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Dialnet ElSimulacroYLaLey 3658840 PDF
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El simulacro y la ley:
El anime Death Note a través de la mirada de
Pierre Klossowski
Simulacrum and Law: Death Note Through the Eyes of Pierre
Klossowski
Resumen
Este artículo pretende analizar algunos aspectos del conocido anime japonés Death
Note, de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata, a través de los giros narrativos, los conflictos
morales que plantea y el valor de su universo simbólico con el fin de determinar las
claves de su éxito mundial. Para dicho acercamiento nos servimos del pensamiento del
filósofo francés Pierre Klossowski.
Palabras clave
Cuaderno de Muerte, ley, moralidad, iconografía cristiana.
Abstract
This article aims to analyze some aspects of the Japanese anime Death Note, by
Tsugumi Ōba and Takeshi Obata, through its narrative turns, moral conflicts and the
value of their symbolic universe. It also intends to identify the key of its worldwide
success. In order to attain these goals, we approach the thought of French philosopher
Pierre Klossowski.
Key words
Death Note, law, morality, christian iconography.
Esta historia épica fue creada por Tsugumi Ōba (guión) y Takeshi Obata
(lápices) en el año 2003 y publicada hasta 2006 en Japón a través de las páginas de la
famosa revista semanal Shōnen Jump. Poco tiempo después daría el salto a la pantalla
de dos maneras, como serie animada, de gran similitud con el manga, y como película
de actores reales, con ciertas licencias y recortes necesarios con respecto al núcleo
inicial. La narración nos muestra la vida de Light Yagami, un joven estudiante con una
excelente trayectoria académica quien, sin embargo, no soporta la hipocresía del mundo
a su alrededor, se siente atrapado en un ambiente de falsedad y opresión hasta que un
día ve caer un objeto extraño en el patio de su instituto.
Figura 3. Logotipo de L.
¿Quién es, pues, el misterioso L? ¿Qué podrá hacer un solo hombre contra el
poder invisible de un dios? Como en el viejo mito prometeico, L contará con su astucia
para engañar a la divinidad. Una extraña figura disfrazada hará su aparición ante el resto
de cuerpos policiales que se han reunido para dar fin a esta desproporcionada masacre
de criminales. Para asombro de todos, L ha sido capaz de deducir muchos de los
movimientos de su contrincante: la mayor parte de los asesinatos ocurrieron en Japón,
además los primeros casos documentados de ataques al corazón coinciden con los
horarios de descanso de un estudiante, por lo que pronto es posible reducir el cerco a un
solo país y a una muestra de edad concreta. A continuación, L tiende la trampa que dará
paso a la compleja partida de ajedrez que supone Death Note: por televisión, Light
podrá ver un comunicado supuestamente emitido a nivel mundial en donde Lind L.
Tailor, un hombre que asegura ser el famoso L, reta a Kira ante las cámaras. El tablero,
nuevamente, serán los medios (televisión, Internet), pero L. Tailor no supondrá sino un
peón sacrificado: Light cae en la trampa y ante la visión del hombre que dice ser L no
podrá resistir escribir su nombre en el Cuaderno de Muerte para triunfar decididamente
en su camino. Tras cuarenta segundos, el supuesto L cae en redondo por un ataque al
corazón mientras Light saborea las mieles de su victoria. Sin embargo, sólo unos pocos
instantes después una letra aparece en la pantalla, una “L” escrita en caracteres góticos,
mientras una voz metálica retumba al otro lado de la pantalla: el «verdadero L» asegura
que Tailor, el hombre que acaba de morir, es un condenado a muerte que había aceptado
asumir los riesgos de hablar ante las cámaras para conmutar su pena. Esta maniobra ha
servido al invisible detective para deducir que el asesino puede matar a distancia y que
necesita, al menos, la imagen del rostro y el nombre de sus víctimas antes de actuar.
