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Sabiduría y ética.

El uso de la sabiduría práctica


Por: Barry Schwarts.
https://www.ted.com/talks/barry_schwartz_using_our_practical_wisdom/transcript?language=es
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En muchas personas entre las que desde luego, me encuentro yo y mucha gente con la
que hablo, hay una especie de insatisfacción colectiva con el funcionamiento de las cosas,
con el modo de operar de las instituciones. Los maestros parecen estar defraudando a
nuestros hijos. Los médicos no saben quiénes diablos somos y no tienen tiempo suficiente
para nosotros. Está claro que no podemos confiar en los banqueros y desde luego que
tampoco en los corredores de bolsa pues casi hacen colapsar al sistema financiero. E
incluso nosotros en nuestros trabajos muy a menudo nos vemos obligados a elegir entre
hacer lo que pensamos que es correcto y hacer lo que se espera, o lo que es necesario, o
lo más provechoso. Por lo tanto, miremos donde miremos, prácticamente en todos los
ámbitos, nos preocupa que las personas de las que dependemos no defiendan nuestros
intereses con el corazón. O si defienden nuestros intereses con el corazón nos preocupa
que no nos conozcan lo suficientemente bien como para saber qué tienen que hacer para
permitirnos garantizar esos intereses. No nos entienden. No tienen tiempo para llegar a
conocernos.
Hay dos tipos de respuestas que damos a esta suerte de insatisfacción general. Si las cosas
no salen bien la primera respuesta es: hagamos más reglas, establezcamos unos
procedimientos detallados para asegurarnos que la gente haga lo correcto. Démosle guías
a los maestros para que sigan en clase de modo que si no saben lo que están haciendo y
no les importa el bienestar de nuestros hijos, siempre y cuando sigan las guías, nuestros
hijos logran educarse. Démosle a los jueces una lista de sentencias obligatorias para
impartir ante los crímenes y así no tener que depender del criterio de los jueces. En vez
de eso todo lo que tienen que hacer es buscar en la lista qué sentencias corresponden a
qué delitos. Pongamos límites a los intereses que pueden cobrar las tarjetas de crédito y
a las tasas por servicios. Cada vez más normas para protegernos de unas instituciones
indiferentes e insensibles con las que tenemos que lidiar.

O, quizá y, además de las normas veamos si podemos encontrar algunos incentivos bien
inteligentes para que, incluso si la gente con la que tratamos en particular no quiere
atender nuestros intereses, esté dentro de sus intereses atender los nuestros; los
incentivos mágicos que van a hacer que la gente haga lo correcto incluso por puro
egoísmo. Por eso le damos bonos a los maestros si sus alumnos aprueban los exámenes
de las grandes evaluaciones que suelen hacerse para medir la calidad del sistema
educativo.
Pero creemos, y lo sostenemos en el libro, que no existen normas no importa en qué nivel
de detalle, ni su especificidad, ni lo minucioso que seamos en el monitoreo y en su
cumplimiento, no existen normas que nos den lo que necesitamos. ¿Por qué? Porque los
banqueros son inteligentes. Y, como el agua, van a encontrar las grietas en cualquier
norma. Uno diseña unas normas que aseguran que no van a ocurrir otra vez las causas
particulares que hicieron que el sistema casi colapse. Es de una ingenuidad pasmosa
pensar que por bloquear esta fuente de colapso financiero uno ha bloqueado todas las
posibles causas. Así que es sólo cuestión de esperar a la siguiente y después
sorprendernos de lo tontos que fuimos al no protegernos contra eso.
Necesitamos desesperadamente, más allá, o además, de mejores normas y de incentivos
razonablemente inteligentes, necesitamos virtud, necesitamos carácter, necesitamos
gente que desee hacer lo correcto. Y, en particular, la virtud que más nos hace falta es lo
que Aristóteles llamó la sabiduría práctica. La sabiduría práctica es la voluntad moral de
hacer lo correcto y la habilidad moral de discernir qué es lo correcto. Aristóteles estaba
muy interesado en ver cómo trabajaban los artesanos a su alrededor. Y quedó
impresionado por la forma en que improvisaban nuevas soluciones a nuevos problemas;
problemas que no habían previsto. Un ejemplo es que observa a los canteros que
trabajaban en la isla de Lesbos, y tenían que medir columnas redondas. Bueno, si lo
piensan, es muy difícil medir columnas redondas con una regla. Entonces, ¿qué hacen?
