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Miguel Angel Ocampo Rangel

Reflexión a El segundo sexo de Simone de Beauvoir

La bruja, tal y como nos llega por la tradición es, en muchos


casos, una entidad hablada por otro, más que un sujeto que habla,
al menos dentro del lenguaje insittucional; es en buena medida el
producto del inquisidor y de sus procesos inquisitoriales; es, en
cierto sentido, una figura pasiva sujeta a la palabra del otro. Y
esto, en última instancia, hace de su posible discurso un discurso
corrompido, atravesado por voces que no son la suya y que la
sofocan.

Al castigar con el fuego "la insaciabilidad de la vulva", al "animal


imperfecto", al "mal de la naturaleza pintado con buen color",
creyeron, quizás en nombre de la fe cristiana, arrasar con el
instrumento del diablo, con el enemigo de la Iglesia, pero ante
todo, creyeron purificar al mundo purificándose ellos mismo de
sus propios deseos, de sus propios raptos, es decir, del diablo en el
cuerpo.

Esther Cohen, Con el diablo en el cuerpo.

La lectura de la primera parte de El segundo sexo de Simone de Beauvoir me hizo pensar


en muchísimas cosas respecto a la sexualidad, género, etcétera y su relación con una
espiritualidad –que se ha venido manejando, con acuerdos y desacuerdos, a lo largo de este
curso. La pregunta por la mujer es una cuestión con múltiples respuestas. La primera parte,
Beauvoir, señala la concepción biológica, la psicoanalítica, y la del materialismo histórico.
Mediante la biología puede verse sólo el comportamiento de las hembras y los machos
respecto del uno y del otro. Ella –Beauvoir- da cuenta que los argumentos que apelan a la
biología para justificar y explicar a la mujer son insuficientes, incluso llegan a la
abstracción, por ende, nada sólidos. La biología no explica a la mujer, ni siquiera al
hombre, me atrevo a decir. Ésta sólo describe el comportamiento físico-biológico de las
hembras y los machos en el micro y en el macro biológico. Basta para ver dichos
comportamientos para darse cuenta que son múltiples. Sin embargo, la filósofa francesa, en
el nivel humano, respecto a la fecundación afirma el proceso activo del óvulo y del
espermatozoide. Negando, de esta manera, la concepción arraigada de la pasividad del
óvulo, pasividad que se reduce a sólo recibir al espermatozoide, mientras que éste último es
actividad, reduciéndolo a su “carrera” al encuentro del óvulo.

Me detengo en la parte biológica porque ésta parte causó en mí mucha reflexión acerca de
lo femenino y lo masculino dentro de mi concepción espiritual. Como sostuve en clases
anteriores, el mundo inteligible –por ponerle un nombre más cercano a nosotros- no es fijo,
está en constante movimiento, transformación, Πάντα ῥεῖ (panta rhei), todo fluye –dice
Heráclito. El punto de vista biológico que analiza y critica Beauvoir, parece ser que es una
manifestación de lo femenino y lo masculino en el kosmos. Pero, en la biología “lo
femenino” y “lo masculino” no son unívocos; en cada especie, se manifiesta de manera
diferente. Sin embargo, el que se manifieste de la manera en que lo hace, no quiere decir
que sea “normal” ni “natural”. Es decir, lo femenino y lo masculino a nivel ontológico no
se relacionan así. En este planeta tal relación está en desequilibrio. El comportamiento
biológico del macho con la hembra y de la hembra con el macho es manifestación de tal
desequilibrio. Es claro que el juego dialéctico entre esas energías sutiles es mucho más
complejo o, por qué no, mucho más sencillo. De las dos maneras yo, por lo menos, a partir
de mi desarrollo espiritual no logro ver en su totalidad ese juego. Por ende, todo lo que
estoy diciendo aquí son meras suposiciones a partir de lo que vislumbro.

¿Qué es la mujer? ¿Qué es el hombre? Estas dos preguntas cubren múltiples campos para
responderlas. Construcciones que la razón realiza para ser y estar en este mundo no sea un
caos. Al ser construcciones, podemos destruirlas, y erigir nuevas cosas. Es lo que hace el
feminismo y el estudio de las masculinidades. Estamos en momentos históricos en que la
noción de “mujer” y la de “hombre” están diluyéndose. Situaciones como la
homosexualidad, transexualidad, intersexualidad, hermafroditismo, androginia, etcétera,
ponen en cuestión la dualidad hombre-mujer, como dualidad natural, inmutable. Tal vez
lleguemos al punto de trascender esos conceptos, esas concepciones del mundo, de lo
femenino y lo masculino. Quizás estamos empezando a dar cuenta de la multiplicidad de
situaciones en que el ser humano y toda la naturaleza misma existen, y que reducirlas a
“hombre-mujer”, “macho-hembra” es una tarea absurda. Sirvió en otros tiempos, incluso la
dominación de lo femenino por parte de lo masculino, en el ser humano, ha servido para
tener la conciencia de esa otra parte. No un “otro” ajeno, sino un “otro” ilusorio, porque en
realidad es uno solo.

Hay mucho qué reflexionar sobre esto. Incluso mi propia postura, que esbocé muy
someramente aquí, tiene muchos matices, no está acabada. Así que la dejo sobre la mesa a
su disposición.

Bibliografía

Beauvoir, Simone de, El segundo sexo, Madrid: Ediciones Cátedra, 2002.

Cohen, Esther, Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el renacimiento, México:


Taurus, 2003.

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