Pero ahí no acabará el primer jaque del enigmático personaje: L sospechaba que los
asesinatos estaban relacionados con la región japonesa de Kanto, hogar de Light, y la
supuesta emisión a nivel mundial no era sino una emisión localizada en esta zona de
Japón en un intento por reducir el marco de acción de su presa, como explicará la propia
voz de L ante las cámaras y para sorpresa de un confiado Light. Acaba de comenzar la
partida entre Kira y L. Y el detective ha anotado su primer tanto.
En los siguientes capítulos de la serie asistiremos a uno de los enfrentamientos
más elaborados que se hayan dado en las producciones de manga o de anime: L se
descubre como un joven desarrapado poco mayor que Light, con el pelo lacio y extrañas
maneras, que lidera, a pesar de su aspecto desmañado, una organización secreta y que
tiene a su cargo al eficaz Watari, un veterano agente que será quien ayude a L en sus
investigaciones. Para coordinar esfuerzos, L se alía con la policía japonesa, en donde
trabará amistad con el padre de Light y con otros compañeros de división, que
intentarán estrechar el cerco hasta dar con el malvado Kira. Pronto, tras numerosas
deducciones, L seguirá la pista de Light: en efecto, el detective descubre cierta conexión
entre los datos de la policía japonesa y los asesinatos que Kira comete
escrupulosamente, incluso con exactitud horaria, por lo que decide investigar a sus
propios compañeros en la investigación y a sus familiares. Ante la posibilidad de estar
bajo sospecha, Light tomará por su parte las medidas necesarias, como el hecho de
esconder el Cuaderno de Muerte en un doble fondo del cajón de su cuarto, con un
elaborado sistema eléctrico que podría incendiar sus páginas si no se abriera
correctamente mediante la colocación estratégica de un bolígrafo que interrumpa el paso
de la corriente hasta un pequeño depósito de combustible.
Light poco a poco se desvelará como principal sospechoso en la investigación
de L, por lo que el desmañado detective decide acercarse a su oponente, conocerle en su
propio terreno y participar como estudiante en las mismas pruebas de acceso a la
universidad que él. Ambos aprobarán con la máxima calificación, lo que dará pie a que
se conozcan en persona durante una ceremonia de premios. Pero justo cuando Light está
a punto de deducir que aquel joven de aspecto desaliñado es el famoso L, lo que
finalmente le permitiría acabar con él, para sorpresa de todos el detective le revela al
2
La obra Death Note comparte a menudo la candidez de los primeros relatos de detectives de Edgar
Allan Poe (2009) con su detective Dupin o de Conan Doyle y su popular Sherlock Holmes (2006).
Como en sus aventuras, serán constantes las suposiciones, los juegos de lógica y la continua reflexión
sobre las intenciones del otro.
de que Light sólo querrá, en todo momento, utilizarla para sus propios fines. Todas las
piezas están ya sobre el tablero3.
2. El simulacro y la ley
En estas líneas hemos visto aparecer los principales conflictos morales de la
obra: la legitimidad de los asesinatos de Kira-Light a la hora de erradicar el mal de la
sociedad, de reconstruir, como en una suerte de Revolución Francesa de nuevo cuño, los
pilares de una nueva moral mediante la poda de los males de la raza humana. Todo esto
frente a esa otra legitimidad, ya establecida, que ve peligrar no tanto sus ideales como
sus funciones, es decir, que ha de abandonar su estatuto de poder, los juegos y tramas de
dominación, sus prácticas punitivas, para entrar en un nuevo orden mundial en el que ya
no sean necesarios los «estados policiales» en la medida en que existe, como en las
sociedades de corte tradicional, una figura invisible (el monarca, el dios) en quien
delegar esa carga. Sin embargo, la aparición del detective L trastocará los propósitos de
Light Yagami.
Figura 4. De izquierda a derecha, Ryuk, Light, L, Misa Amane y su Shinigami Rem. Imagen
promocional.
3
Lo resumido hasta aquí constituye una cuarta parte del total de la serie, suficiente para presentar a los
principales personajes, aunque a partir de la mitad de la serie sucedan algunos hechos relevantes que
necesariamente omitimos. En lo fundamental, los aspectos necesarios para nuestro análisis se
concentran en este primer tramo de la obra. Para una ampliación en el fenómeno Death Note, cfr.
