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Influencia de La Doctrina Estoica en La Poesia de Quevedo y Derivaciones de La Poetica Quevediana en Cesar Vallejo, Gerardo Diego, Octavio Paz y Jorge Luis Borges.
Influencia de La Doctrina Estoica en La Poesia de Quevedo y Derivaciones de La Poetica Quevediana en Cesar Vallejo, Gerardo Diego, Octavio Paz y Jorge Luis Borges.
Introducción
Desarrollo
Basta sólo con leer los títulos de ingente producción literaria de Quevedo para
percatarse de que sus escritos, tanto en prosa como en verso revelan una acusada
inclinación hacia el estoicismo. Sus obras trasuntan los axiomas estoicos esenciales 1: el
1 En palabras del propio Quevedo, el estoicismo: “ La doctrina toda de los Estoicos se cierra en este
principio: que las cosas se dividen en propias y ajenas; que las propias están en nuestra mano, y las ajenas en la
mano ajena; que aquéllas nos tocan, que estotras no nos pertenecen, y que por esto no nos han de perturbar ni
conocimiento de uno mismo, la desilusión por lo mundano –por “el mundanal ruido”2-,
la glorificación de la virtud y la alabanza de la serenidad. Sin embargo, existe un asunto
en el que pareciera recalar una y otra vez, un asunto sobre el cual vuelve su pluma y en
el que logra las notas más dramáticas, más bellas y más hondas. Ese asunto no es otro
que el cotidie morimur senequiano: es mientras vivimos cuando nos sentimos morir; la
afligir; que no hemos de procurar que en las cosas se haga nuestro deseo, sino ajustar nuestro deseo con los
sucesos de las cosas, que así tendremos libertad, paz y quietud; y al contrario, siempre andaremos quejosos y
turbados; que no hemos de decir que perdemos los hijos ni la hacienda, sino que los pagamos a quien nos los
prestó, y que el sabio no ha de acusar por lo que le sucediere a otro ni a sí, ni quejarse de Dios. Job perdió sus
hijos, la casa, la hacienda, la salud y la mujer, mas no la paciencia, y a los que le daban las nuevas de que los
ganados se los habían robado, que el fuego le había abrasado los criados, y el viento le había derribado la casa,
no respondía quejándose de los ladrones, ni del fuego, ni del viento: no decía que se lo habían quitado; decía que
quien se lo dio lo cobraba: «Dios lo dio, Dios lo quita; sea el nombre de Dios bendito.» Y no sólo lo volvía, sino
también le daba gracias porque lo había cobrado, y para mostrar que los reconocía por bienes ajenos, dijo:
«Desnudo nací del vientre de mi madre, desnudo volveré.» No culpó Job a los ladrones ni a sí; la mujer le tentó
para que culpase a Dios, y viéndole población de gusanos en un muladar, donde el estiércol le acogía con asco, le
dijo: «Aun permaneces en tu simplicidad; bendice a Dios y muérete.» Reprendiéndole el bendecir a Dios con la
ironía, y el no quejarse de él. A que respondió: «Has hablado como una mujer necia. Si los bienes los recibimos
de la mano de Dios, ¿por qué no recibiremos los males?» ¿Quién negará que esta acción y palabras literalmente
y sin ningún rodeo ni esfuerzo de aplicación no es y son el original de la doctrina estoica, justificadas en
incomparable simplicidad de varón que en la tierra no tenía semejante? No es encarecimiento mío, sino voz
divina del texto. Díjole Dios a Satanás: «Acaso consideraste a mi siervo Job, como no tiene semejante en la
tierra, hombre simple y recto y temeroso de Dios, y que se aparta del mal.» En sólo este capítulo se lee todo lo
