal. Te aleja del auto promedio, la casa promedio, los hijos
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vamos a prender fuego y lo vamos a ver por televisión
corriendo en llamas en la plaza de San Pedro. Las almas
quemadas por cada una de sus sentencias inapelables van
a oscurecer el cielo, y un mundo nuevo será regado con
sus cenizas como pétalos de rosas. Te vamos a santificar y
vamos a dejar un hongo atómico de tal magnitud, que todas
las palabras dejaran de decir nada para siempre. Vamos a
hablar entonces con la mirada. Como los monos. En
silencio. Sin pecados ni vírgenes. Sin cruces, ni cristos. Sin
ninguna palabra revelada.
……………………..
No me acuerdo bien como era la historia, pero la cosa es
que ¿te acordás del Pinchafoco? ¿El chabón ese que vivía
en el obrador? ¿Que lo ayudaba al Chino? Bueno, el tema
es que me la tiene jurada desde que somos guachos. Nos
cruzamos en el cumpleaños de quince de la Claudia, ¿te
acordás? ¿Que el gordo quedó quebrado en el baño?
¿Que nos separaban, nos calmaban, y nos volvíamos a
dar? Bueno, esa fue la primera vez que nos dimos. Pero la
bronca saltó posta la segunda vez. Antes de que el chabón
se fuera a Chile con la más chica de las Lucero. El caso es
que esa vez se puso recontra heavy. Estábamos con el
Carozo escabiando en el campito, un viernes o sábado a la
tarde, y cayó el Pinchafoco con el Chino. Venían de la obra,
y traían un bolso lleno de giladas de albañilería. Ahí nomás
nos vieron se nos vinieron al humo. “Eh loco... pasen un
trago compadre...”. “Eh loco, convidate un cigarro...”. “Eh
loco, no te ortibé...” y así, hasta que el Carozo les paró el
carro en seco. El Chino trató de arrebatarle el vino, crucé
una mirada con el Carozo por un instante, y me di cuenta
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PUCA DICE: Las ecuaciones químicas que enamoran al
mono no tienen traducción. A menos que uno crea en los
poetas, Amor no dice nada. Pensar la cuestión en términos
químicos te obliga a ese determinismo que supone que
lloras abrazado al inodoro por una mera función de
combinatoria hormonal. Es verdad, somos combinatoria
hormonal. Pero entre otras catástrofes calamitosas cien mil
veces peores. La razón te dice que la verdad es científica.
Que el amor es una ecuación química. La razón te dice que
el amor se muere. Y no dice más. Al mono le nefrega.
Como con la razón, la moral, y otras estatuas muertas que
custodian el domo desierto de la verdad, el mono sabe que
las palabras no dicen. No sabe cómo decir las cosas
nuevas, pero conoce los fermentos nauseabundos de la
gramática del cura y la sintaxis del comisario.
Vamos a arrancarnos los genitales con un bisturí, vamos a
acicalarnos las tripas con navajas, vamos a hacer un
banquete con nuestra propia mierda para celebrar este
imperio. No vamos a volver al buen salvaje de Rousseau,
no. No nos gusta Tarzán, ni vamos a evolucionar hacia
ningún lado. No reivindicamos la nobleza primitiva de Adán
en el Edén. Nos gusta la víbora. Sí, es cierto. Pero más nos
gusta Eva. Esa puta de la que preferimos no tener que
repetir el nombre. No somos reaccionarios. No queremos
volver a ningún lado. Somos monos y queremos zarparnos.
Rajar el velo imaginario del próximo segundo, y atravesarlo
de un salto de mil mitos. Miré bien su santidad, a los muros
de la sixtina se los están morfando los gusanos. Y por
favor, no lo tome como una amenaza. Está claro que usted
no cree en profecías. Tampoco creemos nosotros. Pero lo
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Desvío Cósmico
promedio, el sexo promedio, la vida promedio. De los 74
años que te promete la ONU. No comas, no fumes, no
cojas, no ames, no odies, no sientas, no vivas. Te hace
mal. Te saca la mirada de la zanahoria.
……………………..
Todos escabian, fuman y pelean por las últimas aceitunas.
Hay lucecitas de colores atadas a la parra, calor de fuego, y
olor a asado. Voy a mear y noto que ya estoy bien
mareado. Tiro el botón y veo la foto del Papa pegada sobre
la mochila del inodoro. El propietario es anarquista y dice
que así te obliga a asociar subliminalmente mierda y
religión promoviendo el ateísmo. Vuelvo al patio, alguien se
rasga las venas con un cuchillo, otro se hace el ahorcado,
el Gordo le tira un puntazo al pocho con el tramontina
mocho. Hablan sobre un tipo que se ha intentado suicidar
doce veces.