Terrades, 2009.
La obra explotará entonces ese siniestro pacto que desde la Ilustración europea
ha regulado los protocolos legales que constituyen la moral, los juicios éticos que
conforman nuestra vida en sociedad, los enunciados, las prácticas que permiten definir
qué hacer, cómo actuar, cómo regir una nación desde el poder democratizado. ¿Matar
para hacer el bien? Esta premisa, clave para comprender el frío comportamiento
megalómano de Light Yagami, es similar a la que detectara en su día Pierre Klossowski
al asegurar cómo la violencia de la Revolución Francesa era necesaria para engendrar la
ley (cfr. Klossowski, 2005). Ese «contrato social» que desde la época ilustrada define
qué poderes, instituciones y personas están convenientemente legitimadas para
ausentarse del poder al mismo tiempo que lo constituyen, representa uno de los
principios de nuestras modernas sociedades de control. Amparados en esta creencia, el
poder consiente en matar a condición de que una serie de discursos y prácticas lo
justifiquen. La ley, las formas de libertad que se construyeron a partir de ese giro
revolucionario, no consistirían sino en un intento desesperado por romper con unas
tramas de poder (las tramas feudales) a favor de otras, dejando, aunque no venga al caso
extenderse aquí, un hueco para ese intercambio de poderes que será ocupado por los
flujos de intercambios económicos y que dará paso a la expansión capitalista. Todo por
una libertad, por unos derechos, que han condenado a las sociedades modernas a
legitimar la sustitución simbólica del dinero para huir del efecto opresor de la figura del
señor, el monarca o el dios de las sociedades tradicionales.
Este retorno al terror que presenta la obra Death Note, retorno a los basamentos
de nuestra sociedad –y, por lo tanto, al punto desde donde sería posible alterarla,
cambiarla– obliga a tomar las medidas policiales necesarias para sofocarlo por cuanto
que se trata de un terror «no legitimado»: la policía no puede permitir la oleada de
muertes que asola todo el globo. Ya Foucault, a lo largo de su obra Vigilar y castigar
(2008) había sido sensible a la necesidad del Estado y del poder de conservar a los
criminales y la criminalidad para apuntarse un tanto con cada batida, con cada
encarcelamiento o con cada red de traficantes desmantelada. El juego del poder necesita
un oponente que juegue a su mismo juego. Por ello, y antes que por la estricta
consideración de los derechos de los criminales, habría que ver en esta situación que nos
plantea el anime Death Note una reacción consecuente del poder con sus propios
intereses: se criminaliza a Kira porque no juega al mismo juego, porque Kira es
invisible y no tiene discurso, porque es solo una acción destructora y reorganizadora,
pero muda, fuera de los mecanismos de control que el Estado necesita establecer para
que un dispositivo pueda ser siempre anulado por otro, controlado, medido, vigilado.
Kira constituye un agente invisible, decimos, y para que eso sea posible es
necesario el sacrificio del propio Light Yagami. Su sacrificio –él es, en todo momento,
un simulacro de la figura de Jesucristo, como veremos unas líneas más abajo– no
representa, sin embargo, el sacrificio de un héroe romántico, que sería el tipo de acto
sacrificial que ha quedado impreso en nuestro imaginario colectivo y que habría de
servir, en cierto modo, para esconder otros propósitos, otros discursos subrepticios:
quien es capaz de cambiar su vida por unos ideales, perfectamente podrá comerciar con
la de los otros. Light Yagami, en su actitud (post)moderna, en su crueldad, dignifica la
vida por encima de los valores de cambio. La vida, por supuesto, de aquellos inocentes
que sean capaces de pasar por el rasero obsesivo que él mismo traza. Asesino o mártir,
pues, en la medida en que ambos comparten el mismo nexo sacrificial.