que trasladó Epicteto por la tradición de sus antecesores en esta doctrina estoica. Léese la división de las cosas
propias que son las opiniones de las cosas, y la fuga y la apetencia, el desprecio de las que son ajenas en la salud,
en la vida, en la hacienda, en la mujer y los hijos. En recoger esto gasta Epicteto el capítulo primero y segundo,
tercero y cuarto hasta el nono, sin escribir precepto que aquí no se vea ejecutado, y este postrero que numeré,
enseña que a los hombres no los perturban las cosas, sino las opiniones que de ellas tenemos por espantosas, no
siéndolo. Pone Epicteto el ejemplo en la muerte, y dice que si fuera fea, a Sócrates se lo pareciera. ¡Cuánto
mejor la ejemplifica Job, de quien esta verdad se derivó a Sócrates! El mostró que ni la pobreza, ni la calamidad
ultimada , ni la pérdida de hijos, ni la persecución de los amigos y de la mujer, ni la enfermedad, por asquerosa,
más horrible que la muerte, eran por sí horribles ni enojosas; y no sólo tuvo buenas opiniones de todas, que es lo
que estaba en su mano, sino que enseñó a su mujer a que tuviese buenas opiniones de ellas, y todo su libro no se
ocupa en otra cosa sino en enseñar a sus amigos que los que él padece no son males, sino que las opiniones
descaminadas que ellos tenían les hacían que les pareciesen males. No sólo Job tuvo el espíritu invencible en
ellos, antes con estas palabras se mostró sediento de mayores calamidades, capitulo VI: «Quien empezó me
quebrante, suelte su mano y acábeme, y ésta sea mi consolación, que afligiéndome en dolor, no perdone.» Como
pudo trasladó estas hazañosas razones Epicteto, cuando decía: «Plue, Domine, super me calamitates. Llueve, oh
Dios, sobre mí calamidades” (Francisco de Quevedo, La doctrina estoica, Extraído de la página web “Biblioteca
del Pensamiento”, Disponible en http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Quevedo/Quevedo-Doctrina-
Estoica.htm, Fecha de Captura: 25/07/14). Aunque el fragmento consignado nos
1
muerte misma sólo es el final de ese dolor, ese “dolor de ya no ser” 3 que acompaña
“cada solitario instante”4 del paso por la vida, ese dolor de sentir en carne viva la daga
mortal que puntualmente nos aniquila. En suma, ese dolor de vivir cotidianamente la
muerte5.
A los efectos del presente trabajo importa parar mientes en la vinculación que el
propio Quevedo columbraba entre sí mismo y la doctrina estoica, y ello obedece a que
en la distancia que media entre la consecución del ideal estoico y la propia práctica
personal –entre aquello que debe ser y aquello que es- se nos abre un universo poético
en continua lucha, un combate –una agonía- entre el impulso de ajustarse al espíritu de
la doctrina, y el dolor y la angustia irremediables causados por el hecho de no poder
alcanzar tal espíritu. Sin embargo, ya veremos que no serán letra muerta las máximas
esenciales del estoicismo y, muy por el contrario, como fruto maduro de esa relación de
parece extenso, hemos decidido no cortarlo ni parafrasearlo, y esta decisión se fundamenta no sólo en que en él
encontramos lo medular de lo que interesa al presente trabajo -el pensamiento de Quevedo en lo que hace al
estoicismo-, sino también en que nos parece un dechado magistral de argumentación, de estilo y de dominio
cabal de la lengua española. Esperamos que ella ilumine estas modestas, modestísimas páginas.
2 Fray Luis de León bien puede estimarse como uno de los veneros en que abrevó el estoicismo –poético,
filosófico, vital- de Quevedo.