- ¿Cómo que doce intentos de suicidio? – dice el
Enano-. ¿Doce intentos…? Hay que ser muy pelotudo para
fracasar tanto. O te matás o no te matás, ¿pero pifiar tantas
veces…???
- No puede ser –responde el Narigón mientras le
tiemblan los cubitos de hielo en la copa vino- Imagínate…
Tu vida apesta a mierda, nada tiene sentido, sólo te falta el
coraje de matarte, pero el destino se empecina en obligarte
a despertar entubado al hospital…
- De una –se mete el gordo mientras tira la colilla del
pucho al fuego- aparece la enfermera y te dice: ´Hola señor
repelotudo, usted ha intentado matarse otra vez, pero usted
es muy pelotudo y otra vez ha fracasado. Así que ahora,
pelotudo, quédese quieto y no se mueva que se le sale la
sonda del culo con el que le sostenemos la mierda…
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- No es tan difícil matarse –dice el Pepo que vuelve
del baño. Es como patear un penal. En arco grande. Tenés
más chances a favor que en contra. Pero podés pifiar. El
Chori se metió un corchazo en el pecho con la 22 y se
despertó en la ambulancia. No se desangró de pedo. Salió
y dejó todo, se hizo medio evangelista, y anduvo así un
año, un año y medio. Pero intentó por segunda vez. Esta
vez con un 38. Se hizo un agujero así… -dice el Pepo
mientras forma un círculo como una naranja en su costado
izquierdo- Pobre Chori… era un capo, pero estaba re
contra chiflado…
Yo no era amigo del Chori, pero lo conocí. Era un capo. Y
se quería matar posta. Por eso falló solamente una vez. El
enano retoma las metáforas futboleras y compara al suicida
fallido con los tres penales que Palermo se perdió contra
Colombia hace mucho. “Podés pifiar una, dos veces, pero
la tercera es la vencida…”. “O la fallida…” -acota
Timonayre. “A mí –continúa el enano- ni siquiera se me
ocurren doce métodos de suicidio”. La Petisa aparece con
otro plato de aceitunas por el lavadero y sintetiza: “La idea
sería clavarse diez cajas de ansiolíticos con una botella de
whisky, armar una horca en el medio de una pileta
electrificada, soltarle tiburones y cocodrilos adentro,
pasarse el nudo por el cuello, y rajarse un tiro en la boca.
Ahí no puede fallar. Si no te matan las pepas, te mata el
tiro, si la pólvora falla, te cagás ahorcando, sino te ahorcás,
te morfan los tiburones, si están inapetentes, te cagas
electrificando”.
Entonces, mientras yo imagino a los tiburones y a los
cocodrilos retorciéndose en el agua electrificada, la rusa
dice que todos sus suicidas conocidos la pegaron de
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Desvío Cósmico
tu pantalla como si fuera la realidad. Arrancalo ahora de tu
vista, y venime a buscar, detrás del telón rasgado de lo que
ves, están mis deseos delirándote, estremecidos por los
abismos de mi locura, tu ausencia, y nuestra soledad.
……………………..
Hay una carta en el suelo, cubierta por el polvo, sobre la
vereda de la casa abandonada en que nos ahogamos por
última vez. Es un naipe español, de esos con rombos
azules y blancos. Los mismos que usábamos de
estudiantes durante los días de la primavera. ¿Y si es la
señal que le estabas pidiendo a tu suerte? ¿Un guiño
cómplice del destino? ¿La ecuación cósmica de tu futuro?
¿Un rey de copas? ¿Un macho de espadas? ¿Un caballo
de palos? ¿Un cuatro de nada?
Hay una carta en el suelo, justo ahí, en la misma esquina
de siempre, arremolinada por los pasos de la gente, meada
por los perros que le ladran a la luna.
¿Y si está ahí sólo para vos? ¿Con el secreto de tu destino
impreso de forma indeleble? ¿Y si la girás para espiar el
porvenir? ¿Para sacarte la duda? ¿Para burlarte de los
mandarines de la brujería y el tarot?
Hay una carta en el suelo. Pero no querés agacharte. Los
susurros de tu intuición saben perfectamente de qué se
trata. La más temida y deseada de la baraja. El más
extravagante de los arcanos mayores. El número 22, el
comodín, el bufón, el loco. Un orate en fuga al que
persiguen los chocos, un borracho mareado que desafía las
acequias, mientras camina por el barrio, pensando siempre
en vos.
……………………..