El sacrificio que se nos plantea en la obra y el cual será rechazado de plano por
el protagonista (Death Note. Cap 4, “Persecución”) será la posibilidad del pacto con el
Shinigami, el «trato del ojo». Mientras que Misa Amane aceptará –y por dos veces
además– dicho trato4, Light en ningún momento tendrá intención de llevarlo a cabo, e
incluso incidirá directamente en su «misión» salvífica, lo que le obligará a huir de toda
suerte de sacrificio, es decir, lo que le exigirá ese otro sacrificio de matar para
convertirse en dios, de perder su humanidad con el fin de sostener en sus manos el
nuevo orden mundial. ¿Acaso no es posible leer tras estas intenciones la experiencia
nietzscheana del Übermensch? Como todo super-hombre, Light ya no es cordero, sino
pastor, o mejor dicho, león: no se trata de sacrificarse para que el hombre pueda comer,
sino de comerse al hombre, sustituirlo (cfr. Nietzsche, 1998: 52-62). Un nuevo dios y al
mismo tiempo un nuevo hombre que habrá de ocupar el espacio de los dioses ya caídos
en el olvido, agotados en el crepúsculo de su extinción. Basta pensar en ese juego de
espejos que se nos plantea desde la rica mitología japonesa que el anime se encarga de
explotar: en el mundo de los Shinigami –que aparecerá en la pantalla en varias
ocasiones–, sus habitantes subsisten sumidos en un aburrimiento perpetuo, sufren el
castigo de la inmortalidad, ya que les basta con escribir el nombre de un solo humano
para sumarse ellos mismos su esperanza de vida. El mismo Ryuk describe el hastío en
4
Misa hará el trato del ojo una vez con su propio Shinigami, Rem, lo que le permite encontrar a Kira, y
otra con Ryuk en un momento en que Light ha alterado las posesiones de los cuadernos para engañar a
L y en esa pérdida de posesión del cuaderno Misa había perdido «el poder del ojo» pero no la
restricción de vida a consecuencia del primer pacto.
que viven: “los Mensajeros de la Muerte de ahora [los Shinigami] no tenemos nada que
hacer. O echamos la siesta o jugamos. Y que no se te ocurra escribir el nombre de un
humano en tu libreta, que se cachondean de ti en plan: ¿qué haces currando, matado?”
(Death Note. Cap 1, “Renacimiento”). Se dedican entonces todo el día a jugar a los
dados con cráneos (en contraposición a ese Dios que “no juega a los dados”, como
había pretendido definirlo Einstein, aunque la idea es ya vieja en el pensamiento
cristiano), por lo que se ha revertido, entonces, la noción de superioridad de los dioses:
arriba no pasa nada, no hay nada importante, mientras que en la tierra hay mucho por
hacer. Justo en el primero de los capítulos de la serie, Ryuk, invitado por sus
compañeros a jugar en sus escabrosos pasatiempos, se negará. “No, yo paso”, será su
lacónica respuesta. En el mundo humano, el joven Light está igualmente hastiado,
lamentándose de lo podrido que está el mundo. Ambos hallarán divertimento suficiente
en la matanza, en el duelo entre adversarios.
Kira debe ser apresado no porque sea malvado o encarne la perversión humana,
sino porque ha construido, o pretende construir, un mundo en que sus actos no estarían
revestidos de maldad alguna. Quiere hacer de la maldad su ley. Debe ser perseguido
entonces porque ha roto el pacto social, no por una cuestión de orden moral o ético, sino
porque, con su muerte, podrán ocultarse nuevamente los fallos del ser humano. Podrá
ponerse a buen recaudo esa maldad que Kira había hecho perfectamente visible a través
del aniquilamiento. Acabar con Kira, lo cual es un bien necesario, supondría de nuevo la
no-visibilidad del pecado, la ocultación de esa mueca desfigurada de la verdadera
naturaleza del hombre, por lo que son precisas fuerzas, leyes, movimientos y regímenes
que sofoquen los ideales y tendencias destructivas, tendencias que no son, insistimos,
nada más que dispositivos para hacer visible un universo de falsedad y de hastío, una
realidad a la que nos habíamos habituado aun a pesar de sus inestabilidades e
inconvenientes.