4 Volveremos en la pág. 8 sobre este verso del poema de Jorge Luis Borges “No eres los otros”.
5 Como suplemento de la primera cita del presente trabajo, y respecto de este particular punto de la doctrina
estoica y de la relación existente entre tal doctrina y la doctrina cristina, nos esclarece lo que sigue: “La idea de
que cada instante de la vida es en realidad un paso hacia la muerte, que vivir es ir muriendo, no es exclusiva del
estoicismo. Aparece, por ejemplo, en Reyes II y en Ovidio. Por cierto, Quevedo a partir de 1634 defendió que los
estoicos se habían inspirado en el Antiguo Testamento y particularmente en el libro de Job […] La propueta
estoica, como es bien sabido, consiste en asumir la muerte hasta el punto de dejar de temerle, hasta el extremo
de verla incluso como algo deseable. De hecho, la defensa del suicidio (y su práctica, como en el caso
de Catón) fue una brecha insalvable entre el estoicismo y el cristianismo. Pero fuera de ese extremo, o de la
idealización de la apatía, que también repudian los cristianos, estoicismo y cristianismo coinciden no sólo en la
presencia constante de la muerte, sino también en el desprecio de las ambiciones y pasiones mundanas y en a
sublimación de la virtud” (Baños Vallejo, Fernando, “Quevedo como modelo de estoicismo en la poesía
española: de la sentencia incontestable al consuelo insuficiente”, en La transmission de savoirs licites ou
illicites dans le monde hispanique (XII -XVII siècles), CNRS – Université de Toulouse-Le Mirail, 2011, p. 467)
(Las cursivas son nuestras).
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fuerzas, Quevedo nos dará sus poemas más sublimes, sus poemas más humanos, quizás
“demasiado humanos”.
Así describe –en un párrafo insigne- su relación con el estoicismo:
Mediante la lectura atenta del párrafo citado venimos a confirmar lo que un poco
más arriba afirmábamos respecto de la distancia que, entre los valores estoicos y la
experiencia personal de Quevedo, existe, y que se nos revela haciendo las veces de una
grieta viva merced a la cual se extiende la cuerda poética mejor –“mejor” a nuestro
juicio- de la obra quevediana. Aquella cuerda que, al pulsarla, nos da el grito
“existencial” del animal humano herido de muerte, el grito que no ha sabido callar, ya
que –aunque lo maravilla la doctrina que propugna la apatía- no es Quevedo,
medularmente, un estoico cabal, y en sus poemas el deseo de llegar a ser impasible
frente al mundo, frente al tiempo fugitivo y frente a la muerte, no será sino un afán
truncado. Nunca llegarán a desaparecer en Quevedo la angustia y el dolor7.
De ahí, entonces, los celebérrimos versos:
6 Francisco de Quevedo, La doctrina estoica, Extraído de la página web “Biblioteca del Pensamiento”,
Disponible en http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Quevedo/Quevedo-Doctrina-Estoica.htm, Fecha de
Captura: 25/07/14.
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¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.8
De ese símbolo son descendientes directos, por ejemplo, poemas de César Vallejo,
de Gerardo Diego y de Octavio Paz.
9 “No; el alarido de Quevedo podrá muchas veces –así lo dicen los poemas- proceder de pena de amor; a
nosotros nos es imposible interpretarlo sólo como un lamento amoroso. ¿Verdad que la pena del hombre es
mucho más radical –ya muy lejos de Lisi, de Floralba, de Aminta-, que nace de un pesimismo genérico, unido a
la misma entrada de su existir? […] Quevedo es un atormentado: es un héroe –es decir, un hombre- moderno.
Como tú y como yo, lector: con esta misma angustia que nosotros sentimos. Y es en esto, en medio de su época,
de una enorme, de una única originalidad […] Quevedo, no. Quevedo tiene una congoja que le estalla. Es una
preocupación constante por su vivir: punto en el tiempo, con memoria y con una proyección hacia el futuro. La
preocupación por su vida, esa consideración de su vida, que nunca le abandona, y la representación de este vivir
como un anhelo […] como una angustia continuad, arrancan esencialmente, radicalmente, a Quevedo de todo
psicologismo petrarquista, lo mismo que le arrancan de todos los formalismos postrenacentistas, y nos lo sitúan
al lado del corazón, junto a nuestros poetas modernos preferidos, junto a Unamuno; o digámoslo sin poetas, en
términos bien anchos: nos lo colocan junto al angustiado, al agónico hombre del siglo XX: sí, angustiado y
desnortado, como nosotros, como cualquiera de nosotros (Alonso, Dámaso, “El desgarrón afectivo en la poesía
de Quevedo”, en Poesía Española, Madrid, Gredos, 1976, pp. 574-577).