PLAN ZETA
arenas húmedas de un colchón estremecido de saliva y
soledad. Pintaron todo de verde y de libertad, y se
enfrentaron a los molinos de viento con el auxilio de dos
libros mal leídos, uno por la desesperación, y el otro por la
ansiedad. Robaron nafta y dejaron atrás la tormenta,
dejaron atrás la ciudad, los desiertos solares, las selvas, las
medinas tramposas de un profeta maldito borracho de
hasch. Escaparon de las gasolineras yermas y de los
cráneos podridos, de las serpientes sobre la arena y de las
sirenas azules en el mar, de los moteles rojos pintados de
neón, y de una promesa inconsolable que todavía tiembla
de pudor. Atravesaron los desiertos tersos de tu vientre, de
tu propia piel, hipnotizados por los perfumes de tu sexo
hacia el horizonte naranja de un orgasmo total. Hundieron
el acelerador y saltaron gritando hacia el abismo de un
pentagrama quebrado de rock, abrieron las alas hacia el
celaje violeta del último atardecer en el mar, y dibujaron en
el cielo la escala pentatónica de este blues solo y fatal.
Salieron disparados hacia la estratósfera y explotaron como
galaxias sobre el fondo negro del oscuro total. Cambiaron
sus nombres, sus caras, sus casas, cambiaron todo lo que
podían cambiar. Menos eso, una cosa entre las tripas, algo
enchastrado y visceral, algo que no puede verse, pero que
se puede escuchar, una melodía endiablada que los
empuja a escapar. No es una canción desesperada, ni una
balada rosada. No es otra tonta canción de amor. Es otra
cosa. Otra cosa mejor. Mucho más grande, un aullido que
viene del futuro, el último grito, el grito final. Una cosa que
no son palabras, nada que se pueda decir o pensar,
escribir o pintar. Está detrás de esa voz que te habla y no
podes escuchar, detrás de este papel que estás leyendo en
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Desvío Cósmico
primera. Que no hubo intentos fallidos. Los tipos se
mataron de una y ya. Y sus palabras funcionan como una
evocación para los fantasmas de nuestros suicidas más
queridos. Aparecen un instante, revolotean sobre la parra
recordándonos su ausencia, y nos arrancan un segundo
infinito de silencio y tristeza. Yo lo miro al Marmat y nos
descubrimos el mismo nudo en la garganta, el mismo
fantasma en la memoria.
Entonces alguien dice que pasó un ángel y le da ocasión a
Timonayre para romper el hielo. Menciona a Camus. Que el
chabón decía que el único problema filosófico posta era el
suicidio. Que la pregunta sobre si la vida merecía o no ser
vivida era la pregunta fundamental. Entonces nos
acordamos de su célebre discusión con Sartre. Que, al
final, era sobre eso. Sobre el valor de la vida para los
estalinistas. Que Camus tenía razón y que Sartre cada vez
nos queda más lejos. Que, al final, los anarquistas siempre
tienen razón. Que El Mito de Sísifo es el mejor libro del
mundo. Entonces el Enano menciona la definición más
básica y contundente del libro: “El hombre rebelde dice que
no”, y me deja pensando en que uno sólo pude decirle que
no a la vida. La muerte, en tanto inevitable, no puede ser
negada. “¿Cómo sería decirle que no a la muerte…?”, nos
preguntamos y no sabemos que respondernos. Entonces -
nos decimos- cagarse matando, constituye un ejercicio de
rebeldía en tanto es la negación sediciosa del más
elemental de los mandatos: permanecer vivos. Y justo ahí,
mientras acordamos en la necesidad de una saludable
cuota de resignación ante el poder para evitarnos el
suicidio, escuchamos a Ricardo Iorio pronunciar algunos
versos de Gardel que son definitivos, absolutos,
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PLAN ZETA
determinantes contra “aquel que haciendo alarde del coraje
de sufrir, no se mata de cobarde por temor de no morir…”.
……………………..
La Pepona dice que hay que meter agua a full y ensalada
de tomate todo el día. Fernández que hay que bancar un
par de hojas de ruda macho debajo de la lengua durante la
mañana. Que eso hacían los arrieros de la laguna de
Guanacache. Un asco. Yo lleno un vaso de soda, le
exprimo medio limón arriba, y le pongo una o dos
cucharadas de bicarbonato. El Marito dice que eso te hace
mierda las tripas, que te morfa las paredes del estómago.
El Pepo le responde que al final es lo mismo, que el
escabio te hace igual. Pero el Marito insiste con que no,
con que no hay que tomar bicarbonato porque te hace un
agujero en la panza, y te da cáncer, y te mata. Que hay que
tomar café amargo con cenizas de cigarrillo (El Marito es
del campo).