Elaboraron una nueva solución al problema. Crearon una regla que se dobla lo que hoy
llamaríamos una cinta métrica, una regla flexible, una regla que se dobla. Y Aristóteles
dijo: Ah, se dieron cuenta que a veces para diseñar columnas redondas uno tiene que
doblar la regla. Y Aristóteles dijo: a menudo al tratar con otras personas tenemos que
doblar las reglas.
Tratar con otras personas exige un tipo de flexibilidad que ninguna regla puede
contemplar. Las personas sabias saben cuándo y cómo doblar las reglas. Las personas
sabias saben improvisar. Mi co-autor Ken y yo nos referimos a eso como a una especie de
músico de jazz; las reglas son como las notas de la página con las que uno empieza pero
luego uno baila en torno a las notas de la página, dando con la combinación justa para
ese momento en particular, con esos compañeros músicos en particular. Así que para
Aristóteles ese tipo de flexibilización, de excepción a la regla e improvisación que se
observa en los artesanos consumados, es justo lo que se necesita para ser artesano de la
habilidad moral. Y, en la interacción con la gente, casi siempre, se requiere este tipo de
flexibilidad. Una persona sabia sabe cuándo torcer las reglas. Una persona sabia sabe
cuándo improvisar. Y, más importante, una persona sabia improvisa y hace excepciones
al servicio de los objetivos correctos. Si se tuercen las reglas y se improvisa en beneficio
propio estamos frente a una manipulación despiadada de otra gente. Por eso es
importante poner estas prácticas sabias al servicio de los demás y no en beneficio propio.
Y entonces la voluntad de hacer lo correcto es tan importante como la habilidad moral
para improvisar y hacer la excepción adecuada. Juntas constituyen la sabiduría práctica
que Aristóteles pensaba era la virtud principal.
Así que voy a dar un ejemplo de sabiduría práctica en acción. Es el caso de Michael.
Michael es un chico joven. Tenía un trabajo bastante mal pago. Era el sustento de su
esposa y de un niño, y el niño estaba yendo a la escuela parroquial. Luego él perdió su
empleo. Entró en pánico al pensar que no podría mantener a su familia. Una noche, bebió
un poco de más y le robó a un taxista; robó $50. Robó a punta de pistola. Era una de
juguete. Lo atraparon, lo procesaron, y condenaron. Las directrices de condena de
Pennsylvania prevén una sentencia mínima para un delito como este de 2 años, 24 meses.
La jueza del caso, Lois Forer, pensó que esto no tenía sentido. El muchacho no había
cometido un crimen antes. Era un padre y esposo responsable. Había tenido que hacer
frente a una situación desesperada. Todo esto haría destruir una familia. Así que
improvisó una sentencia de 11 meses. Y no sólo eso sino que lo liberó cada día para ir al
trabajo. Pasaba la noche en la cárcel y de día tenía trabajo. sí lo hizo. Cumplió su sentencia.
Hizo la restitución y se consiguió un nuevo empleo. La familia se volvió a unir.
Y parecía encaminada a una vida digna; un final feliz para una historia con improvisación
inteligente de una jueza sabia. Pero resultó que el fiscal no estaba contento con que la
jueza Forer ignorara las pautas de sentencia e inventara las suyas propias y por eso apeló.
Pidió la sentencia mínima obligatoria para el robo a mano armada. Después de todo él
tenía un arma de juguete. La sentencia mínima obligatoria para el robo a mano armada
es de 5 años. Ganó la apelación. Michael fue sentenciado a 5 años de prisión. La jueza
Forer tuvo que obedecer la ley. Y, por cierto, esta apelación ocurrió después de que él
terminara de cumplir su condena, así que estaba en libertad con un empleo, cuidando de
su familia, y tuvo que regresar a la cárcel. La jueza Forer hizo lo que le pidieron que haga
y luego renunció al cargo. Y Michael desapareció. Así que esto es un ejemplo tanto de
sabiduría práctica como de subversión de la sabiduría por normas que tienen por objeto,
por supuesto, mejorar las cosas.
Pensemos ahora en la Sra. Dewey. La Sra. Dewey es maestra de primaria en Texas. Un día
se encontraba escuchando a un consultor que trataba de ayudar a las maestras a mejorar
las puntuaciones de los niños, para que la escuela alcanzara la categoría de élite en
porcentaje de niños que aprobaran los grandes exámenes. Todas estas escuelas texanas
compiten entre sí para alcanzar estos hitos y hay bonos y otros varios regalos que reciben
si le ganan a otras escuelas. Este era el consejo del consultor: primero, no pierdan tiempo
con los niños que van a aprobar el examen sin importar lo que hagan. Segundo, no pierdan
tiempo en los niños que no aprobarán sin importar lo que hagan. Tercero, no pierdan
tiempo en los niños que se mudan de distrito demasiado tarde para contabilizar sus
puntuaciones. Concentren todo su tiempo y atención en los niños que están en la burbuja,
los llamados niños de la burbuja, los niños que con su intervención ustedes puedan hacer
que crucen la línea del fracaso a la aprobación. Al oír esto la Sra. Dewey negaba con su
cabeza con desesperación mientras sus colegas maestros se daban ánimo unos a otros y
asentían con la cabeza. Era como si estuvieran por jugar un partido de fútbol. Para la Sra.