Kira, en cierto modo, como hiciera Sade visto a través de los ojos de
Klossowski (2005), ha hecho lo que nadie se atrevía a hacer, lo que cualquiera habría
hecho si hubiera tenido el poder. Y es eso justamente lo que le hace temible. Esa
virtualidad del crimen que el filósofo francés integró a la doctrina revolucionaria sigue
siendo igualmente virtual para nosotros a través de las páginas del manga o los
fotogramas del anime. Sin embargo, en el universo de ficción en que se desarrolla la
trama, tal virtualidad del «yo mataría» se ha vuelto totalmente producible,
perfectamente viable y peligrosa por cuanto tiene de simulacro de la ley.
En cierto modo, la ley implica guiar al hombre al orden. Kira lo sabe, y sin
embargo prefiere llevar al hombre a su propio apogeo de maldad, al culmen de su
imperfección. A eso se refiere Light cuando dice usar el Cuaderno explícitamente por el
bien de la humanidad (Death Note. Cap 4, “Persecución”). Se trata de hacer visible
cierta invisibilidad, ciertas pulsiones, fuerzas y trazas subterráneas de la condición
humana que estarían ocultas bajo la integridad y la cohesión, bajo las fórmulas de la ley.
La ley es una lógica que no puede renombrarse sin consecuencias. Bajo la ley y el orden
establecidos, el mal no es todo lo malvado que debe ser, se ha invisibilizado, se ha
sustituido por el discurso vencedor al que se enfrenta. Kira nos entrega el mal, la trama
del mal, la noción del mal, aunque él mismo deba ejercerlo, para así poner en duda la
raíz misma de todo lo malvado. ¿Qué tipo de malignidad tendría como forma y empleo
hacer visible la maldad del otro, sino esa maldad que es ya la ruptura con la maldad, la
espera de un nuevo orden, un enunciado aún por definir que haga del mal la regla y, al
mismo tiempo, la falta de regla? ¿Cómo podría Kira hacer del mal, que es la
descomposición orgánica de la ley, lo sin-cuerpo de la legitimidad, un nuevo orden sin
orden? El mal no puede, decididamente, triunfar, porque entonces acabaría siendo el
bien. La configuración de lo in-forme del mal sólo dejaría paso a lo estructurado, a la
regla, la ley constituida. Pero el mal sólo puede ser la espera incumplida del mal, un
simulacro que no responde a original alguno.
3. El simulacro de Dios
¿Qué importancia tienen los simulacros en la obra Death Note? Pierre
Klossowski había definido el simulacro como una reversión del privilegio del original.
En Nietzsche, el simulacro sería la propia teoría que este llega a componer, como
defiende en su estudio sobre el filósofo alemán (Klossowski, 2004), la disposición del
eterno retorno como pantomima de un sistema filosófico en donde ahora el Ser ya no
ostenta el privilegio, sino que es en el devenir, en la constante rotura que hace de lo
mismo lo siempre diferente, en donde el Ser afronta la dura prueba de su definición. En
Sade, por otra parte, el simulacro es la perversión, la repulsa por la ley, y el sadismo
como desvío, como cruel maniobra, acaba por descomponer desde la pornografía y el
crimen tanto la ley moral como la propiamente legislativa.
Pero falta aún una nueva acción transgresora que propondrá el propio
Klossowski y que será especialmente relevante por lo que respecta a nuestro análisis de
Death Note: el simulacro religioso. No debe olvidarse que Pierre Klossowski fue
La manzana es, junto con la cruz, uno de los símbolos recurrentes de la obra.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en la intrahistoria del relato, en el ámbito de
la diégesis5, la manzana tan solo alude a la alimentación de los Shinigamis –los
mensajeros de la muerte consumen compulsivamente este fruto como si fuera una
especie de nicotina para ellos–; sin embargo, es en el marco superestructural, entre los
elementos paratextuales (cabecera de la serie, portadas del manga y numerosas
ilustraciones o carteles publicitarios) que la manzana adquiere un rango iconográfico
especialmente sugerente. Hay, sin embargo, un momento en que la clave del símbolo de
la manzana parece apuntar a algo más importante dentro del relato, y es cuando, en un
texto escrito en clave, Light, haciendo gala de su megalomanía, reta a L con un
palimpsesto en donde se puede leer “los Shinigamis solo comen manzanas”. La clave,
que carece de valor para L ya que aún no conoce ni puede sospechar desde sus juicios
analíticos la evidencia de estos espíritus del mal, abrirá la puerta para que Light quede
en evidencia en un capítulo posterior. El detective L llegará a sospechar de un
acontecimiento inaccesible para la razón (los Shinigamis) que le obligan a reconfigurar
nuevamente sus planteamientos. Ese será, como en el relato bíblico, el punto en donde
la historia cambie bruscamente: la manzana, de nuevo, traerá la perdición a los
protagonistas.