Yo los escucho discutir y me acuerdo de las denuncias de
Bakunin contra el alcoholismo. Un arma de la burguesía
para estupidizar al pueblo y evitar la revolución social. El
Pepe explica la farmacología del jugo de tomate y dice que
lo peor son esas resacas “bukowskianas” que te dejan
gusto a cal en la boca. Entonces recuerdo los argumentos
de Bukowsky a favor del escabio (y por lo tanto en contra
de Bakunin). Decía que el alcohol era la mejor droga
porque no afectaba tu productividad como otras porquerías.
Onda que si escabiás, no dejás de hacer lo que tenés que
hacer. Escabiate, resígnate, y levántate mañana temprano
otra vez. Tomate un antiácido y volvé a laburar. No vas a
ser un borracho feliz, pero por lo menos vas a ser un
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Desvío Cósmico
Hay que verlas, pletóricas de saliva y de semen,
embadurnadas de colores, bailando borrachas, jugando
con fuego en la gasolinera central. Hay que verlas,
corriendo desnudas hacia el mar que las llama, las desea,
las besa y se las quiere tragar.
Hay que verlas, en detalle, con precisión, con milimétrica
exactitud, hay que verlas con obsesión, hasta que sea tu
propio pellejo el que se refleja, tu propia pena delirante,
bailando sola en el fondo de esas dos pupilas que te miran,
te aman, y se queman.
……………………..
“Sale un bote a sufrir, es como Venecia sin ti”, tarareo
mientras gambeteo el chaparrón. Las veredas se inundan,
se me mojan las Topper descalzas, se me ahoga la braza
del faso bajo la lluvia. Es sábado a la noche y como llueve,
no hay nadie, no hay nada, no hay nunca. Camino sobre la
luna reflejada en el asfalto mojado y me acuerdo del último
verano, la última playa, el último beso. Cierro los ojos y una
tormenta de desierto me ahoga la garganta, el cogote se
me hace un nudo, y se me nublan todas las ventanas. Pero
no voy a llorar otra vez por vos, no voy a lloverme otra vez,
esas sensiblerías me sacan de lo importante, de lo
fundamental, de la noche mojada sobre los hombros, de la
hoguera latiendo que escondo en el pecho, y de estas
acequias tórridas, bochornosas, y desbordadas, que me
escoltan como un río.
……………………..
Naufragaron de polizontes bajo la tempestad del dolor, y
despertaron lamiéndose, borrachos y desnudos, sobre las
23
PLAN ZETA
las mismas chicas. Muñequita rosa anclada a una verga
que late, eyacula, y le teme a la muerte, soy la sinapsis
fallida de una curiosa neurología que me dice que debajo
de mí soy otra, ésta que soy ahora: una tortillera que puede
imaginar, pronunciar y escribir palabras para explicarse
cómo carajo es que quedó encerrada bajo este androide de
carne que trata de usurparla y no la deja ser en paz.
Camino sobre esta nube etérea que se esfuma todo el
tiempo entre el gorila con sobacos y pija, y la mujer que me
quiero tocar. El espejo dialéctico de mis pensamientos, el
espectro que sigue a mi cuerpo, el fantasma que me habita,
el humo que fumo, haciéndose sangre, neurona, química
elemental.
……………………..
Hay que verlas, con los pezones apuntando al cielo como
guapas de corral, borrachas, desprolijas y sucias, comiendo
siempre al costado de la ruta, cambiándose en los baños
de alguna terminal. Hay que verlas, vagabundas sordas de
tango y jevimetal, siempre entre pobres diablos que
escriben poesía, venden cocaína, o explotan como sandías
contra los muros de la realidad.
Hay que verlas, gatas, mendigas, ponzoñosas, carajeando
solas en las plazas vacías de la ciudad, ladinas sin familia,
sin trabajo ni propiedad. Hay que verlas, zorras tramposas,
suicidas fallidas, indias con la cara marcada, sabandijas sin
compromiso ni moral, que viajan con las ventanillas bajas
gritando histéricas el blues de la libertad.
Hay que verlas, revolcándose como cerdas, lamiéndose en
el lodo, jugando con pijas flácidas, consolando el llanto de
hombres monos de insomnio y soledad.
22
Desvío Cósmico
borracho productivo.
A Bakunin no le hubiera costado nada señalar las razones
por las que las industrias culturales han transformado a
Bukowsky en un clásico literario. El éxito del autor de “Una
ligera resaca” -diría Bakunin-, es el resultado de la forma
creativa e innovadora con que el dominio de clase se ha
traducido en términos estéticos sobre su conciencia etílica.
Esa bohemia marginal no es un gesto de resistencia, sino
de sobreadaptación al sistema: la escritura de Bukowsky –
insistiría el célebre autor de Dios y el Estado-, es un gesto
de resignación ante el principio que rige la dinámica
existencial de los que mandan: la productividad burguesa.