Dewey no era para eso que decidió ser maestra.
Ahora bien, Ken y yo no somos ingenuos y entendemos que uno necesita tener reglas.
Uno necesita tener incentivos. Las personas tienen que ganarse la vida. Pero el problema
en depender de reglas e incentivos es que éstos desmoralizan la actividad profesional. Y
desmoralizan la actividad profesional en dos sentidos. En primer lugar, desmoralizan a la
gente involucrada en la actividad. La jueza Forer renuncia y la Sra. Dewey queda
descorazonada. En segundo lugar desmoralizan a la propia actividad. La propia práctica
se desmoraliza y también los profesionales de la práctica. Produce personas, cuando uno
maneja incentivos para hacer que la gente haga lo correcto, produce personas adictas a
los incentivos. Es decir, eso produce personas que sólo hacen cosas a cambio de
incentivos.
Ahora bien, lo sorprendente de esto es que los psicólogos ya saben esto hace 30 años.
Los psicólogos ya conocen las consecuencias negativas de incentivarlo todo desde hace
30 años. Sabemos que si uno recompensa a los niños por hacer dibujos dejan de
preocuparse por el dibujo y se preocupan sólo por la recompensa. Si uno recompensa a
los niños por leer libros dejan de preocuparse por el contenido de los libros y se
preocupan sólo por su longitud. Si uno recompensa a los maestros por las puntuaciones
de los niños dejan de preocuparse por la educación y sólo se preocupan por los exámenes.
Si uno premiara a los médicos por hacer más tratamientos como en el sistema actual,
harían más. Si, por el contrario, uno premia a los médicos por atender menos atenderán
menos. Lo que queremos, por supuesto, es que los médicos atiendan la cantidad justa de
casos; que atiendan la cantidad justa por la razón correcta es decir, que contribuyan al
bienestar de sus pacientes. Los psicólogos ya lo saben desde hace décadas y es hora de
que las autoridades empiecen a prestar atención y escuchen un poco más a los psicólogos
en vez de a los economistas.
Por eso los "proscritos astutos" son mejor que nada pero es difícil de imaginar proscritos
astutos sosteniendo eso durante un tiempo indefinido. Más prometedores son los
llamados "cambia sistema". Son personas que están buscando no esquivar las normas y
regulaciones del sistema sino transformar el sistema, y hay varios. Uno en particular es el
juez Robert Russell. Este juez un día se enfrentó con el caso de Gary Pettengill. Pettengill
era un veterano de 23 años que había planeado hacer una carrera en el ejército pero
luego, en Irak, sufrió una lesión severa en la espalda que lo obligó a pedir un alta médica.
Estaba casado, venía el tercer hijo en camino, sufría trastorno de estrés postraumático,
además de la espalda, y de pesadillas recurrentes y había empezado a fumar marihuana
para aliviar algunos de los síntomas. Por lo de la espalda tuvo que buscar un trabajo de
tiempo parcial y por ende no le alcanzaba para llevar el pan a la mesa y cuidar de su
familia. Así que empezó a vender marihuana. Fue arrestado en una redada de drogas.
Expulsaron a su familia de su hogar y Bienestar Social amenazaba con quitarle a sus hijos.
Siguiendo los procedimientos normales de sentencia el juez Russell no habría podido más
que condenar a Pettengill a pasar mucho tiempo en la cárcel por crímenes de droga. Pero
el juez Russell tenía una alternativa. Y eso porque estaba en un tribunal especial. Estaba
en un una corte llamada Tribunal de Veteranos. El Tribunal de Veteranos era el primero
en su tipo en Estados Unidos. El juez Russell creó el Tribunal de Veteranos. Era un tribunal
exclusivo para veteranos que habían violado la ley. Y lo había creado exactamente porque
las leyes de sentencia obligatoria estaban desvirtuando los juicios. Nadie quería que
delincuentes no violentos y, sobre todo que delincuentes no violentos que eran
veteranos, fueran arrojados a la cárcel. Querían hacer algo respecto de lo que todos
conocemos, a saber, la puerta giratoria del sistema de justicia penal. El Tribunal de
Veteranos trató a cada criminal como a un individuo, intentó entender sus problemas
intentó elaborar respuestas para sus delitos que les ayudaran a rehabilitarse, y que no los
olvidaran una vez que el juicio tuviera lugar. Permanecer junto a ellos, seguirlos,
garantizar que se adhirieran al plan que se desarrollara en conjunto para sortear la
dificultad.
