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Durero, Rafael, Tiziano, Rubens, Rembrandt, Caravaggio, Manet, Renoir, Cézanne, Van Gogh,
Gauguin, Kandinsky, Picasso, Hopper, Rothko… Impresiona la lista de grandes nombres de la
historia de la pintura que la componen, y sorprende también que sea el resultado de tan solo dos
generaciones de coleccionismo. Como si de un libro se tratara, todos los movimientos del arte
occidental van pasando uno tras otro, desde la pintura de los siglos XIII y XIV hasta las últimas
décadas del siglo XX, mostrando el gusto exquisito de los que han sido sus principales artífices: los
barones Heinrich Thyssen-Bornemisza (1875-1947) y su hijo Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza
(1921-2002).
Heinrich Thyssen
Establecieron su residencia en el castillo Schloss Rohoncz, en la actual Hungría, pero en 1919
tuvieron que trasladarse a Ámsterdam donde fijó el centro de sus negocios y donde, en 1921, nació
su hijo Hans Heinrich. A pesar de las dificultades de la posguerra, Heinrich siguió coleccionando en
esos años sobre todo arte antiguo y logró reunir hasta 1947, año de su muerte, 525 pinturas de
gran valor. En 1930 el público tuvo la oportunidad de contemplar por primera vez una parte de
ellas en la exposición organizada en la Neue Pinakothek de Múnich. Fue un gran éxito y todo un
acontecimiento para los historiadores de arte de la época, lo que animó al Barón a seguir
adquiriendo no solo pinturas, sino también muebles, tapices, esculturas, joyas y otras obras de
arte.
Para albergar una colección que crecía sin cesar y buscando un lugar neutral en la turbulenta
Europa de entreguerras, en 1932 compró al príncipe Leopoldo de Prusia el palacio de Villa Favorita,
en la localidad suiza de Lugano, donde residió a partir de entonces y en cuyo jardín mandó
construir una galería para instalar las obras en las mejores condiciones museísticas y con la
intención de mostrarlas al público. La galería abrió sus puertas en 1936, pero el estallido de la
Segunda Guerra Mundial hizo que tuviera que cerrarse durante prácticamente diez años, hasta
1949, ya fallecido Heinrich y tomando el testigo de la colección el menor de sus hijos, Hans
Heinrich.
Hans Heinrich
Con la muerte del primer barón Thyssen, la colección quedó dividida entre sus cuatro hijos. Hans
Heinrich tenía entonces 26 años y fue el único que decidió seguir la tradición iniciada por su padre,
quedando también al frente de los negocios familiares. Poco a poco logró reunir de nuevo muchas
de las obras de arte diseminadas por la herencia, y no fue hasta 1956 cuando compró el primer
cuadro a una persona ajena a la familia, el Retrato de un hombre de Francesco del Cossa. A partir de
ahí y siguiendo el criterio de su padre, continuó adquiriendo durante unos años solo obras de
maestros antiguos, hasta 1961, año en el que compró su primer cuadro moderno: una acuarela del
pintor alemán Emil Nolde. Efectivamente, fue el arte expresionista alemán el que atrajo su interés
en un primer momento, pero pronto empezó a interesarse también por el impresionismo, el
postimpresionism y las vanguardias del siglo XX, hasta llegar al arte pop y al hiperrealismo.
Con todas estas nuevas adquisiciones la galería de Lugano, inaugurada por su padre y reabierta
por él en 1949, pronto se quedó pequeña y surgió la idea de organizar exposiciones temporales en
distintos países como forma de acercar también la colección al mayor público posible. Al igual que
para su padre, el afán coleccionista de Hans Heinrich tuvo siempre una clara vocación pública. Las
obras nunca fueron compradas para ser admiradas solo por sus dueños, al contrario, ambos
impulsaron siempre una importante política de apertura y difusión de la colección: “Los pintores
no hacen la obra para los ojos de un solo hombre. Mi legado como coleccionista es compartir, y
solo puedo devolver este don haciendo posible que lo vea más de un hombre y comprenda el
talento del artista” (Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza)
Comenzó así en la década de 1960 un intenso programa de exposiciones itinerantes que llevaron
distintas selecciones temáticas de la colección por varias ciudades de Alemania, Japón, Bélgica,
Francia, Australia, Nueva Zelanda, Rusia o los Estados Unidos. Y llegó también a España,
concretamente, con dos exposiciones temporales celebradas en Madrid, una dedicada a los
maestros modernos, en 1986 en la Biblioteca Nacional, y otra de maestros antiguos, un año
después, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
La apertura del Museo Thyssen en Madrid significó además la creación, en el centro mismo de la
ciudad, de una de las más importantes concentraciones de arte del mundo, formando junto con el
Museo del Prado y el Museo Centro de Arte Reina Sofía el conocido como ‘Triángulo del Arte’
madrileño. La colección de autores internacionales complementaba a la perfección el legado de
pintura antigua del Prado y la pintura moderna y contemporánea del Reina Sofía. A todo ello, se
sumaba además la representativa muestra de las escuelas norteamericanas del siglo XIX,
prácticamente ausentes en los museos europeos.
Parecía culminar así, de forma difícilmente superable, la historia de esta relativamente corta pero
intensa trayectoria coleccionista. Sin embargo, quedaba todavía un último capítulo: continuando
la tradición familiar, Carmen Thyssen había empezado a formar también junto al Barón su propia
colección y, tras el fallecimiento de este en 2002, sumó a esas nuevas adquisiciones la herencia
recibida de su esposo. Para albergar una selección de estas obras, el Estado adquirió dos edificios
anexos al Palacio de Villahermosa, que fueron rehabilitados por los arquitectos Manuel Baquero y
Francesc Pla. En 2002 se firmó un acuerdo de préstamo gratuito por un periodo inicial de 10 años
que ha venido prorrogándose sucesivamente hasta la actualidad. La ampliación del museo añadía
también nuevos espacios para oficinas, salas de exposiciones temporales y otros servicios y fue
inaugurada en junio de 2004.