Claro que Bukowsky se hubiera rascado groseramente el
culo con toda esa hermenéutica: “…en lo más profundo de
la resaca –escribió a modo de respuesta-, pienso en dos
amigos que me aconsejaron varios métodos de suicidio.
¿Qué mejor prueba de amorosa camaradería?". Eso es una
resaca “bukowskiana”.
Pero hay otras. Fernández le atribuye un carácter letal a la
que genera la mezcla de vino tinto con sandía. “No te mata
el pedo –asegura-, te mata la resaca…”. El Marito dice que
hay resacas más “duras” –y entrecomilla la palabra con sus
manos-. Entonces el Pepe menciona la leyenda del
Cabezón Cano. Sus ensaladas químicas eran conocidas
por todo el barrio. Era camionero y volvía de Bolivia cuando
le encargaron un viaje de Salta a Ushuaia. Se subió al 1114
y tardó cinco días con sus noches. No durmió nunca.
Encaravanado de mandíbula, metió merca de punta a
punta. Cuando llegó le dieron convulsiones y lo enchufaron
al suero de un hospital público. Los médicos no podían
entender cómo fue que, sencillamente, el Cabezón se
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PLAN ZETA
durmió durante cuatro días seguidos, se levantó, se lavó la
cara, y se trajo el mionca de vuelta hasta Mendoza en una
sola tirada. “Como le gustaba al cabezón…” –rememora
Fernández. Y yo sé que le gustaba. Era uno de los más
fervientes devotos de la “sal de melodrama”. Y esa
metáfora del Indio Solari sobre la merca no es casual
cuando se habla del Cabeza. Fue el más insigne defensor
de una hipótesis que, aunque hoy parece descabellada,
tenía cientos de adeptos a fines de los ´90: “Todas las
canciones de los Redondos –decía- hablan sobre la
cocaína”.
……………………..
La cocaína se “esnifa”. Es una palabra rara: “Y te esnifó, la
cabeza, cada días más, cada día más...” coreábamos con
el Indio Solari cuando éramos pendejos. Eran los ´90 y la
gran secta blanca estaba en su apogeo. La derecha
tomaba. Menem peinaba en las tetas de Susana Giménez.
La izquierda tomaba. Lanata tenía un arturito con la cara
del Che Guevara. La merca es la droga del Neoliberalismo.
¿Querés un saque? Necesitas tarjeta de crédito. Todos los
gurúes del mercado tomaban. Los economistas y los
agentes de bolsas, todos los vampiros del capital que no
duerme nunca:
“Cierra Wall Street,
y abre Hong Kong,
toman merluza
en el balcón.
Cae Europa,
sube Indochina,
peinan mandanga
12
Desvío Cósmico
próximo bondi a Luján se pierda por el horizonte para
siempre.
……………………..
PUCA DICE: No somos el mono. Entre nosotros y el mono
hay un universo que se llama deseo. No somos el mono
que habitamos. Somos los pilotos. Corremos sin parpadear,
encerrados en la cabina tambaleante, espiando la tormenta
desde nuestras pupilas, subiendo y bajando palancas,
apretando botones, tratando de pilotear la maquinaría
errática. Pilotos de monos mazingers. Que juegan con un
equilibrio inestable. Y a veces se estrellan. No somos el
mono. Somos la tormenta que lo asusta. El dinero que lo
compra. La droga que lo seda.
El mono está ansioso. Quiere coger. Comer. Cagar. Dormir.
Pero no somos el mono. Somos esa ecuación sensible que
lo habita. El mono tiene miedo. La tormenta lo aterra.
Siente las cuchillas que caen, escucha los truenos de las
nubes negras. Cierra los ojos, se tapa los oídos, y trata de
soñar con gorriones y mariposas que escapan de la
tempestad. Pero no puede. Porque el cielo ruge otra vez y
el mono tiembla de miedo. Porque no somos el mono. Sino,
terminaríamos todo acá, muchísimo antes del próximo
trueno.
……………………..