5
Recurrimos a la terminología de Gérard Genette para definir la diégesis como el ámbito o mundo en
que sucede la trama de ficción (cfr. Genette, 1989).
como algunos fotogramas introductorios de la cinta, nos entregan una columna o banda
vertical que conforma, junto con las letras del título, una evidente forma de cruz que
suele ser aprovechada en numerosas ilustraciones promocionales.
lugar de la vista, igual me lo habría pensado y todo. No hay nada mejor para un dios que
tener alas y poder volar libremente por el cielo, ¿no?” (Death Note. Cap 4,
“Persecución”).
Más allá de los simulacros de orden iconográfico que acabamos de ver, pero
sin abandonarlos enteramente, hay toda una serie de planteamientos paródicos de orden
específicamente moral y que atañen muy directamente a las formas arraigadas de la
conciencia cristiana. Los preceptos morales, al igual que los relacionados con el
comportamiento cívico y la Ley, aparecen constantemente relativizados, en un caos de
imágenes simbólicas que ya no remiten enteramente a dar testimonio de la lucha del
bien frente al mal, sino que se confunden irrisoriamente en un gesto próximo al
escepticismo posmoderno. Parte de la culpa de esta disociación entre las formas
malignas y las fuerzas de bienestar responden, en parte, a esa pérdida cartesiana, y más
tarde kantiana, de un sujeto trascendente, dueño, desde el programa de la modernidad,
de sus propios actos, y amparado siempre bajo una suerte de nomos o ley no
deconstruible que justificaría en todo momento su acción. En Death Note, sin embargo,
el agente ligado a las potencias del mal ya no es una persona, no constituye un sujeto
moral, aunque Light Yagami sea en gran medida el depositario de estas teorías y su
impulsor. En realidad el agente es la máscara de Kira –el asesino–, a modo de identidad
pivotante, quien actúa como mesías de esta nueva consigna moral de la posmodernidad.
Tanto es así que no solo hay muchos kiras en la obra sino que Kira podría ser
considerado, por una especie de ironía tributaria con el pensamiento derridiano, como
mera escritura que habla allá donde el hombre no puede llegar. Maurice Blanchot diría:
una escritura del afuera, del desastre (Blanchot, 1970). Las máscaras del yo se tornan
escritura que ya no refiere a un yo dictatorial que programe el contenido moral de sus
acciones, sino que, por una reinversión de la justicia divina, delega en un dios (dios de
la muerte o Shinigami) y en sus poderes y recursos (el propio Cuaderno) el ejercicio de
sus acciones y las repercusiones que ello conlleva. La palabra es ahora quien expide su
sentencia irrevocable. Y es este acto de escritura lo que deconstruye al sujeto real,
físico, por una ironía bien urdida desde la conciencia posmoderna de la escritura,
volviéndose ella misma sujeto. Ella, la palabra, es quien habla en la escritura, había
dicho Foucault asistido por la poética de Mallarmé (Foucault, 1997: 297).