10 Símbolo de similares características también es el siguiente soneto: ¡Fue sueño ayer; mañana será tierra! /
¡Poco antes, nada; y poco después, humo! / ¡Y destino ambiciones, y presumo / apenas punto al cerco que me
cierra! / Breve combate de importuna guerra, / en mi defensa, soy peligro sumo; / y mientras con mis armas me
consumo, / menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. / Ya no es ayer; mañana no ha llegado; / hoy pasa, y
es, y fue, con movimiento / que a la muerte me lleva despeñado. / Azadas son la hora y el momento / que, a
jornal de mi pena y mi cuidado, / cavan en mi vivir mi monumento (Extraído de la página web “Fundación
Francisco de Quevedo”, Disponible en: http://www.franciscodequevedo.org, Fecha de captura: 25/07/14).
11 Vallejo, César, “Sermón sobre la muerte”, en Poemas humanos, Buenos Aires, Losada, 2010, p. 101.
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Aquí, el eco de Quevedo es evidente: la presencia constante de la muerte a través
de la igualación de la vida con la muerte, en un vivir que es morir, en un morir que es
vivir, en el que se muere tanto, “a cada instante”, “para sólo morir”. Decimos que en este
fragmento de “Sermón sobre la muerte” la resonancia de Quevedo es prístina, palmaria,
pero señalemos, además, que este poema de Vallejo recoge el legado de los sonetos de
Quevedo que consignamos ut supra, y que, quizás, gracias a ese legado sus notas
suenan grandemente: Porque el poema de Vallejo se escucha como un rezo en la catedral
quevediana, que amplifica la hondura de la plegaria del poeta peruano.
Veamos ahora, en un poema de Gerardo Diego, las notas de uno de los sonetos de
Quevedo que hemos citado más arriba. Ese poema es “Insomnio”:
III
13 Nótese que ambos yo poéticos van como Eneas por los infiernos: obscuri sola sub nocte per umbram
(Virgilio, Eneida, Buenos Aires, Losada, 2004, p. 217). Recordemos que, en el Prólogo de El Hacedor, Borges
destacó el hexámetro citado como excelencia de hipálage (Borges, Jorge Luis, El Hacedor, Buenos Aires,
Alianza, 1998, p. 4)
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la sangre, los relojes, las estrellas,
Dios abrirá los ojos
y al reino de su nada volveremos.14
Creemos que los versos citados nos eximen de glosar lo evidente. Pero evidente es
también el influjo –el vasto influjo- de Quevedo en Borges, al que queríamos incluir en
este trabajo por la sencilla razón de que es nuestro más admirado escritor, porque Borges
es el arquetipo y porque a su laberíntica obra tantas dilatadas y felices horas le hemos
entregado. Por eso, este soneto:
14 Paz, Octavio, “Cuarto de hotel”, en Lo mejor de Octavio Paz: El fuego de cada día, México, Planeta, 1989,
p. 33.
15 Borges, Jorge Luis, “No eres los otros”, en Obras completas- Tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 1985, p. 158.
8
A modo de cierre, señalemos que emprender un estudio respecto de la influencia
literaria de Quevedo es, quizás, una empresa imposible. En este trabajo sólo hemos
recogido una gota de un océano. Queremos creer que esa gota ha servido para empezar a
entrever esa galaxia que es la obra de Quevedo. Si a ese propósito hemos sumado un
ínfimo grano de nuestra arena, nos damos por conformes, porque, como bien dice
Borges:
Bibliografía
General:
Específica:
- Borges, Jorge Luis, Obras completas- Tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 1985.
- Paz, Octavio, Lo mejor de Octavio Paz: El fuego de cada día, México, Planeta.
10
- Quevedo, Francisco de, La doctrina estoica, Extraído de la página web
“Biblioteca del Pensamiento”, Disponible en http://www.e-
torredebabel.com/Biblioteca/Quevedo/Quevedo-Doctrina-Estoica.htm, Fecha de
Captura: 25/07/14.
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