Habito un gorila con voz de rastrillo, sobacos y pija, pero
debajo de todo soy nada más que una mujer. No sé cómo
se llama exactamente esto que siento, pero creo que soy
una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre. Es una
condición particular que celebro, felizmente, nos seducen
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PLAN ZETA
Argentina. Entre los paisajes hippies de Traslasierra, en
Córdoba. Ponía la grabadora portátil y se arrancaba las
vísceras al costado del río. Entonces, además de Luca y
su guitarra, se escucha el ruido del viento, de los árboles, y
de los pájaros salvajes. Otra mierda invivible, en realidad,
pero Luca no quería comprar porrón a medianoche. Quería
evitar que la heroína lo aplastara como un bondi. Sigo
caminando con el pecho erguido, mientras cruzo audaz y
elegantemente entre los autos. “¡Pero qué bien que cruza
este chabón¡ ¡Que elegancia¡ ¡Qué destreza¡” parece
pensar la gente mientras me mira perforando como un
balazo la arteria principal. Llego a la plaza España. Lo sé
por los escuditos de las baldosas. Me pregunto quién se
habrá tomado el trabajo de explotar durante siglos a pobres
gentes para que nosotros podamos caminar sobre estos
camafeos de mierda. Es que la plaza España da
explotadora, colonialista, genocida. Por libre asociación. Es
una plaza careta. Los pibes en patineta, sin embargo, se
rompen los tobillos y se quiebran las pantorrillas poniéndole
un toque de onda. A la noche, cuentan las viejas que viven
sobre la calle San Lorenzo, aparecen unos fantasmas
detrás del monumento principal. Lo dicen por un par de
alienados en capucha que toman vino en caja, fuman
arsénico prensado, y hablan de filosofía. Deambulan por
las cañerías húmedas, espantando cucarachas con un
farol, y buscando pericotes para la cena. Y eso también es
poner el cuerpo. “Gente que trepa hasta ese punto en que
aquello que se siente, se piensa, y se vive se trenza en un
único deseo”, algo así, susurra una de las viejas en
alucinación. Para escaparse de la heroína, pelearse en el
barro con pericotes, o alcanzar la esquina antes de que el
20
Desvío Cósmico
en la cocina”.
Yo no soy poeta, está claro, pero si creés en las cosas que
dicen las palabras, la mercomanía te puede morder. Así
dicen, por lo menos. Que la merca te sube al pedestal de
mármol del signo, y las mandíbulas empiezan a escupir
burbujas macizas de acero pulido. El rock la tuvo como
vedette, pero muchísimo antes fue del tango. Le decimos
merca porque “Mer-k” eran los laboratorios alemanes que
la comercializaban por aquella época, cuando todavía era
legal. Maradona tomó ante las cámaras en un partido
amistoso por televisión. Patea el penal del triunfo, sale a
festejar, y un chabón de traje blanco y camisa narcotropical
le sirve directamente de la bolsa. En una pared de Godoy
Cruz escribieron: “Tomba: Alita y Pasión”. Uma Thurman
esnifa heroína en Pulp Fiction y queda hasta la pija. John
Travolta la salva apuñalándola con una jeringa de
adrenalina en el pecho. En otra película que no me
acuerdo, el capo de una mafia de rastafaris asesinos,
esnifa de un plato de oro mientras sacude su fusil
Kalashnikov por el aire y dice “Todos se quieren ir al cielo,
pero nadie se quiere morir”.
……………………..
Soy el peor poema de Bukowsky. Bueno, tan malo soy, que
ni siquiera soy un poema. Aunque para mí, es solamente
cuestión de lectura, de ritmo, de tempo, de moderación. El
propio Bukowsky me escribió. Con el trazo torpe de sus
dedos deformes. Me hizo refregar el piso de mi propia
mierda. Letra por letra. En el baño hediondo de mi última
madrugada quebrada. Al pedo. Solamente para hacerse el
sensiblero. Soy el peor poema de Bukowsky, soy otro golpe
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PLAN ZETA
bajo del realismo sucio norteamericano. Soy de lo peor que
ha escrito este viejo borracho y puñetero. Parezco apócrifo.
Soy el peor poema de Bukowsky aunque no parezca
escrito por él, aunque no parezca escrito, aunque no
parezca, aunque no.
……………………..
Le doy vueltas a la mañana. Escucho música sin ganas. Ya
me pajíe dos veces, siento el cuerpo vacío, siento la lengua
de la pereza y la desidia besándome los pies. Podría llamar
a N. Decirle que la paso a buscar, que vayamos a la
montaña, que nos podríamos drogar. Pero está tan
altanera, mueve el culo con tanta soberbia cada vez que
me le acerco, que todo lo que la deseo no alcanza para
sacarme de la indolencia. Además no podríamos coger.
Tengo tres verrugas blancas en la pija que no sé de dónde
vienen o qué carajo son. Quizás me las contagió ella. La
extraño igual. ¿Me habrá contagiado ella? No. Debe haber
sido L. Fue ella, no tengo dudas, maldita perra, sentí que
algo me lastimaba mientras me cabalgaba mojada. Algo me
raspaba, me laceraba, me seducía. Son tres –creo que eso
ya lo dije-, y blancas. Probé de todo, pero lo único que
parece funcionar son los remedios naturales. El problema
es que se trata de ajo picado o de vinagre de manzana. Me
inhiben esos perfumes. Me encierran, me deprimen, me
quiero matar. Hace días que veo sólo pornografía y no me
cojo con nadie. ¿Qué provocará el semen sobre las
verrugas? ¿Cómo mierda voy a hacer para volver a coger?
