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Aaron era un estudiante universitario que necesitaba dinero para pagar sus estudios

y cuestiones personales, el problema es que la búsqueda de empleo se le hizo muy


difícil y su última opción era cuidar a un octogenario enfermo, su única función
era verificar que el señor tomara todas sus medicinas y estar con él durante las
noches. El médico le aconsejó que no lo dejara solo para que el anciano pudiera
curarse rápidamente y así lo hizo. Durante semanas el joven se quedaba con el
señor y tenía apenas pocos días libres, sin embargo, la paga era muy buena así que
no se quejaba en absoluto.

En una de sus noches libres, el anciano lo llamó con urgencia para que fuera a
atenderlo. Aaron estaba preocupado por lo que pudiera sucederle al señor y en
seguida emprendió su camino hasta la vieja casa del vecindario. Eran las 7 de la
noche, no era muy tarde pero todo estaba oscuro, el ambiente era tenso, algo no
andaba bien. Cuando entró a la casa, el anciano le comentó que no podía dormir
porque se sentía observado, Aaron decidió quedarse con él y así poder defenderlo
en caso de que algo pasara.

Pasaron los minutos y el teléfono de la casa comenzó a sonar, contestó y una voz
muy ronca le dijo que saliera de la casa y que, en caso contrario, no dudaría
en asesinarlo. Aaron no le prestó atención y colgó sin siquiera hablar. 5 minutos
más tarde, volvieron a llamar y le hicieron la misma
amenaza, ya harto, llamó a la policía para que ellos se hicieran cargo. El agente
encargo le dijo que si volvían a llamar, que hablara un poco para que ellos
pudieran rastrear la llamada. Cuando el teléfono sonó nuevamente, él le dijo al
hombre que no se iría de la casa y que lo dejara en paz, el sujeto comenzó a reír y
colgó.

Solo pasaron segundos para que la policía se comunicara con el chico.


“Salgan de ese lugar, el hombre ha estado llamando desde la segunda línea
telefónica, está en esa casa”.

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