De nuevo puede citarse un cuento de Poe, La carta robada, en donde, como ha
sabido ver Lacan (1976), el objeto circula sin importar el sentido, es solo un significante
que rota sin la apropiación de ningún sujeto trascendente. El Death Note, del mismo
modo, no es una apropiación, sino que se apropia, por ese movimiento, de quien lo
sustenta, y le obliga a ponerlo en curso, acaba por dictar al supuesto dueño las órdenes
de lo que debe hacer. Ya no hay un sujeto que se apropia de las cosas, como tampoco
existe un sujeto-recipiente de una ley moral, sino que la palabra es ley. Pero lo es de
forma simulada, como burla de la escritura por antonomasia, de las Escrituras y de su
poder legislativo en el que ha insistido la tradición judeocristiana. El Cuaderno de
Muerte es un sutil simulacro de la Biblia: la palabra escrita es la palabra de Dios, y es
acto; lo que escribe Dios se realiza. La escritura bíblica es el «Hágase» de los designios
de la divinidad, mientras que el Death Note constituye el macabro «Muérete» que
repetirá Light entre dientes en repetidas ocasiones.
4. Conclusiones
Esta nueva visión de la moral que desprende el anime Death Note y que hemos
analizado en nuestro estudio, si bien parte de la oposición más arraigada del bien contra
el mal, parece sostenerse siempre en un intercambio de roles, de juegos simbólicos y
discursivos, que en todo momento sirve de correlato para una sociedad en la que el
poder que asegura el bienestar sirve asimismo como dispositivo de vigilancia. Kira es
juez y verdugo, pero a un mismo tiempo todos son Kira, todos vigilan, sentencian, sobre
todo a medida que la trama avanza, a quien no sirve para los objetivos de este nuevo
mundo que Kira/Light había programado. En algunos momentos de la trama asistimos a
la acusación de unos miembros de la sociedad sobre otros, así como a la entrega, por
parte de L, de diferentes condenados a las fauces de Kira, aunque su acción
inmisericorde –pero perfectamente ajustada a la Ley– sirva como excusa para probar(se)
las habilidades de su oponente. ¿Quién es quién en este juego entre la perversión y la
legislación, entre la codicia y el bienestar? ¿Quién es el asesino: aquel que mata para
conseguir un mundo mejor –viejo sueño del hombre que dio su expresión más cruel
durante el siglo pasado– o aquel que experimenta, amparado en la ley, con las vidas
humanas? ¿Qué objetivo es más lícito, el de quien busca el bienestar mediante la
violencia –lo fueron, a partes iguales pero desde bases totalmente opuestas, la
Revolución Francesa que decapitaba reyes y el Holocausto nazi que animalizaba la
condición judía y experimentaba con ella– o aquel que pretende saber –saber, conocer,
entender el funcionamiento de la libreta pero también cualquier otra forma de saber
codiciado– mediante la regulación del asesinato?
Hay, de manera no explícita, un complejo enfrentamiento de escrituras en
Death Note: la escritura de la libreta, que mata de forma evidente para asegurar el
bienestar, y que se sirve de resultados públicos para sus estrategias de poder, frente a la
escritura de la ley, que, aun siendo pública –tratados, constituciones, decretos– pretende
ocultar en cárceles y demás métodos de reclusión los efectos del poder sobre los
cuerpos. Sobre esta invisibilidad de la condición humana trataría esta serie. El estudio
de sus simulacros, por tanto, de las perversiones y reversiones que plantea en su
compleja trama, no hace sino alterar esa transparencia para mostrarnos el dilema moral
sobre el que se funda la ley y que Klossowski había señalado tempranamente en su
producción ensayística. Kira, a la manera de un Sade renovado, denuncia en la
perversión de sus métodos el refinamiento de los dispositivos de control y las veleidades
de la moral que aceptamos cada día sin reservas.
Bibliografía
BATAILLE, Georges (1981): La literatura y el mal. Madrid: Taurus.
BLANCHOT, Maurice (1970): El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila.
DOYLE, Arthur Conan (2006): Las aventuras de Sherlock Holmes. Madrid: Edaf.
FOUCAULT, Michel (1997): Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI.
— (2008): Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI (16ª reimp.).
GENETTE, Gérard (1989): Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Madrid:
Taurus.
Filmografía
ARAKI, Tetsuro (cr.) (2006): Death Note (Desu nôto). Japón: Mad House / D.N. Dream
Partners / NTV / Shueisa / Video Audio Project (VAP).