Debería llamar a mis amantes y decirles que tengo
verrugas genitales. O ir a un médico. O las dos cosas. El
caso es que tendría que moverme, y los dos termos de
14
Desvío Cósmico
Yo camino rápido. Voy sincronizando el ritmo de mis pasos
con las luces de los semáforos y el fluido del tránsito. Me
contorsiono como un acróbata mientras esquivo autos,
motos, y viejas pajeras que ocupan toda la vereda con el
ancho de sus culos hipertiroideos. Cuando pongo un pié en
la plaza independencia saltó entre los charcos, esquivo el
agua que se desborda de las acequias, bajo las escaleras
de a dos o tres escalones, me cuelgo de los árboles, me
arrastro por el barro, corro por el río esquivando las
miradas. Caigo sobre mis pies y reconozco la lengua de
una wachiturra rosa y toda ajustada. Siente que le ha
tocado el culo al poder faltando al colegio. Me mira, y se
lame el arito de oro con que decora sus pornográficos
labios Stone. Pienso en la secretaria de plaza Chile. El
spray de la fuente me saca de mi propio video amateur. Se
me va a pasar el bondi, se me va a pasar el bondi, pienso
mientras estiro al máximo el largo de mis pasos. Veo a los
artesanos y sus chucherías de cuero y plata. Me imagino
vidas en el Bolsón, cabañas de lana y madera a la vera de
lagos nevados. Una mierda inhabitable adonde es
imposible conseguir cerveza a media noche. Acelero para
llegar antes de que cambie el semáforo, pero el rojo de la
calle Patricias se apaga y me tira dos bondis encima. Un
112 y un 92. Vienen a toda velocidad y me obligan a correr.
Mientras sacudo frenéticamente las piernas, veo que el
zarpado del 112 acelera y volantea para aplastarme. Salto
a lo Matrix entre dos autos estacionados y siento como el
viento helado de la tragedia me estremece la nuca y la
espalda. Entonces caigo en la música. Llevo los auriculares
al palo desde hace cuadras. Escucho una canción de Luca
que se llama Just like London. La grabó cuando llego a la
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PLAN ZETA
plaza, a los pies de un muro que le tributaba grafitis a las
debilidades del barrio: La Lepra, Los Redondos, y el culo
sublime de la Claudia. Acomodaban sus cartones y mantas,
rolaban un par de cigarros, y se tiraban a ver como la
penumbra iba encendiendo de a poco las luces de la
ciudad. Discutían con los perros, adivinaban el lugar por el
que saldría la próxima estrella, o imaginaban crónicas
policiales al son de los tiroteos y las patrullas que se
escuchaban desde el zanjón. Algunas noches, se metían
furtivos a la casa de la Chavela, una vieja de corazón noble
y tetas mastodónticas que sabía cómo consolarles la
tristeza. Una tarde, mientras tomaba un porrón en la puerta
del Marcelo, vi al Rioja solo, bajando desde el pedemonte,
comandando una jauría de tristeza y desconsuelo. Le pasé
un trago y le pregunté qué había pasado con su compadre,
porqué estaba solo, dónde estaba el Nicola. . Besó con sus
encías desdentadas la botella y se empujó el dolor con un
trago largo: “Anoche robó una lata de pulpo del
supermercado, tragó el último trozo en la plaza y,
simplemente, se cansó de respirar”.
……………………..
No llego al bondi, no llego a mi bondi fatal. Nunca llego.
Siempre se me pasa. Encaro decidido por la plaza Chile en
diagonal. A esa hora, once y media de la mañana,
las rodillas lastimadas juegan en los toboganes y
columpios, los paseadores de perros fuman marihuana, y
los jubilados esperan la muerte mientras espían el sensual
traqueteo de las nalgas con que una bestia erótica de tacos
altos cruza la plaza. Lleva tres celulares, varias carpetas
llenas de expedientes sellados, y el pelo todo descajetado.