Ya hay 22 ciudades que tienen un Tribunal de Veteranos como éste. ¿Por qué se propagó
la idea? Bien, una razón es que por el tribunal del juez Russell han pasado 108 veteranos
a febrero de este año, y de esos 108 veteranos adivinen cuántos han vuelto a prisión por
la puerta giratoria de la Justicia. Ninguno. Nadie. Cualquiera se aferraría a un sistema de
justicia penal que tuviera este tipo de resultados. Tenemos aquí un "cambia sistema" que
parece ser contagioso.
Hay un banquero que creó un banco comunitario con fines de lucro que alentó a los
banqueros -sé que esto es difícil de creer- alentó a los banqueros que trabajaban allí a
hacer el bien haciendo el bien a sus clientes de bajos ingresos. El banco ayudó a financiar
la reconstrucción de lo que de otra manera sería una comunidad moribunda. Aunque los
destinatarios de sus préstamos eran de alto riesgo según las normas comunes, la tasa de
morosidad fue muy baja. El banco fue rentable. Los banqueros se quedaron con los
receptores de los préstamos. No hacían préstamos para luego venderlos. Ellos
administraban los préstamos. Se aseguraron de que los beneficiarios de sus préstamos
efectuaran sus pagos. La banca no ha sido siempre como hoy la pintan los periódicos.
Incluso Goldman Sachs solía estar al servicio de sus clientes antes de pasar a ser una
institución al servicio de sí misma. La banca no ha sido siempre así y no tiene que ser de
este modo.
Hay ejemplos como éste en la medicina: médicos de Harvard que están tratando de
transformar la educación médica, para que no se produzca esa suerte de erosión ética y
falta de empatía que caracteriza a la mayoría de los estudiantes de medicina en el
transcurso de su formación médica. Y lo hacen dándole a los estudiantes de tercer año
pacientes a los que deben seguir todo un año. Así, los pacientes no son sistemas de
órganos, ni enfermedades; son personas, personas que tienen vidas. Y para ser un médico
eficaz es necesario tratar personas que tienen vidas y no sólo enfermedades. Además hay
una enorme cantidad de idas y vueltas, tutoría de un estudiante por otro, de todos los
estudiantes por los médicos, y el resultado, esperamos, será una generación de médicos
que tenga tiempo para las personas que atienden. Ya veremos.
Hay muchos ejemplos como este del que hablamos. Todos muestran que es posible
construir y forjar el carácter y mantener una profesión fiel a su propia misión; lo que
Aristóteles llamaría el propio "telos" Ken y yo creemos que esto es lo que realmente
quieren los profesionales. Las personas quieren que les permitan ser virtuosos. Quieren
tener permiso para hacer lo correcto. No quieren sentirse como que necesitan una ducha
para quitarse la mugre moral del cuerpo cada día cuando regresan a sus casas del trabajo.
Aristóteles pensaba que la sabiduría práctica era la clave de la felicidad y tenía razón. Hoy
en día hay mucha investigación en psicología sobre los factores de la felicidad y las dos
cosas que saltan en todos los estudios -sé que va a ser como un balde de agua fría para
Uds- las dos cosas que más importan para la felicidad son el amor y el trabajo. Amor:
manejar con éxito las relaciones con las personas cercanas y con las comunidades de las
que uno forma parte. Trabajo: participar en actividades significativas y gratificantes. Si
uno tiene eso, relaciones estrechas con otras personas y un trabajo significativo y
gratificante, prácticamente no necesita nada más.
Bueno, para amar bien y trabajar bien se necesita sabiduría. Las normas y los incentivos
no nos dicen cómo ser buenos amigos, cómo ser buenos padres, cómo ser buen cónyuge
o cómo ser buen doctor o buen abogado o buen maestro. Las normas y los incentivos no
son sustitutos de la sabiduría. De hecho, sostenemos, no hay sustituto para la sabiduría.
Por eso la sabiduría práctica no requiere actos heroicos de abnegación por parte de los
profesionales. Al darnos la voluntad y la habilidad de hacer lo correcto -para hacer el bien
a otros- la sabiduría práctica nos da también la voluntad y la habilidad de hacernos bien
a nosotros mismos.

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