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Leo dos libros extraordinarios al mismo tiempo, Autorretrato en el estudio y Diarios del capitán Hipólito

Parrilla y a partir de cierto punto los párrafos leídos en ambos libros entran en una harmonia
austera o conexión áspera.
Lo que hace Giorgio está (¿cómo podría ser de otro modo?) a caballo entre la elegía y el himno. Se trata de su
vida, de sus lecturas, de los modos de habitar los espacios en los que ha escrito. Lo que hace Rafael es un
diario falso de una persecución (“Cuando retorne cubierto de la gloria y con la cabeza de Vicuña Porto en esta
pica...”) que es, en el fondo, la persecución del amor y de la palabra.
Aunque el libro de Rafael se muestre (haga el gesto) de una novela basada en la forma “diario”, el ritmo que
le imprime a cada período revela que se trata de un poema, la epopeya de la palabra perdida o imposible.
Ningún rigor filológico lo mueve, sino más bien, el amor mismo que la filología dice y que, por eso mismo, le
permite el anacronismo más evidente pero también el más secreto.
En el otro extremo, Giorgio recuerda un libro en particular que para él significó “una suerte de despedida de
la poesía en nombre de una práctica poética que ya no abandonaría nunca más: la filosofía, la «música
suprema»”.
Giorgio y Rafael entienden, creo, la poesía como gesto. El gesto, como expresión y como gag (“un perro de
verdad que hace de perro”), suspende la relación significativa de las palabras con las cosas, y por eso, Giorgio
sostiene que un filósofo que no se plantea un problema poético no es un filósofo. Es seguro que Rafael ha
pensado: un actor que no se plantea un problema poético no es un actor.
En la dedicatoria de su libro, Rafael dice “Papá Noel me dejó este engendro para vos”.
Hay algo de impersonalidad en ese don que viene de otra parte y del cual él es sólo un presunto intermediario.
El engendro es un gesto poético de vuelo altísimo. Y yo se lo agradezco.

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