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Desvío Cósmico
mate con que encaré la mañana me han hundido en la
incuria: y aún no llega la mañana/ y sigo preso de mi
dejadez/ y cada paso hacia el vacío que doy/ me hace
fuerte. ¿Lo que no mata fortalece? Vaya idiotez de frase
célebre. ¿En qué habrá estado pensando Nietzsche
cuando soltó eso? ¿Las tres verrugas que tengo en la
verga me hacen más fuerte? ¿Qué diría Nietzsche si se le
llenara la verga de verrugas? El filósofo del superhombre y
la celebración de los instintos tampoco sabía cómo lidiar
con sus deseos. Una vez se fue de gira con Paul Ree en
París. Fumaron opio y Ree insistió con que se fueran de
putas. Nietzsche, enredado hasta el tuétano con el perfume
de las amapolas, lo siguió. Pero cuando entró al putero se
paralizó. El rouge y las lentejuelas, las piernas desnudas, el
olor a perfume, tabaco y sexo, el múltiple juego de los
espejos, todas esas inmundicias de lo humano lo dejaron
estupefacto. Frunció el ceño y caminó mirando sus propios
zapatos hacia el piano. Se sentó y trató de improvisar algo
mientras la viborita que tenía entre las piernas se le trataba
de escabullir por el culo. “Intenté conjurar la lascivia por
medio de la melodía”, confesó. Alta decepción para consigo
mismo. Pero es que lejos de ser un libertino pervertido y
posmoral superorgiástico -y aun cuando siempre fue un
disidente en todo su potencial- Nietzsche fue más bien un
reprimido. Misógino, opiómano, y nerd, no fue aquella la
única ocasión en que el célebre “filósofo del martillo” se
entreveró con putas. Durante el crudo invierno de 1891,
bajo el alero escarchado de la catedral de Basilea,
Nietzsche se garchó a su puta más memorable. Entre sus
piernas anidaban las serpientes de la sífilis que lo
terminarían desquiciando por completo. “No soy una mujer,
15
PLAN ZETA
soy un campo de batalla…” le dijo la puta mientras se
guardaba el billete de diez ducados entre las tetas.
……………………..
Hay una poesía inédita de Oliverio Girondo que pasa todas
las tardes en bicicleta por el parquecito de mi balcón. Si
hubiera tantos poetas como dicen, ella no andaría por ahí,
inspirando estos versos fallutos en neófitos que no
sabemos nada de versos, rimas, ni métricas. Si hubiera
tantos poetas como dicen, alguien habría conjurado los
demonios de su sensualidad arrabalera, su pelo chiflado,
su belleza altanera. Dicen que ni el mismísimo Girondo
pudo con ella. Que cuando la vio alcanzó a garabatear algo
sobre sus "clavículas oasis de piel", y "sus piernas de
Plutón", pero un espasmo de deseo le quebró el vientre y
todas las musas se le espantaron de pudor. Si hubiera
tantos poetas como dicen, alguien la hubiera transcripto y
ella no permanecería todavía inédita, fugada del papel que
la reclama. Si hubiera al menos un solo poeta en toda esta
mierda de ciudad, yo no deambularía como un gil, solo,
imaginándola entre las estrellas, soñándola a la vuelta de
cada esquina, alucinando su voz arruinado, con el plomo
de su ausencia quemándome cada centímetro de la
masmédula.
……………………..
A mí me gusta ver cómo te mirás en el acrílico azul de mis
anteojos chinos. Tienen las patillas doradas, un logo de
Montecarlo, y la lente izquierda está rayada. Pero me
gustan, me quedan bien, me gusta reflejarte con la mirada.
No me mirás exactamente a mí. Hablás conmigo, pero te
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Desvío Cósmico
mirás a vos. Me decís cosas solamente para entretenerme,
para hipnotizarme, para dejarme quieta la cabeza y
enamorarte más de tu propia silueta reflejada. Te gusta
tanto verte en mí, te sentís tan linda, ay, en puntas de pie
besando el helado, debajo del sol con las palmeras y todo,
todo el mar bronceado. Solamente tengo ojos para vos
linda, solamente para vos tengo los sueños de esta tarde
que se vuela, tengo un par de sábanas nuevas, y un vino
tinto en la heladera.
¿Y si nos quedamos a vivir acá bahiana? Compramos la
casa de la playa, dos perros, otra guitarra… Una camioneta
con ruedas patonas, fumamos porro, escuchamos Mazzy
Star, miramos el mar por la ventana. Te quedás acá
bahiana, para siempre, sobre el acrílico azul de mis
anteojos chinos reflejada.
……………………..
Yo no sabía quién era Diógenes, qué decían los cínicos, o
qué era eso de vivir como un perro, pero siempre sentí una
secreta admiración por esos linyeras barbudos y nómades
que se burlaban de los látigos con que se somete al
ganado social: el trabajo, la familia, la propiedad. El Nicola
y el Rioja fueron los dos últimos anarcocirujas que pasaron
por mi barrio. Si les preguntabas adónde vivían, te decían
que en el Sanidad, pero no eran de ningún lado. Pedían
monedas en la iglesia del Challao, y las gastaban en vinos
que se tomaban a escondidas para no ofender la caridad
de los feligreses. Cuando la tarde caía, volvían costeando
las montañas azules al mando de un enjambre de perros
sucios y flacos. Compraban tabaco Richmond y más vino
en el almacén del Marcelo, y se escondían detrás de la
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